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Universitas Psychologica
Print version ISSN 1657-9267
Univ. Psychol. vol.6 no.1 Bogotá Apr. 2007
ARTÍCULOS ORIGINALES
La narrativa como posibilidad de comprensión de las organizaciones productivas rurales
The narrative as a possible method for understanding rural productive organizations
Olga Lucía Huertas Hernández; Carlos Alberto Villegas Uribe
Pontificia Universidad Javeriana
Dirección para correspondencia
ABSTRACT
This paper sets out the results of research conducted in a project that supported the process associated with farmers transforming their agricultural practices towards the use of the organic production. The proposal was approached from a narrative perspective developed by Ruiz Soto (1996), who applied some approaches of Ricoeur, Heidegger and Schapp. The results are shown through a full stories, which forms part of the research reports that were produced. The conclusions show that in addition to work with narratives, other possible methods can be recognized (such as implications of stories) in the organizational experience of the group of farmers and in the forms of relationship of different project participants
Keywords: Organizational psychology, Narratives, Farmers, Organic agriculture.
RESUMEN
El artículo muestra los resultados del trabajo investigativo realizado en un proyecto que apoyaba el proceso asociado de campesinos que estaban transformando sus prácticas agrícolas hacia el uso de la producción orgánica. La propuesta se abordó desde una perspectiva narrativa desarrollada por Ruiz Soto (1996), quien retoma algunos de los planteamientos de Ricoeur, Heidegger y Schapp. Los resultados se muestran a través de un relato completo, que hace parte de los informes de investigación que se produjeron. Las conclusiones muestran que, desde el trabajo con la narrativa, se reconocen otras posibilidades (como la implicación en las historias) en la experiencia organizativa del grupo de campesinos y en los modos de relación de los diferentes participantes del proyecto
Palabras clave: Psicología organizacional, Narrativas, Campesinos, Agricultura orgánica.
A manera de introducción
La pregunta por la construcción social del sujeto en el trabajo ha sido transversal a los proyectos de práctica del área de psicología organizacional de la Pontificia Universidad Javeriana en los últimos años (Vargas, L., Huertas, O. L., Carvajal, L. M., Pulido, H. C., García, C. M. y Mantilla, F., 2006). Esta pregunta adquiere diferentes matices dependiendo del contexto en el que se formula. En el contexto rural y en el marco de la producción agropecuaria, esta pregunta se desarrolló desde el año 2000 hasta el año 2004, en el marco del proyecto denominado "Procesos asociativos para la reconversión agropecuaria". El presente artículo pretende hacer visibles algunas de las inquietudes y las diferentes reflexiones que se dieron dentro de este proyecto, en torno a la pregunta por el sujeto productivo del mundo rural y sobre las posibilidades de intervención de la psicología organizacional.
A diferencia del trabajo que se puede realizar en otros sectores productivos, este proyecto nos enfrentó con nuestras propias lógicas de ciudad, de desarrollo moderno, de concepción del espacio y del tiempo, las cuales muchas veces fueron bastante diferentes a las de los campesinos con los que trabajamos. Este encuentro hizo evidente que los procesos de apropiación del proyecto moderno (paradigma de creación del mundo del trabajo contemporáneo) han sido diferentes y han permitido la emergencia de concepciones de trabajo y organización particulares. La posibilidad de comprender estos procesos y las lógicas subyacentes se convirtió, así, en uno de los objetivos del proyecto.
¿En qué sentido la producción agropecuaria puede constituirse en un problema de interés para la psicología organizacional?
La agricultura puede ser definida como "el conjunto de actividades que transforman el medio natural con la finalidad de producir alimentos en materias primas útiles para el hombre" (Chiriboga, 2001, p. 170). Dicha producción puede realizarse de manera tradicional, es decir, privilegiando la producción de alimentos para el autoconsumo y el comercio local, respetando los ritmos de recuperación de las tierras y usando los recursos disponibles (semillas y abonos naturales). Este funcionamiento de la producción no sólo evidencia una preocupación y el cuidado del ecosistema, sino también la posibilidad de utilización de los conocimientos que manejan los campesinos.
Cuando la producción tradicional se transforma en una predominantemente capitalista que busca aumentar la producción con el fin de comercializar de forma masiva y acumular grandes capitales, se aumenta la presión sobre las capacidades de los recursos naturales, sobrepasando las posibilidades de producción de los ecosistemas. Por lo tanto, se hace necesaria la utilización de insumos tecnológicos que aceleren los ritmos propios de la tierra y que garanticen una producción que atienda la demanda del mercado del capital. Este tipo de transformaciones es particularmente visible:
allí donde los campesinos pobres son presionados a localizarse en zonas de recursos naturales frágiles y donde la modernización de la actividad agropecuaria ha implicado una integración mayor con las actividades industriales y de servicios, así como un cambio en el patrón tecnológico significativo en casi todos los momentos del ciclo productivo. (Chiriboga, 2001, p. 172)
Esta compleja transición afecta no sólo aspectos ambientales y económicos sino también políticos y sociales. En el plano de lo ambiental, se expone a las tierras a una temprana erosión, ya sea por el desgaste causado por la producción masiva, por la utilización de productos químicos o por el deterioro de las cuencas hidrográficas. Forero (1990) afirma que también se han sustituido los cultivos tradicionales por otros nuevos, lo que incluye la adopción de paquetes tecnológicos que privilegian el uso de agroquímicos. A nivel económico, la producción masiva pone en situación de desventaja competitiva al pequeño productor frente a los precios del mercado.
En el plano de lo político se puede evidenciar desigualdad en la propiedad de la tierra, en especial de las mejores tierras para la producción, pues el poder se centraliza en manos de los grandes terratenientes. Esto crea una división particular para el mundo del trabajo rural que conlleva una importante fragmentación social. Por una parte, emergen unos "trabajadores asalariados" agrícolas estables, los cuales están vinculados a organizaciones modernas del sector rural. Dentro de éstas se cuentan algunas empresas de comercialización, las cooperativas locales y algunas pequeñas empresas familiares. De otra parte, también a partir de estos procesos de modernización, se configuran otros grupos de campesinos productores que no se insertan dentro de estos procesos ya sea por su situación de pobreza o por sostener algunas de sus tradiciones (Chiriboga, 2001).
Finalmente, en el plano social, se logra visibilizar fuertes transformaciones de los procesos de modernización. La visión de comercio sobre el territorio ha afectado las posibilidades de construcción de las identidades, ya que la tierra en estas lógicas de mercado puede ser vendida al precio del mejor postor, dejando a un lado el valor cultural que significa para muchos pueblos. La sobrevaloración de los conocimientos producidos por la ciencia y la tecnología ha conducido a la consecuente desvalorización de los saberes tradicionales del campesino y a la pérdida de autonomía en los procesos de producción y comercialización. El debilitamiento de las redes sociales, producto de las altas tasas de migración ocasionadas por el deterioro de las tierras, la violencia, la pobreza y la búsqueda de oportunidades en las ciudades, ha minado la confianza y conducido a la reconfiguración de las relaciones sociales.
En este contexto surge la promoción del rescate de la producción orgánica. Dentro del proyecto de investigación, este cambio se denominó reconversión agropecuaria. Para Ruiz Soto esta propuesta involucra,
cambios en las prácticas y tecnologías de producción agropecuarias, cambios del trabajo moderno con maquinaria pesada y agro-tóxicos hacia agriculturas alternativas que paulatinamente sustituyen la maquinaria por formas de labranza mínima y los agro-tóxicos por insumos orgánicos. Busca facilitar un re-ordenamiento de las labores al interior de la unidad productiva (finca) y abrir la posibilidad de romper la dependencia económico-política y social del pequeño y mediano productor respecto de las entidades crediticias y de las grandes casas comercializadoras de maquinaria y agro-tóxicos. Busca devolver la posibilidad de re-construir el sentido de la vida en el campo, fortaleciendo el vínculo amoroso con el pedazo de tierra que trabajamos. Además promueve una relación responsable del consumidor con lo consumido y su proceso de producción, y fortalecer procesos asociativos que propendan por soluciones organizativas a las diversas dificultades de producción y comercialización (...) generadas por el modo en que operan las relaciones comerciales que hoy articulan las cadenas productivas y las prácticas insostenibles de producción agropecuaria.(2002, p. 2)
Es desde las anteriores intenciones donde toma sentido la intervención de la psicología organizacional en el problema de la producción agropecuaria. Aunque la psicología organizacional surge en el contexto de la industrialización y se ha entendido como la aplicación de los conocimientos de la ciencia psicológica en las empresas con el fin de mejorar la eficiencia de los trabajadores, en este caso se retoman algunos de los planteamientos de la perspectiva crítica del trabajo en las organizaciones (Pulido, 2004). Este planteamiento implica la ruptura con algunos de los conceptos más hegemónicos de la psicología científica, como la objetividad y la neutralidad. Al tiempo, asume que el conocimiento es un producto social y que, por tanto, está atravesado por una serie de intereses políticos relacionados con unas visiones privilegiadas de mundo que buscan cierto ordenamiento social. El conocimiento así expuesto se convierte en un importante instrumento de poder.
Si la alternativa a la situación de dependencia de los campesinos generada por los desarrollos de la implantación del proyecto moderno puede estar en la promoción de procesos asociativos que favorezcan la producción de orgánicos y su comercialización, es necesario entonces acercarse a indagar sobre quién es el trabajador campesino, cuáles son sus intereses al asociarse, que lógicas están implícitas en sus organizaciones, más que intentar ofrecerles "formulas"1 para que se asocien.
Se trata en este caso de rescatar el adjetivo organizacional puesto a la psicología, al considerar que pueden existir alternativas de organización para la producción en contextos campesinos, diferentes a los modelos o esquemas empresariales. Se propone, por tanto, legitimar las formas de organización locales, las cuales están atravesadas por la cultura y por la historia de los personajes que las componen. Reconocer estas formas organizacionales propias puede ser posible a través de las historias vitales de sus participantes, rescatando la voz del campesino, voz que se ha mantenido oculta o al margen, por no tener la suficiente legitimidad para el hegemónico proyecto modernizador.
En esta apuesta el psicólogo toma un papel más de lector que de experto, lo que implica un reencuentro con lo cotidiano. El proyecto "Procesos asociativos para la reconversión agropecuaria" reconoció en la narrativa, una posibilidad de comprensión del mundo rural. A través de ella se logró descentrar el estatus de cientificidad que acompaña la disciplina psicológica, permitiendo el asombro frente a lo cotidiano y el reconocimiento de la heterogeneidad de voces que habitan los espacios rurales.
En este sentido, la narrativa se comprende como la posibilidad de estar en el mundo. Así mismo, permite el entrecruzamiento entre la historia que cuenta la representación de lo pasado, la comprensión del presente y la apertura a la ficción de mundos posibles. Al narrar, las personas dan cuenta de su existencia y de sus relaciones con el mundo. Como afirma Ruiz Soto (1996), la narrativa es una tarea que se construye cotidianamente y, por lo tanto, está bajo la tutela de unas prácticas conversacionales que recogen los elementos narrativos del grupo social al que se pertenece, ayudando así a otorgarle sentido a nuestras vidas. Las organizaciones, entonces, pueden ser entendidas como espacios de permanente construcción, donde se tejen encuentros entre las diferentes narrativas vitales de quienes participan en ella y se le otorga sentido a la acción (en este caso a la intención de producir orgánicamente).
Esta propuesta narrativa retoma principalmente elementos de tres fuentes. El trabajo de Ricoeur (1998), de Heidegger (1977) y el de Schapp (1992). Del trabajo de Ricoeur se rescata la idea de la narrativa como posibilidad de organización del tiempo vivido para, de esta forma, darle sentido a la existencia. Heidegger nos invita a reconocer el olvido de la pregunta por el ser y nos propone el rescate de éste, a partir de la comprensión del ser en el mundo. En Schapp se propone hablar de una fenomenología de la narratividad, que reconozca la importancia de la implicación en las historias, no sólo en las propias sino en las de otros. Con esto aporta nociones útiles para entender cómo y por qué el yo de la interacción es el yo de las historias cotidianas, y cómo éstas se configuran de manera intersubjetiva en la conversación ordinaria (Ruiz Soto, 1996).
Metodología
La aproximación se hizo desde una perspectiva etnometodológica, buscando rescatar la conversación ordinaria como horizonte de comprensión y preguntarnos sobre cómo producimos conjunta y conversacionalmente las historias. La recolección de información se apoyó en la conversación ordinaria y en notas de campo. Los participantes fueron dos campesinas y dos campesinos, habitantes del municipio de Gachancipá, pertenecientes al grupo de huertas orgánicas que participaron del proyecto durante el año 2002. Además, estuvieron implicadas en las historias las personas pertenecientes al equipo del proyecto de práctica (estudiantes y profesores).
Se promovió la construcción de relatos como estrategia para dar cuenta de la narrativa de las personas implicadas en el proceso de organización del grupo de huertas orgánicas. El relato puede ser entendido como "el circuito de las conexiones vivas entre las historias que llenan el horizonte de acción e interpretación de los que están conversando" (Ruiz Soto, 1996. p. 12). En la construcción de estos relatos, la condición de estar implicados en las historias permite que no se pueda establecer una sola forma de registro. No es posible hacer selecciones de texto o fragmentos para el análisis, se hace difícil imponer un orden único ya que hay múltiples historias conectadas y éstas rechazan particularmente la linealidad del tiempo calendario (Ruiz Soto, 1996).
El relato como informe de la investigación cuantitativa es una técnica de lógica reconstruida que ha ganado espacio en las ciencias sociales, especialmente en la antropología y la sociología. El uso del relato demanda del investigador desarrollos escriturales diferentes a los de la lógica argumentativa y el reconocimiento de su pertenencia e implicaciones en la historia que va a ser relatada, así como el conocimiento y desarrollo de las técnicas propias de la narración literaria: el concepto de narrador, la capacidad para definir y poner en escena la calidad subjetiva de protagonistas de la historia narrada, el uso de los tiempos narrativos, la capacidad para captar y contar las atmósferas y los escenarios de los sujetos que motivan su indagación, y también las circunstancias e implicaciones personales en la situación investigada.
De tal forma que el relato como informe etnometodológico no sólo enfrenta al investigador –en nuestro caso psicólogos en formación– a los problemas epistemológicos que le brindan validez al método utilizado, sino que lo involucran, además, en los aspectos específicos del estilo de escritura: ¿Cuál será el narrador que le dará hilo conductor al relato? ¿Qué voces utilizará para crear la intriga narrativa? ¿Cuáles serán los tiempos más adecuados para darle unidad y coherencia al relato? ¿Cuáles de los personajes entrevistados entrarán en escena y en qué momento? ¿Qué circunstancias privilegiará de todo el material recogido en las entrevistas? ¿Cuáles registros de sus notas de campo incorporará al relato para brindarle tesitura a la narración y recrear los ambientes y las atmósferas donde se desenvuelven los protagonistas de su investigación?
Resultados
A continuación se presenta uno de los relatos finales, producto de este proceso de indagación en el trabajo con los campesinos:
Tierra adentro: historias de resistencia –Una oración de tierra, Sueños de una tierra, Solo con la tierra, Uno por la tierra2
En un intento por comprender la lucha de cuatro campesinos que no cesan de enunciar su cansancio, encontré parte del viejo motor que produce las fuerzas para que sigan movilizándose. Encontré bajo sus relatos una maraña de tierra con raíces que constituyen la razón de una resistencia a perder su identidad... su identidad campesina.
Una oración de tierra
Raquel es una mujer campesina que ora en medio de la soledad que habita en su finca de una vereda del Municipio de Gachancipá. Allí, en medio de decenas de estampitas de la virgen María, unas cuantas artesanías, figuritas de santos y un edredón de retazos que cosió hace unos años, esta mujer regordeta, de cabello corto, pecas y risa contagiosa, recuerda la historia de su vida... recuerda los pasos que la llevaron a realizar ésta, su solitaria plegaria.
No es la primera vez que oro aquí en mi cuarto. No es la primera vez que le hablo a Dios contándole mi vida y preguntándole por ella. Poco a poco he aprendido a aceptar sus bendiciones y a no reprocharle mis malos momentos. Ahora tengo sesenta años y separada y con tres hijos a cuestas, me encuentro sola.
He vuelto a mi tierra y vivo de los recuerdos y enseñanzas de mis padres (que en paz descansen) y, necesariamente, de la compañía de mi Dios. A Dios lo conocí cuando aún era una niña. Mi mamá me llevaba a las misas de Mayo a rezar el rosario con todas las señoras piadosas del pueblo. Allí sentí, por primera vez, la cercanía de Dios y las fuerzas que me brindaba la buena oración. Tal vez es por eso que desde que volví de Bogotá, a mis cuarenta años, decidí unirme nuevamente a la legión de María y a la pastoral social del pueblo.
Lo de la pastoral no fue inmediato porque aún no existía cuando llegué. Pero fue gracias al padrecito Julio y a la señora Judith que se creó el grupo. Ellos empezaron a visitar vereda por vereda, dando discursos y contándole a la gente que se querían organizar para hacer trabajos sociales y actos caritativos para los más necesitados del pueblo. Aquí, en mi vereda..., salió una lista como de cincuenta personas. Todo el mundo se anotó. El problema es que una cosa era firmar y poner el nombre, otra era comprometerse y entregarle a Dios toda la voluntad para hacer las cosas. Cuando yo los escuché, anoté mi nombre y firmé con el corazón. Ayudar a la gente, y sobre todo a los viejitos como yo, me hace sentir útil y merecedora de sus bendiciones.
Este año, ya somos sólo dieciséis personas en la pastoral. Bueno, ahora sin el padrecito Julio porque él se fue para Ubaté hace unos años. Al principio, hacíamos una que otra visita a los enfermos del pueblo, recaudábamos dinero para el que lo necesitara, pero, con el tiempo, comenzamos a pensar en conseguir más dinero y hacer otra cosa más grande. Fue precisamente de ahí que salió la idea del banquete de la caridad. El Banquete de la Caridad, lo hemos venido haciendo cada año en la sede de la fundación de abuelitos. Vendemos la boleta y quien la compra recibe un consomé y una buena porción de pan. Lo bonito del evento es que la gente que va, y recibe una tacita que mandamos a hacer en Ráquira con el nombre del evento labrado a mano en su exterior. Además la gente puede ir y ver los coros de la iglesia, escuchar al padrecito y hasta participar en la rifa de gallinas, ropa y otras cosas que nos dona la misma gente del pueblo.
De todos modos, las cosas han cambiado. El banquete ya no tiene la misma acogida y las ayudas de la Alcaldía han ido reduciéndose. Incluso nos tocó cambiar la fecha del banquete, porque ahora la semana cultural del pueblo la hacen en octubre. La gente no va a nuestro evento porque prefieren quedarse en el centro tomando cerveza y comiendo carne asada. Lo que pasa es que a nosotros, los viejitos, nos tienen olvidados. La alcaldía nos ayuda con ciertas cosas pero no alcanzan a cubrir todas las necesidades. De todos modos, hacen lo que pueden.
Por ejemplo, yo tengo una huerta en la parte trasera de mi casa. Yo sé algo de agricultura porque mi papá sembraba y tenía sus cosas cuando yo era chiquita. En todo este lote y el de mis hermanos, mi papá sembraba trigo, maíz, papa y cebada. También tenía animales, tenía vacas de ordeño, marranos, conejos y una que otra gallina. La UMATA3 nos ha ayudado y Dios lo sabe bien. Nos han vacunado los animales y han organizado convites en las fincas de otros campesinos para ayudar a sembrar las huertas. Mi huerta, la vengo trabajando desde hace unos ocho años. La trabajo con orgánico y es eso lo que la UMATA ha venido fomentando desde hace unos años. Yo sembraría más, porque la intención y el interés sí los tengo, pero para eso se necesita plata y la verdad no la tengo. A nosotros nos dan las semillas y las plántulas pero es que no hay plata para pagarle a un obrero y uno ya se cansa y no aguanta tanto. Antes yo sembraba donde tengo la ternera, pero decidí dejarla para potrero y quedarme con la huerta pequeña. A mí me gusta ir y colaborarle a otros con sus huertas, uno se siente rico y visita a las personas; pero las fechas se empezaron a incumplir y la gente dejó de ir. La misma UMATA empezó a retrasar las fechas. Estamos en junio y hay gente que ni siquiera ha empezado a sembrar.
Yo no entiendo cuál es la razón de tanto incumplimiento. Antes las cosas no eran así. Las jornadas de vacunación se hacían un día a principio del año y todo el mundo llegaba al pueblo con sus animales para desparasitarlos, vacunarlos y bañarlos. Las actividades se realizaban a cabalidad y uno no tenía quejas sobre el trabajo de los funcionarios. Me acuerdo mucho de la vez que nos dieron los marranos. La UMATA nos dio a cada uno de nosotros dos marranos. Sólo pagábamos uno y nuestro trabajo era criarlos y engordarlos. Al final, uno le entregaba uno a la UMATA y el otro nos lo ayudaban a vender. Bueno, yo no sé porque tocaría devolver uno, pero a la gente le gustó y cumplió con lo que nos dijeron.
Con lo de las huertas yo no sé qué es lo que pasa. Yo empecé la huerta con la UMATA y me terminé de animar después de conocer a doña Constanza. Ella es una señora que tiene una finca por la vereda San José y tiene una huerta grande y muy bonita. Ella siembra hortalizas y las vende en Bogotá. Ella es amiga mía y me ha invitado a su finca para que yo vea y me anime. Pero no sé, las cosas no son tan fáciles aquí en Gachancipá...
Una vez vi un video de la costa y eso si me gustó. ¡Era como en Santa Marta!, Eso mostraban que la gente no tenía nada, ni siquiera sabían de plata. La gente trabajaba a punta de mano prestada y de intercambios. El que producía comida la cambiaba con el que hilaba ropa con lana de oveja; el otro traía leche de cabra y así. La gente se ayudaba y era como una familia. Eso me gustaría a mí. En medio de mis oraciones, siempre que hablo con Dios y la Virgen Santísima, les pido que no se olviden de uno. Uno ya está viejito y sólo quiere vivir tranquilo como allá los de la costa. Uno quiere tener la salud para seguir ayudando a los pobres, para seguir sacando lo del diario de la huerta, para seguir visitando a los enfermos, y sobre todo... para seguir orando y encomendándosele a Dios. En las noches, cuando me encuentro sola, pienso en mi vida y se la ofrezco toda a Dios. En las noches, cuando estoy orando, pido más fuerza para seguir adelante y continuar siendo yo.
Sueños de una tierra
Rosalbina es una campesina de Gachancipá que sueña con aquella tierra del Valle del Cauca que visitó hace un año. Sueña con abrir las puertas de su casa y encontrar la más increíble huerta, llena de gente trabajando, comiendo y viviendo de ella. Sueña con ofrecerle un próspero futuro a su hijo allí en el campo. Sueña con aportar sus saberes a la paz del país.
Yo volví a Gachancipá con mil ideas. Volví a trabajar en mi pequeña huerta con muchas expectativas. Yo soñaba con una vida justo como aquella que vi en el Valle del Cauca, un lugar que ni siquiera en el más ambicioso de mis sueños había podido imaginar.
Gracias a la señora Margarita, una profesora de la Universidad Javeriana, hace unos meses me fui de viaje al Valle a conocer una finca que manejaba sistemas sostenibles. Allí pude darme cuenta de cómo se manejaban diferentes estrategias para darle vida al suelo y al agua, y cómo era posible vivir de la agricultura orgánica teniendo en cuenta la economía no sólo de una, sino de más familias. Era increíble poder apreciar cómo se utilizaban los desechos de las plantas y los abonos para alimentos de animales, e incluso gas para cocinar. Yo nunca pensé que podría ver con mis propios ojos aquello de lo que la señora Constanza me hablaba en sus continuas charlas.
Doña Constanza es una señora que vive aquí en la vereda... Bueno, realmente ella no vive aquí, porque su casa está en Bogotá. Lo que pasa es que tiene una finca a unos metros de mi casa y allí trabaja una huerta orgánica grande, de donde saca hortalizas para venderlas en la Universidad Tadeo Lozano. Ella viene trabajando su huerta desde hace unos cuantos años y nos ha ayudado mucho a nosotros los campesinos, para que iniciemos las nuestras. Yo nunca me había atrevido a usar las tierras que heredé de mis padres para practicar la agricultura. Sí la había cultivado pero muy poco porque le temía a las pérdidas que ésta pudiera ocasionarle a mis bolsillos. Desde muy pequeña, aprendí los quehaceres del campo. No sólo por mis padres, sino porque en la escuela teníamos que salir al campo una vez a la semana con el azadón en la mano y trabajar la tierra como Dios mandaba.
Hoy, cuando miro a mis hijos, me preocupo. De los tres que me quedan, ninguno parece estar interesado por la vida en el campo. El mayor, de veintitrés años, se fue a trabajar como cuidandero a una finca por aquí cerca. Él dice que es mejor porque tiene asegurado el jornal y no como yo que nunca sé qué es lo que voy a cosechar, y mucho menos qué voy a poder vender. Del pequeño sí me quiero hacer cargo. Yo quiero que él reciba los saberes del campo, es por eso que cada vez que él no tiene tareas, lo invito a que me acompañe a trabajar en la huerta.
Mi huerta ha crecido mucho. Hace unos años, antes de irme para Cali, sólo tenía papa, maíz, arveja, fríjol, y de resto tenía la tierra para las vacas. En este momento tengo arveja acelga, repollo, lechuga, zanahoria, coliflor, remolacha, cilantro, haba, fríjol, maíz, papa, ahuyama y muchas aromáticas. Yo sí quiero sacarle el provecho a mi edad. A los cuarenta años me sigo sintiendo más que fuerte para meterle la mano a la huerta. Yo tengo en total siete fanegadas de tierra con mis hermanas y me gustaría algún día poner a producir todo el terreno. Ahorita, estoy asociada con un señor que sabe un poco más que yo. El sí sabe de plagas y bichos que atacan los cultivos. Claro está que él esta acostumbrado a trabajar con químicos, pero yo le indico cómo es que se hace con orgánicos.
Otra de las bendiciones que me ha traído la huerta, es que la gente me ha empezado a reconocer mi trabajo. Los vecinos vienen y me felicitan. Algunas veces me compran y hasta hacemos intercambios de productos. Por ejemplo, ellos me traen tomates y yuca; incluso algunas veces hasta me traen carne. Mi idea de todos modos es evitar gastos. De todos modos, yo con doña Constanza, doña Graciela, doña Rosalía, don José, doña María Inés y otros campesinos del pueblo, estamos apoyando el proyecto de la plaza de mercado del pueblo. Nosotros estamos yendo todos los domingos a vender los productos que cosechamos. El proceso ha sido largo y complicado porque la verdad es que no se vende mucho y uno se desanima a medida que pasa el tiempo y las cosas no mejoran. Yo he pensado varias veces en dejar la huerta porque me ha ocasionado muchos gastos, pero los vecinos, la UMATA y hasta las niñas estudiantes de la Javeriana me animan para seguir adelante. Incluso el mismo grupo de personas que trabajan conmigo en la plaza, lo animan a uno cuando esta decaído. Con ellos y con otras personas que he conocido en las reuniones y convites de la UMATA, he vuelto a creer en la gente. Ya no soy tan desconfiada como antes porque ahora sé que no estoy sola y que somos muchos los que nos la estamos jugando por sacar nuestros intereses adelante. Yo creo que produciendo comida puedo ayudar con la paz del país. Creo que ese es mi papel como campesina y estoy dispuesta a seguir adelante como sea.
Solo con la tierra
Don José es un persistente trabajador. Él cree en las posibilidades que ofrece la tierra y, aunque prefiere trabajarla solo, sabe que en la unión está la fuerza. Sabe que el trabajo lo dignifica y que la tierra lo llama.
Yo nací en el Cocuy, en Boyacá, pero a los nueve años me cansé de los malos tratos de mis papás y de los profesores de la escuela y me volé en un bus para después de unos años coger el tren y llegar aquí a Gachancipá. Yo llegué al pueblo hace unos veinticinco años y hace quince que me casé con Flor. Yo me organicé montando aquí en mi casa una tienda que se llama Pipos, pero antes trabajé en Promasa y en Bavaria como conductor de camión. Incluso ahora tengo mi camión para hacer acarreos de tierra cuando me contratan. Yo trabajo en el montallantas, administro la plaza de mercado del pueblo y hasta pertenezco a la Defensa Civil en el área de seguridad.
Yo siempre he intentado ser una persona colaboradora con los proyectos del pueblo. Aquí en mi casa las niñas de la Javeriana han organizado sus reuniones con la gente que tiene huertas orgánicas y que apoya el proyecto. Yo con mucho gusto les presto la casa y les colaboro en lo que pueda; pero la vida me ha enseñado que no hay que confiar en todo el mundo, y para formar una asociación de campesinos para sembrar hay que saber muy bien con quién se mete uno.
Hace unos nueve años, en la administración de don Pablo y los de la UMATA de ese momento, don Alex y la señorita Olga, surgió un grupo de huertas que tuvo muy buenos resultados. Éramos unas trece personas con mi compadre don Lisandro. Nosotros sembramos pura papa en las tres fanegadas del señor Gustavo. Fue por la misma época que entró a Colombia la polilla guatemalteca, un bichito que se mete entre la papa y la daña toda por dentro. Sin embargo, con todo y eso, la cosecha fue excelente. El problema vino después cuando esperábamos la segunda tanda porque nos salió toda dañada. La asociación se disolvió y, por lo menos yo, me fui a cultivar papa, arveja y maíz donde la señora Cristina.
Ya un tiempo después me llamaron los de la UMATA para que fuera a una reunión de CORPOICA y el SENA en Villa Pinzón. Allá fue donde escuché por primera vez el tal cuento de trabajar sin químicos. Nos dijeron que trabajar con Vitabas y otros químicos dañaba la tierra. Que en cambio podíamos trabajar con microviros, un polvo blancuzco que es supuestamente orgánico, mucho más barato que los otros y además no daña la tierra. Después de esa reunión, Alex y yo quedamos encargados de coordinar las UMATAS de Chía y Cota para hacer reuniones de campesinos. Se trabajaba con huertas orgánicas y, al final, se le regalaba un sorbo de papa a cada uno de los participantes, ¡pero no para sembrar... sino para comer! Fue desde ahí que comencé a acercarme a todo lo relacionado con lo orgánico. Empecé a recoger abono de res y caballo, a recoger pasto y hojas que caían de los árboles. Yo arrumaba todas las cosas para que se secaran y después poder echárselas a la tierra. A mí lo que más me gusta de todo este cuento es que uno no gasta ni un peso, por lo menos en lo que es la fumigación.
Yo estaba contento con todo lo que venía pasando, pero con el cambio de administración los proyectos cambiaron y se vino todo al suelo. Es que eso es lo que tiene al pueblo así. La desunión de los campesinos es producto de la discontinuidad de las administraciones. Los de la UMATA duran seis meses o un año máximo. Javier y Yolbi, los funcionarios actuales, están intentando integrar a los campesinos pero en unos meses ya se van. Yo estoy asociado con don Eduardo, no dependemos de la UMATA ni de nadie. Además, es mucho más fácil manejar dos o tres personas y no veinticuatro que no hacen nada.
Realmente a mí no me importa estar solo. Al fin y al cabo solo he estado desde los nueve años. De todos modos, yo sí apoyo que la gente se empiece a instruir. Sobre todo los jóvenes con la agricultura... ellos deberían aprender ahí, a la pata del campesino. Yo me acuerdo una vez que el cabo Ureña se trajo unos bachilleres de Chía, Zipaquirá y Sopó, para que yo les enseñara cómo era la cosa. Eso les dijo que tenían que traerse un azadón y estar listos a sudar la gota duro. Pero para ver cómo son las cosas, el mismo cabo cometió la burrada de traerse un palo porque, según él, la papa se sembraba abriendo huecos... ¡como si fuera arveja!
Yo sé que la idea de asociarse es muy buena. Conocer gente y confiar en ella nunca esta de más. El problema está en que los duros del pueblo no nos van a dejar las tierras buenas. A nosotros los campesinos nos toca sembrar en los peladeros del municipio, donde no llega agua y el suelo está infértil. Por otro lado, hay gente que tiene buena tierra pero que no se quiere asociar... Una señora que maneja unas tierras y unas huertas bonitas, por allá en otra vereda, se la pasa diciendo que hay que unirnos, que ahí es que sale la fuerza, ¡pero que!, yo le propuse que no asociáramos y ella me dijo que no. Ella sabe muy bien que no es tan bueno asociarse.
Yo, de todos modos, tengo mis proyectos en la cabeza. Yo sé que lo orgánico funciona. He visto cómo la tierra se engrosa y el pastaje se vuelve lindo y brillante. Vamos a ver qué pasa. Seguro que encontramos otras oportunidades.
Uno por la tierra
José Gabriel, un campesino con una increíble e incansable capacidad para hablar, es capaz de contar y recontar la historia que subyace a su pueblo y a la "desgracia" laboral que lo limita y le impide avanzar. Junto a sus conejos, este hombre cuenta una historia que habla de todos pero que aparentemente no lleva a ninguna parte.
Yo soy una persona con una increíble experiencia laboral, nací hace 48 años aquí en Gachancipá, en la vereda La Aurora, y aunque he viajado y me he establecido por cortos periodos de tiempo en otras ciudades y municipios, aún sigo viviendo y trabajando en la tierra que me vio crecer. Sin embargo, esto es algo que algún día pretendo dejar atrás. La explicación podría ser un poco larga, pero es sencilla. Yo he presenciado los diferentes sucesos que ha vivido este pueblo ahora invadido por las industrias de flores que se apropiaron de la sabana de Bogotá hace unos años. Yo recuerdo con tristeza los días en que aún funcionaba el tren. La línea del tren fue construida hace más de sesenta años y recorría inicialmente la ruta Bogotá-Villa Pinzón. Años más tarde, se amplió hasta Tunja, Sogamoso, y finalmente hasta Paz del Río. El tren recorría la ruta cuatro veces al día, y Gachancipá era una de las estaciones más importantes. Gracias a ella, el municipio pudo presenciar el comercio de cemento, piedra caliza, hierro y ganado gordo, entre otras cosas. El turismo también funcionaba porque la gente venía desde Boyacá y se bajaba aquí para conocer y comerse una gallina criolla, chicharrones y un buen plato de mute. En esa época, los campesinos del pueblo trabajaban sus huertas caseras, núcleo de la economía familiar, produciendo maíz, arveja, haba, fríjol, matas de durazno y brevo.
Sin embargo, cuando yo tenía dieciocho años, las industrias de flores llegaron y colonizaron toda la Sabana. Las flores tuvieron su época del 85 al 92. Trabajar con flores era como trabajar en Coltejer, como trabajar para los Santo Domingo en Bavaria. Incluso muchas familias se vinieron de otras ciudades para la sabana para ver cómo estaban las cosas.
Yo tuve la oportunidad de acceder a un buen estudio; yo hice la primaria en Gachancipá, el bachillerato en el Instituto Triángulo, estudié Administración Agropecuaria en el SENA, e incluso hice cursos de inseminación artificial y de riego por goteo. Actualmente me dedico a la conicultura. Aquí en mi casa manejo una cantidad de conejos que vendo por encargo, y ofrezco otro servicio puerta a puerta. También estoy trabajando en los cultivos de la señora Constanza, por allá en la vereda San José. Ella es un poco desordenada con la huerta, entonces yo le colaboro porque yo sé de eso. Estoy trabajando los fines de semana en las granjas del padre Luna con unos cultivos de fresa con los que ya había trabajado antes.
Yo soy un hombre con una amplia experiencia. Trabajé hace muchos años en empresas como Flores del Campo y Las Palmas, que son prestigiosas empresas de flores. ¡Allá me decían el profesor Yarumo!... ¡Incluso llegué a ser concejal en el año 88! Yo he trabajado con los duros de este país, y sé qué es la corrupción; tal vez es por eso que estoy estancado, por ser honesto y no seguirle la cuerda a todos los corruptos que pululan en este país.
Alguna vez, yo me fui para Antioquia a montar unos invernaderos. Eso era una finca completamente virgen, con aguas naturales, con unos eucaliptos sembrados hacía sesenta años, con ardillas que jugaban de lado a lado... ¡con matas de aguacate y todo! En fin, yo allá fui testigo de los sobornos que se hicieron... El soborno fue a punta de invitaciones a Llano Grande para que finalmente les dieran el permiso para talar, romper y llevar a cabo el proceso. ¡Yo me siento capaz de decir esto frente a la misma Federación Nacional de Floricultores porque yo lo vi... porque estuve ahí!
Además, las flores no sólo fueron cuestión de plastificar al país. Las flores también fueron la causa de la descomposición del núcleo social campesino. Primero que todo, el noventa por ciento de la población Gachancipeña está vinculada al trabajo de la floricultura. Segundo, con la entrada de la mujer a las empresas de flores, se acabó el rol de la mujer campesina. Yo aseguro que vi cómo mujeres casadas y con hijos iban a trabajar de operarias y terminaban abandonándolos por irse con el primer amante que se les cruzaba por el camino. Yo mismo acompañé a las psicólogas de la empresa como jefe de personal, que era mi cargo del momento, y pude ver casos donde las señoras dejaban a sus hijos encerrados en la casa con una olla de maíz pira y una taza de agua de panela mientras se iban de rumba el fin de semana. Por eso fue que abrieron jardines infantiles en las floristerías y empezaron a realizar capacitaciones de planificación familiar para los trabajadores.
Finalmente, lo que pasó fue que la gente abandonó sus huertas caseras y se perdieron las costumbres de la agricultura. Ahora los niños ni siquiera conocen sus raíces. Se la pasan enchufados al televisor viendo todos esos programas de "Siguiendo el rastro" y "La vida es así". Ya no existen programas como el de "El profesor Yarumo", programas donde nos muestren a nosotros los campesinos, donde salgan las cámaras de televisión a los pueblos los días de mercado y muestren... por ejemplo: Venta Quemada Boyacá, donde venden sopa de mute con criadillas, o Chía, donde venden la longaniza, la almojábana y el café. Yo veo que la gente se ha alejado mucho de sus raíces, y por lo menos aquí en Gachancipá las cosas ya no funcionan. Hace poco inauguraron la plaza de mercado del pueblo, cosa que nunca había existido en Gachancipá. Yo quedé con la segunda votación más alta para ser parte de la junta directiva. Yo no creo que eso vaya a funcionar, por eso nunca fui a las reuniones que hicieron. Ofrecer productos en cantidad, calidad y continuidad es imposible. Si Gachancipá se viera desde un helicóptero, se podría divisar que no hay cultivos... sólo potreros. Por eso no acepté la postulación, además, yo no creo en las propuestas que hacen las administraciones del pueblo...
Yo sé que soy un persona creativa, con mucha iniciativa y dueño de unos conocimientos que no todo campesino tiene. Yo sé que aquí no puedo salir adelante, la gente que está no sirve para progresar porque no piensa un poquito más allá de sus narices. Yo me quiero ir. Quiero llevarme a mi familia e intentarlo en otro lugar. Esa es la única solución.
Discusión
El trabajo adelantado con los campesinos participantes del grupo de huertas orgánicas nos condujo a varias reflexiones, las cuales pueden plantearse desde dos aspectos: la experiencia organizativa del grupo de campesinos y los modos de relación de los diferentes participantes del proyecto.
En cuanto a la experiencia organizativa del grupo, el trabajo adelantado desde la narrativa permitió reconocer varios elementos que resultan de interés cuando se piensa en promover y apoyar procesos organizativos. En primer lugar, nos muestra que es tan necesario rescatar la particularidad de intereses que mueve a un grupo de campesinos a organizarse, como el objetivo común que tienen para asociarse. A pesar de que para todos era importante hacer un cambio hacia la producción orgánica, las razones por las cuales se involucraron en este proceso se diferencian. Como se observa en el relato hay un constante ir y venir, hacia atrás y hacia delante, buscando comprender de dónde sale el interés por vincularse a un proceso asociado (la necesidad de ser reconocido, de ganar dinero, de aprender) que le otorga un sentido al presente, para así poder proyectar lo que se espera que pase en el futuro (unirse, irse del pueblo, aportar a la paz del país).
¿Qué otras cosas emergen del relato? En las historias contadas es frecuente encontrar la experiencia de un campesino al que le ha tocado solo. Quien ha aprendido a defenderse solo. Para quien no es fácil poder confiar en otros, incluso en sus vecinos.
Se evidencia también la necesidad de recuperar la tranquilidad, evadiendo la lógica de intercambio impuesta por el capital (dinero), recuperando formas tradicionales de comercialización, tales como los trueques. Se busca también luchar contra el abandono de la vejez y la "inutilidad" o la ignorancia que les limitan las posibilidades para vincularse a otros trabajos. Ellos y ellas buscan ser reconocidos por su comunidad, valorados por su saber y experiencia vital, resistir al rechazo social, demostrando que en ellos existen otras historias que merecen ser contadas.
En el relato, la asociación no sólo ha sido convocada para el trabajo, es más frecuente en el encuentro con los vecinos. Para ellos y ellas, resulta de suma importancia recuperar las formas tradicionales y locales de encuentro tales como los convites, no sólo las conferencias y los cursos.
En las historias contadas emerge la pluriactividad, la necesidad de trabajar la tierra, de montar una tienda o un negocio, de jornalear. Sequeira y Osorio (2001) han considerado este fenómeno como una señal de la entrada de la globalización: se han "reintegrado" lo urbano y lo rural debido, en gran medida, a la ágil industrialización del campo que vuelve difusos los límites entre estos dos espacios. De esta manera, fenómenos que se dan como producto de la intensificación del dominio del capital, los cuales se observan en las organizaciones empresariales urbanas, tales como la precarización del trabajo y del salario (Llambi, 2001) y la pluriactividad (Sequeira y Osorio, 2001), son vividos también por los trabajadores y las organizaciones del sector agropecuario. Estos fenómenos propician la expulsión del trabajador del campo, la expropiación de sus tierras y la búsqueda de otras fuentes de empleo para complementar los ingresos familiares y cubrir sus diferentes necesidades, como se evidencia en el relato.
Estos elementos nos muestran que el interés de este grupo va más allá de ganar dinero, de querer ser empresarios, microempresarios o grandes comercializadores. Detrás de esta intención de asociarse, se encuentran otros deseos, otras intenciones, y el hecho de que no sean las mismas para todos no quiere decir que no deban ser públicamente reconocidas, compartidas y aceptadas. Son valiosas por el hecho de mostrar esta diferencia y recordarnos que en cada organización lo rescatable no sólo es lo que los une sino lo que los diferencia. Un facilitador de estos procesos organizativos, ya sea un psicólogo o cualquier otro interventor, que reconozca la diferencia, las subjetividades que allí existen y que luchan, permitirá no sólo la formación de una organización sino la posibilidad de implicarse en las historias de las vidas de las personas.
Finalmente, una mirada desde la narrativa transforma las relaciones de los implicados en la construcción de este relato. Profesores, estudiantes y campesinos reconocimos otras posibilidades para el encuentro con el otro. Para los campesinos y las campesinas con los que trabajamos resultaba sorpresivo ser visitados en sus casas, en la visita a sus huertas, ser acompañados a las jornadas de siembra, a la plaza los domingos. Para los estudiantes significó la posibilidad de reconocer otras formas de encuentro y de saberse parte de las historias, experimentando la relación sujeto-sujeto y encontrando una nueva manera (el relato) para hablar de otros.
Para los profesores significó la posibilidad de abrirle espacio al campesino en el mundo académico- formativo de la psicología organizacional, y también el reto de pensarse en la implicación, no sólo en las historias de los campesinos sino en las de los estudiantes en formación.
Referencias
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Dirección para correspondencia
Pontificia Universidad Javeriana
Facultad de Psicología
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Tel. (57-1) 320 8320 Extensión 5757
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Olga Lucía Huertas Hernández
Correo electrónico: olga.huertas@javeriana.edu.co
Carlos Alberto Villegas Uribe
Correo electrónico: cecreacolombia3000@yahoo.esRecibido: agosto 31 de 2006
Revisado: octubre 9 de 2006
Aceptado: noviembre 2 de 2006
1 En los grupos con los que se trabajó en el proyecto encontramos múltiples experiencias previas de capacitaciones sobre cómo hacer empresas o cooperativas, como formas privilegiadas de organización para promover tanto la producción como la comercialización. Estas capacitaciones se ofrecían desde agentes externos como las administraciones públicas, organizaciones no gubernamentales e instituciones educativas. Sin embargo, la acogida y sostenimiento de estas formas organizativas por parte de los grupos con los que tuvimos contacto era mínima o sostenible sólo a corto plazo con el acompañamiento del agente externo.
2 Informe de investigación elaborado por Natalia Roa López (noviembre 27 de 2002).
3 Las Unidades Municipales de Apoyo Técnico Agropecuario eran instancias de la administración pública municipal, encargadas de brindar apoyo a la producción agropecuaria del municipio y favorecer el cuidado del medio ambiente.