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Natureza humana
versión impresa ISSN 1517-2430
Nat. hum. v.3 n.2 São Paulo dic. 2001
ARTIGOS
Para una desconstrucción del (complejo de) Edipo y su emplazamiento en el psicoanálisis tradicional
For a deconstruction of the Oedipus Complex and its implimentation in traditional psychoanalysis
Ricardo Rodulfo
Psicoanalista, doctor en Psicología e profesor titular de la UBA
Dirección para correspondencia
RESUMEN
En términos de las proposiciones largamente desarrolladas por Jacques Derrida, se introduce la desconstrucción en el campo psicoanalítico, a propósito y con objeto de uno de sus núcleos conceptuales más estabilizados, el de complejo de Edipo. Se pasa revista a la contaminación mitopolítica de este concepto y a las impasses a las que lleva al psicoanálisis tradicional. Colateralmente se consideran algunas implicancias clínicas.
Palabras clave: Desconstrucción, Complejo de Edipo, Anterior, Binario.
ABSTRACT
Taking help in Jacques Derrida's ideas about desconstruction, this text introduces the practice of deconstructing in psychoanalitic field and theory. The main target here is the concept - not as a mere empirical fact - of Oedipus complex. The text develops a long series of points of contamination - in a myth-political sense - of that concept, as such as its impasses and - in a more colateral way - clinical consequences.
Keywords: Desconstruction, Oedipus complex, Former, Binarism.
RESUMO
Em termos das proposições desenvolvidas por Jacques Derrida, introduz-se a deconstrução, no campo psicanalítico, de um de seus núcleos conceituais mais estabilizados, o complexo de Édipo. Revisa-se a contaminação mito-política desse conceito e os impasses que ele provoca na psicanálise tradicional. Colateralmente, consideram-se algumas implicações clínicas.
Palavras-chave: Deconstrução, Complexo de Édipo, Anterior, Binário.
... uno de los más serios problemas
de la teoría psicoanalítica
(Jessica Benjamin)
1. Del epígrafe
¿Cómo nos elige una frase, una sentencia, un párrafo para "servir" de epígrafe? ¿Mediante qué velocidad de pasos se recorta en la lectura y se nos propone de un modo fulminante? ¿Y por qué razón, ya convertido en sentencia, deja pasar inadvertidas ciertas condiciones y posiciones de enunciación? En este caso - muy particularmente - el tratarse de una mujer, del escrito de una mujer. En primer lugar. Y de un libro donde el giro "lazo de amor" pesa con toda su polifonía semántica: lo que liga, lo que estrecha, lo que crece entre ("...desarrollaron lazos de..."), lo que ciñe, lo que ata, lo que limita, lo que atrapa. El mismo holding de Winnicott no carece de estos lazos. Y estos lazos de amor y su trampa potencial operan desde siempre cada vez que el pensamiento psicoanalítico tiene - tendría - que tener una explicación con Freud. Pese a lo propuesto alguna vez por Lacan en cuanto a la lectura cuidadosa y creativa como signo del amor, lo que suele suceder es confusión entre el cuidado que merece un texto o una teoría y el acatamiento al principio de autoridad emanado del "autor". (Y si hay un concepto hasta popularmente ligado - atado - al nombre de alguien como "autor" es el que nos ocupará en las páginas que siguen...).
La "peste" de la sexualidad infantil, ¿sucumbe en el psicoanálisis a esa "peste" de lo edípico que se desarrolla en su interior al modo de una afección autoinmune, una de cuyas claves de bóveda es centrarse en torno al afecto angustia, a la angustia del afecto, y nada en relación al de la alegría, al afectarse de la alegría?
2. Interrogación
La referencia global a "obstáculos" en el trabajo analítico y sus fines - la investigación de lo que no se puede investigar en un protocolo de investigación, la cura en su doble sentido: el alivio del sufrimiento, la preocupación por la subjetividad1 puede limitarse a consideraciones exclusivamente clínicas, es decir, enseguida, técnicas (sin una pizca de teoría la clínica deriva rápidamente hacia ese plano, en el fondo, burocrático-institucional), en segundo lugar puede enceguecerse en una apelación automática al "sistema de los conceptos", con su inmediato deslizamiento a la actitud dogmática (típicamente, despachar toda cuestión invocando "la falta" o "la roca" del complejo de castración, sin abrir verdaderamente ningún horizonte (de) nuevo). La tercera vía es la que intento tomar aquí: ceñida lo más desnudamente, se la emprende tomando "la teoría psicoanalítica en sí misma" como un obstáculo para el trabajo concreto y cotidiano del psicoanálisis. Es la única actitud que merece el nombre de interrogación y se sitúa en la gran tradición filosófica al respecto.
3. Aclaraciones
Semejante proposición requiere de por lo menos dos especificaciones:
1) No apunta a cualquier nivel, su máxima fuerza se aplica al plano propiamente metapsicológico, allí donde funcionan los postulados, y a sus efectos más silenciosos y constantes. De una manera ejemplar, el principio de inercia tal como fuera enunciado en las primeras páginas del Proyecto y en cuya desconstrucción2 vengo trabajando últimamente, es decir, después de "El niño y el significante" (Rodulfo 1989). Este trabajo y este plano de incidencia tiene todo que ver con lo que hoy en día se designa como la problemática de "los nuevos paradigmas" y su interpelación al psicoanálisis como cuerpo doctrinal.
2) Por otra parte una proposición así no puede ser abandonada declamatoriamente en un plano de generalizaciones vagas. Para ser trabajada seriamente reclama investigaciones textuales acotadas, itinerarios particularizados de derrotas conceptuales.
4. Entre paréntesis
(Una llamada de atención por lo peor de la compulsión repetitiva en el procesamiento que generación tras generación de psicoanalistas y psicoterapeutas más o menos psicoanalizados y preñados de "psicoanalismo" - conforme lo señalado por Rondinesco, la falta de una referencia institucional fálica monopolizadora se compensa con rigidez catequística en lo teórico, habida cuenta que el significante tiene mayor afinidad espontánea con el slogan publicitario que con el concepto crítico - hace de la teoría. Lo que en el fondo más preocupa no es el principio de inercia cuanto "la inercia de los principios". La enfermedad endémica del psicoanálisis parece ser una obsesión de sus practicantes por su identidad, un poco a la manera en que, clínicamente, se la encuentra en ciertas impasses narcisistas adolescentes. Esta actitud subjetiva - en tanto tal, "pre" teórica - trae consecuencias más serias que cualquier peripecia de un contenido semántico en particular. Los analistas, como conjunto, están retrocedidos de antemano frente a cualquier cuestionamiento de lo que hace tiempo ya Lacan señalara como cáscaras significantes vacías, sólo útiles para reconocerse entre sí. La huella se vuelve un barrizal que no deja pasar.
De acuerdo a mis ideas, tanto ritualismo debe esconder y conducir a un basamento fóbico bajo la especie, aquí, de la agorafobia. Sin los mojones de siempre enunciados tranquilizadoramente como siempre: "la represión", "la transferencia", "el (complejo de) Edipo", etc. etc. (las distintas corrientes y grupúsculos sólo introducen variantes en la acentuación relativa de tal o cual término), el colega parece sentirse perdido o en peligro de perderse. Cualquier incursión más allí de lo habitual suele suscitar el alivio apurado del retorno a casa. La ideología fóbica del Q = cero como ideal, o, como lo decía un paciente agorafóbico, la opción entre "estar vital o estar tranquilo" resuelta a favor del segundo término, campea de un extremo al otro del psicoanálisis. Antes que otra cosa, sus practicantes quieren estar tranquilos. Y esta actitud es lo más problemático frente a cualquier intento de inquietar con "los nuevos paradigmas" o con lo que fuere.
Lo peor; porque el principio de identidad (el psicoanálisis idéntico a sí mismo como una formación "no metamorfoseable"3) es el principio de inercia en su realización más absoluta y autodestructiva. Esta actitud de "el principio de identidad primero" es lo que pone un freno a cualquier puesta al día y lo que vuelve tan conservadores a los analistas en general, por muy conversadores que sean sobre la "revolución" freudiana.
5. Estructura
Precisamente, el terreno que he escogido para esta discusión no es poco paradigmático. Si hay un término, una referencia central y centralizadora en el psicoanálisis, es la apelación al complejo de Edipo, o, en su abreviatura, tampoco (y tan poco) problematizada, "al" Edipo. La presuposición asentada, "instituida", es que ya ha sido "descubierto", por lo tanto, nada hay que interrogar en él. El modularlo según la pertenencia tome como significante del Super-yo a Klein, a Lacan, o al mismo Freud "depurado" de aquellos, esto no puede considerarse en absoluto una problematización. "El" Edipo se da por un hecho descubierto y descontado, de manera tal que un ponerlo en entredicho ha tendido a visualizarse como un "desvío" antes que una "posición" psicoanalítica posible.
Después de lo que dejamos entre paréntesis, es de esperar que la naturaleza de este "poner en entredicho" sea revisada cuidadosamente. No se trata de proponer inversiones espectaculares (v. gr., leerlo desde un postulado impulso "filicida", tan postulado como el impulso "parricida"), ni de declarar su irrelevancia o inexistencia en favor de un nuevo key-concept. Me parece que estas cosas, en sí mismas con sus valores no desdeñables, no alcanzan el nivel de la actitudpsicoanalítica que acabo de describir, y que se apoya, oportuno es recordarlo, en el mitema de Freud como "padre", como "autor" del psicoanálisis. Que Freud como "personaje" político se arrogue esa relación no es el problema. Lo verdaderamente sorprendente es que tal pretensión sea tan fácilmente aceptada por los practicantes de una disciplina que, en sí misma, se lleva mal con la noción de "autor" y que ha contribuido no poco a desmitificarla. De donde se extrae la conclusión de que los psicoanalistas, como conjunto institucional instituido, padecen el complejo de Edipo - sobre todo en su inflexión de Vatercamplex - que creen tener por descubierto. Han "contraído" el concepto. Y es más, lo han caracterializado. La simplificación que "elide" "complejo de" da cuenta de esto. La referencia conceptual originaria denota algo que, de una manera no lineal, de una manera enmarañada, se sufre. "El" Edipo ya no se sufre, se está naturalmente inmerso en él; toda una paradoja pues: el movimiento de su promoción estructural a categoría de la cultura es lo que lo naturaliza, sin que la envergadura de semejante operación universalizadora parezca inquietar a nadie.
Lo único que puede intentarse para ver de afectar tanta impávida seguridad en la existencia ontológica "del" Edipo, en el Edipo como inseparable de la ontología psicoanalítica, es proceder a su desconstrucción. Desconstruir no es impugnar, ni descalificar, ni eliminar simplemente algo. Todo lo contrario, es un modo de desarmado que pone de relieve el porqué funciona tan bien y tan eficazmente. Desconstruir es desplegar y examinar los elementos constitutivos de un concepto y los modos que tienen de operar. Y aquí esto es muy importante porque, tomados en su promedio, los practicantes del psicoanálisis y sus alrededores consideran "al" Edipo como una cosa del tipo que fuere, no lo pueden visualizar como un concepto de tal resonancia y prestigio que incluso pueda oscurecer y opacar la relación clínica con lo que para un psicoanalista es "la realidad". Hace a nuestra primera hipótesis: los psicoanalistas "padecen" - en general sin saberlo - el complejo de Edipo. La forma de padecerlo consiste, en una de sus operaciones fundamentales, en no experimentarlo como un concepto (en tanto tal, anidado y anudado a un yacimiento ideológico, mítico, mito-político, como todo concepto, incluido el más "científico"), sino como un elemento constitutivo de lo empírico, algo que "está ahí", en la realidad empírica, presente a sí (sobre todo desde que su "descubrimiento" desenmascarara sus múltiples disfraces. Esto "capacita" hoy a cualquier psicoanalista para ya "saber" que, por ejemplo, "el jefe" es el padre, etc. etc., sin resto de duda).
Debe sumarse a esto - dificultad que vuelve a justificar tomarse los trabajos de la desconstrucción - que, promedialmente hablando, los practicantes del psicoanálisis no tienen sino una idea muy sumaria de lo que es un concepto psicoanalítico. Los más ilustrados, que no los "aprendientes",4 le remitirán al sistema general de la teoría, como si esto bastara, en la suposición de que cada concepto - y por ende el sistema todo - está "impio": pertenece al psicoanálisis, sus fronteras son nítidas, no tiene compromisos ni complicidades con las tramas ideológicas de la cultura, en una palabra, estaría claramente diferenciado de elementos mitemáticos, no se vería "condicionado" ni "constituido" por ellos.
Los trabajos de la desconstrucción pueden ayudar a barrer estas ilusiones conmovedora e ingenuamente narcisistas. Pertenece al estilo m ás propio de ella sospechar de toda proposición binaria del tipo "ciencia/ideología", "analítico/pre-analítico", etc., y por lo tanto se interesa en el rastreo de todo lo que en un concepto no es "puro" concepto, de su umbilicación a tradiciones, repeticiones y mitologías que exceden largamente las fronteras espacio-temporales entre las diversas disciplinas y prácticas discursivas.
6. Pliegues, repliegues
Seguiremos el hilo de un excelente texto de Jessica Benjamin, "The bonds of love", (Benjamin 1993). Es un insistente texto desconstructivo, no dirigido a la invalidación frontal "del" Edipo - lo cual supondría minimizar sus efectos subjetivos - como a detectar con paciencia, yendo y viniendo de la clínica a la teoría, sus resortes y sus componentes en lo que más dependen de lo que Benjamin llama aproximativamente "ideas culturales" (1993, p. 19), de nadie en particular, dicho de otra manera, "esquemas míticos". A lo largo del texto - que además se propone explícitamente "no simplificar" (1993, p. 22) la escritura freudiana - se va operando un desplazamiento de singular magnitud e importancia para lo que queremos plantear aquí: en lugar de aparecer "el (complejo de) Edipo" como el nombre tomado prestado de un descubrimiento con el que el psicoanálisis acometería la cultura, aparece ahora "el (complejo de) Edipo" como el peso sobre una nueva disciplina, el psicoanálisis, de un complejo dispositivo mítico que condiciona cómo pensar las cuestiones de género, las diferencias sexuales, y obliga inconscientemente a ese psicoanálisis a una negociación con esas formaciones ideológicas. "La forma de leer, desde el principio, el (complejo de) Edipo, y el extraerlo como `nombre' de un concepto, no dependen ni mucho menos solamente del método psicoanalítico."(Benjamin 1993, p. 80). Dependen tanto más de redes significantes portadoras de venerables - y venéreas en su capacidad de propagación - ideologemas y mitemas sobre la sexualidad humana. Empezando porque Freud está sumamente expuesto, en el sentido de la vulnerabilidad, a lo mítico. Cree (es su punto de partida en "La interpretación de los sueños" cuando recurre a la tragedia de Sófocles y en segundo lugar a Shakespeare) que el mito expresa "tendencia primitivas" o profundas de los seres humanos. No lo puede pensar, por lo tanto (caso muy distinto al de Marx y al de Nietzsche), como un modo social discursivo de operar para que los "seres humanos" lleguen a creer que tales o cuales creencias son inherentes a sus tendencias más arcaicas. Era, por otra parte, el horizonte antropológico de su época, que ligaba la mítica a lo "primitivo", "prelógico", etc.
El desemboque de una cierta manera de pensar la diferencia sexual y su articulación con el género en la metapsicología freudiana puede ser rastreado, en una lectura cuidadosa, en el itinerario que sigue Benjamin. Dicho en mis propios términos: la metapsicología freudiana pasa ante nosotros por extremadamente abstracta, pero está sexualizada hasta el tuétano. Su principio capital, el principio de inercia con todas sus variaciones y matrices, está firmemente entroncado con la imago mítica de la mujer como la madre, y la madre como la muerte. El niño, para Freud, no dispone de ningún elemento propio que le desee separarse de su madre, y sólo lo hace bajo amenaza externa:5 Por esta vía, Q = cero, como aspiración originaria y absolutamente irreductible del "aparato psíquico", será la "expresión" metapsicológica de la aspiración universal y a-histórica de "retornar" a la madre como a la impasse mortuoria y mortal.
Es interesante que el peso de este antiguo mitema embrolle el mismo planteo de la emergencia del complejo de Edipo. En efecto, tal como surge en Freud, tal como es trabajado en principio por él y sus primeros seguidores, como Karl Abraham, - en el sesgo que podríamos, con todas las prudencias del caso, considerar como el más "evolutivo" en los textos -, el complejo de Edipo se despliega como fruto de un crecimiento del niño en el curso de sus primeros años ("deseo de ser grande", escribirá Freud 1900, p. 183). Desde ese punto de vista, se lo puede leer como una encrucijada, un accidente esencial, de su evolución física y psíquica (y Freud nunca aceptará suprimir el prefijo "pre", la marcación de etapas "anteriores" al complejo). Pero cuando a esto se le superpone la "bruja" (un personaje "femenino") metapsicología con sus mitemas en secreto (tanto más cuanto un lenguaje muy abstracto, "cientificista", es el ideal para pasarlos de contrabando), el mismo complejo será visualizado como el retorno por excelencia al "cero" (de) la madre (así se leerá el coito fantaseado con ella como un retorno metonímico: vuelta del pene a lo uterino en representación del sujeto entero):
En lugar de contentarse con una referencia a la misoginia freudiana parece más provechoso plantearse si la adscripción a un mitema semejante (madre = quietud del cero) no producepsíquicamente misoginia al por mayor, y todos los terrores que se quieran a la mujer, "casualmente" sinonimizada o reducida a la imago madre como imago princeps. Es el camino que sigue Benjamin: paso a paso muestra cómo, por más de un modo, en el interior del concepto "(complejo de) Edipo" reina y gobierna una partición binaria que es el modo y el medio por excelencia de pensar la diferencia en tanto sexual. Y aquí ya cesan los recursos para no ser esquemático, pues el esqueleto, lo que Levi-Strauss designa como la "armadura", del esquema lo es irremediablemente. Del lado de la madre, la Naturaleza; del lado del padre, la Cultura. El "padre de la liberación" se opondrá a la "madre de la dependencia" (Benjamin abunda en examinar largamente, también, en qué contextos ideológicos de la civilización occidental la "independencia" es aceptada, también por el psicoanálisis, como valor supremo). El peligro de "lo fusional", de caída en "lo arcaico", impregna el imaginario de lo femenino, en tanto lo paterno queda del lado de los valores de racionalidad, "corte", etc. Los dos ejes más decisivos para la desmitificación de esta oposición son: el par narcisista/edípico y el correlativo imaginario/simbólico. La relación a la madre es asimilada ligeramente al campo amenazador de lo narcisístico (término cuya connotación es casi inmediatamente psicopatológica para los psicoanalistas como promedio) y al dualismo especular de lo imaginario. Lo paterno, con la misma liviandad, será dibujado como "legalidad" que acota aquellos excesos. Pero la referencia de horizonte más lejana y amplia que organiza este sistema se escribe Naturaleza/Cultura: la mujer como entidad ambigua en su pertenencia al orden cultural, siempre proclive a la naturaleza (mito pre-ecológico, qué duda cabe), representante potencialmente siniestro (para Freud, recordemos, en la última instancia, en el último arresto de su texto, lo "siniestro" es la vagina, "el genital femenino") de la naturalidad de la naturaleza como fuerza negativa que nos succiona hacia sí.
Poco se arregla de esto haciendo de la palabra materna la mediadora de la Ley del padre. Puesto que, por definición, ni está hablando en su nombre ni en su posición originaria de "cocodrilo", según la decisiva figuración lacaniana (Lacan 1985, p.72).6
7. El mito anterior
¿Habría, pues, ? si seguimos el curso del texto de Benjamin allí donde se abre más allá de lo escrito - un mitoanterior - anterior en todo sentido - al del (complejo de) Edipo: un mito anterior nombrado como aquel sin serlo exactamente? Este mito diría de una proto-bipartición donde lo masculino es congruo con lo cultural, lo racional, la separación, la individuación, la independencia, mientras que lo femenino se hace cargo de los elementos inversos en una "relación de complementariedad": uno tiene lo que el otro no tiene. El ser potencialmente maligno de la mujer queda fuertemente fundamentado en que, en gran diferencia con el hombre, su motivación originaria es la envidia (que no es lo mismo que decir un deseo y mucho menos un desear). Este mito sin nombre claro, unívoco, pero que circula en innumerables haces de relatos europeos y no europeos,7 condiciona toda la aprehensión clínica y teórica que en el psicoanálisis haya podido hacerse del (complejo de) Edipo. "Digamos que este `Edipo' se lee con aquella rejilla de distribución atribución en lo que hace a padre y madre y a género y sexo" (Benjamin 1993, p. 202).
Pero, y aquí se concentra el peso de la argumentación de Benjamin, ¿es éste un sistema conceptual que permita plantear y pensar la diferencia sexual, particularmente en su apertura histórica al porvenir? ¿Se puede significar esa diferencia en términos de un esquema que la recusa como positividad, en tanto - como es propio de la lógica fálica - uno de los términos es el marcado positivamente y el otro queda afectado de irremediable negatividad?. En este punto Benjamin destaca la aporía fundamental del concepto (complejo de) Edipo, tal y como ha venido funcionando concretamente desde que existe el psicoanálisis: creado para dar cuenta de, siendo su función capital dar cuenta de, fundamentar cómo niños y niñas hacen la articulación entre sexo y género y adquieren «identidad» sexual. Este concepto no tiene los medios para ello - puesto que en lo más íntimo de su seno alberga la diferencia - sino en términos complementarios y negativos: el que tiene y el que no tiene, el con "más" superyo y "sentido de la justicia": y la que tiene "menos" de estas cosas, el con ley y la sin ley, el que se acerca al otro de la sexualidad empujado por su deseancia y su "oscuro impulso de penetración" (Freud 1909, p. 233) y la que se acerca bajo la amarga decepción de lo que no tiene, sellada y significada por la envidia.
La conclusión de Benjamin es lapidaria: el concepto (complejo de) Edipo, construido para pensar la constitución de la diferencia, no sirve, no es un medio conceptual idóneo para pensarla. Lo cual es muy diferente, también, de decir "este concepto no existe, no es tal". Por el contrario, subraya Benjamin, en este estatuto y régimen de funcionamiento este concepto constituye "uno de los problemas más graves de la teoría psicoanalítica" (Benjamin 1993, p. 309).
Por mi parte quiero atenerme a destacar un punto más acotado de toda esta inmensa problemática (que no admite "soluciones" mágicas, rápidas, nisólo conceptuales): enunciado sencillamente, el "verdadero" problema es que cuanto hemos inventariado - de modo necesariamente somero - va a parar, implacablemente, a las interpretaciones del analista. Mejor dicho: a su cocina, allí donde, sordamente, se amasan; allí donde el psicoanalista y la psicoanalista se pone en juego frente a un paciente que es niño o niña, hombre o mujer. No es un detalle menudo: Freud mismo nos enseñó a tener muy en cuenta todo lo de ese subsuelo, la cocina.
Si a ese practicante del psicoanálisis le sigue pareciendo bien, en lo sustancial, el estado de cosas de la teoría en lo que respecta a la diferencia, si le sigue pareciendo tudo bem al leer "Algunas consecuencias psíquicas..." (a lo sumo con alguna modernización "lacaniana"), si no se le revuelve nada en cuanto a interpretar y analizar los materiales sobre estas bases donde el orden mítico resignifica y domina el orden teórico, en lugar de ése desmistificarlo, ¡que los dioses que ya no nos acompañan, nos guarden y guarden de él al psicoanálisis! No tendrá otro porvenir que el de otra ilusión.
8. Reprises
Conviene ahora repuntuar, vistas las complejidades del tema, la secuencia de las hipótesis que hemos desplegado.
La primera hipótesis que enuncié es la de que, tomados en conjunto, los practicantes del psicoanálisis sufren (sintomáticamente o no) del (complejo de) Edipo. El concepto, así vistas las cosas, anticipa, en su acuñación histórica, un profundo padecimiento neurótico de los psicoanalistas. Y con la semiología más clásica en su contenido manifiesto: no poder liberarse del peso de lo paternal patriarcal. El contenido latente es algo más complicado. Incluye la creencia en el padre y en Freud como un "genio" que sería "el padre", "el fundador", "el inventor", del psicoanálisis. En un mundo donde reinaban las pesadas tinieblas de la época victoriana, habría llegado este hombre providencial a procurarnos un corte con ese tiempo de ignorancia y represión. Puede uno sorprenderse de la pregnancia de semejante teoría de la escritura, digna del peor Hollywood cuando se ensaña en narrar la vida de algún "gran creador", pero lo cierto es que funciona así en el imaginario del practicante medio, a veces matizado con la tranquilizadora noción de "corte" en la episteme, (claro que simplificada, como un Althusser "traducido" en los códigos de los mass media).
La segunda hipótesis deriva y prolonga un poco la anterior. Los psicoanalistas creen, con frecuencia ciegamente, en la pureza de los conceptos psicoanalíticos, los conciben como autónomos de toda exterioridad, dependiendo por entero y solamente del psicoanálisis, depurados de toda infiltración mitopolítica o ideológica, protegidos por la mano santa de Freud, que habría trazado un circulo de tiza protector en torno a ellos donde no penetraría ningún indeseable influjo extra - y sobre todo "pre"-analítico. Por esto mismo la idea de "corte" es tan tranquilizadora: en la vulgata profesional: garantiza una sólida línea divisoria entre lo "pre-analítico" y lo "analítico", transformando en diacronía "relaciones de contaminación" perfectamente sincrónicas.8
Como tercera hipótesis, ya en pleno trabajo desconstructivo, expuse, siguiendo a Jessica Benjamin (y en otro plano, a Sarah Koffman),9 cómo el desarmar por dentro el concepto del (complejo de) Edipo nos hace descubrir, no la prehistoria del niño ni ningún sujeto originario, sino una vetusta pero activa red mítica donde la imago de la mujer madre es asimilada a una Naturaleza devoradora y peligrosamente arcaica, tirando hacia sí a los hijos con su deseo, destino de muerte y de psicosis si no interviene un VII Regimiento paterno salvador (el mitema, dicho sea de paso, no se toma demasiados cuidados por la hiperbolizada diferencia entre "lo simbólico" y "lo imaginario": cambia el léxico sin modificar la armadura). Esta red mítica, que justifica religiosamente - es decir, en lo político - la dominación y la explotación ejercida sobre el género femenino, es del todo previa al (complejo de) Edipo, pero no es "pre"-edípica. Metastasia el concepto y le impone sus modos de lectura de la diferencia sexual. Preso de este esquema binario, el concepto del (complejo de) Edipo no puede procesar la diferencia, sino haciéndose cómplice del falocentrismo más habitual, más de siempre, más de "todo el mundo". Esto es lo que hemos designado como "el mito anterior" (pero interior) al concepto "nuclear" (Freud 1939, p. 409) del psicoanálisis. Si es nuclear, qué problema no será portar en su núcleo los fantasmas mitopolíticos más reaccionarios y oscurantistas sobre la mujer. Que no cesan de actuar porque esta "no ec-sista".
Hay que advertirlo: todo esto no agota ni es exhaustivo en relación a los múltiples trabajos de desconstrucción que a propósito de lo edípico se han de emprender. Por ejemplo, no hemos podido rozar ni de lejos la dicotomía endogamia/exogamia autorizada por el concepto y cada vez más anacrónica, según "lo familiar" se ve penetrado por el orden y el campo de lo tele-tecno-mediático. De hecho, el (complejo de) Edipo todo esta armado y sostenido por pares opositivos, cada uno de los cuales es pasible de ser puesto en tela de juicio por el trabajo de la desconstrucción.
Y, nuevamente, la inquietud por la clínica, allí donde el psicoanálisis se juega su especificidad y la especificidad de su porvenir (pero sin correr él sólo todos los riesgos, junto a los pacientes "que pagan para que aprendamos", según lo recordaba Winnicott). En este punto emerge una pregunta capital, esencial: ¿cómo puede el psicoanalista abrir a la interrogación, cómo puede hacer de la interrogación una ética diferente de y para la subjetividad, cómo podrá hacerlo si no puede interrogarse sobre los conceptos que deberían servirle para ayudar a que su paciente se interrogue?
Referencias bibliográficas
Benjamin, Jessica 1993: The bonds of love. New York, Pantheon. [ Links ]
Derrida, Jacques 1978: La tarjeta postal. Buenos Aires, Siglo XXI.
______ 1985: Revista Anthropos Huellas del Conocimiento, n. 3, Barcelona.
Fernández, Alicia 1988: La inteligencia atrapada. Buenos Aires, Nueva Visión.
Freud, Sigmund 1988 [1900]: "La interpretación de los sueños". In: Sigmund Freud. Obras completas. Buenos Aires, Amorrortu. v. 4-5.
______ 1988 [1909]: "Análisis de la fobia de un niño de cinco años". In: Sigmund Freud. Obras completas. Buenos Aires, Amorrortu. v. 10, pp. 1-117.
______ 1988 [1920]: "Más allá del principio del placer". In: Sigmund Freud. Obras completas. Buenos Aires, Amorrortu. v. 18, pp. 1-62.
______- 1988 [1940-38]: Esquema del psicoanálisis. In: Sigmund Freud. Obras completas. Buenos Aires, Amorrortu. v. 23, pp. 133-206.
Koffman, Sarah 1979: ¿El enigma de la mujer? Buenos Aires, Gedisa.
Lacan, Jacques 1985: Seminario El acto analítico. Buenos Aires, Escuela Freudiana de Buenos Aires.
Rodulfo, Ricardo e Rodulfo, Marisa 1986: Clínica psicoanalítica en niños y adolescentes: una introducción. Buenos Aires, Lugar.
Rodulfo, Ricardo 1989: El niño y el significante. Buenos Aires, Paidós.
______ 1992: Estudios clínicos. Buenos Aires, Paidós.
Dirección para correspondencia
E-mail: myrrodulfo@arnet.com.ar
Recebido em 10/setembro/2001
Aprovado em 01/dezembro/2001
1 Esta segunda vertiente de "cura" debe hacerse retroceder de Lacan a Heidegger: la vertiente de la existencia como "preocupación", "inquietud", abierta desde Sein und Zeit hace casi ocho décadas. En lo mejor de sus alcances, el psicoanálisis deja en quien lo atraviesa la huella inextinguible de una preocupación por la subjetividad, el valor de lo que no tiene otro valor que el de la diferencia.
2 Por supuesto, al nombrar "desconstrucción" me refiero a su procedencia y su elaboración por Derrida. Para una consulta rápida sobre el funcionamiento del término, léase "Carta a un amigo japonés" (Derrida 1985, p. 52).
3 En diversas presentaciones, aún inéditas, he articulado "el jugar" (en la dirección abierta por Winnicott) a la metamorfosis, el jugar como potencia de metamorfosis. En el último capítulo ("El bricoleur de sí mismo") de un primer libro en colaboración con Marisa Rodulfo (Rodulfo, 1986), ya se puede encontrar una primera indicación de esta articulación entrañable: jugar es metamorfosear, lo que fuere. Este es el resorte de lo que llamamos un "juguete".
4 Remito a la distinción propuesta por Alicia Fernández entre alumno y aprendiente, no como entidades: sino en tanto "posiciones" subjetivas. Consúltese, por ejemplo, "La inteligencia atrapada" (Fernández 1988).
5 Puede seguirse lo no interrogable para Freud de estas proto-suposiciones en "Más allá del principio del placer", a propósito de su examen de un juego infantil. Para Freud "es imposible" que el niño pueda disfrutar de la partida de su madre, y por supuesto más aún desearla. De esta forma, sólo puede pensar el juego (un juego que además en los hechos se inaugura con la madre presente) como una reacción a dicha partida significada como perdida. Primero se va la madre, despuésse juega: secuencia que se da de cabeza con la más somera observación psicoanalítica del niño.
6 La expresión lacaniana es típica de aquella oscilación entre una posición crítica, desmitificadora, y una complicidad encubridora y encubierta.
7 V. la saga de "la chica loca por la miel", en el segundo tomo de las Mitológicas de Levi-Strauss, todo un paradigma americano de esta arcaica concepción de lo femenino como amenazadoramente arcaico.
8 "¿El enigma de la mujer?" (Koffman 1974), libro reprimido de lectura en el medio analítico más tradicional.
9 Es Derrida quien señaló la ambigüedad del psicoanálisis entre una crítica del falocentrismo y una complicidad objetiva con él. Véase el segundo estudio de "La tarjeta postal" (Derrida 1978), consagrado a desconstruir la referencia de Lacan a "lo simbólico".