Revista Psicologia Política
ISSN 1519-549X ISSN 2175-1390
ARTIGOS
Subjetividad y psicología en el capitalismo neoliberal1
Subjectivity and psychology in neoliberal capitalism
Subjetividade e psicologia no capitalismo neoliberal
Subjectivité et psychologie dans le capitalisme néolibéral
David Pavón-Cuéllar
Profesor de filosofía y psicología en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. davidpavoncuellar@gmail.com
RESUMEN
El artículo analiza la situación de la subjetividad y la función de la psicología en el capitalismo liberal y neoliberal. El sistema capitalista se sitúa en el marco de una economía de mercado cuya libertad es fundamentalmente la del capital. Se argumenta que esta libertad, la promovida por liberales y neoliberales, tan sólo puede transferirse a un sujeto que ha sido previamente objetivado, enajenado, mercantilizado y asimilado al capital. El argumento del artículo exige abordar las siguientes cuestiones: el meollo psicológico del liberalismo y del neoliberalismo, la tendencia neoliberal a psicologizar y despolitizar, las sucesivas concepciones psicológicas de la subjetividad en la historia del pensamiento liberal, el modo en que la psicología se ha utilizado para naturalizar el sistema socioe-conómico, el carácter antinatural del capitalismo liberal y neoliberal, el resultante perfil normopático del sujeto en condiciones de liberalismo-neoliberalismo y la transición de un régimen biopolítico a uno psicopolítico en los tiempos neoliberales.
Palabras clave: subjetividad, psicología, capitalismo, liberalis-mo, neoliberalismo.
ABSTRACT
This article analyses the situation of subjectivity and the function of psychology in liberal and neoliberal capitalism. The capitalist system is situated within the framework of a market economy whose freedom is fundamentally the freedom of capital. It is argued that this freedom, as promoted by liberals and neoliberals, can only be transferred to a subject that has been previously objectified, alienated, commodified and assimilated to capital. The argument of the article requires addressing the following questions: the psychological core of liberalism and neoliberalism, the neoliberal tendency of depoliticization and psychologization, the successive psychological conceptions of subjectivity in the history of liberal thought, the way in which psychology has been used to naturalize the socioeconomic system, the unnatural character of liberal and neoliberal capitalism, the resulting normopathic profile of the subject under conditions of liberalism-neoliberalism, and the transition from a biopolitical to a psycho-political regime in neoliberal times.
Keywords: subjectivity, psychology, capitalism, liberalism, neoliberalism.
RESUMO
O artigo analisa a situação da subjetividade e a função da psicologia no capitalismo liberal e neoliberal. O sistema capitalista é situado no quadro de uma economia de mercado cuja liberdade é fundamentalmente a do capital. Argumenta-se que essa liberdade, promovida pelos liberais e neoliberais, só pode ser transferida para um sujeito que tem sido previamente objetivado, alienado, mercantilizado e assimilado a o capital. O argumento do artigo exige abordar as seguintes questões: o núcleo psicológico do liberalismo e do neoliberalismo, a tendência neoliberal para psicologizar e despolitizar, sucessivas concepções psicológicas da subjetividade na história do pensamento liberal, a maneira que a psicologia tem sido usada para naturalizar o sistema sócio-económico, o caráter não natural do capitalismo liberal e neoliberal o resultante perfil normopático do sujeito em condições de liberalismo-neoliberalismo e a transição de um regime biopolítico a um psychopolítico em tempos neoliberais.
Palavras-chave: subjetividade, psicologia, capitalismo, liberalismo, neoliberalismo
RÉSUMÉ
L'article analyse la situation de la subjectivité et la fonction de la psychologie dans le capitalisme libéral et néolibéral. Le système capitaliste se situe dans le cadre d'une économie de marché dont la liberté est fondamentalement celle du capital. Cette liberté, promue par les libéraux et les néolibéraux, ne peut être transférée qu'à un sujet précédemment objectivé, aliéné, marchandisé et assimilé au capital. L'argument de l'article exige de répondre aux questions suivantes: le noyau psychologique du libéralisme et du néolibéralisme, la tendance néolibérale à psychologiser et à dépolitiser, les conceptions psychologiques successives de la subjectivité dans l'histoire de la pensée libérale, la manière dont la psychologie a été utilisée pour naturaliser le système socio-économique, le caractère non-naturel du capitalisme libéral et néolibéral, le profil normopathique du sujet qui en résulte dans des conditions de libéralisme néolibéral et la transition d'un régime biopolitique à un régime psycho-politique à l'époque néolibérale.
Mots clés: subjectivité, psychologie, capitalisme, libéralisme, néolibéralisme.
Introducción
Michel Foucault fue precursor y sigue siendo punto de referencia de las actuales reflexiones acerca de los efectos del neoliberalismo en la subjetividad. Estas reflexiones, que se han multiplicado en la última década, suelen partir de la concepción foucaultiana del sujeto neoliberal como un homo œconomicus intrínsecamente competitivo que se desempeñaría como empresario de sí mismo (Foucault, 2007). Tenemos aquí una idea que parece aún más vigente ahora que en la época en la que fue concebida, pero que ha debido precisarse, desarrollarse y completarse a medida que el neolibera-lismo avanza, que nos vamos familiarizando con él y que vemos aparecer nuevas ideas en torno a su incidencia en el sujeto (v.g. Read, 2009).
Guinsberg (1994) y Dejours (1998) han enfatizado la ansiedad y la desvinculación del sujeto-empresario neoliberal. Dardot y Laval (2009) han mostrado cómo este sujeto, por más desvinculado que esté, no es libre más que en apariencia, debiendo someterse constantemente a una vigilancia y evaluación de su desempeño y de su eficacia. El control extremo, empero, no impide que se viva cada vez más en condiciones de crisis crónica, inestabilidad, incertidumbre y precariedad, que favorecen la proliferación ya sea de formas tan perversas de subjetividad como las descritas por Layton (2010), estilos de vida tan peligrosos como los esbozados por Reid (2012) o condiciones existenciales endeudadas tan insostenibles como las analizadas por Lazzarato (2013). En los tres casos y en otros más, como bien lo ha mostrado Alemán (2013), la existencia del sujeto neoliberal se caracteriza por su relación con lo que lo excede, por su impulso hacia el exceso, por estar fuera de sus límites, lo que no deja de suscitar stress, depresión, toxicomanía, suicidios, ataques de pánico y otros síntomas típicos de nuestra época. Es así como el neoliberalismo tiende a degradar la salud mental y todo lo demás que no puede explotarse, valorizarse económicamente, como bien lo han mostrado Han (2014) y Brown (2015).
Ante los efectos del neoliberalismo en el sujeto y específicamente en la salud mental, ¿cuál ha sido el papel de los profesionales de la psicología? Walkerdine (2003) y Parker (2007) ya denunciaron la complicidad general de los psicólogos con diversas lógicas neoliberales y llegaron incluso a vislumbrar el papel desempeñado por la disciplina psicológica en la producción de un sujeto autónomo, autoliberal y flexible, es decir, bien adaptado a las condiciones de atomización individualista, de competencia y de inestabilidad en el neoliberalismo. Esta producción profesional psicológica del sujeto neoliberal ha sido críticamente analizada en sus expresiones en corrientes particulares como la psicología positiva (Binkley, 2011), en áreas específicas o en campos transdisciplinarios como el de los estudios sobre el desarrollo (Klein, 2016) e incluso en orientaciones críticas de la psicología que no han conseguido preservarse del influjo del neoliberalismo (Parker, 2017). Además de engendrar la subjetividad requerida por el neoliberalismo, se ha puesto de manifiesto cómo los psicólogos contribuyen al mantenimiento y el desarrollo del capitalismo neoliberal a través de tareas cotidianas como las que permiten una estandarización y un ahorro de recursos humanos que a su vez convienen a los planes de austeridad neoliberal (Ferraro, 2016). Observaciones como éstas bastan para justificar la insistencia en que los profesionales de la psicología mediten sobre su posición ética y su responsabilidad social como profesionistas en el neoliberalismo (Sugarman, 2015).
Los trabajos acerca del empleo neoliberal de la psicología se han desarrollado con una cierta independencia con respecto a los que abordan la incidencia del neoliberalismo en la subjetividad. El avance de ambas líneas de reflexión e investigación ha sido generalmente paralelo y es por eso que hemos podido revisarlas por separado. Es verdad que los cruces entre las dos líneas han resultado inevitables y han ocurrido constantemente, pero no han sido el centro de atención y por tanto no se han pensado ni discutido lo suficiente.
Aunque se haya reconocido el papel de la psicología en la producción del sujeto neoliberal, no se ha considerado con suficiente atención el asunto medular de la relación entre lo productor y lo producido. No se han abordado sino aspectos puntuales de temas tan fundamentales como la imbricación de lo subjetivo con lo psicológico en la esencia del neoliberalismo, los presupuestos psicológicos de las teorías del sujeto liberal y neoliberal o las estrechas conexiones entre liberalización, psicologización y subjetivación. Tales temas pendientes son tan sólo algunos de los que aquí examinaremos al esforzarnos en elucidar críticamente, a través de la óptica de la psicología crítica, ciertas dimensiones de la relación entre la psicología y la subjetividad en el neoliberalismo.
Nuestra elucidación crítica transcurrirá en el intersticio que se abre entre las dos líneas de reflexión y de investigación a las que nos hemos referido en un principio. Concentrándonos en la relación entre las dos líneas, evitaremos incursionar y profundizar en los debates existentes en cada una de ellas. Perderemos precisión, pero ganaremos una visión de conjunto que suele perderse en la división académica del trabajo intelectual y que resulta indispensable para el método crítico, ya que permite descubrir aquellas grandes orientaciones criticables que tan sólo pueden apreciarse a distancia y a grandes rasgos (Yamamoto, 1987; ver también Korsch, 1977). Tanto la subjetividad como la psicología deberán considerarse, pues, de manera global, en general, sin entrar en los detalles en los que se contradicen las diversas versiones de lo subjetivo y de lo psicológico en el neoliberalismo.
Desde luego que hay formas de subjetividad y corrientes de la psicología que han logrado resistir en mayor o menor grado contra el neoliberalismo, pero esto no es lo que aquí nos interesa. El objeto de nuestro interés, insistamos, es lo psicológico y lo subjetivo en su generalidad y en la relación que establecen uno con otro en el neoliberalismo. Para ocuparnos de este objeto, lo estudiaremos sucesivamente en sus dimensiones económica, política, histórica e ideológica. Empezaremos por situarlo en el sistema capitalista, mostrando cómo sus variantes liberal y neoliberal existen para posibilitar un despliegue libre del capital y de las mercancías que lo materializan de manera objetiva o subjetiva. Horkheimer y Mariátegui nos ayudarán a descubrir lo distintivo del liberalismo y del neoliberalismo en su fundamento subjetivo-psicológico, lo que nos permitirá, en primer lugar, considerar el papel de la psicologización en los actuales procesos de liberalización, financiarización, fetichización, ideologización y despolitización, y, en segundo lugar, comprender el alcance de las psicologías del sujeto liberal en Hobbes, Locke, Hume, Smith, Bentham, Spencer y Von Mises. En seguida explicaremos el papel de lo psicológico en estas doctrinas políticas a través del concepto althusseriano de fundamento en espejo, el cual, además, junto con el trabajo de Polanyi sobre la historia de los regímenes liberales, nos ayudará a refutar cualquier naturalización del sujeto liberal y neoliberal como la que se impuso ya desde los tiempos de Spencer. Insistiremos en que tal sujeto, más que un animal o un ser natural, debería ser concebido como un ser antinatural cuya perversión y patología normal, tan destructiva como autodestructiva, será examinada con el auxilio de autores como Guinsberg, Dejours y Han. Concluiremos explicando la destructividad y autodestructividad del sujeto neoliberal por el mismo capital del que es la encarnación.
El mercado y el capitalismo
Vivimos en un mundo gobernado por el capitalismo. Este sistema socioeconómico es aquel en el que domina cierta clase, la clase capitalista, que posee un capital que se incrementa gracias a la venta de mercancías como bienes de consumo, herramientas y otros medios productivos, labores y servicios, ideas y conocimientos, ahorros y seguros, deudas y acciones y otros productos financieros, etc. Lo importante es que tales mercancías existen gracias a la explotación de recursos naturales y de saberes y trabajos humanos que se han comprado bajo la misma forma de mercancías (Marx, 2008a).
Para que haya las mercancías que el capitalista compra y vende, necesitamos que haya un mercado en el que tenga lugar la compra y la venta. Este lugar es el que le da su nombre a las mercancías que son tales porque se compran y se venden en el mercado. Es aquí, en el mercado, en donde los capitalistas compran lo que van a explotar y venden lo que han producido: lo que han producido mediante la explotación del valor de uso de lo que han comprado a su valor de cambio.
La diferencia entre los dos valores de cambio y de uso es la plusvalía o plusvalor que se convierte en capital. No hay capital sin los dos valores de cambio y de uso de las mercancías, así como no hay mercancías sin la existencia del mercado. Podemos decir, pues, que la existencia del mercado es la condición indispensable para el funcionamiento del capital y del capitalismo (Marx, 2008a; 2008b).
Capitalismo, liberalismo y neoliberalismo
El sistema capitalista funciona mediante el proceso mercantil de compraventa: el proceso constitutivo del mercado. Cuanto más libre es tal proceso, cuanto más libre es el mercado, tanto más libre es el capital para operar y para expandirse. De ahí que el capitalismo aspire a una liberalización de los mercados que le permita desplegarse con toda libertad.
El despliegue libre del capital requiere de un mercado libre como el que defendieron y promovieron en grados y formas diferentes los grandes exponentes del liberalismo y el neoliberalismo, entre ellos Thomas Hobbes, John Locke, Adam Smith, Jeremy Bentham y Herbert Spencer entre los siglos XVII y XIX, y luego, en el siglo XX, los pensadores vinculados con la Sociedad del Mont-Pèlerin, como Ludwig von Mises, Friedrich Hayek y Milton Friedman, así como los políticos Ronald Reagan y Margaret Thatcher, por mencionar los más conocidos. Todos ellos, cada uno a su modo, contribuyeron a formar el poderoso espíritu liberal y neoliberal que terminó concretándose, hacia 1989, en el llamado "Consenso de Washington" entre el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y otros entes institucionales con sede en la capital de los Estados Unidos. Tal consenso, como sabemos, impuso una línea de privatización de lo público, liberalización del comercio y desregulación de los mercados que ha dado un poder inmenso al capital y que ha moldeado las políticas económicas de la mayor parte de los países en los últimos treinta años (Harvey, 2007a). Es así como tenemos ahora un auge global del sistema capitalista neoliberal que nos recuerda los tiempos de apogeo planetario del capitalismo liberal entre el siglo XIX y principios del XX (Piketty, 2013).
Antes como ahora, en el viejo liberalismo como en el actual neoliberalismo, el capital se entrega libremente a su movimiento vertiginoso y desenfrenado en los mercados liberalizados. Tal movimiento del capitalismo, como lo han denunciado ya varios autores (v.g. Harvey, 2007a, 2007b; Márquez Covarrubias, 2010; Piketty, 2013; Laurell, 2015), tiene efectos desastrosos en el mundo: inestabilidad económica, destrucción de la riqueza, desempleo y pauperización, creciente precariedad social e inseguridad laboral, dislocación de las comunidades, corrupción en los gobiernos, mayor concentración de la riqueza, incremento de las desigualdades y aceleración en la contaminación y devastación de la naturaleza. Estos efectos amenazan con destruir la sociedad, la humanidad y hasta la vida sobre la tierra, pero aparecen como el justo precio a pagar por la elevada libertad a la que aspiran liberales y neoliberales.
Una liberación de las cosas a expensas de las personas
Tanto los viejos liberales como los actuales neoliberales comparten una respetable aspiración de libertad. Es verdad que ambos luchan por libertad, pero no libertad para los seres humanos en general, sino para las cosas, para las mercancías y para la circulación de mercancías, para el mercado y para el proceso mercantil de compra-venta, para la competencia, para el comercio, para las empresas, para el dinero, para las inversiones y las especulaciones financieras, para el capital y para el capitalismo. Estas cosas deben ser libres aun a costa de la libertad de las personas. De ahí que liberales y neoliberales rechacen todas las iniciativas libres humanas que limiten o estorben la libertad de las cosas, como es el caso de los impuestos, las aduanas y las demás intervenciones y regulaciones gubernamentales. El gobierno, para ellos, debe limitarse a proteger la sagrada libertad que ha de reinar en el mercado. Esta libertad ha de ser preservada por todos los medios. Nada tendría que atentar contra ella, pues no hay nada más preciado que ella.
Ciertamente, si los liberales y los neoliberales conceden un valor tan grande a su libertad de mercado, es porque ven en ella la libertad misma de la humanidad y no solamente la del mercado. Es muy cierto que no se trata sólo de una libertad para las mercancías, para las cosas que se compran y se venden, sino también para las personas que las compran y las venden, para los comerciantes, para los capitalistas, y, además, desde luego, para los trabajadores, para las personas que se compran y se venden. Puede concederse, pues, que todos gozamos de esta libertad de mercado, pero sólo por cuanto somos concebidos como elementos del mercado, es decir, como simples mercancías y mercaderes, como seres cosificados, atomizados y en competencia unos con otros, y no como seres complejos y polifacéticos, intrínsecamente sociales y comunitarios.
Debemos pensarnos a nosotros mismos de cierto modo y no de otro para equiparar nuestra libertad con la del mercado. Lo mismo sucede con otras ideas liberales, que no son únicamente ideas económicas y políticas, ya que presuponen, por necesidad, ciertos presupuestos antropológicos, así como también, de modo fundamental, diversas representaciones psicológicas. Esto último fue reconocido en su momento por el filósofo alemán Max Horkheimer y por el marxista peruano José Carlos Mariátegui, como lo veremos a continuación al intentar aproximarnos a la psicología subyacente a políticas económicas liberales y neoliberales como las impuestas por el Consenso de Washington.
Las observaciones de Horkheimer y Mariátegui
Medio siglo antes del Consenso de Washington, Mariátegui (1976) hace una observación crucial ante lo que describe como la "democracia individualista" estadounidense, concibiéndola como "la sede, el eje, el centro de la sociedad capitalista" (pp. 145-146). Los Estados Unidos mantendrían viva "la ilusión de un régimen de libre concurrencia": una ilusión liberal por la que uno "creería" que sus logros dependen únicamente de uno mismo y de su "aptitud" (p. 146). Esta ilusión liberal, según Mariátegui, sería "la medida de la subsistencia" de los "factores psicológicos" por los que el "desarrollo de la sociedad" estaría "determinado" (p. 146-147).
La observación de Mariátegui parece ambigua. La sociedad capitalista e individualista estaría efectivamente determinada en su desarrollo por factores psicológicos, pero tales factores quedan relegados al ámbito de la ilusión liberal. ¿Cómo es posible que algo ilusorio pueda llegar a determinar el desarrollo de la sociedad capitalista? La respuesta se encuentra en los mismos factores psicológicos. La psicología sería el medio por el que la ilusión liberal podría tener efectos concretos y decisivos en la sociedad. Es por esto por lo que Mariátegui toma tan en serio lo psicológico, aun cuando no deja de cuestionarlo por el aspecto liberal ilusorio.
Dos años después de la observación de Mariátegui, en Alemania, el filósofo Max Horkheimer hará otra observación decisiva que puede ayudarnos a completar la de Mariátegui. Según Horkheimer (1932/2008), la concepción liberal, "con rasgos propios del sentido común, es, en su esencia, psicológica" (p. 27). Sería en la psicología, en la psicología y no en la política o en la economía, en donde tendríamos que situar la esencia del liberalismo. La doctrina liberal, a diferencia de otras doctrinas como la del marxismo, sería esencialmente una teoría psicológica en la que se plantearía que los seres humanos son individuos que "persiguen sus propios intereses" y que obedecen a otras "fuerzas psíquicas" al actuar como comerciantes en el "juego recíproco" de la sociedad concebida como un mercado (p. 27-30). Esta hipótesis psicológica estaría en el fundamento de las políticas liberales que encontramos en el capitalismo.
Desde luego que la base material de las políticas liberales no deja de ser el sistema capitalista que las requiere para su funcionamiento. Sin embargo, al funcionar así a través del liberalismo, el capitalismo está sirviéndose también de la psicología en la que radica el fundamento de su dispositivo liberal. No hay liberalismo sin psicología porque la concepción liberal es la de individuos que actúan libremente, como comerciantes en un libre mercado, al obedecer tan sólo el mundo psíquico interno en el que habitan sus deseos, intereses, cálculos, ambiciones. La explicación psicológica remplaza entonces la explicación económica en el dispositivo ideológico liberal en el que se realiza con éxito el funcionamiento del capitalismo.
La psicología como esencia de la ilusión ideológica liberal y neoliberal
El sistema capitalista no puede prescindir de lo psicológico al funcionar a través del liberalismo. Completando la tesis de Mariátegui con la de Horkheimer, podemos postular que la ilusión ideológica liberal del capitalismo tiene su fundamento, su verdadera esencia y el principio de su efectividad social en la esfera psicológica. Es por esta psicología por la que el liberalismo puede llegar a constituirse como lo que es, como una creencia ilusoria y consistente en pura ideología, pero también concretarse como un dispositivo eficaz en diversas políticas económicas y en la operación y la evolución de la sociedad en el capitalismo.
En el sistema capitalista, desde el siglo XIX hasta el siglo XXI, los sujetos reales proceden psicológicamente de acuerdo con la ilusión liberal. Se encierran dentro de su individualidad, se vuelven egoístas y se relacionan exteriormente con los demás en función de sus propios intereses individuales. Es así como hacen funcionar el capitalismo a través de su dispositivo ideológico liberal.
Todo lo dicho es aplicable al actual neoliberalismo como última expresión del viejo liberalismo. Si la forma neoliberal del capitalismo domina el mundo actual, es también gracias a la psicología en la que se funda su ilusión, que lo constituye en su propia esencia y que le permite realizarse a través de sujetos en carne y hueso (Walkerdine, 2003). De ahí también que la psicologización resulte indisociable de la nueva liberalización que vivimos desde el Consenso de Washington (De Vos, 2012).
Liberalización y psicologización
El avance del neoliberalismo ha coincidido con el apogeo de la psicología en la sociedad. El homo psychologicus, atrincherado en el impúdico escaparate de su individualidad, no es tan sólo el mezquino exhibicionista que vemos interactuar en Facebook y en Twitter como en un ámbito mercantil planetario. El homo psychologicus es también efectivamente el homo œconomicus de nuestro libre mercado globalizado: el egoísta interesado, posesivo y competitivo, insaciable y sin escrúpulos, que tiende a desentenderse de la política y a vivir sólo para sí mismo al negociar y especular, opinar y votar, gobernar y gobernarse, trabajar y trabajarse, vender y venderse, explotar al otro y explotarse a sí mismo, consumir y consumirse (Foucault, 2007; Brown, 2015).
Todas las acciones del individuo neoliberal se hacen aparentemente con absoluta libertad, sin presiones y sin otras determinaciones físicas externas. Tan sólo parecen expresar los impulsos psíquicos internos. Es el reino de la psicología: el de la individualidad libre en el neoliberalismo (Parker, 2007; De Vos, 2012).
Las acciones del individuo neoliberal se caracterizan por su apariencia de indeterminación externa y de autodeterminación interna. Parecen depender únicamente del psiquismo individual y moverse desenvueltamente en un libre mercado indiscernible de la sociedad. Es como si tales acciones individuales flotaran en un ambiente sin fuerza de gravedad. Es como si no tuvieran más causas ni limitaciones que los intereses y las competencias de los individuos en sus interacciones recíprocas. El puro movimiento de tales interacciones va desplazando la solidez y la dureza de las relaciones institucionales y estructurales.
Financierización y desvanecimiento psicológico de lo sólido
Como bien sabemos, el neoliberalismo es el punto extremo del funcionamiento capitalista por el que todo lo sólido se desvanece en el aire (Berman, 2008). Este desvanecimiento es llevado hasta sus últimas consecuencias en un ámbito psicológico en el que todo es tan impalpable y tan inasible, tan engañoso y tan especulativo, como en los mercados financieros. Profundamente consonante con la abstracción constitutiva de la finanza, la psicología se ha convertido en uno de los recursos más eficaces para darle alas a un capitalismo neoliberal coincidente con el auge del sector financiero.
Es posible y muy probable que la financierización de la economía sea también correlativa de la psicologización. De manera general, el predominio de lo psicológico, de lo mental sobre lo material, de lo pensado y sentido sobre lo existente, podría vincularse estrechamente con la primacía económica de lo virtual sobre lo real, de los bancos sobre las fábricas, de la especulación financiera sobre la producción industrial, y del crédito sobre el débito, de las compras a mensualidades sobre las compras al contado. Si el capital puede rentabilizar las estimaciones y adueñarse incluso de los dividendos previstos, del trabajo de mañana y del salario que todavía no recibimos, de nuestro futuro y de lo aún inexistente para nosotros, es porque de algún modo somos también ya todo esto y lo somos cada vez más a medida que el mundo psíquico gana terreno sobre el físico. Esto es también lo que permite que el capital se adueñe incluso de la vida que nos queda por vivir y nos convenza de que somos nosotros sus deudores (Lazzarato, 2013).
El endeudamiento, antes de ser con los bancos, es con la esfera de la psicología: con la ilusoria objetivación especular de nuestra personalidad o de nuestras capacidades, con lo que imaginamos que somos y merecemos, con lo interno a lo que debe corresponder lo externo, con todo aquello por lo que trabajamos y consumimos incansablemente, reduciéndonos a la servidumbre para llegar a poseer todo lo que aspiramos a ser y para llegar a ser así todo lo que somos como amos y señores en el espejo psicológico en el que nos vemos (Pavón-Cuéllar, 2012). El concepto-de-sí, constitutivo de la psicología, resulta indisociable de la servidumbre-de-sí, la cual, a su vez, como lo ha mostrado Farrán (2018), subyace al endeudamiento en el que se encuentra atrapado el sujeto neoliberal. Este endeudamiento, del que vive el capitalismo financiero neoliberal, es también una condición subjetiva existencial con un claro componente de objetivación psicológica (ver Lazzarato, 2013).
En general, de las maneras más diversas, la psicología favorece cada uno de los pasos con los que el capitalismo avanza por el camino liberal y neoliberal. Esto es lógico. No hay ningún peso ni estorbo para las operaciones del capital que se asimilan a los procesos psíquicos de los individuos. Pensemos, por ejemplo, en el gusto de los clientes, el ánimo de los consumidores, el nerviosismo de los empresarios o los temores de los inversionistas. Es en la esfera del psiquismo en la que mejor se consigue que el sistema capitalista se libere, que se liberalice, que se volatilice, que su estructura se vuelva reticular, se aligere, se flexibilice y pierda su rigidez.
La neoliberalización es también el proceso por el que la política se psicologiza. La psicologización lo disuelve todo en la política: instituciones, partidos, códigos, tradiciones. Lo mismo ocurre en la sociedad. Incluso los más firmes vínculos interhumanos, una vez psicologizados, tienden a volverse etéreos, fugaces, líquidos (Bauman, 2005).
Fetichización, ideologización y despolitización
Nada resiste al solvente psicológico neoliberal. Todo lo psicologizado se funde y se anima para circular en el mercado. Todo se vuelve tan evasivo, inestable y cambiante como aquello con lo que se confunde: las sensaciones, las impresiones, las emociones, las motivaciones y los demás objetos de la psicología. Lo psíquico impone su forma de ser a todo lo que existe. Es la consumación del fetichismo de la mercancía (Marx, 2008a). Las cosas adquieren vida, un alma, un psiquismo. La psicologización está implicada en la fetichización. Lo externo, una vez fetichizado, reviste la forma de lo interno. Se asiste así a una ideologización de la más dura materialidad.
En los centros intelectuales del Primer Mundo, ya desde los años ochenta del siglo XX, la compleja concreción impersonal del capitalismo parece derretirse y abstraerse al conocerse predominantemente a través de las experiencias personales del neoliberalismo. La psicología triunfa sobre la economía. El pensamiento fuerte y radical retrocede ante el débil, fácil, divertido, lúdico, posmoderno. La ideología reabsorbe la realidad. Lo capitalista se esfuma, pierde su estructura material objetiva, desaparece tras la superficie de su forma neoliberal y de su reflejo subjetivo capitalístico, incluso ante la mirada penetrante del pensamiento que no ha cedido, que no se ha quebrantado ni difuminado, el cual, para mantener su fortaleza y radicalidad, tiene que tomar en serio lo menos serio, lo menos fundamental (Guattari y Rolnik, 2007).
Aprendiendo la valiosa lección de Horkheimer y de Mariátegui, podemos comprender que lo menos fundamental, lo más derivado para el capitalismo, constituya paradójicamente el fundamento mismo del neoliberalismo. Conviene insistir en que se trata de un fundamento psicológico. Es algo pretendidamente no político, aunque más adelante, al ocuparnos de Byung-Chul Han, veremos cómo lo político lo impregna por todos sus poros. Lo psíquico es invariablemente psicopolítico.
A pesar de su politicidad, el fundamento psíquico del neoliberalismo se presenta como algo que se ha depurado absolutamente de la política. Desde luego que su despolitización es política, pero su resultado ha sido perfectamente despolitizado. Es el animal apolítico de la sociedad capitalista neoliberal: el individuo completamente adaptado a un contexto en el que la política se torna políticamente incorrecta, lo que explica en parte el característico déficit democrático asociado al neoliberalismo (Brown, 2015), así como las desadaptadas reacciones populistas que buscan despejar una vía para la repolitización de la sociedad (Mudde, 2004; Orjuela, 2007).
Psicologías del sujeto liberal
Volvamos atrás. No es preciso haber llegado al actual neoliberalismo para ver cómo la política liberal se funda en la psicología. Ya vimos cómo Horkheimer y Mariátegui desentrañaron el fundamento psicológico del régimen liberal en los años treinta del siglo XX. Antes como ahora, no hay liberalismo sin la psicología en la que se apoya. Esto ha sido evidente siempre, desde los orígenes mismos del pensamiento liberal, desde la filosofía de Thomas Hobbes en el siglo XVII. La concepción hobbesiana del estado natural del ser humano como bellum omnium contra omnes [guerra de todos contra todos], con la que se justifican sus ideas políticas, implica una teoría psicológica del ser humano confinado a su individualidad, centrado en sí mismo y en su propio interés, entregado a su egoísmo, insaciable y competitivo (Hobbes, 2016).
El individuo interesado y egoísta de Hobbes ya es el sujeto liberal. Es un fiel reflejo del comerciante de la sociedad capitalista mercantil. Es un burgués cuya psicología se va refinando al pasar por los alambiques de los demás pensadores liberales. John Locke (1988) lo vuelve racional y tolerante. David Hume (1978) le reconoce una moralidad basada en el sentimiento y una sociabilidad originada en la sexualidad. Adam Smith (2010) le otorga capacidades empáticas, así como un deseo de simpatía que lo hace examinarse a sí mismo con imparcialidad.
Es como si el sujeto liberal, en las sucesivas psicologías que se lo representan, se relacionara de modo cada vez más estrecho con la sociedad. Sin embargo, a pesar de este progresivo acercamiento a su entorno social, el sujeto liberal no consigue nunca volverse un ser verdaderamente social. No deja de ser asocial y antisocial. No deja de aparecer como un animal apolítico. No pierde nunca su naturaleza individual, interesada y egoísta. Esta naturaleza va precisándose con el paso del tiempo. Su aspecto ávido y vicioso aparece en Bernard Mandeville (1923). Adam Smith (1937) lo presenta ya como un homo œconomicus buscando el mayor beneficio al menor costo. Su lado hedonista y calculador es analizado por Jeremy Bentham (1991). Herbert Spencer (1969) pone de relieve su competitividad, mientras que los principios de su acción, el deseo y la evitación del malestar, se conceptualizan y sistematizan en la praxeología de la Escuela Austríaca y particularmente de Ludwig von Mises (1949).
Naturalización y fundamentación en espejo
Los pensadores liberales, como hemos visto, conciben psicológicamente al ser humano como un ser individual cuya naturaleza lo hace actuar de modo egoísta, según su propio interés, ya sea que busque satisfacer su deseo y evitar su malestar, o bien calcular sus placeres o sus costos y beneficios (Dardot y Laval, 2009; Laval, 2017). Como por casualidad, el sujeto sería naturalmente lo que debe ser para funcionar de la mejor manera en la sociedad capitalista liberal. Esta sociedad sería, por lo tanto, la que mejor corresponde a la naturaleza humana.
¿Cómo es que los pensadores liberales consiguen convencernos de que su modelo de sociedad es el más compatible con lo que somos naturalmente? Lo consiguen al representarse la naturaleza humana según el modelo psicológico del sujeto liberal. Esta forma cultural e histórica de subjetividad, propia de la modernidad occidental, se ve aquí deshistorizada, universalizada y artificialmente naturalizada con un propósito muy preciso: el de convertirse en la supuesta naturaleza universal y ahistórica en la que se basa y por la que se legitima la sociedad capitalista liberal.
En realidad, al proceder a través de sus pensadores, es la misma sociedad la que se dota de su fundamento psicológico supuestamente natural. Gracias a este fundamento en espejo, según la elocuente expresión con la que Louis Althusser (1996) define la función general de la psicología en la historia, la sociedad capitalista liberal puede aparecer como la mejor fundada en la naturaleza humana. ¿Cómo no estaría tan bien fundada cuando se funda en su propio reflejo naturalizado? En efecto, el individuo egoísta e interesado, que no es más que un reflejo artificial de la sociedad capitalista liberal, aparece como el pretendido fundamento natural de la misma sociedad que se refleja en él. Esta sociedad lo naturaliza para justificarse al pretender fundamentarse en la naturaleza humana.
Nada natural en el sujeto liberal
El argumento del fundamento natural de la sociedad capitalista liberal es muy común entre sus defensores. Herbert Spencer (1885/1969), por ejemplo, justificó su liberalismo al fundarlo en la representación biológica de individuos humanos competitivos que deberían luchar por la vida para poder evolucionar por un proceso de selección natural. Esta representación le permitió a Spencer justificar su opción política por una sociedad capitalista liberal en la que sólo regiría la más despiadada ley de la selva y la supervivencia del más apto.
Sobra decir que el salvaje liberalismo con el que sueña Spencer no corresponde a la naturaleza humana, sino a una ilusoria concepción ideológica de lo que debe ser esa naturaleza para justificar los excesos liberales del capitalismo. Es en el sistema capitalista en donde vemos luchar ferozmente a unos individuos con otros para sobrevivir. Esta lucha por la vida es una situación creada por un sistema de la cultura, por el capitalismo liberal, y no por la naturaleza humana, como lo pretende Spencer en su mal llamada perspectiva darwinista social.
El propio Charles Darwin criticó las ideas spencerianas y enfatizó el papel de la empatía y la sociabilidad en la evolución humana. La antropología darwinista, que podemos conocer a través de la obra clásica El origen del hombre, concibe a la humanidad como constituida por comunidades unitarias y solidarias (Darwin, 2004). Estos seres comunitarios son los verdaderos seres humanos, los cuales, por lo tanto, no tienen absolutamente nada que ver con la ilusión ideológica individualista liberal y neoliberal de individuos competitivos luchando unos contra otros, no como fieras salvajes, sino como algo peor, como esos entes retorcidos, viciados y depravados, en los que se encarna el capital y que acecharían por todos lados en tiempos de liberalismo y neoliberalismo (ver Negri, 1989).
El sujeto liberal y neoliberal no es algo naturalmente dado y constitutivo de cualquier sociedad, sino que más bien hace pensar en un tipo de perversión artificialmente constituido por cierta sociedad (Layton, 2010). Esta sociedad no corresponde a nada natural. Se trata, por el contrario, de algo profundamente desnaturalizado, lo que ya fue magistralmente demostrado por Karl Polanyi en La Gran Transformación. Tenemos aquí un minucioso estudio histórico en el que apreciamos cómo los procesos de liberalización, ya desde hace muchos años y más de un siglo antes del momento neoliberal (cf. Foucault, 2007), han sido forzados por los gobiernos, han ido a contracorriente de las disposiciones naturales de la humanidad y han amenazado la supervivencia de las sociedades, las cuales, por su propio instinto de conservación, tienden espontáneamente a favorecer la regulación antiliberal y a evitar la desregulación liberal (Polanyi, 1992).
El liberalismo, lejos de ser una regla, se nos presenta como una excepción en la historia humana. Es una suerte de anomalía moderna que no tiene precedentes ni en las civilizaciones conocidas ni en las comunidades tradicionales ni en los pueblos llamados "primitivos". Como se comprueba en sus diversas expresiones culturales e históricas, la naturaleza humana, sea lo que sea, no tiene absolutamente nada que ver con la subjetividad egoísta, interesada, posesiva y competitiva de los sujetos liberales y no sólo neoliberales que luchan por la vida en una sociedad regida por la más despiadada ley de la selva (cf. Foucault, 2007).
Del homo sapiens al œconomicus y psychologicus
El homo œconomicus y psychologicus no es ya un homo sapiens. Como lo sugerimos anteriormente, se trata de un ente monstruoso, el cual, para bien o para mal, parece haberse divorciado ahora sí definitivamente del género humano e incluso del reino animal. Este divorcio es particularmente grave y manifiesto en la subjetividad sintética y prefabricada impuesta por el neoliberalismo. Es difícil reconocer aquí la herencia de los primates y de otros mamíferos superiores.
Estamos ante una extraña mutación que hace pensar también en una simplificación, disminución, contracción. De ahí, quizás, la moda posmoderna del animalismo. El ideal podría evocar la grandeza de una realidad perdida. ¿Cómo no empezar a sospechar que la animalidad le queda grande al sujeto neoliberal y a su perfil psicológico?
Max Horkheimer y Theodor Adorno (1998) habían criticado la psicología moderna por ser una suerte de zoología en la que los seres humanos se verían animalizados, ya que "solamente la vida de los animales transcurre guiada por movimientos psíquicos", tales como los estudiados por los psicólogos, y no por "facultades racionales" como aquellas de la que se han ocupado siempre los filósofos (p. 291-292). Sin embargo, en tiempos de neoliberalismo, el problema deja de ser la animalización. ¡Bueno fuera que únicamente se nos animalizara! Se nos haría un favor. Se nos liberaría de lo que Wilhelm Reich (1971) y otros querían liberarnos al recobrar todo lo sofocado por la racionalidad burguesa. Esta racionalidad, por cierto, no era exactamente nuestra humanidad. Hay una gran diferencia entre la deshumanización y la animalización con la que ciertos rebeldes buscaban emanciparse de la razón de la burguesía. Animalizarse podía ser aquí una forma de humanizarse. Y no es lo que ahora nos ocurre.
Mercantilización, cosificación y obturación de la subjetividad
Lo que le sucede a la humanidad en el neoliberalismo no es una reconstitución o reconversión en su animalidad, sino una reducción a una coseidad en la que no queda rastro ni de animalidad ni de humanidad. Nos encontramos, pues, ante una reificación o cosificación: metamorfosis de los seres humanos en cosas, en cosas antinaturales y no sólo inhumanas, primero en mercancías y al final en dinero y capital. Esta metamorfosis es el destino de los sujetos neoliberales, ya sea que deban seguir vendiéndose como en el capitalismo descrito por Marx y Engels, como "elementos del capital" (Marx, 1980, p. 128) o como "apéndices de la máquina" (Marx y Engels, 1979, p. 117), o bien que hayan ascendido socialmente para venderse como "empresarios de sí mismos", como "su propio capital", como "su propio productor", como "la fuente de sus ingresos", que es lo que sucedería en el neoliberalismo, tal como lo concibe Foucault (2007, p. 264-265).
En cualquier caso, aun si prescindimos de cualquier noción a priori de la naturaleza y de la humanidad, tendremos que reconocer que ya no parece haber nada verdaderamente natural ni humano en el capitalismo liberal y neoliberal. Todo lo que hay aquí es una libre competencia de mercancías entre las que encontramos a individuos mercantilizados, es decir, humanos deshumanizados, naturalezas desnaturalizadas, sujetos objetivados, seres vivos desvitalizados, personas cosificadas, comunidades pulverizadas y convertidas en partículas individuales aisladas y rivales.
Al aislarse y al rivalizar entre sí, al sufrir la pulverización de sus cuerpos comunitarios, los individuos neoliberales pierden los vínculos que podrían subjetivarlos (ver Kornhauser, 1969). Esto no impide que sean, como ya lo vimos con anterioridad, perfectos ejemplares del homo psychologicus en un mundo profundamente psicologizado. Lo psicológico no es lo subjetivo, sino lo subjetivo objetivado, convertido en objeto de conocimiento. En cuanto a la psicologización típicamente neoliberal, es una forma de objetivación que viene a reforzar y al mismo tiempo compensar la desubjetivación inherente al neoliberalismo con un implante objetivo de subjetividad.
El espacio del sujeto, necesariamente vacío, es colmado y así obturado con los objetos de la psicología: la mente misma, la cognición o la motivación, la autoestima o asertividad, el psicodiagnóstico, el coeficiente intelectual o el tipo de inteligencia, el perfil de personalidad, etc. Lo psicológico, por lo tanto, contribuye a neutralizar no solamente lo político, lo externo, lo material y lo estructural, como habíamos visto, sino también lo propiamente subjetivo, lo existencial, deseante y pulsional.
Unidimensionalidad y cuantificación
A falta de subjetividad, los individuos neoliberales no consiguen disociarse de las categorías psicológicas ni despegarse de sus imágenes objetivas ni apartarse de sus demás formas de objetivación cosmética, estética, simbólica, protética y coreográfica: cirugías plásticas, grados académicos, datos curriculares, logros laborales, publicaciones en índices de revistas, perfiles en Tinder, fotos en Instagram,selfies y comentarios, emoticones y otras apariciones en redes sociales. Todas estas cosas capturan y absorben al sujeto, consumen su vida y la ponen a disposición de un sistema capitalista en el que todo adopta la expresión cuantitativa del dinero: calificaciones, puntos, estrellas, likes, números de seguidores, veces que se comparte una publicación, ejemplares vendidos, precios y salarios, índices de impacto, etc. Es así como "el número se impuso en el noviazgo con la imagen, desplazando la existencia al apantallamiento", en una lógica binaria de "imagen, imagen, imagen, números, números, números", en la que no queda lugar ni para el sujeto ni para las palabras que "se rezagaron presas de la inutilidad y nostalgia poética" (Umaña González, 2018, p. 4).
Así como los sujetos han sido suplantados por las imágenes, así también las palabras han cedido su lugar a los números. El problema es que la creciente cuantificación puramente numérica excluye la multidimensionalidad cualitativa e impone la unidimensionalidad conceptualizada por Marcuse (2010). Se necesita reducir todo a una sola dimensión para que todo sea cuantificable y se distinga tan sólo cuantitativamente. Así es como funciona el mundo capitalista: el mundo convertido en un gigantesco mercado en el que todas las personas y no sólo todas las cosas tienen su precio, es decir, la cantidad monetaria por la que pueden cambiarse.
Los valores cuantitativos de cambio del individuo neoliberal ganan cada vez más terreno sobre algo tan incuantificable como el valor cualitativo intrínseco del sujeto. La mercantilización de este sujeto es también una degradación como la que se observa en todas las mercancías del capitalismo neoliberal.
Normopatía neoliberal
Es verdad que los individuos mercantilizados se están volviendo tan comunes que han terminado representando el patrón psicológico actual de la subjetividad normal, pero esto no excluye que sean, como ya lo hemos dicho, una grave anomalía en la historia de la humanidad. Son casos extremos de la patología de la normalidad que Erich Fromm (1994, 2011) diagnosticó en la sociedad capitalista y en la que también descubrió la mercantilización del individuo a la que ya nos hemos referido. Podemos describir igualmente la patología normal del individuo mercantilizado neoliberal con el sugestivo término de normopatía, el cual, después de ser propuesto por Joyce McDougall (1978, 1989) y por Joseba Atxotegui (1982), le sirvió precisamente a Enrique Guinsberg (1994) y a Christophe Dejours (1998) para caracterizar el cuadro patológico de la subjetividad normal en el neoliberalismo.
El normópata neoliberal descrito por Guinsberg (1994) aparece cuando el neoliberalismo acentúa los requerimientos del sistema capitalista: más rendimiento, más competencia, más individualidad y menos comunidad. El resultado es un sujeto normal por ser "eficiente" y "competente", pero enfermo por su egoísmo, su narcisismo, su consumismo enajenante, sus "importantes niveles de angustia" y su "insatisfacción generalizada" por los "vacíos y superficialidades que hoy se presentan como lo valioso y necesario" (p. 27-34). Este sufrimiento particular es lo que parece distinguir al normópata neoliberal del sujeto liberal. Es como si el tímido liberalismo no afectara ni enfermara tanto al sujeto como el audaz neoliberalismo del Consenso de Washington.
Coincidiendo en varios puntos con Guinsberg y con lo que hemos planteado anteriormente, Dejours (1998) describe al normópata neoliberal como un sujeto ansioso, incluso atemorizado, así como egoísta y centrado en sí mismo, aislado y desvinculado, en el que se pierde cualquier sentimiento de comunidad, solidaridad y responsabilidad. El origen de semejante normopatía es económico y político. En un primer momento, el elemento inestable y precario del neoliberalismo, así como su correlato en la devastadora omnipotencia neoliberal del capital y del mercado, provocan subjetivamente sentimientos de ansiedad, miedo, angustia, inquietud, estrés, depresión, desánimo, frustración, impotencia, debilidad, fragilidad, vulnerabilidad, inseguridad y hasta un "sentimiento de culpabilidad" por no ayudar a los semejantes ni hacer nada más al respecto (Dejours, 1998, p. 143-147). Sin embargo, en un segundo momento, estos efectos en el sujeto pasan por una "manipulación política" por la que se configura una personalidad que reacciona defensivamente contra lo que siente (p. 171-172). El resultado es el normópata neoliberal insensibilizado y replegado en su propia individualidad: un individuo que teme disentir, sofoca lo mismo su compasión que su indignación, y antepone su propio interés al de los demás.
Psicopolítica neoliberal
Mientras que Dejours (1998) explica el perfil psicológico del sujeto neoliberal por cierta manipulación política de los efectos del neoliberalismo, Byung-Chul Han (2014) va más allá y nos habla de una forma de gobierno por la que se dominaría políticamente el alma y ya no sólo el cuerpo de los individuos. Esta forma de gobierno, que Han denomina "psicopolítica", sería distintiva del neoliberalismo y lo distinguiría del régimen capitalista previo. La transición del capitalismo disciplinario al neoliberal sería también una transición de la biopolítica descrita por Foucault a la psicopolítica empleada por Han para designar un poder que nos programaría y nos controlaría psicológicamente. En esta psicopolítica, en lugar de "coacciones externas limitadas" por las que se tendría que "hacer lo que se debe", habría exigencias internas "ilimitadas" en términos de un "rendimiento" y una "optimización" enfocadas al "poder hacer" (Han, 2014, p. 11-12).
Por una interesante paradoja, nuestro ilimitado poder hacer en el neoliberalismo se convertiría en el punto débil a través del cual se ejercería un poder ilimitado sobre nosotros. El poder sobre el individuo neoliberal estribaría, pues, en el poder mismo del individuo neoliberal. Su empoderamiento lo sojuzgaría. Su esclavitud radicaría en su libertad. Es así, precisamente, como procedería la psico-política: no desde el exterior del individuo, sino en su propio interior, a través de sus necesidades, intereses, deseos, inclinaciones y todo lo demás de lo que se ocupa la psicología.
Para Han, a diferencia de lo que habíamos planteado anteriormente, no es que el individuo ne-oliberal dejara de ser un sujeto para tornarse un objeto, sino que dejaría de ser un sujeto para ser el proyecto de lo que puede hacer. Este proyecto estaría en suspenso y en la incertidumbre. A diferencia del objeto bien delimitado, el objeto que es lo que es, el proyecto es algo que puede hacerse, algo que no tiene límites. Las posibilidades ilimitadas que se ofrecen al individuo concebido como proyecto lo condenarían a "auto-explotarse" y "explotar su libertad", lo harían "agredirse" y "responsabilizarse de sus fracasos", y lo conducirían finalmente a "la depresión" o al "burnout" (Han, 2014, p. 12-18).
Mercantilización del individuo y necropolítica neoliberal
Los efectos observados por Han vienen a sumarse a los señalados por Guinsberg y por Dejours, como el miedo, la insatisfacción, la ansiedad y la desesperación. Estos últimos, por lo demás, podrían explicarse también por aquello a lo que se refiere Han: por el procedimiento psicopolítico de conversión del sujeto en proyecto de sí mismo. Y lo más importante: aunque el proyecto ciertamente no sea un objeto bien delimitado, ya realizado y acabado como tal, sí corresponde siempre a un objeto virtual o potencial, algo que puede llegar a ser por lo que se hace, pero que sólo puede llegar a ser para venderse.
En definitiva, como lo reconoce el mismo Han, el proyecto del individuo neoliberal es vender-se: venderse al mejor precio y al mejor postor. Su esfuerzo está concentrado en hacerse publicidad. Su destino, como bien lo ha mostrado Wendy Brown (2015), es el de ser un vendedor, un comerciante, un mercader, un sujeto de mercado, pero también un objeto, aquello que se vende, una mercancía como cualquier otra. Esta mercancía es lo que el individuo va siendo a cada momento, sin terminar de serlo, porque aún está vivo, pero sin dejar de serlo, porque su vida es constantemente succionada por lo que Marx (2008) describía como el "vampiro" del capital (p. 179, 200).
El vampiro del capital es algo muerto que vive tanto de la vida humana como de la no-humana, succionándola, consumiéndola, agotándola, matándola. Esta lógica necropolítica, retomando y generalizando la expresión de Mbembe (2011), está presente en toda lógica biopolítica y psicopolítica del capitalismo. El sistema capitalista, especialmente en los tiempos del neoliberalismo, tiene libertad absoluta para explotar y extinguir cualquier forma de vida sobre la tierra, incluyendo la humana. Todo lo vivo tiene que morir para que el capital viva libremente su vida mortífera. Esta libertad es la que se promueve en los programas liberales y neoliberales.
Vida y libertad para el capital
Como cualquier otra víctima del capital, el individuo neoliberal vive para mantener vivo el sistema capitalista. Su vida le pertenece al sistema. Su función, como la de cualquier mercancía, es la de contribuir a enriquecer al capital.
El proceso de capitalización, de producción de capital, es la verdad que da sentido a todos los actos del individuo neoliberal, desde trabajar y competir con los demás en sus negocios, hasta viajar o consumir o subir una foto a Instagram. El denominador común de todos estos actos vitales es el carácter lucrativo para el sistema capitalista. Es por eso por lo que se realizan de cierto modo y en ciertas condiciones. Y es por lo mismo que se hacen libremente, como lo recomienda el neoliberalismo, pero también siempre lucrativamente, como lo marca el capitalismo.
Se trata, como siempre, del sacrosanto libre mercado por el que han luchado los defensores liberales y neoliberales del capitalismo. Desde luego que su triunfo, que es también el triunfo del capital, de algún modo nos ha liberado, pero sólo después de mercantilizarnos. Es tan sólo por nuestra condición de mercancías que tenemos derecho de ser libres. O aún peor: es tan sólo por esta misma condición de mercancías que tenemos derecho de estar vivos, pero no para vivir nuestra vida, sino la del capital que se despliega en las mercancías que somos todos y cada uno de nosotros.
Es el capital el que vive libremente a través de nosotros, en efecto, cuando nos comportamos como simples mercancías al ponernos a la venta, ofrecernos, exhibirnos, publicitarnos, competir unos con otros y circular con cierta libertad: la permitida por el mercado que se autorregula con leyes como la de la oferta y la demanda. Son estas leyes despiadadas las que nos rigen ahora y las que se ramifican en las diversas leyes de la sociedad. Son ellas las que determinan el estrecho margen de nuestra libertad, la cual, reiterémoslo, ni siquiera es verdaderamente nuestra, sino del capital, de las mercancías en las que nos convertimos, del mercado al que se ha reducido nuestro mundo.
A falta de conclusión
Somos tan libres como lo deseaban Reagan, Thatcher, Friedman, Hayek y Von Mises, así como Spencer, Bentham, Smith, Locke y Hobbes. Los pensadores liberales y neoliberales han realizado su anhelo gracias a nuestra conversión en mercancías que gozan de una evidente libertad.
Nuestra existencia liberada y mercantilizada es el reflejo más fiel del mundo convertido en libre mercado. En los términos de Althusser, constituimos el mejor fundamento en espejo de la sociedad capitalista. Este capitalismo nos ha convertido en la mejor esencia de su ilusión liberal y neoliberal.
Ahora tenemos el honor de ser, como dirían Horkheimer y Mariátegui, el fundamento psicológico de las principales justificaciones ideológicas del sistema capitalista. Este fundamento se encuentra bien sistematizado en la actual psicología estudiada en las universidades, incluso en sus versiones alternativas, críticas y reflexivas, como lo ha mostrado Ian Parker (2017). En cuanto a lo fundamentado, es asunto de los ideólogos del sistema, los justificadores de lo injustificable (v.g. Friedman, 1962).
Es verdad que lo injustificable puede y suele justificarse ideológicamente por su fundamento psicológico: por aquello en lo que se nos ha convertido. Sólo queda el problema de lo que no puede integrarse (Alemán, 2013): de lo inconvertible que aún somos, el resto de nuestro ser, algo que no se deja reducir a la psicología del individuo, algo comunitario que subsiste detrás del espejo, algo que se resiste a dejar de estar vivo (Negri, 1989). Es lo que resiente mucho de lo descrito por Han, Dejours y Guinsberg. Es lo natural sobre lo que Darwin supo rectificar a Spencer. Es poco, desde luego, pero puede llegar a cambiarlo todo, como nos lo ha demostrado Polanyi.
Como se ha visto una y otra vez en la historia humana, la vida no deja nunca de sobreponerse a la muerte. Sin embargo, al sobreponerse a ella, tan sólo está prolongando la explotación de lo vivo por lo muerto. La resistencia de la vida agonizante proporciona tensión e ímpetu a la muerte por lo mismo que la resiliencia del sujeto, su arte de vivir peligrosamente, permite la persistencia de algo tan peligroso para él como lo es el sistema capitalista que sólo recientemente reviste su forma neoliberal (Reid, 2012). Este sistema sigue siendo, ahora como en siglos pasados, lo que debe destruirse para salvar a sus víctimas.
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Submetido em: 20/07/2018
Aceito em: 15/10/2018
1 Este artículo ha sido elaborado al matizar, corregir, profundizar y desarrollar una conferencia magistral dictada por el autor en el Séptimo Congreso de la Unión Latinoamericana de Entidades de Psicología (ULAPSI) en San José, Costa Rica, el viernes 27 de julio de 2018.