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Revista Psicologia Política

 ISSN 2175-1390

     

 

ARTIGOS

 

Utopía y pensamiento científico: reflexiones sobre el caso de la psicología soviética

 

Utopia and Scientific Thinking: Reflections from the Soviet Psychology case

 

Utopia e pensamento científico: reflexões do caso da psicologia soviética

 

Utopie et pensée scientifique: réflexion sur le cas de la psychologie soviétique

 

 

Luciano Nicolás García

Profesor Adjunto de Pesquisa da Faculdade de Psicologia da Universidad de Buenos Aires. Pesquisador do Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas; lucianonicolasgarcia@gmail.com

 

 


RESUMEN

El siguiente artículo ubica a los científicos como intelectuales plenos con el fin de rastrear y discutir los vínculos entre la imaginación utópica y el pensamiento científico en relación a las políticas públicas. Se realiza, por una parte, un análisis de un caso histórico, el modo en que la psicología soviética se insertó y proyectó en las políticas científicas de la Unión Soviética durante el siglo XX. Por otra parte, se consideran las posturas recientes sobre la relación entre ciencia y utopía de una serie de autores ligados perspectivas contestatarias. Finalmente, a partir del caso y esas posturas, se discuten y proponen modos de entender el lugar de la utopía en el pensamiento de la ciencia psicológica.

Palabras clave: Historia, reflexividad, política, comunismo, feminismo.


ABSTRACT

This article considers scientists as full intellectuals in order to locate and discuss the links between utopian imagination and scientific thinking in relation to public policies. This is carried out, on the one hand, by making an analysis of a historical case, the way in which Soviet psychology inserted and projected itself in the scientific policies of the Soviet Union during the 20th century. On the other hand, recent positions on the relationship between science and utopia from a series of authors with anti-establishment stands are considered. Finally, based on the mentioned case and positions, the place of utopia in the thought of psychological science is discussed and a way of understanding it is proposed.

Keywords: History, Reflexivity, Politics, Communism, Feminism.


RESUMO

Este artigo considera os cientistas como intelectuais completos, a fim de rastrear e discutir os vínculos entre a imaginação utópica e o pensamento científico em relação às políticas públicas. Realiza-se, por um lado, uma análise de um caso histórico: a maneira pela qual a psicologia soviética procurou se projetar e se inserir nas políticas científicas da União Soviética durante o século XX. Por outro lado, são consideradas posições recentes de uma série de autores ligados à contestação política acerca da relação entre ciência e utopia. Finalmente, a partir do caso analisado, tais posições são discutidas e são propostas formas de compreender o lugar da utopia no pensamento da ciência psicológica.

Palavras-chave: História, reflexividade, política, comunismo, feminismo.


RÉSUMÉ

L'article suivantprésente les scientifiques comme des intellectuels à part entière afin de suivre et de discuter des liens entre l'imagination utopique et la pensée scientifique en relation avec les politiques publiques. Il existe, d 'une part, une analyse d 'un cas historique, la manière dont la psychologie soviétique a été insérée etprojetée dans les politiques scientifiques de l Union soviétique au XXe siècle. D'autre part, les positions récentes sur la relation entre science et utopie d'une série d'auteurs liés à des perspectives contestataires sont prises en compte. Enfim, à partir du cas et de ces positions, des manières de comprendre la place de l'utopie dans la pensée de la science psychologique sont discutées etproposées.

Mots-clés: Histoire, reflexivité, politique, communism, feminism.


 

 

Introducción

Los pasados no son inertes y uno de sus efectos más productivos es ofrecer perspectivas para problematizar el presente y el futuro. Tal discusión, a su vez, no puede sustraerse de la relación que los científicos tienen con las agendas políticas de sus gobiernos, no por un prurito corporativo, sino porque, como se intentará delinear aquí, la ciencia ya es un agente indiscutible de las discusiones sobre los presentes y los futuros posibles. Al mismo tiempo, el ejercicio de la política es indisociable de los roles que se les asignan a los científicos y académicos. En vista de esto, los científicos, si no quieren ser reducidos a un mero instrumento de los poderes establecidos, necesitan desarrollar un pensamiento político advertido para orientarse en la arena pública de sus coyunturas. Con esta perspectiva, se presentarán algunos elementos históricos para conducir tal reflexión sobre la actualidad y el provenir, tarea que se impone frente a la falta de perspectivas alentadoras, tanto en la región como en el resto mundo.

La caracterización de los científicos como figuras públicas suele ser limitada, por ellos mismos y por terceros; usualmente se los considera como expertos o técnicos, cuando cabría verlos como intelectuales en el pleno sentido del término, tanto en el dominio público general como dentro de los campos disciplinares. Como destacó Pinault (2003), la reducción de científicos a expertos desdibuja el rol fundamental que en los últimos siglos tuvo el pensamiento científico en los imaginarios, la política, la economía y la vida cultural, es decir, la incidencia de los científicos en la definición de instituciones, demarcación de problemas y disputas de poder, tanto en sus comunidades de origen como en otras lejanas espacial y temporalmente, sea que se hayan pronunciado sobre problemas generales, en tanto intelectuales autorizados en la ciencia, o sea como especialistas respecto de tópicos puntuales que afectan la vida comunitaria. A esto se agregan dos perspectivas contrapuestas. Por un lado, como senala Livesey (2006), regularmente los miembros de las disciplinas científicas tienden a hacer primar la producción de sus miembros como individuos particulares, y con ello exageran sus capacidades o su autonomía cognoscitiva. Como contrapartida, los estudios sobre la actividad científica -que incluyen, entre varias otras, la historia, la antropología, y la sociología de la ciencia-, tienden a minimizar la agencia y agenda propia de los científicos como individuos o grupos específicos en pos de integrarlos, y a veces subsumirlos, a procesos culturales, políticos y econômicos de mayor amplitud. Esta contraposición no colabora a la hora de considerar una noción de agencia: o se la asume sin tematizar, o se la descentra demasiado. Sin embargo, tal noción es necesaria para contemplar el modo en que lo humano y lo natural se construyen recíprocamente en la actividad científica dentro procesos históricos con actores precisos y coyunturas específicas.

Lo que se busca destacar aquí es cómo los científicos, en particular los psicólogos, pueden pensarse, por ellos mismos y por terceros, como intelectuales para intervenir en la esfera pública, no ya como meros divulgadores de ciertos temas específicos o defensores de intereses particulares, sino como parte en las disputas por la instauración de imaginarios sociales y horizontes futuros. Esta posición no es en rigor novedosa, Charle (2009) ya ha senalado que rol del intelectual contemporâneo, adjudicado tradicionalmente al escritor y ensayista Émile Zola, tiene como antecedentes directos a Louis Pasteur y Claude Bernard, claves en la acreditación de la medicina como práctica científica, y a Hippolyte Taine y Ernest Renán, quienes se apoyaron en el pensamiento científico para abordar la filosofia, la historia y la literatura. Incluso podría retrocederse hasta François Quesnay y los fisiócratas del siglo XVIII como un pensamiento al mismo tiempo político y científico (Dostaler, 2008). Sin embargo, aunque reiterado, este despliegue a lo público y lo político por parte de los científicos no ha sido, ni es, un ejercicio directo, sencillo y necesariamente positivo, sobre todo cuando se trata de disputar un statu quo en pos de porvenires más equitativos e inclusivos. Es por ello que requiere de un examen crítico, que aquí será ejemplificado con la experiencia de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), un escenario sumamente rico a la hora de considerar los vínculos posibles y efectivos entre política y ciencia en la historia más cercana.

Es un rasgo típico en las izquierdas políticas generar visiones de organizaciones sociales futuras como base para orientar el activismo. El comunismo de los siglos XIX y XX fue ejemplar en ese gesto, con la particularidad que buscó distinguirse de otros socialismos a partir de un análisis científico de la realidad social y económica. Como es sabido, Friedrich Engels (1968) propuso un socialismo científico, apoyado en la indagación sistemática del orden social para organizar el activismo, en contraposición a los socialismos utópicos, cuyo voluntarismo resulta inadecuado para entender los mecanismos de opresión y orientar los esfuerzos militantes. El comunismo, en particular en la URSS, construyó sobre esa base racionalista una serie de narrativas conducentes al despliegue de las potencias humanas una vez que la revolución las libere de sus yugos sociales y económicos, las cuales tuvieron una fuerte incidencia en la retórica e imaginario de líderes políticos, militares, activis-tas civiles y científicos (Sites, 1988). Tales narrativas configuraron un horizonte futuro que bien puede ser considerado en términos de utopía, no en su sentido peyorativo, como mera imaginación fantástica sin asidero en la realidad, sino en su sentido propositivo, como horizontes de expectativa creíbles y deseables que organizan y articulan las prácticas y los proyectos de varios sectores de la población hacia un futuro mediato (Jameson, 2007). Para el caso de las ciencias, las utopías no son sólo imaginarios futuros, sino un vector inherente a la organización de la agenda de temas y problemas, así uno de los criterios de avance y de exigencia para obtener resultados concretos. De hecho, los futuros que los científicos imaginan y proponen tienen plena densidad histórica por ser también resultantes de procesos específicos del pasado. En esta línea, es destacable la producción reciente sobre la historia de los futuros, las predicciones y previsiones (Andersson & Rindzeviciüté, 2012; 2015). Su foco en las ciencias sociales revela que, especialmente desde mediados del siglo XX, estas ciencias buscaron incidir en las políticas globales y la gestión técnico-económica. A diferencia de la tradición de la historia conceptual, estos estudios no buscan una semântica del tiempo de largo plazo como estrategia para interpretar cambios sociales y culturales generales, sino que se enfocan en la producción de conocimiento científico orientado a planificar y controlar los escenarios sociales futuros, los efectos de poder específicos que tuvieron esos saberes, y las modalidades de agencia de diversas instituciones y actores en la toma de decisiones. El estudio de la estrategia militar, la investigación en energía atómica, la explotación del medio ambiente, y la gestión macroeconómica, sobre todo durante los anos de la Guerra Fría, dan cuenta de la imbricación directa entre la producción científica y el poder político en el siglo XX. Al tiempo que se advierte que estos estudios buscan distanciarse de las utopías o futuros "fantásticos", y centrarse en cómo ciertos actores definieron el futuro como "un campo de acción, intervención, administración y protesta" (Andersson & Rindzevičiūtė, 2015, p. 11), también se reconoce que esa distinción entre planificación científico-técnica y utopía no es siempre clara. Aquí interesa destacar los vínculos tanto entre las utopías, en su despliegue de horizontes posibles, y del pensamiento a futuro de la ciencia, en el sentido específico de las autoras recién mencionadas.

El ideario del socialismo científico que psicólogos soviéticos promovieron puede sintetizarse como una utopía sociopolítica resultante de avances científicos y técnicos, donde la vida social puede y debe ser planificada racionalmente, con objetivo último de propiciar la emergencia del "hombre nuevo". El análisis de las diversas características de este ideario, aun cuando ya esté desactivado, es un recurso para pensar cómo se puede, desde el presente de esta región del mundo, pensar y proponer una forma de pensamiento científico que intervenga productivamente en los debates políticos, para así evitar la ingenuidad política derivada de anhelos futuros desencajados de nuestra coyuntura o de pragmatismos técnicos incapaces de reflexionar sobre la orientación y consecuencias de la actividad científica.

 

La psicologia en el devenir de la URSS

Uno de los aspectos culturales más notables de la experiencia bolchevique fue la ampliación y transformación del horizonte de expectativa, acompanada de la aceleración del tiempo político, para ponerlo en los términos de la historia conceptual (Koselleck, 2003; Pittaluga, 2015). Una parte central de ese horizonte futuro estuvo vinculado directamente a la ciencia, como fuente de imaginación y como impulsora de los cambios en la producción, es decir como un motor con el cual modernizar la atrasada economia y cultura zarista. Es sabido que la revolución bolchevique retomó del siglo XIX un ideario positivista de racionalidad como principio de inteligibilidad del mundo y de confianza en el progreso general de la humanidad (Joravsky, 1961). Mientras que ese ideario entró en crisis luego de la Primera Guerra Mundial en Europa occidental, en Rusia fue reivindicado como salvaguarda de una civilización asediada por sucesivas barbaries: la zarista, la capitalista y la fascista.

Las utopias, en términos históricos, no han sido meramente un espejismo, una ilusión ingenua incapaz de entender de un modo realista el mundo concreto - como lo como han sostenido los teóricos y propagandistas comunistas -, sino que proveyeron contenido valorativo y programático a las acciones del presente, esto es, se imaginó el futuro de forma tal que éste definió los medios necesarios y el encadenamiento de las acciones adecuadas para que se vuelva una realidad. Caben pocas dudas que en este sentido el comunismo de Karl Marx y Engels también era fuertemente utópico; pero con la Revolución rusa ello cobró un cariz propio, devino una utopia factible, un futuro no ya potencial, sino históricamente realizable a partir de la imaginación y la técnica científica. Tal utopia conoció diversos momentos en la historia del comunismo, si bien en este apartado solo serán mencionadas algunos hechos y figuras de la URSS, sobre todo ligadas a la psicologia.

Es posible hallar delimitar la constitución de dicha utopia factible si se considera la literatura de ciencia ficción rusa, muy rica como fuente histórica respecto de los imaginarios y objetivos de ese contexto (Rispoli, 2016). En Estrella Roja, novela escrita por el médico y teórico bolchevique Alexander Bogdanov (2016) luego del fallido intento revolucionario de 1905, el protagonista Leonid, un matemático y revolucionario profesional, es elegido por alienigenas para que los acompane a Marte y conozca un sistema comunista ya instaurado. Bogdanov ofrece en su novela las visiones y promesas -asi como los problemas- del socialismo cientifico bajo la forma de una sociedad técnica y culturalmente mucho más avanzada, deseosa de instaurar su sistema social en la Tierra, para beneficio propio y de los terricolas -al menos, para aquellos que quieran plegarse a ese proyecto. Más tarde, en 1923, el escritor Alexei Tolstoi publicó Aelita (2010), donde invirtió el caso: son los bolcheviques los que exportan la revolución a Marte, habitada por una sociedad gobernada por ingenieros, técnicamente avanzada pero fuertemente clasista y conservadora. Aqui, es la ciencia rusa, emancipada de la opresión capitalista, la que permite el viaje espacial y acercar la revolución al "proletariado" universal.

Luego del triunfo bolchevique en la Guerra Civil, el ethos de la racionalidad cientifica otorgó un suelo de certidumbre para una utopia tan politica como técnica. Tal ethos puede hallarse por do-quier en los dichos y acciones de los lideres de la revolución, muy regularmente asociado al ideario de la creación del "hombre nuevo". Baste aqui una cita de León Trotsky en un texto de 1924:

El problema de cómo educar y regular, como mejorar y "completar" la naturaleza fisica y spiritual del hombre, es colosal, un trabajo serio que solo es concebible bajo las condiciones socialistas. Podemos llevar a cabo una via ferroviaria que cruce el Sahara, construir la torre Eiffel y hablar por radio a Nueva York, pero ^podemos mejorar al hombre? jSi, seremos capaces! Producir una nueva, mejorada versión del hombre - esa es la tarea futura del comunismo. Y para eso primero tenemos que descubrir todo acerca del hombre, su anatomia, su fisiologia, y esa parte de la fisiologia que se llama psicologia. [...] Sólo con el socialismo comienza el verdadero progreso. El hombre se mirará a si mismo como un material en bruto o a lo sumo como un producto a medio terminar, y dirá: "al fin, mi querido homo sapiens, voy a trabajar en ti" (Trotsky, 1973, p. 140, la traducción me corresponde).1

Esta perspectiva se materializó en una reorganización general de las instituciones de investi-gación y de ensenanza universitaria. La U.R.S.S. se destacó por generar, desde 1921, un sistema de producción científica fuertemente centralizado y enteramente financiado por el Estado, con la pretensión de una planificación completa del trabajo científico. Los líderes soviéticos asumieron que la ciencia planificada evitaria la investigación superflua o guiada por el lucro, como sucedía en los países capitalistas (Graham, 1975). Lenin, al igual que su Comisario de Instrucción Pública Anatoli Lunacharski, tenía la idea de mantener y fortalecer la Academia de Ciencias, el sistema de investigación creado por el zarismo, para preservar a sus científicos dado que no eran fácilmente reemplazables, aun cuando en su mayoría no apoyaban al bolchevismo. En contrapartida, las universidades fueron fuertemente intervenidas en pos de que las futuras generaciones de investigadores se atuviesen al marxismo-leninismo. Durante las décadas de 1920 y 1930, la U.R.S.S. dio al área de la ciencia y técnica tanta importancia como los países más avanzados. Nikolai Bujarín, uno de los líderes bol-cheviques que asistió al Segundo Congreso Internacional de Historia de la Ciencia de 1931 en Londres, sostuvo en ese evento: "No sólo ha nacido un nuevo sistema econômico. Ha nacido una nueva cultura. Ha nacido una nueva ciencia" (Graham, 1975, p. 70). Uno de los casos más conocidos de este apoyo gubernamental fueron las investigaciones de Iván Pavlov, cuyas teorías fisiológicas no sólo cautivaron a dirigentes como Trotsky, Bujarín y Viacheslav Molotov, sino que él mismo las veía como una potencial herramienta para un programa eugenésico (Todes, 2014). Empero, el costo de esa reconfiguración del sistema académico y científico, como ya es sabido, fue una fuerte burocratización y la renuncia a la autonomía disciplinar.

Respecto de la psicología en particular, la obra de Lev S. Vygotski, el psicólogo más renombrado que dio la URSS, fue resultado tanto de ese ethos como de esa organización científica. Dedicado a la pedología, la ciencia integral del nino que combinaba psicología, pedagogía y medicina, afirmó en 1930:

Las nuevas generaciones y sus nuevas formas de educación son la principal ruta que seguirá la historia, y que creará el nuevo tipo de hombre. En este sentido el papel de la educación social y politécnica es extraordinariamente importante. Las ideas básicas de la educación politécnica son un intento de superar la división entre trabajo físico e intelectual y de reunir el trabajo y el pensamiento, que fueron hechos anicos durante el proceso del desarrollo del capitalismo (Vigotski, 1998, p. 119, cursivas del autor).

La importancia de esta afirmación es que fue hecha por un psicólogo que abarcó una amplia agenda de temas y organizó tres equipos de investigación simultâneos, en Moscú, Leningrado y Járkov (Yasnitsky & Ferrari, 2008). Vygotski hizo ciencia psicológica en un momento donde las transformaciones de los sistemas educativos y de salud le hacía posible investigar en pos de objetivos nuevos y distintos a los occidentales. Al mismo tiempo, sus contactos con líderes políticos como Lunacharski y Nadezhda Krupskaya, y sus diferentes posiciones académicas y políticas le permitían aplicar sin dilaciones sus hallazgos. Vygotski se percibió hacedor de la revolución desde su disciplina, y en la posición institucional e histórica, no ya de estudiar la psicología de las personas en el mundo dado, sino de proyectar y contribuir a gestar la psiquis del "hombre nuevo" en un futuro cercano (Bauer, 1952; Yasnitsky, 2018). En las primeras décadas de la URSS primó una primera utopía basada en la posibilidad de desarrollar, a partir de la administración socialista, una ciencia del hombre que encause las fuerzas y el desarrollo del ser humano a su propia superación. En este punto, el desarrollo de una sociedad socialista y de la ciencia eran considerados como uno y el mismo proceso. Al contrario de los elementos fantásticos de literatura de ciencia ficción, Vygotski y sus equipos de trabajo eran parte de una serie de instituciones académicas en condiciones de llevar adelante, por exigencia del politburó y por convicción propia, una ciencia políticamente orientada, donde la psicología y la fisiología no ocuparon un lugar marginal en el ideario del advenimiento de una nueva sociedad.

Luego de la Segunda Guerra Mundial, la carrera armamentística puso en el centro de las agendas políticas la importancia del desarrollo científico, y luego de la muerte de Stalin, una segunda utopía factible se conformó a partir de un marco científico general, casi una suerte de metadisciplina: la cibernética. Esbozada en Rusia por fisiólogos como Piotr Anojin y Nikolai Bernshtein en la década de 1930, y desarrollada en programas militares norteamericanos luego de 1945, la cibernética se divulgó rápidamente en el mundo como una promisoria forma de entender y controlar objetos, arte-factos y seres vivos. Fue cuestionada durante el estalinismo por ser el prototipo de saber burgués: derivado de exitosas aplicaciones en la administración y tecnologías militares, se la divulgó con el propósito de someter a las poblaciones a un control deshumanizante. Sin embargo, para la segunda mitad de la década de 1950 se impuso entre los soviéticos como la nueva promesa de avance técnico-político (Rispoli, 2015). De la astrofísica a la economía, pasando por la biología y la psicología, el nuevo léxico habilitó la formalización y cuantificación de todo saber, y pretendía ser una herramienta de análisis científico para cualquier tipo de fenómeno. Si bien algunos filósofos partidistas objetaron su incompatibilidad con el materialismo dialéctico e histórico, para los políticos las promesas de la cibernética resultaron irresistibles, por los resultados prácticos en la ingeniería, la astronomía y los sistemas de defensa y comunicación, pero sobre todo en el terreno de la economía, donde la cibernética parecía ofrecer la clave para sostener y ampliar la planificación económica sin las taras burocráticas que implicaba el monitoreo y control constante de la producción y el comercio (Gerovitch, 2002). Con apoyo decidido del politburó, se creó en 1959 un consejo científico dedicado a dicho saber en la Academia de Ciencias y en 1961 el mismo Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) propuso a la cibernética como una de las mejores herramientas para la construcción de una sociedad comunista. La cibernética resultó un saber clave en la competencia militar, espacial y deportiva con occidente, y la propaganda soviética usufructuó ampliamente logros científicos como el satélite Sputnik y la energía atómica de uso civil. El matemático checo Ernst Kolman, formado en la URSS y muy vinculado al PCUS, defendió a la cibernética como una herramienta útil en la neurofisiología, en particular por la posibilidad de cuantificación y de estudio renovado de fenómenos como memoria y olvido, y por ello consideraba a las máquinas de cálculo y razonamiento en el trabajo como extensiones de la psiquis, así como las herramientas y máquinas eran extensiones de cuerpo (Kolman, 1957). La Conferencia sobre cuestiones de la Fisiología de la Actividad Nerviosa Superior y la Psicología de 1962 promovió estas perspectivas, si bien muchos psicólogos, luego de la experiencia del pavlovismo durante el estalinismo, se oponían a quedar nuevamente subsumidos la fisiología (Graham, 1987). Con todo, el Congreso Panruso de Psicología de 1963 contó con una sesión dedicada a la psicología cibernética, un tópico inexistente en el congreso previo de 1959 (Razran, 1964). La fisiología cibernética de Anojin y Bernshtein tuvo impacto en la psicología en la renovación del tópico de lo inconsciente, respecto del cual Filip Bassin fue su principal promotor. En su principal obra, El Problema del Inconsciente, aparecida en 1968, sostuvo que la psicología debía recurrir a las teorías de la fisiología cibernética si pretendía abordar adecuadamente el tópico de lo inconsciente acorde a "una posición, constructiva, materialista dialéctica, hacia el problema" (Bassin, 1972, p. 345, cursivas del autor), aunque insistió que los aspectos psicológicos no podían derivarse sin más del estudio del sistema nervioso. Esa postura "interdisciplinaria" seguía lo resuelto en el XVIII Congreso Internacional de Psicologia, realizado en 1966 en Moscú, respecto de la necesidad de la psicología de vincularse a otras disciplinas; más importante aún, según Bassin y Anojin, no había una teoría sólida de la consciencia sin una teoría sólida de lo inconsciente. Esto al mismo tiempo significaba tanto un desafio a la primada de la consciencia del marxismo-leninismo de los filósofos partidistas, como una ampliación de la pertinencia de la psicología respecto de tópicos inevitablemente políticos.

Para la década de 1960 la figura específica del "hombre nuevo", como cambio total del ser humano perdió brillo en el imaginario soviético, más atemperado luego de las experiencias del estalinismo y la guerra. Sin embargo, la promesa de una técnica científica que despliegue las potencias humanas seguía siendo parte de la utopía comunista; el filósofo del Partido Comunista Francés Roger Garaudy, entusiasmado con las posibilidades de la cibernética, sostuvo: "la mutación cibernética hace posible una floración sin precedentes en la subjetividad humana" (Garaudy, 1970, p. 54). La cita es significativa no solo en su faceta utópica, sino porque evidencia que entonces ya no podía pensarse la política desligada de la ciencia, ni las naturales ni las sociales; el filósofo alemán Jürgen Habermas lo expresó en 1967 en los siguientes términos: "Sospecho que los cambios institucionales resultantes del progreso científico-técnico ejercen sobre los esquemas lingüísticos de aprehensión del mundo una influencia indirecta del mismo tipo que el que antano ejercían los cambios en las formas de producción: pues la ciencia se ha convertido en la principal fuerza productiva." (Habermas, 1988, p. 173, la traducción me corresponde).2

Es posible delinear una tercera y última forma de la utopía científico-política soviética hacia la década de 1980, bajo la fórmula del "factor humano" de las fuerzas productivas. Esta figura tuvo dos momentos: desde que asumió Gorbachov hasta mediados de 1986, más bien instrumental, como nuevas pautas de motivación en los trabajadores para acelerar, incrementar y mejorar la producción; y luego del XXVII Congreso del PCUS de 1986, cuando la noción se amplificó y comenzó a discutirse el "factor humano" en términos de una mentalidad colectiva soviética, que debía ser transformada a partir de las "reservas escondidas" en los ciudadanos soviéticos. Ese mismo ano el presidium de la Academia de Ciencias Soviéticas creó un Consejo Científico para el estudio comprensivo del hombre, que desarrolló un programa prioritario denominado "Hombre, Ciencia y Sociedad", cuyo objetivo era el trabajo interdisciplinario para darle un contenido científico a la noción de "factor humano" (Rawles, 1996). El director del Instituto de Psicología de la Academia de Ciencias, Boris Lomov, especializado en psicología del trabajo, rescataba la necesidad del desarrollo de la psicología social para el estudio de las motivaciones colectivas: "[e]n el campo motivacional de la personalidad se combinan específicamente los motivos orientados hacia las necesidades tanto individuales como sociales, así como hacia la producción y el consumo" (Lomov, 1989, p. 107). Al tiempo que afirmaba que "[e]l objetivo fundamental de la psicología industrial consiste en la humanización de la tecnología", también sostenía:

Cuando se crea una tecnología nueva o se desarrolla un nuevo proceso tecnológico, no siempre se piensa, desgraciadamente, en cómo se va a realizar la actividad del hombre. Más tarde, ya durante el proceso de explotación, se descubre que esa tecnología resulta "psicológicamente incómoda" para el hombre (...). Los problemas psicológicos surgen también en relación a los temas relativos al perfeccionamiento de los sistemas de dirección de la economía popular (...) la dirección no se reduce a la simple organización de la tecnología y a la aplicación de unos u otros modelos económicos. (...) [E]l perfeccionamiento del sistema de dirección presupone la utilización de conocimiento sobre las normas de la actividad y la conducta humanas, sobre las diferencias psicológicas entre los individuos, sobre las interrelaciones entre los colectivos laborales. (...) La necesidad en los resultados de las investigaciones psicológicas surge, de una manera o de otra, en todas las esferas de la práctica social, del trabajo con el hombre: en la industria, el transporte, en los sistemas de dirección de la economia popular y en la ensenanza, en la sanidad y en el arte, en la ideologia y en la política. Esa necesidad está relacionada con la urgencia del estudio y cómputo del llamado "factor humano" para la solución de los problemas prácticos. (...) La importancia y necesidad de la activización [sic] del factor humano fueron subrayadas una vez más en los documentos programáticos del XXVII Congreso del PCUS (1986), y en las ulteriores declaraciones del Secretario General de nuestro partido, M. S. Gorvachev (Lomov, 1989, p. 114).

El partidismo impertérrito de la cita no impide que se deje entrever el reconocimiento de una economia pobremente planificada que no contemplaba ni se ajustaba a las necesidades humanas y colectivas. Para Lomov, la psicologia soviética, en tanto se asumia marxista, todavia estaba al ser-vicio de "la formación de un hombre nuevo", tópico que habia sido "desarrollado consecuentemente en los últimos congresos del PCUS", aunque esta advertia que "[s]eria erróneo considerar que las nuevas relaciones sociales 'fabrican automáticamente' un hombre nuevo" (Lomov, 1989, p. 115).

Empero, el proceso de la Perestroika tuvo efectos inesperados y contradictorios, y reveló que no parecia haber reservas animicas en los soviéticos para seguir manteniendo tal utopia. El psicólogo social Igor Kon, uno de los más reputados y criticos del momento, sostuvo en 1988 que el proceso de la Perestroika tenia diversos obstáculos psicológicos y culturales: "(,Por qué el pueblo aceptó en su momento la idea de la Perestroika en forma tan unánime? Antes que nada, por supuesto, porque ella expresa profundas necesidades y los anhelos de la población; y, lo que resulta esencial, se la visualizó como un retorno a las formas leninistas de vida social" (Kon, 2002, p. 114). En efecto, el espiritu de las reformas era retomar y ampliar un camino leninista, dejando atrás definitivamente el desvio estalinista. Para Kon, ello era un problema: "no se puede olvidar la inveterada costumbre [...] de aprobar cualquier sugerencia que venga de arriba y cuya realización no implique, en consecuencia, mayores esfuerzos intelectuales" (p. 114); una nueva responsabilidad social debia ser el objetivo de las reformas y el único modo de elevarla era mediante la "ampliación de la democracia real y efectiva, y la autogestión" (p. 114). Kon cuestionó otro de los viejos anhelos de las autoridades soviéticas, que involucraba precisamente a las disciplinas "psi": "es necesario superar la imagen idealizada y radiante del 'nuevo hombre'; del hombre únicamente dotado de virtudes; y, por el contrario, poder mirarse a si mismo con criticismo y sobriedad" (p. 101). Asi, la utopia comunista que debia dar lugar al "hombre nuevo" impulsada por el triunfo bolchevique dejó de ser factible; lo que restaba era el análisis del "hombre mediocre" resultante de 70 anos de socialismo soviético.

Con todo, las instituciones cientificas no se apegaron en la práctica a al espiritu de la Perestroika y la Glasnot. Hacia mediados de la década de 1980, la URSS poseia la mayor cantidad de cientificos del mundo y uno de los mayores presupuestos. Sin embargo, y a pesar de algunas politicas de desarme de Gorbachov, en 1990 el sistema cientifico industrial militar y el sector energético representaban el 87% del presupuesto total de investigación y desarrollo y más de la mitad de los investigadores. Tal desbalance resultaba de la alta centralización con la que la ciencia soviética se habia organizado durante décadas y expresaba en los importantes avances en tecnologia militar y aeroespacial, en contraste con la muy reducida investigación dirigida a la industria doméstica y la producción de bienes de consumo, un ámbito que resultaba problemático también desde hacia varias décadas. Los investigadores no tenian interés en esto último y ni existian las mediaciones necesarias para trasladar la investigación básica y aplicada del ámbito bélico y espacial al de la economia doméstica y la vida cotidiana. Al mismo tiempo, la inversión en ciencia no generaba réditos suficientes y el accidente nuclear de Chernóbil mostró la ineficiencia de la gestión y las politicas cientificas. En rigor, se impulsaron ciertas políticas de descentralización de las instituciones científicas y acercamientos con la producción industrial y otros problemas sociales. Las leyes de actividad individual y de cooperativas de 1987 y 1988 permitieron cierta iniciativa de científicos, y para 1990 había unas 10.000 cooperativas vinculadas a la ciencia y la tecnología. Sin embargo, la experiencia fue caótica, por las dificultades para conseguir insumos y la inexperiencia de los científicos para trabajar fuera de marcos altamente estructurados. En 1989 se organizaron protestas que reclamaron reformas en la Academia de Ciencias Soviética, que llevaron a la creación un Sindicato de Científicos Creativos y una Academia Rusa de Ciencias, paralela a la soviética. Pero esas iniciativas no tuvieron mayor éxito, las autoridades científicas monopolizaron los recursos financieros y durante la segunda mitad de la década de 1980 intentaron centralizar aún más la actividad científica, a pesar de la evidencia de que mayor centralización no implicaba la generación de mejor ciencia, como lo mostraban a todas luces los casos de EE.UU. y Japón. Tan pronto cayó la URSS, ambas academias de ciencias fueron nuevamente unificadas y sobrevino un duro período de ajuste del sistema científico, con una reducción de al-rededor de 1000% en el financiamiento destinado a la ciencia (Graham, 1992; 1998).

 

¿Qué lugar para la utopía en una política de la ciencia?

Como es sabido, la caída de la URSS y el fin del socialismo en Europa central y del Este no solo fueron una derrota histórica para los comunismos, sino la clausura de una alternativa al capitalismo y sus patologías políticas y económicas. Ciertamente, "el fin de la historia", la célebre fórmula de Francis Fukuyama, proclamó tanto el imperio del capitalismo en el orden global como el cierre de horizontes de expectativa - una ampliación geográfica correlativa a un estrechamiento histórico. Con las intervenciones militares de las potencias y las crisis económicas globales, lo que parece avi-zorarse es más bien un único futuro negativo. El sistema económico mundial no parece ofrecer mejorar sustantivas a las poblaciones, el deterioro ecológico ya es evidente a los legos, y la ciencia ha quedado desencantada, puesto que ha perdido la capacidad de evocar las promesas y esperanzas que suscitó al menos hasta la década de 1970. Un índice de esto es que fue para entonces cuando la literatura de ciencia ficción devino un género casi completamente distópico, donde el rol de la ciencia quedó casi homologado al de opresión política y económica (Moylan, 2000; Fitting, 2010). Mientras que para la URSS el socialismo requería de la ciencia como un motor social, económico y cultural, para los habitantes del siglo XXI, ésta se presenta como una fuente de peligro más, tanto para la población lega como para las clases políticas - por motivos muy diferentes, desde luego.

Como consecuencia a esta falta de perspectivas, se han revitalizado discusiones sobre el comunismo, la ciencia y la necesidad de una utopía. Al respecto, es posible encontrar un rango de posiciones; de un lado, el filósofo francés Alain Badiou intenta desligarse del binomio ciencia/utopía:

Lo real desmiente sin descanso las pretensiones científicas, de manera que con respecto a estas se impone una distancia crítica. Solo una compresión de las sociedades despojada del lastre del paradigma cientificista nos permitirá forjar una voluntad en condiciones de encauzarlas en el sentido que consideremos apropiado. (...) El comunismo que defiendo es exactamente lo contrario a una utopía, y pese a ello no es en ningún aspecto "científico" Es simplemente una posibilidad racional de la política, y hay otras, por ejemplo, la de una destrucción de la humanidad por obra de los efectos desastrosos del capitalismo mundializado. (Badiou & Gauchet, 2015, p. 106, 108).

El historiador italiano Enzo Traverso, afirmó respecto de las utopías: "No puedo evitar poner en relación este surgimiento de la memoria en el espacio público con el eclipse de las utopías. El siglo XX se llevó consigo las utopías. Despojado de utopías el mundo volvió la mirada hacia el pasado.

La memoria se convirtió en una obsesión cultural" (Traverso, 2014, p. 78); sobre el marxismo, sostuvo que:

una vez cercenada su dimensión utópica, el marxismo dejó de actuar como vector de transmisión de una memoria de clase, de las luchas emancipadoras y de las revoluciones [...] La ciencia no anunciaba el advenimiento del socialismo, pero este último podía basarse en sus resultados con el fin de satisfacer un sueno ancestral de felicidad. Incluso reinterpretado como utopía -o como alternativa posible a la barbarie-, el socialismo seguía siendo el telos histórico, es decir el objetivo fijado por la acción y alimentado por un conjunto de deseos que la memoria había cultivado. Si hubiera que resumir en una formula la concepción marxista de la memoria, podríamos adoptar la definición sugerida por Vincent Geoghegan 'recordar el futuro' (Traverso, 2014, p. 154-165).

Con todo, sostiene que "el mundo no puede vivir sin utopías. Y ya va a inventarse nuevas" (Traverso, 2014, p. 108), si bien no ofrece elementos para la consecución de tal esperanza.

Al final del espectro, el historiador argentino Ariel Petruccelli considera que "es indispensable repensar con calma y profundidad los problemas de la ética y la utopía, sin abandonar por ellos los de la ciencia. El socialismo de nuestro tiempo debería mantener un compromiso múltiple con la reflexión ética, la imaginación utópica, la rigurosidad científica y la responsabilidad política" (Petruccelli, 2016, p. 23). Según él, "si hemos de ser fieles al legado de Marx, entonces habremos de llevar en nuestras mochilas tanto el ropaje del científico riguroso que procura acaso sin éxito pero provechosamente alcanzar la verdad, cuanto los atuendos del apasionado revolucionario dispuesto a realizar los mayores sacrificios en pos de sus ideas. Ciencia y utopía, pues." (Petruccelli, 2016, p. 287).

Frente a las ambigüedades de los intelectuales abonados al marxismo sobre el lugar de la ciencia en la práctica y la imaginación política, entendibles por el peso de la herencia del denominado "socialismo real", otras corrientes políticas buscaron horizontes futuros que incluyeran a la ciencia como motor. Algunas de ellas son reaccionarias, como el uso que hacen los sectores neoliberales y conservadores de la Nueva macroeconomía clásica o la sociobiología (Gómez, 2003; Rose & Rose, 2000). Otras son contestatarias, como el feminismo, que encuentra en la ciencia componente necesario de la subversión del statu quo. Donna Haraway, en uno de sus artículos más conocidos, lo afirmó con claridad: "La ciencia ha sido utópica y visionaria desde el principio; esta es una de las razones por las que nosotras la necesitamos" (Haraway, 1993, p. 126). Entiéndase, las mujeres necesitan de la ciencia precisamente por haber sido excluidas de la producción de saber y por haber sido unilateralmente definidas, una y otra vez, incluso hoy en día, por científicos incapaces de advertir que pasan por regularidades naturales sus propios prejuicios de género. Las psicólogas feministas han puesto este en el tapete numerosas veces a partir de la segunda mitad del siglo XX. Baste con citar un texto ya clásico al respecto en respuesta al rol "natural" de esposa y madre que la psicología, psiquiatría y psicoanálisis asignan a la mujer:

No hay ni el menor atisbo de evidencia de que esas fantasias de servidumbre y de dependencia infantil tengan nada que ver con las verdaderas posibilidades de las mujeres; que la idea de la naturaleza de las posibilidades humanas que descansa en los accidentes del desarrollo individual de los genitales, en lo que es posible hoy a causa de lo que ha ocurrido ayer, en el mito fundamentalista de la causalidad del órgano sexual, ha estrangulado y desviado la psicología, de tal modo que es relativamente inútil para describir, explicar o predecir algo acerca de los seres humanos y sus comportamientos. Huelga decir que la psicología actual es aún menos que inútil a la hora de contribuir a una visión que verdaderamente pudiera liberar ni a los hombres ni a las mujeres. [.] La psicología no tiene nada que decir acerca de lo que realmente agrada a las mujeres, acerca de lo que necesitan y de lo que quieren, esencialmente porque la psicologia no lo sabe (Weisstein, 1975, p. 224-225).

Queda claro que en esa crítica lo que se vislumbra y exige es una psicología que sí sea relevante para la liberación de las mujeres, y con ellas el resto de los géneros. Aún más, un punto que comparte la literatura de la psicología feminista es que es la disciplina misma parte de la opresión androcéntrica (Bohan, 1992; Rutherford & Granek, 2010), de modo que la producción de saberes rigurosos es una intervención política en la disciplina y en la sociedad al mismo tiempo. En este sentido una psicología feminista rigurosa es necesaria para un futuro emancipado del patriarcado y el androcentrismo de las instituciones científicas y académicas. Con todo, el pensamiento utópico no parece ser un valor a ser aceptado sin más. Como indica con sensatez la filósofa Claire Colebrook (2010), una esperanza moderada hacia el futuro puede llevar a declarar cumplidos los objetivos con muy poco y mitigar el accionar a reformas muy acotadas. Por el contrario, una utopía radical que suponga un quiebre absoluto con la situación presente deja sin elementos con los cuales construir una visión de futuro y deviene una desesperanza que conduce al abatimiento, el cinismo, o al reclamo desencajado de las posibilidades reales. En este punto, el feminismo requeriría desplegar un futuro deseable que se inspire negativamente en el presente, en tanto reconozca que los logros en el presente no significan que el estado actual sea de conjunto admisible, pero que sean esos mismos logros los que generen un imaginario esperanzado que motorice al activismo hacia un futuro superador. Queda por ver cómo tal perspectiva podría ser incorporada en la psicología, la feminista y el resto.

 

Perspectivas y definiciones

Las utopías entonces no son meros escenarios ilusorios o ficciones ideales, sino objetos y discursos de discusión y reflexión política: cómo se evalúa el presente en función del futuro que se busca, qué valores son adecuados para ello, y qué peligros asoman, inherentes y accidentales, en la consumación de ese provenir. El recorrido previo por la psicología soviética permite sostener lo siguiente: la utopía política y científica, al modo en que fue inspirada por el bolchevismo en los movimientos de izquierda, ya no parece un modelo realizable, o siquiera deseable.

Las revoluciones acaecidas en el siglo XX, o bien no lograron sostenerse o bien han mostrado sus propias limitaciones, considerables y no necesariamente asignables al asedio de las potencias capitalistas. Demasiadas cosas han cambiado en términos de los modos de hacer política y economía, y con ello de las formas de pesar y gestionar la ciencia. Aunque cabe una memoria crítica de esas experiencias para una mirada advertida de las posibilidades del presente, ellas no parecen ya ser suelo fértil para gestar una nueva utopía defendible. Allí donde Vygotski desarrolló una teoría y práctica psicológica orientada por el "hombre nuevo" y propiciada por la renovación social y la perspectiva de que el devenir estaba abierto a un cambio superador, nosotros debemos proponer saberes y técnicas que den cuenta del ser humano "viejo" de nuestra región, en un escenario crecientemente hostil a las renovaciones profundas y con desafíos particulares y generales inimaginables en la matriz comunista.

Mirar nuestro contexto efectivo puede darnos ventajas sobre las ambiciones de figuras como Lomov, cuya imaginación y objetivos científicos, aunque alineados al imaginario bolchevique, fueron dislocándose de las realidades político-institucionales de la URSS. Quizás la postura de Bassin, una figura apenas conocida en occidente, fuese la más advertida, por buscar asociar la psicología al mismo tiempo a los planes científicos generales sin perder autonomía disciplina; de hecho, la autonomía de la psicología podía ser la base para hacer cuestionamientos tanto a la ideología comunista como al sistema de organización científica de la URSS. La diferencia es que nosotros no tenemos, ni sería deseable tener, el sistema soviético de gestión centralizada de la ciencia al cual plegamos. El ejemplo soviético permite poner en el tapete que el pasado puede proveernos de tópicos de reflexión sobre el estado actual y el porvenir, aun cuando éstos no provean modelos defendibles o replicables.

La psicología en particular ha tenido una relación empobrecida con el porvenir, usualmente limitada a un presente ininterrumpido de rencillas entre corrientes psicológicas deseosas por monopolizar una noción "genuina" de ciencia, cuando no una reducción del futuro al mero control de variables y la predicción. Y esto en parte porque esa perspectiva de avance estrictamente epistémico impide ver las condiciones históricas necesarias para su constitución y reproducción como disciplina. La historia no sería en este sentido tanto una usina de saberes pasados como una ampliación de la capacidad de entendimiento de la situación presente, una herramienta para dar cuenta de nuestro carácter situado. Parte de la tarea conllevaría discutir qué relaciones buscamos con los gobiernos en función de nuestros objetivos mediatos, qué valores ameritan sostener la autonomía disciplinar, qué modelos pasados son aún viables y productivos para proponer horizontes deseables y factibles.

En suma, una discusión del presente y el futuro puede informarse del pasado no para encontrar allí una guía para la acción lista a ser reactivada o un modelo metahistórico de buena ciencia que resista las distorsiones de los poderes públicos, sino para detectar críticamente qué proyectos sostenemos, qué inercias acarrean, cómo nuestros saberes se han legitimado y han incidido en la arena pública, y cuanto nuestras disciplinas cumplen con las promesas de mejora y transformación. Todo ello contemplando la posibilidad de que el resultado de ese análisis sea negativo. Quizás el primer paso para la psicología sea reconocer que tiene en sus manos saberes y tecnologías que han demostrado ser conservadores, instrumentales e/o irrelevantes, cuando no peligrosos, a pesar de las buenas intenciones de sus practicantes. De hecho, el reconocimiento de que la psicología no es un saber inherentemente positivo y valioso permita desplegar un futuro que provea saberes diferentes y superadores, y al mismo tiempo, que gane advertencia de sus objetivos, pertenencias y efectos, todo ello insumos intelectuales necesarios para la renovación y la imaginación constructiva en la disciplina.

No parece haber una perspectiva de futuro que no incluya a las ciencias como un factor político central, tanto por su productividad como por sus usos políticos. Ante la incesante tecnificación de la economía, finanzas, la propaganda y fuerzas represivas, el desafio pareciera ser reintegrar a la tradición contestataria una mirada crítica y productiva de la disciplina para generar horizontes que sean a la vez utópicos y realizables, sin sucumbir a la razón instrumental ni resucitar proyectos o teleologías semejantes a las del marxismo-leninismo soviéticos. Se vuelve así necesaria de una figuración sintética que reúna productivamente los cuestionamientos al estado actual de cosas y nos impulse a un futuro, que mejor será mientras más difiera del pasado y el presente, tanto de la región como de otras latitudes.

Discutir el futuro es siempre proponer una dimensión utópica, y si ésta pretende ser realizable, no puede dejarse de considerar, para bien y para mal, el papel central de las ciencias en la gestión de los Estados, y en la autorización del pensamiento político. Pero ese rol requiere ser reconstruido en función de las condiciones locales, y no de modelos de "buena ciencia" universalistas, heredados de un pasado idealizado y/o descontextualizado, ni de asumir que la investigación de la región tiene que emular el desarrollo y los estándares y objetivos de los países del denominado "Primer Mundo". La ciencia producida allí, aunque pueda ser completamente válida y ejemplar en diversos sentidos, simplemente no tiene las mismas condiciones ni se dirige a los problemas específicos de nuestros contextos.

En nuestros tiempos, donde las principales figuras políticas y económicas legitiman el creacionismo, desestiman el cambio climático y la vacunación, resucitan prejuicios biologicistas sobre las diferencias entre razas y géneros, y redoblan la crítica a las ciencias humanas como disciplinas poco productivas o rentables y sin impacto claro, pareciera que la ciencia ha perdido terreno en el campo político. Pero esto no es cierto; tanto las ciencias naturales como las ciencias humanas siguen siendo centrales para la explotación de la Naturaleza, la gestión del trabajo y la economía global, el entrenamiento de las fuerzas represivas, y la instauración de ideologías y agendas políticas a través de los medios de comunicación. Esas retóricas anticientíficas son antes que nada conservadoras, y reniegan sólo de aquellas ciencias que pueden disputarle, por su saber y su organización, sus medios de ejercicio de poder. Dicho de otro modo, los gobiernos actuales de la región no quieren científicos que les muestren los errores y efectos indeseables de sus gestiones, menos aún alternativas concretas que impliquen desplazamientos de poder y recursos. Solo esperan una ciencia que ejecute las decisiones que se toman a espaldas y en contra de las poblaciones, incluso de sus propios votantes.

La potencia de la ciencia reside en generar medios para conocer e intervenir la realidad, natural, social y cultural, proveer evidencia específica para sopesar la relación de nuestros valores y objetivos, y definir cierto margen de previsibilidad sobre el futuro. Queda en manos de las fuerzas que cuestionan el statu quo apropiarse de esa potencia para disputar el futuro - en rigor, proveer uno dado que los sectores conservadores no ofrecen ya futuros positivos, sólo un presente continuo de mera supervivencia. Sin duda, es un desafio harto complicado para los sectores contestatarios recuperar la ciencia y al mismo tiempo advertir sus problemas éticos, políticos y técnicos, pero la opción de desconsiderarla o usarla sin una revisión crítica tiene un costo que ya no es admisible. En otros términos, no cabe una defensa de la ciencia en sí, como si ella fuese una actividad o un bien general auto-sostenible, sino una reivindicación de la emancipación humana, la cual requiere una ciencia reformulada para que, en lugar de ser un grillete más o nuevas anteojeras, sea parte de guiones dirigidos hacia una convivencia pacífica, equitativa y sustentable.

 

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Submetido em: 06/06/2018
Aprovado em: 29/11/2018

 

 

1 Texto original: The problem of how to educate and regulate, how to improve and "finish" the physical and spiritual nature of man, is a colossal one, serious work on which is conceivable only under conditions of socialism. We may be able to drive a railway across the whole Sahara, build the Eiffel Tower, and talk with New York by radio, but can we really not improve man? Yes; we will be able to! To issue a new "improved edition" of man - that is the farther task of communism. But for this it is necessary as a start to know man from all sides, to know his anatomy, his physiology, and that part of his physiology which is called psychology. (...) Only with socialism does real progress begin. Man will look for the first time at himself as if at raw material, or at best, as at a half-finished product, and say: "I've finally got to you, my dear homo sapiens; now I can get to work on you, friend!"
2 Texto original: I suspect that the institutional changes brought about by scientific and technical progress exercise an indirect influence on the linguistic schemata of worldviews of the same kind once exercised by changes in the mode of production; for science has become the foremost of the forces of production.

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