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Revista Mal Estar e Subjetividade

versão impressa ISSN 1518-6148versão On-line ISSN 2175-3644

Rev. Mal-Estar Subj. v.2 n.1 Fortaleza mar. 2002

 

ARTIGOS

 

Ética, teoría del sujeto y acción social

 

 

Francisco Landa Reyes

Psicólogo y Psicoanalista, Profesor en la Universidad Nacional Autónoma de México Campus Iztacala, la Universidad Iberoamericana, y el Centro Psicoanalítico Mexicano, A.C. Miembro de la Red internacional de Integración Educativa y de la Red Analítica Lacaniana REAL. Gante 131, Valle Dorado, Tlalnepantla, Estado de México, MÉXICO 54020. e-mail: landaziz44@yahoo.com.mx

 

 


RESUMEN

Se invita aquí a la discusión interdisciplinaria en torno a la pregunta ética, a partir de la propuesta psicoanalítica de una irresoluble inaprehensibilidad del sujeto, así como a la construcción conjunta del destino colectivo y la reformulación de lo social en dos profesiones que Freud denunciaba ya como imposibles: la psicoterapéutica, la pedagogía.

Palabras clave: sujeto, ética, acción social, prácticas sociales, destino.


ABSTRACT

This article focuses on an interdisciplinary discussion around the ethical question from which the psychoanalytic proposal of a non-resolved inapprehensible self, the joint construction of collective destiny and the reformulation of the social, fit into professional arenas that Freud stated as impossible: the psychotherapeutic and the pedagogic.

Keywords: Subject, ethitc, social action, social practices, destiny.


 

 

Pongo a su consideración dos nociones que plantearé aquí como apretadamente intrincadas, como inseparables para su análisis: el sujeto y la ética. Me interesa especialmente retomar su resonancia, su uso y su sentido en lo que llamaré prácticas de transformación subjetiva: prominentemente la psicoterapéutica y la pedagogía. La idea es que cada una de éstas prácticas implica una o varias posiciones éticas que a su vez están estrechamente imbricadas con teorías más o menos estructuradas del sujeto. En la mayoría de los casos, habría que decir, no se trata precisamente de teorías sino un conjunto de construcciones socialmente validadas y difícilmente distinguibles de la vulgarización de discursos psicológicos y pedagógicos lo que sostiene la justificación de los actos para con los sujetos al seno de las prácticas sociales. Parto de la idea de que la cura social (cura en el sentido etimológico de cuidar o atender) de los sujetos, se trate de la pedagogía (conducción de los niños) o la terapéutica (cuidado de los enfermos), parte de alguna noción de sujeto para su quehacer. En este sentido, las prácticas de transformación subjetiva van acompañadas de respuestas a las preguntas: ¿ Qué es un sujeto? y ¿ Qué sujeto se desea? Las respuestas y los silencios que los agentes de estas prácticas dan a estas cuestiones, son concomitantes a decisiones y actos que se convierten en determinantes del destino de sujetos específicos, muchos de ellos situados en una posición de indefensión dado su estatus jurídico o su precaria situación existencial: me refiero específicamente a los niños, y a los sujetos con padecimientos psíquicos graves. Así, teoría o posición ante el sujeto equivalen indefectiblemente a una responsabilidad ética ante sujetos específicos. Esto en cualquier caso, pero sobre todo cuando se realizan actos de intervención en la existencia de otros sujetos bajo el amparo de disciplinas instituidas y prácticas tradicionales.

A continuación, algunos planteamientos que intentan aportar desde la reflexión ética general, desde la teoría psicoanalítica del sujeto y desde algunas experiencias de trabajo en conjunto con pedagogos y psicoterapeutas, elementos para la reflexión sobre la ética de las prácticas que se proponen una transformación del sujeto. La propuesta es con esta reflexión, dirigirse a sostener prácticas donde la responsabilidad de agentes y sujetos asistidos o educados sea puesta en primer plano.

 

1 Posiciones éticas

El que toda práctica que lleve a una transformación del sujeto hacia la obtención de saber o bienestar implique una responsabilidad ética, no es asumido por todos los actores de estas prácticas. La principal razón, creo, es que no necesitan contar con un esclarecimiento ético, en tanto que la lógica con que operan las disciplinas e instituciones responde en nuestra cultura sobre todo a criterios de efectividad. Es decir, la pregunta por la eticidad de los fines de las acciones que operan sobre los sujetos queda obturada por las preguntas que atañen: a la eliminación de síntomas en el caso de la psicoterapéutica médica o psicológica, y a la capacitación y habilitación de los educandos en el caso de la pedagogía. En este sentido, se hace necesaria una discusión mínima promovida por quienes, al tener alguna relación con estas prácticas, y al constatar los efectos que pueden tener, decidamos intervenir al respecto. En mi caso, me trae a este campo la constatación reiterada de los efectos que las prácticas guiadas por la necesidad de crear sujetos productivos y uniformes tienen en aquellos que salen de la norma: niños, locos y niños locos son, en un proceso que va del diagnóstico de cierta anormalidad al pronóstico de desahucio, separados de lazos sociales y bienes culturales a partir de procesos en los que la inercia y los síntomas sociales eliminan otras posibilidades de acción con ellos y con las preguntas que plantean a la cultura.

Dentro de la discusión que se promueva, quizás una forma de abordar este complejo campo sea retomar la posibilidad de una reflexión ética en la que prevalezca un discurso amplio y accesible para agentes que se puedan aproximar desde diversas formaciones, sin que la terminología disciplinar se constituya en un obstáculo para dialogar. En todo caso, creo, debemos reaprender a hablar del ethos, de lo que nos concierne a todos en cuanto a la construcción del sentido de nuestros actos en sociedad, de modo que en su construcción formemos parte. ¿Cómo hacer ésto? Les propongo esta vez acercarnos al trabajo de un psicoanalista y médico brasileño cuyo trabajo llegó a mí generando una serie de reflexiones que deseo compartir en esta primera parte con ustedes. Jurandir Freire (1996), en un artículo llamado 'Éticas de la psiquiatría', establece tres posiciones éticas en ese campo. Les propongo considerarlas para luego tratar de extraer de ellas algunas consecuencias para consideraciones más amplias.

En primer lugar, Freire habla de la 'ética de la tutela' como aquella posición predominante en la práctica psiquiátrica en la que el sujeto de los cuidados es tomado como carente de voluntad y razón debido a que la causalidad de su conducta lo rebasa, está fuera de su control, por lo que es incapaz e irresponsable de lo que hace. A partir de esta posición, que se basa en una máxima objetivación del sujeto, se justifican actos de asistencia con criterios morales o científicos en los que lo deseable o lo que debería ser es mucho más importante que el sujeto mismo. Si bien este autor se refiere exclusivamente a la práctica psiquiátrica, podemos extrapolar este análisis a nuestro interés para colocar a la ética de la tutela como una referencia límite que nos permita ubicar el riesgo de borramiento del sujeto en otras prácticas terapéuticas o en la educación. Aunque, antes que nada vuelvo a subrayarlo, niños y locos son en cualquier caso los sujetos más fácilmente tutelados y asistidos, y con esto, anulados como sujetos. El dilema psiquiátrico es cómo actuar ante aquellos sujetos que pueden aparecer como descontrolados, irresponsables, o incapaces. Ahora bien, el riesgo que corren los psiquiatras que privilegian una explicación biologicista del origen del padecimiento, o de quienes desde un discurso legal inhabilitan a los padecientes para tomar decisiones sobre sus vidas, es aniquilar (hacer nihil, nada) a los sujetos en cuestión. Aquí los sujetos quedan en segundo plano ante el privilegio de lo que es supuestamente mejor para la sociedad a la que pertenecen.

Por otra parte, en el campo de la pedagogía, los niños problema, los niños alocados o que no aprenden, son cada vez más candidatos a la marginación y a la diagnosticación como anormales. En el mejor de los casos se les trata como dignos de atención especializada, pero el horizonte de su tratamiento rara vez deja de ser el de una fallida readaptación escolar, el de la repetición de un fracaso en su integración al orden de un supuesto deber ser. La ética de la tutela es pues uno de los horizontes de las prácticas de transformación subjetiva que lleva a formas de proceder que obedecen a la lógica de la exigencia funcional de la tecnología social. En este sentido, no es mala de por sí, pero sí tiende a privilegiar un saber pragmático consensuado por encima del lugar de los sujetos particulares.

Ahora bien, el autor que seguimos propone en su análisis otras dos posiciones éticas que hemos de considerar. La primera de ellas es nombrada 'ética de la interlocución'. En ella se parte de una concepción psicológica del sujeto como conflictivo y contradictorio. Además, evitando definir a éste como carente de razón o voluntad, se le toma por el contrario como poseedor de una razón y una voluntad particulares. Desde esta posición, dice Freire entre otras cosas, es más factible criticar lo instituido. Se trata en la ética de la interlocución de que el sujeto en cuestión sea tomado como competente, capaz de establecer un discurso dialógico con el que pueda, a partir del auxilio del especialista o docente, arreglárselas para hacerse un lugar ante los otros a partir de su singularidad y su diferencia. Desde esta posición, además, se hace énfasis en la posibilidad de cambio del sujeto, cuya velocidad, se da por descontado, será mucho mayor a la de los cambios posibles en las creencias o normas sociales. La ética de la interlocución es, digámoslo sin demasiadas precauciones, la que propone la mayoría de las disciplinas "psi". Se trata de una forma de conceptualizar y actuar en la que la palabra del sujeto es privilegiada, y su temporalidad, capacidades, manifestaciones, son dimensionadas a partir de sus determinaciones históricas y contextuales. Los actores sociales, incluidos muchos docentes- que actúan desde esta ubicación tienden a hacer una escucha más cuidadosa de cada sujeto buscando la manera de que lo que llega a presentarse como déficits o inadaptaciones en el contexto de los requerimentos institucionales pueda ser mirado de otra manera y no lleve a la anulación de los sujetos en cuestión sino a su integración a las instituciones de referencia. Sin embargo, cabe señalar, dentro del contexto de esta ética que se limita a una recuperación del sujeto, su singularidad y sus posibilidades en el ámbito dialógico sujeto padeciente-especialista, queda sin cuestionarse la institución misma a que el sujeto se reintegra. Aquí debe mencionarse que mientras el esfuerzo de cambio corra solo por cuenta del sujeto-paciente y no haya modificaciones en los ámbitos comunitarios que coparticipan de las formaciones sintomáticas de los problemas de aprendizaje, la neurosis o la locura, la posibilidad de una recuperación efectiva de un lugar para él sujeto queda como escasamente factible.

Es ante este panorama que Freire propone considerar una tercera ética, que él llama de la acción social. En ésta, tanto el sujeto como el agente terapéutico - o pedagógico, añado - son concebidos como una pareja que reformula no los términos de la razón o la voluntad de un sujeto, sino "el orden general o la voluntad general". Citemos más en extenso:

"Sujeto y agente de la asistencia se definen como pares, normalmente como ciudadanos, teniendo sobre todo la voluntad de renovar lo instituido, de abrir espacio para una acción y una integración diferentes a las previstas por el status quo. El ideal de asistencia en este caso hace equivaler las virtudes terapéuticas a las virtudes políticas." (p.31).

 

2 La teoría psicoanalítica del sujeto.

Si bien aparentemente el Psicoanálisis es una práctica localizable en la ética de la interlocución, he tratado de aproximarla, en mi praxis y en mi construcción conceptual, a la de la acción social. He encontrado que, de cualquier forma, la teoría psicoanalítica es un eje fundamental e insoslayable en tanto que aborda directamente y con un alto grado de complejidad el asunto del sujeto. El estudio del psicoanálisis, puedo decir ahora, es necesario como referente para cualquier discusión que pretenda esclarecer, a partir de una teorización del sujeto, las posiciones y consecuencias éticas de determinada práctica. Sin embargo, no creo que tal estudio de la teoría analítica deba constituirse en una indoctrinación. Las diferencias entre disciplinas no deben resolverse a partir de su homogenización, sino, me parece, de la reorientación que le den los sujetos que las sostienen a partir de la reflexión a que los lleve confrontar la diversidad de pensamientos y enfoques.

En este trabajo no desarrollaré en extenso los aspectos que me parecen fundamentales para, desde el psicoanálisis, dirigir una serie de preguntas a las disciplinas que pretenden una transformación de los sujetos - incluído el psicoanálisis mismo. Sin embargo, me gustaría hacer al respecto algunas puntuaciones. En primer lugar, me parece que la teoría psicoanalítica, genera la posibilidad de plantearse al mismo tiempo una pregunta esencial: la de destino del sujeto. La propuesta que en pocas palabras se genera es: el sujeto pertenece al campo de la indeterminación. ¿De qué se trata ésto de la indeterminación del sujeto? Digámoslo así: Para la teoría analítica ningún significante puede nombrar al sujeto. Sujeto, pues, es allí un artilugio para referirse a algo innombrable. En otras palabras, ningún sujeto podrá, jamás, ser idéntico a cualquier palabra que lo nombre.

Sujeto, como noción es justamente en psicoanálisis, más que una nominación de una sustancia o fenómeno, un término que nos debe llevar al campo de la apelación. Appellare: llamar, dirigir la palabra. Sujeto es el pretexto para abordar un campo en el que solamente es posible eso: dirigirse a él con palabras. Desde el siglo XIII appellare es también recurrir para que se anule una condena. De ahí que la teoría del sujeto tenga también para el psicoanálisis una connotación de intervención de la palabra respecto al destino: hablar del sujeto es llamar al sujeto, pero asimismo hacer un llamado por el sujeto. Hay pues un ethos de llamado al sujeto que se desprende de una posición que reconoce su indecibilidad, su improbabilidad. El sujeto, en tanto se le llama, y se le intenta nombrar, responde. El sujeto es quizás eso y nada más que eso: una respuesta, el lugar de donde proviene una respuesta. La pregunta que se impone sin embargo es: ¿Quién responde? ¿Quién o qué habla cuando el sujeto habla? En las palabras que enuncia, el sujeto es nada o es la multitud que lo habita, es en todo caso permanente alienación parcial en la que los significantes lo interpelan, dándole y quitándole a la vez el sentido que busca al enunciarlos. Por tanto, la apropiación de tales significantes siempre es también parcial, y la propiedad que el sujeto pede tener de su discurso es relativa. El sujeto, radicalmente, no puede encontrar su singularidad en palabras que le vienen del Otro. El sujeto del que nos habla la teoría analítica por último puede tratar de hallar su identidad en lo que construye como un objeto: su Yo. Sin embargo, tal identidad es imposible - y en la clarificación de este punto consiste uno de los legados de Lacan -: el sujeto no es el Yo. Para este autor, el Yo como sujeto, como efecto del significante, "... está muerto pero no lo sabe", se encuentra mortificado por su excentricidad, por su necesaria remitencia al campo simbólico que lo distancia de su cuerpo real e imaginario y lo hace ex-sistente. Mientras tanto, el sujeto en tanto yo representaría aquello que de impensable, irreferible, indecible queda sin ser abarcado por el Yo como instancia unificadora.

La singularidad del sujeto quedará pues referida a aquella parte que restará más allá de los efectos de alienación. Lacan propondrá llamar ser del sujeto a aquella región supuesta como efecto de sujeto a partir de una alienación parcial primordial, región que a pesar de poder considerarse como el reducto de una singularidad radical, en ningún momento podrá ser planteada como núcleo sustancial del sujeto. Y quizá tampoco, adelantemos, como propiedad exclusiva del sujeto particular del que se trate.

El sujeto, en efecto, responde, habla. Y a pesar de que ahí donde habla, no es - "Pienso donde no soy", dirá Lacan en 1957, y en 1968, más radicalmente: "o no pienso o no soy" - la búsqueda del sujeto en el habla no cesa. La identidad del sujeto no es pues otra cosa que la extraña identidad de su indecibilidad. No es otra cosa que la inútil pasión del deseo amarrado al campo del intercambio con el Otro. A este respecto, en palabras de Nasio:

"La originalidad de la teoría lacaniana no ha sido decir y subrayar que hay un lugar al que somos extranjeros, sino hacer oír que el deseo, la esencia del hombre, consiste en mantener viva la relación con aquello donde no estamos ni somos" (p.53).

El sujeto que nos propone Lacan pues, no está allí donde piensa y habla, y es allí donde no puede dar cuenta. Cuando vuelve y testifica, aquello ya pasó, ya no es más. Y sin embargo, el sujeto también es la pasión de ir y volver, de las palabras donde no es sino a condición de ser alienado, al lugar del silencio en donde no sabe lo que es. Desear es para el sujeto el reto de ser constituido, y reconstituirse a cada momento como un Yo, sabiendo que tal construcción es sólo provisional y no le abarca, no le equivale, no lo es. El reto de además, saber que el vacío que le constituye, es un agujero contorneado que ni siquiera le pertenece, en tanto que su función es estar en relación con los otros-agujeros, en tanto que aquello que le es más singular, es lo que más radicalmente comparte con los otros sujetos: su ser constituido a partir del agujero.

 

3 Subjetividad y acción social.

La teoría psicoanalítica del sujeto permite pensar una formulación paradójica: Lo más singular del sujeto, su ser, es a la vez que inefable, aquello que lo une más estrechamente a los demás. Lo social, por su parte, si bien le viene de fuera, deviene lo más íntimo y lo que le permite hacer lazo con los otros sujetos. ¿Cómo pensar lo social desde las aportaciones psicoanalíticas si todo intento de hacer lazo aparece como el acto fallido de querer sujetar lo insujetable? Y en lo que toca a las posiciones éticas que sostenemos como agentes sociales de discursos y prácticas de transformación de sujetos, en pos de su cura o educación, ¿qué podemos aportar a la reformulación de éstas, para que haya lugar para la prevalencia del ser de los sujetos, más allá de las tendencias homogenizadoras de la cultura dominante, basada en la eficiencia y la funcionalidad como criterios de inclusión?

¿Cómo hacerlo además en campos tan complejos como la educación y la llamada salud mental, donde es ineludible bajo ciertas circunstancias la toma de decisiones de carácter tutelar? ¿Cómo ampliar las miras de las prácticas psicoterapéuticas para, más allá de los que ocurre entre las cuatro paredes del consultorio, generar posibilidades de cambio cultural, por ejemplo respecto a la manera como se ejerce el cuidado de los pacientes diagnosticados como psicóticos? En el ámbito educativo, donde los imperativos y demandas de adiestramiento, así como la masificación imponen a los docentes la eliminación de la escucha de la diferencia - diferencia del tiempo y el deseo de cada niño - ¿ De qué manera hacer repercutir los esfuerzos de los docentes que, dentro del aula, hacen lo posible por acompañar a cada niño en la investigación del enigma de su ser y en la construcción de un lugar propio dentro de la cultura?

Dar lugar al sujeto significaría dar lugar a lo indecible de su ser. Todo esfuerzo de controlar el cuerpo-psique con la voluntad topa a fin de cuentas con la impotencia; ¿cómo plantearse prácticas que ofrezcan a los sujetos una transformación que les permita un tránsito por la cultura, que aún con la violencia inevitable que éste implica, sea un tránsito de placer, no de cumplir destino sino de destinar, en el que quepa la escritura de un estilo singular de enfrentar el misterio de ser con los otros? Las prácticas de transformación subjetiva, de no dar un viraje hacia convertirse en prácticas hospitalarias para el ser de los sujetos, conducirán inevitablemente a una nihilización en la que los sentidos se coagulen y se detenga la recreación de la cultura por sus propios miembros, que me parece es a lo que apunta una ética de la acción social.

De las preguntas que he planteado acá podría ofrecer algunas pistas de respuesta de acuerdo a las experiencias locales de las que he formado parte. Me temo que para el contexto brasileño resultarán incipientes e insuficientes dada la asimetría de nuestras sociedades en cuestiones de participación social, sin embargo las refiero con el fin de propiciar intercambios reflexivos:

Primeramente, me parece importante que en los ámbitos institucionales podamos preservar los espacios de suspensión temporal, en los que, poniendo entre paréntesis los objetivos curriculares y funcionales, exista espacio para la palabra de los sujetos (y aquí incluyo tanto a los sujetos asistidos como a los agentes asistenciales, cuya subjetividad suele ser escatimada aún por ellos mismos en aras de las "misiones de servicio" tan en boga hoy). En segundo lugar me parece importante que las experiencias que en estos lugares se efectúen puedan hacerse oír en su formulación más allá del aislamiento, en foros organizados por redes ciudadanas. Me parece que aquí los profesionales de las ciencias humanas tenemos la oportunidad de fungir como animadores de estos procesos. Por último, me parece urgente rescatar la reflexión sobre la pertinencia de las decisiones tutelares, no como prácticas validadas automáticamente por una inercia cultural guiada por fines tecnocráticos, sino como asuntos colectivos cruciales donde cada decisión particular debe ser tomada como crucial para el destino de la cultura en cuestión. Porque allí donde se decide el destino de un sujeto: de un niño, de un loco, de un enfermo, se decide la posibilidad de apertura o cierre de sentido, de futuro, de cumplir un destino o de destinar, para una colectividad.

Para finalizar, si se me pidiera trazar un vector - guía respecto a la recuperación de la dimensión del sujeto y de la acción social en las prácticas a las que he venido refiriéndome, diría que toda acción que apunte a hacer coincidir la virtud individual - potencia del sujeto para darle lugar a lo indecible de su ser - con la virtud colectiva - donación del sujeto de un sacrificio de goce (castración en lenguaje analítico) como forma de pertenencia a su cultura, puede ser consonante con una ética de acción social que tenga en su núcleo la paradoja del sujeto como un irresoluble a trabajar.

 

Referências Bibliográficas

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BICECCI et. al. (1990). Psicoanálisis y educación UNAM, México.         [ Links ]

FREIRE, J. (1996) As éticas da psiquiatria. In: Figuereido y Ferreira Etica e Saúde Mental. Topbooks, Brasil.         [ Links ]

NASIO, J. (1994). El magnífico niño del psicoanálisis. Gedisa, España.         [ Links ]

RABINOVICH, D. (1984). La teoría del yo en la obra de Jacques Lacan Fundación del campo freudiano en Argentina/ Ediciones Manantial, Argentina.         [ Links ]

 

 

Artigo aceito em 08 de janeiro de 2002

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