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Revista Mexicana de Orientación Educativa

versão impressa ISSN 1665-7527

Rev. Mex. Orient. Educ. v.6 n.15 México out. 2008

 

 

Un enfoque para la evaluación del funcionamiento familiar

 

 

Clara Martha González GarcíaI,III; Silvia Isabel González GarcíaII,III,*

I Universidad Del Valle de México (UVM)
II Instituto Latinoamericano de Estudios de la Familia (ILEF)
III Universidad Pedagógica Nacional, Unidad Ajusco

 

 


RESUMEN

Siendo la familia la unidad que integra una sociedad, se considera fundamental determinar si dicha familia es funcional, para lo cual es necesario realizar una evaluación de la misma. Es por esta razón, que en este trabajo se analizó la propuesta del Modelo McMaster de Funcionamiento Familiar (MMFF), el cual refiere seis dimensiones que han resultado ser de utilidad en la evaluación de las familias en tratamiento, pues dichas dimensiones logran una representación clara de lo que se puede considerar como una familia normal. Las dimensiones consideradas son: la resolución de problemas, la comunicación, los roles, el involucramiento afectivo, las respuestas afectivas y el control de la conducta. Asimismo, las cambiantes circunstancias en la configuración familiar y social, así como la importancia concedida al estado de bienestar, justifican y hacen necesaria la intervención en la familia, por lo cual también se realiza una descripción de la forma en que se trabaja la intervención psicoeducativa en el medio familiar, la cual se aplica desde un enfoque preventivo (educativo o institucional). Con ésta se busca anticipar problemas o dificultades en los individuos y/o sus familias, pero cuando no existe la posibilidad de evitar que los problemas surjan, se interviene psicoeducativamente buscando atenuar las dificultades ya evidentes. Al respecto, toda acción se genera a partir del análisis de las diversas variables individuales, familiares y contextuales que estén impactando en el proceso que se intenta mejorar.

Palabras clave: Funcionamiento Familiar, Intervención psicoeducativa.


 

 

Siendo la familia1 la unidad que integra una sociedad, es evidente que muchos han sido los investigadores (Gurman y Kniskern, 1981; Olson, 1985; Beavers y Hampson, 1995) que han tratado de evaluar el funcionamiento familiar y de pareja desde los inicios de la terapia familiar. Sin embargo, la mayor dificultad que se ha tenido que superar es el inconveniente de la enorme cantidad de información que se obtiene de la entrevista con algún miembro de un núcleo familiar, adicionalmente hay que considerar las apreciaciones particulares del o los sujetos que analizan dicha información (Sinibaldi, citado en Velasco y cols., 2006). Así, el principal quehacer del investigador será identificar los aspectos que considera trascendentes para su trabajo.

Por otra parte, la evaluación, según Stufflebeam (2001), considerada como «...la emisión de juicios de valor de algo específico» nos remite al concepto de medición2, el cual según Stevens (2001: 11) se refiere a «...la representación que se hace al asignar números a las características que distinguen a los constructos en observación, de acuerdo con ciertas reglas». Al respecto Ojeda (citada en Velasco y cols., 2006: ix) comenta que la importancia de la medición radica en «...que, a nivel de aplicación, ésta permite abordar, desde distintas perspectivas, un mismo fenómeno y con ello hacer que las diferentes ramas del conocimiento se desarrollen».

Para llevar a cabo la acción de medir se tienen diversos tipos de instrumentos, Ojeda (citada en Velasco y cols., 2006: x) propone las escalas tipo Likert como los instrumentos adecuados para «...abordar conceptos de alto grado de abstracción mediante una escala de valores representada por un continuo numérico, pictórico o por juicio». Fishbein y Ajzen (1975: 31) consideran que dichas escalas permiten expresar la opinión que se tiene, consistentemente y de forma favorable o desfavorable, de un evento o suceso, esto es «...permiten vincular conceptos abstractos con indicadores empíricos». Así, Arcus (1993) menciona que el estudio de variables tan exageradamente abstractas, como las que se identifican en la evaluación del funcionamiento familiar, de los problemas familiares, de la percepción de la estigmatización y el apoyo recibido y del estilo de amor que expresan los miembros de una pareja, han exigido la operacionalización de las variables, esto es lograr manejarlas, verlas, tocarlas, controlarlas y/o analizarlas, lo que sería la definición del objeto; además de la definición del evento, considerando que forman parte de un todo, por las implicaciones que tiene para la conducta social.

La medición realizada nos permite conocer el contexto en que interactuamos, recolectando información acerca de las diversas variables que se identifican, sucesos, comunidades, eventos, fenómenos, objetos o constructos, buscando acrecentar tanto el conocimiento como la obtención de las experiencias y vivencias de las personas con que interactuamos y poder comprender la realidad interpersonal que se desarrolla entre los integrantes de distintos grupos sociales, como es la familia y la pareja, ya que su interrelación «...desempeña un papel preponderante en el establecimiento de los subsecuentes vínculos interpersonales y el proceso de adaptación social» (Ojeda, citada en Velasco y cols., 2006, p. x); es en la actitud3 considerada como la «...tendencia del comportamiento afectivo, regida por el conocimiento que un individuo tiene con respecto a hechos, personas, situaciones o instituciones» (Reza Trosino, 1999: 12), donde se evidencia el conflicto4 que surge en las relaciones humanas.

Es en este contexto que Atri (2006), tratando de evaluar el funcionamiento familiar, busca definir el concepto de normalidad familiar. Después de hacer un recuento de los diversos autores que han tratado de aterrizar dicho término, se centra en la propuesta del modelo McMaster de Funcionamiento Familiar (MMFF), el cual refiere seis dimensiones, que han resultado ser de utilidad en la evaluación de las familias en tratamiento, pues éstas logran una representación clara de lo que se puede considerar como una familia normal. Las dimensiones mencionadas son las siguientes: resolución de problemas, comunicación, roles, involucramiento afectivo, respuestas afectivas y control de conducta.

El modelo describe los aspectos que debiera presentar una familia normal (además de los extremos de ese continuo donde se ubicarían las familias disfuncionales) en cada una de las dimensiones y ello involucra, normalmente, generar un juicio de valor. Atri (2006: 5) menciona que esto «...no indica que se trate de imponer valores en el proceso terapéutico, pero sí reconocer que hacemos juicios valorativos y que debemos estar preparados para establecer una base de valores que sustente este enfoque, y comenta que ...lo anterior debe ser manejado con mucho cuidado por los clínicos». Luego entonces, las dimensiones del funcionamiento familiar propuestas por este modelo (Epstein y cols., 1983: 171-180) son las siguientes:

 

RESOLUCIÓN DE PROBLEMAS

Esta dimensión considera la destreza de la familia para lograr la resolución de sus problemas en una forma que salvaguarde el funcionamiento familiar de una manera efectiva, pues nos comenta la autora que previamente a las investigaciones de Westley y Epstein (1969) se consideraba que las familias ineficientes enfrentaban un mayor número de problemas que las que se desempeñaban eficazmente; pero ella considera que todas las familias afrontan casi la misma cantidad de conflictos, aunque las eficientes los solventan, mientras que las ineficientes no tienen la habilidad para resolverlos.

A continuación se presenta una tipología de los problemas familiares, los cuales se subdividen en instrumentales y afectivos. Los problemas instrumentales los refiere a aspectos mecánicos de la vida diaria (sustento económico, alimento, ropa, casa, transportación, etc.), entre tanto que los problemas afectivos los relaciona con aspectos emotivos (coraje, depresión, amor, etcétera). El modelo comprende siete pasos identificados estratégicamente (Westley y col., 1969), que se deben implementar para llevar a cabo el proceso de resolución de problemas:

1) Identificación del problema: este paso requiere de la capacidad que posea la familia para ubicar adecuadamente el problema, ya que usualmente se trasladan las dificultades existentes hacia campos que constituyen menos peligro, pensando que éstos son el verdadero problema.

2) Comunicación del problema a la persona adecuada: este paso exige la destreza de comunicarse con la persona involucrada, ya que los padres, frecuentemente, se dirigen al hijo, cuando realmente desean hablar con su pareja.

3) Implementar alternativas de acción: este punto apela a la pericia de plantearse diversas posibilidades de solución, pues según sea el caso los planes pueden variar en apego a los requerimientos del momento.

4) Elegir una alternativa: este paso demanda la habilidad de escoger la opción más adecuada para resolver el conflicto, la respuesta a los siguientes cuestionamientos puede dar la pauta para llevar a cabo la selección, ¿puede la familia llegar a una solución?, ¿lo hace de una manera predeterminada?, ¿se informa a las personas involucradas de la decisión?

5) Llevar a cabo la acción: este paso requiere la decisión de la familia para que implemente la alternativa de solución determinada, las posibilidades son: que haga lo que decidió, que lo lleve a cabo parcialmente o que no realice acción alguna.

6) Verificar que la acción se cumpla: este paso se refiere al hecho de que la familia verifique si la acción fue realizada.

7) Evaluación del éxito: este paso radica en llevar a cabo un ejercicio para que la familia valore el logro obtenido en la resolución del problema y determine si llevó a cabo un aprendizaje de la situación y ya están aptos para aceptar sus errores. Atri (2006: 7) menciona que «...una familia normal puede tener algunos problemas no resueltos, sin embargo, no tienen la intensidad y la duración sufi-cientes para crear mayores dificultades».

 

COMUNICACIÓN

Esta dimensión se refiere al intercambio de información en la familia. Para efectos de este análisis la comunicación se clasifica, también, en áreas instrumentales y afectivas, así como la solución de problemas. La autora comenta que se presume que la habilidad de lograr la comunicación en un área supone la facilidad de comunicarse en la otra, sin embargo, algunas familias presentan mayor conflicto para tener comunicación relacionada con el área afectiva, al mismo tiempo que realizan adecuadamente su comunicación instrumental; la situación inversa se ha visto en muy pocas ocasiones. El modelo descrito propone evaluar dos vertientes de la comunicación: el primero se refiere a la precisión con que el contenido de la información es intercambiado y se presenta como una comunicación clara5 en contraposición con una confusa6; la otra alude a si el mensaje es dirigido a la(s) persona(s) adecuada(s) o si se desvía hacia otra y se plantea como una comunicación directa versus una indirecta; al considerarse estos aspectos como independientes se están analizando cuatro estilos de comunicación, al respecto la autora proporciona unos ejemplos (Atri, 2006: 8):

a) Clara y directa: «estoy enojada contigo porque no me haces caso».

b) Clara e indirecta: «los hombres que no me hacen caso me sacan de quicio».

c) Confusa y directa: «hoy te ves fatal».

d) Confusa e indirecta: «fíjate que ciertos hombres me provocan dolor de cabeza».

El modelo se centra en la comunicación verbal; asimismo exhorta a estar atento a la presencia de la comunicación no verbal, primordialmente cuando ésta se contradice con la información verbal. La comunicación no verbal favorece el encubrimiento de la información y genera, al mismo tiempo, una comunicación indirecta.

El concepto de comunicación considerado en este trabajo contempla aspectos como el contenido, los mensajes múltiples y la forma como es recibida e interpretada por el receptor, ya que algunas veces el diagnóstico determinado exige el análisis de estos aspectos. Se considera que entre más disfrazados se hallen los patrones de la comunicación familiar, más inefectivo se detectará el funcionamiento familiar, y cuanto más clara y directa se lleve a cabo la comunicación, más efectiva será, ya que se ha detectado que la comunicación confusa e indirecta estimula respuestas confusas.

 

ROLES

Esta dimensión analiza los patrones de conducta, a través de los cuales la familia designa las funciones familiares a cada uno de sus integrantes, dichas funciones se clasifican en dos áreas: instrumentales y afectivas, cada una de ellas se subclasifican en necesarias y no necesarias. Atri (2006, p. 9) menciona que son cinco las funciones familiares necesarias, esto es:

1) Manutención económica: contempla tareas y funciones referidas a los recursos económicos (alimento, ropa, etcétera).

2) Afectividad y apoyo: esta función se refiere específicamente a un rol afectivo, radica en suministrar cuidados, afecto, confianza y comodidad a la familia.

3) Gratificación sexual adulta: la pareja debe lograr satisfacer y satisfacerse sexualmente, con y al otro cónyuge.

4) Desarrollo personal: involucra el apoyo a todos los miembros de la familia, buscando el despliegue de las habilidades para su logro personal.

5) Crecimiento y satisfacción personal de cada uno de los miembros: esta función comprende tareas vinculadas con el desarrollo físico, emocional, educativo y social de los hijos y, también, con los intereses y desarrollo social y profesional de los adultos.

Con respecto al sistema de manutención y administración se considera que éste comprende varias funciones (Atri, 2006: 9), éstas son:

a) Toma de decisiones: esta función requiere del ejercicio del liderazgo, éste debe realizarse a nivel parental en el núcleo familiar.

b) Límites: éstos comprenden la identificación de los mismos en las funciones y tareas vinculadas con toda la familia, esto es con los amigos, vecinos, instituciones, escuelas, etcétera.

c) Control de conducta: contempla la disciplina de los niños y la definición de las reglas para llevar a cabo la interacción, inclusive de los adultos que integran la familia.

d) Economía doméstica: esta función se refiere al manejo de los recursos financieros, pago de las deudas, pago de los impuestos, etcétera.

e) Higiene física y mental: involucra todas las actividades que se deban realizar para mantener la salud física y mental de los integrantes de la familia.

f) La asignación de roles: esta función contempla la designación del responsable que realizará cada una de las actividades mencionadas, sin abrumar a alguno de ellos, los cuestionamientos que deben ser respondidos para cumplir con esta función, pueden ser los siguientes: ¿es clara y explícita la asignación?; si se le asigna un rol a alguien, ¿tiene la habilidad de cumplirlo?, ¿son dadas fácilmente las reasignaciones?

g) La revisión de roles: esta función comprende la tarea de verificar si se están llevando a cabo todas las actividades mínimas requeridas para que funcione adecuadamente la familia y, en caso contrario, si es necesario analizar las omisiones y valorar la reasignación de las mismas; los cuestionamientos planteados para esta fase son los siguientes: ¿se cumplen las funciones?, ¿es capaz la familia de llegar a mecanismos correctivos y de reajuste?

Adicionalmente, las familias efectúan funciones específicas de dicha unidad familiar, las cuales la autora (Atri, 2006: 10) las considera como no necesarias , éstas son:

a. Funciones adaptativas instrumentales: estas funciones están relacionadas con las contribuciones al gasto familiar para costear los estudios de algunos de los miembros, el ahorro familiar, la inversión para gozar de vacaciones, etc., que realizan diversos integrantes de la familia.

b. Funciones adaptativas emocionales disfuncionales: estas funciones, la autora las identifica como aquellas que requieren que un miembro se convierta en un receptor activo de aspectos o atributos negativos de la familia. El «chivo expiatorio» es un ejemplo de este tipo de función, ya que atrae la atención hacia sí mismo de las tensiones familiares, por medio de conductas inadecuadas. Por ejemplo, cuando ocurre un conflicto entre los padres, el hijo responde a él provocando un pleito con su hermano, lo cual tiene el efecto de desviar la atención parental hacia este hijo, que evita, con su conducta, una situación de peligro para el sistema familiar.

 

INVOLUCRAMIENTO AFECTIVO

Esta dimensión valora, tanto en cantidad como en calidad, el interés que muestra la familia, como un todo y en forma individual, en las actividades e intereses de cada miembro de la misma. Se identifican seis tipos de involucramiento (Atri, 2006: 10):

a. Ausencia de involucramiento: no se demuestra ningún interés en las actividades o el bienestar de los demás.

b. Involucramiento desprovisto de afecto: en este tipo de involucramiento el interés se vincula específicamente con el aspecto intelectual, no se relaciona con los sentimientos, que sólo se presentan cuando hay demandas.

c. Involucramiento narcisista: en este caso se demuestra interés en el otro sólo si esto favorece a sí mismo y es fundamentalmente egocéntrico.

d. Empatía: en esta situación si se manifiesta un interés auténtico en las actividades específicas del otro, aun cuando éstas sean diferentes al interés propio. Este nivel se considera como lo óptimo, ya que conforme el involucramiento afectivo de la familia se desplaza hacia los extremos se considera que el funcionamiento familiar se vuelve menos efectivo.

e. Sobreinvolucramiento: en este tipo, se muestra un exagerado interés de uno hacia el otro, e involucra sobreprotección e intrusión.

f. Simbiosis: en este caso se evidencia un interés patológico en el otro; «...la relación es tan intensa que resulta difícil establecer límites que diferencien una persona de la otra, esta situación se ve sólo en relaciones perturbadas seriamente.

 

RESPUESTAS AFECTIVAS

Esta dimensión se refiere a «...la habilidad de la familia para responder con sentimientos adecuados a un estímulo, tanto en calidad (comprende una amplia gama de emociones) como en cantidad (está vinculada con el grado de respuesta afectiva y describe un continuo, desde la ausencia de respuestas hasta una respuesta exagerada)», (Atri, 2006: 11). Esta dimensión enfatiza las características individuales, así se proponen dos categorías de afecto, éstos son: los sentimientos de bienestar, como el afecto, la ternura, el amor, el consuelo, la felicidad, etc., y los sentimientos de crisis, esto es el coraje, el miedo, la depresión, la tristeza, etcétera. La autora (Atri, 2006: 12) considera que en el punto sano de esta dimensión se ubican «...las familias que poseen la capacidad para expresar una amplia gama de emociones con una duración e intensidad razonable y adecuada al estímulo», aunque hay que retomar las variables culturales para valorar las respuestas afectivas de la familia.

 

CONTROL DE CONDUCTA

Esta dimensión comprende los patrones que considera una familia para manejar el comportamiento de sus integrantes durante tres situaciones específicas (Atri, 2006: 14):

a. Situaciones que involucran peligro físico.

b. Situaciones que exigen afrontar y expresar necesidades psicológicas, biológicas e instintivas.

c. Situaciones que requieren sociabilización (intrafamiliar) entre los miembros de la familia y con la gente fuera del sistema familiar (extrafamiliar).

Las familias pueden desarrollar cuatro patrones de control para la conducta (Atri, 2006: 16):

1) Control de conducta rígido: los patrones o normas son estrechos y específicos para esa cultura y existe poca negociación o variación de las situaciones

2) Control de conducta flexible: los patrones de control son razonables y existen la negociación y el cambio, dependiendo del contexto, se considera que este estilo es el más efectivo.

3) Control de conducta laissez-faire (dejar hacer): en este tipo existe total lasitud en los patrones de control, a pesar del contexto.

4) Control de conducta caótico: en este patrón se presenta un funcionamiento impredecible y los miembros de la familia no saben qué normas aplicar en ningún momento, no consideran la negociación ni hasta dónde llegar, este tipo es el menos efectivo.

Dentro de la composición de la sociedad, la familia ocupa un lugar relevante, como contexto para la interacción con otros y como plataforma de formación y lanzamiento, hacia dicha sociedad, de los integrantes más jóvenes de esa familia, es a partir de estos dos argumentos que la intervención psicoeducativa realiza su acción considerando una perspectiva intercontextual y formativa. Al respecto Arcus (1993) menciona que los seres humanos no poseen los conocimientos innatos acerca de la mayoría de los aspectos básicos del desarrollo y la vida familiar, natural o social, por esta razón todos los núcleos sociales buscan enseñar y transmitir sus saberes de una generación a las siguientes.

Esta transferencia de conocimientos se lleva a cabo en el seno del propio hogar, sin embargo, los vertiginosos cambios sociales han requerido un sin fin de exigencias a la familia7; en el pasado ella era la responsable de educar a sus sucesores, ya fuera en los aspectos laborales, familiares o religiosos. Los más pequeños adquirían, por observación o instrucción directa en el hogar, los contenidos, procedimientos y actitudes valorados socialmente, tanto sobre el mundo externo a la familia como de la vida interna de la misma, conocimientos que más tarde reproducían con sus nue-vas familias. Posteriormente, las familias identificaron que diversas instituciones, como la escuela, las sustituyeron gradualmente en su labor educativa, además de que muchas de ellas se advirtieron incapaces de realizar tanto las funciones que les concernían antaño, como las que socialmente continuaban considerándose de su competencia.

La aceptación de la importancia del rol de la familia en la sociedad, su inserción en los servicios sociales y sanitarios como componente fundamental que avala la efectividad de las intervenciones, las cambiantes circunstancias en la configuración familiar y social, así como la importancia concedida al estado de bienestar justifican y hacen necesaria la intervención en la familia. La intervención psicopeducativa en el medio familiar es aquella que busca «...incidir en el ámbito familiar para optimizar los procesos de enseñanza-aprendizaje de los adultos y niños con respecto a los contextos educativos en los que participan, así como para «...enriquecer y ayudar a los individuos y a sus familias a comprenderse mejor a sí mismos en su relación con otros, en ambientes multifacéticos» (Martín, 1990: 143-149).

La intervención psicoeducativa en el medio familiar se aplica desde un enfoque preventivo (educativo o institucional), con ésta se busca anticipar problemas o dificultades en los individuos y/o sus familias, pero cuando no existe la posibilidad de evitar que los problemas surjan, se interviene psicoeducativamente buscando atenuar las dificultades ya evidentes. Al respecto, toda acción se genera a partir del análisis de las diversas variables individuales, familiares y contextuales que estén impactando en el proceso que se intenta mejorar. La intervención en el contexto familiar (Beavers y Hampson, 1995: 17) se sustenta en las siguientes consideraciones:

1. Se estima que el enfoque definitivo de un estado de bienestar se sustenta en la calidad inmejorable de unas sanas relaciones en los ámbitos escolar, laboral o familiar, considerados como los principales motores sociales.

2. La consideración de que los ambientes en los que interaccionan los individuos están interrelacionados, evidencia que el bienestar en el ámbito familiar generará consecuencias en los demás entornos como el escolar o el laboral y éstos, a su vez, ejercerán su influencia sobre la familia y sus miembros.

3. Es básico que se demuestre un compromiso social y una evidente inquietud porque la familia consiga efectuar sus funciones naturales e institucionales y, en caso de no lograr realizarlo, articular los dispositivos de apoyo y fortalecerla para que asuma sus funciones. El incesante aumento en la demanda de funciones que debe llevar a cabo la familia, ha evidenciado el requerimiento de la participación de los profesionales especialistas para auxiliar, formar y salvaguardar a la familia y sus miembros. En un contexto social en el que es incuestionable la importancia del impacto de la intervención en los procesos familiares y sus consecuencias, la familia es el centro de atención en los diversos ámbitos profesionales: sanitarios, educativos, sociales, políticos, etc.

En las intervenciones psicoeducativas grupales se comentan vivencias personales y se destapan emociones, asimismo se busca eliminar la soledad y el aislamiento, por ende se desarrollan las redes sociales, esto por medio de la convivencia con otros sujetos que han tenido experiencias más o menos análogas. Se trata de fortalecer a las familias, por esto durante las sesiones, o posteriormente, se identifica un vínculo entre la información y la acción. Así, se considera que las sociedades aportan unos patrones habituales de actuación, sin embargo cada familia, en relación con su configuración estructural (número de miembros, sexos, edades, etc.), relacional y de su contexto sociocultural, deriva su respectiva forma de funcionar y de interpretar la realidad. Desde la perspectiva de la intervención, es fundamental comprender la diversidad familiar como un elemento enriquecedor de la sociedad y de las relaciones entre los profesionales y las familias.

 

Referencias bibliográficas

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* Clara Martha González García tiene la Maestría en Educación, egresada de la UDLA. Especialización en Evaluación Académica egresada de la UPN. Pasante de la Maestría en Sistemas, de la UVM. Integrante del CA - Profesionalización de la Evaluación Académica. Ex-coordinadora del Proyecto de la Licenciatura en Administración Educativa. Docente en las Licenciaturas en Pedagogía (línea terminal en Orientación Educativa) y en Administración Educativa. Silvia Isabel González García tiene la Maestría en Psicología Educativa, egresada de la Facultad de Psicología de la UNAM. Pasante de la Maestría en Terapia Familiar, egresada del Instituto Latinoamericano de Estudios de la Familia (ILEF). Docente en la Licenciatura en Pedagogía (línea terminal en Orientación Educativa). Ambas docentes e investigadoras de tiempo completo, en la Universidad Pedagógica Nacional, Unidad Ajusco. Correo: claramar2000@yahoo.com.mx.
1 Satir (1980) refiere que, como la familia es un sistema, el bienestar de uno de los miembros repercute en el bienestar de todos los demás; la familia se comporta como si fuera una unidad.
2 En la investigación en las Ciencias Sociales, Hernández Sampieri y cols. (2004) consideran que medir implica especificar y describir las propiedades, las características y los perfiles importantes de personas, grupos, comunidades o cualquier otro fenómeno que se someta a un análisis, se «...miden, evalúan o recolectan datos sobre diversos aspectos, dimensiones o componentes del fenómeno a investigar» (Danhke, citado en Hernández Sampieri y cols., 2004: 117). Así, desde el punto de vista científico, describir es recolectar datos (información), «...se selecciona una serie de cuestiones y se mide cada una de ellas, para así describir lo que se investiga» (Hernández Sampieri y cols., 2004: 118).
3 Ander Egg (1999: 57) menciona que por actitud se considera a «...la predisposición a reaccionar positiva o negativamente frente a determinadas situaciones o personas, …la educación pretende la formación de la personalidad del individuo y la actitud es la estructura fundamental de ésta, ...las actitudes se van conformando, afirmando o cambiando en el transcurso de la vida del individuo». Gagné (1995) comenta la existencia de tres clases de actitudes: las que median las relaciones sociales, como el respeto, la amabilidad, la condescendencia. Estas actitudes se aprenden en la familia principalmente y en situaciones sociales en las que se participa; las que propician referencias positivas hacia ciertas clases de actividades, tales como: el gusto por la lectura, el arte e incluso, el gusto por el mismo aprendizaje; las pertenecientes a la educación cívica, como: la identidad nacional, respeto a los símbolos patrios, el interés en las causas y necesidades de índole social, etc.
4 Considerado como dos juicios valorativos opuestos y cuyas consecuencias pueden ser diversas (Ojeda, citada en Velasco y cols., 2006: x).
5 Sinónimos del término comunicación «clara», nítido, fácilmente inteligible, comprensible, fluido, manifiesto, evidente (Microsoft Encarta 2006).
6 Sinónimos del término comunicación «confusa», mezclado, revuelto, dudoso, que no puede distinguirse, desconcertante, incierto (Microsoft Encarta 2006).
7 Con relación a las causas de dichas exigencias, se pueden mencionar las siguientes: un crecimiento de las grandes urbes, un incremento de la inmigración, cambios en el mundo laboral y en el papel de la mujer, una creciente importancia del conocimiento y la información, así como la tecnificación de los diferentes aspectos de la vida, incluida la familiar, lo cual incide en las familias, en los retos a los que se enfrentan dentro de ella y con respecto al exterior (Kellaghan y cols., 1993).