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Revista Polis e Psique
versão On-line ISSN 2238-152X
Rev. Polis Psique vol.11 no.spe Porto Alegre 2021
ENTREVISTA
Comunidades energéticas y pensamiento amerindio desde las roturas del COVID-19
Energy communities and amerindian thougt since the breaks of COVID-19
Comunidades de energia e pensamento ameríndio desde o rompimento da COVID-19
Universidad de Santiago de Chile (USACH), Santiago, Chile
RESUMEN
A partir de las desviaciones y parones en las infraestructuras energéticas acontecidas por la pandemia del COVID-19 esta contribución propone tratar las nociones de Comunidades Energéticas desde el Pensamiento Amerindio. Específicamente se inspira en el reconocimiento de relacionalidades, reciprocidades y complementariedades las cuales amplían sus analisis dicotómicos. Añadidamente, estos ejes considerados sobre um trasfondo abigarrado, sitúa a las comunidades energéticas como vías fructíferas friccionalmente ante los desafios planetarios. Estas si bien son imposibles de reducir a los impulsos de política pública, las tecnologias renovables y las ficciones sobre evasiones metropolitanas parece prudente alertar sobre su creciente participación bajo princípios ético-políticos desde lo local.
Palabras Clave: Comunidades Energéticas; Pensamiento Amerindio; Estudios de Reparación; Covid-19.
ABSTRACT
Based on the deviations and stoppages in energy infrastructures that occurred given the COVID-19 pandemic, this contribution proposes to analyze the notions of Energy Communities from the Amerindian Thought. Specifically, it is inspired by the recognition of relationalities, reciprocities and complementarities which expand its dichotomous analyzes. In addition, these axes, considered against a motley background, situate energy communities as frictionally fruitful ways to face planetary challenges. Although they are impossible to reduce to the impulses of public policy, renewable technologies and fictions about metropolitan evasions, it seems prudent to warn about growing participation under ethical-political principles from local level.
Keywords: Energy Communities; Amerindian thought; Repair Studies; Covid-19
RESUMO
Com base nos desvios e paradas nas infraestruturas energéticas ocorridas a partir da pandemia COVID-19, esta contribuição se propõe a analisar as noções de Comunidades de Energia a partir do Pensamento Ameríndio. Especificamente, inspira-se no reconhecimento de relacionalidades, reciprocidades e complementaridades que ampliam suas análises dicotômicas. Além disso, esses eixos, considerados contra um pano de fundo heterogêneo, situam as comunidades de energia como formas friccionalmente frutíferas de enfrentar os desafios planetários. Embora isso seja impossível de reduzir aos impulsos de políticas públicas, tecnologias renováveis e ficções sobre evasões metropolitanas, parece prudente alertar sobre a crescente participação sob princípios ético-políticos em nível local.
Palavras-chave: Comunidades de Energia; Pensamento Ameríndio; Estudos de Reparo; Covid-19.
Introducción
Para la ciudadanía moderna global el solo hecho de considerar una pandemia como la del COVID-19 sin electricidad y sin internet es atemorizante, sin acceso al agua potable y servicios sanitarios, resulta aterrador. No obstante, para quienes relatan sus experiencias al llegar a las metrópolis latinoamericanas a comienzos del siglo XX la falta de infraestructuras ha sido común (Muñoz, 2020). Aquellos relatos fraternizan con otros contemporáneos activados por redes de colgados, o por arreglos hechos sobre otras redes, o definitivamente reemplazando a los arreglos previos temporalmente. Sin embargo, aun cuando las experiencias de vida desconectadas de los servicios básicos no serían ni tan pretéritas ni tan fantasmagóricas en la actualidad, lo provocador es que la mantención de infraestructuras energéticas en general y eléctricas en particular está siendo indispensable para las comunicaciones con los servicios públicos y, sobre todo, comunitarios de toda índole. Junto con el confinamiento físico la pandemia ha mostrado cuan significativa puede ser la comunicación virtual y con ello se ha girado la atención a los modos de conectarse eléctricamente; cuidar a los ancianos e hijos en los hogares y promover energías renovables, femeninas (Herrero, 2011).
Además, las relaciones interespecies son impostergables de reconocer. En ello, la quema de combustibles fósiles favorece el contagio viral y nuestros encuentros multi-somáticos tienden a ser prolíficos, dado que el tejido de conexiones silenciosas entre cuerpos salvajes parece no dar señas de domesticación, sino más bien de mutación (Arregui, 2020). Así, la extracción de una naturaleza salvaje allá afuera -mineral allá abajo-, la cual permita sostener los esquemas energéticos, bien sea de tecnologías fósiles centralizadas, verdes y lejanas, se manifiesta poco promisoria, más aún a tales escalas de producción.
Una de las alter-nativas desde Abyayala presentada internacionalmente es el Buen Vivir. Esta sitúa lo comunitario dentro de otras disfunciones y vacíos particulares. Junto a los aforismos ancestrales, se destaca, la mantención de colectivos (auto)cuidadores de flujos vitales. En este entendido lo que iría manteniendo la cotidianeidad son los intercambios entre energías cósmicas de las (Pachakama o Pachatata) con fuentes de energías de la madre tierra o, formas telúricas (Pachamama). Gracias a este mantenimiento relacional, entre otros tantos, sería posible salvaguardar fuentes generadoras de existencia día a día. Esta propuesta surge como correlato de la interpelación acerca de ¿qué (nos) pasó? O ¿qué (nos) está pasando?
Hay un gran vacío dentro y fuera de cada uno y es evidente que se han desintegrado muchos aspectos de la vida: individuales, familiares y sociales. Es como una disfunción colectiva que ha anulado la sensibilidad y el respeto por lo que nos rodea, resultando en una civilización muy infeliz y extraordinariamente violenta, que se ha convertido en una amenaza para sí misma y para todas las formas de vida del planeta (Huanacuni, 2010, p.31).
Con esta inquietud el Pensamiento Amerindio, específicamente situado en la práctica comunitaria, se plantea traer al frente dimensiones cosmológicas, espirituales congregadas en un punto de encuentro friccional y productivo. Se propone aquí pensar y elucubrar, con una afectación contemporánea y pandémica, sobre este pensamiento-acción desafiante en sus propuestas de transitar espacialmente el aquí-ahora coexistente con un arriba y un abajo, además de hacerlo temporalmente, desde un presente-pasado y un presente-futuro, hasta llegar a ser persona junto a todos los cohabitantes orgánicos e inorgánicos (Kohn, 2017). Seguidamente, en este trabajo se identifican ciertos desafíos para mantener comunidades energéticas en América Latina y finalmente con este cruce se concluye que las comunidades energéticas abigarradas son y pueden seguir siendo vitales, si se consideran bajo salvaguardas ético-políticas donde sus contradicciones son constitutivas e irreducibles a una estabilidad fija y dada por sentado.
Pensamiento Amerindio y Comunidad: Relacionalidad, Reciprocidad y Complementariedad
En los noventa se venía identificando una epidemia de lo comunitario (Gurrutxaga, 1993) para dar cuenta que la comunidad no podía seguir negándose por ser algo arcaico, premoderno, rural, tradicional, opuesto a lo societal, sino una vía de existencia plural y moderna. A modo de comunidades de sentido (Duque, 2010), volcadas a personas integradas en vínculos y enclaves de apoyo colectivo, de ocio y consumo (Gurrutxaga, 1993). Esta emergencia se atribuyó a la necesidad de exaltar los afectos, las relaciones más cercanas, grupales y particularistas. La sociología ha mantenido la preocupación en que las personas experimenaen distintas comunidades de elección, donde "ni el individuo se anteponga al grupo ni el grupo se subordine pasivamente al individuo" (Cerroni, 1992), teniendo especial cautela al hecho que las comunidades no sean vecinales exclusivamente, con tal de evitar tendencias comunitarias posibles, donde el rechazo de aquellos diferentes, resulta propio de sectas, cultos y nacionalismos (Touraine, 1997). Ante estos recelos frente a lo comunitario parece apropiado situar los orígenes mítico-ideológicos de las sociedades modernas sostenidos en comunitarismos excluyentes, centrados en narrativas de una identidad nacional, de oposición, violenta, particularmente concentrada en valores absolutos, donde se justifica morir por la patria o seguir un profeta carismático, patriarcal.
Estas preocupaciones humanas y societales actualmente se resitúan en una creciente literatura sobre el Buen Vivir (Huanacuni, 2010, Altman, 2014, Loera, 2015) la cual trae consigo nociones comunitarias que vitalizan principios amerindios desmarcados de individualismos exclusivos y que siguen alertando sobre existencias más que humanas, necesarias de incluir (Giraldo, 2018). Ciertamente el Buen Vivir se identifica con las comunidades de lucha por el territorio frente al extractivismo en Los Andes y su saber-hacer cotidiano, sin desconocer un posible uso de ellas utilitario, capaz de condensarlas en un slogan geopolítico universal, improductivo y traidor (Papalini, 2017, Breton 2013). Las comunidades del Buen Vivir si bien rescatan las prácticas comunitarias "auténticas", entre ellas hay innterpretaciones divergentes sobre su base unitaria y equilibrio universal, así como también similudes ensus capacidades para traer al frente -gracias a sus existencias- un encuentro espacio-cósmico-temporal, el que además de ser inestable está sujeto a la práctica menos abstracta, ritualizada y oral.
Los tresprincipios centrales de las comunidades del Buen Vivir se han considerado con distintos énfasis y protagonismos alrededor de: la relacionalidad, reciprocidad y complementariedad. Gracias a ellosel ser humano es uno más en el entramado cosmopolítico que las sostiene (Rivera Cusicanqui, 2015, Stengers, 2014).
Como se mencionó, existe una tendencia a presentar los principios y la ética andina dentro de equilibrios, capaces de acoplarse con los principios universales modernos. Este es el caso de Nicolás Beauclair (2013), quien destaca la relacionalidad como un principio que sustenta el trasfondo de un universo en composición, un encuentro de elementos igualados y opuestos, por tanto, quienes se encuentran deben buscar los equilibrios para que el mundo funcione adecuadamente. Las dualidades existentes se dinamizarían en coexistencia complementaria, división, encuentro e inversión. Así, el que "todo esté vinculado con todo", en sistemas altamente complejos e interdependientes, se apoya por un lado, en la fuerza vital que permite tender hacia un equilibrio general, y por otro, hacia el desequilibrio y la extinción (Estermann, 1998). Una cosmoética anudaría todos los componentes de este todo:
Es decir que el todo cósmico no puede existir sin que sus partes entren en relación y, a la vez, las partes no pueden sobrevivir sin tener en cuenta el equilibrio de la totalidad cósmica. En este sentido, la idea de complementariedad de los diferentes componentes del cosmos justifica la necesidad de la relacionalidad y le da un sentido productivo; es decir que la relacionalidad se vuelve una base ética de importancia en el momento en que los elementos que entren en relación se aportan algo los unos a los otros (Beauclair, 2013, p. 28).
En este entendido los encuentros son considerados como eventos, actos específicos para mantener la relacionalidad, dentro de un principio holístico, donde el todo es más que la suma de las partes y en el que las entidades son resultado de estas relaciones cósmicas y no al revés. Aquí las decisiones humanas sobre hechos cognoscibles son una más entre todas las relaciones no humanas acaecidas diariamente y que no necesariamente se accede a ellas mediante una percepción directa. Para este trabajo resulta oportuno considerar que actos como la firma de un contrato o el acuerdo por una titularidade en un proyecto energético son eventos insuficientes para sostener estas relacionalidades cósmicas.
La reciprocidad, como segundo principio, inspira a los intercambios entre etnias distintas, las que acuerdan sobre sus equivalencias prácticas, suficiencias y territorialidades.
[...] la reciprocidad andina, en lugar de concebirse en la lógica del tercero excluido, adopta la lógica del tercero incluido, ya que los actos recíprocos se están haciendo en la perspectiva del mantenimiento del equilibrio general; es decir que los beneficios del intercambio recíproco entre actores (humanos o no humanos) siempre incluye un tercio que, al final, llega a ser todo el resto (Beauclair, 2013, p. 52).
El autor advierte que esta reciprocidad antes que la presunción de una obligatoriedad deontológica exclusiva, apunta a su potencialidad, es decir, en la forma de una deuda moral, la cual generan deudas simbólicas, no necesariamente concretadas en devolución material, sino en una actitud abierta al reparto común y a la colaboración. Como se observa Beauclair destaca con ello la preservación de un equilibrio entre relaciones duales, de todo tipo, donde todo el resto, un tercio, se ve beneficiado por ello. De esta forma, el principio tercero de complementariedad se concentra en la mantención de equilibrios duales, en donde los opuestos no deben luchar entre sí, sino entenderse e integrarse en son del bien común. Por ejemplo, esto se constata en la negociación entre experticias o en los acuerdos entre grupos disímiles trabajando juntos para el logro de un fin sintonizado a un todo equilibrado.
Otra interpretación menos concentrada en la unidad, totalidad, universalidad y equilibrio del Buen Vivir es la que entrega Silvia Rivera Cusicanqui (2010, 2018), quien reconoce en la cosmovisión aymara la existencia de una zona de contacto entre el mundo de arriba y el de abajo: el taypi, correspondiente a un espacio intermedio: "esa zona de fricción donde se enfrentan los contrarios, sin paz, sin calma, en permanente estado de roce y electrificación, es la que crea el magma que posibilita las transformaciones históricas, para bien o para mal" (Rivera Cusicanqui, 2018, p. 84). En esta postura se comprende la noción de tiempo y espacio derivada del qhipnayra, es decir
[...] el pensar con la conciencia de estar situadxs en el espacio del aquí ahora (aka pacha) como un taypi que conjuga contradicciones y se desdobla en nuevas oposiciones [...] que nos impulse a sacudir y subvertir los mandatos coloniales de la parodia, la sumisión y el silencio" (Rivera Cusicanqui, 2018,p. 86-87).
Así, antes de acentuar la unificación de contradicciones esta postura relacional de los seres que se encuentran invita a habitar sus contradicciones en la práctica, por ejemplo, en los modos de decir y no decir, en las maneras de articular roces productivos y no aquietados por las intenciones de pacificación en nombre de una unidad. En el lenguaje aymara se encuentran personas gramaticales que incluyen un yo plural (nanaka), el cual es excluyente y exclusivo, mientras que el jiwasa es un nosotros como persona, que incluye al interlocutor formando una singularidad y en el jiwasanaka, el cual incluye una cuarta persona plural, donde también están los ausentes.
Este Buen Vivir menos aquietado de las comunidades andinas rescata la existencia de economías paralelas, polivalentes, no homogéneas, del lado de las dominantes que giraron la reciprocidad de bienes hacia afuera y que posibilitaron la expansión del Tawantinsuyo. Ciertamente, las economías andinas con sus contabilidades paralelas en sus distintos pisos ecológicos se han mantenido acorde a los bienes ofrendados a entidades sagradas, con una laboriosidad destacable, como en el caso de los textiles.
La complementariedad entre duales aquí equivale a mantener y cuidar una productividad friccional constitutiva del individuo en la comunidad, de forma tal que no se fundan en uno, tal como una síntesis, sino que exprese sus contradicciones, posibilitando afinidades de gesto para lograr cohabitar con ellas. Para Silvia Rivera Cusicanqui (2018, p. 151): "esto se hace posible a través de la alegoría: por una poiesis autoconsciente capaz de crear condiciones de pleno respeto a la persona individual sin por ello socavar o mermar la fuerza de lo común". En otras palabras, las personas libres en comunidad no se funden en una sola individualidad, capaz de blanquear sus manchas. Se intenta que todos sus miembros sean capaces de hablar o estar callados, de trabajar gozando, mandar obedeciendo y donde cada quien tenga su espacio para vincularse con cada cual en lo rangos de maniobra que su potencialidad le permita. En este ejercicio comunal se procura no acallar las voces de niñas, niños, abuelas, abuelos, discapacitadas, discapacitados, negras, negros, mujeres.
Comunidades Energéticas en América Latina y sus reparaciones hacia transformaciones desde abajo
Los sistemas de gran escala jerárquicamente centralizados de la energía se han considerado vías neocoloniales de las transiciones en el sur global (Di Pietro, 2020) y energopolíticas (Howe, 2015) las cuales no sólo controlan y disciplinan a sus consumidores voraces, sino que, por ejemplo, pueden extinguir la vitalidad de redes periféricas. El freno a las circulaciones que trae el COVID-19 permite ir elaborando un pensar lanzado a los abismos producidos por una geopolítica energética desenfrenada. En ello se ha trabajado en los ejercicios energo-intensivos del Norte Global para destacar las urgencias de sus países por reducir drásticamente sus consumos "dado que las comunidades del Sur necesitan un aumento en el consumo energético para mejorar su nivel de vida o al menos tienen el derecho de decidir su propio futuro energético" (Urkidi, et al., 2015, p. 14). Posiblemente si se evaden estas urgencias, el florecimiento de contactos interespecies entre infraestructuras energéticas insaciables, hará saltar las alertas, aquellas que en su momento fueron calificadas como propias del efecto boomerang (Riechmann, 2005), eso sí, más drásticamente vividas en los países del Sur Global.
Con todas las presiones indesmentibles por decarbonizar los intercambios económicos entre Norte y Sur global, las políticas públicas han vuelto su atención a las denominadas comunidades energéticas, surgidas desde las acciones colectivas por las transiciones desde abajo en Europa, Australia, Asia y Estados Unidos. Las comunidades energéticas como parte de las políticas públicas buscan favorecer el cumplimiento de tratados internacionales en favor de impulsar las energías renovables a escala local, por tanto también se reconocen como sistemas energéticos locales, así como también localidades que deben promoverse cuidando sus formas institucionales, sus vías de acuerdo, participación, sus economías sin fines de lucro y que otorgan beneficios para las personas que pueden o no incorporar tecnologíasde generación renovables para ello. Asimismo, se han enfocado en iniciativas voluntarias, innovadoras y la labor práctico-educativa del uso de energias próximas con criterios de suficiencia, ahorros, evitando los sobreconsumos y valorando las desconexiones (Baigorrotegui y Parker, 2018).
Ahora bien, si consideramos la riqueza de comunidades, bajo este adjetivo de renovable, es probable que las discusiones previas entre lo tradicional o lo moderno de su existencia no diesen cuenta de cómo los convenios suscritos en términos de afrontar los desafíos están llegando a transformar sus fricciones novedosamente. En el caso de las directivas de la Unión Europea se plantea la necesidad de potenciar las actividades de las comunidades dentro de un mercado previamente protagonizado por estados o conglomerados privados trasnacionales, lo cual las sitúa como una forma de organizar la cooperación colectiva de una energía relacionada a una titularidad, gobernanza y propósito no comercial (Roberts, et al., 2019). De allí que las comunidades sean consideradas renovables o ciudadanas, dando ciertos énfasis bien a los tipos de energías y sus correspondientes tecnologías y modelos de negocios, bien a los modos de organización y beneficios locales. Aquí están en juego las maneras de beneficiarse medioambiental, económica y socialmente, antes que financieramente, en lo local.
Lo individual y comunitario se traduce en formas de autoconsumo individual y autoconsumo conjunto, donde los miembros individuales, clientes finales o residenciales están espacialmente definidos y circunscritos a actividades sin fines de lucro. Otras restricciones se imponen para los autoconsumos conjuntos o compartidos, generalmente situados en el mismo edificio o en un conjunto de departamentos.
En un trabajo previo se presentaron las prácticas energocomunitarias de América Latina sobre un fondo abigarrado (Baigorrotegui, 2018). Este fondo propone traer al frente relaciones entre comunidades y autoridades representativas irreductibles a objetivos de estandarización y homogeneidad. La expresión abigarrada propone desafíos en la generación de consensos o deliberaciones racionales toda vez que las comunidades han vivido y están viviendo borramientos, menosprecios, olvidos y violencias de parte de sus autoridades representativas, así como problemas de antagonismos, extractivismos y complicidades con gobiernos centralistas o explotadores extranjeros (Vara, 2013). Todo lo cual lleva a reconocer relaciones ambigüas y a veces no gestionables vía acuerdos contractuales, numéricos o de propiedad concertada. En ellas se abren distintas vías para dirimir, por ejemplo, en comunidades originarias, quienes como portavoces de seres ancestrales, demandan su sitio.
Esta complementariedad es riesgosa, dado que para que sean normadas las reciprocidades de las comunidades en las gobernanzas locales de la energía, por lo general éstas quedan supeditadas a espacios simulados de participación pública y en contratos que no dan cuenta de la vida útil completa de los proyectos energéticos en localidades más remotas, con menos votantes. Los peligros de extinción de estas comunidades se experimentan toda vez que se obstaculiza o sistemáticamente se aplaza la posibilidad de poner en contacto otras redes descentralizadas, de menor escala, con sus metáforas, virtualidades, literalidades, geopolíticas; todas las que, a su vez, involucran luchas por el reconocimiento, los derechos y también, sus titularidades (Cross, 2016). Las desconexiones en estas infraestructuras obstruyen su arquitectura de circulación, impidiendo el relato de aquel ejercicio localizado y en red, más o menos sincronizado, que impulsa una energía dialogante con otras materialidades, las que permiten seguir trabajando sobre una base común. En otras palabras, se rompe el trabajo entre humanidad y entalpía1.
Que duda cabe que la energía, como infraestructura se hace más evidente en épocas de parones, quiebres, crisis y roturas. Justamente cuando el incremento financiero de infraestructuras energéticas particulares no puede asegurar su despilfarro creciente es cuando aquello que lo sostiene falla. Es precisamente en este evento "anormal" cuando el flujo especulativo se corta y se hacen indesmentibles los riesgos de que todo funcione, es decir, que "no consigamos modificar la estructura asimétrica de nuestras prácticas laborales y tecnológicas, en el sentido de la discusión democráticas sobre lo óptimo, lo justo y lo suficiente" (Tula Molina, 2013, p. 80).
Entonces reconociendo este riesgo resulta oportuno distinguir entre reparaciones para mantener lo previo de aquellas reparaciones capaces de transformarlo más radicalmente (Henke, 2019). Las mantenciones que sustentan privilegios o facilitan negociaciones de resistencias novedosas frente a lo dado, las cuales son usualmente silenciosas, aunque no por ello menos activas en restablecer normalidades y cristalizar órdenes existentes. Asimismo, las prácticas de mantención evitan que los aparatos se tornen basura al prever posibles roturas y evitar que unos queden fuera y quizás simplemente olvidados. Así, frente a un mundo que se desvanece, se triza, se desmiembra es el poeta brasilero Joao Guimarães Rosa quien releva maravillosamente la relacionalidad crucial de estas prácticas: "el vivir es un rasgar-se y remendar-se"2.
Señalando el entramado de Relacionalidad, Reciprocidad y Complementariedad en las comunidades energéticas
Relacionalidad y cómo se han llevado a cabo las comunidades energéticas en la región
En la tipología de comunidades esta pregunta se vincula bien sea con procesos abiertos y participativos o cerrados e institucionales, en particular interesa aquí reconocer el modo en que se expresa tal abigarramiento infraestructural. En este entendido cómo éstas son productoras de consensos y coordinaciones de iniciativas que se encuentran con espacios formales, informales e ilegales. En cualquier caso, se precisa que los sustratos de la ilegalidad se nutren de informalidades de todo tipo, provenientes de acuerdos entre autoridades, representados y cómplices. En otros casos los orígenes de las conformaciones urbanas han supuesto prácticas comunitarias energéticas ilegales narradas en las crónicas de Comuna 13 en la ciudad de Medellín, Colombia.
La gente se pegaba de contrabando de las líneas principales, y por cada pega tenían que pagarles un importe a los "caciques". Entonces el cielo se congestionó de cables entrecruzados, en una maraña tan ilegal como riesgosa, pues los cortocircuitos se volvieron eventos de cualquier hora y muchos ranchos ardieron en llamas. Y aparte de eso, el voltaje de la energía en horas pico apenas alcanzaba para encender una estufa y un par de bombillos; cuando no era que las cuadrillas de operarios de Empresas Públicas de Medellín llegaban a desmontar y decomisar el cableado pirata. Claro que eso fue al principio porque después los vecinos aprendieron la forma de desmontar los cables antes de que las cuadrillas llegaran. Su ventaja era que podían verlas desde el momento en que llegaban al terminal de la carretera, un kilómetro abajo, lo que les daba suficiente tiempo para desmontar y esconder los cables, que volvían a instalar cuando las cuadrillas se iban (Aricapa, 2015, p. 26-27).
La consideración del rezago en el cumplimiento de derechos públicos como la vivienda y de ella la sanitización y electrificación ha generado instalaciones, aprendizajes a contrapelo de las fiscalizaciones, cobros municipales y supuestos de usuarios económico racionales. Los posibles quiebres comunicacionales y en las confianzas en casos previos señalan conflictos manifestados por las comunidades frente al rechazo de convertir la electricidad en un bien de consumo, el olvido sistemático de las autoridades al momento de, por ejemplo, formalizar la leña como biocombustible o de normar la generación eléctrica distribuida residencial. La historia de quiebres, olvidos, experimentos fallidos entre autoridades y representados es un dato clave para identificar resistencias a innovaciones propuestas desde otro lugar y, a la vez, entusiasmo en formas de articulación alternativa, autogestionada, popular, ciudadana antes que privada, pública jerárquica o mixta.
Ciertamente la pandemia y sus enclaustramientos impulsan una gran diversidad de movimientos de la Sociedad Civil y sus liderazgos particulares, los cuales sobrepasan las nociones de energía renovable y electricidad del sector energético. Un abanico de modos informales y colectivos históricos se han revitalizado, en modalidades de ayuda mutua, voluntarias, oportunas y se han reactivado los saberes autogestionados frente a la sobrevivencia. Los colectivos indígenas bolivianos desde los inicios han puesto en práctica su acervo colectivo para enfrentar las urgencias sanitarias y sociales más acuciantes. En el norte, agrupaciones de base estadounidenses en Washington han reflotado su localismo plural, y se han fortalecido los activismos afroamericanos previos (Lun y Lance, 2020). Las cadenas de distribución cercana, la calefacción sostenible, los bancos de comida ocupados de reducir las pérdidas, la electricidad equitativa son algunas de las vías por donde una energía próxima, limpia y accesible facilita contactos vitales y abre paso a vías transformacionales de infraestructuras insensibles, centralistas e individualistas previas.
Reciprocidad y cómo las tecnologías renovables se llevan a cabo
El Banco Interamericano del Desarrollo (BID) hace un llamado a los gobiernos para que aumenten inversiones en ciberseguridad en las comunicaciones, especialmente para salvaguardar los nodos de generación eléctrica de base. Después de los procesos de liberalización de la electricidad en la región las personas en sus casas reciben facturas de luz con ítems que influyen en su tarifa, poco legibles para sus clientes. Tras las privatizaciones de los Noventa en Latinoamérica las presiones de trasnacionales de la energía en los Estados del sur han logrado inmunizarse de otro tipo de reglas y normas, operando con tarifas cada vez al alza. Además, muchas de las prácticas energéticas comunitarias continúan en la informalidad, como el caso de la leña para calefacción, la generación eléctrica aislada (off-line), remendando sus vulnerabilidades frente a tecnologías no necesariamente conocidas y con legislaciones específicas que las desprotegen o limitan su beneficio económico. Por ejemplo, la reciente ley de generación distribuida chilena, a diferencia de Brasil, no considera la comercialización de la energía ciudadana y su reglamentación tardó más de dos años en publicarse. Sin duda esto restringe la posibilidad de impulsar mercados energéticos locales y su proliferación se circunscribe a la captación de inversores, la aceptación de proyectos y concursos que no han permitido negociar formas de valorar, por ejemplo, los mecanismos de fijación de tarifas, modalidades de pago y descuento, modelos de negocio acorde y financiación, entre otros.
De hecho, la pandemia ha ralentizado las economías primarias. Las previsiones de mejoría no se instalan sino después de considerar una de las crisis económicas más agudas que haya enfrentado América Latina y el Caribe desde el siglo pasado (CEPAL, 2020). Los complejos extractivo minero-energéticos de la región enfrentan desafíos importantes en lo referido a la caída de los precios del petróleo. El transporte de alta carga, los puertos, las rutas navieras han sido fuertemente afectados. En el caso argentino Guzowski y Zabaloy (2020) reconocen que la fuerte caída en la demanda eléctrica de las industrias del país hizo evidente la participación de las energías renovables que llegaron a conformar el 12% de la matriz energética nacional y en Chile se ve con optimismo llegar a la meta del 20% de energías renovables para 2025.
Esto parecería una excelente noticia para las políticas ambientales abocadas a una descarbonización en las transiciones energéticas globales, sin embargo, los llamados a agilizarla ante el bien de la humanidad y el cumplimiento de Objetivos de Desarrollo Sustentable (ODS) paradojalmente chocan con las valoraciones y fiscalizaciones ambientales inmunitarias, y con ello desafectadas de sus impactos en localidades periféricas. En este sentido los beneficios para las localidades no son recíprocos, en otras palabras, el reemplazo de electrones de origen fósil por otros renovables y de energías domésticas, dependiendo de su disponibilidad sigue produciendo zonas de sacrificio renovable urgentes de frenar y reparar.
En la reconocida propuesta tipológica de comunidad energética de Walker y Devine-Wright (2008), si bien se reconocen tipos ideales de comunidades energéticas, por ejemplo, en términos de procesos abiertos y participativos beneficiando a lo local y colectivo, también se exponen ejemplos de comunidades energéticas, tales como las cooperativas eólicas danesas actuando bajo procesos de decisión más cerrados o institucionales con resultados y beneficios en lo distante y privado. En suma, esta tipología indaga en quién o quiénes son los que llevan adelante las iniciativas, especialmente cómo la regulan, norman y dirigen y, por otro lado, quién o quiénes se benefician de ella. Eso sí, los autores dan cuenta de los posibles quiebres en las comunidades o entre las familias locales cuando los apoyos financieros otorgados por políticas públicas inglesas privilegian el conocimiento y experticia de un grupo o familia frente a otras. Con esta situación destacan cómo el apoyo financiero oficial no necesariamente se acopla con los arreglos institucionales formales e informales locales y llegado el caso puede ser origen de un quiebre en las relaciones de proximidad. Ciertamente en la geopolítica de las comunidades energéticas existen arreglos en vínculo con las formas de organización locales y los incentivos fiscales para su conformación (Lowitzsch, 2018).
En las comunidades energéticas de América Latina originadas en infraestructuras abigarradas tanto la tecnología como los modos de organizar, dirimir, mantener, reparar e incluso abandonar las iniciativas energéticas son tanto o más importante que su sola adquisición a precios asequibles; unas conllevan cambios de hábitos para promover acciones de ahorro y eficiencia, otras es probable que consten de nuevos materiales y piezas, muchos de ellos requeridos de diseñar, implementar y gestionar in situ, incorporando artefactos, equipos y maquinaria que posiblemente involucren una compra, importación y transporte desde otros países. Un ejemplo, son las comunidades de lugar (Vancea et al., 2017). En ellas la estructura social local es predominante, junto a iniciativas que conectan fuentes autóctonas de energía, donde los aspectos materiales involucran soluciones a medida, en lugares principalmente (no únicamente) rurales, además de remotos geográficamente. Allí existe la posibilidad de que eléctricamente se encuentren infraestructuras aisladas, de pequeña escala, acompañadas de algún compromiso cercano, en ocasiones voluntario, especialmente en momentos de crisis o ante cortes de suministros.
Un estudio reciente sobre los discursos de personas involucradas en iniciativas para fomentar las transiciones desde localidades chilenas y argentinas sugiere que más allá de los conocimientos sobre democratización es el conocimiento socio-técnico exógeno el que debe ser transformado en un conocimiento comunitario local endógeno (Parker, 2019, p. 15). Hay aquí una tarea urgente en Latinoamérica, dadas las ricas fuentes renovables posibles de escalar. Las brechas en las necesidades de conocimiento se están abordando en Inglaterra para enriquecer programas educativos y de capacitación con tal de responder a las demandas de educación en habilidades y herramientas, calificaciones de orientación práctica, currícula interdisciplinarios nuevos para facilitadores, instaladores, consultores, mantenedores, gestores y miembros de comunidades energéticas, entre ellos voluntarios (Zekaria y Chitchyan, 2020).
La apropiación, como es bien sabido en el Pensamiento Latinoamericano en Ciencia y Tecnología, conlleva una motivación recíproca con las comunidades de práctica en acción en lo local, todas ellas consideradas, resultado de los ejercicios organizacionales, de producción, disfrute, remiendo, significados y creencias de sus huéspedes. Por lo general, el tamaño de los proyectos o las intervenciones tecnológicas proyectadas e instaladas en los territorios huéspedes son importantes, dado que de ellas pueden generarse beneficios, costos para proveedores, consumidores o entre comunidades con rangos de acción más o menos desiguales para los locales, especialmente considerando los riesgos para los más afectados, cuestión relevante en la justicia distributiva en energia (Amigo et al., 2019). La lucha por disminuir la pobreza energética y, por lo general el activismo previo contra proyectos energéticos indeseados en la localidad, vincula contenciosamente a estas comunidades con empresas trasnacionales de la energía que manejan proyectos de tecnologías que son estandarizadas y permiten su escalabilidad en las ciudades y sus márgenes. Las actividades de mantención y reparación, se espera, sean atributo de las personas locales, aunque no siempre puede esto ocurrir como en las comunidades de interés (Vancea et al., 2017) donde la valorización de estas tecnologías conecta a grupos, agencias, empresas privadas e instituciones más allá de lo local. Algunas tecnologías energéticas se conectan con financistas ligados a plataformas internacionales distantes geográficamente, pero próximas virtualmente. En ellas las membrecías son contractuales, donde se incluyen intereses sobre el lucro y su rentabilidad, desde una perspectiva de emprendimiento social.
Complementariedad y cuáles son o serían los seres partícipes (y titulares) de estas prácticas energocomunitarias
En la cultura aymara la dualidad entre chacha (hombre) y warmi (mujer): chacha-warmi ancestralmente reconocida como una identidad que aloja complementariedades es asumida en términos de relaciones horizontales, no jerárquicas. Sin embargo, su revisión contemporánea la reinvierte en warmi-chacha para reconocer las labores cotidianas mayores asumidas por y para la mujer y las muestras de autoridad usualmente asignadas al hombre antes que la mujer.
Los vacíos espirituales de las sociedades modernas y modernizadas hacen girar la mirada hacia perspectivas amerindias promotoras de nociones de comunidad existentes gracias a la mantención de energías de toda índole. Mirando críticamente lo occidental, otro vacío destacado es el de los sujetos y su mismicidad. Para Espósito (2003) éste es clave a la hora de comprender cómo las personas se aglutinan en un "menos" y no en un "más". Para el autor el communitas es propio de quienes están afectados y sería opuesto al inmunitas de quienes se asumen eximidos o exentos de obligaciones con otros: "communitas es el conjunto de personas a los que une, no una "propiedad", sino justamente un deber, una deuda", en otras palabras "la communitas está ligada al sacrificio de la compensatio, mientras que la inmunitas implica el beneficio de la dispensatio" (Espósito, 2003, 30). Es en lo impropio y en el vaciamiento, parcial o integral, de la propiedad, en su contrario donde se sitúa el communitas expositiano:
[...] una desapropiación que inviste y descentra al sujeto propietario y lo fuerza a salir de sí mismo. A alterarse en la comunidad los sujetos no hallan un principio de identificación, ni tampoco un recinto aséptico en cuyo interior se establezca una comunicación trasparente o cuando menos el contenido a comunicar. No encuentran sino ese vacío, esa distancia, ese extrañamiento que los hace ausentes de sí mismos (Esposito, 2003, p. 31).
Si bien, los contactos pandémicos muestran relacionalidades planetarias, éstas no involucran a una comunidad global homogénea, sino inequitativamente interconectada. Los enclaustramientos a los que se está sometida la ciudadanía en hábitats urbanos, rurales, rudales sí que exponen los contactos diferenciadamente. Como menciona la Federación de estudiantes universitarios de Colombia: "La cuarentena es una cuestión de clase..."3. Con esta frase se reconoce que, si bien el virus puede viajar insospechadamente por todos los rincones terráqueos y con ello pone a la especie humana en peligro, son unos los afectados más intensamente que otros. Aparecen ollas comunes, compras coordinadas, acciones de asistencia, todo para reparar, en parte, lo que provocan los hacinamientos en hogares donde se cuelgan banderas rojas por las ventanas solicitando ayudas, o se coordinan cuidados hogareños para paliar la angustia evidente en rostros de personas en general y de migrantes, mujeres, indígenas, negras, ancianos, en particular, todos frente a centros de salud colapsados y viviendas desbordadas, electrocircuitadas.
Mantener el suministro energético en época de cuarentena es clave para otros sectores como salud pública, saneamiento y telecomunicaciones y junto con ello la verificación y reparación de sistemas, con novedosos regímenes de uso, consumo y transporte. Esto significa que girar hacia vías energéticas descentralizadas y localizadas robustecen su flexibilidad ante desastres:
In a health pandemic such as this, the need for constant electricity supply is undisputable. In developing countries such as India and South Africa, access to reliable electricity for health facilities is extremely scant. A reliable and uninterrupted supply of electricity to hospital and local communities further re-enforces the significance of decentralized and community-based energy systems for empowering local systems by preparing them for health disasters (Sharma, 2020, p. 9).
Eso sí, los confinamientos y medidas de inmovilidad obligatoria en modos de toques de queda con militares en la calle abigarran aún más las acciones ciudadanas, imposibles de circunscribir en estos mandatos. Si bien, en América Latina y el Caribe sólo hay dos camas de hospital por cada mil habitantes, también hay insuficientes viviendas para todos ellos. El desempleo abrumante y los apoyos públicos insuficientes hacen de las políticas de confinamiento una imposición irrealizable para muchos en las marginalidades de las metrópolis frente a otras medidas más intermitentes durante el día como la mantención de distancia social y otra más accesibles, gracias a donaciones comunitarias también, como el uso de mascarillas y el lavado de manos.
Principalmente frente a la llegada de tecnologías renovables, éstas pueden generar cercanías y lejanías, especialmente cuando los locales preservan los communitas, centrados en las economías del don o recíprocas, voluntarias e informales. La propuesta de convertirse en una comunidad energética provoca transformar las comunidades existentes y concretar comunidades distintas.
Surgen intercambios nuevos, intervenciones en el modo de operar acostumbrado y, sobre todo, resulta importante destacar cómo éstos presionan por hacer explícito ciertos roles, responsabilidades y valorizaciones sobre los beneficios para los integrantes en lo local. Si la (co)propiedad de las iniciativas energéticas comunitarias está principalmente distribuida entre locales, sus riesgos suelen ser menos percibidos sin embargo dependiendo de cómo se gestionen titularidades éstas pueden circunscribir responsabilidades y beneficios de forma distribuida y justa entre lo local y los posibles proponentes, no locales. En los casos en que las iniciativas renovables son financiadas por la propia comunidad, el tipo de valorización de las contribuciones de los miembros pueden realizarse a nivel grupal, cooperativo, en sociedades de derecho privado, sociedades por acciones de responsabilidad limitada, por ejemplo. Una iniciativa de adquisición de menor escala puede convocar modelos asociativos de propiedad privada donde quienes deciden son principalmente aquellas personas que influyen en la decisión o el voto en proporción a sus contribuciones o liderazgos, o también, si las iniciativas son de un tamaño mayor las personas podrían preferir cooperativas para influir en la toma de decisiones, en relación con su membrecía. En el caso de las cooperativas lo que se considera es un miembro, un voto, y la toma de decisiones se realiza en dinámicas asamblearias. En este entendido las responsabilidades no son individuales sino vinculadas al valor de lo compartido. Eso sí, internacionalmente se plantean desafíos para las cooperativas, debido a sus costos iniciales correspondientes a su registro e inicio de trámites administrativos y bancarios (Jenkins, 2018). Ante ello, se plantean vías de financiación que abran las limitaciones de determinadas cooperativas, donde sea posible transferir las acciones entre los miembros, y otros financistas, o donde los municipios, también puedan participar. Lo interesante aquí es reconocer quién(es) son los responsables y quié(nes) aquellos que adquieren la titularidad de estas iniciativas. Situación abigarrada, como ya mencionamos en América Latina. Sin embargo, los communitas preexistentes y emergentes, al habérselas con la experiencia de su cohabitación con otros, demanda negociar ya sea con un proyecto nuevo, sus interesados y financistas o acomodar los modos habituales de organización y regulación local a las circulaciones de las energías renovables resignificadas y sus posibles vías para reducir y ahorrar más significativamente los consumos energéticos.
Las comunidades energéticas latinoamericanas sacan a la luz desafíos de todo tipo, dado que involucran la coexistencia de communitas e inmunitas en fondos abigarrados, en otras palabras, exponen los lazos posibles (e imposibles) de atender lo voluntario, solidario, cuidadoso, informal y recíproco de las prácticas energéticas próximas habituales y, por otro, lo contractual, estandarizado, propietario, consumido, demandado, ofertado, rentable, tecnológico importado, entre otros. La sintonía de esta coexistencia friccional en la práctica propone estar alerta a los cambios en los liderazgos, sus motivaciones, por ejemplo, en términos de lo que se desea reparar, mantener, abandonar y aquello que se plantea transformar definitivamente. En este entendido, la noción de comunidad energética permite identificar puentes y barricadas a la hora de pensar en complementariedades posibles entre cuidados y responsabilidades, entre técnica y tecnología, público y privado, rural y urbano, electricidad y energias y por supuesto, lo individual y lo colectivo.
Esta crisis sanitaria global, abierta por las mucosidades provenientes del estar frente a frente, instala preguntas y urgencias vinculadas a la mutación de ecologías energéticas desde abajo. Entonces, considerar complementariedades en este sentido, plantea indagar en prácticas energocomunitarias que no las oculten sino las reconozcan en sus transformaciones abigarradas.
La complementariedad, en su correlato hospitalario, demanda cierta quietud, es decir, considerar lentamente las infraestructuras de todo tipo que nos sostienen y que pueden tornarse frágiles si no se consideran los desacoples y conflictos potenciales. Por muy deseadas que sean las comunidades energéticas y su disponibilidad para diseñar e instalar proyectos renovables, parece prudente alertar sobre la inexistencia de energocomunidades del todo pacíficas.
En tiempos pandémicos la ciudadanía insatisfecha se plantea migrar de sus metrópolis consideradas lugares menos dinámicos y más amenazantes de nuevos contagios y crisis climáticas. En otras palabras, más personas se proponen concretar lo que ha sido identificado como un anclaje-existencial de su vida citadina moderna: "La expectativa de un futuro en el campo o en el sur, funciona como estabilizador y da sustento a las personas en su vida ordinaria, porque la vida ordinaria es vivida como insoportable." (Araujo y Benítez, 2020, p. 165). Tal como mencionan De Abrantes et al. (2012) los fantaseos de una clase media emergente han profundizado los relatos de la huida hacia sitios más naturales, prístinos y quietos.
[...] entornos «más naturales», menos intervenidos y contaminados; prácticas saludables, vinculadas a la tierra (asunto de gran importancia para familias en etapa de crianza); vidas tranquilas; bajas tasas de criminalidad; escenarios menos colonizados por la lógica capitalista, donde el consumo y el dinero sean menos preponderantes; y relaciones sociales más comunitarias, entramadas en redes solidarias (De Abrantes et al., 2020, Junio 27).
Ahora bien, los autores, eso sí, dejan claro que esta circulación de cambio es recibida con resistencia desde las localidades huéspedes quienes se ven a sí mismas amenazadas. Una ansiedad se aloja en la llegada de potenciales personas contaminadas con COVID-19. Los temores se grafican en memes que se difunden en redes sociales como hordas invasoras al estilo de zombies tóxicos a los que hay que repeler. Iniciativas colectivas para realizar aduanas sanitarias, cercos de control local que protegen y articulan una perspectiva inmune. Por esta razón los autores destacan dos desafíos: el primero vinculado a lo que denominan desfase de imaginarios, donde los metropolitanos comienzan a vivir y construir metropolitanamente en otro lugar donde fantasean sobre los otros, mientras ellos mismos son acusados de focos provocadores de nuevos contagios sanitarios y morales. El segundo y más atingente a esta discusión trata sobre los problemas infraestructurales: acceso al agua, electricidad educación y, sobre todo, la salud. Las infraestructuras de todo tipo para responder ante crisis en Sudamérica están centralizadas significativamente en las metrópolis. Por tanto, cualquier propuesta de nuevo proyecto de comunidad energética más allá de lo metropolitano, si bien se experimenta, puede surgir de la huida, o como mostraron Vancea et al. (2017) en tres comunidades energéticas europeas, su surgimento proviene de lo local pero pueden extrapolarlo y transformarse en una comunidad regional o de utilidad pública. Especialmente cuando éstas son exitosas los modelos de negocios comunitarios extrapolan su arraigo local y se enlistan en las comunidades de interés energético, con el propósito de producir energía y realizar transformaciones sociales más amplias, como las del cambio climático. El uso de lo local en este sentido requiere un reconocimiento de las contradicciones de la diversidad de lucha que se dan y han dado para pensar formas de consumir energía diferente, y de vivirlas no en compartimentos estancos sino entre lo urbano y lo rural, lo privado y lo público en son de lo colectivo.
Conclusiones
A partir de los vacíos y parones en las infraestructuras energéticas acontecidas dada la pandemia del COVID-19 esta contribución presenta a las comunidades energéticas surgiendo desde los vacíos existenciales contemporáneos. Específicamente se inspira en el reconocimiento de relacionalidades, reciprocidades y complementariedades cosmológicas situadas en un aqui y ahora no dicotómico. Se concluye que las comunidades energéticas sobre un trasfondo abigarrado son fructíferas, siempre que éstas no sean reducidas a tecnologias renovables rentables, políticas públicas o visiones individuales metropolitanas.
Las comunidades energéticas como resultado de complementariedades están desafiadas a cuidar su productividad friccional, la que es capaz de iluminar olvidos sistemáticos. Así, más que formas organizativas alrededor de tecnologias renovables a la medida, estas son vías de articulación de reciprocidades donde bienes y males específicos son negociados en términos formales, informales e ilegales, a tono con sus infraestructuras previas. Sus relacionalidades instalan horizontes de un aqui y ahora extendido en un tiempo-espacio ancestral, actualmente desafíado por vacíos y presionado por enrolarse en las transiciones energéticas hacia la sostenibilidad rápidamente.
Aunque las normativas para el autoconsumo compartido son restringidas, existe un desarraigo potencial en comunidades energéticas exitosas. Si bien las tecnologias y sus modelos de negocios están concentradas en beneficios medioambientales y sociales, antes que financieros, las comunidades energéticas se sirven de lo local extrapolándolo.
Antes que una vía de escape metropolitano o un espacio de transformación social planetario las comunidades energéticas como modos ético-políticos ameríndios son constitutivas de flujos energéticos cosmológicos situados. Ya sea sacando, pidiendo permiso mediante rituales, como la siembra, cosecha, caza, etc. o agradeciendo con dones mediante ofrendas.
Las complementariedades, en su correlato hospitalario, demanda cierta quietud, es decir, éstas pulsan por democratizar los cambios infraestructurales de todo tipo ante las fragilidades producto de desacoples y conflictos potenciales. Por muy promovidas que sean las comunidades energéticas, parece prudente alertar sobre la mantención de formas energética colonizadoras desde lo local y que una transformación de lo previo promueve ejercicios novedosos por reparar la falta de reconocimiento de otros seres de la existencia energética, gobernar energías de manera diferente, creando equivalencias en la distribución de las valoraciones y costos para indivíduos y comunidades de todo tipo.
Notas
1 En el diccionario de la lengua española se entiende por entalpía la magnitud termodinámica de un cuerpo, igual a la suma de su energía interna más el producto de su volumen por la presión exterior.
2 Agradezco esta referencia a Ana Pizarro, quien ha trabajado en las particularidades de la literatura latinoamericana más allá de los estudios de la cultura.
3 FEU Federación de Estudiantes Universitarios de Colombia (2020) Post realizado 12/03/20. Recuperado de: https://www.facebook.com/FEUColombia/posts/2878598235560725/ (30/11/20).
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Submissão: 28/09/2020
1° avaliação: 30/11/2020
Aceite: 01/12/2020
Financiamento: Agradecemos la financiacion de los proyectos Fondecyt 1200076, Proyecto NUMIES y a la Vicerrectoría de Vinculación con el Medio de la Universidad de Santiago de Chile.
Gloria Baigorrotegui é acadêmica associada do Instituto de Estudos Avançados da Universidade de Santiago do Chile.
E-mail: gloria.baigorrotegui@usach.cl
ORCID: http://orcid.org/0000-0002-8381-5728