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Tempo psicanalitico
versão impressa ISSN 0101-4838versão On-line ISSN 2316-6576
Tempo psicanal. vol.50 no.1 Rio de Janeiro jan./jun. 2018
ARTIGOS
La infancia desde la perspectiva del psicoanálisis: un breve recorrido por la obra clásica de Freud y Lacan; Klein y los vínculos objetales
Infância da perspectiva da psicanálise: breve caminhada pelo trabalho clássico de Freud e Lacan; Klein e os vínculos objetais
Childhood from the perspective of psychoanalysis: a brief travel by the classical work of Freud and Lacan; Klein and the object links
Edgar Alfonso Acuña Bermúdez*
Universidad de San Buenaventura de Cartagena - Colombia
RESUMEN
En la infancia se gesta el futuro del individuo durante todas las etapas de la vida y la importancia que tiene esta para determinar la estructura de personalidad del ser humano, destacándose que la gran mayoría de los procesos psíquicos tienen su origen en la infancia. Además de esto todos los eventos traumáticos que son vividos en esta etapa por el sujeto son muchas veces detonantes de trastornos psicológicos en la adultez. Por tal motivo el presente artículo describe aspectos esenciales desde el psicoanálisis clásico y de los vínculos objetales, tanto en sus componentes clínicos sanos y en las neurosis. El estudio de las etapas de maduración afectiva tiene, pues una gran importancia. Permite conocer las dificultades y problemas que le niño debe resolver en cada edad para formarse psíquicamente, pone en evidencia como, con posibilidades corporales y mentales todavía limitadas, el niño debe hacer frente a las exigencias y obligaciones educativas. En el niño se producen modificaciones que lo llevan a una conducta social debido a la dependencia en la que se encuentra con respecto a sus progenitores tanto en el aspecto material como en el emocional. Se destacan entre otras características las fases libidinales, el amor y la rivalidad infantil en las neurosis y psicosis clínicas, la compulsión a la repetición, satisfacción de las necesidades y derivación de los impulsos; problemática psíquica del niño, mecanismos de defensa, etapas del desarrollo del psiquismo en el infante y su vinculación objetal, conceptos básicos relacionados con la castración y la culpabilidad con respecto al edipo, procesos de maduración y el cuidado maternal.
Palabras clave: Infancia, desarrollo psicosexual, vínculos objetales, maduración afectiva, psicoanálisis clásico, vínculos objetales.
RESUMO
Na infância é gestado o futuro do indivíduo em todas as fases da vida e a importância que ela tem para determinar a estrutura da personalidade humana, destacando-se que a grande maioria dos processos psiquicos tem suas origens na infância. Além disso, todos os eventos traumáticos vividos nessa fase pelo sujeito são muitas vezes desencadeadores de distúrbios psicológicos na fase adulta. Por isso, este artigo descreve os aspectos essenciais através da psicanálise clássica e dos vínculos objetais, tanto em seus componentes clínicos saudáveis quanto nas neuroses. O estudo das etapas de maturação afetiva é, portanto, de grande importância. Permite conhecer as dificuldades e problemas que devem ser resolvidos pela criança em cada idade para formar-se psiquicamente, evidencia como, apesar de com possibilidades limitadas de corpo e mente, ela deve enfrentar as exigências e obrigações educacionais. Na criança se produzem mudanças que a levam ao comportamento social por causa da dependência em que se encontra em relação a seus pais, tanto material quanto emocionalmente ocorrer. Destacam-se, entre outras características, fases libidinais, o amor e a rivalidade infantil nas neuroses e psicoses clínicas, a compulsão à repetição, satisfação das necessidades e derivação de impulsos; problemática psíquica da criança, mecanismos de defesa, estágios de desenvolvimento da psique no infante e sua vinculação objetal, conceitos básicos relacionados à castração e à culpa com respeito ao Edipo, processos de maturação e o cuidado materno.
Palavras-chave: Infância, desenvolvimento psicossexual, links de objetos, a maturidade afetiva, psicanálise.
ABSTRACT
In childhood, the future of the individual is generated during all stages of life and the importance of this to determine the structure of personality of the human being, emphasizing that the great majority of psychic processes have their origin in childhood. In addition to this all the traumatic events that are experienced at this stage by the subject are many times detonating psychological disorders in adulthood. For this reason the present article describes aspects essential from the classic psychoanalysis and the objeales bonds, both in its healthy clinical components and in the neurosis. The study of the stages of affective maturation is therefore of great importance. Allows to know the difficulties and problems that the child must solve in each age to form psychically shows how, with corporal and mental possibilities still limited, the child must meet the educational demands and obligations. Modifications occur in the child that lead to a social behavior due to the dependence in which it is with respect to its parents in the material as in the emotional aspect. The libidinal phases, love and child rivalry in clinical neuroses and psychoses, compulsion to repetition, satisfaction of the needs and derivation of the impulses stand out among other characteristics; Psychic problems of the child, defense mechanisms, stages of infant psyche development and object linkage, basic concepts related to castration and guilt regarding oedipus, maturation processes and maternal care.
Keywords: Childhood, psychosexual development, objetales bonds, affective maturation, psychoanalysis, objetal links.
Introducción
Tense en cuenta que la infancia gesta el futuro del individuo durante todas las etapas de la vida y la importancia que tiene esta para determinar la estructura de personalidad del ser humano, destacándose que la gran mayoría de los procesos psíquicos tienen su origen en la infancia. Además de esto todos los eventos traumáticos que son vividos en esta etapa por el sujeto son muchas veces detonantes de trastornos psicológicos en la adultez. Resulta muy importante destacar que los primeros años de vida son decisivos para la formación de la personalidad, a medida que los niños desarrollan conflictos entre sus impulsos biológicos innatos con relación a la sexualidad y las restricciones de la sociedad. Resulta vital tener presente lo expuesto por Choice (2005) donde plantea: lo que no le des a tu hijo durante los primeros siete años se lo estarás debiendo toda la vida.
Por esta razón este artículo está enmarcado a estudiar y describir todos los factores que fundamentan el desarrollo de la personalidad en la infancia, y a determinar los diferentes aspectos que influyen entre la normalidad y lo patológico en esta etapa de la vida tan importante para cada persona.
Es muy importante destacar que en la infancia se presentan una serie de etapas que son muy importantes para determinar el desarrollo de la personalidad, teniendo en cuenta que si se representan una fijación en algunas de estas etapas el individuo podrá tener trastornos psíquicos en la adultez, tales etapas de la infancia conocidas como Pre-genitales son: la etapa oral, caracterizada por dirigir la libido hacia la boca y buscar la satisfacción gracias a la actividad de succión o chupeteo y de la masticación o mordisqueo; la etapa anal donde la libido se dirige hacia el ano y esfínter urinario y la satisfacción sobreviene por la expulsión o retención de las heces o de la orina; La etapa fálica es fundamental para el desarrollo del psiquismo, porque en ella se produce el Complejo de Edipo en la niña y en el niño: la Crisis Edípica en esta etapa presenta una expresión erótica de la niña hacia su padre con hostilidad y celos hacia la figura materna, mientras que en el niño su erotismo se dirige hacia la madre, acompañada de hostilidad y celos hacia el padre. Se presentan dos etapas intermedias: la etapa de latencia, en cuya fase y como consecuencia de la aparición del superyó el niño reprime sus sentimientos Edípicos e inhibe sus apetitos erótico-sexuales, y la etapa de la pubertad y adolescencia donde la libido se dirige a los genitales ya en proceso de maduración: la vagina y el clítoris en la mujer y el pene en el hombre, con sus respectivos cambios anatómico-fisiológicos y psíquicos. La etapa genital, en la cual la mujer y el hombre tras la superación del complejo de Edipo infantil, orienta su deseo sexual fuera de la familia, hacia personas del sexo opuesto y convierte la relación genital reproductora en el objetivo del impulso sexual.
Desde el punto de vista etimológico infancia viene del latín infantia que significa incapacidad de hablar. Significado mismo que nos remite a la relación que construye el sujeto con el lenguaje; relación en la que no hay inicio ni llegada, ni interno ni externo, tampoco etapas por vivir ni momentos pasados. La infancia en este sentido es una dimensión en la que se está siendo en un tiempo lógico, donde lo íntimo y lo externo tienen una función paradójica. Lo íntimo está contenido por una puesta en acto (creativo o juego), y lo externo (el Otro o lo otro) por lo íntimo, es decir, esto es lo nos lleva a reflexionar en la infancia como posibilidad inacabada; como condición permeable donde habita la imposibilidad de hablarlo todo. La infancia entonces, se organiza a partir de la estructuración de mediaciones y retoños, de la configuración y de un espesor deseante. La función de la infancia, es invitar al sujeto a reescribir-se y re-presentar-se ahí donde la creación se anuncia como inacabada (Corominas, 1980).
La infancia se inscribe en lo inconsciente como tiempo de estructuración inseparable de lo pulsional. Se va constituyendo como un conjunto de vivencias y recuerdos capaces de ser recuperados, siempre y cuando se mantengan sepultadas y reprimidas las inscripciones fundantes de la sexualidad a las que ésta encubre.
La infancia entonces propone un juego con el lenguaje, colocando la condición expresiva en un sitio privilegiado de ausencia; como destino y voluntad como dice Badiou & Roudinesco (2006), como concepto innovador que irrumpe desde lo real, para evocar a un tiempo in-definido donde la memoria y el recuerdo se inscriben en el orden simbólico que invita al juego imaginario y metafórico con sus significados. La apuesta de la infancia está inscrita en atentar con el tiempo y su cronología. La polémica no está en lo consciente pedagógico, sino en la postura lingüística, en la lógica subjetiva que juega con el tiempo y su ritmo.
Desde Freud (1919), la infancia ha sido el escenario de la construcción del sujeto en y por el deseo; en y por el ejercicio del placer ligado a las representaciones de objetos. Es decir, desde la teoría psicoanalítica, la infancia fija el marco sexual dentro del cual el sujeto y su pensamiento se mantienen por sublimadas que sean sus operaciones.
La curiosidad sexual y sus pulsiones despiertan y estructuran cualquier infancia. No deja de ser delicado este tema al profundizar en las relaciones que establece un niño con quienes "lo seducen sexualmente"; complicidad que no implica la anulación de la mirada adulta dispuesta a aprovecharse de ésta ( Badiou, & Roudinesco, 2006, p. 322).
La infancia pues, abre caminos no sólo en el espacio transitorio y en la escena de juego, sino también en la escritura de la trama de su propio juego. Esto es, el jugar infantil y el decir de la infancia, son condiciones textuales que producen su propia dicción y gramática, siendo éste el tejido por el cual emerge toda subjetivación.
Las tendencias infantiles se convierten en rasgos permanentes de la personalidad del adulto. Dicho de otro modo, los rasgos principales de la personalidad se establecen en la infancia y la niñez temprana, tanto en el desarrollo normal como en el anormal en el primer caso, las características se expresan de forma moderada y en armonía con el resto de la personalidad, sin causar conflictos con el medio. En el desarrollo anormal, los rasgos infantiles crean muchos problemas porque se expresan muy primitivamente, produciendo conflicto en el sujeto y desaprobación social.
El desarrollo del niño como individuo es un proceso continuo que se inicia con su nacimiento, caracterizado por un crecimiento a nivel físico, emocional, motivacional, e intelectual. En este proceso pueden distinguirse ciertas etapas que Freud denominó "psicosexuales", por que atribuyó al sexo un rol central en el desarrollo y crecimiento del niño.
Para Freud (1905a/1986) el motivo principal de la vida, manifestado desde nuestra más tierna infancia, es la búsqueda del placer. El niño busca aquello que le resulta agradable y evita aquello que le resulta doloroso. Este proceso búsqueda-evitación se da de diversas maneras, durante toda nuestra existencia. En la base de este proceso se encuentra la libido, verdadera energía sexual que nos hace movernos en dirección de lo placentero. Nótese que la noción de "sexo" trasciende mucho más que la mera relación coital o la diferenciación hembra o macho. Más bien, esos son resultados de la dirección que toma nuestra libido.
En los diversos periodos o etapas por las que atraviesa el niño en su desarrollo se hacen dominantes determinadas necesidades específicas (físicas, intelectuales, emocionales, etc.) que se relacionan con diversas zonas específicas del cuerpo: boca, ano, órganos genitales; zonas en que los adultos representan los lugares de placer y tensión sexual y que en los niños se manifiesta de modo rudimentario, percibido sólo como sensaciones agradables o placenteras
Es muy importante destacar que el niño nace prematuro. Durante meses y años, depende de los padres. Solo tras una lenta evolución a través de una serie de destetes, llegará a una maduración afectiva que le permitirá afirmar y vivir su destino de hombre o mujer. Por eta razón se describen un aserie de secuencias que conduce desde la absoluta dependencia del recién nacido de los cuidados de la madre, hasta la autosuficiencia, material y emocional, del adulto joven, para la cual las fases sucesivas del desarrollo de la libido (oral, anal, fálica) simplemente forman la base congénita de maduración. Estas etapas han sido bien comprobadas en los análisis de adultos y niños y también a través de la observación analítica directa de niños.
La unidad biológica de la pareja madre-hijo, con el narcisismo de la madre extendido al niño, y el hijo Hoffer (1952) periodo que además se subdivide de acuerdo con Mahler (1952) en las fases autistas, simbióticas y de separación – individuación con ciertos riesgos específicos del desarrollo inherentes a cada una de estas fases; la siguiente esta es la relación analítica con el objeto Klein (1957/1969) o de satisfacción de las necesidades, que está basada en la urgencia de las necesidades somáticas del niño y en los derivados de los impulsos, y que es intermitente y fluctuante, dado que la catexis del objeto se libera bajo el impacto de deseos imperiosos y es vuelta a retraer tan pronto como se los ha satisfecho; la etapa de constancia objetal, que permite el mantenimiento de una imagen interna y positiva del objeto, independiente de la satisfacción o no de los impulsos; la relación ambivalente de la fase preedípica sádico-anal caracterizada por las actitudes del yo de depender, torturar, dominar y controlar los objetos amados; la fase fálico- edípica completamente centralizada en el objeto, caracterizada por una actitud pasiva hacia el progenitor del sexo contrario (o viceversa), celos por rivalidad hacia el progenitor del mismo sexo, tendencia a proteger, curiosidad, deseo de ser admirado y actitudes exhibicionistas; en las niñas la relación fálico-edípica (masculina) hacia la madre precede a la relación edípica con el padre; el periodo de latencia, es decir, la disminución postedípica de la urgencia de los impulsos y la transferencia de la libido desde las figuras parentales hacia los compañeros, grupos comunitarios, maestros, lideres, ideales impersonales e intereses de objetos sublimados e inhibidos, con fantasías que demuestran la desilusión y denigración de los progenitores ( " romance familiar", fantasías equivalentes, etc.); el preludio preadolescente de la " rebeldía de la adolescencia", es decir, el retorno a conductas y actitudes anteriores, especialmente del objeto parcial, de la satisfacción de las necesidades y del tipo ambivalente; la etapa final nos habla de la lucha del adolecente por negar, contrarrestar, aflojar y cambiar los vínculos con sus objetos infantiles, defendiéndose contra los impulsos pregenitales y finalmente estableciendo la supremacía genital con la catexis libidinal transferida a los objetos del sexo apuesto, fuera del círculo familiar.
El estudio de las etapas de maduración afectiva tiene, pues una gran importancia. Permite conocer las dificultades y problemas que le niño debe resolver en cada edad para formarse psíquicamente pone en evidencia como, con posibilidades corporales y mentales todavía limitadas, el niño debe hacer frente a las exigencias y obligaciones educativas. Nos muestra también que este desarrollo afectivo constituye lo esencial de la educación.Respecto a las perturbaciones de este desarrollo psicoactivo se puede afirmar que mientras esta función de desarrollo no se ha perturbada, las dificultades de comportamiento no son graves.
En el niño se producen modificaciones que lo llevan a una conducta social debido a la dependencia en la que se encuentra con respecto a sus progenitores tanto en el aspecto material como en el emocional. Dado que el niño necesita el amor y la protección de sus progenitores, aprende a considerar los deseos de estos tanto como los suyos propios y a modificar su conducta de acuerdo con las actitudes sociales de aquellos. El psicoanálisis ha tratado de mostrar que la medida de la relación emocional del niño con sus progenitores determina el grado en que tienen lugar esos cambios que lo llevan a una conducta social.
En la mayoría de los casos esta educación para la adaptación social funciona de modo satisfactorio, de manera tal que los niños, cuando alcanzan la edad escolar, se hallan en condiciones de ocupar su lugar como miembros de un grupo y de entrar en relaciones más o menos satisfactorias con adultos y contemporáneos que no pertenecen a su propia familia. Pero, ya en este estadio, es evidente que sus actitudes para con estas nuevas figuras de vida (maestros, compañeros de clase, etc.) no se apoyan por entero en una base realista sino que influyen elementos de naturaleza fantástica, irrealista, y por consiguiente perturbadores.
Mientras pasa por los estadios de la relación temprana con sus progenitores (primarios apetencias sexuales dirigidas hacia el ambiente; relación materna del infante; complejo de Edipo), el niño experimenta muchas frustraciones y rechazos inevitables, que dejan en los sentimientos de desaliento, desconfianza y falta de satisfacción. Ha pasado por la experiencia de que no es posible poseer por entero sus objetos amorosos y espera desilusiones semejantes de los objetos amorosos posteriores. Además, se ha visto envuelto en rivalidades y celos con sus hermanos y hermanas y con el progenitor del sexo opuesto. Estas rivalidades continúan, invariablemente, fuera del círculo familiar. Aunque a veces son estimulantes y benéficas para la vida del grupo por cuanto producen actitudes de sana competencia, es más frecuente que den origen a tenciones entre el niño y sus contemporáneos y perturben el desarrollo de actividades pacíficas y cooperativas en el seno de la comunidad de los niños. Es significativo que tal conducta de parte del individuo no precise ser ocasionada por una provocación real a la rivalidad y a los celos que tenga su origen en otros, sino que constituya un resultado de sus experiencias pasadas. Las figuras de la vida posterior representan para el individuo las personas importantes de su más temprana niñez.
Por consiguiente, las trata sobre la base de sus propios méritos. En una comunidad de niños (o adultos), tales tenencias se hallan naturalmente presentes en todos los miembros individuales y producen de este modo reacciones y contra- reacciones, tensiones y contra- tensiones.
Factores perturbadores de igual importancia se originan en la apetencia agresiva. En los últimos años, en especial bajo la influencia de la experiencia bélica, muchos han dicho y escrito los psicólogos y los educadores de todas las naciones con respecto al papel de la agresión en la vida emocional del niño y en el desarrollo de su carácter. Parece reconocerse universalmente el hecho de que el desarrollo psicológico normal y anormal no puede comprenderse sin explicar en forma adecuada el papel desempeñado por las tendencias y actitudes agresivas y destructivas. El problema de la agresión en los niños normales ha sido estudiado en especial en relación con sus respuestas sociales. Se ha mostrado, así, que en los niños anormales la agresión desempeña un papel importante en cuanto produce o contribuye a enfermedades neuróticas y psicóticas, así como al desarrollo antisocial y criminal.
El niño resuelve este conflicto temprano entre el amor y el odio de modo que tiene graves consecuencias para sus relaciones adultas. En su intento de mantener sus sentimientos por progenitores y hermanos como puramente positivos y libres de agregados agresivos, puede apartar de la familia todas sus tendencias hostiles y dirigirlas al mundo exterior, tornándose suspicaz y crítico con todos los extraños, los considera enemigos, se vuelve hipersensible con respecto a las cualidades desagradables que puedan tener y responde con exagerada violencia a los ataques imaginarios o a los más ligeros signos de hostilidad real que manifiesta. Así, y afectuoso dentro de la familia a expensa de la hostilidad y la intolerancia que experimenta hacia los extraños.
Dos trabajos importantes sobre las teorías de la relación padre-hijos resumen la posición del analista a este respecto; el de Phyllis Greenacre (1960), que unifica el material sobre los procesos de maduración, y el de Winnicott (1969) sobre los hechos y consecuencias del cuidado maternal. Tomados en conjunto, estos trabajos ofrecen una descripción comprensiva de la fase pre-verbal de absoluta dependencia, de las influencias internas y externas que actúan sobre ella y del papel que juega en la formación de la normalidad o anormalidad futuras.
Existen varios campos en la mente del niño de los que parecen derivarse estos "malentendidos" de las acciones adultas. Ante todo, en punto de vista "egocentrista" que gobierna las relaciones del infante con el mundo de los objetos. Antes de que haya sido alcanzada la fase de la constancia objetal, el objeto, es decir, la persona que cumple las funciones de madre, no es percibido por el niño como poseedor de una existencia independiente y propia, sino solo en relaciones con el papel que tiene asignado dentro del esquema de las necesidades y deseos del niño. En consecuencia, todo lo que sucede en el objeto, o la objeto, se interpreta desde el punto de vista de la satisfacción o frustración de estos deseos. Las preocupaciones de la madre, su interés por otros miembros de la familia, por el trabajo u otras cosas, sus depresiones, enfermedades, ausencias, incluso su muerte, son trasformadas en experiencias de rechazo y deserción. Por la misma razón, el nacimiento de una hermana se interpretará como una infidelidad por parte de los padres, como una expresión de la falta de satisfacción y la crítica de sus padres hacia su propia persona; en resumen en el niño la hostilidad y desilusión se expresa a través de exigencias o en un retraimiento emocional con sus consecuencias negativas.
Existen en segundo lugar la inmadurez del aparato sexual infantil que no le deja al niño alternativamente, sino que la fuerza a traducir los hechos genitales adultos en pregenitales. Esto explica la razón de que las relaciones sexuales entre los padres se interpreten como escenas brutales de violencia y conduce a todas las dificultades que resultan de la identificación con la supuesta víctima o el supuesto agresor, que se revelan posteriormente en la incertidumbre con respecto a su propia identidad sexual.
En tercer lugar, están todas aquellas circunstancias en donde la falta de compresión por parte del niño está basada no en su carencia absoluta de razonamiento, sino más bien en la relativa debilidad de los procesos secundarios del pensamiento cuando se comparan con la intensidad de los impulsos y las fantasías. Un niño pequeño, después del segundo año de vida, puede entender muy bien, por ejemplo, la importancia de los hechos médicos, reconocer el rol beneficioso del médico o del cirujano, la necesidad de tomar las medicinas al margen de su sabor desagradable, de respetar ciertos regímenes dietéticos o hacer reposo en cama, etc. Solo que no podemos esperar que se mantenga esta comprensión. A medida que la visita del médico o la operación se acerca, la razón naufraga y la mente del niño se inunda de fantasías de mutilación, castración, asalto violento, etc. El hecho de que deba permanecer en cama se convierte en prisión, la dieta en una privación oral intolerable; los padres que permiten que sucedan todas esas cosas desagradables (en su presencia o ausencia) cesan de ser figuras protectoras y se convierten en hostiles contra las cuales el niño descarga su hostilidad, enojo o agresión.
Es de gran importancia definir las naturalezas de las pulsiones incluyendo en ella objetos humanos como elementos ya incorporados, Klein (1964) alteró en forma fundamental las premisas y metáforas básicas que subyacen a la teoría psicoanalítica. Freud (1919) se había imaginado una transición evolutiva del animal humano desde el comienzo, un infante que no necesita aprender acerca del pecho a través de una asociación accidental sino que sabe ya instintivamente acerca del pecho porque ha nacido con tal conocimiento moldeada(o) para ajustare al pezón de la madre, sus impulsos instintivos lo están para corresponder al mundo característicamente humano en el que ha nacido.
Pero el infante Kleiniano no es un infante muy feliz. Ha nacido con la capacidad de organizar la incomodidad y el sufrimiento en una imagen de otro perseguidor y malo, y de organizar su comodidad y placer en torno a una imagen de otro rescatador y bueno. Como las experiencias tempranas se hacen en torno a objetos que vienen ya predispuestos, en torno a patrones constitucionales de peligro y refugio, esa infancia resulta inevitablemente fragmentada y terrorífica. Para Klein (1964), el proyecto de la infancia no es la socialización del niño sino la mejora de las condiciones de terror y pesadilla que tiene sus experiencias de estar en el mundo, derivadas de la intensidad de sus necesidades y de la abrumadora fuerza de la agresión constitucional. Se ha nacido con ansiedades psicóticas y en condiciones favorables, la salud será un logro del proceso de desarrollo. A pesar de que los instintos del infante están preparados para introducirlo en el entorno humano, generan, según Klein, un sufrimiento inevitable y considerable que, en circunstancias favorables, puede ser contenido, organizado y suavizado por un buen desempeño parental.
En la concepción de Freud (1923a/1986), el infante opera como un organismo individual: los otros solo se tornan importantes en su función de satisfacer sus necesidades. Fairbairn (1964), en cambio, imagino un infante preparado para la interacción con un entorno humano. Según el sentir de Fairbairn, la premisa de que la libido busca objetos ofrece un marco mucho más económico y convincente para explicar las observaciones de Freud acerca de la ubicuidad de la compulsión de repetición. La libido se adhesiva porque su verdadera naturaleza es más la adhesividad que la plasticidad. El niño se apega a los padres a través de cualesquiera formas de contactos que le brinden sus padres, y esas formas se convierten en patrones de apego y conexión con otros para toda la vida.
En cuanto atañe al desarrollo sexual, por ejemplo, observamos en el niño la ahora bien conocida secuencias de fases libidinales pregenitales: oral, anal, y fálica, denominadas así según la zona del cuerpo que actúan como principal fuente de estimulación autoerótica, es decir sexual. Coordinadas desde el punto de vista madurativo con cada nivel del desarrollo libidinal, se manifiestan las correspondientes tendencias agresivas: la tendencia a morder en el nivel oral, el sádico y la destructividad en el anal, y la dominación competitiva en el fálico. Asociada también con cada una de estas fases, existe una clara secuencia de actitudes emocionales hacia la madre, el padre, los hermanos, etc. Dependencia, desamparo, exigencia y voracidad en el nivel oral; aferramiento y posesividad en el anal; celos, rivalidades y efusividad en el fálico, siendo estas últimas manifestaciones el equivalente físico de las vivencias emocionales que corresponden a los complejos de Edipo y de castración. Las líneas hasta aquí enunciadas son progresiones comparables, en cuanto a su dirección hacia adelante, con cuales quiera de las líneas de desarrollo del sector orgánico. (Freud, A., 1972, p. 130).
Desde la perspectiva psicoanalítica en las primeras etapas de la vida, se establece entre la madre y el hijo una relación en que ambos se transmiten a través de la mirada y del contacto de la piel, el conocimiento de la existencia del otro significativo, llegándose a un estado de coordinación en el vínculo, que proporciona gran satisfacción mutua. Si esta coordinación no se da, el niño lo registra como una gran frustración, que tendrá peso en su vida de relación. Las situaciones afectivas serán vivenciadas como "todo o nada" de gratificación o de frustración totales. Este es el modelo funcional de relación. Estas demandas de todo o nada son fuente de posteriores frustraciones y van generando una imagen negativa de sí, la fantasía de no recibir por no merecerlo, sentimientos de no-valoración de sí mismo y angustia intensa de la cual requiere defenderse.
Como bien es sabido, en las madres, enfermeras y maestros, existen un tipo de regresión que es el siempre presente y normal acompañamiento de los recién adquiridos logros de los niños. Como tal, se lo considera una característica de la conducta infantil y rara vez se lo menciona. En el curso de un crecimiento mental, los niños no siguen un progreso constante sino que, como lo dice la expresión popular, "dando dos pasos adelante y uno atrás "Se describe así todo su funcionamiento, desde el control de la movilidad, lenguaje, control de esfínteres y modales hasta virtudes éticas tales controles sobre los impulsos, capacidad de espera, adaptación social, honestidad, rectitud, etc. La capacidad de actuar en un alto nivel no en si misma garantía de estabilidad; por el contrario, es más normal y mejor aval para su ulterior salud mental que de tiempo en tiempo el niño retorne, antes de abandonarlas, a modalidades de conducta más infantiles, del control de esfínteres a la encopresis, del lenguaje sensato al destinado, del juego con juguetes al juego con el cuerpo, de la constructividad y la adaptación social al egoísmo puro. En las entrevistas diagnósticas, lo que las madres describen como sorprendentes no son estas agresiones, sino aquellos avances después de los cuales el hijo no ha vuelto a dar un paso a tras; puede ser, por ejemplo, una brusca transición del pecho al biberón, o de este a la taza; en el control de esfínteres, un único incidente después del cual ya no hubo más "pañales sucios". Un hecho que a la hora de dormir que termino con los reclamos por la madre o el repentino abandono del chupete, el dedo o el hábito de ir a la cama con un juguete favorito. Todas estas son circunstancias excepcionales y en general se las reconoce como poco favorables. Partiendo del método de ensayo y error, la alternancia de progresiones y temporarias regresiones es más propicia para un buen crecimiento mental.
En las fases muy tempranas la energía agresiva puede descargarse sobre el propio cuerpo del niño, del mismo modo que la energía sexual (libido) pude descargarse mediante actividades autoeróticas. Son un ejemplo de este hecho las actividades llamadas de golpeteo de la cabeza en que ocurren los infantes, un equivalente autodestructivo de la actividad rítmica autoerótica del balanceo. El golpeteo de la cabeza se produce con menor frecuencia que el balanceo, está en el límite daños reales. Lo mismo vale para la actividad autodestructiva bastante poco frecuente de tirarse el pelo, que exhibe a veces infantes y niños pequeños.
Es pertinente destacar que, son otras las partes del cuerpo que proporcionan sensaciones placenteras del tipo que en los años adultos proporcionan la estimulación de los genitales mismos. La primera zona corporal que desempeña este papel en la vida del niño es la zona oral. Teniendo en cuenta que esta es la primera fuente de conocimiento del mundo por ejemplo desde el comienzo de mismo del amamantamiento el infante experimenta una estimulación. En periodos posteriores de la infancia el niño pone en contacto su boca con casi todos los objetos que se hallan a su alcance y, aparte de ponerlos a prueba se familiariza con ellos. La zona oral conserva la capacidad de conservar placer a lo largo de todo el periodo de amamantamiento y, en algunos niños, durante mucho más tiempo. Desde aproximadamente el año y medio en adelante el papel que hasta entonces cumplía la boca en lo que concierne a producir excitaciones de naturaleza sexual (zona erógena) es asumido por otra parte del cuerpo: el recto y esfínteres urinarios, como consecuencia, según es probable, de la abundante estimulación y atención que se centra en esta región durante el largo proceso de adiestramiento para el control de los esfínteres. Al mismo tiempo que predomina estas sensaciones en la llamada fase anal, el niño muestra un marcado interés por todo el proceso de eliminación, tendencias a tocar sus propios excrementos por su color, el niño se muestra tan persistente en la búsqueda de juegos "sucios" durante la fase anal de su desarrollo como se muestra en chupetearse los dedos y objetos a su alcance desarrollando junto con el reflejo de succión el de prehensión o tocar algunas partes del cuerpo o de otras personas durante la fase oral pasiva o mordisquear partes de su cuerpo, de otras personas o de objetos a su alcance (Freud, 1905a/1986 p. 48).
Aproximadamente entre los tres y los cuatro años el interés comienza a centrarse en las partes genitales del cuerpo. El órgano que en este periodo proporciona la mayor cantidad de estímulos placenteros es en los niños el pene y en las niñas el clítoris. En esta etapa fálica, el orgullo que proporciona la exhibición del pene y de las hazañas que puede ejecutar (erección, juegos etc.) desempeñan el niños un gran papel; lo mismo o cure con la envidia de tales desempeños en la niña. La curiosidad sexual, esto es, el interés por la diferencia existente entre los dos sexos.
Es importante describir la dinámica de las relaciones objetales, La teoría de las relaciones objetales se relaciona con diversas posturas conceptuales dentro de la teoría psicoanalítica. Entre ellas tenemos a la de Klein ( 1964 ) que enfatiza la determinación pulsional de la experiencia de la relación con el objeto y concentra su atención en el objeto interno y su efecto determinante sobre la vida posterior del sujeto. Hace predominar el mundo interno del sujeto sobre la significación del mundo externo. Otra postura claramente definida es la de Spitz (1962) Mahler, (1952) y Winnicot (1955), quienes enfatizan el efecto estructurarte que la relación real con el objeto y con el entorno cultural tiene sobre el psiquismo.
La teoría psicoanalítica de las relaciones objetales representa el estudio psicoanalítico de la naturaleza y el origen de las relaciones interpersonales y de la estructura intrapsíquica que derivan de las relaciones internalizadas del pasado, fijándolas, modificándolas y reactivándolas con otras en el contexto de las relaciones interpersonales presentes. Para Laplanche y Pontalis (1996, p. 383) el término "relación objetal" es utilizado para: "designar el modo de relación del sujeto con su mundo, relación que el resultado complejo y total de una determinada organización de la personalidad, de una aprehensión más o menos fantaseada de los objetos y de unos tipos de defensa predominantes".
Tyson (2000) señala que las relaciones de objeto son: representaciones mentales inconscientes de los objetos y del sentido del self en interacción con ellos que se forma en el curso del desarrollo a partir de interacciones y experiencias importantes de la infancia, y afectan profundamente las interacciones interpersonales de la persona y sus elecciones de objeto.
Para Mahler (1968), el psiquismo se forma a través de un proceso continuo y progresivo cuyo resultado es la relación objetal intrapsíquica que el niño logra consolidar aproximadamente a los 3 años. Se necesita del vínculo con la madre como la única posibilidad para la supervivencia Bleichmar y Leiberman (1989). Para el niño las representaciones mentales del objeto y del self se construyen a partir de los pasos progresivos en el desarrollo de las relaciones con los objetos. Malher puntualizó la disponibilidad emocional apropiada de la madre y el intercambio afectivo entre ésta y su bebé como rasgos importantes para promover la formación de las estructuras psíquicas Tyson (2000). La madre ofrece una atención que es esencial para el bebé e impone condiciones a las que el niño debe adecuarse (Bleichmar, & Leiberman, 1989). El resultado de una relación mutua, predecible y articulada con una figura materna sería la base para subsecuentes separaciones, exploraciones y eventuales individuaciones.
Freud (1905a/1986) describe como entiende la relación del niño con su primer objeto: el primer objeto erótico del niño es el pecho materno que lo nutre; el amor aparece en análisis con la satisfacción de las necesidades nutricias. Este primer objeto se completa más tarde hasta formar la persona total de la madre, que no solo alimenta, sino también cuida al niño y le despierta muchas otras sensaciones corporales, tanto placenteras como desplacientes. En el curso de la puericultura la madre se convierte en primera seductora del niño. En estas dos relaciones arraiga la singular, incomparable y definitivamente establecida importancia de la madre como primero y más poderoso objeto sexual, como prototipo de todas las vinculaciones amorosas ulteriores, tanto en uno como en el otro sexo. A primera vista, este término utilizado en psicoanálisis para denominar el objeto de las pulsiones parece poco feliz, debido a su connotación poco humanizada. Se trata fundamentalmente, como hemos visto, de la persona capaz de satisfacer la necesidad y el deseo del sujeto.
Kermberg (1979) establece la existencia de cinco etapas para el desarrollo del psiquismo, en la primera denominada "Autismo" normal o período indiferenciado primario, que abarca el primer mes de vida, precede a la consolidación de una buena constelación indiferenciada sí mismo. Objeto que se constituye bajo la influencia de las experiencias gratificantes del lactante en su interacción con la madre. Cualquier patología o fijación del desarrollo en este punto se reflejaría en la falta de desarrollo de la imagen indiferenciada de sí mismo.
La segunda etapa es llamada "Simbiosis" normal o periodo de representaciones primarias indiferenciadas sí mismo; desde el segundo mes de vida y termina entre el sexto y el octavo. Es la "buena" constelación sí mismo. Objeto que se convertirá en el núcleo del sistema del sí mismo del yo temprano. Los afectos van diferenciándose paulatinamente en el contexto del desarrollo de las representaciones indiferenciadas de sí mismo. Los más tempranos afectos placenteros indiferenciados evolucionarán hacia un placer más específico, con saciedad oral, excitación de diversas zonas erógenas, gratificación de la conducta exploratoria y, sobre todo, con incipientes experiencias interpersonales (y sus derivados intrapsíquicos); las experiencias que activan la presentación gratificante de sí mismo.
Tanto la gratificación como un cierto monto de frustración (que también moviliza la atención y el aprendizaje) contribuyen a la paulatina diferenciación entre componentes del sí mismo y del objeto, en la percepción por parte del lactante de la interacción con su madre. La fijación patológica o la regresión en esta etapa del desarrollo de las relaciones objetales internalizadas se caracteriza, desde el punto de vista clínico, por la falta de definición o la pérdida de definición de los límites yoícos, típica de la psicosis simbiótica infantil Mahler (1968), la mayor parte de las esquizofrenias del adulto y las psicosis depresivas Jacobson, E. (1954).
La tercera etapa, denominada Diferenciación entre las representaciones del sí mismo y las representaciones objetales, comienza entre el sexto y el octavo mes de vida y se completa entre los dieciocho meses y los tres años. Esta etapa comienza al completarse la diferenciación de la representación del sí mismo respecto de la representación objetal a partir del núcleo formado por la representación conjunta "buena" de sí mismo y a partir del núcleo de la representación conjunta "mala" de sí mismo. Termina con la posterior integración de las representaciones "buenas" y "malas" del sí mismo en un concepto total del sí mismo, y con la integración de las "buenas" y "malas" representaciones objetales en representaciones objetales "totales"; es decir, se alcanza la constancia objetal. La fijación patológica o la regresión a esta etapa del desarrollo de las relaciones objetales internalizadas determina la organización de la personalidad de tipo fronterizo (Kernberg, 1979, p. 135).
El estudio psicoanalítico de pacientes fronterizos reveló que los diversos estados yoícos que se esmeran en separar representan la activación de relaciones pasadas (reales o fantaseadas) con personas significativas o una combinación de esas relaciones reales o fantaseadas con fantasías tendientes a proteger al individuo contra los peligros reales o imaginarios inherentes a dichas relaciones. Estas relaciones objetales internalizadas presentan siempre, por lo menos, tres componentes: una representación del sí mismo, una representación objetal en algún tipo de interacción con la representación del sí mismo y un estado afectivo, por lo general intenso, difuso y abrumador (rabia, miedo, amor idealizado, etc.). El efecto conjunto de estas características es la aparición del síndrome de difusión de la identidad.
La cuarta etapa enunciada, integración de las representaciones del sí mismo y las representaciones objetales y desarrollo de las estructuras intrapsíquicas superiores derivadas de relaciones objetales, comienza en la última parte del tercer año de vida y perdura a lo largo de todo el periodo edípico. Se caracteriza por la integración de las representaciones del sí mismo con la carga libidinal y con carga agresiva en un sistema definido del sí mismo, y por la integración de las imágenes objetales con carga libidinal y con carga agresiva en representaciones objetales "totales". Durante esta fase se consolidan el yo, el superyó y el ello como definitivas estructuras intrapsíquicas generales. La patología típica de la cuarta etapa está representada por las neurosis, el carácter obsesivo compulsivo y el depresivo masoquista. Es característica la aparición de conflictos patógenos entre el yo y un superyó relativamente bien integrado pero excesivamente estricto y punitivo. Un tipo de patología caracterológica, la personalidad narcisista, se caracteriza por una anormal condensación de las nuevas estructuras intrapsíquicas que aparecen en esta etapa, junto con una agresión a la organización de la tercera edad (Kernberg, 1979, p. 238).
La quinta etapa, que tiene por nombre consolidación de la integración del superyó y el yo, comienza al completarse la integración de todos los niveles del superyó. Disminuye poco a poco la drástica oposición entre éste y el yo. El superyó ya integrado favorece también la mayor integración y consolidación de la identidad del yo, que prosigue su evolución mediante una continuada remodelación de las experiencias con los objetos externos, que tiene como base la representación de objetos internos, y una remodelación de estas representaciones guiadas por las experiencias reales con otras personas.
En términos más generales, los recursos internos con que cuenta un individuo para hacer frente a conflictos y fracasos están en íntima relación con la madurez y la profundidad de su mundo interno de relaciones objetales. Por el contrario, el más notable ejemplo de fracaso en el desarrollo normal de las relaciones objetales internalizadas está representado por las personalidades narcisistas, que tienen dificultades para evocar no sólo personas reales de su pasado sino incluso sus propias experiencias; con esas personas la doble ausencia de representaciones objetales integradas con carga libidinal y de un concepto integrado del sí mismo libidinalmente caracterizado determina la vivencia de vacío tan característica de los pacientes fronterizos y, en especial, de las personalidades narcisistas, correspondan o no a la categoría de fronterizos. Esa vivencia de vacío hace que estos pacientes necesiten concentrarse exclusivamente en las experiencias interpersonales. Muchas veces las personalidades narcisistas son conscientes de su incapacidad para juzgar a los demás y a sí mismos tal como los perciben los demás, más allá de las pautas que acerca de su comportamiento les brinda la interacción actual.
Con la teoría psicoanalítica del desarrollo psicosexual Freud (1905b/1986) explica el desarrollo global de la personalidad del niño, desde el nacimiento hasta lo que considera la culminación del desarrollo psicosexual. El término "sexualidad" no debe interpretarse como sinónimo de genitalidad adulta, que constituye su culminación. Lo sexual infantil se refiere a las tendencias pulsionales dirigidas hacia la descarga de tensiones y la búsqueda del placer.
Cada una de las etapas del desarrollo psicosexual no representan una forma particular de placer sino de adaptación al medio. El instinto sexual incluye el gasto de energía en actividades placenteras que no solo entrañan la manipulación de los genitales sino la de alguna zona corporal o zonas erógenas, que es donde se acumula la energía sexual. Las erógenas principales son la boca, el ano y los genitales. Y estas proporcionan las primeras experiencias placenteras. Además, ellas llevan a conflictos con los padres, y a las frustraciones y angustias resultantes que estimulan el desarrollo de un gran número de adaptaciones, desplazamientos, defensas, transacciones y sublimaciones.
El termino latencia significa estar "oculto", se caracteriza por una desgenitalizacion de las relaciones objetales y de los sentimientos con prendidos de la ternura sobre los deseos genitales, los contenidos sexuales son reprimidos pero están allí representados en una lucha contra la masturbación, la curiosidad de ver y tocar los genitales del sexo opuesto. Aparecen sensaciones de pudor y aspiraciones morales y éticas. Es decir, en esta etapa el niño, según Freud (1905b/1986), pasa por una etapa de "obsesionalizacion" de la personalidad, con la aparición de defensas como la formación reactiva (desagrado-pudor) que le permitirán libarse poco a poco de los conflictos sexuales, y ello da paso a los sentimientos de ternura, devoción y respeto hacia las imágenes parentales.
En esta etapa se disminuye la energía libidinal con la que se había investido al objeto edípico y se recupera la posibilidad de establecer otras relaciones; disminuye la energía agresiva empleada en la relación con el objeto persecutorio y se recupera la posibilidad de la competencia. En este momento el niño está listo para aplazar la búsqueda de los propósitos sexuales.
El excelente descubrimiento de Freud (1923b/1986) en los tratamientos psicoanalíticos de los pacientes neuróticos adultos fue poner en evidencia el origen infantil de sus patologías, organizados en torno a los conflictos generados por la sexualidad infantil y el complejo de Edipo. Se trata de un complejo fantasmático (o conjunto de fantasías) que, según Freud (1923b/1986), constituye el núcleo de la neurosis, con un eje central constituido por el amor hacia el padre del sexo opuesto y la rivalidad infantil en las neurosis clínicas; resulta difícil distinguir entre una organización conflictiva normal del desarrollo psíquico basada en el complejo de Edipo y las formas de las neurosis clínicas del niño pequeño.
Hay una cierta ambigüedad en torno al término neurosis infantil ya que ha solido utilizar tanto para designar un cierto número de formas clínicas y sintomáticas de la patología del niño, como para describir uno de los conflictos centrales de su desarrollo psíquico. Es importante distinguir entre los conflictos del desarrollo de tipo neurótico y las entidades clínicas calificadas en el niño neurótico.
Es de gran importancia destacar lo crucial que es el complejo de Edipo y de la sexualidad infantil en la organización de la vida psíquica, hay un claro dato clínico que merece ser subrayado en las consultas de psiquiatría infantil: la mayoría de los casos examinados sufre trastornos de personalidad más o menos severos, por lo que resulta paradójicamente reconfortante descubrir casos con una conflictividad edípica que estructura la problemática psíquica del niño y permite por tanto aplicar el diagnóstico de neurosis. Freud, A. (1959) ya había llamado la atención sobre la relativa poca frecuencia de organizaciones neuróticas en los niños vistos en consulta.
Sabemos que cuando el niño es capaz de expresar sus conflictos en términos de diferencias de generación de sexo significa que ya ha recorrido un camino considerable en el desarrollo de su psiquismo. Desde el instante en que comienza a tener en cuenta los elementos de base del conflicto edípico, demuestra que tiene una visión matizada y diferenciada de la realidad que determina su vida afectiva. Ser capaz de vivir los conflictos planteados por la dualidad pulsional (pulsión de la vida y pulsión de muerte, libido y agresión) en términos de la conflictiva edípica es el resultado de toda una elaboración en la integración de estas pulsiones, y pone en evidencia la calidad del funcionamiento del Yo. Para poder llegar a este punto, el niño tiene que haberse beneficiado de una buena capacidad de interés y empatía hacia sus necesidades por parte de su entorno y especialmente de sus padres.
Esta dinámica interactiva padres-niño va a influir de forma positiva en la calidad de las angustias depresivas sentidas en los momentos de frustración o separación. Estos niños tienen vivencias de perdida de objeto de intensidad moderadas. Las fantasías que traducen las angustias depresivas pueden expresarse en el sentimiento de sentirse incomprendido, apartado, rechazado, excluido por los objetos parentales. Estas fantasías generalmente no revisten la forma de fantasías de muerte de los padres y menos aún la de fantasías de destrucción catastrófica como a veces ocurre en los niños depresivos y más aún en los niños borderline.
Alrededor de los 3 años, el niño que ha logrado establecer una relación estrecha y diferenciada con cada uno de los padres debe enfrentarse, debido a su inmadurez, a la existencia de lazos entre sus padres, diferentes a los que el mismo mantiene con cada uno de ellos. Klein (1964) habla de situación edípica al referirse a esta configuración triangular en la que el niño se ve abocado a tener que reconocer a sus padres tanto individualmente como en pareja. Este reconocimiento le va a suponer un cuestionamiento de su autoestima y una tendencia a la utilización de modalidades matizadas de defensas maniaco-narcisistas.
En este contexto, las vivencias de pérdida del objeto, cuando no son muy intensas, adoptan la forma de sentimientos de exclusión. La pérdida es sentida como perdida de la exclusividad de la relación con el objeto del investimento libidinal, convertido en objeto incestuoso (padre del sexo opuesto). El niño vive la perdida como la consecuencia de la presencia de un tercero (padre del mismo sexo), ahora rival a la hora de ganarse el amor del objeto incestuoso. Las tendencias defensivas le llevan a fantasear sobre la posesión exclusiva del amor del objeto incestuoso junto con la contra-exclusión del rival, de cuyas características adultas- sexuales idealizadas se apropiara. Así pues, el complejo de Edipo se va organizando a partir de las formas atenuadas de la conflictividad depresiva.
Con el desarrollo del niño, la fantasmática maniaco-narcisista, propia de complejo de Edipo (fantasías incestuosas acompañadas de rivalidad), va a ser reprimida. Esta represión se alimenta de una doble fuente: la presión represiva del entorno familiar y los precursores pregenitales del superyó del niño. Estos últimos arremeten contra la agresividad dirigida a los objetos del investimento libidinal. Bajo esta presión, la rivalidad con el padre del mismo sexo se desplaza en parte hacia el entorno social del niño, o se sublima parcialmente a través de las adquisidores y logros (juegos, notas, deportes, etc.). Una parte apreciable de esta rivalidad a la que el niño tiene que renunciar se transformara en identificación con el objeto rival.
Según Freud (1924), el complejo de Edipo se resuelve gracias a las identificaciones con los padres en tanto el superyó, responsable de la prohibición de las fantasías incestuosas y parricidas. La experiencia con los niños pequeños demuestra que las fantasías de rivalidad con los padres, especialmente con el del mismo sexo, son las que sufren antes la represión, debido a la fuerza de los aspectos primitivos del superyó. La identificación con este objeto rival viene a reforzar los precursores del superyó. Sin embargo, es también la imagen de un padre al que él quiere y por el que se siente querido lo cual permite abrir el camino hacia una integración de la rivalidad con la libido. A través de estas identificaciones con el padre rival, el superyó primitivo reviste una coloración edípica cada vez mayor; es decir, el superyó va integrando partes crecientes de libido y va construyendo con el propósito de reforzar la prohibición de las fantasías incestuosas. La represión de las fantasías incestuosas hace que, en gran parte, estos deseos se vean desplazados hacia el entorno social del niño y, en parte, sublimados a través de diversos investimentos libidinales.
La organización neurótica se caracteriza por una estructuración de la personalidad en la que, siguiendo la descripción de la segunda tópica de Freud (1923b/1986), el conflicto psíquico se desarrolla fundamentalmente entre las instancias Yo-Ello-Superyó. Lo propio de la neurosis es la capacidad de interiorización de los conflictos planteados por una vida pulsional que busca la satisfacción en el mundo externo. De esta manera, el niño puede encontrar también en su mundo interior medios que le permitan expresar esta vida pulsional conflictiva, gracias al desarrollo de su funcionamiento y especialmente de su capacidad de simbolización. Gracias al desarrollo de las funciones del Yo, el niño va a ser capaz de tener en cuenta el mundo exterior y de esa manera obtener satisfacciones de este, influir en el e incluso llegar a transformarlo. Sus capacidades son el resultado de un funcionamiento bien organizado del Yo, de un Yo capaz de crear una vida de representaciones elaboradas y un mundo interior capaz de utilizar mecanismos de defensa refinados. Al margen de las satisfacciones permitidas o no en el mundo exterior, el niño, en este proceso del desarrollo del Yo, también va a obtener satisfacciones en su mundo interior. Vistas así las cosas, está clara la diferencia entre la neurosis del niño y la psicosis, precisamente por lo que se subraya: la integridad de las funciones del Yo en las neurosis.
El desarrollo del yo está también íntimamente ligado a las fases del desarrollo de la libido. Freud (1905b/1986) y Abraham (1904) han descrito los puntos de fijación neuróticos de dicho desarrollo libidinal: la fase anal-retentiva para la neurosis obsesiva y la fase fálico-edípica para las neurosis histérica y fóbica.
Anna Freud (1959) se dedicó a estudiar los mecanismos de defensa utilizados por el Yo para reducir las tensiones pulsionales y la angustia resultante de los conflictos con las fantasías inconscientes. Los mecanismos de defensa más primitivos, predominantes en la psicosis, se orientan sobre todo hacia la realidad exterior; por el contrario, los mecanismos de defensa propios de las neurosis se dirigen preferentemente a las pulsiones y dan lugar a conflictos entre las instancias psíquicas del sujeto. Es clásico describir en la neurosis histérica y fóbica mecanismos de defensa como la represión y el desplazamiento. En la neurosis obsesiva, junto con la regresión anal, aparecen, además de la represión, la formación reactiva, el aislamiento del afecto, la anulación retroactiva, etc.
En cuanto a la calidad de la angustia, se trata de la angustia de castración, base de todo conflicto neurótico. Sin embargo, habitualmente no se suele subrayar con tanto énfasis la importancia crucial de los sentimientos de culpabilidad hacia los objetos rivales, especialmente el padre del mismo sexo, también muy investido libidinalmente por el niño.
Los intentos de superar estos sentimientos de culpabilidad constituyen el motor de la resolución del complejo de Edipo que instaura la prohibición del incesto a través de la introyección del superyó parental.
Freud (1919) utiliza el término de Neurosis Infantil hablando de un caso, el de "El hombre de los lobos" y refiriéndose a la neurosis infantil como el punto de partida de la neurosis del adulto. Es verdad que para Freud también existe la neurosis infantil como manifestaciones neuróticas en la época de la infancia (caso Juanito) pero digamos que reserva el término para hablar de ese punto de partida de lo que más tarde será la neurosis del adulto.
Consideraciones finales
Se tiene entonces la Neurosis y la Neurosis Infantil. Es decir: no hay diferencia entre neurosis infantil y neurosis del adulto, lo que existe son síntomas que pueden manifestarse en cualquier momento del desarrollo, por lo tanto un solo psicoanálisis que puede aplicarse tanto a niños como a adultos.
La neurosis fóbicas bien organizadas y sintomáticas es poco frecuente en la clínica del niño pequeño. Aparecen generalmente entre los 4 y los 7 años de edad, al igual que en el adulto, la organización neurótica-fóbica se suele manifestar a través de ciertos rasgos del comportamiento y del carácter. Se trata de niños temerosos, huidizos, con comportamientos emocionales evitativos.
Estos niños tienen asimismo síntomas tan poco específicos como miedo a la oscuridad, miedo a otros niños, pesadillas, enuresis nocturna, etc. Solo hacia el final de la latencia o la adolescencia aparecen los síntomas fóbicos bien constituidos: miedo a los animales (grandes o pequeños), miedo a las alturas, a los sitios cerrados, a los ascensores, etc. La presencia de estos síntomas fóbicos en el niño pequeño es indicativa de la existencia de una organización de personalidad más conflictiva, de tipo paradepresivo o bordelinde.
Conviene subrayar la importancia de la edad del niño a la hora de valorar los síntomas. En general, se puede afirmar que la aparición de un mismo síntoma en un niño más pequeño revela la existencia de una conflictiva estructural más importante. Se trata de un hecho constatado en los casos de manifestaciones depresivas francas en niños pequeños.
Acorde a lo expuesto por Lacan (1962) para que surja una fobia hace falta que se reactive la angustia de castración y la culpabilidad por una exacerbación de la conflictiva edípica con deseos eróticos hacia el objeto incestuoso y hostilidad contra el padre rival. Cuando los mecanismos de desplazamiento (actividades oníricas y simbólicas) no consiguen aliviara estas angustias aparecen los mecanismos de tipo fóbico. La atenuación del conflicto con los objetos parentales edípicos se producen gracias al desplazamiento de la angustia hacia un objeto del mundo exterior convertido en objeto fobogeno. La representación surgida del desplazamiento se corresponde con los rasgos evocadores de la representación reprimida (retorno de lo reprimido) con mecanismos de condensación y de sobre determinación que actúan sobre esta representación. El objeto exterior receptor del desplazamiento de la angustia, que aún perdura, contiene la carga pulsional proyectada. En ese momento comienza a actuar como fuente de angustia convirtiéndose así en objeto fobogeno.
En el desarrollo de un niño normal se tropieza siempre con dificultades y conflictos en algún momento del desarrollo. Si estas dificultades son frecuentes o tienden a perdurar, se convierten en síntomas y complican en extremo la crianza; síntomas de este tipo son las inhibiciones en el juego o juegos estereotipados, la aversión a los juegos activos, la falta de habilidad para jugar. Las inhibiciones de juego condicionan después inhibiciones de aprendizaje cuya gravedad y consecuencias se hacen más evidentes que las de juego y es por eso que las consultas más frecuentes son al iniciarse el aprendizaje escolar.
Los niños que han sido muy frustrados en la primera infancia viven todas las exigencias de la educación como un castigo y esto los incapacita para tolerar la frustración que implica la educación. Muchas veces estos niños expresan su ansiedad y sentimientos de culpa enfermándose con frecuencia y sufriendo complicaciones en las enfermedades de la infancia.
Es importante destacar que un niño que juega libremente y con placer, que varía sus juegos con una vida de fantasías rica sin ser exagerada, con curiosidad y deseo de saber que fluyen naturalmente, que manifiesta una cierta cantidad de ansiedad y afecto en los momentos de dificultades o placer, tiene muchas probabilidades de solucionar bien su primera infancia y si no existen factores externos muy desfavorables, será un adulto adaptado y normal. Para Klein (1964) un índice de normalidad o anormalidad en un niño es su modalidad para enfrentar las dificultades. Es normal elaborarlas de un modo activo y optimista.
Klein (1957) expresa que el análisis puede hacer por los niños normales o neuróticos todo cuanto puede hacer por los adultos; puede librar al niño de mucho dolor continuo y de experiencias penosas por las que atraviesa el adulto antes de ser analizado.
Klein (1961) sostiene que si todo niño que presentara perturbaciones graves fuera analizado a su debido tiempo, un gran número de aquellas personas que más tarde terminan en prisiones, en clínicas psiquiátricas o que llegan a desmoralizarse totalmente, podrían salvarse de tal destino y desarrollar una vida normal.
Freud, A. (1926) sostiene que los niños mantenidos en una situación de transferencia positiva son capaces de dar, por amor al analista, aunque por breve tiempo, un cierto tipo de asociaciones que, aunque aisladas, son una ayuda positiva en la labor analítica.
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Artigo recebido em: 17/03/2017
Aprovado para publicação em: 17/02/2018
Endereço para correspondência
Edgar Alfonso Acuña Bermúdez
E-mail: edgarbond@yahoo.com
*Doctor en Psicología Clínica y de la Salud de la Universidad de Salamanca, España. Docente e Investigador de tiempo completo Programa de Psicología: Universidad de San Buenaventura de Cartagena, Colombia.