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Psicologia em Pesquisa
versão On-line ISSN 1982-1247
Psicol. pesq. vol.8 no.1 Juiz de Fora jun. 2014
https://doi.org/10.5327/Z1982-1247201400010006
DOI: 10.5327/Z1982-1247201400010006
ARTICLE
El Pensamiento de Moisés Bertoni Sobre el Origen y la Psicología de los Indígenas Guaraníes
The Thought of Moisés Bertoni on the Origin and Psychology of the Guarani Natives
José E. García
Universidad Católica (Asunción), Paraguay
RESUMEN
El naturalista suizo Moisés Bertoni arribó al Paraguay en 1888 buscando cumplir algunos sueños de juventud y dedicarse a la investigación científica. Demostró interés en la investigación antropológica de las etnias americanas, especialmente los guaraníes, proponiendo teorías sobre el origen biológico y las características de su cultura, moral, religión y Psicología. Bertoni fue el primero en ocuparse de la psicología de los guaraníes aunque la exactitud y vigencia de sus ideas, así como su relevancia histórica, no fueron seriamente evaluadas. Este artículo persigue ese objetivo, ubicando las ideas de Bertoni en su contexto histórico y examinando la importancia de las mismas para la Psicología. La investigación es cualitativa y documental, con un examen de fuentes primarias y secundarias.
Palabras clave: Moisés Bertoni; psicología de los guaraníes; psicología cultural; Paraguay; historia de la psicología.
ABSTRACT
The Swiss naturalist Moses Bertoni arrived to Paraguay in 1888 looking to fulfill some youth dreams and devote his efforts to scientific research. He demonstrated interest in the anthropological study of the American ethnic groups, especially the Guarani people, proposing theories on their biological origin and the characteristics of their culture, morality, religion, and Psychology. Bertoni was the first to deal with the psychology of the Guarani although the accuracy and validity of its ideas, as well as its historical relevance, were not seriously evaluated. This article pursues that goal, putting Bertoni's ideas in its historical context and examining their importance for Psychology. The research is qualitative and documentary, with a review of primary and secondary sources.
Keywords: Moisés Bertoni; psychology of the Guarani; cultural psychology; Paraguay; history of psychology.
El nombre del naturalista suizo Moisés Santiago Bertoni (1857–1929) se halla unido a la investigación histórica sobre la psicología paraguaya en un grupo de artículos donde se menciona la especial relación que tuvo ese autor con el estudio de las características psicológicas de los guaraníes, antiguos habitantes autóctonos del Paraguay y las regiones vecinas de América del Sur (García, 2003, 2004, 2005, 2009, 2013b). Estos escritos, sin embargo, se encuentran más centrados en otras temáticas de mayor amplitud y solo hacen alusión a las ideas de Bertoni en términos generales, sin realizar en ellos ninguna profundización sobre las cuestiones tratadas por el autor y sin pretender una evaluación crítica sobre los potenciales aportes o inexactitudes que pudo contener su trabajo. El estudio sistemático de esta obra, sin embargo, es relevante para la Psicología al menos por un par de razones importantes: 1) Por una parte, la investigación que impulsó ese gran observador de la naturaleza que fue Bertoni es un esfuerzo precursor para vislumbrar el difícil y elusivo interrogante que plantea si la diversidad de las razas y grupos humanos o la variedad de la cultura dentro de la que estos habitan posee la fuerza o el potencial de causar diferencias identificables al nivel de las variables psicológicas básicas en los individuos. 2) Por otra parte, establece la necesidad y la posibilidad de organizar este estudio en referencia a procesos y productos estrictamente psicológicos y de manera más específica sobre una amplia variedad de factores cognitivos, emocionales o comportamentales con relativa independencia de la dimensión puramente antropológica o lingüística y sin difuminarse por completo en ellas. Un tópico que ha estado presente con una relativa mayor frecuencia en las publicaciones que constituyen la historiografía de la psicología paraguaya es el carácter o la identidad nacional, sobre el cual algunos autores, y de manera particular el escritor Manuel Domínguez (1869–1935), han sido estudiados en publicaciones previas (García, 2012; 2013a; 2014 en prensa). Pero en todos ellos cuanto se analiza es la realidad que puede circunscribirse al hombre paraguayo, el que puebla la geografía actual de la nación y forma su cultura y además es el resultado final del mestizaje acumulado en los tres primeros siglos de la era colonial. Pero las teorías o suposiciones que hayan surgido sobre los habitantes autóctonos del país y en especial las singularidades de su psicología permanecen todavía mayormente inexploradas.
Con frecuencia los pueblos autóctonos fueron víctimas de la explotación y la marginación, cuyos indicios más claros constituyen la institución de la encomienda practicada durante la época colonial o algunas leyes como las promulgadas durante el gobierno de Don Carlos Antonio López, entre 1842 y 1862, que limitaron severamente la capacidad de ser propietarios de sus tierras ancestrales (Pastore, 1972). El racismo de la sociedad paraguaya tampoco les resultó desconocido. Por más de un siglo, quienes han estudiado con mayor asiduidad a los guaraníes en el Paraguay fueron los antropólogos, tanto los de vocación como los de profesión. En las décadas precedentes existieron importantes representantes para esta área de estudio como León Cadogan (1899–1973), Miguel Chase-Sardi (1924–2001) y Branislava Susnik (1920–1996), a los que pueden agregarse otros que continúan produciendo libros y artículos en el tiempo actual, entre quienes destacan el jesuita Bartomeu Meliá (1932–) y el salesiano José Zanardini (1942–). Habiendo todos ellos trabajado con posterioridad a la época en que Bertoni escribió sus textos, muchos se constituyeron en críticos de distintos aspectos en la obra de aquél, sobre todo en la faceta antropológica, ya que las investigaciones que realizó en el área agrícola continúan cosechando elogios varios. Pero a comienzos del siglo la personalidad de Bertoni sobresalía nítidamente en los medios académicos de Asunción y era convocado con regularidad para dictar charlas y conferencias en distintos lugares. Algunas de sus publicaciones principales guardan una relación estrecha con esas actividades. Los escritos que habrán de interesarnos en las páginas que siguen fueron desarrollados en las aulas de una conocida y tradicional institución educativa de este país (Viola, 1977), el Colegio Nacional de Asunción, en tres conferencias dictadas a sus estudiantes en 1913. En vista de lo cual, el propósito general para este artículo consiste en examinar las ideas de Moisés Bertoni concernientes al origen biológico y antropológico de los guaraníes del Paraguay y regiones vecinas, al tiempo de evaluar de manera crítica las ideas que sostuvo respecto a las singularidades psicológicas de estos antiguos habitantes del continente americano. La metodología corresponde a una revisión de las fuentes publicadas, tanto primarias como secundarias, haciendo mayor hincapié sobre las primeras. Cuando resulte pertinente para una clarificación del contexto de las ideas, habrá de considerarse la compilación epistolar de Bertoni. No se formularán hipótesis, por lo que la investigación es cualitativa y documental (Hernández Sampieri, Fernández Collado & Baptista Lucio, 2006). En general, el tema es denso y complejo e involucra numerosos aspectos y variables, por lo que para comprender en mejor manera el contexto en que afloraron las ideas que comentaremos será útil revisar, en primer lugar, las principales teorías del autor sobre el origen y diversificación del hombre americano y que forman el sustento principal para su concepción sobre las poblaciones primigenias del Paraguay.
El Hombre Americano Primitivo
Desde muy temprana edad Bertoni se interesó en el estudio de las ciencias naturales, convirtiéndose en la inclinación preponderante de su vida. En los años de juventud comulgó con los ideales anarquistas y fue en parte esta influencia intelectual lo que impulsó su aventura a América para fundar una colonia socialista en esta parte del mundo, acompañado de toda su familia. El primer destino fue la Argentina, hacia donde partieron en 1884, y luego el Paraguay, en 1888. Aquí fundó la Escuela Nacional de Agricultura en 1896, de la que fue director por varios años. Estableció Puerto Bertoni en la boscosa ribera del Río Paraná. Ese fue su hogar y centro de operaciones. Desde allí impulsó la investigación agrícola, de la flora, de la fauna y las etnias aborígenes (Baratti & Candolfi, 1999). Las ideas singulares que cultivó Bertoni sobre los habitantes primigenios del Paraguay se encuentran diseminadas en varios escritos diferentes, algunos de pequeño y otros de mayor porte, aunque principalmente en un par de libros que serán la base principal para nuestro análisis. Estas obras son el Resumen de prehistoria y protohistoria de los pueblos guaraníes (Bertoni, 1914) y el segundo volumen de La civilización guaraní, que llevaba el subtítulo de Religión y Moral. La religión guaraní. La moral guaraní. Psicología. Esta obra salió editada en forma póstuma (Bertoni, 1956). El Resumen de prehistoria y protohistoria de los pueblos guaraníes (Bertoni, 1914) constituye una presentación densa, con casi ninguna referencia bibliográfica de apoyo y donde a lo largo de sus ciento sesenta y cuatro páginas el autor procede a un repaso de la geografía física, los aspectos antropológicos y las peculiaridades sociales y psicológicas de los aborígenes guaraníes. Las diez primeras páginas que corresponden a la primera de las conferencias incluidas en el texto describen de forma reseñada la naturaleza geológica del Paraguay y las formaciones rocosas más sobresalientes del continente en general. En ese punto Bertoni (1914) se excusa con modestia de no ser un experto en la materia de su discusión aunque por lo expuesto en el libro queda bien demostrado que poseía un conocimiento sobre estos asuntos que se encontraba, sin necesidad de mucha discusión, más allá de las posibilidades del común de las personas en su época.
El concepto que se tenga sobre el proceso de la evolución humana es otro punto cardinal. Bertoni, en cuanto a su visión sobre el origen del hombre, se inclinaba por la tesis de que la aparición de los primeros homínidos habría tenido lugar durante lo que, a comienzos del siglo XX, todavía era ampliamente aceptado como el período terciario. Como una probable evidencia en favor de las suposiciones sobre el origen del hombre durante este periodo menciona al — por entonces — reciente descubrimiento del pithecantropus erectus realizado por el médico holandés Eugène Dubois (1858–1940) (Gundling, 2005). Al formular su teoría sobre la aparición de humanos en el continente americano, Bertoni no establece una fecha precisa y tampoco intenta dar respuesta al problema de la unicidad o multiplicidad en su clasificación como especie. Reconocía básicamente tres grupos de humanos. El primero y de mayor primitivismo era el tipo dolicocéfalo o de cabeza alargada, que Bertoni (1914) suponía presente en la geografía americana ya desde las épocas más arcaicas. Para él constituyó un grupo humano inferior, de talle bajo, y con el cráneo y la cara ligeramente alargados. Habrían existido tres o cuatro razas en este período, con diferencias en aspectos puntuales como la inteligencia. Su origen habría coincidido con la última glaciación en el norte. Por lo tanto la antigüedad sería de unos diez mil años. Bertoni (1914) pensaba que provenían del continente antártico y arribaron en una época remota, cuando este se hallaba unido a la Patagonia por unas prolongaciones de tierra firme que les permitieron el cruce. Sin embargo, hoy sabemos que la Antártida quedó como un continente separado hace unos sesenta y cinco millones de años (Long & Bowden, 2001), de manera que la eventualidad de un cruce por una hipotética franja de tierra firme entrando desde el sur en los milenios recientes resulta implausible. Siempre según Bertoni (1914), en un segundo momento aparece un tipo de homínido con características mongoloides. Esta variedad biológica, de evidente aspecto asiático, es un emigrado hacia tierras sudamericanas. Desde luego, hoy se acepta de manera corriente que los primeros habitantes de América llegaron cruzando el istmo de Bering — convertido hoy en un estrecho de traicioneras aguas — hace unos veinte o veinticinco mil años (Madsen, 2004). Estos serían los antecesores de los indígenas guaraníes y caraibes (Bertoni, 1914). Las demás poblaciones provendrían de los humanos dolicocéfalos de origen antártico. Podría pensarse que esta diferencia entre acceder desde el sur al norte o moverse desde el norte hacia el sur como se piensa ahora podría ser un elemento que anule por completo las suposiciones de Bertoni y la trayectoria migratoria de los antiguos sudamericanos. Pero no tiene que ser así necesariamente.
Bertoni (1914) también apoyó la idea que algunas llegadas inmigratorias se hubieran dirigido desde la Polinesia hacia algunos puntos de América como la costa de Chile. Allí existen poblaciones aborígenes como los araucanos que muestran notables similitudes físicas con los polinesios, que fueron extraordinarios navegantes (Calder, Lamb & Orr, 1999; Couper, 2009). Pero el punto más controversial de la teoría sobre los orígenes del hombre americano radica en su convencida aseveración sobre la existencia de un continente perdido, hundido, por donde los antiguos peregrinantes del Asia habrían avanzado primero, antes de ubicar su cabecera de playa en América. No es que Bertoni desechara la posibilidad que algunos intrépidos hubieran ingresado desafiando las peligrosas corrientes de Bering y el frío extremo que azotaba el norte. Pero fueron pocos, su peso relativo en la genealogía americana habrá sido mínimo. La migración mayoritaria debió haber tomado su curso por una ruta más benigna, la de un presunto archipiélago en el Océano Pacífico sobre el que especuló Bertoni y al que denominó Arquinesia. Como puede sospecharse, no acercó evidencia geológica para este aserto. Se asume entonces que en el territorio de las Américas hubo numerosas oleadas de inmigración desde variados puntos y en muchas etapas, tanto durante la época cuaternaria como también en el tiempo moderno. Bertoni (1914), sin embargo, agregó un elemento singularmente controversial en su explicación al postular la existencia de la Atlántida, situada en algún punto entre América y África, y además otorgarle un lugar en la evolución de las razas americanas, junto a la Arquinesia. En la actualidad esta creencia se considera pseudocientífica (Stiebing Jr., 1984) y lo mismo ocurría en vida de Bertoni, como él mismo reconoció (Bertoni, 1914). Pero esto no debilitó su convicción. Uno de los puntos de apoyo era que algunos pueblos de las Antillas o de Centroamérica mantienen tradiciones orales de visitantes blancos procedentes del Océano Pacífico. Estos serían oriundos de un continente hace mucho tiempo desaparecido. Otras historias como las de los egipcios que hablaron de la Atlántida y la relación geográfica que esta habría tenido con su reino, los escritos de Platón como La República (Platón, 1980) y otros semejantes eran tomados muy en serio por Bertoni. Creía que el contacto con los atlantes y los habitantes de este continente se produjo con las comunidades indígenas de América del Norte, lo que habría instalado en sus fenotipos los rasgos semíticos y de la raza blanca que aquéllos poseen y están ausentes en los habitantes del sur. Pese a su inquietante falta de evidencia convincente, la leyenda de la Atlántida completa el cuadro integrado por:
a) los primeros humanos dolicocéfalos que arribaron desde la Antártida
b) los del tronco asiático o mongol que llegaron por la Arquinesia más cálida o por el helado norte
c) los navegantes polinesios que atracan en la costa chilena
d) los atlantes que dieron origen a las poblaciones de América del Norte (Bertoni, 1914)
Tal la antropología que diseñó este autor. Sobre esta base, y en conexión directa con ella, se apoya la psicología de los guaraníes.
La Moral y la Psicología
Cuando Bertoni dejó de existir en 1929, solo dos de los tres volúmenes de la masiva obra sobre la civilización guaraní habían sido entregados a la imprenta: el primero, que versaba sobre los aspectos etnológicos, el origen, extensión y cultura (Bertoni, 1922) y el tercero, que estaba focalizado sobre la etnografía, la higiene y la medicina (Bertoni, 1927). Estos dos tomos los había publicado el mismo autor en su imprenta Ex Sylvis, instalada por él en medio de la densa espesura que forman los bosques del Alto Paraná, lugar donde, como antes se ha mencionado, edificó su casa para estudiar desde allí la naturaleza del Paraguay y adonde sólo podía llegarse en esa época por agua, subiendo la corriente del Río Paraná. Lo que había estado planificado para constituir la segunda parte de la trilogía quedó inconclusa y sin alcanzar una edición en su momento. Pero en julio de 1954 la Sociedad Científica del Paraguay emprende la tarea de revisión del texto original así como de las notas manuscritas inéditas que el autor había agregado al cuerpo general de la obra para, con el rigor de las correcciones de estilo, emprender la publicación final de la segunda parte (Bertoni, 1956). El motivo real para esta demora en dar a conocer el segundo segmento del libro se debía, con la mayor probabilidad, a las estrecheces económicas de Bertoni durante la década de 1920 y a la reticencia de los sucesivos gobiernos paraguayos para brindarle el apoyo que solicitaba en su investigación y publicaciones. Hay numerosos ejemplos de ello en las cartas que escribía Bertoni y que Baratti y Candolfi (1994) se ocuparon en editar. Quien fue prologuista de la obra, Leopoldo A. Benítez, mencionó sin dar muchas precisiones que la tardanza tenía su causa en razones especiales (Benítez, 1956) y además en las negativas consecuencias del acoso que representaba la penuria económica por la que el autor atravesaba por aquéllos días. Esta infortunada situación le obligaba a priorizar otras tareas más perentorias para el logro de la manutención de su familia, dejando en suspenso indefinido todo cuanto se relacionara con la edición del libro, pese a su innegable importancia científica y práctica1.
Las orientaciones filosóficas que se hallan implícitas a la visión de Bertoni, especialmente las que cuentan en su aproximación a los indígenas del Paraguay, fueron descriptas como pensamientos congruentes con las líneas maestras que trazaron el positivismo y el evolucionismo vigentes a finales del siglo XIX y comienzos del XX, al menos en la opinión de un indigenista como Melià (2011). A decir verdad, sobre la adhesión de Bertoni a los preceptos del evolucionismo no hay mucho que discutir, en especial luego de consideradas sus teorías sobre el origen del hombre americano, en las que una visión de este tipo se encuentra claramente presente. Sin embargo, una advertencia que aparece al inicio de la segunda parte del tomo dos de La civilización guaraní (Bertoni, 1956) y en que se argumenta, entre otras cosas, sobre la psicología de los aborígenes, deja expuesta con claridad no solo las dudas que motivaron el distanciamiento de Bertoni respecto a esta ciencia sino además la afirmación categórica de que la discordancia se debía a la misma naturaleza experimental que distinguió a la psicología en aquél momento. Los términos usados en esta argumentación no dejan espacio a dudas:
El título de esta obra debió ser "Religión y Psicología" como había pensado; pero, el desastre moderno del concepto de la psicología — hecha ciencia del alma estudiada en laboratorios, por medio de pesas y medidas, y variados dinamómetros — me impiden hacerlo.
Es necesario volver a lo que siempre se entendió por psicología, a la acepción idealista. La acepción materialista alemana es muy distinta — es otra ciencia — fisiología corrida. La fisiología ya no existe para aquéllos. Enorme absurdo. Existe recíproca incomprensión entre latinos y germanos; y es pésima la influencia de tales ideas sobre nuestra educación. Es necesario volver al puro concepto latino (Bertoni, 1956, p. 161).
Definitivamente estas no parecen las expresiones de un positivista doctrinario, al menos de uno que merezca ser considerado consecuente con su posición. En realidad, una lectura atenta de las obras de Bertoni transmite la impresión que las influencias intelectuales que jugaron un papel determinante sobre la formación de su pensamiento no son simples ni fáciles de precisar de manera unidireccional y en realidad responden a varias líneas diferentes. Baratti y Candolfi (1999), por ejemplo, recuerdan las aficiones anarquistas que se gestaron durante su juventud en Suiza y el giro posterior hacia un catolicismo no solo de práctica sino de convencimiento también, que se distingue como telón de fondo en sus escritos antropológicos. Más que buscar reduccionismos simples, es sobre estas bases como deben comprenderse las elaboraciones que realizó sobre la psicología de los guaraníes.
La inclinación de Bertoni por insertar el estudio de la psicología de los guaraníes en una relación estrecha con el análisis de sus concepciones religiosas se fundamenta en un principio compartido con el antropólogo y banquero inglés Sir John Lubbock (1834–1913), citado de manera explícita al inicio mismo del segundo volumen de La Civilización Guaraní (Bertoni, 1956). Lubbock creía que los conceptos alcanzados por un pueblo cualquiera en lo relativo a su religión nos brindan una medida sobre el desarrollo intelectual y moral que le corresponde. En su concepción sobre la religión asumía que esta se había originado en la tendencia primitiva del hombre de atribuir vida animada a objetos inanimados (Chidester, 2005). Lubbock preparó varios libros que versaban sobre antropología y la evolución del hombre, un punto de vista sobre el cual recibió influencias muy determinantes de Charles Darwin (1809–1882), habiéndose contado entre quienes integraron su círculo de amistades íntimas y que además tuvieron acceso a la lectura de los borradores de los libros mayores del creador de la teoría evolutiva, incluso antes de que fueran publicados (Berra, 2008). También fue uno de los primeros en comprometerse con los esfuerzos iniciales para popularizar la ciencia en Gran Bretaña a finales del siglo XIX, mediante algunos de sus libros (Bowler, 2009). Aunque no haya sido el primero de los tratados que concibió sobre esta temática, fue posiblemente su obra The origins of civilisation and the primitive condition of man (Lubbock, 1879) la más determinante para fijar sus puntos de vista con relación a la naturaleza de la evolución humana, pese a que algunos biógrafos actuales como Patton (2007) puedan considerar que los temas sobre los que se explayaba Lubbock en este libro constituían su terreno intelectual más débil, por la ausencia de una familiaridad personal con los datos que reportaba. En cuanto a Bertoni, no eran pocas las dificultades que reconocía para el avance de sus estudios, no siendo la menor de ellas la extrema reserva que es característica de los guaraníes, que los hace casi impenetrables para conocer en profundidad sus secretos, en especial los que se relacionan a su pensamiento religioso. Esto no es en absoluto una dificultad menor y lo sabe muy bien cualquiera que en el Paraguay haya tenido que frecuentar el trato con los indígenas. A esta característica muy típica se suma otro motivo que la refuerza en una apreciable medida: la desconfianza hacia los extraños y el empeño de estos por imponerles sus creencias cristianas, de los cuales hay numerosos ejemplos históricos que enumerar, y no siempre agradables. El autor hacía interesantes deducciones sobre cómo esta condición se había trasladado culturalmente también a los paraguayos, cuyo carácter taciturno y callado los hace a menudo muy mal comprendidos.
Entre todas, la forma de religión que puede considerarse como la inferior es el fetichismo, a la que sucede, en cercana secuencia, el animismo o misticismo. De acuerdo con el análisis que hace Bertoni (1956), los guaraníes habrían superado hace mucho cualquier relación cultural identificable con los caracteres básicos del fetichismo, el animismo, el totemismo e incluso el chamanismo. Es por esto que los guaraníes cruzaron el estadio evolutivo de apelación a los poderes ocultos y sobrenaturales que concede la utilización de la magia. Esta condición se ve también aumentada por su creencia en la unidad e inmortalidad del alma y en la supervivencia de esta en el mundo material, aunque más no fuera por un tiempo limitado, luego de sobrevenida la muerte. Desde el momento en que un pueblo ha llegado a concebir que las ideas religiosas constituyen un fundamento y una sanción para la moral, y considerando que es la propia persona la que articula su destino y su futuro con la aceptación y sometimiento a los dictados que emanan de la divinidad, la aplicación de la magia y el supuesto poder atribuido a esta para torcer el orden de las cosas en beneficio directo de quien las evoca, pierde todo sentido. La práctica de la magia presume que, con independencia de los merecimientos reales del individuo en función a lo adecuado o no de su comportamiento en obediencia a la voluntad de Dios, podrán lograrse los cambios deseados en el orden natural mediante la correcta aplicación de los conjuros. Esta elaborada concepción es lo que Bertoni suponía la quintaesencia del pensamiento religioso en lo tocante a los antiguos habitantes de esta parte del continente, ya que "tal es el pensamiento guaraní y tal su lógica" (Bertoni, 1956, p. 41). Por eso puede afirmar que la condición de superioridad de este pueblo no consistía precisamente en la ausencia total de alguna sustanciación de la magia que aparece como resabio en algunas de sus costumbres. En realidad esto acontece con todas las culturas, incluso las más avanzadas, con las reservas que esta calificación requiere. El punto importante y esencial era que ellas habían dejado de constituir las ideas rectoras de su concepción religiosa. El modo como Bertoni describía la religión guaraní no puede menos que resultar llamativo para un grupo étnico que en todos los demás aspectos parece manifestar una existencia más bien sencilla. La religión practicada por los guaraníes se consideraba un completo sinónimo de mansedumbre, sentido de justicia y fuente de la moral más pura (Bertoni, 1956). En puntos como estos, que surgen en muchas partes de la obra que estudiamos, es donde se vuelve más dificultoso el separar con seguridad los hechos reales de la mera interpretación doctrinaria que imponía el autor, uno de los problemas principales que afecta a toda esta visión antropológica.
Bertoni consideró más adecuado postular un sentido místico que un sentido religioso propiamente dicho. La razón estaba en que al segundo no lo estimaba como algo siempre presente en todas las personas, a diferencia del primero que no falta verdaderamente a nadie, aun cuando pudiera en algunos casos hallarse sumergido en el anonimato brumoso de la subconsciencia. Esto último podría sobrevenir, nos decía por ejemplo, como fruto de años de educación atea. La concepción sobre lo divino y su naturaleza intrínseca tenían mucho que ver con esta cualidad. Los guaraníes pensaban en Dios, a quien denominan Tupã, como la fuente de lo bueno y de lo malo al mismo tiempo. Es decir, la cultura guaraní primitiva no albergó la imagen del diablo como el origen último de la maldad en el mundo, aun cuando la enseñanza cristiana y la influencia continuada que esta ejerció pudo haber contaminado en gran medida este aspecto singular de la creencia. Es cierto que los guaraníes tenían la representación de Añanga o Añá, que Bertoni (1956) clasifica entre las divinidades menores. Pero este no era precisamente un símbolo del mal sino un dios justiciero y punitivo, que sabía castigar con severidad los desvíos en que los malos hombres incurrían en ocasiones. Fueron los misioneros católicos y los jesuitas en especial quienes equipararon su perfil con el del diablo, y de este modo su concepto primitivo quedó permanentemente desdibujado y su significado genuino, completamente alterado.
El concepto de la naturaleza y del mundo que tenían los guaraníes era fatal, lo cual significa que las cosas se hallan determinadas y ocurren de la forma en que las vivimos y conocemos, sin que haya muchas posibilidades o tenga realmente sentido el intento de modificarlas o alterarlas. Por eso argumentaba Bertoni (1956) que no se encuentran usos como las oraciones o las maldiciones, cuyo fin es alterar la causalidad universal en favor o en contra, por el simple motivo de que no tendrían cabida ni consecuencia alguna. En el esquema general de las cosas que asumieron los pueblos guaraníes esas prácticas no ejercerían un verdadero efecto. De los preceptos y costumbres resaltaba el acatamiento a la ley natural, a cuya sujeción se orientaban tanto las diferentes creencias mantenidas como numerosas prácticas de la vida cotidiana. La ley natural la entendían como sinónimo exacto de ley divina, pues entre sí no se diferencian en nada. Tupã en realidad no existe fuera de la naturaleza, sino dentro de ella. Vemos aquí a un Dios sujeto en apariencia a los efectos restrictivos de la causalidad. Por este motivo no siempre era capaz de modificarla conforme a su voluntad o capricho. Los preceptos básicos de la religión guaraní los compendió el mismo Bertoni refiriéndolos en los siete puntos siguientes, que son como el esqueleto principal que mantiene todo el sistema:
1) Hay un Dios supremo que todo lo creó y todo lo gobierna.
2) Dios es un puro espíritu siempre invisible.
3) Dios es la Causa de todo, de lo malo como de lo bueno.
4) Hay varios Semidioses; no son puros espíritus; son los agentes justicieros, tienen poder sobrenatural, pero carecen del poder creador.
5) El alma es inmortal.
6) El espíritu de los difuntos permanece cierto tiempo en su anterior morada, durante el cual tiene las mismas necesidades que en esta vida, y tenía gran poder sobre los vivos.
7) Cada uno de los seres viviente está bajo el amparo de su genio protector especial (Bertoni, 1956, p. 50).
El estudio de la psicología de los guaraníes guarda una relación estrecha con el concepto de moral que había incorporado Bertoni. A su vez, este se basaba en la definición que Paul Oltramare (1854–1930) discutió en su Essai de Biosophic, un libro donde exponía el principio que la persona moral es la que, en el interés de los demás, sabe imponer límites a sus deseos (Bertoni, 1956). La conexión que hace Bertoni sobre estas ideas no resulta necesariamente obvia y hasta podría ser discutible, aunque él supuso que de ellas podía colegirse que el sentido moral es incluso anterior al hombre. Afirmaba, por ejemplo, que podían señalarse algunos rudimentos en comportamientos como el del perro que vigila con celo los bienes que pertenecen a su amo. Este tipo de afirmaciones, que hoy no son frecuentes en la psicología comparada y hasta son desechadas sin mayor trámite como expresiones de un ingenuo y superado antropomorfismo (Mitchell, Thompson & Miles, 1997) aún eran relativamente comunes en los comienzos del siglo XX por la influencia que había ejercido el método anecdótico que George John Romanes (1848–1894), un amigo cercano de Darwin, había introducido para el estudio comportamental de los animales en Animal Intelligence, su obra fundamental (Romanes, 1884). Solo unos años antes de publicarse los trabajos de Bertoni, el psicólogo comparativo británico Conwy Lloyd Morgan (1852–1936) había proscripto este género de suposiciones de la jerga de términos que conciernen al comportamiento animal (Morgan, 1896). Es lo que se ha llegado a conocer como el Canon de Lloyd Morgan.
Pero más importante aún que este detalle hasta marginal si se quiere es que la existencia de la moral, tal como se encuentra definida en la obra de Bertoni, antecede siempre a la religión. De acuerdo a este principio, sería válido pensar en individuos que acusen la presencia de un sentido moral concreto sin por ello abrazar manifestación religiosa alguna. Esta es la razón por la cual constituye un error el considerar a la sanción de la moral como la función primordial que cumple la religión. Al mismo tiempo, la moral es concebida de manera extensiva con el amor, pues no se admite su existencia separada. Por esta razón el sentimiento amoroso es siempre altruista, y por igual motivo excluye de su esfera particular al encuentro sexual, el cual no es amor, nos dice, porque necesariamente forma una práctica egoísta. Con respecto a las motivaciones básicas piensa que el hombre comparte dos tendencias opuestas que conviven en su interior: la una que corresponde a la esencia del ser reflexivo y que coincide con la elevación espiritual del individuo y la otra, opuesta, que es la del ser instintivo, al que llama bestialmente atrasado. De esta forma, la naturaleza verdadera de la cultura estriba en el grado de sujeción que sufre esta fracción instintiva por la reflexiva. Junto a esta última se identifica claramente la naturaleza intrínseca de la moral. Así también ocurre con la psicología de los pueblos. Hay que anotar, para quien pudiera percibir un eco psicoanalítico en alguno de estos conceptos, que Bertoni rechazaba el pansexualismo de Sigmund Freud (1856–1939), que fue calificado con el poco deseable rótulo de "brutal" (Bertoni, 1956, p. 167). Pero más allá de lo anecdótico, el uso de las herramientas interpretativas de las que hace uso extensivo el enfoque psicodinámico de Freud podría ser contraproducente, peligroso dirá Bertoni (1956), por otro motivo adicional. Y esto encuentra su razón en la extrema reserva de los guaraníes, que poco o nada comparten sus pensamientos con los extraños en lo relativo a la moral, religión y costumbres, al punto que su psiquis puede llegar a ser casi impenetrable. Para Bertoni (1956) esto obedecía a un par de motivos fundamentales. Por una parte, está el pudor que genera la posesión de la virtud, cualidad típica en los espíritus con una moralidad elevada, como la que Bertoni atribuye a los guaraníes en todo momento. La segunda es la desconfianza hacia quienes no pertenecen a su grupo étnico, en particular los blancos, cuyo trato frecuente los ha alertado ante la posibilidad de ser víctimas de sus burlas o engaños. En cualquiera de los dos casos, el acceso al conocimiento de las particularidades psicológicas que identifican a estos grupos quedaba franqueado por severos límites.
Los tipos humanos igualmente se relacionaban de manera estrecha con las dos tendencias interiores explicadas con anterioridad, la de la reflexión y la del instinto. Para aquéllos que se agrupaban entre los braquicéfalos era esperado un mayor dominio sobre sí mismos y sus ímpetus, en tanto los dolicocéfalos, dotados de un carácter más intuitivo, habrían de experimentar una dificultad mayor para el autodominio pleno de sus impulsos. Todo lo expresado nos deja entrever que la conexión entre moral y psicología resultaba muy fuerte para Bertoni y de ella se siguen muchas de las descripciones que esbozó a lo largo de sus páginas antropológicas. Por ello es significativo que la primera vez que menciona de manera explícita a la psicología de los aborígenes sea precisamente en este contexto. Creía que la singularidad psicológica de los guaraníes podía reconocerse sobre todo en lo pacífico y bondadoso del trato que estos dispensaron a los colonizadores europeos a su llegada a estas tierras, recibiéndolos de una manera amigable. Como bien se conoce, esta actitud no fue lo corriente para todos los casos que involucraron encuentros de europeos con nativos americanos, muchos de los cuales derivaron en confrontaciones sangrientas. Los modales y comportamientos pacíficos tampoco fueron siempre recíprocamente correspondidos por los extranjeros, lo que dejó una indeleble mala impresión. No es que se niegue la posibilidad cierta de la venganza entre los guaraníes o la ocurrencia de esta en casos bien conocidos y documentados, pero en modo alguno constituía la regla de conducta de estos pueblos o lo que más los distinguía. Otro detalle importante es la resistencia que mostraban ante el dolor. Subrayó Bertoni que el efecto psicofisiológico de la experiencia dolorosa es el aumento proporcional de la sensibilidad. Esta debe entenderse en un sentido amplio, no sólo como la respuesta a los estímulos fisiológicos que provienen desde el exterior y que impresionan oportunamente los sentidos sino en el sentido moral como cualidad. La capacidad de sentir el dolor y soportarlo sin hacer demostraciones es a la vez un indicador claro de la sensibilidad moral y Bertoni (1956) pensaba que los indígenas la tenían en abundancia. Debido a que ellos pueden padecer dolores morales muy intensos, se sigue que su sensibilidad psíquica es muy elevada. Otro rasgo que apunta hacia su pretendida condición superior. A este decir no deja de ser interesante recordar que uno de los primeros autores en escribir sobre el carácter nacional en el Paraguay, el ya mencionado ensayista Manuel Domínguez, algunas de cuyas obras fueron publicadas en las décadas previas a la aparición del primer volumen de La Civilización Guaraní (Bertoni, 1922) también consideraba la capacidad de resistir el dolor como uno de los distintivos sobresalientes en la personalidad de los paraguayos (Domínguez, 1903). Esta fue demostrada con creces en escenarios tan adversos como el de las guerras con las que debió lidiar el país en muchos momentos trágicos de su historia (García, 2012, 2013a).
En la descripción que nos ofrece Bertoni, los guaraníes aparecen como un pueblo de características profundamente sentimentales, pero a la vez muy cuidadosos de no mostrar con facilidad sus sentimientos. Esa actitud obedece sobre todo al propósito de no dar espacio a ninguna expresión que pudiera interpretarse como una muestra indeseada de vanidad. Una condición semejante también puede a veces tomar la apariencia de una marcada indiferencia, aunque tal impresión podría ser errónea en este caso. Para Bertoni (1956) ese comportamiento se traducía incluso como un pudor en los sentimientos. Las dotes en el trato humano que ostentan los indígenas, por otra parte, quedan resumidas en tres palabras muy descriptivas: reflexivo, tranquilo y reservado. En efecto, el guaraní dista de ser bullicioso como lo es el negro, por poner un ejemplo, y de aquí resalta que su manera de conducirse es en todo punto la de un proceder sobrio. En la enunciación de todas estas características, es más que evidente la simpatía del autor hacia el pueblo de sus estudios, aspecto que él mismo había reconocido sin reparos (Bertoni, 1914). Quizás por ello sus descripciones evocan un poco el perfil del buen salvaje de Rousseau cuando retrata a los aborígenes como poseedores de una nobleza natural que constituye el fondo más reconocible en la conformación de su carácter. Esta se hallaba asentada sobre un profundo sentido de la dignidad que no decae aún en las situaciones en que se descubre sumido en la más profunda decadencia. Con dignidad por ellos mismos conferida, la cabeza la llevan siempre altiva. A ello se suma que la vida cotidiana de los guaraníes era vista como coincidente con un estado de felicidad que, a juzgar por las caracterizaciones que se ofrecen, parece verdaderamente idílica. Es una existencia sin tensiones en la que se divierten, regocijan y pasan sus días sin el tormento de las penas. La tristeza no está en ellos. El goce de esta envidiable condición humana se halla basada, en la presunción que de ella hace Bertoni (1956), sobre la certeza que los acompañaba respecto a la superioridad que es inherente a su raza, y que él asumía sin discusión, atribuyendo este reconocimiento a la percepción de sí mismos que tenían los guaraníes. Su felicidad estaba fundamentada en la bondad y en la honradez de su conducta, así como en la satisfacción de las prácticas sencillas y desinteresadas, como el placer que significa prodigar un bien a los demás en cualquier situación que lo hubiese de requerir. No buscaban ni gustaban de las emociones violentas. Tanto los guaraníes, como también otros grupos étnicos que habitan toda la extensión de las Américas, tenían en su sentido de independencia uno de sus bienes más preciados. Ellos se mostraban contrarios al trato severo e injusto que otros pudieran ejercer en su perjuicio, nos revela Bertoni (1956). Lo contrario ocurre al recibir un buen trato de los blancos, a través del cual casi todo favor o servicio puede obtenerse de ellos.
Al considerar la psicología de los guaraníes se alude también a una forma de individualismo que, por un curioso sentido de oposición, no califica en forma alguna como egoísmo. La definición que esboza Bertoni se refiere a la tendencia de actuar sin la necesidad de coordinar las acciones propias con los demás, obrando sólo en función a las decisiones tomadas personalmente y anteponiendo el criterio individual por encima de cualquier otra consideración. Se avanza más lejos inclusive sobre este punto para argumentar en función a un individualismo que es no sólo personal, sino colectivo e incluso nacional. Es decir, el fenómeno considerado habría de rebasar los límites estrictos de lo psicológico para adentrarse en el contexto más amplio que forman lo social y lo cultural. Sobre este aspecto que resulta peculiar en el estudio de aquéllos grupos étnicos resulta pertinente la comparación del criterio de Bertoni con lo que hoy reporta la investigación social respecto a estas mismas variables. En tal sentido el psicólogo Harry C. Triandis desarrolló este concepto en el ámbito de la psicología cultural e inter-cultural (Triandis, 2000a, 2000b). El diferenció dos tipos de culturas y las dividió en individualistas y colectivistas. A la constelación de características que ellas forman las designó al mismo tiempo como síndromes culturales (Triandis, 2001). Gelfand, Triandis y Chan (1996) reportaron evidencia de que estos constructos pueden ser estimados como factores ortogonales más que bipolares cuando se caracteriza a la personalidad humana. Estas categorías culturales, cuando se trasladan al nivel psicológico, constituyen dimensiones que se identifican como alocentrismo versus idiocentrismo (Triandis, Bontempo, Villarreal, Asai & Lucca, 1988). En las culturas colectivistas las personas se comportan de maneras que resultan muy interdependientes con los miembros de su conglomerado, ya se trate de la familia, la tribu o la nación. Otorgan prioridad a los fines compartidos con el colectivo social respectivo y modelan su comportamiento sobre las bases de las normas que establecen aquéllos grupos de pertenencia, actuando por ello en formas que podemos llamar comunales. Corrientemente se admite que las culturas indígenas así como las de organización más simple reflejan estructuras colectivistas. En las culturas individualistas las realidades son del todo opuestas. La competitividad es alta y el sujeto busca ser el mejor en orden a escalar en las jerarquías sociales. La autoconfianza, la independencia de los demás y el sentido de ser único en comparación con los otros individuos son aspectos fundamentales de la personalidad (Triandis & Suh, 2002).
Comparados estos criterios modernos con los que esbozó Bertoni hace casi un siglo, es patente que los guaraníes poseían tanto rasgos colectivistas como individualistas. Se trata en verdad es una amalgama interesante por lo infrecuente, que de ser plenamente correcta les daría a los guaraníes un sentido de singularidad muy acentuado. También es importante para la comprensión de la estructura social porque se trata de una forma de individualismo cooperativo y no el primitivo en que el grupo absorbe y difumina al individuo bajo el gran peso de su influencia. La que aquí se refiere es una organización donde cada uno conserva inalterada su autonomía como persona, lo que le permite disponer de la libertad suficiente para debatir de manera directa cada orientación o decisión que afecta al colectivo e incluso oponerse a ellas, de tal forma que el interés particular no se vea afectado. Bertoni (1956) lo veía incluso como un tipo de cooperación comunista que no representa coacción moral ni material sobre los integrantes del grupo. Al estimar la amplitud mayor o menor de la estructura social que forjaron los guaraníes se puede apreciar fácilmente la fuerza rectora que han jugado los aspectos atinentes a la organización global en la sociedad que formaron. Estos, según apreciaba Bertoni (1956), son un producto directo de su psicología y de sus concepciones morales y religiosas. De allí emerge la síntesis de pensamiento, comportamiento y cultura que solo en la perspectiva de su combinación simultánea y compleja en la vida cotidiana de las personas adquiere aquél sentido real y único que, más allá de cualquier crítica posible, le ha conferido nuestro autor en la amplitud de su pensamiento antropológico.
Conclusión
No hace mucho se ha escrito respecto a otro protagonista importante en la historia de la psicología paraguaya, el maestro Ramón Indalecio Cardozo (1876–1943), que resulta más fácil encontrar quienes lo mencionan con expresiones que denotan algún grado de admiración que individuos capaces de probar un conocimiento a fondo de sus ideas o que hayan leído críticamente algunos de sus libros y escritos (García, 2011). Con Bertoni ocurre casi exactamente lo mismo. Se lo conoce de nombre y en algunos círculos culturales se manifiesta un gran respeto hacia su persona, aunque en realidad muy poco es lo que se sabe respecto al contenido de su trabajo, en especial el etnológico. A excepción, claro está, de los antropólogos que lo analizaron con algún detenimiento. Como señalan Baratti y Candolfi (1999), Bertoni es posiblemente el único personaje de los que han ganado un carácter legendario en este país al cual se asocia con el conocimiento y la ciencia. Indudablemente hay buenas razones para ello. El representó la figura del sabio emigrado desde la vieja Europa que llega al país munido de un gran conjunto de conocimientos que muy pocos — si es que alguien — en el Paraguay de comienzos del siglo XX podían exhibir, para construir su hogar y un centro de investigación enclavados en la plena espesura de la selva, dedicándose allí al estudio de cuestiones importantes y profundas por décadas enteras. En un país poco habituado al cultivo de la ciencia, esta era la base perfecta para la edificación del mito. Pero hay otras razones menos idealistas y más cercanas a las realidades del juego político. En vida de Bertoni, y especialmente en la época de publicado el Resumen de prehistoria y protohistoria de los pueblos guaraníes (Bertoni, 1914), comenzaba a configurarse en el Paraguay un cambio radical en la percepción colectiva hacia los indígenas, que se hallaba muy contaminada de prejuicios racistas y que la intelectualidad de comienzos del siglo XX había asumido como esencialmente negativa, reproduciendo en buena medida la visión despectiva que absorbieron de las potencias invasoras luego de culminada la Guerra contra la Triple Alianza. Según menciona Baratti (2002–2003), hacia 1915 se había verificado un giro absoluto en aquélla apreciación y el elemento indígena, de estar desterrado a la periferia de la inferioridad racial pasó a integrar una parte indisoluble de la identidad nacional. Desde luego, este giro arrastraba al mismo tiempo un evidente componente ideológico y político, pues la nueva visión instalada sobre los habitantes autóctonos del país contrastaba vivamente con una orientación de corte más liberal que habían introducido los gobiernos de la posguerra, que en casi todos los aspectos resultaban afines al pensamiento prevaleciente, sobre todo, en los círculos intelectuales de la capital porteña (Bogado Rolón, 2011).
En esta perspectiva antropológica los guaraníes constituían una raza superior a los demás pueblos americanos, tanto en inteligencia como en sensibilidad y cultura. Por ello Bertoni, con su descripción de los guaraníes en los términos de una raza superior, estuvo en el centro de esta suerte de revolución copernicana en la visión que se asignaba a los indígenas del Paraguay. Pero a diferencia de aquélla gran hazaña en la concepción astronómica que era fruto de la ciencia en el siglo XVI, la revolución de Bertoni se encontró muy cimentada sobre un sistema muy sesgado y arbitrario de interpretaciones, que además coincidió con los intereses y las necesidades intelectuales en el Paraguay de aquélla época. Por ello no extrañan los juicios de valor que se han extendido sobre su obra en las décadas siguientes. Se ha reconocido a Bertoni como el iniciador de un auténtico movimiento vindicatorio de los indígenas en la cultura paraguaya (Benítez, 1967) que, por lo menos en su tiempo, fue asumido por muchos como un elemento positivo. Pero en la apreciación que fue surgiendo en las décadas siguientes, los méritos de Bertoni en el campo de la antropología fueron devaluándose con rapidez, contrastando agudamente con sus investigaciones en las ciencias naturales, que nunca fueron cuestionadas. Algunos juicios son importantes. Entre ellos el de Bareiro Saguier (1990), para quien Bertoni debe considerarse el formulador "científico" de la teoría indigenista. Este autor estima que fue el mismo positivismo evolucionista utilizado por los autores de la generación de 1900 cuya finalidad era probar la inferioridad del indio guaraní frente al blanco el que enarboló Bertoni para sostener el argumento contrario, al destacar la superioridad de la raza. En este sentido no reconoce mérito científico en Bertoni, sino solo influencias de carácter ideológico. Palabras más palabras menos, esta es la opinión que ha predominado entre los antropólogos y otros escritores que se ocuparon del tema. Se ha argumentado que los puntos de vista de Bertoni o bien eran ingenuos (Baratti, 2002–2003), o aportaron poco o nada a la investigación antropológica, resultando inservibles para la misma (Chase-Sardi, 1990). En la óptica de un antropólogo de nuestros días como Melià (2011), para quien Bertoni constituye una figura desconcertante, el concepto de civilización guaraní es atrayente aunque espurio y responde a motivaciones emocionales y patrióticas, nunca científicas. Es evidente que la balanza de la crítica científica especializada no es en absoluto favorable a Bertoni. Además es infortunado que, más allá del ámbito estrictamente científico, y aunque las diferentes etnias hayan logrado un mayor amparo legal en las décadas siguientes, estas ideas tampoco fueron determinantes para mejorar sus vidas o al menos integrarlos de manera más estrecha a la sociedad nacional.
Aún hay otros puntos significativos que señalar. Por ejemplo, en varios pasajes de La civilización guaraní (Bertoni, 1956) se descubren amonestaciones de Bertoni ante la costumbre, mantenida por generaciones de individuos que investigaron a los guaraníes o intervinieron en la evangelización, de interpretar los detalles de su religión a partir del prisma aventajado que ofrece el cristianismo. Sin embargo, él mismo no pudo escapar a esta tendencia. Por mucho esfuerzo que Bertoni haya puesto en organizar sus datos de una manera objetiva y creíble, no dejan de parecer discordantes ciertas inclinaciones en la exposición de sus argumentos. Existe un sesgo muy acentuado en considerar a la fe cristiana como la expresión religiosa más elevada y ello se torna aún más evidente cuando se comprueba el intento de conducir la presentación de las prácticas de los guaraníes hacia una comparación constante con aquélla. El autor llevó adelante este empeño tanto como le fue posible. Como además expresaba una inocultable simpatía hacia este pueblo, reconocida por él de manera explícita en sus publicaciones antropológicas mayores (Bertoni, 1914, 1956), queda claro que su visión de la religión aborigen, así como su apreciación respecto a la moral y la psicología — que en ella se encuentra basada —, adolecen de los mismos sesgos e inclinaciones. Y por ello es posible que pierdan mucho de su valor al ser terreno donde se mezclan los hechos legítimos con la subjetividad del observador, quien en muchos casos incluso transmite la impresión de presuponer aquello que desea demostrar.
Pero, si la situación es esta, entonces ¿qué importancia puede asignarse a la obra de Bertoni con relación a la psicología? ¿Son completamente prescindibles sus observaciones acerca del comportamiento de los aborígenes? En realidad no es necesario adoptar una conclusión tan negativa y radical, pues no todo es desechable. Sin embargo, hay que entender muy bien el contexto en que surge la antropología de Bertoni, y junto a ella, sus apreciaciones psicológicas. La teorización referida a la evolución del hombre americano, su diversificación racial, la formación y ascenso de la cultura guaraní hasta convertirse en una civilización superior y su consecuente alto grado de desarrollo de la conciencia religiosa parecen los más atados al norte ideológico del autor, y es sobre estos puntos donde parece más elocuente su presumible distorsión de la realidad. Sin embargo las descripciones psicológicas, concernientes a las prácticas cotidianas de los aborígenes, su reconocida reserva en la comunicación, el espíritu pacífico y otros aspectos semejantes están más cercanos a la experiencia cotidiana, y quienes frecuentan el trato con estas colectividades están en mejores condiciones de corroborarlas. Todas estas observaciones pueden constituir elementos útiles para orientar investigaciones futuras, y es allí donde radica su mayor valor. En cierto modo Bertoni se anticipó a su tiempo al considerar la idiosincrasia psicológica en función a la diversidad étnica y la cultura. Pero cuando sea considerado el análisis serio de estas variables no debe olvidarse, sin embargo, el flanco más débil de las elaboraciones teóricas de Bertoni, esto es, su explicación de la naturaleza esencialmente superior de los guaraníes, comparados con los demás pueblos. Esto es esencialmente reconstrucción especulativa, su valor para la psicología es limitado, por decir lo menos. Frente a esto podríamos encontrarnos ante el hecho paradójico que, aun permaneciendo críticas de peso que son muy difíciles de rebatir, sean las construcciones psicológicas de Bertoni en relación a los guaraníes lo más rescatable en el conjunto de su trabajo. Pero más allá de cualquier juicio sobre la cientificidad de estos alegatos tenemos el hecho cierto que, sin ser la psicología su orientación principal, él fue el primero en este país en ocuparse de comprender la mentalidad de los guaraníes, aún con las limitaciones reconocidas por él mismo y que antes hemos destacado. Este hecho por sí sólo ya lo convierte en un personaje digno de un análisis histórico detallado. Bertoni fue para la construcción de una psicología de los guaraníes lo que Manuel Domínguez para el estudio del carácter nacional de los paraguayos (Domínguez, 1903). Tras su muerte, quienes continuaron el trabajo de esclarecer las características de los guaraníes nativos fueron antropólogos en todos los casos. Los investigadores de la psicología no han entregado aportes. Este es también otro de los signos valiosos de Bertoni: les ha señalado a los psicólogos un camino por recorrer, y que no es para nada algo trivial o superfluo sino por el contrario, conlleva la mayor trascendencia. Y los psicólogos modernos, ya sea para confirmar estas ideas o para corregirlas en los aspectos que sean requeridos, deberán considerar como una de sus asignaciones más importantes para con la cultura paraguaya y los habitantes de este país el avanzar por este camino abierto un siglo atrás.
Referencias
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Dirección institucional:
José E. García
Casilla de Correo, 1839 – Asunción, Paraguay
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Recebido em 25/07/2013
Revisto em 22/01/2014
Aceito em 23/01/2014
1 Los reproches son especialmente amargos con respecto a algunos gobernantes como Eusebio Ayala (1875–1942) por ejemplo, que ocupó la presidencia paraguaya por primera vez entre 1921 y 1923. En una carta dirigida a Leopoldo Benítez el 8 de agosto de 1928, menciona: "...Aquí no vamos muy bien, casi bajo ningún concepto, y los más graves problemas se juntan sobre de mi como nubarrones. Hoy no puedo escribirle más. Le mando por este correo el 3º tomo de Civilización Guaraní, merecidamente dedicado a mi discípulo preferido y leal amigo. El 2º tomo (Religión y Moral), para 1929, si Dios quiere" (Bertoni, en Baratti & Candolfi, 1994, p. 688, las cursivas son nuestras).