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Psicologia Clínica
versão impressa ISSN 0103-5665versão On-line ISSN 1980-5438
Psicol. clin. v.18 n.2 Rio de Janeiro 2006
Resenhas
Judaísmo, metáfora del psicoanálisis
Judaism, metaphor of psychoanalysis
Benjamín Mayer Foulkes
Psicanalista e diretor de 17, Instituto de Estudos Críticos
RESENHA DE:
Betty Bernardo Fuks (2006).
Freud y la judeidad. La vocación del exilio, trad. Sonia Radaelli, México: Siglo XXI, 207 pp.
TRADUCCIÓN DE:
Fuks, B. B. (2000). Freud e a judeidade, a vocação do exílio, Rio de janeiro: Zahar, 177 pp.
Freud y la judeidad tiene un hondo y resonante subtítulo: La vocación de exilio. Vocación: inclinación, disposición, propensión, facilidad, aptitud, afición, gusto, don, inspiración, tendencia, preferencia, proclividad El antónimo de vocación es indiferencia, y, en efecto, nada en este notable libro de Betty B. Fuks, la veterana psicoanalista de Río de Janeiro, nos deja indiferentes. El volumen, cálidamente vertido al castellano por la también psicoanalista brasileña afincada en México, Sonia Radaelli, comenzó como una tesis doctoral. Pero hay aquí mucho más que un itinerario académico: en este libro se produce un acontecimiento. Nos encontramos aquí con un manifiesto y más. El trabajo resulta de una lectura amplia y convincente de sus fuentes, en particular de la letra de Freud. Pero el mayor mérito de la autora es haber hecho de su propia investigación un acto en que logra mantenerse fiel a la radicalidad del psicoanálisis. En primer lugar, porque no cede a las tentaciones de las que da cuenta: "psicoanalizar" a Freud, "psicoanalizar" al judaísmo, "judaizar" al psicoanálisis. Sabemos lo poco que tales operaciones tienen que ver con un abordaje propiamente freudiano de estas cuestiones: psicoanalista es quien no "psicoanaliza". Como ella misma destaca, "psicoanalizar" a Freud supone perder la oportunidad de indagar en la construcción por Freud de su propia judeidad término a propósito del cual, en la estela de Albert Memmi, el libro formula su propuesta clave. A saber: distinguir, en todo lo tocante a Freud y al psicoanálisis, entre judaísmo, el conjunto de las tradiciones culturales y religiosas judías; judaicidad, la colectividad demográfica judía; y judeidad, el hecho de sentirse judío, de un modo siempre renovado, sin término posible, aún cuando para el sujeto del que se trate el judaísmo no cuente como religión. Como en toda elaboración fecunda, también aquí el curso del análisis termina por producir un nuevo vocabulario en que los horizontes ampliados pueden hallar una adecuada articulación. Estamos, así, ante la judeidad de Freud; no ya ante su judaísmo, ni ante la cuestión de su inclusión o exclusión de la judaicidad. Y es mucho lo que aprendemos de la particular judeidad de Freud a propósito de la judeidad en sentido amplio: la de otros y también de la nuestra propia pertenezcamos o no a la judaicidad.
A mi juicio, son cuatro las tesis salientes de este trabajo.
Primera. Freud inventó, practicó y demostró un modo singular de afirmarse judío. La mayor expresión de su devenir judío, de su judeidad, fue precisamente su invención del psicoanálisis. Por consiguiente, el primer psicoanalista sumó nuevas acepciones a los añejos términos "judío" y "judaísmo". Esto, que no es poco, sugiere que el psicoanálisis tiene una envergadura por lo menos comparable a otras respuestas formuladas por la judaicidad ante los retos que históricamente le han planteado la Ilustración y la modernidad. Entre ellas: la asimilación, en nombre de la presunta universalidad de lo humano; la Haskalá o Ilustración hebrea, orientada por el filósofo judío-alemán Moisés Mendelssohn, proponente de un pensamiento que, ilustrado, no implicaría la negación de la singularidad histórica y existencial de la judaicidad en un entorno donde habrían quedado formalmente abolidas las corporaciones sociales; y el sionismo, respuesta que redefinió, en clave ora socialista ora liberal, a la judaicidad en términos nacionales. Fuks indica cómo el psicoanálisis, versión de la judeidad desplegada por ese judío ateo que era Freud, puede derivarse enteramente del Segundo Mandamiento de la Torá el mandamiento iconoclasta por excelencia: "No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra" (Éxodo, 20: 4). Asimilación, Haskalá, sionismo psicoanálisis: lo menos que puede decirse de esta concatenación es que no es usual. La ubicación en ella del psicoanálisis no sólo es significativa en el marco de la judaicidad y de su historia, sino que resulta crucial para cualquier sujeto en tanto que sujeto de lo político, particularmente en estos oscuros días de amenaza fundamentalista en que asoma de nueva cuenta el espectro de la matanza.
Segunda. En la medida en que las naturalezas del judaísmo (la judeidad) y del psicoanálisis son esencialmente heterónomas, su identificación es necesariamente, también, y desde el principio, su simultánea desidentificación. En ello reside su paradójica especificidad y constitutiva extrañeza lo mismo que su no menos curiosa universalidad, que es la del imperativo de una incesante singularización. Por lo cual, el psicoanálisis jamás podría concebirse propiamente como una ciencia judía.
Tercera. Contra lo que suele pensarse, el judaísmo (la judeidad) es una metáfora del psicoanálisis y no el psicoanálisis una metáfora del judaísmo. El presente libro opera la inversión de la relación usual entre estos dos términos, con inmensas consecuencias, tanto para el ámbito de la cultura, como para el de la cura psicoanalítica. Su lógica atañe a todos los aspectos del judaísmo, de la amplia interrogación sobre Dios, al psicoanálisis, a la disposición del analista a la audiencia y la vocación, como también a su persona. Sostener que el judaísmo (la judeidad) es metáfora del psicoanálisis implica suscribir una topología simple pero de importantes consecuencias: como cualquier otra, esta metáfora es parcial, se compone de una zona interior y de un filo exterior. La zona interior es la del deslumbramiento de un significado; por consiguiente, de un síntoma. No en vano la inmensa sorpresa experimentada por el psicoanalista al descubrirse mirado por una práctica de lectura y escritura rabínica, tan antigua y afín a la suya: lo Unheimlich mismo. Pero, a la vez, el filo exterior de esta metáfora sugiere, decisivamente, que, como metáfora, el judaismo (la judeidad) no podría agotar los alcances del psicoanálisis, y que, en todo caso, el judaísmo podría ser sólo la primera de las metáforas del psicoanálisis; esto es, la primera de una serie de metáforas, al modo en que, con Borges, Derrida describe la historia de la metafísica como una consecución de tropos que intentan fallidamente aprehender el Ser Curaduría de las incidencias del significante en el cuerpo; constatación de los derroteros de lo Real en las historias y espacios de cada sujeto; eso, el psicoanálisis asimismo metáfora parcial de sí dará siempre cuenta de su desbordamiento de las metáforas incluyendo psicoanálisis a las que inevitablemente dará lugar también en cada analizante, en cada analista, en cada una de sus apariciones en la cultura y el lazo social. Lo que sugiere el interés de enfilarnos en la lectura de las sucesivas metáforas de las que se valen Freud y Lacan a lo largo y ancho de sus gestas temerarias: las neuronas, la termodinámica, la sexualidad, la pulsión, el lenguaje, el ternario, la letra, el nudo borromeo para mencionar sólo algunas de las más evidentes. Mas el punto decisivo aquí, el punto propiamente psicoanalítico, es que ninguna de estas metáforas, por más poderosa que resulte lo mismo que su secuencia histórica íntegra, suponiendo, con Hegel, que ésta fuese alguna vez totalizable podría saturar la función y el campo de lo analítico. La peculiar universalidad del psicoanálisis, que podríamos calificar de residual, es lo constatado por Fuks en estas páginas: el psicoanálisis está, él mismo, siempre por venir; como la judeidad y más allá de ella.
Cuarta. Desde otro punto de vista, otro y el mismo, lo que está en juego aquí es la institución en general (otra metáfora), así como la institución psicoanalítica en particular (y otra metáfora más, si hubo alguna vez alguna). Por eso estas cuestiones competen a lo peor y cómo evitarlo. No en vano Fuks encuentra en la figura del egipcio Moisés la articulación del judaísmo, la judeidad y el psicoanálisis; ese Moisés freudiano que cimbra del modo más fecundo no sólo al judaísmo y a la historia del psicoanálisis, sino también al conjunto de lo que se da en llamar Occidente incluso a la ley misma, a la ley de la ley, en la medida en que ella es consistente e inconsistente a la vez. Es en nombre de este Moisés y de ese Dios suyo que dice "Seré el que seré" y no "Soy el que soy", variación que abre a un porvenir que coloca al presente en un entredicho, ése sí atemporal que resulta posible encarar la tiranía del Dios de la religión, enfrentamiento que, bien indica Fuks, es el devenir por excelencia de un análisis en la medida en que la religión comienza ahí donde se deja de leer Es también en nombre del Dios-Letra de esta judeidad Simbólica (y no del judaísmo Imaginario) que podemos construir una reserva frente a los abismos del lazo social contemporáneo con su característico sujeto estanflado (estancado-inflado), descrito a menudo como un sujeto sin Dios, autorreferencial, tendiente a la saturación
Dejemos aquí, momentáneamente, en la ruta de la "infinita melodía de la pulsión" para utilizar el estribillo que insiste por doquier en este oasis de exilio cultivado por nuestra autora. Las líneas de esta importante contribución se insertan, una a una, en el debate siempre apasionado y apasionante ineludible a lo largo de toda la historia del psicoanálisis de la relación entre psicoanálisis y judaísmo en el que, sin embargo, toparse con perspectivas tan novedosas y concretas como las zanjadas por ella no es tan común.
Recebido em 1 de novembro de 2006
Aceito para publicação em 28 de novembro de 2006