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Diversitas

versão impressa ISSN 1794-9998

Diversitas v.1 n.2 Bogotá dez. 2005

 

ARTÍCULOS

 

Psicoterapia sistémica, psicología y responsabilidad social: la hipótesis de la convergencia entre sabiduría y conocimiento técnico

 

 

Jairo Estupiñán Mojica*

Universidad Santo Tomás

 

 


RESUMEN

La versión moderna de la psicoterapia como un asunto técnico ha conducido a la psicología, en el campo de la clínica y la salud mental, a exigirse una ética de la previsión en la acción y reconocer la emergencia del principio de la responsabilidad, ajustada a las circunstancias humanas propias del encuentro terapéutico. En este contexto, la ponencia se centra en reflexionar sobre una vieja y nueva hipótesis: la convergencia entre la sabiduría y el conocimiento técnico; por lo tanto, presentamos de manera sucinta las dimensiones conceptuales y pragmáticas en las que se fundamentan la psicoterapia sistémica para resolver el dilema. Éstas son entre otras las dimensiones a mostrar: la vulnerabilidad de la naturaleza humana y la heurística de la fragilidad; las distinciones entre los dominios técnicos y el saber ecológico como fundamento; la moral y la ética más allá del individuo, es decir, la ética ecológica y, por último, el saber de lo posible como principio fundante del encuentro humano. El análisis anterior pretende mostrar la visión de una psicología relacional, simbólica y compleja que pretende resolver las preocupaciones epistemológicas de la psicología en la modernidad.

Palabras clave: Terapia sistémica, Conocimiento técnico, Psicología relacional, Psicopatología, Heurística, Fragilidad.


ABSTRACT

The modern version of the psychotherapy as a technical matter, has conducted to the psychology, in the field of the clinic and the mental health, has to be required an ethics of the foresight in the action and has to recognize the Emergency of the Principle of the Responsibility, adjusted to the own human circumstances of the therapeutic encounter. In this context the presentation, themselves center in Reflecting on an old and new hypothesis, that of the convergence between the Wisdom and the Technical Knowledge; therefore we present in a succinct way the conceptual dimensions and pragmatists in which they are supported the Psychotherapy systemic to resolve the dilemma. These they are among others the dimensions to show: the vulnerability of the human nature and the Heuristics of the fragility; the distinctions between the technical controls and the to know ecological as base; the morale and the ethics beyond the individual, that is to say the ethics Ecological, and finally the to Know about the Possible like principle generator of the human encounter. The previous analysis attempted to show the vision of a complex, symbolic, and relational Psychology, that attempted to resolve the worries epistemology of the Psychology in the modernity.

Keywords: Systemic therapy, Technical knowledge, Relational psychology, Psychopathology, Heuristic, Fragility.


 

 

Introducción

Al asumir la solicitud de abordar la preocupación central de una reflexión sobre el principio de la responsabilidad social del enfoque sistémico, partimos de la consideración que el campo de la psicoterapia, en tanto actividad humana, constituye una acción social, política y ética; la psicoterapia es un campo de acoplamientos estructurales entre política y persona:

Pero sobre todo hay que contar con relaciones circulares, con procesos de “interpretación” entre sistemas psíquicos y sociales con los que el sistema psíquico se ajusta a lo que sobre él se piensa en calidad de persona. La capacidad de valorar a la persona en su futuro comportamiento se convertirá en uno de los recursos más importantes de la política, y en la base de esto subyace una especie de intuición que al situarse en lo insondable y al tener que transformarse en decisión no se dejan racionalizar (Luhman, citado por Torres Navarrete, 2004, p. 362).

La apariencia fenoménica de un proceso psicoterapéutico puesto en marcha hace que soslayemos el imperativo ético de evaluar las connotaciones políticas de nuestras intervenciones y podamos creer que están suficientemente comprendidas por el simple acontecimiento de los cambios de comportamiento obtenidos; esto es una mirada parcial del asunto, puesto que la subjetividad está desplegada y construida situacionalmente, su proceso de objetivación es temporal y relativa, más bien podemos proponer un interjuego dinámico de simultaneidades intersubjetivas y reflexivas de ese cambio, incluyendo d esde luego las subjetividades propias del terapeuta, comprender cómo construimos los mundos posibles en que vivimos. Por lo tanto, el imperativo ético surge de la pregunta ¿cómo y qué tipo de mundos posibles estamos construyendo en el proceso psicoterapéutico?; recordemos que:

El carácter multidimensional, planetario y antropológico de la política es la consecuencia de esta toma de conciencia fundamental: lo que estaba en los confines de la política (los problemas del sentido de la vida humana, el desarrollo, la vida y la muerte de los individuos, la vida y la muerte de la especie) tiende a pasar al centro. Nos es preciso, pues, concebir una política del hombre en el mundo, la política de la responsabilidad planetaria, política multidimensional pero no totalitaria. El desarrollo de los seres humanos, de sus relaciones mutuas, del ser social, constituye el propio propósito de la política del hombre en el mundo, que reclama la prosecución de la hominización (Morin, 1993, p. 174).

Este fundamento nos coloca en el núcleo de la acción humana, en toda su dimensión existencial; y la psicoterapia, como campo político, tiene que enfrentar esta demanda; podemos entonces preguntarnos: ¿qué implicaciones éticas demanda al psicólogo la comprensión de un proceso llamado psicoterapia, asumido como un dominio político?

En particular, para esta ocasión, se le pregunta a la terapia sistémica: ¿cuáles son sus fundamentos sobre la “naturaleza” humana y cuál es el papel del saber en lo moral de los procesos psicoterapéuticos?

Para abordar este interrogante, se hará un recorrido por algunos dominios propios para una reflexión ética y política de la psicoterapia, éstos son:

  • La vulnerabilidad de la naturaleza humana y la heurística de la fragilidad.
  • El nuevo papel del saber en lo moral en la psicoterapia sistémica.
  • La visión relacional de la vida psicológica y mental de lo psicopatológico.

Dos hipótesis centrales serán el eje de la presentación:

1. Asumimos que la cuestión política y práctica de la psicoterapia trata del estudio de la eventualidad humana del saber, que supuestamente poseemos unos pocos llamados terapeutas y de nuestra influencia en el comportamiento de los consultantes. Este asunto no puede quedar abandonado al puro sentimiento de ayuda que experimentamos siempre y en todo momento del proceso de la psicoterapia, sino que tiene que buscar su justificación teórica en unos principios razonables o preferiblemente plausibles de la acción humana.

2. Planteamos que los fundamentos sobre la vida psicológica son diferentes si nos preguntamos por la verdad científica de los constructos con los que la intervenimos, en vez de preguntamos por el modo como construimos tales fundamentos. Esta segunda perspectiva podemos identificarla como teoría de los procesos emergentes en la psicoterapia. La primera ruta se sustenta en la contrastación de las teorías; la segunda, en la posibilidad constructiva del conocimiento.

Para nuestro caso, nos inclinaremos por mostrar la segunda de estas perspectivas, toda vez que el enfoque sistémico ha sido pionero de sus desarrollos. De lo anterior, el recorrido argumentativo de las hipótesis anteriores puede seguir dos lógicas:

  • La primera encaminada a respondernos por lo malo o lo bueno, lo verdadero o lo falso, lo técnico o lo antitécnico de nuestras acciones como psicoterapeutas. Esta ruta se sustenta políticamente en la concepción del desarrollo y progreso de la humanidad y en la eficacia de la acción humana como asunto moral de la vida; esta primera versión está inscrita en el paradigma “pseudo-racional del homo sapiens faber”, según el cual la ciencia y la técnica asumen y cumplen con el desarrollo del hombre.
  • La segunda plantea la emergencia de las ideas y de los procesos humanos en general, es decir, la necesaria muerte y nacimiento de la metamorfosis humana, el reconocimiento de la finitud de la conciencia y la conciencia de la finitud, “la vida, la conciencia, el amor, la verdad, la belleza son efímeros; todo nace en la circunstancia, y todo lo que nace está condenado a la muerte” (Morín, 1999:, p.62). En síntesis, lo importante es el reconocimiento de la “eventualidad humana del saber”.

 

La vulnerabilidad de la naturaleza humana y la heurística de la fragilidad

Como se sabe, el mayor esfuerzo del enfoque sistémico, desde sus orígenes, fue plantear el carácter interaccional de los fenómenos humanos. En el marco de lo psicopatológico, la gran tarea ha estado en comprender el síntoma como símbolo interaccional, que permite estudiar las pautas que nos conectan y los órdenes significativos de sus historias.

Uno de los conceptos centrales del pensamiento de Bateson es la interconexión de todos los fenómenos y el consiguiente rechazo de la premisa occidental según la cual el sujeto cree que realiza sobre un objeto una acción “finalista”. Dicho en otras palabras, Bateson rechazó la hipótesis -o mejor la pretensión- de que una parte de un sistema puede ejercer influencia unidireccional sobre otra. En esta premisa se funda la idea de poder, que para Bateson se halla en el origen de muchos de los males de Occidente. La conciencia de la interacción entre los fenómenos le vino sugerida por el encuentro de la cibernética, pero también con el misticismo oriental, y asumió un claro y consciente valor ético (Valeria, 2001, p. 22).

La visión ecológica de Bateson anunció la renuncia del hombre “racional” como ser sobrenatural, dueño de la totalidad del ecosistema y profundamente convencido de su poder tecnológico para manipularlo; por el contrario, la versión batesoniana y sus posteriores desarrollos nos coloca en el terreno de seres vulnerables y partícipes de lo que él mismo llamó como: “La estructura moral y estética de la adaptación humana”. Al respecto, él anunció que con la palabra “moral” y la expresión “adaptación” se refería a los efectos del propósito conciente de la adaptación humana y cómo “ciertos tipos de miopía que ignoran las características sistémicas del hombre, de la sociedad humana y de los ecosistemas que la rodean, son malos cuando son incomplementados por la poderosa tecnología” (Bateson, 1993, p. 324).

Lo clave de estas hipótesis fundantes y sus posteriores desarrollos está en que permitieron la construcción de una “teoría de la acción terapéutica”. Esta teoría, o mejor aún esta “epistemología”, plantea la implicación del sistema terapéutico con los sistemas sociales más amplios y complejos. Así pues, los sistemas sociales involucrados en un programa terapéutico son a su vez una parte y un producto del sistema en construcción; coherentes con esta “ecología de la acción humana”, los desarrollos posteriores asumieron dicha “teoría de la acción” desde diversas posturas filosóficas y éticas. Señalemos algunas posibles versiones, los unos asumieron estos principios, en tanto imperativo categórico de tipo kantiano: los otros asumieron la visión de una ética compleja de tipo moriniano; algunos la asumieron bajo los principios de una moral nietzcheana y algunos más tomaron el rumbo de una perspectiva fenomenológica contextual del encuentro humano. Todas estas posturas concuerdan en reconocer a un sujeto humano sometido por los “avatares” de la complejidad socio-antropológicapolítica y cultural.

“Recordemos que, “avatar” es, en la mitología hindú, una encarnación. Para ser sujetos tenemos que encarnarnos en el orden simbólico: orden del metabolismo social, del intercambio de objetos, de sujetos y de mensajes. Uno para ser sujeto ha de ser sujetado por ese orden” (Ibáñez, 1994, p. 54); al reencarnarse en el orden interaccional simbólico, las acciones del sujeto quedan sometidas a un orden político y semiótico. “Por consiguiente, encontramos que un individuo aislado nunca puede “significar; se exige otro que complemente la acción y darle así una función en la relación. Comunicar es, por consiguiente, el privilegio de significar que otros conceden” (Gergen, 1996, p. 320).

En este orden de ideas, la psicoterapia como proceso interaccional y conversacional es un “acontecimiento” humano de carácter social donde las distinciones entre “el que sabe” y “el que no sabe” son relativas; y tales distinciones, en cambio, están definidas por la disposición a reconocer la “fragilidad” como observador-participante en un proceso que mutuamente nos transforma.

La verdadera realidad de la comunicación humana consiste en que el diálogo no impone la opinión de uno contra la de otro, ni agrega la opinión de uno a la de otro a modo de suma. El diálogo transforma una y otra. Un diálogo logrado hace que ya no se pueda recaer en el disenso que lo puso en marcha. La coincidencia que no es ya mi opinión ni la tuya, si no una interpretación común del mundo, posibilita la solidaridad moral y social” (Gadamer, 1998, p. 185).

Por experiencia personal sabemos que uno no puede ser solidario en una relación terapéutica, mientras no se disponga a participar en una relación comunicativa experiencialmente auténtica. Una postura de esta naturaleza es solo pósible si nos concebimos como personas frágiles y limitadas y asumimos el temor al “poder” que nos es concedido por la sociedad.

Uno de los libros que invitan a ser leídos con fascinación se llama Las siete leyes del caos, de John Briggs y F. David Peat (1999); en uno de sus relatos sobre experiencias cuentan cómo los antropólogos han descubierto que los indios Kung, Bosquimanos del desierto de Kalahari, en África, son muy conscientes del peligro que los individuos basen su identidad en el poder. Cuando un cazador Kung vuelve a casa con un rico botín para compartirlo, sus vecinos le reprochan el ofrecimiento en vez de agradecérselo. Y así lo explican:

Cuando un joven mata mucha caza, se cree que es un jefe o un gran hombre, y piensa en el resto de nosotros como sus sirvientes o sus inferiores. Y nosotros no podemos aceptar algo así, rechazamos al que se jacta, pues algún día ese orgullo le llevará a matar a alguien. Así pues, siempre hablamos de la carne que trae como algo que no vale nada. De ese modo se enfría su corazón y se vuelve gentil (Briggs y Peat, 1999, p. 48).

El relato anterior se puede tomar como una lección de vida e invita a recordar la frase de Montaigne, en la Apología de Raymond Sebonde, que dice: “La peste del hombre es la opinión del saber”. Ernt Von Glasersfeld la traduce como: “La peste del hombre es la pretensión del saber” (Elkaim, M. 1999, p. 46)

Los terapeutas sistémicos sabemos que la obsesión por el poder es sencillamente el síntoma de una paradoja de impotencia en las relaciones humanas. Creemos que esta paradoja nos conduce a una posición muy limitada para transformar nuestros dilemas y conflictos humanos; en este sentido, planteamos la necesidad de una “heurística de la fragilidad” en tanto que el concebirnos frágiles nos permite crear mecanismos y modos viables de recrear la vida cotidiana y de vigilar la posibilidad siempre presente de retornar al viejo mecanismo del poder técnico, mistificado en la Modernidad. La postura de fragilidad nos permite explicitar nuestra influencia y reconocerla en otros y de ahí poder generar nuestro porvenir como psicoterapeutas.

 

El nuevo papel del saber en lo moral en psicoterapia sistémica

Francisco Varela, destacado investigador en ciencias cognitivas, presenta en: El fenómeno de la vida (2000), cuatro pautas para el futuro de las ciencias cognitivas, las cuales permiten ver la necesidad de asumir una postura construccionista en los procesos del conocimiento:

  • Primera: el punto clave de la encarnación: la mente no está en la cabeza. La cognición está enactivamente encarnada en la co-determinación de lo interno/ externo.
  • Segunda: el punto clave de lo emergente: la mente ni existe ni no existe. La cognición es enactivamente emergente es la co-determinación de elementos neurales (locales) y sujeto cognitivo (global).
  • Tercera: el punto clave de la intersubjetividad: esta mente es esa mente: la cognición es generativa-mente enactiva en la codeterminación YO&– OTRO.
  • Cuarta: el punto clave de la circulación: la conciencia es un asunto público. La conciencia es ontológicamente compleja por la co-determinación de descripciones en primera y tercera personas.

El planteamiento de Varela (2000) apunta a reconocer la “indivisibilidad” entre el acto de conocer y vivir.

Dicho de otra manera, el fenómeno de la vida como un todo quiere decir, precisamente, que el acto de vivir precede a la explicación del origen de la vida sobre la tierra. Que el conocer precede a la comprensión de el conocer visto como mecanismo biológico y neural. Que la experiencia vivida es la base misma que la exploración científica de la conciencia (Varela, 2000, p. 200).

Los anteriores postulados nos permiten afirmar:

  • El futuro de las ciencias cognitivas y en general del estudio de los mecanismos de la inteligencia humana aseguran su porvenir al reconocer el fundamento de la experiencia, reafirmando el legado de Jean Piaget (1936): “No hay ningún conocimiento basado solamente en percepciones, porque éstas están siempre dirigidas y acompañadas por esquemas de acciones. El conocimiento proviene, por lo tanto, de la acción” (p. 86).
  • La mente es un fenómeno interaccional y su génesis y evolución están co-determinadas.
  • Vivir y conocer son dos dominios y momentos de un mismo proceso de la inteligencia, cuya complejidad requiere ser reconocida, evitando así el estudio de epifenómenos.
  • Las estructuras sensorio-motrices y en general los procesos operatorios de la inteligencia son estructuras encarnadas en la experiencia; las comprensiones conceptuales y el pensamiento racional son motivados por las estructuras experienciales.
  • La diferencia y la complementariedad de los procesos “saber cómo” (know how) y el “saber qué” (know what), que ya habían sido planteados por Dewey, son dominios claves en los procesos trasformacionales de estructuras mentales.
  • Un conocimiento como el propuesto por Varela en su tesis de la enacción (to enact), que significa traer a mano, hacer emerger, convoca a considerar la relación mente-cuerpo no como una ontología, sino como un proceso reflexivo de la mente incorporada a la vida cotidiana; es importante recordar la tradición de Merleau-Ponty al referirse a los conceptos de mundo y experiencia.

Las tesis anteriores permiten volver una vez más a la consigna de Heinz Von Foerster (1996) sobre el conocimiento: “La experiencia es la causa; el mundo es la consecuencia y la epistemología es la regla de transformación” (p. 98). Entonces, se trata de aproximarnos a una “teoría del conocer” que se fundamenta en un proceso “autorreferencial”, definido por el mismo Varela como “reflexibidad engendrada”. La experiencia nos invita a afirmar que este proceso es posible gracias a nuestra capacidad de “corporizar” la experiencia de manera “plena” y de abrir nuestras conciencias a los azares del devenir, abandonar, por así decirlo, la verdad objetiva y asumir la postura de “buscar/conocer” como un deseo de “comprender”. “Comprender” puede ser tomado en el sentido griego como “asombro”; es decir, una capacidad de asumir la incertidumbre como “ser&– en&–el&–mundo (Heidegger), interpretado como “estar en el mundo, estar en compañía de, situación, entender, conversar, apresar las propias posibilidades, anticiparse a sí mismo, cuidado, angustia , ser para la muerte, estar encarnado en la nada; en una palabra, temporalidad” (Hirschberger, 1980, p. 272). Entonces, se trata de entender que mi propio mirar tiene limitaciones y que mirarme a través del mirar del otro me permite conocer-conocerme; entendiendo conocer como “comprender”, es decir, “conocer al conocer”. Este tránsito es posible gracias a “permanecer abajo”, en la humildad de nuestra necesidad de seguir conociéndonos” (Estupiñan, 2003, p. 26).

En coherencia con la perspectiva “teórica del conocer” o mejor aún con la “teoría del comprender”, se puede hacer una aproximación al cómo hemos asumido los psicoterapeutas sistémicos esta disposición del conocer.

Uno de los fundadores del arte de la teoría familiar sistémica, Salvador Minuchin, al hablarnos de la tarea de acompañar procesos de entrenamiento con terapeutas nos narra:

Mi estilo de terapia cambió, mis respuestas rápidas enlentecieron y modifiqué la intensidad de mis encuentros. Hoy paso más tiempo escuchando y creando representaciones que realizando observaciones. Convierto la naturaleza de sus interacciones en algo visible para los miembros de la familia y muestro la disparidad entre el contenido de las interacciones y los mensajes que están enviando referentes a sus relaciones. Me empleo a mí mismo más plenamente en las respuestas personales a los miembros familiares. Comento sus consecuencias sobre mí y empleo tales efectos como una brújula que nos guíe hacia el entendimiento del impacto que los miembros de la familia ejercen sobre los otros y sobre sus visiones de sí mismos... la meta es indicar que la terapia es un proceso en el cual los terapeutas se emplean a sí mismos. Comienzo la supervisión pidiendo a los estudiantes que definan sus estilos (Minuchin, 1998, p. 100).

La primacía del “saber cómo” sobre el “saber qué” tiene una profunda connotación en la psicoterapia sistémica, en tanto el primero obedece a una ética de la responsabilidad de la acción y el segundo explica racionalmente el proceso en virtud de una ética racional de la verdad en la acción. El “saber cómo” se conquista tomando relativamente conciencia sobre nuestros modos de actuar; de esta manera, construimos el sentimiento ético en la relación y sin negar el segundo mecanismo: el de “por qué actuamos”. Así, el objetivo primordial es encontrar el sentido de nuestra acción inmediata, en razón a que, “como ya lo sabemos, el aprendizaje es circular: aprendemos lo que se supone que debemos ser para ser aceptados como aprendices” (Varela, 1996, p. 22).

De este modo, el incorporarnos, vivirnos, encarnarnos en el encuentro interaccional de manera concreta como criaturas humanas, sensibles y limitadas, con posibilidades y con razones para estar compartiendo un rol transitorio es una disposición necesaria para compartir el proceso comunicativo e interaccional en el que se funda la psicoterapia; por lo tanto, nos alejamos del juicio intencional, o juicio racional, y nos concentramos plenamente en la respuesta espontánea; es decir, nos situamos en el “aquí y el ahora” del encuentro. Este proceso así generado constituye para Bateson un acto creativo de la adaptación humana; para Varela, una mirada fenomenológica de la experiencia; para Ernt Von Glasersfeld, se trata de una “construcción de lo real” sin pretensiones de conocer el mundo que está fuera y sin negar su existencia; parafraseando a Piaget, J. (1936), es dejar que la “inteligencia organice el mundo, organizándose ella misma”.

En síntesis, en este proceso de carácter “autorreferencial generativo” “estamos forzados a abandonar la idea de que usted o yo o quien quiera que sea preexiste realmente. En cambio, emergemos, somos traídos al mundo por prácticas lingüísticas y no lingüísticas que constituyen a diario nuestra vida de hombres” (Maturana y Varela, 1980, p. 32).

Es un proceso modelizador de las “realidades humanas”, de cualidad relacional, lingüística y cultural, que requiere que todos despleguemos nuestras capacidades y estemos dispuestos a ser paridos en el seno de las relaciones. Esta sabiduría no es totalmente espontánea ni lo es totalmente racional; se trata entonces que nuestra inteligencia debe guiar nuestros actos, pero en forma tal que corresponda a la textura de las situaciones evitando codificaciones del procedimiento; para esto es preciso ganar experticia ética y estética y esto es posible si percibimos claramente e identificamos las correspondencias o afinidades contextuales; al fin y al cabo, la ética está en la acción “corporizada” que no necesita razones ni juicios para entender la solidaridad humana.

 

La visión relacional de la vida psicológica y mental de lo psicopatológico

El enfoque sistémico, así lo hemos venido sustentando, concibe la terapia no como auto-conocimiento, sino como conocimiento de la relación con el otro; aún más, es un conocimiento de la interacción. Por esta razón, el análisis del poder es un imperativo ético en la comprensión del sistema terapéutico.

En este contexto, la visión de un proceso relacional libera al sujeto de la mera representación parcial de la realidad fenoménica y lo sitúa en el plano del hombre social concreto; en este sentido, ubica al terapeuta como otro sistema social también concreto. Una perspectiva interaccional simbólica de la psicoterapia nos permite renunciar al solipsismo del yo individual y acudimos a la comprensión. De acuerdo con la literatura construccionista, dice Ugazio (2001), el self se entiende aquí como proceso. Esta acepción es de derivación meadiana. Para Mead (1934), citada por Ugazio (2001, p. 27), dentro del proceso que llamamos self es posible distinguir dos “momentos: el “mí” y el “yo”. El “mí” identifica la capacidad del sujeto de asumir el punto de vista y las expectativas de los demás. Equivale, por lo tanto, a la situación tal como es experimentada por el sujeto. Durante esta fase del proceso, cada uno de nosotros es capaz de “verse” a sí mismo de modo análogo a como lo ven los demás. El “yo” es, en cambio, la respuesta al “mí”. Este identifica la parte activa, propulsora e imprevisible del self, que tiene su punto de apoyo en la acción. Así “se es consciente de uno mismo y de lo que es la situación, pero el modo exacto como actuaremos jamás entra a formar parte de la experiencia si no es después de la ejecución de la acción” (p. 27). Éste es el motivo fundamental por el que el “yo” no se presenta en la experiencia del mismo modo que el “mí”. El “mí” representa una determinada organización que la comunidad da a nuestros comportamientos y que requiere una respuesta, pero la respuesta que tiene lugar es justamente algo casual. No existe ninguna certeza respecto a ella. Existe una necesidad moral, pero no una necesidad mecánica de la acción. Cuando ésta se realiza, sólo entonces sabemos qué es lo que se ha hecho (Mead, 1934).

De esta manera, la renuncia al yo cosificado y el reconocimiento de que sólo entonces el mundo y mi experiencia aparecen abiertos y necesitan ser explorados se constituye en una condición sin la cual no podemos ejercer la terapia sistémica.

En efecto, los estudios realizados en el marco de la psicoterapia sistémica dan cuenta de cómo muchos de los problemas tradicionales de la “psicopatológica” han sido redefinidos en la medida en que la autorreferencia del terapeuta se hace presente; por ejemplo, en relación con la violencia e identidad sexual, nos dice Peggy Pen (1998): “La identidad sexual es una propiedad orgánica de nuestra co-construcción de historias y, puesto que es también autorreferencial por el hecho de que somos sexuados, refuerza posiciones cibernéticas de segundo orden en el observador&–participante, a la vez para la familia y para nosotros” (p. 79).

Como podemos apreciar, la convocatoria a participar de la dinámica interaccional no es un asunto de voluntad del terapeuta, sino que es inherente al carácter social de los fenómenos psicopatológicos; es una ingenuidad asumir el rol de psicoterapeuta desde un marco finalista y funcional; de hecho, “las familias traen consigo a sus “ausentes” a la sesión… Pero, como todo individuo es irremplazable, el terapeuta queda confrontado con un doble mensaje: reemplace usted a nuestro ausente...pero sepa que él es único e irremplazable” (Goldbeter, 1998). He ahí la trama humana a la que estamos sometidos como terapeutas y a la que estamos convocados a participar.

Veamos otro ejemplo, el campo de los “conflictos psicóticos”. Helm Stierlin (1998) nos prescribe al respecto:

Podríamos decir que la persona catatónica tiene en su interior dos significaciones que amenazan con partirla en dos. En un nivel interaccional, esto quería decir: “mi interpretación se opone a la suya, pase lo que pase”. Pero lo que engendra una alta tensión de ambivalencia o conflicto puede engendrar también creatividad. Puedo posibilitar lo que Bateson denominó “transcontextualidad”: capacidad y voluntad de desplazar un contexto o de marcar este contexto de manera inhabitual (p. 82).

En síntesis, el arraigo social de la vida psicológica y su carácter interaccional se hace presente en el plano de la experiencia existencial y dramática de la vida; dado este carácter “psicosocial”, “ecológico” y “co-evolutivo” de la vida humana, nos permite renunciar a la categoría conceptual de la estructura del yo o, mejor aún, anunciamos su construcción metafórica y relativa en la experiencia escénica de las relaciones. Desde esta óptica, nos comprometemos con la comprensión de las ideologías, las creencias y los prejuicios como marcos referenciales del juego relacional, de los rituales, de las narrativas y de la interacción cotidiana que con todas sus vicisitudes vivimos como personas concretas.

Esta visión constructivista y construccionista de lo psicopatológico y de la psicoterapia nos invita a la indisociabilidad de lo psíquico, lo mental y lo espiritual, y a la indisociabilidad del sujeto observador con las realidades humanas concretas. De ahí la necesitad de incluir al observador en la observación, en todos los procesos de la intervención. Es claro, entonces, que el campo de lo “clínico” es redefinido en sus dimensiones contextuales y ecológicas y sus explicaciones estarán dadas por la simultaneidad, convergencia, contradicción y emergencia de los órdenes biológicos, psicológicos, socio-culturales y políticos. Por lo tanto:

De acuerdo con esto, para que una situación interaccional constituya un problema de salud mental, la persona debe definirla como tal en un contexto social que acepte esa definición. En otras palabras, una determinada conducta se convierte en psicopatológica cuando alguien afirma que constituye un problema de salud mental atribuyéndole cualidades de dolor, sufrimiento, falta de control o indesehabilidad, y así es aceptado en el dominio social en que se presenta( Maturana, 1996, p. 142).

Es legítimo entonces continuar nuestro camino por el mundo de la psicoterapia sistémica preguntándonos sobre ¿cuáles son las ideologías que subyacen a las teorías psicológicas que fundamentan los procesos psicoterapéuticos de enfoque sistémico?; y de manera más específica preguntarnos ¿cómo contribuimos, desde el enfoque sistémico a construir “teorías de acción” que hagan de la psicoterapia un escenario para proteger la vida y conservar la esperanza humana?

 

Referencias

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Recibido: Abril 28 de 2005
Revisado: Mayo 25 de 2005
Aceptado: Mayo 31 de 2005

 

 

* Correspondencia: jairoestupinan@correo.usta.edu.co

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