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Diversitas

versão impressa ISSN 1794-9998

Diversitas v.4 n.2 Bogotá dez. 2008

 

 

Subjetividad social, sujeto y representaciones sociales

 

Social subjectivity, subject and social representation

 

 

Fernando González Rey*

Centro Universitario de Brasilia, Brasil

 

 


RESUMEN

Este trabajo discute algunos de los retos concernientes al desarrollo de representaciones sociales en la Psicología actual. Al igual que con cualquier construcción teórica capaz de iluminar nuevos aspectos del pensamiento científico, el concepto de representaciones sociales se ha expandido a través de los autores que lo usan con diferentes bases teóricas y metodológicas. Se introduce en la discusión sobre las alternativas actuales para el desarrollo de la representación social el concepto de subjetividad, desde un punto de vista histórico cultural. Desde este marco, la subjetividad se redefine completamente y gana un nuevo significado como parte de un sistema teórico completamente nuevo. Partiendo desde esta definición, la subjetividad se entiende no como fenómenos exclusivamente individuales, sino como un aspecto importante de cualquier fenómeno social. El concepto de subjetividad social se discute en sus consecuencias para el desarrollo de la representación social. Esta discusión envuelve a la subjetividad social, al sujeto y a la representación social en un sistema complejo y dinámico.

Palabras clave: Representaciones sociales, Subjetividad social, Subjetividad individual, Emociones.


ABSTRACT

This paper discusses some of the challenges concerning development social representations in current psychology. As with any theoretical construction capable of shedding light on new aspects in scientific thought, the concept of social representation has expanded itself throughout authors who use it with different theoretical and methodological bases. The concept of subjectivity, from a historical cultural standpoint, is introduced in the discussion concerning the current alternatives for the development of social representation. From this framework, subjectivity is completely redefined, gaining a new meaning as part of a completely new theoretical system. Starting from this definition, subjectivity is understood not as exclusively individual phenomena, but as an important side of any social phenomena. The concept of social subjectivity is discussed in its consequences for the social representation’s development. This discussion involves social subjectivity, subject and social representation into a complex and dynamic system.

Keywords: Social representations, Social subjectivity, Individual subjectivity, Emotions.


 

 

Actualmente, las representaciones sociales constituyen un amplio campo teórico en el que se presentan diferentes aproximaciones teóricas y epistemológicas a este concepto. Como toda construcción teórica capaz de generar inteligibilidad sobre nuevos aspectos de la realidad en un campo científico, el concepto de representación social ganó legitimidad y se fue extendiendo a través de autores que comparten comprensiones diferentes de la Psicología, y que se orientan por representaciones diferentes sobre el propio conocimiento humano. En este sentido, el concepto de representación social, en la medida en que ganó fuerza y popularidad, fue asumido desde posiciones diferentes para legitimar investigaciones con objetivos también diferentes.

El propio concepto de representación social, como toda categoría científica, se ha ido modificado en el curso de su desarrollo, tanto por las reflexiones y contradicciones producidas por su propio uso, como por el impacto que sobre los autores han tenido las nuevas producciones teóricas y epistemológicas de las ciencias sociales de forma general. Esto ha hecho que la propia definición del concepto represente una dificultad, no por la pretensión de tener un referente cerrado y estático, sino por los propios elementos teóricos que implícita o explícitamente se han ido incorporando al propio concepto.

La extensión y la diversidad en el uso del concepto, así como la diversidad de posiciones epistemológicas y metodológicas que concurren de forma simultánea en las investigaciones relacionadas con este campo de investigación obligan a un momento de reflexión teórica y epistemológica que impida que el concepto se banalice con la extensión de una práctica que, con frecuencia, es independiente de las bases filosóficas, teóricas y epistemológicas que estuvieron al inicio de su aparición y que hoy en día están sirven de sustento de sus diferentes tendencias y desdoblamientos.

Moscovici y Markova (2006) a lo largo de su obra han reconocido como fuentes teóricas esenciales a Durkheim, Levy-Bruhl y Piaget. Sin embargo, en épocas más recientes (Moscovici, 2000a y b) han incorporado el pensamiento de Vygotsky, especialmente en los puntos de contacto de ese pensamiento con Levy-Bruhl y Piaget.

Piaget expresa un énfasis en procesos cognitivos, mientras Levy-Bruhl, quien también da más peso a lo cognitivo, afirma la inseparabilidad del intelecto de las emociones. Por su parte, Durkheim, fue un autor que reivindicó el carácter especifico de lo social y, a pesar de sus posiciones metodológicas positivistas, comprendió con más claridad la especificidad ontológica de lo mental. Moscovici (2000b) ha intentado definir el espacio de lo emocional en las creencias partiendo de esta consideración de Levy-Bruhl y en momentos anteriores definió el aspecto emocional de las representaciones en las actitudes.

En el presente trabajo pretendo integrar a la discusión sobre las representaciones sociales una visión de subjetividad que he venido trabajando en los últimos quince años y que tiene como fuente esencial el último periodo del trabajo de Vigotsky, el cual, en mi opinión, representó uno de los momentos de mayor diferencia de su obra con la de Piaget. El objetivo es, pues, presentar las representaciones sociales dentro de la articulación de la subjetividad social y la individual (González, 1993), defendiendo la importancia del sujeto en su carácter generador en los espacios sociales en que actúa.

Desde una perspectiva histórico-cultural, la subjetividad abre nuevas opciones para el desarrollo de las representaciones sociales y, sobre todo, permite una integración entre lo individual y lo social que, en mi opinión, no ha sido suficientemente desarrollada en la Psicología social hasta la actualidad.

 

Las bases para una comprensión diferente de la subjetividad en las Ciencias Sociales actualmente

La subjetividad ha representado uno de los temas que históricamente ha tenido un tratamiento más ambiguo en el campo de las Ciencias Sociales. Por una parte, se asocia de forma general a una concepción mentalista e individualista de carácter metafísico, e insistentemente se presenta como una reminiscencia de la filosofía moderna del sujeto. Sin embargo, en la modernidad básicamente se desarrollan los conceptos de cogito y conciencia, los cuales, por alguna razón, se van deslizando en el lenguaje, tanto del sentido común, como de la filosofía, hacía el concepto de subjetividad.

En la filosofía kantiana y en la hegeliana, la subjetividad es referida esencialmente a los procesos que, desde contenidos a priori del sujeto, significan las estructuras y procesos esenciales que caracterizan la producción del conocimiento, por lo tanto, lo subjetivo aparece mucho más como una referencia genérica para significar procesos del sujeto que conoce y construye, que como una definición ontológica particular de los fenómenos humanos. Por otra parte, el culto a lo objetivo en el desarrollo de la ciencia moderna, en especial después de la aparición del positivismo, generó una representación de la subjetividad, así como de la comunicación, como procesos de distorsión del saber objetivo, con lo cual lo subjetivo quedó encapsulado y "controlado" en el principio de la neutralidad que materializó en el positivismo la escisión sujeto-objeto en el campo del conocimiento.

Otra tendencia que contribuyó mucho al rechazo de los términos mentalistas, de los cuales la subjetividad representaba su máxima expresión, a pesar de no tener definiciones explícitas sobre ella, fue el giro lingüístico en la Filosofía, que está representado tanto por la Filosofía Analítica, muy implicada con el neo positivismo, así como con el pensamiento del último Wittgenstein, que ha sido uno de los pensadores más valorados en las corrientes neopragmáticas y posestructuralista, que tan fuertemente han marcado una de las vertientes de lo que muchos autores definen como pensamiento posmoderno.

Muy relacionado también con la fuerza que en el imaginario de las Ciencias Sociales hoy en día tienen las representaciones que han encarnado un pensar posmoderno, podemos asociar al rechazo que, de forma general, se ha extendido en relación con el tema de la subjetividad, con la posición centrada en la acción y la práctica defendida por el pragmatismo norteamericano. Sin embargo, como los conceptos no son entidades "congeladas", sino instrumentos de una producción intelectual que toman significados diferentes en sistemas diferentes de significación, es curioso que fue precisamente Dewey, uno de los autores que más tempranamente identificó la especificidad ontológica de lo subjetivo, a pesar de que no usó el término. Dicho autor escribió:

Hemos dicho ya que la experiencia humana se hace humana por la existencia de asociaciones y de recuerdos que son filtrados por la red de la imaginación de manera que responsan a las exigencias emotivas [...] Las cosas en que la imaginación pone mayor énfasis cuando remoldea la experiencia, son cosas que no tuvieron realidad (Dewey, 1986, pp. 125-126)

Apesar de que Dewey comprende la conciencia, al igual que James, como flujo en movimiento y no como una estructura interna, percibe con total claridad la particularidad cualitativa que define la experiencia humana, lo que marca un registro ontológico diferenciado en relación con otros procesos humanos. Es precisamente esa unidad simbólico-emocional, producida en el curso de la experiencia, la base ontológica de lo que definimos como subjetividad, la cual encontró un terreno fértil para su desarrollo en la Psicología en la parte final del trabajo de Vygotsky.

Algunos de los mayores críticos contemporáneos de la subjetividad, como Rorty (1995), continúan refiriendo el concepto a la forma que toma en la obra de Descartes, sobre todo, en la representación de la mente como arena interna y como sustancia no extensa. Claro que esas definiciones no tienen nada que ver con la forma en que Dewey se refirió en la cita anterior a un tipo de producción particularmente humana.

El propio Durkheim –autor muy citado, pero que sin duda ha sido poco leído por los psicólogos sociales– se representa la complejidad de lo mental en una dimensión que la Psicología social no ha rescatado, posiblemente por la influencia que G. Mead desarrolló sobre ella. Durkheim se representó las representaciones como constituyendo la unidad de lo mental, y definió la especificidad de lo mental en las relaciones entre funciones. En este sentido, Durkheim dió un importante paso de avance cuando definió la mente como sistema y comprendió las representaciones individuales articuladas en todo el tejido de lo mental. En relación con esto afirmó:

En efecto, toda representación, en el momento en que ella se produce, afecta, además de los órganos, al propio espíritu, o sea, las representaciones presentes y pasadas que lo constituyen, si al menos se admite con nosotros que las representaciones pasadas subsisten en nosotros. El cuadro que yo veo en este momento actúa de una forma determinada mis forma de ver, sobre mis aspiraciones, sobre mis deseos; la percepción que tengo de eso, es, por tanto, solidaria de esos diversos estados mentales (Durkheim, 2004, p. 26).

A diferencia de los autores del pragmatismo, Durkheim (2004) enfatizó una mente constituida por estados subjetivos y comprendió la representación dentro del funcionamiento de ese sistema. La mente es representada por Durkheim por procesos que son específicos en relación con los que caracterizan a otros sistemas que participan de su génesis, y se representa ese sistema como organizado en la historia de las personas, de ahí su énfasis en la integración entre representaciones presentes y pasadas.

Es increíble la forma en que un sociólogo en aquella época, marcado por la concepción de objeto que él mismo defiende, la cual delimita objetos diferentes por tipos de leyes diferentes, que es lo que animó a Durkheim a enfatizar la especificidad de la Sociología en relación con la Psicología, haya sido tan agudo en relación con la complejidad de su representación de lo mental. Esa complejidad con que se representa lo mental, tiene consecuencias epistemológicas que el propio autor no consigue desarrollar en el nivel metodológico. Él escribió (2004):

Nuestros juicios son a cada instante mutilados, desnaturalizados por juicios inconscientes; nosotros vemos solamente lo que nuestros preconceptos nos permiten ver, e ignoramos nuestros preconceptos [...] Cuantas veces inclusive existe un verdadero contraste entre el estado verdaderamente experimentado y la manera por la cual él aparece en la conciencia (pp. 29-30).

Ese pensamiento introdujo la necesidad de un tipo de conocimiento constructivo interpretativo que permita ir más allá de los límites de las representaciones conscientes, lo que hasta hoy en día no ha sido bien comprendido por muchos de los autores que estudian las representaciones sociales en el plano empírico. Considero que se impone una relectura de Durkheim en el campo de la Psicología Social, una verdadera reconstrucción de su pensamiento a la luz de una nueva representación teórica que, como la subjetividad, permite destacar aspectos de ese pensamiento que quedaron desconsiderados ante el impacto del pragmatismo en el camino de una Psicología Social sociológica.

Posteriormente, ya en la propia historia de la Psicología, el empirismo dominante en su temprano y hegemónico periodo norteamericano, que fue definido por Danziger (1990) como "metodolatría", y por Koch (1992) como una ciencia definida por la a-ontología y por el fetichismo metodológico; estos conceptos destacan el menosprecio que la Psicología ha tenido por la producción de pensamiento y por la hegemonía de una metodología de perfil instrumental y empírico, aspectos estrechamente relacionados con su aversión por el tema de la subjetividad. También el hecho de que las escuelas llamadas dinámicas, que desarrollaron importantes teorías psicológicas asociadas al campo de la clínica, en especial el psicoanálisis, pasaron la imagen de una comprensión de la subjetividad individual e intrapsíquica, lo cual condujo aún más a la asociación entre subjetividad y metafísica y al énfasis en la crítica del carácter mentalista de la subjetividad.

Por su parte, en la Psicología Social, ante el énfasis de una Psicología individualista, tanto en sus versiones comportamentales como dinámicas, y del desarrollo de una Psicología Social norteamericana centrada también en lo individual, se desarrolló una dirección de pensamiento identificada como Psicología Social Sociológica o como forma sociológica de la Psicología Social, a partir de los trabajos de George Mead (Moscovici, 1986; Farr, 1998). Esta Psicología Social Sociológica se reafirmó en contraposición a una Psicología Social Psicológica, lo que creó una escisión entre lo social y lo psicológico que, en mi opinión, influyó en la separación del tema de la subjetividad y del sujeto de la Psicología Social.

El término Psicología Social Psicológica o forma psicológica de la Psicología Social en la era moderna estimula una confusión, pues establece una diferencia entre una Psicología Social orientada a fenómenos propiamente sociales y una Psicología Social orientada a procesos psíquicos que se identifican en los individuos, cuando en realidad la llamada forma psicológica de Psicología Social no se está refiriendo a la psique, pues no existió en la Psicología moderna una elaboración teórica coherente y contundente sobre la psique en la Psicología, por lo que aquella Psicología Social de forma psicológica era realmente una Psicología Social de base individual- comportamental de orientación positivista. Como muy bien lo expresa Rosenberg (2003):

El esfuerzo pragmático de establecer una Psicología social integradora nunca fue completamente exitoso. En parte esto reflejó el fracaso en ofrecer una solución teórica completamente no reduccionista. Mead (1924-5; 1934) es un caso instructivo en este aspecto. Mead es muy bueno caracterizando la integración del individuo dentro del contexto social y la internalización de la perspectiva del otro en la construcción del self [...] Sin embargo, él es mucho más vago cuando elabora la naturaleza de las cualidades intrínsecas del individuo como agente y el impacto social que los individuos pueden tener (p. 429).

Las limitaciones señaladas por Rosenberg se extendieron a todas las formas psicológicas de la Psicología Social, entre las que está la teoría de las representaciones sociales. Esto se evidencia claramente en la siguiente afirmación de Fernández (1990):

Ya que los fenómenos sociales no están estrictamente dentro de los individuos, la explicación psicológica que de ellos se dé tampoco puede estarlo, y de ahí que se la coloque en el vínculo, nexo o interacción sociales, con énfasis en su instancia simbólica o subjetiva. Es por esto que la comunicación se convierte en el objeto de la psicosociología (p. 171).

La separación de lo individual y lo social no permite ver que la organización psíquica individual se desarrolla en la experiencia social e histórica de los individuos, y tampoco permite considerar cómo las acciones de los individuos, las que son inseparables de su producción subjetiva, tienen un impacto que, de hecho, se asocia a nuevos procesos de transformación de las formas de vida y organización social. Es precisamente en relación con este punto que la teoría de Vygotsky se diferencia radicalmente de la teoría de Mead: Vygotsky estaba esencialmente interesado en la elaboración de un nuevo concepto de mente desde una perspectiva histórico cultural. Sin embargo, esa dimensión de la obra de Vygotsky fue ocultada por el énfasis que sus traductores en los Estados Unidos pusieron en la acción y la mediación semiótica en su interpretación sobre la obra de Vygotsky, precisamente orientados por sus cosmovisiones más generales apoyadas en el pragmatismo.

Si se analiza de forma detenida la relación de la Psicología con el término subjetividad, se puede afirmar que éste siempre fue trabajado de forma indirecta y como un referente general para designar los aspectos intrapsíquicos de las personas, que se usó indistintamente con términos como conciencia, personalidad y otros. No ha habido en la historia de la Psicología moderna un trabajo teórico profundo orientado a definir lo subjetivo como una dimensión esencial de los procesos humanos, que se expresa tanto en el nivel de los procesos y de las organizaciones sociales, como en el nivel individual.

En una reflexión muy interesante sobre el uso de los conceptos Gadamer (2007) escribió:

Si continúo hablando de "conciencia" eso no es ninguna confesión de adhesión ni a Aristóteles ni a Hegel. Lo que está en cuestión aquí es saber que la conciencia no es ninguna res. No es necesario por tanto ninguna purificación de la terminología con la amputación de los conceptos "mentales". Así, por ejemplo, la conocida crítica de Wittgenstein a los conceptos "mentales" tenía su función argumentativa en dirección de la pragmática lingüística y de la desdogmatización de la Psicología. El propio Wittgenstein con todo no prescribe ningún lenguaje purificado. El contexto justifica el uso lingüístico (p. 95).

Pienso, como Gadamer, que los conceptos son parte de construcciones argumentativas. Yo preferiría decir de modelos teóricos que tienen como objetivo generar visibilidad sobre cuestiones susceptibles a ser desarrolladas en nuestras interacciones de diferente naturaleza con la realidad y con los otros. Es en este sentido que el concepto de subjetividad representa una opción productiva en un momento en que el reduccionismo discursivo- lingüístico dificulta modelos de inteligibilidad sobre ciertas cuestiones, entre ellas, la forma en que las diferentes formas de organización y los procesos de la vida social se expresan en la organización de cada espacio y forma de organización de esa vida social, y la forma en que esa intrincada red subjetivo social adquiere en la organización subjetiva de las personas concretas, quienes, a su vez, constituyen en su acción nuevos momentos de desarrollo del tejido social.

El propio Durkheim (2004) se representa de forma más dialéctica la articulación de lo social y lo individual, sobre la cual expresa:

Si se puede decir, en ciertos rasgos, que las representaciones colectivas son exteriores a las conciencias individuales, es que ellas no derivan de los individuos tomados aisladamente, sino de su concurso; lo que es bien diferente. Sin dudas, en la elaboración de un resultado común cada uno tiene su contribución; pero los sentidos privados se tornan sociales solamente al combinarse bajo la acción de fuerzas sui generis que la asociación desarrolla; como consecuencia de esas combinaciones y de las alteraciones mutuas que en ella se producen, ellas se convierten en otra cosa (p. 34).

Ese modelo de articulación entre lo individual y lo social que por primera vez se presenta con Durkheim, en el cual los individuos contribuyen de forma diferenciada con lo social, sólo que la producción social aparece como algo cualitativamente diferente que se organiza las relaciones, está en la base de mi propuesta de la relación entre la subjetividad social e individual, sólo que la presento a través de la categoría de sentido subjetivo, que permite desarrollar nuevos espacios de inteligibilidad en relación con el punto en el cual Durkheim dejó el problema.

En el camino de desarrollar el tema de la subjetividad en la Psicología, considero que la obra de Vygotsky representó un momento de particular importancia, y es a partir de ella que he venido desarrollando mis trabajos sobre la subjetividad desde una perspectiva histórico-cultural; en estos trabajos he vinculado de forma estrecha el desarrollo de la Psicología Social. Pienso que este tema podría enriquecer y fortalecer el desarrollo de las representaciones sociales en un momento en que el relativismo asociado a algunas de las posiciones del pensamiento posmoderno amenaza el compromiso ontológico de las representaciones sociales y parece intentar reducirlas a los espacios dialógicos inmediatos de las relaciones interpersonales compartidas.

 

La subjetividad en una perspectiva histórica y cultural

A pesar de que el enfoque histórico cultural fue compartido por las direcciones más importantes de desarrollo de la Psicología soviética, aparece esencialmente asociado a la figura de Vygotsky, tanto porque ése fue el término escogido por él para definir su propia teoría, como por el hecho de que Vygotsky ha sido analizado en la Psicología occidental separado del contexto de la Psicología soviética del que es parte inseparable.

La cuestión de la subjetividad no fue explícita en la Psicología soviética por el predominio de un imaginario materialista, el cual rompió con la dialéctica y que apareció como una verdadera metafísica de la objetividad. En ese contexto el tema de la subjetividad levantaba una fuerte sospecha de idealismo, lo que fue tremendamente perjudicial en el aprovechamiento del legado de los dos psicólogos más impactantes en la fundación de una nueva Psicología: Vygotsky y Rubinstein. Sin embargo, en la obra de ambos se encuentran importantes principios que conducen a una comprensión diferente de la psique en las condiciones de la cultura y que están comprometidos con una nueva comprensión de la mente humana, la cual está esencialmente asociada a la cuestión de la personalidad en diferentes momentos de la obra de ambos autores.

En Rubinstein el tema de la conciencia adquiere una nueva dimensión en relación con la forma en que había sido tratado hasta aquel momento en la Psicología. Cuando este autor presentó el principio de la unidad entre la actividad y la conciencia, esta propuesta superó la fuerte orientación metafísica que, de forma general, caracterizó el desarrollo de la conciencia tanto en la Psicología como en la filosofía modernas. No puedo detenerme en un análisis más exhaustivo de las formas en que se desarrolló la Psicología soviética, pues me apartaría de los objetivos del presente artículo, por lo cual me centraré en el desarrollo del concepto de sentido desarrollado por Vygotsky en la parte final de su obra, para así fundamentar a partir de él mi concepto de sentido subjetivo, sobre el cual he introducido de forma explícita el tema de la subjetividad dentro de este referente teórico.

La obra de Vygotsky, como la de cualquier actor creativo, no presenta apenas un momento, sino que expresa el movimiento de un pensamiento en desarrollo, que fue tomando varias formas en el curso de su vida. A partir de mis lecturas e interpretaciones de este autor, identifico tres momentos esenciales en su obra, con puntos de encuentro y continuidad entre sí, así como con importantes puntos de desencuentro y contradicción.

En la primera parte de su obra, Vygotsky se centró esencialmente en el estudio de niños portadores de diferentes tipos de deficiencia sensorial y mental. En ese momento de su obra Vygotsky atribuyó particular importancia a conceptos como personalidad y motivación, que tomaron nuevas formas en sus trabajos; asimismo, enfatizó la necesidad de analizar de forma integrada los procesos cognitivos y afectivos; esto se evidencia con fuerza tanto en su primer libro Psicología del arte, como en la recopilación de sus trabajos publicada bajo el título Fundamentos de defectología.

Posteriormente, en un segundo momento de su obra, Vygotsky pone el acento en la mediación semiótica y en el proceso de interiorización, en lo que representó quizás el mayor "giro objetivo" de su trabajo, pues en ese momento se centró en la analogía entre las funciones de las herramientas en la actividad con objetos y las funciones del signo en el nivel psicológico, por lo que se mantuvo más cerca del principio del reflejo que tenía fuerza tanto en la filosofía como en la Psicología soviética en aquel periodo histórico. Pensar que toda operación psíquica interna primero había sido externa fue una de sus expresiones más conocidas en este periodo; en mi opinión implicaba negar el carácter generador de lo interno y, por lo tanto, negar la subjetividad, pues las funciones psíquicas pasaban a ser un epifenómeno de las operaciones externas.

Fue en el último periodo de su obra –el cual pasó desapercibido por mucho tiempo para la Psicología soviética y que en la Psicología occidental no ha sido objeto de un análisis particular– que Vygotsky introdujo un concepto que, a pesar de no haberlo podido desarrollar en todas sus consecuencias para la Psicología y de no haber llegado a darle un "acabado teórico", representó una transformación en su representación más general sobre la psique, pues asociado a él aparece por primera vez en su obra el reconocimiento del carácter generador activo de la psique, lo que considero esencial para el desarrollo del nivel de lo subjetivo en los procesos psíquicos humanos.

Leontiev, hijo del prominente psicólogo soviético A.N. Leontiev (fundador de la Teoría de la Actividad en la Psicología soviética), fue el primer psicólogo soviético en presentar de forma integral la significación del último periodo del trabajo teórico de Vygotsky para la Psicología. En ese trabajo, afirma:

Hay muchas ideas teóricas en esos trabajos [se está refiriendo a los trabajos del último periodo de su vida], sin embargo, que no fueron tomadas por el grupo de Kharkov o fueron solo parcialmente aceptadas. Ellas también fueron percibidas con dificultad por los historiadores de Vygotsky y fueron deliberadamente ignoradas por sus críticos. La más importante de aquellas ideas fue la de sentido o campo de sentido" (Leontiev, 1992, p. 41).

Vygotsky presentó en corto tiempo diferentes definiciones de sentido, sin embargo, todas ellas van orientadas a concretizar su aspiración de una unidad de la psique, integrada de forma inseparable por procesos emocionales y cognitivos de procedencias diferentes. Vygotsky definió de forma explícita la categoría de sentido en pensamiento y lenguaje, en la cual presentó el sentido como:

[...] el agregado de todos los elementos psicológicos que emergen en nuestra conciencia como resultado de la palabra. El sentido es una formación dinámica fluida y compleja que tiene varias zonas que varían en su estabilidad. El significado es apenas una de esas zonas de sentido que la palabra adquiere en el contexto del habla (1987, pp. 275-276).

De esta cita, si consideramos la importancia que Vygotsky atribuye al concepto de unidad psicológica en su comprensión de la psique como sistema, se puede inferir que Vygotsky se orientó a la definición de un nuevo tipo de unidad de la vida psíquica, la que en este primer momento se asocia con la emergencia de los diferentes elementos psíquicos que aparecen en la conciencia con el uso de la palabra.

Al reconocer la emergencia de un conjunto de elementos psíquicos en la conciencia como resultado de la palabra, así como identificar el sentido como una formación dinámica, fluida y compleja, Vygotsky intentó buscar unidades de la vida psíquica que de forma simultánea se expresen y sean sensibles a la procesualidad del lenguaje, y que al mismo tiempo expresen una relativa estabilidad, lo que le permitió representarse esas nuevas unidades como parte del sistema de la vida psíquica humana, sólo que ese sistema no fue explícitamente desarrollado por él. Sin embargo, sería un sistema que se erigiría sobre un tipo totalmente diferente de unidad psíquica, esta vez formada en las relaciones de la persona a través del lenguaje.

El aspecto de sentido del habla, el aspecto interno completo del habla que está orientado a la personalidad no ha sido hasta tiempos muy recientes un territorio de la Psicología [...] El resultado ha sido que las relaciones entre el pensamiento y la palabra se han comprendido como constantes, relaciones eternas entre cosas, no como relaciones internas, dinámicas y móviles entre procesos (p. 28).

Con base en esta cita se puede observar que Vygotsky ya pone la cuestión del sentido dentro del concepto más completo y abarcador de personalidad, con lo que intentó aproximarse, a través de una categoría nueva, a campos que en la Psicología tradicional se mantuvieron separados, como el de la cognición y el afecto; así fundó una nueva Psicología de lo individual configurada en el curso de las relaciones sociales de la persona a través de instrumentos de la cultura, entre los que siempre destacó el lenguaje.

La forma más explícita en que Vygotsky caracterizó la dinámica compleja y generadora de la psique en estos trabajos de la parte final de su obra, fue en su trabajo K voprocu o psikhologii tvorchestva aktera cuya traducción sería Hacia la cuestión de la Psicología del actor creativo, en la cual señaló:

En el proceso de vida socioetal [...] las emociones entran en nuevas relaciones con otros elementos de la vida psíquica, nuevos sistemas aparecen, nuevos conjuntos de funciones psíquicas; unidades de un orden superior emergen, gobernadas por leyes especiales, dependencias mutuas, y formas especiales de conexión y movimiento (1984, p. 328).

La cita anterior expresa la forma más acabada en que Vygotsky presentó una definición generadora de la psique, que rompió con la idea de ésta como reflejo o como interiorización. De forma explícita el autor defendió en la cita mencionada cómo las emociones entran en nuevas relaciones con otros elementos de la vida psíquica, lo que lleva a la aparición de nuevas funciones y sistemas en la propia psique, fuera de cualquier tipo de relación inmediata con lo externo.

Vygotsky no consiguió articular esta nueva definición en un nuevo sistema de comprensión de la psique; sin embargo, las construcciones que consiguió desarrollar en torno a la categoría sentido representan un tema en abierto que debe llevar a diferentes construcciones en la Psicología. En mi trabajo específico decidí avanzar sobre una de las posibles consecuencias de su planteamiento en torno al sentido, y fue así como llegué a la categoría de sentido subjetivo, la cual se diferencia del sentido en Vygotsky, en los siguientes aspectos:

• El sentido subjetivo se define por la unidad inseparable de las emociones y de los procesos simbólicos. En esa unidad la presencia de uno de esos procesos evoca al otro sin ser su causa, lo que genera infinitos desdoblamientos y desarrollos propiamente subjetivos, que no tienen referentes objetivos inmediatos. Estos sentidos subjetivos se definen en torno a espacios simbólicos producidos culturalmente, como padre, madre, familia, raza, género, religión, valores, etc. En su definición de sentido, Vygotsky enfatizaba lo cognitivo, con lo que quedaban fuera, es decir, procesos como la imaginación y la fantasía y su definición de sentido estaban asociadas a la palabra, la cual es apenas uno de los procesos simbólicos que puede generar el desarrollo de los sentidos subjetivos.

• El sentido subjetivo está asociado de forma inseparable a las configuraciones subjetivas de la subjetividad individual; en consecuencia, no se puede analizar sólo de forma puntual en el curso de la expresión del lenguaje. El sentido subjetivo expresa las producciones simbólicas y emocionales, configuradas en las dimensiones histórica y social de las actividades humanas; sin embargo, éstas no expresan apenas el momento actual de un sistema de relaciones, sino la historia, tanto de las personas implicadas en un espacio social, como de ese espacio social en su articulación con otros. De esa forma, el sentido subjetivo fundamenta una definición de subjetividad, que no se restringe a los procesos y a las formas de organización de la subjetividad individual, sino que implica la definición de una subjetividad social (González Rey, 1993). El concepto de sentido en Vygotsky se definía sólo en la psique individual.

• El sentido subjetivo aparece como una producción psicológica que no es lineal ni directa en relación con el carácter objetivo de la experiencia. El sentido subjetivo se produce por los efectos colaterales y por las consecuencias de acciones y de relaciones simultáneas de la persona en sus espacios de vida social. Así, por ejemplo, el sentido subjetivo de género en una mujer concreta, puede pasar por el cariño que siente hacia su padre, la forma en que siente la diferencia del trato de su madre hacia ella y su hermana, las experiencias puntuales que tuvo con colegas de diferentes sexos en la escuela, su capacidad física y las formas en que socializó su dimensión corporal, entre muchos otros aspectos, que en cada persona forman una verdadera red que sólo se puede conocer a través de las configuraciones subjetivas de cada persona concreta. No existen invariantes universales que estén en la base de la producción de sentidos subjetivos, ellos se forman de manera diferenciada en la vida social, a través de la historia y los contextos actuales de esa vida social.

A partir de la introducción del concepto de sentido subjetivo, es posible una representación de la subjetividad en la que lo social y lo individual aparecen asociados de forma inseparable en su nivel subjetivo. Esta definición de subjetividad representa la especificidad de los procesos psíquicos humanos en las condiciones de la cultura. La organización de las configuraciones subjetivas individuales representa una verdadera producción sobre una experiencia vivida, en la cual el estado actual del sistema, el contexto y los desdoblamientos de la acción de la persona son inseparables. Las configuraciones subjetivas representan sistemas dinámicos y en desarrollo, pero que expresan la organización de la subjetividad en su devenir histórico.

Todo el material simbólico y emocional que constituye los sentidos subjetivos se produce en la experiencia de vida de la personas, pero no como operaciones que se interiorizan, sino como producciones que resultan de la confrontación e interrelación entre las configuraciones subjetivas de los sujetos individuales implicados en un campo de actividad social y los sentidos subjetivos que emergen de las acciones y procesos vividos por esos sujetos en esos espacios, que son inseparables de las configuraciones de la subjetividad social en la cual cada espacio de vida social está integrado.

 

La subjetividad social

Desde la perspectiva histórica-cultural González Rey (1993, 1995, 1997, 2001, 2002, 2004), partiendo del concepto de sentido en Vygotsky, propone la categoría de sentido subjetivo, que representa, a diferencia de la categoría de sentido, una unidad simbólico-emocional que se organiza en la experiencia social de la persona, en la cual la emergencia de una emoción estimula una expresión simbólica y viceversa, en un proceso en que se definen complejas configuraciones subjetivas sobre lo vivido, que representan verdaderas producciones subjetivas, en las cuales la experiencia vivida es inseparable de la configuración subjetiva de quien las vive. Los sentidos subjetivos no son exclusivos de las experiencias individuales, sino que caracterizan las relaciones diferenciadas que ocurren en los diferentes espacios de vida social del sujeto.

La subjetividad social es la forma en que se integran sentidos subjetivos y configuraciones subjetivas de diferentes espacios sociales, formando un verdadero sistema en el cual lo que ocurre en cada espacio social concreto, como familia, escuela, grupo informal, etc. está alimentado por producciones subjetivas de otros espacios sociales. Así, por ejemplo, los conflictos que se presentan en la familia están configurados no sólo por las relaciones concretas de las personas en la familia, como pensaban algunos de los autores sistémicos en los primeros enfoques de la terapia familiar. La organización subjetiva de esos conflictos en la familia expresa sentidos subjetivos en los que participan emociones y procesos simbólicos configurados en la subjetividad individual de las personas a partir de su acción en otros espacios de la subjetividad social. Desde esta perspectiva, las personas son verdaderos sistemas portadores, en su subjetividad individual, de los efectos colaterales y las contradicciones de otros espacios de la subjetividad social.

Un niño en el aula produce sentidos subjetivos asociados no sólo al curso de sus relaciones inmediatas en la escuela, pues ellas son inseparables, en su dimensión subjetiva, de emociones y procesos simbólicos procedentes de su condición racial, de género, de la clase social a la que pertenece, etc. Estos aspectos no se definen por el lugar social de una clase o de un tipo de género, sino por las producciones subjetivas diferenciadas de las personas en relación con esas definiciones simbólicas en sus prácticas culturales. Un niña sufre de discriminación, y esa discriminación en el nivel de sentido subjetivo se puede expresar en tener fuerza, no dejarse vencer, usar públicamente los símbolos de su raza, ser solidaria, etc., sin embargo, la misma situación puede llevar a proceso subjetivos totalmente diferentes en otra niña de la misma edad y del mismo barrio. En esas experiencias diferentes entran en juego sentidos subjetivos diferenciados a partir de las configuraciones subjetivas que se desarrollan por una historia diferenciada.

En la subjetividad social toman forma subjetiva una multiplicidad de efectos y de contradicciones de todas las esferas de la vida social, que resultan inaccesibles en su apariencia social. Dicha subjetividad integra, en las producciones subjetivas de cada espacio social concreto, una miscelánea de procesos subjetivos que tienen su génesis en otros espacios de la vida social. Lo que es interesante es que la persona es la portadora de esos procesos subjetivos en su tránsito simultáneo por múltiples espacios sociales. La persona es un sistema complejo en los múltiples sistemas sociales en que actúa.

La subjetividad social no es una instancia supraindividual que existe más allá de las personas, es un sistema de sentidos subjetivos y configuraciones subjetivas que se instala en los sistemas de relaciones sociales y que se actualiza en los patrones y sentidos subjetivos que caracterizan las relaciones entre personas que comparten un mismo espacio social. Sin embargo, esa producción subjetiva no se formó apenas por la forma en que espontáneamente esas relaciones se organizaron en el curso del tiempo, sino en torno a sentidos subjetivos, los cuales, a su vez, están configurados en torno a relaciones de poder, códigos y valores dominantes en esos espacios sociales, que penetran de diferentes formas en los sistemas de relaciones.

 

La subjetividad y las representaciones sociales

Como expresé en la introducción, la teoría de las representaciones sociales, una vez que se institucionalizó, se extendió como elemento legitimador de investigaciones desarrolladas desde diferentes posiciones teóricas y epistemológicas. Esto ha traído como consecuencia que coexistan en la literatura diferentes aproximaciones al estudio de las representaciones, lo cual es legítimo, siempre y cuando se mantengan algunos elementos teóricos y epistemológicos que están en la base del valor heurístico de este concepto.

No hay dudas de que la categoría de representación social siempre se organizó a través de una terminología socio-cognitiva, como conocimiento compartido, sentido común y creencias; sin embargo, Moscovici (2000a) ha sido consciente de que las representaciones se organizan de una forma compleja que no es asequible a la descripción inmediata, ni a las representaciones directas de las personas, constituyendo la base inconsciente de las posiciones socialmente asumidas por las personas. En este sentido, desde mi punto de vista, las representaciones sociales representan una producción de la subjetividad social capaz de integrar sentidos y configuraciones subjetivas que se desarrollan dentro de la multiplicidad de discursos, consecuencias y efectos colaterales de un orden social con diferentes niveles simultáneos de organización y con procesos en desarrollo que no siempre van en la dirección de las formas hegemónicas de institucionalización social.

Tanto en la versión de subjetividad que defiendo en este trabajo, como en la teoría de las representaciones sociales, el comportamiento individual no es el resultado de una racionalidad situada en el individuo; no obstante, existe una diferencia en la forma de ver el asunto. Para la teoría de las representaciones sociales el conocimiento es una producción social que se instala de forma inconsciente en los individuos, orientando sus prácticas cotidianas y la producción del sentido común, mientras que, desde mi punto de vista, el conocimiento es una producción subjetiva, que no sólo aparece como una construcción intelectual que se apoya en cierto sistema de informaciones, sino que también expresa formas simbólico-emocionales que tienen que ver con la configuración subjetiva de quienes viven una determinada experiencia.

Es así como Wagner (1996) expresa un excelente ejemplo de cómo se constituye una representación social en la ontogénesis:

Exactamente como las personas en el mundo adulto, los niños implicados en el juego espontáneamente entran en un mundo tipificado de género. Ellos no reflexionan sobre qué juego o juguete es masculino o femenino, tampoco actúan intencionalmente para hacer su mundo tipificado de género, ellos simplemente lo hacen. En el momento en que ellos comienzan a ser tragados "por la representación de género, ellos adecuadamente reconstruyen su mundo en sus palabras, preferencias por juguetes y uso del cuerpo en términos de su representación" (p. 112).

Este bonito ejemplo de cómo las cosas que están impregnadas en los objetos por sistemas de creencias y conocimientos –como expresa Moscovici– se convierten en una representación activando otros procesos explícitos e intencionales del niño, va a variar en cada niño según otros aspectos de sentido subjetivo configurados en sus vidas, así, por ejemplo, las emociones y formas simbólicas de esas definiciones de género no serán iguales en niños con relaciones de identificación diferentes con sus padres; en niños orientados más a la acción que a las actividades de relación; en niños que tienen rivalidades acentuadas con sus hermanos y los que no las tienen, sin hacer de estas características ningún determinante universal con respecto a la producción subjetiva de las representaciones sociales en cada niño concreto, sino ejemplificando con ellas, la producción subjetiva diferenciada que necesariamente estará asociada con diferentes experiencias vividas. Independientemente de que todos los niños compartan los códigos de género en sus actividades, el sentido subjetivo que estas actividades tendrán para ellos será diferente, y cuando estas diferencias aparezcan con fuerza en sus actividades, sin duda, las representaciones sociales sufrirán un impacto que marcará la diferencia de esas representaciones de un grupo a otro.

En mi opinión, las representaciones sociales constituyen producciones simbólico-emocionales compartidas, que se expresan de forma diferenciada en la subjetividad individual, y desde ahí representan una importante fuente de sentido subjetivo de toda producción humana, aunque no determine esa producción, pues tanto los sujetos individuales en sus múltiples producciones subjetivas en los espacios de relación y los climas sociales en que se desarrollan, como los propios espacios sociales en que la acción humana tiene lugar, representan momentos activos de una producción subjetiva que, en su procesualidad, es parte inseparable de la producción del conocimiento social.

En relación con ese carácter social de las bases del comportamiento individual Moscovici (2000a) afirma: "Entonces, aunque uno pueda desaprobar esta forma de hablar, no existe tal cosa, estrictamente hablando, de una individualidad racional, lo cual representa la ruina de una de las creencias más extendidas" (p. 131). Esta afirmación rompe la posibilidad de estudiar las representaciones sociales a través de opiniones individuales mediante cuestionarios, que están apoyados en respuestas conscientes y directas, tendencia metodológica dominante en el estudio de las representaciones sociales, que Moscovici (2005) y Moscovici y Markova (2006) han venido analizando de forma crítica con particular insistencia en algunos de sus últimos trabajos.

La consideración de las representaciones sociales como una producción subjetiva ha sido particularmente explícita por Moscovici en algunos de sus trabajos de los últimos diez años. En relación con este aspecto el autor (2000a) expresa:

Como argumenté en el primer esbozo de nuestra teoría, en relación con el psicoanálisis (1961; 1976), no es más apropiado considerar la representación como una réplica del mundo o un reflejo de él, no sólo porque esta concepción positivista es la fuente de numerosas dificultades, sino también porque las representaciones evocan lo que está ausente de ese mundo, ellas forman el mundo, más de lo que el mundo las estimulan a ellas. Cuando nosotros preguntamos ¿de qué objetos nuestros mundo está hecho? Nosotros debemos preguntarnos a su vez, ¿dentro de qué representación?, antes de responder. Esto quiere decir que las representaciones compartidas, su lenguaje, penetran tan profundamente dentro de todos los intersticios dentro de lo que nosotros llamamos realidad que nosotros podemos decir ellas constituyen la realidad (p. 154).

Lo anterior tiene una extraordinaria significación teórica y epistemológica. Por una parte, las representaciones sociales son una construcción humana, pero una construcción con un fuerte significado ontológico, pues ellas representan los referentes de las prácticas sociales, del conocimiento y de los sistemas de acciones. En este sentido, las representaciones sociales constituyen una de las "materias primas" esenciales de la cultura y pasan a ser objetivadas en los múltiples códigos, normas, valores, monumentos, organizaciones urbanas, de transporte, etc., en que la cultura se expresa y se constituye en "el mundo" de quienes viven en ella.

Lo anterior también tiene importantes consecuencias epistemológicas. La ciencia opera en sistemas de representaciones sociales compartidas, en lo que Kuhn definió como paradigma. Por lo tanto, el desarrollo de la ciencia se orienta a producir una inteligibilidad en la que se sustenta el campo representacional de una teoría. Sólo que ese campo, como cualquier otro campo de prácticas humanas, se orienta a generar un conocimiento que pueda legitimar las acciones humanas en los diferentes dominios de la cultura. En el caso de la ciencia, ésta es particularmente cuidadosa en este aspecto, lo que se expresa en su sistema epistemo-metodológico.

Si bien Moscovici reconoce que las representaciones son una producción humana, y en este sentido subjetiva, él continúa usando el término subjetividad como algo general, referido más a su aspecto cognitivo-simbólico y no deja clara su comprensión sobre lo subjetivo. Por la misma tradición en que la teoría de las representaciones sociales se inscribe, tiene dificultad para organizar la definición propiamente psicológica de lo que es una representación, a causa de ello Moscovici usa categorías de una Psicología mucho más tradicional, que no juega con la originalidad de su trabajo, precisamente porque para referirse a ciertas cuestiones que, de hecho implican la psique y al individuo, no tiene referentes conceptuales mejores para fundamentar su posición. De ahí el uso que hace de términos como creencias, actitudes, normas, conocimiento y otros, que toma de una taxonomía que no es la más avanzada Psicología.

En relación con el tema de las emociones, el cual, en mi opinión, representa una de las dificultades actuales en el desarrollo de la teoría de las representaciones sociales, Moscovici (2000a) expresa:

Nosotros no debemos dudar entonces, en tratar las representaciones como construcciones intelectuales del pensamiento, mientras relacionamos ellas a emociones colectivas que las acompañan o a las cuales ellas activan [...] Si uno examina las representaciones como un todo ellas deben aparecer como continuas e internas a ambas, sociedad y realidad, y no como su doble o su reflejo. En este sentido una representación es al mismo tiempo ambas, una imagen y una textura de la cosa imaginada, la cual representa no sólo el sentido de las cosas que coexisten sino que completa los espacios que son invisibles o ausentes desde esas cosas (p. 133).

El énfasis en el carácter simbólico-cognitivo de las representaciones sociales es evidente en estas citas. Primero, en la afirmación de que las representaciones son construcciones del pensamiento, en las cuales las emociones aparecen sólo como "emociones colectivas que las acompañan o a las cuales ellas activan". Es decir, las emociones son externas a la propia representación, no están implicadas con la representación; sólo le acompañan como emociones sociales ya existentes o que son provocadas por ellas. La referencia mayor que Moscovici usa para designar la emoción en las representaciones sociales es la inseparabilidad, atribuida por Levi-Bruhl a las emociones y a la cognición en las creencias. Sin embargo, la creencia es esencialmente una producción intelectual, aunque le sea atribuida una significación emocional. Por otro lado, en la cita anterior el autor destaca la aparición simultánea de las representaciones en la sociedad y la realidad, ignorando completamente al individuo, en lo que representa un paso atrás en relación con el propio Durkheim.

Desde una perspectiva histórico-cultural –como fue presentada antes–, considero que la teoría de la subjetividad permite avanzar sobre dos cuestiones que, de forma general, representan desafíos actuales para el desarrollo de la teoría de las representaciones sociales. Una sería facilitar una comprensión más articulada de las emociones en las representaciones sociales, asociando las emociones a los sentidos subjetivos, en lugar de verlas como "elementos sueltos" que están en un social poco especificado. Por estar asociadas al sentido subjetivo las emociones se convierten en un aspecto central que alimenta a las representaciones sociales desde procesos subjetivos implicados con esferas diferentes de la subjetividad social, lo que desde mi punto de vista aumenta el valor heurístico de las representaciones para el conocimiento de lo social. La otra cuestión sobre la cual el tema de la subjetividad permitiría avanzar es el lugar del sujeto en la producción de las representaciones sociales, lo que facilita una nueva comprensión de la relación entre lo social y lo individual.

Lo anterior ha sido ajeno a otros autores. Verheggen y Baerveldt (2007) escriben:

Como debe estar claro por ahora, "las ideas compartidas" no pueden ser el origen de la conducta socio-cultural, porque estrictamente hablando ellas no existen de otra forma que no sea en los ojos del observador. Lo que nosotros en cambio debemos entender es como los sentimientos y acciones se orquestan y se coordinan de forma tal que las personas aparecen compartiendo el mismo repertorio (p. 13).

Sin duda, la construcción intelectual en sí no explica el comportamiento de las personas, por esta razón, Levy-Bruhl enfatizó la unidad de las emociones y de los procesos cognitivos en las creencias; sin embargo, ver la emoción sólo como momento de un significado o una producción intelectual tampoco resuelve el problema; se debe entender su carácter generador, que está asociado con la relación inseparable de la emoción y lo simbólico que toma una forma posible para su construcción teórica en la categoría de sentido subjetivo.

Las emociones son inseparables de toda producción subjetiva humana, en este sentido son constituyentes de las propias representaciones sociales. Una representación social siempre está comprometida emocionalmente, lo que no se puede atribuir apenas a las emociones implicadas con las creencias asociadas a la representación; esto reduciría la presencia de las emociones a un aspecto intelectual demasiado estrecho en comparación con la multiplicidad de emociones diferentes que se integran en la definición de una representación social.

Por ejemplo, la representación social que durante tanto tiempo fue hegemónica sobre la homosexualidad en la cultura occidental es portadora de sentidos subjetivos diferenciados que pueden estar asociados a normas y a valores morales con orígenes diversos, como podrían ser las posiciones de la iglesia, con el imaginario todavía activo de una sociedad patriarcal y machista. Pero, también podría estar integrado por sentidos subjetivos presentes en un discurso de género, en el que la homosexualidad femenina es más deplorable e intolerable que la masculina, y ésta es rechazada de forma particular, por la debilidad que representa la expresión de lo femenino en el hombre. Asimismo, esa representación podría estar alimentada por la intolerancia a lo diferente y a la hegemonía de un credo centrado en lo verdadero de forma universal, lo que podría sustentar que, con independencia de los valores, toda estructura autocrática a lo largo de la historia ha perseguido a los homosexuales.

Los sentidos subjetivos asociados a las representaciones sociales no van a aparecer como elementos comunes en las representaciones sociales, pues aunque ellos tienen una expresión hegemónica en la subjetividad social, los sujetos individuales producen diferentes sentidos subjetivos en relación con ellos, y así pasan a enriquecer el valor emocional de las representaciones sociales a través de las prácticas compartidas, en las que ellos participan de forma diferenciada, incluyendo momentos de contradicción y de ruptura de las propias representaciones sociales que mediatizan esas prácticas. Las representaciones sociales no se pueden ver como un a priori que antecede los campos de relaciones entre las personas; éstas son un a priori en tanto formas dominantes de un espacio de subjetividad social institucionalizado, pero, a su vez, se modifican en el curso de las relaciones que ocurren en esos espacios

El fuerte rechazo al individuo en el imaginario de la Psicología Social Sociológica llevó a su desconsideración en la teoría de las representaciones sociales. El individuo en la comprensión comportamental descriptiva en que fue tratado en toda la Psicología norteamericana de base comportamental, en realidad tiene poco que ver con la idea de sociedad y de producción psicológica social que está en la base de la teoría de las representaciones sociales; sin embargo, el individuo como sujeto productor de sentidos subjetivos y de espacios propios de subjetivación en los diferentes momentos de su vida social es un elemento inseparable para la comprensión del carácter subjetivo de las representaciones sociales. Ese individuo aparece como portador de una subjetividad de base histórico-social, que está representando un momento inseparable de la producción subjetiva de todo espacio social

La representación social constituye un campo simbólico dominante de la vida social, con base en la cual se instituyen diferentes procesos de organización social y de socialización, lo que configura sentidos subjetivos que se organizan de forma diferenciada en la subjetividad individual, a través de las relaciones entre las personas. La subjetividad diferenciada de los sujetos que comparten actividades mediadas por las representaciones sociales va a alimentar subjetivamente, y de diversas formas las prácticas sociales compartidas en ese espacio. La diferente emocionalidad con que los individuos se implican en sus relaciones dentro de los espacios de representaciones sociales en que se organizan sus prácticas cotidianas va a ser inseparable de los sentidos subjetivos en que se produzcan esas prácticas; estos sentidos influirán de forma decisiva en el valor emocional de un campo de representación social.

La significación emocional de las representaciones sociales toma formas diferenciadas en los campos de actuación que se constituyen en torno a éstas. Es imposible atribuir una emocionalidad inherente a la representación social fuera del campo de relación definido sobre ésta. Si hiciéramos eso estaríamos corriendo el riesgo de convertir la representación en una entidad despersonalizada y desubjetivada. Sin embargo, con frecuencia cuando se estudian las representaciones sociales por cuestionarios que, en el fondo, lo que están evaluando son apenas opiniones individuales y conscientes, de hecho, lo emocional queda excluido a partir de la propia definición metodológica asumida, así como también aquellos comportamientos simbólicos que no se expresan de forma explícita en las palabras.

Es imposible estudiar las representaciones sociales en un espacio compartido de acción, sea institucionalizado o no, omitiendo a los sujetos, quienes representan un momento activo de contradicción, resistencia y cambio en estos espacios. Sin la comprensión de esa dinámica sería muy difícil estudiar las representaciones sociales en la complejidad real que tienen. Paradójicamente, los sujetos individuales son responsables por el carácter abarcador de las representaciones sociales, como una de las vías privilegiadas de expresión de la subjetividad social. Los sujetos individuales son los portadores de sentidos subjetivos diferenciados, los cuales, viniendo de otros espacios de la subjetividad social, se integran al curso de las actividades en que las representaciones sociales dominantes aparecen en cada espacio social.

Por ejemplo, la representación social de Dios en una familia religiosa puede sufrir modificaciones cuando una hija querida e influyente en la subjetividad social familiar, estudia una carrera de Ciencias Sociales y trae a su familia de forma permanente, consciente e inconsciente, directa e indirecta, discusiones, reflexiones y consideraciones que en el ámbito de las relaciones familiares facilitan nuevos procesos de subjetivación y nuevas formas de acción que, de forma imperceptible, modifican la propia representación social que está fuertemente presente en la vida familiar.

La ausencia de una categoría que le permitiera a Moscovici comprender de forma simultánea lo social y lo individual como momentos de un mismo sistema, que tiene apenas configuraciones diferentes desde las cuales uno de esos sistemas influye permanentemente en la estructura y el desarrollo del otro, hace que el autor enfatice la contribución del otro sobre el individuo, sin percibir cómo las producciones del individuo pasan a ser un momento del otro y del propio escenario social en que ambos se relacionan. Eso se evidencia cuando Moscovici (2000a) argumenta:

Nosotros no tenemos razón para excluir totalmente las experiencias y las percepciones individuales. Pero, con toda justicia, nosotros debemos recordar que prácticamente todo lo que una persona conoce, ella lo ha aprendido de otro, sea a través de sus relatos, o a través del lenguaje, el cual es adquirido, o de los objetos que son usados [...] Las ideas y creencias que capacitan a las personas para vivir están encarnadas en estructuras específicas (clanes, iglesias, movimientos sociales, familias, clubes, etc.) y son adoptadas por los individuos que son parte de ellas. El significado que ellas comunican y las obligaciones que ellas reconocen son profundamente incorporadas en sus acciones y ejercen un constreñimiento que se extiende a todos los miembros de una comunidad. (pp. 126-127).

Precisamente, por no disponer de una concepción de la subjetividad individual que le permita comprender que el individuo no sólo aprende lo que está "fuera" de él, como si fuera una importación, o una interiorización, sino también que él construye sobre las experiencias de vida a partir de sus propios recursos, entre ellos los de la fantasía y la imaginación, que son parte inseparable de sus sentidos subjetivos y que han estado muy ausentes del tema del aprendizaje, precisamente, por el desconocimiento del carácter subjetivo de esta función. Aprender no es apenas un proceso intelectual, sino un proceso subjetivo que integra sentidos subjetivos muy diversos, que se activan y organizan en el curso de la experiencia de aprender. De igual forma, las ideas y creencias que capacitan a las personas para vivir no son adoptadas por las personas en la forma en que ellas están encarnadas en las estructuras sociales, sino que se transforman en sentidos subjetivos con consecuencias simbólico-emocionales diferenciadas para cada persona. Sin entender esto, no se podría entender ni el cambio social ni la disidencia, temas desarrollados en profundidad por el propio autor, en particular en su trabajo sobre las minorías.

El concepto de subjetividad social permite analizar las representaciones sociales como una producción subjetiva en ese sistema, pero la subjetividad social no se agota en ellas, aunque las representaciones sociales representen una forma privilegiada para su estudio. La cuestión no es ver la representación asociada a determinado objeto, sino entender por qué ese objeto es vivido de esa forma en las relaciones sociales. Las representaciones sociales tienen diferentes formas de expresión y organización. Como mostró Jodelet (2005) en su trabajo sobre la locura, la representación social de la locura se expresaba esencialmente en prácticas simbólicas que no aparecían definidas en el lenguaje de las personas.

En estructuras de poder autoritarias las representaciones sociales se expresan en prácticas compartidas que están lejos de las representaciones conscientes que las personas tienen de sí, e incluso de aquéllas que expresan verbalmente. Las representaciones sociales tienen un compromiso ontológico que no puede ser reducido a los procesos de comunicación contextuales que se producen en un espacio social. Ellas aparecen, se desarrollan y cambian en la producción subjetiva diferenciada de los sujetos que comparten sus prácticas sociales en espacios delimitados por las representaciones, así como en los procesos de relación social que se organizan en torno a los diferentes tipos de prácticas sociales. Las representaciones sociales tienen una organización que está más allá de los espacios presentes de relaciones entre las personas y, a su vez, aparecen como parte inseparable de esas relaciones, en el curso de las cuales las propias representaciones se modifican.

Cuando se quieren reducir las representaciones sociales a los momentos discursivos actuales de un espacio de relación, se debilita su compromiso ontológico con el sistema de la subjetividad social del que forman parte. Los procesos subjetivos humanos son parte inseparable de los diferentes procesos objetivos de una sociedad; todos éstos se expresan de forma directa o indirecta en el nivel subjetivo, puesto que esa subjetividad es inseparable del curso de todos los procesos que ocurren en una sociedad.

En una de sus últimas definiciones sobre las representaciones sociales Moscovici afirma (2000a):

Ahora que este punto está más claro, nosotros podemos preguntarnos qué define una representación social. Si este significado fuera significativo, este debería ser que la representación corresponde a cierto modelo recurrente y comprensivo de imágenes, creencias y comportamientos simbólicos. Vistas de esa forma, estáticamente, las representaciones aparecen de forma similar a las teorías, las cuales ordenan alrededor de un tema (la enfermedad mental es contagiosa, las personas son lo que ellas comen, etc.) una serie de proposiciones que permiten que las personas o las cosas sean clasificadas, sus características descritas, sus sentimientos y acciones explicadas y así en adelante (p. 152).

Sin duda, más que la aspiración de una definición precisa, lo que interesa al autor es definir una producción simbólica de naturaleza social alrededor de la que se organiza el tejido de la vida social. En este sentido, el concepto representa una definición ontológica esencial en la comprensión de lo social, que se profundiza, extendiendo su vínculo, no con la realidad física, sino con la propia realidad social como un todo, cuando se comprende la forma en que las representaciones sociales expresan producciones subjetivas no necesariamente visibles en otras formas concretas de expresión simbólica; esto permite hacer de las representaciones sociales una especie de "ventana" para construir otros procesos de la subjetividad social, como el ejercicio de ciertas formas de poder, la forma en que elementos históricos aparecen en políticas actuales, las consecuencias de ciertos discursos sobre determinados sectores de la población, etc. Estos problemas, que también son subjetivos y sociales, no se agotan en las representaciones sociales, sino que precisan de nuevos modelos teóricos para ser comprendidos en profundidad, a pesar de que pueden ser visualizados a través de las representaciones sociales.

 

Consideraciones finales

Este trabajo intenta incorporar al momento actual de desarrollo de la teoría de las representaciones sociales una visión nueva de la subjetividad que parte de los trabajos finales de Vygotsky y facilita una representación de lo subjetivo, a la vez, otorga un nuevo estatus ontológico a la psique humana, que sólo es posible en las condiciones de la cultura. Ese nuevo estatus ontológico es referido a la unidad inseparable de lo simbólico y lo emocional que caracteriza a las diferentes actividades humanas y que se configura de formas diferenciadas, pero simultáneas, tanto en los procesos individuales como en los sociales.

El trabajo desmitifica la asociación que erróneamente se presenta en muchos autores entre subjetividad y metafísica moderna, lo que demuestra cómo la subjetividad en su definición ontológica –aquí presentada– sólo puede ser comprendida por una significación de la cultura y de la complejidad que está más allá de la idea de una causalidad universal intrapsíquica o de los a priori trascendentales a los que el término está asociado de forma inadecuada en el periodo moderno.

En el artículo se pone en evidencia una consecuencia epistemológica de las representaciones sociales, que aparece ya en la obra de Durkheim, y que se continúa con nuevos niveles de elaboración por Moscovici: las representaciones no pueden ser estudiadas de forma directa por las representaciones conscientes de la persona, lo que tiene múltiples consecuencias en el plano metodológico, las cuales no han sido discutidas en profundidad en la literatura sobre el tema.

Desde una perspectiva histórico-cultural, la integración del tema de la subjetividad en el estudio de las representaciones sociales permite avanzar en dos asuntos que, en mi opinión, permanecen tratados de una forma inadecuada en este campo. Me refiero a la consideración de las emociones en las representaciones sociales y al papel del sujeto en la configuración y en el desarrollo de las representaciones, lo cual abre un nuevo espacio para el desarrollo de la teoría.

 

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*Correspondencia: Fernando González Rey, profesor investigador del Centro Universitario de Brasilia, Brasil. Correo electrónico: gonzalezrey@terra.com.br

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