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Desidades
versão On-line ISSN 2318-9282
Desidades no.28 Rio de Janeiro set./dez. 2020
TEMAS SOBRESALIENTES TEMAS EM DESTAQUE
A, B, C... de campo. Educación no formal y recreación para niñeces rurales (Buenos Aires, Argentina, 1969-1980)
A, B, C... of countryside. Non-formal education and recreation for rural children (Buenos Aires, Argentina, 1969-1980)
A, B, C... do campo. Educação não formal e recreação para crianças rurais (Buenos Aires, Argentina, 1969-1980)
Celeste De Marco
Licenciada en Ciencias Sociales y Doctora en Ciencias sociales y Humanas por la Universidad Nacional de Quilmes (Buenos Aires, Argentina). Becaria postdoctoral del CONICET en el Centro de Estudios de la Argentina Rural (UNQ). Co-coordinadora de la Red de Estudios Rurales en Familias, Infancias y Juventudes. Se especializa en temas de familias e infancias rurales. Realiza actividades de investigación y docencia en posgrado y extensión. E-mail: celestedemarco88@gmail.com
RESUMEN
En este artículo compartiremos una experiencia educativa desarrollada al sur del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), en los contornos rurales de un partido en las cercanías de la Capital Federal y provincial (La Plata). El Club de colaboradores del INTA para el trabajo con la juventud rural funcionó en Florencio Varela entre finales de la década de 1960 e inicios de 1980, convocando a numerosos alumnos de escuelas rurales locales. Supuso una iniciativa original pensada especialmente para niñeces rurales y su estudio permite conocer las particularidades de la educación no formal en ese tipo de contextos, sus potencialidades y desafíos. Pero también indagar sobre su valor en términos de sociabilidad y recreación para niños(as) cuyas vidas se tejían en los bordes urbano-rurales en una etapa de transformaciones.
Palabras clave: educación, niñez, rural, Buenos Aires, Argentina.
ABSTRACT
This article is proposed to share an educational experience developed in the south of Buenos Aires Metropolitan Area (AMBA), in the rural contours of a district in the vicinity of the federal and provincial capital (La Plata). The Club de colaboradores del INTA para el trabajo con la juventud rural worked in Florencio Varela between the late 1960s and early 1980s, attracting numerous students from local rural schools. It was an original initiative designed especially for rural children and its study allows us to know the particularities of non-formal education in these types of contexts, its potentialities and challenges. But also through its study it is posible to inquire about its value in terms of sociability and recreation for children whose lives were spent in the urban-rural edges in a stage of transformation.
Keywords: rural, education, childhood, Buenos Aires, Argentina.
RESUMO
Neste artigo compartilharemos uma experiência educacional desenvolvida ao sul da Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), nos contornos rurais de um distrito vizinho à Capital Federal e provincial (La Plata). 0 Club de colaboradores del INTA para el trabajo con la juventud rural funcionou em Florencio Varela entre 0 final dos anos 1960 e 0 início dos anos 1980, atraindo numerosos alunos das escolas rurais locais. Foi uma iniciativa original pensada especialmente para crianças rurais e 0 seu estudo permite-nos conhecer as particularidades da educação não formal neste tipo de contexto, as suas potencialidades e desafios. Mas também indagar sobre seu valor em termos de sociabilidade e recreação para crianças cujas vidas foram tecidas nas periferias urbano-rurais em um estágio de transformações.
Palavras-chave: educação, infância, rural, Buenos Aires, Argentina.
Introducción1
Pensar en el campo - y todo lo asociado a lo rural - desde un punto de vista histórico tradicionalmente supuso enfocarse en cuestiones agrarias, es decir, productivas. Y, dado que lo productivo, en un amplio sentido, se asocia a las potencialidades de la vida adulta, no resulta demasiado llamativo que los estudios rurales hayan brindado poca atención a sus extremos, tanto niñeces como ancianidades.
Es cierto, las niñeces rurales recibieron una atención histórica más bien ocasional. Tal vez por sus huellas escurridizas. Pero también porque, a falta de una, tienen dos características que parecen impulsarlas hacia los entretelones del pasado. Si sus rasgos rurales suelen ser invisibilizados por una preponderante atención sobre pares urbanos, su condición infantil es rebasada constantemente por sesgos adultocéntricos que persisten en los abordajes sobre el pasado rural.
Lo anterior incluso es válido cuando numerosas aproximaciones se enfocan en cuestiones educativas que implicaron experiencias infantiles en el campo, porque con frecuencia el acento se ubica más bien en una dimensión institucional que parece diluir a los sujetos infantiles.
Con estas cuestiones en mente, este trabajo pretende reflexionar sobre una experiencia educativa rural, pero pensando también en las niñeces. Nos proponemos compartir una propuesta dirigida a estudiantes de nivel primario en una zona transicional entre el campo y la ciudad, cercana a la capital federal. Una particularidad es que tal experiencia se dio fuera de los habituales espacios áulicos, por lo que podría pensarse más bien como una experiencia educativa no formal.2
De este modo, a partir del registro de una experiencia educativa en particular proponemos comprender cómo fueron pensadas y abordadas las niñeces rurales en formas concretas. Al mismo tiempo, su análisis nos permite dejar planteado el valor de esas actividades en términos de sociabilidad y recreación infantil para chicos(as) cuyas vidas, muchas veces, se asumen estáticas y aisladas en sus entornos de vida.
La razón de centrar nuestra atención en ese caso puntual es que permite conocer una propuesta específicamente dirigida a niñeces rurales, con sus características peculiares, potencialidades y desafíos. Adicionalmente, dado que la experiencia implicó a pequeños(as) que vivían en un espacio transicional y dinámico entre el campo y la ciudad, supone pensar en las variadas gradientes de lo rural que pincelaron las vidas rurales infantiles en el pasado, y también en la actualidad.
Específicamente vamos a presentar el origen y desarrollo del Club de colaboradores del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), cuyo accionar tuvo lugar al sur del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), en los contornos rurales del partido de Florencio Varela, entre finales déla década de 1960 y e inicios de 1980. Sus actividades - sobre todo los campamentos, que eran una nota destacada - se fundaron en la activa participación de maestras y jóvenes colaboradores preocupados por las situaciones infantiles de una zona periurbana de producciones hortícolas y florícolas, como también de numerosos niños(as).
En suma, ¿qué valores, destrezas, conocimientos y experiencias era importante proveer a esos(as) niños(as) del campo periurbano a "tierna edad"? ¿qué funciones asumía en ese contexto la capacitación, pero especialmente la recreación? Pero también, ¿qué tipo de experiencias infantiles eran animadas, de qué modos se suponía que los(as) pequeños(as) destinatarios(as) se apropiaran de esos espacios?
Estas cuestiones se plantean a partir del registro de esas actividades y de la particular mirada de quienes estaban a cargo, que transcribían experiencias propias y de los niños(as) y, no pocas veces, cámara en mano se ocupaban de resguardar gestos y actitudes infantiles. Las fuentes utilizadas son entrevistas semiestructuradas a exdocentes y colaboradores, notas de prensa local, informes, pero también una nutrida colección de fotografías particulares tomadas por exmaestras, algunas de las cuales forman parte del repositorio institucional del INTA.
Familias y niñeces en bordes rurales: Florencio Varela
Antes de comentar sobre la actividad, es necesario presentar el escenario. En líneas generales, entre las décadas de 1960-1970 el sector agropecuario argentino experimentó una etapa de crecimiento, mientras se acentuaba un impulso tecnológico desde finales de la década de 1950. También, a partir de 1940 y hasta 1970, se experimentó un acceso a la propiedad de la tierra agraria en la región pampeana.
En ese cuadro, la provincia de Buenos Aires reveló una consolidada posición basada en gran medida en su centralidad en el esquema agropecuario. Para esa época su prosperidad fue acompañada de un proceso de urbanización y concentración demográfica en torno de la Capital Federal, en curso desde décadas previas. Con un centro que congregaba múltiples bienes y servicios, en su interiortambién florecían diferentes ciudades y pueblos bordeados por contornos agrarios.
Sin embargo, durante esa etapa los espacios rurales de esta rica provincia vivieron profundas transformaciones que promovieron que muchas familias abandonaran parajes y campos. Si bien era un proceso iniciado en años anteriores, la tecnificación y mecanización de los procesos productivos fueron poderosas razones que lo acentuaron. También contribuyó una búsqueda de más opciones en educación, salud y bienestar, acorde a aspiraciones familiares cada vez más urbanizadas (Balsa, 2006; Gutiérrez, 2012).
Más allá de estas realidades que implicaban a espacios rurales y ciudades, cada vez más atractivas con sus asfaltadas arterias y abigarrado tejido de viviendas, se extendían también otros contornos de límites difusos, transicionales y dinámicos. Los espacios rurales periurbanos cercanos a las ciudades funcionaban como "extramuros" donde el abastecimiento de productos frescos se hacía posible. En esos escenarios emergía una ruralidad diversa donde muchas veces la experiencia cotidiana estaba poco influida - e incluso, beneficiada - por el mundo citadino.
Un informe que hizo el INTA en 1977 sobre partidos de perfil hortiflorícola en la zona pampeana,3incluyendo el mencionado partido de Florencio Varela, revelaba que en ese tipo de bordes rurales abundaban familias nucleares radicadas en explotaciones que funcionaban usando sus recursos a pleno, incluyendo mujeres y niños. Cuando la situación lo permitía se adicionaban peones que, en ocasiones, también vivían con sus propias familias en los campos (Brie, 1977).
El estudio mostraba una fotografía de diferentes realidades familiares rurales en los bordes de una urbanización que no paraba de extenderse. Pero también que, en comparación con otras zonas rurales de la región, en estos espacios no existía gran diferencia en cuanto al confort. Si bien se advertían algunas mejoras - calefacción del hogar, refrigeración de alimentos -, en otros rubros - acceso a la red eléctrica, telefónica o condiciones sanitarias - las casas de las familias de sectores medios eran similares, o peores. Incluso el estado de los caminos era deficiente (Brie, 1977).
Con condiciones de vida que no eran necesariamente mejores por vivir más cerca de la vida urbana, las familias rurales en esas condiciones se dedicaban a la producción de hortalizas y flores desde décadas previas. De hecho, con frecuencia solían ser inmigrantes. En los bordes cercanos a la Capital Federal proliferaban sobre todo japoneses, italianos, portugueses, entre otros orígenes posibles.
En ese contexto se encontraba el partido de Florencio Varela, al sur del AMBA (ver Gráfico 1).4 Desde mediados del siglo XX fue escenario de un potente crecimiento demográfico originado por la afluencia de migrantes internos, y una progresiva - aunque desigual - urbanización en décadas siguientes, atravesada por múltiples carencias en barrios periféricos. En el orden productivo, a partir de la década de 1950 una importante producción hortícola e incluso florícola le dio una nueva identidad.
En las zonas rurales de Florencio Varela - como Villa San Luis o La Capilla - destacaban para esa etapa diversas familias inmigrantes. Incluso, como sucedía en otros partidos cercanos -Avellaneda, Esteban Echeverría y La Plata - algunas explotaciones familiares formaban parte de colonias agrícolas creadas por el Estado nacional o provincial durante el peronismo (1946-1955) que, con altibajos, subsistían en los años 60 y 70 (De Marco, 2018).
En efecto, la creación de una colonia agrícola en los fondos rurales varelenses pretendió acelerar transformaciones productivas en curso, pero también beneficiar el arraigo familiar dada la cercanía con la capital nacional y provincial (La Plata). Fue así como en 1951 el estado de la provincia de Buenos Aires compró 1587 hectáreas para crear la colonia "17 de octubre/La Capilla"5 en la zona rural de La Capilla.
Su puesta en marcha implicó que numerosas familias inmigrantes - japoneses, italianos, portugueses, ucranianos - se radicaran en esas tierras. Su llegada supuso una transformación del paisaje, que, si bien contaba con explotaciones familiares disgregadas, pasó a tener decenas de nuevos lotes habitados y producidos. Desde su llegada unieron esfuerzos para generar diferentes iniciativas que fortalecían la ayuda mutua y la sociabilidad, como cooperativas y clubes sociales que para los años 60 y 70 continuaban aun con cierta vitalidad.
Es significativo notar que las familias, a pesar de vivir a unos 15 kilómetros del centro urbano, no lo frecuentaban demasiado. Incluso en otras zonas rurales del partido - como Villa San Luis - otras familias rurales se dedicaban a las faenas del campo y componían diversas estrategias, algunas de tipo étnico, para fomentarei encuentro y ayuda mutua. Además, muchas tenían varios hijos(as) pequeños(as) que colaboraban en las producciones, pero que también rápidamente supusieron un impulso para renovar demandas escolares.
En verdad, en los campos de Florencio Varela habían funcionado tres escuelas primarias, fundadas a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Nos referimos a las escuelas N.° 5 Guillermo Enrique Hudson (Villa San Luis), la escuela N.° 8 Bernardino Rivadavia (El Tropezón) y la escuela N.° 4, Florencio Varela (La Capilla). Sus aperturas, cierres y reaperturas acompasaban los cambios del escenario rural.
En ese sentido, la creación de la colonia a inicios de la década de 1950 alentó la puesta en funcionamiento déla escuela N.°4. Dicha institución cumplió una función de singular importancia al potenciar instancias de sociabilidad y recreación infantil, pero que también dinamizaban a toda la comunidad.
En los años 60 y 70 el perfil intensivo del partido se había consolidado, pero muchas familias rurales habían experimentado un lógico recambio generacional, o pronto lo harían. En La Capilla, por ejemplo, aquellos niños(as) que habían reestrenado una escuela abandonada en los 50 eran quienes formaban sus propias familias con pequeños(as) en edad escolar. Otras familias, en cambio, se habían fragmentado con miembros jóvenes que optaban por una vida urbana que ofrecía oportunidades que el campo familiar no brindaba.
La escuela, en ese contexto, se había desdibujado como espacio preferente de encuentro entre aquellas primeras familias colonas, en la medida en que el panorama social también se transformaba. Lo anterior apunta a entender que el campo rural varelense, como otros espacios similares, en la etapa estudiada había experimentado el comienzo de una sangría. Y si bien muchas familias habían reacomodado sus derroteros a la inminente situación
- también cansadas de carencias que el Estado no suplía a pesar de los reclamos -, otras bregaban por quedarse.
Al mismo tiempo, a partirde la década de 1970 se acentuarían cambios en este tipo de escenarios cuando esas familias europeas y asiáticas fueron abandonando la producción directa para vender o arrendar sus tierras, mientras se afianzaban familias productoras de origen boliviano. Es en ese contexto de despliegue productivo, recambios, y también ausencias que comenzaban a acentuarse, es que se creó el Club de colaboradores del INTA.
Es decir, la experiencia educativa que comentamos se insertó en un escenario rural periurbano en los bordes de la Capital Federal con consolidadas producciones intensivas de carácterfamiliar
- aunque con diversas realidades -, influido y transformado progresivamente por el avance urbano, variado en términos migratorios, culturales y lingüísticos, atravesado por políticas públicas acotadas e intermitentes.
En ese complejo contexto, además, durante las décadas de 1960-1970 en la zona rural de Florencio Varela vivían numerosas familias rurales en cuyos campos crecían pequeños(as) de existencias, en general, desapercibidas. La población infantil estaba compuesta por niños(as) de sectores medios rurales, pero muchos también de condiciones más precarias e inestables. Su presencia generaba diversas demandas, incluyendo educativas, que tenía múltiples consecuencias en la vida cotidiana de los habitantes.
En el campo y (fuera de) las aulas
En el contexto referido tuvo lugar la creación del Club de colaboradores del INTA, con su particular ímpetu y enfoque sobre ese multiverso infantil rural. Sin embargo, comentar una experiencia educativa de características particulares supone hacer algunos breves comentarios previos.
Es significativo notar, en principio, que aún en las décadas de 1960-1970 las escuelas primarias rurales eran, en diferentes puntos de la provincia de Buenos Aires, la única señal visible del Estado. En efecto, significaban mucho más que un espacio de enseñanza-aprendizaje.6En lo cotidiano aparecían como "centro orientador de la familia" y de la comunidad, pero también como promotoras del "progreso rural". Esto en una etapa en que aún mantenían su matrícula, aunque progresivamente debilitada por el abandono familiar de los campos (Gutiérrez, 2020). Eso era válido para espacios aislados, pero también otros donde la cercanía con lo urbano, como se comentaba antes, no siempre implicaba más acceso a bienes y servicios, o una presencia estatal más tangible.
Pero en ese contexto también se promovieron propuestas educativas no formales en el medio rural, pensadas para "llegar a diversos ambientes con una oferta educativa flexible y que permita disminuir la brecha de la desigualdad de acceso a la educación con relación a la población urbana y difundir aspectos culturales y tecnológicos relacionados con las producciones propias del medio rural" (Gutiérrez, 2014).
Este tipo de propuestas cobraron especial impulso a partir de la década de 1970 con cambios normativos que permitieron un reconocimiento específico. Sin embargo, las experiencias de educación no formal en el ámbito rural argentino tenían una larga tradición, sobre todo en relación con la extensión.
En Argentina, tales iniciativas quedaron a cargo del Ministerio de Agricultura de la Nación (MAN) desde inicios del siglo XX, aunque fue en la década del 50 que se potenciaron tareas en torno de la familia rural (Losada, 2003). En efecto, la creación del INTA (1956) concentró una buena cuota del extensionismo rural, con la intención de impulsar un mejoramiento en la calidad de vida de las familias rurales.
Este Instituto se proponía impulsar tanto el desarrollo como la tecnificación de la producción agraria, a través de una estructura descentralizada, pero también promover mejoras para comunidades rurales en un sentido educativo. Por lo anterior se afirmaba que el aumento de la productividad debía tener un correlato con:
[Una] elevación del nivel de vida social y económico de la familia campesina, para propender a la formación de una población rural instruida, competente, próspera y sana, en condiciones de disfrutar de las comodidades que brindan los adelantos de la vida moderna (Losada, 2003, p. 31)
Por eso, las tareas de extensión rural eran consideradas "una función educativa (...) para promover un cambio de actitud" (De Arce; Salomón, 2018). Si bien era innegable el sesgo productivista que orientaba estas intenciones - en diálogo con las miradas desarrollistas que inspiraban la etapa -, durante las primeras dos décadas de vida del INTA, la familia rural tuvo un espacio central en sus iniciativas.
Con esas preocupaciones en mente se particularizaba en poblaciones femeninas y juveniles mediante iniciativas como Hogar Rural o Clubes 4-A, respectivamente (Gutiérrez, 2014; Albornoz, 2015). De hecho, en cada Estación Experimental Agraria (EEA) - de la que dependían, a su vez, Agencias de Extensión (AE) - debía haber asesores técnicos de Hogar Rural y Juventud Rural quienes, aunque siguiendo directivas generales, realizaban diagnósticos e intervenciones situadas (De Arce; Salomón, 2018).
Pero refiriéndonos particularmente a las infancias y juventudes, desde 1954 los Clubes 4-A comprendían a personas en una amplia franja etaria (de 10 a 18 años). Su nombre era una referencia a los cuatro principios que inspiraban su existencia: acción para el progreso rural, adiestramiento para capacitarse, amistad para el mayorentendimiento y ayuda para el bien común.
Como explicitaba un folleto de difusión, esos clubes "[recibían] al joven en la edad difícil y lo ayudan a canalizar energías físicas, mentales y espirituales, estimulando las buenas inquietudes, orientando afanes y desarrollando el espíritu de comunidad" para desempeñarse como ciudadanos ejemplares (INTA, 1969). En cierta forma esos espacios estaban pensados para contrarrestar la "deficiencia" que el ámbito rural suponía en materia de esparcimiento y vinculación social en la niñez y juventud. Por eso, sus integrantes podían aprender sobre faenas rurales, pero también hogareñas mientras se alentaba la sociabilidad (Losada, 2003).
Pero muchas de estas iniciativas se dirigían no sólo a espacios tradicionalmente rurales, sino también a aquellos más difusos, que se ubicaban entre lo urbano y lo rural (Gutiérrez, 2020). Por eso, estos antecedentes permiten comprender el contexto institucional que el INTA le dio respaldo a la particular experiencia referida, desarrollada en Florencio Varela.
El Club de colaboradores del INTA
Mientras el INTA experimentaba una etapa de crecimiento, en Florencio Varela tenía lugar una serie de transformaciones que se conjugaron para crear una delegación. Fue por esa razón que en 1964 se creó una AE, para brindar acompañamiento a productores de las zonas rurales del partido.
A partir de entonces, se pusieron en marcha estrategias dirigidas a las familias rurales y sus diferentes miembros. De hecho, en 1968 la asesoría del Hogar Rural, que funcionaba en el vecino partido de Berazategui, se trasladó a la nueva agencia. Pero también tuvo lugar la creación del Club de colaboradores del INTA para el trabajo con la juventud rural.7
Los inicios del Club se remontaban a una particular experiencia de 1965, cuando dos maestras rurales varelenses, Adela Buján y Susana Giauque, se propusieron llevar a sus estudiantes de campamento al Bañado de San Juan. El balance de esa iniciativa pionera fue tan positivo -"no sólo para los pequeños, sino también para los docentes [...] que comprobaron el enriquecimiento mutuo" -, que el INTA propuso extender la iniciativa a las tres escuelas rurales de la zona.8 Fue así como nació Campamentos para Alumnos y Exalumnos Rurales (COPAER).
En efecto, los resultados fueron estímulo suficiente para pensar en un nuevo espacio que reuniera inquietudes y potenciara decisiones. Para darle forma a sus intenciones, las docentes se pusieron en contacto con un ingeniero agrónomo, Alfonso Buján y otra docente, Raquel Banfi. Una vez definidos intereses y propósitos integraron al ingeniero Garibaldi - jefe de la AE - y Elisa Ciliberto, encargada de Hogar Rural, o "señorita INTA", como la llamarían varios chicos(as).9
Una de las primeras actividades de la flamante organización fue el dictado de un Curso de capacitación para maestros de campamento, realizado en 1967, con apoyo de la AE de Berazategui y el equipo directivo de COPAER. Se preparó a una veintena de jóvenes maestros(as) en técnicas de campamento, psicología infantil, dinámica de grupos, primeros auxilios, astronomía y recreación, a cargo de profesores y especialistas.10
Con esos conocimientos, y con una propuesta que había recibido una buena acogida por parte del INTA, se realizaron campamentos en dos ciudades de la costa atlántica de Buenos Aires, Miramar y Necochea. Los alentadores resultados de ambas experiencias dieron origen a la creación del Club de colaboradores del INTA en mayo de 1969.
El club se organizaba en tres comisiones: capacitación, trabajo con acampantes y trabajo con familias, de modo que se buscaba cubrir un amplio espectro de situaciones que colaboraban en las realidades infantiles rurales. En el diseño y puesta en marcha de las actividades participaba especialmente un grupo de adultos cuyo trabajo cotidiano y conocimiento directo con la niñez rural era importante, y que se profundizaría en cada futura actividad.
Pero, además, el accionar del Club se fundamentaba en un activo voluntariado juvenil. En efecto, con el correr del tiempo comenzó a sumarse un mayor elenco de jóvenes colaboradores(as) que, en varios casos, eran estudiantes de nivel secundario de la ciudad de Florencio Varela. Algunas chicas incluso culminaban sus estudios como maestras normales nacionales11, entre ellas María Amalia Pereyra y Mabel Domingo.
También había jóvenes que eran hijos(as) de productores de la zona, como Ken Wake, Guillermo Tamashiro, y los hermanos Dos Santos. Incluso, con el tiempo se integraron algunos que habían participado en actividades de los primeros años. A su modo, devolvían a través de su tiempo y esfuerzo lo que habían recibido, participando desde un lugar en que la propia experiencia infantil aparecía resignificada.
De manera que el Club de colaboradores tenía una importante vinculación con las maestras rurales que trabajaban en escuelas de la zona, y se fundamentaba, además, en un importante trabajo de jóvenes, urbanos y rurales, que recibían capacitaciones específicas para las tareas que encaraban (Guzmán; Herrera; Sosa, 2011).
En esas condiciones el club desarrolló una intensa actividad por espacio de más de una década. A inicios de 1980 su dinamismo había declinado, y en 1985 incluso la Agencia del INTAfue reubicada en una zona rural de otro partido (Berazategui). Sin embargo, mientras estuvo activo, el club fue un espacio de gran valoryreferencia para las niñeces que asistían a las escuelas de la zona rural.
Los registros institucionales del INTA, tanto como la prensa local y las memorias de docentes y colaboradores, dan cuenta de un amplio abanico de variadas propuestas. Las actividades se orientaban a niños(as) de 10 años en adelante y se organizaban en dos sentidos. Por un lado, con regularidad mensual se realizaban salidas "de interés en el aspecto fabril, como en el científico, el histórico o el agropecuario".11 12 Por otro lado, algunos fines de semana se programaban precampamentos, etapas preparatorias para los campamentos de verano, actividades centrales que duraban entre 10 y 15 días.
En cuanto a las salidas mensuales, su elección pretendía recuperar cuestiones de interés para el ámbito rural. En ese sentido se organizó una visita a una planta potabilizadora de agua de Ensenada (1974, La Plata) para que los chicos reflexionaran sobre la importancia de usar adecuadamente este recurso en sus hogares. También visitaron los establecimientos de La Serenísima (1978), empresa de productos lácteos, para conocer su proceso industrial.
Más allá de las salidas con temática agraria, no faltaban tampoco excursiones orientadas a que los participantes conocieran espacios de valor histórico. Es destacable, en ese sentido, una salida en el partido de Ranchos (General Paz, 1979), oportunidad en la cual se visitó un fuerte creado en 1871 para el control de fronteras.
A su vez, también se hacían actividades vinculadas al ocio infantil. Si bien algunas se desarrollaban en la zona, en general se diseñaban estrategias para que los(as) chicos(as) conocieran más allá de sus entornos cotidianos. En ese sentido destacó, por ejemplo, una jornada de actividades deportivas en el predio de la Asociación Japonesa de Burzaco (1974), donde los(as) participantes se entretenían en juegos colectivos, competencias individuales e incluso elaborando ikebanas, tradicionales arreglos florales nipones.
Sin embargo, como se mencionó, las actividades más significativas del club eran los campamentos, divididos en dos tipos. Los preparatorios, de corta duración, se realizaban en localidades como Chascomús o San Pedro. Sin embargo, los más extensos, que coincidían con las vacaciones escolares estivales, eran los más ansiados por el público infantil.
En algunas oportunidades los campamentos de verano se realizaban en predios de la Dirección de Educación Física de la provincia de Buenos Aires. Pero si eran a "cielo abierto" - es decir, sin instalaciones de ningún tipo - los chicos(as) eran incentivados a armar sus carpas, aunque también debían construir cocinas y baños, además de disfrutar de fogones y juegos nocturnos.13
Esas actividades, que en ocasiones aparecían retratadas en notas de periódicos locales (El Varelense, Mi Ciudad, La Plata Hochi), eran diagramadas con compromiso y suponían un enorme esfuerzo organizativo, pero también dinero. Al respecto recibían apoyo por parte del INTA para pagar pequeños gastos de los(as) colaboradores(as), pero también debían esmerarse para conseguir donaciones en materia de traslados, que a veces cubría el Ministerio de Educación provincial o el municipio.14
Sin embargo, con frecuencia los gastos se solventaban a través de diferentes actividades a beneficio del club, como peñas folklóricas.15 La búsqueda de alternativas de financiamiento por parte de quienes estaban a cargo era una constante. Sin embargo, los niños(as) en ningún caso debían afrontar gastos. La intención era que pudieran participar todos, sin distinción, de modo que a veces se pedían pequeñas colaboraciones según las posibilidades de cada familia.16
Más allá de estas cuestiones, también importaba "colaborar con las autoridades competentes en el cuidado de la salud de los miembros de la familia rural", y por ese motivo los docentes y colaboradores participaban en campañas de vacunación, controles para detectar hidatidosis canina, asesoramiento sobre desinfección de pozos e instalaciones de agua en los hogares, entre otras cuestiones.17 Pero, en definitiva, como resumía un periódico local, en el club "maestros, estudiantes, floricultores, jóvenes, todos se dedican con entusiasmo a desarrollar, con orientación del INTA, acciones que redundan en beneficio de los niños del área rural".18
Como los propios miembros del club expresaban en un comunicado, "todo el año [desarrollamos] una acción que tiene como beneficiarios a los niños de la zona rural de Florencio Varela. Organizamos para ello: paseos, visitas educativas, reuniones recreativas, procurando brindarles a todos - sin distinción de situación económica familiar - oportunidades para que se capaciten y establezcan lazos de compañerismo y amistad".19
Porque, en efecto, en el corazón de las variadas propuestas del club se encontraban decenas de niños(as) rurales que se sumaban con entusiasmo, encontrando en cada actividad algo adicional a lo que podía ofrecerle el tradicional espacio escolar al que asistían semanalmente. Sobre algunas de sus posibles respuestas, gestos y actitudes profundizaremos a continuación.
Niñeces rurales, entre desafíos, juegos y aprendizajes
Hasta aquí comentamos algunos antecedentes de propuestas educativas no formales, características del contexto y del propio club y sus propósitos definidos en torno de la niñez de una zona periurbana en los bordes de la capital federal, pero ¿qué valor tenía para los propios niños(as)? ¿qué respuestas infantiles quedaron registradas, de qué modos parecían apropiarse de esos espacios?
Las actividades que se proponían desde el Club eran experimentadas, sobre todo, como una ruptura con sus rutinas infantiles. Esos niños, definidos como retraídos y humildes,20 abocados no pocas veces al trabajo familiar antes y/o después de sus tareas escolares, habían descubierto un espacio particular del que podían apropiarse con cierta distancia de su cotidianidad, de sus entornos de vida y sus familias. Las experiencias a las que podían acceder, además, estaban teñidas en algunas ocasiones por la singularidad.
Como se comentó antes, una de las primeras actividades a la que asistieron fue un campamento de dos semanas en Miramar (1967). En esa oportunidad los niños(as) participaron en diferentes actividades donde se les inculcaron saberes prácticos, como también aprendizajes colaborativos a través de distintas dinámicas y juegos. Pero, sobre todas las cosas, entre escaladas de médanos y construcciones de castillos de arena, una inmensa mayoría se sorprendió al ver por primera vez el mar. Las fotografías de aquella experiencia revelan expresiones infantiles de profunda diversión y disfrute.
Precisamente porque las experiencias que recogían se expresaban con una singular intensidad en la vida de los "pequeños acampantes", no siempre los resultados colmaban sus pretensiones. Como recogía un periódico local, de su retorno del campamento estival en Necochea (1968), los chicos(as) regresaron "satisfechos de su aventura, pero un poco decepcionados [...] porque en Varela sí hace calor y no llueve".21
En esa ocasión el clima les había jugado una mala pasada y no habían podido disfrutar de la playa. Sin embargo, como también se afirmaba, habían experimentado una "explosiva alegría" al pasar el Día de Reyes en la costa y recibir, de forma inesperada, regalos donados por el Club de Leones de Florencio Varela. Pero también habían tenido la oportunidad de aprender a cazar cangrejos y prepararlos como cena, o de convertirse en jurados en el Festival de la canción infantil de Necochea, todo en un solo viaje. El bagaje de intensas emociones que vivían era notable y, sin dudas, excepcional.
Sin embargo, esas experiencias vividas en su fuero íntimo tenían la particularidad de ser compartidas. Las salidas solían agrupar a varias decenas de niños(as) que disfrutaban de pasear por espacios como el puerto de Buenos Aires o asistir a espectáculos infantiles que solían realizarse en escenarios muy distintos de aquellos a los que asistían con frecuencia. Por eso, entre todas esas vivencias, además, se entretejían amistades.
Sin dudas, entre las actividades propuestas por el Club se consolidaba la camaradería infantil. Nacían nuevos vínculos o se afianzaban lazos de amistad que surgían (o no) en las horas áulicas, todo lo cual contribuía a ampliar el horizonte relacionai infantil. En efecto, los chicos(as) extendían su círculo afectivo más allá de sus hogares y de las contadas horas escolares. Pero no solo con docentes o jóvenes a los cuales veían como referentes, sino con pares etarios con los cuales compartían numerosas realidades, pero con quienes tal vez no coincidían en lo cotidiano, porque asistían a diferentes escuelas de la zona rural.
Para sorpresa de los adultos, esas relaciones surgían sin "diferencias de raza o situación económica [que] no fueron obstáculos para que se forjaran amistades".22 Incluso, los registros fotográficos de los campamentos muchas veces desvelaban la intención de puntualizar en esos vínculos infantiles interétnicos como logros de la propuesta.
Los aprendizajes que recibían eran variados. Los niños(as) tenían oportunidad de experimentar una vida distinta a la de su realidad diaria, incluso durante un periodo de dos semanas donde muchos se ausentaban del laboreo o del aislamiento que suponían las vacaciones. Su participación podía entenderse como pequeñas fugas infantiles de un universo doméstico-productivo que los incorporaba con variada intensidad en su funcionamiento. Eran, sin dudas, escapadas de lo rutinario a través de la posibilidad de conocer un mundo diverso.
Pero más allá de sus descubrimientos y participación en actividades extra cotidianas, los chicos(as) identificaban en los campamentos, sobre todo, momentos en los cuales sus aportes eran especialmente valorados. De esta forma, era una práctica común la puesta en palabras de sus propias impresiones o sentimientos o la composición de canciones que funcionaban como insignias. Además, los niños(as) debían construir diarios murales donde colocaban sus actividades y experiencias, y que configuraban el principal medio de comunicación del campamento. Todo lo anterior en espacios grupales donde cada uno podía hacer uso de su propia voz.
Este último aspecto era notado, incluso, por los relevamientos que hacia la prensa local. En una oportunidad en la que se reseñaba una reunión de maestros, colaboradores, padres/madres y niños(as) posterior a un campamento, se remarcó que "tuvieron activa participación los pequeños acampantes [quienes] iban relatando su propio viaje entre palabras y canciones, guiados o coordinados por la directora del campamento".23
Era significativo que fuesen los chicos(as) quienes relataran sus vivencias, dando a conocer al mundo adulto lo valioso del espacio que co-construían junto con maestras y colaboradores(as). Sobre todo, porque la participación de los niños(as) no siempre era automática. Sin dudas existían desafíos, no sólo en cuanto a la logística que suponían las actividades, sino sobre todo a la hora de convencer a los padres de que dejaran participar a sus hijos(as). Es decir, de que descubrieran el valor y validaran el interés de sus niños(as) en formar parte de las actividades del Club, que muchas veces no se intuían como parte de su formación educativa.24
A modo de cierre
En este trabajo compartimos algunas ideas sobre el Club de colaboradores del INTA, una singular experiencia que surgió específicamente para brindar un marco de contención, educación y recreación para niñeces rurales de zonas hortiflorícolas cercanas a la Capital Federal y de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Florencio Varela, a finales de la década de 1960.
Sus condiciones de aparición, como la posterior participación de diferentes sujetos, señalan el rol desempeñado por representantes de la comunidad educativa pero también productiva en la esfera local, junto con el marco institucional, y la importancia de su articulación en cuanto a los logros obtenidos: un interesante espacio que albergó intereses y oportunidades para diferentes niños(as) rurales.
El valor de la propuesta reseñada en cuanto a experiencias infantiles permite señalar aspectos como el escape de lo rutinario, el encuentro de un entorno propio -construido especialmente para ellos(as), más allá de las aulas-, donde podían usar sus propias voces y escuchar las de sus pares, con quienes entretejían entrañables vínculos. No menos significativo resultaba que las actividades les permitían conocer un mundo de posibilidades más allá de los lotes familiares, que tan bien conocían (y trabajaban).
Resulta significativo que tanto las memorias como los registros periodísticos, e incluso fotográficos, revelan niñeces rurales atentas, entretenidas, sonrientes, que permiten reflexionar desde una mirada histórica sobre el valor de este tipo de experiencias. Es decir, sobre las intenciones que inspiraron diversas iniciativas educativas en escenarios rurales, sus alcances y limitaciones.
Pero también es a partir del análisis de este tipo de casos que es posible cuestionar supuestos para visibilizar a las niñeces rurales como sujetos históricos. Y, al hacerlo, trascender en miradas genéricas que puntualizan en vivencias estáticas, vinculadas fundamentalmente con la esfera productiva, que a veces impiden comprender otras acciones, gestos y deseos que también formaron parte de las experiencias de niños(as) rurales.
El caso es interesante para comprender los alcances de ese tipo de iniciativas, el modo en que se articularon y sus efectos concretos en una comunidad rural determinada. Pero con una mirada intencionalmente fijada en lo infantil, lo estanco se vuelve móvil. El aislamiento - las distancias insalvables - aparecen entrecruzadas con estrategias para generar encuentros. El silencio, por momentos, también se convierte en risas y juegos, sin desacreditar esfuerzos y trabajos como compañeros de camino de esas niñeces diversas, atravesadas por las diferentes gradientes que configuraron "lo rural".
Referências bibliográficas
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Fecha de aceptación/data de recebimento: 13/05/2020
Fecha de aprobación/data de aprovação: 11/10/2020
1 Este trabajo fue posible gracias a la disposición del personal de la Agencia de Extensión Rural INTA "La Plata", como también de cada entrevistado(a) que confió su valioso tiempo.
2 Entendemos por educación no formal "todo proceso educativo diferenciado de otros procesos, organizado, sistemático, planificado específicamente en función de unos objetivos educativos determinados, llevado a cabo por grupos, personas o entidades identificables y reconocidos, que no forme parte integrante del sistema educativo legalmente establecido y que, aunque esté de algún modo relacionado con él, no otorgue directamente ninguno de sus grados o titulaciones" (Pastor Homs, 1999, p. 541).
3 El informe incorporaba a los partidos de Escobar y Florencio Varela (cercanos a la Capital Federal, al norte y sur, respectivamente) y Arroyo Seco, una ciudad del departamento de Rosario, provincia de Santa Fe.
4 Es uno de los 40 partidos que bordean a la Capital Federal, configurando el espacio de concentración demográfica y económica más importante del país. En la actualidad continúa teniendo una importante extensión de tierras rurales, aunque con dinámicos límites que el pulso citadino imprime sobre ellas.
5 Un nombre que era una alusiva referencia peronista, pero que en 1955 - tras el derrocamiento de Juan D. Perón tras el golpe cívico-militar autodenominado Revolución Libertadora - fue reemplazado por La Capilla.
6 En sus comienzos la educación rural en Argentina quedó a cargo del Ministerio de Agricultura, diferenciada del resto de la oferta educativa. Fue a partir de 1967 que quedaría bajo la órbita del Ministerio de Educación.
7 Entrevista concedida por PÉREZ, Raúl (directivo INTA). [07.2019] Entrevistadoras: Talía Gutiérrez, Martina Oddone y Celeste De Marco. La Plata.
8 10 años de servicio cumplió el Club de colaboradores del INTA. El Varelense, Florencio Varela, p. 6,4 jun. 1979.
9 Entrevista concedida por TAMASHIRO, Guillermo (productor, excolaborador INTA). [03.2015]. Entrevistadora: Celeste De Marco, realizada por la autora. La Capilla, Florencio Varela.
10 Entrevista concedida por PEREYRA, María Amalia (exdocente) [09. 2020]. Entrevistadora: Celeste De Marco.
11 Entrevista concedida por M. D. (exdocente) [09. 2020]. Entrevistadora: Celeste De Marco. Florencio Varela.
12 10 años de servicio cumplió el Club de colaboradores del INTA. El Varelense, Florencio Varela, p. 6,4jun. 1979.
13 Entrevista concedida por PEREYRA, María Amalia.
14 Entrevista concedida por M. D.
15 COLABORADORES del INTA: excursionesyfolklore. El Varelense, Florencio Varela, p. 8, 5 nov. 1974.
16 EXPERIENCIA de un club de colaboradores. El Varelense, s/f.
17 10 años de servicio cumplió el Club de colaboradores del INTA. El Varelense, Florencio Varela, p. 6,4 jun. 1979.
18 CLUB de colaboradores del INTA. El Varelense, Florencio Varela, p. 5, 31 jul. 1974.
19 INTA organiza un festival infantil. El Varelense, Florencio Varela, p. 3, 31 jul. 1973.
20 EntrevistaconcedidaporM.D.
21 REGRESAN de Necochea niños de Florencio Varela. Diario Mi Ciudad, Florencio Varela, p. 7, 5 feb. 1971
22 REGRESAN de Necochea niños de Florencio Varela. Diario Mi Ciudad, Florencio Varela, p. 7, 5 feb. 1971.
23 RECORDANDO el campamento. Diario Mi Ciudad, Florencio Varela, s/d.
24 Entrevista concedida por PEREYRA, María Amalia.