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Revista da Abordagem Gestáltica

versão impressa ISSN 1809-6867

Rev. abordagem gestalt. v.14 n.1 Goiânia jun. 2008

 

ENSAIOS

 

Ante la intemperie existencial: ¿vertical u horizontal?

 

Before the existential weather: vertical or horizontal?

 

Ante a intempérie existencial: vertical ou horizontal?

 

 

Francisco Huneeus

 

 


RESUMEN

Posiblemente nuestra vocación como existencialistas provenga, al igual que Perls, de una la desilusión ante los sistemas psicoterapéuticos existentes. La Gestalt y su propuesta responde a un afloramiento de lo que posiblemente fue el estado de conciencia prevalente durante el 99% de nuestra existencia como especie en la tierra, tiempo en que fuimos cazadores-recolectores nomádicos hasta al paleolítico tardío de hace 35 mil años que M.Berman denomina la “paradoja” y se caracteriza por un estado de alerta animal, una percepción fenomenológica del entorno, un respeto absoluto por el mundo natural y sus procesos, una concepción existencial y horizontal de la vida, siempre en movimiento, sin búsqueda de la salvación, ni posesión de la verdad, ni una mirada vertical. Por el contrario, la civilización actual surge del sedentarismo y las culturas agrarias con la aparición del “Complejo de Autoridad Sagrada” y se basa en una mirada vertical y jerárquica donde predominan las relaciones desiguales, se concentra el poder político, religioso y económico en pocas manos, ofreciéndose verdades salvadoras en otra vida, además de la ilusión de la existencia de uno y varios Dioses.

Palabras clave: Existencialismo; Experiencia del vacío; Gestalt; Conciencia paradojal.


ABSTRACT

Our vocation as existentialists possibly comes, just as Perls, from a disillusion before the existing psychotherapeutic systems. Gestalt and its proposal responds to a growth of what possibly was the conscience state prevailing during 99% of our existence as a species on earth, in which time we were nomad hunters-collectors until the late Paleolithic of almost 35 thousand years which M. Berman calls the “paradox” and characterizes it by an alert animal state, a phenomenological perception of ground, an absolute respect by the natural world and its processes, an existential and horizontal conception of life, always in movement, without the search of salvation, neither the possession of the truth, nor a vertical aim. On the contrary, the actual civilization, arises from the sedentarism and the agriculture with the appearance of the “Holy Authority Complex” and bases itself on a vertical and hierarchical aim where predominant uneven relationships, political, religious and economical power is concentrated in a few hands, offering salvation truths in another life, besides the illusion of the existence of one and several Gods.

Keywords: Existentialism; Void experience; Gestalt; Parado-xical consciousness.


RESUMO

Possivelmente nossa vocação como existencialistas provenha, tal qual Perls, de uma desilusão ante os sistemas psicoterapêuticos existentes. A Gestalt e sua proposta responde a um afloramento do que possivelmente foi o estado de consciência prevalente durante 99% de nossa existência como espécie na terra, tempo em que fomos de caçadores-coletores nômades até o paleolítico tardio, de 35 mil anos, que Berman denomina o “paradoxo” e se caracteriza por um estado de alerta animal, uma percepção fenomenológica do entorno, um respeito absoluto pelo mundo natural e seus processos, uma concepção existencial e horizontal da vida, sempre em movimento, sem busca pela salvação, nem posse da verdade, nem um olhar vertical. Ao contrário, a civilização atual surge do sedentarismo e as culturas agrárias, com o aparecimento do “Complexo de Autoridade Sagrada”, e se baseia num olhar vertical e hierárquico onde predominam as relações desiguais, se concentra o poder político, religioso e econômico em poucos, oferecendo-se verdades salvadoras em outra vida, além da ilusão da existência de um e vários deuses.

Palavras-chave: Existencialismo; Experiência do vazio; Gestalt; Consciência paradoxal.


 

 

El tema que expondré — que debería ser materia de una cátedra de psicología arqueológica (especialidad que, creo, no existe) — introduce un parámetro nuevo en los intereses de los terapeutas, cuyo origen se remonta a épocas prehistóricas y que aún debe estar presente en nuestras vidas y en nuestros cuerpos, aunque enterrado bajo siglos y siglos de culturización. Me refiero a la conciencia horizontal paradójica de nuestros antecesores del paleolítico, cuando subsistíamos como bandas de cazadores-recolectores.

Reconozco la audacia de este proyecto de remontarme a tal antigüedad, y cuya finalidad no es otra que aquietar una sencilla pregunta que seguramente todos nos hemos hecho alguna vez. Y permitidme (paradójicamente) haber insinuado la respuesta antes de formular la pregunta. Es que, como bien sabéis, existen realidades y tendencias ocultas que de tanto en tanto hacen su aparición, pero que, al no ser nombradas, no son detectadas. Ahora le vamos a dar su nombre.

 

¿Qué nos atrajo?

¿Qué es lo que hace que personas adultas y formadas (me incluyo) opten por abanderarse con una escuela como la Gestalt y apartarse de la ortodoxia? ¿Es un acto de rebeldía, un acto de fe o de experiencia? ¿Por qué algunos permanecen y otros no? A Perls su desilusión con el psicoanálisis clásico lo hizo dirigir su mirada a los existencialistas, si bien sin contactarse directamente con ellos, y de ahí siguió su evolución hasta lo que ha llegado a nosotros como una forma de terapia y una forma de entender nuestras vidas. El mensaje básico que recibió es que uno debe tomar responsabilidad personal sobre la propia existencia. “Responsabilidad” o “habilidad de responder”. Lo esencial en la vida es la capacidad para responder en forma personal. Sólo yo puedo moverme, pensarme, sentirme o vivirme. Yo soy yo, tú eres tú, pero me importas tú y creo que te importo a ti. Las confusiones comienzan cuando perdemos la conciencia o el darse cuenta de la propia existencia responsable; nos encontramos en la confusa situación de darnos crédito o desacreditarnos por lo que otros hacen, o dar crédito o desacreditar a otros por lo que hacemos. Y los errores están claramente tipificados en los cuatro conocidos mecanismos confundidores: introyección, proyección, confluencia y retroflexión.

Para muchos de nosotros, la desilusión también es el gran golpe que nos hace despertar. Desilusión porque la vida no era lo que creíamos, porque el cielo desapareció, pero no así el infierno cuando contemplamos la historia contemporánea.

Pero hay algo más que nos atrae. ¿Será que intuimos que en esta escuela hay algo arcaico muy anterior a la historia y la civilización y que nos abre un nuevo horizonte poco conocido de nuestros antepasados y, por ende, de nuestro presente?

Surge otra pregunta: ¿cómo conocer la mente de la antigüedad si la psicología, como nos llega a nosotros, es bastante reciente?

Sabemos que la psicología académica surgió de la filosofía y la fisiología. La filosofía proporcionó los problemas y las preguntas, mientras que la fisiología, y luego la física, los modelos y técnicas para la investigación empírica. Comenzando por Kant, el primer filósofo profesional (todo conocimiento comienza en la experiencia, pero no todo conocimiento emerge de ella — los a priori de espacio y tiempo —), siguiendo por Herbart, Mach (el mundo es simplemente la suma de nuestras sensaciones) y los psicólogos de las escuelas de Marburgo (la ciencia no descubre la verdad, sino que la construye) y Baden (ciertos principios abstractos, a priori — los valores —, gobiernan toda la experiencia cognitiva), que contribuyen a que la psicología desemboque en las contribuciones de Husserl y su reducción fenomenológica (la fenomenología es anterior a la psicología porque se dirige al proceso subjetivo mediante el cual se presenta el fenómeno. Lo único que no puede dudarse es que los humanos experiencian-vivencian y que la atención ingenua, no sofisticada hacia la experiencia, es fenomenología).

Luego, en Viena, aparece la psicología de la forma, o Gestaltpsychologie, con Wertheimer, Koffka, Köhler, Lewin, Goldstein y Gelb — y su derivado como terapia, resultado de la actividad de un psicoanalista disidente, su mujer y toda la hueste que le siguió. La psicología de la Gestalt continúa como una importante tendencia académica dedicada a la interpretación de la percepción y del aprendizaje.

Así como todas las escuelas terapéuticas han tenido que partir desde el individuo presente, ya sea como autor, paciente, sujeto experimental mediante análisis externo de sueños, asociación libre, continuum del darse cuenta o introspectivo, siempre con un sujeto presente, lo cierto es que es difícil conocer el estado mental en tiempos pretéritos de personas y pueblos ya inexistentes. A eso quiero referirme, respondiendo a la pregunta anterior donde planteo la sospecha de que puede haber algo que representa una solución relativa a muchas incógnitas que aún acarreamos en nuestras vidas. Para esto me he basado casi enteramente en la obra de Morris Berman, y en especial los volúmenes II y III de su trilogía sobre la evolución de la conciencia humana1.

 

La experiencia del vacío

Podemos comenzar por la simple (o no tan simple) experiencia del vacío, del silencio, de lo que nos ocurre, por ejemplo, en una reunión familiar o social cuando, estando todos sentados en la mesa, se produce un silencio, un silencio que si bien en sí no es de naturaleza amenazante sino que expresa presencia, es visto como algo amenazador. Raro — extraño, en todo caso. Como si el silencio pudiera revelar alguna suerte de vacío espeluznante donde lo que se está evitando son preguntas de quiénes somos y qué estamos haciendo. El silencio hace aflorar estas interrogantes que viven en nuestros cuerpos.

Esto habla de nuestra cultura, porque hay otras culturas donde el silencio, más que una incomodidad, es reconfortante. John Fowles llama a este vacío el “nemo” y lo describe como un aniego, un estado de ser nadie. “Nadie quiere ser nadie. Todos nuestros actos están parcialmente concebidos para llenar o marcar el vacío que sentimos en el fondo”.

Cuando miramos alrededor, se puede comprobar que es por medio de las experiencias del alcohol, las drogas y el sexo que la mayoría puede recrear un estado de conciencia indivisa, de satisfacción primaria que constituye la unidad con nuestro medio ambiente, alimentos, amor romántico, éxtasis religioso, pantallas de video, TV. Hacemos miles de cosas para rellenar nuestras vidas — y sobre todo, tratamos que los demás nos amen (el gran rellenador de nemo: el éxito y la fama), para así quizás llegar a amarnos nosotros mismos. Podría decirse que es una ideología escapista. El problema con esta ideología, como el problema de cualquier ideología, es que finalmente no funciona. Si el verdadero objetivo es recuperar una experiencia primaria perdida que está presente en todos los hombres y mujeres que en algún momento de sus vidas han tenido que separarse de sus madres y enfrentar su identidad e individualidad, entonces el éxito mundano, financiero, artístico, literario, está fuera del caso. El millonario muere solitario y amargado. Las ideologías surgen cuando la gente siente que carece de un anclaje somático.

Para la persona sana (extremadamente escasa), la vida tiene su propio significado. Ella no necesita de ningún “ismo” para rellenar la brecha, la falta básica, para sentirse bien. Puede abrazar una causa, pero sin la necesidad de sentir que con ella valida su existencia. Para desgracia nuestra, la cultura occidental moderna es una conspiración para no hacer mención alguna del mundo de la satisfacción primaria, o siquiera del cuerpo. Por estar excluida de la discusión, se nos exige tomar en serio el mundo de la satisfacción secundaria. Y lo más curioso es que la devoción a la satisfacción secundaria (las típicas son éxito, riqueza, reputación; hay otras: patriotismo, religiones organizadas, etc.) es tan profunda que mejor es callar y no andar diciendo que el rey está en pelotas, so pena de perder el empleo — ¡por eso es mejor no tenerlo!

Nada de esto surte efecto a la larga, porque no penetra al estrato profundo. Nuestra derrota se refleja en nuestros cuerpos: o nos “apuntalamos” o nos aplastamos en una postura de colapso; y esto tiene un efecto profundo en la naturaleza de la cultura que creamos. Por lo tanto, es un problema de civilización, no sólo un problema individual — aunque son dos caras de la misma medalla. Como señala W. Reich, lo que aparece en el cuerpo del niño está creado por la cultura ambiente y, a su vez, crea (reproduce) esa cultura.

Una de las experiencias comunes a toda la raza humana — ciertamente al Homo sapiens sapiens, u hombre moderno, que se remonta a 90 ó 100 mil años atrás (y Cro-Magnon) — ha sido la toma de conciencia existencial que he descrito arriba. Esta es la percepción de tener un sí mismo separado del entorno y de los otros. La aparición de la identidad también es el momento de la alienación. En esa época, fines del paleolítico tardío, aparece la capacidad de proyectarse en el tiempo que los arqueólogos han llamado “planeamiento profundo”. Hace 35 mil años hay un drástico aumento en artefactos de ornamento personal, lo que sugiere la aparición de esta conciencia de sí mismo. Lo más probable es que esta alienación siempre fue dolorosa.

La conciencia del yo, o del sí mismo, o del autoreconocimiento, es un proceso discontinuo que no surge de golpe. Tampoco puede ser verificado científicamente y su desarrollo es somático, ocurre muy profundo en el cuerpo; sólo parcialmente es cuestión de comprensión intelectual o cognitiva. Ocurre por lo general entre los 2 y 3 años de edad — es el momento en que se comienza a preguntar: “¿Quién soy yo?”, distinto del resto. Es la primera sensación existencial de ser una persona. El fin de la simbiosis y de la inocencia.

Sin embargo, el problema del nemo — del vacío y su existencia como un factor somático de la vida humana — no ha sido territorio de historiadores (al menos en términos teóricos), sino principalmente de psicólogos. Han sido principalmente sabios franceses como Merleau-Ponty, Lacan y Henri Wallon, junto a británicos como Balint y Winnicott, los que han iniciado una indagación de la ontogenia y ontología humanas en términos de una brecha o quiebre psíquico fundamental.

En todas las culturas, en todas las épocas, la identidad humana está fuertemente condicionada por lo que sucede en el cuerpo del niño: aquí es donde comienza todo. Posiblemente Reich tenía razón cuando decía que nuestra historia cultural está codificada en nuestros cuerpos. La historia parecería ser algo así: el gran hombre, dañado en la infancia, que busca prestigio como sustituto del amor, usando (o convirtiéndose en) un curandero chamánico o una autoridad, y haciendo que el resto del grupo o el otro se sumerja en un juego bipolar de dominio-sumisión. Esto vale para relaciones familiares, de pareja, terapéuticas, dentro de las empresas, instituciones de todo tipo. No se ven muchas relaciones equitativas.

En lo que a nosotros hoy nos puede interesar es una interpretación somática del pasado, para construir un saludable futuro y presente somático. Para eso es necesario una comprensión total de los orígenes precoces de este fenómeno del nemo y la forma en que la dinámica resultante impregna, de manera inconsciente, toda nuestra vida adulta.

¿Cómo podemos saber si hace mil años, ó 6, 30, 60 ó 150 mil años atrás, pasaba lo mismo en el cuerpo? Es fascinante contemplar el mundo actual: su grado de organización, sus jerarquías, su desigualdad o inequidad, sus ideologías, sus conflictos y modos de resolverlos, considerando que lo que sabemos es de apenas los últimos 6.000 años. ¿Cómo en estos 60 siglos se transitó desde lo que se podría llamar relaciones “horizontales” relativamente igualitarias de pequeñas bandas de cazadores-recolectores, sin una relación clara de mando-obediencia, sin interés por “la verdad”, ni miedo a la muerte, a las relaciones “verticales” de religiones, estados y empresas contemporáneas?

Observado en forma histórica, la raza humana ha enfrentado esta realidad en tres formas básicas: un estado llamado “paradoja”, otro denominado “complejo de autoridad sagrada” y finalmente el estado actual de “aturdimiento”.

 

La paradoja

La primera forma de conciencia asociada a la civilización cazadora-recolectora es la que Bruce Chatwin2 llama “paradoja” o experiencia del “espacio”. Esta es una toma de conciencia difusa o periférica cuya naturaleza puede describirse como “horizontal”, tal como lo es la política imperante en dicha civilización. No se caracteriza por una búsqueda de “significado” ni una esperanza de que el mundo sea de una u otra manera. Simplemente acepta al mundo tal como se presenta, y por lo tanto, pareciera requerir un alto grado de confianza. Se vive con la alienación, se acepta la incomodidad como parte de lo que es.

Es una toma de conciencia difusa, posiblemente heredada como prolongación del estado de alerta que se da en los animales. En los humanos, la paradoja implica sostener simultáneamente proposiciones o emociones contradictorias; mantener la tensión de este conflicto de modo que pueda emerger una realidad más profunda.

En la literatura hay muchas descripciones de estados de conciencia que calzarían con la “paradoja”. Una de ellas de Ortega y Gasset en Sobre la Caza, los Toros y el Toreo:

Se trata de una atención “universal” que no se fija en ningún punto específico sino que intenta estar en todos. Hay un término magnífico para eso... alerta... sólo el cazador, imitando el perpetuo estado de alerta del animal silvestre... lo ve todo.

Es conciencia paradójica porque está simultáneamente focalizada y no focalizada. Es oscilante o periférica más que intensa o extática; también se manifiesta en el hecho de que un momento como éste se siente completamente individual y único, y al mismo tiempo, lo más personal se siente como lo más general, lo más conectado con los otros seres humanos. Lo efímero se experimenta como lo más duradero.

Pero es importante, creo, recalcar que para los cazadores-recolectores y pueblos trashumantes, desde el punto de vista sociobiológico, el factor más influyente era la supervivencia como especie. La supervivencia dependía de su capacidad para distinguir un pájaro entre el denso follaje de un árbol o divisar un reptil a varios metros. El Homo sapiens asimiló la actitud vigilante de los animales dentro de su estructura cerebral mucho antes de desarrollar la capacidad de conciencia de sí mismo, y no es probable que desde entonces la haya perdido. (En la vida cotidiana, atravesar una avenida a pie, conducir el automóvil mientras se sostiene una conversación, etc. La supervivencia en la ciudad, y especialmente en las partes bravas, requiere de una alerta tipo animal. Por ejemplo, en el caso mío, casi cotidiano, yendo en bicicleta por la ciudad. En este caso, además de una conciencia difusa, focalizada y deslocalizada, en que la atención va desde lo sensorial externo, con gran énfasis en lo visual y auditivo, también hay percepción sensorial kinestésica, balance, ritmo de pedaleo, etc. Pero aun así, puedo pensar en lo que tengo inconcluso en la oficina, planear el día, etc.).

 

El complejo de autoridad sagrada

El segundo modo de negociar con la conciencia de sí mismo es lo que Morris Berman ha denominado “complejo de autoridad sagrada”, que a pesar de que pueden haber antecedentes esporádicos de su existencia desde el paleolítico, su real florecimiento y su institucionalización coinciden con la civilización agraria, sedentaria. La confianza en el mundo ahora es mucho menor y el temor a la muerte ha ocupado un lugar prominente. El ser humano no tiene un mundo sino una visión del mundo, y la percepción tiende a ser de naturaleza vertical. Mientras que en la paradoja, lo “sagrado” simplemente es el mundo, en el caso del complejo de autoridad sagrada, lo sagrado ha sido proyectado hacia arriba, hacia el ámbito de los dioses. De ahí provienen las grandes teocracias del Cercano Oriente, cuyas estructuras religiosas (y políticas) se encarnaban en pirámides y obeliscos que alcanzaban al cielo.

Simbólicamente hablando, por sobre estos monumentos había una imagen semidivina, por ejemplo, el faraón, quien — al igual que el Papa, milenios más tarde — era considerado el representante de Dios (o de los dioses) en la tierra. La validación de la forma de vida de la nación era suministrada tanto cosmológica como políticamente, ya que ambas esferas compartían un orden sagrado que se alzaba como garante de la realidad misma.

En este sistema vertical, las explicaciones para todos los sucesos eran, por consiguiente, totales, absolutas, y no es accidental, por ejemplo, que el ciclo de 3.000 años de la historia de Egipto se haya visto muy poco afectado por las rebeliones políticas. El complejo de autoridad sagrada forma una especie de capullo psicológico en el cual la certidumbre está relativamente asegurada y la alienación potencial bajo control. El horror a la intemperie aquietado.

Cerca del 2000 a.C., o después, la verticalidad del complejo de autoridad sagrada se agudizó aún más. Esto corresponde a la aparición de lo que Berman ha llamado la “experiencia de ascensión”, aunque pudieron haber habido rastros de ésta en el paleolítico. Este es el fenómeno de trance unitivo o éxtasis, que es la forma más dramática de generar seguridad psicológica — por un tiempo. Este tipo de conciencia corresponde a cierta mitología heroica endémica en civilizaciones recientes (la epopeya de Gilgamesh en Mesopotamia, siglo III a.C.). En contraste con el difuso estado de alerta de la conciencia cazadora-recolectora, la experiencia de ascensión es vertical e intensa; entrega “certeza” tanto en términos de su abrumadora calidad numinosa como en términos de la jerarquía espiritual-política que inevitablemente genera. En sus formas religiosas, tales como los cultos de los misterios griegos, las prácticas rituales eran utilizadas para obliterar la conciencia, para sumergir al ego dentro del Uno, de lo Absoluto.

El gnosticismo, y finalmente el cristianismo, florecieron desde esos cultos, los que también tuvieron un fuerte impacto en los Diálogos de Platón, los cuales penetraron la civilización occidental como una especie de corriente subterránea contracultural (por ejemplo, el neoplatonismo del Renacimiento). Todo esto sirvió para compensar el dolor de la conciencia del ego mediante una experiencia mística que fusionaba la psiquis con el resto de la creación, lo que Freud llamó la “experiencia oceánica”. En su opinión, la experiencia era regresiva, un intento por retornar al estado fetal o a la madre primaria, arcaica. Jung, en cambio, la consideraba progresiva, como un contacto con cierto tipo de sabiduría primitiva. Y dado que son dos conceptos irreconciliables, existe un problema dentro de la cultura occidental que nos atañe directamente y genera bastante incomodidad hasta nuestros días. (Como joven estudiante católico, recuerdo lo fácil que era la vida: seguir ciertas reglas, cumplir ciertos ritos y reglas, creer en el Dios encarnado y en el cielo. Salirse de eso y uno quedaba a la intemperie).

Pero aquí hay un problema: ¿qué es lo sagrado? Para las sociedades cazadoras-recolectoras no había una categoría de existencia llamada “sagrada”. Cuando los aborígenes americanos se refieren al Gran Espíritu, a menudo aluden al viento. Este espíritu es “meramente” la creación misma; el agua se desliza por una hoja, el aroma del bosque después de la lluvia, la sangre tibia del ciervo. Los aborígenes australianos, con los cantos. El estado de alerta es el sine qua non de la sociedad cazadora; la realidad es percibida con tal agudeza e intensidad, que todos los detalles del entorno parecen “resplandecer”. Pero no hay que confundir esta terminología con una suerte de experiencia de trance. Aquí no hay pérdida de conciencia o “fusión con lo absoluto”. Esto no es inmanencia, no-trascendencia; no hay experiencia de “la zarza ardiente” ni pérdida de límites. En este mundo, lo secular es lo sagrado que nos rodea por todas partes. Por eso Berman lo denomina percepción horizontal.

La civilización agrícola consiguió desencantar el mundo en un sentido periférico y luego reencantarlo en un sentido focalizado o centralizado. La energía vertical finalmente avasalló y reemplazó a la horizontal, como se aprecia en la arquitectura de las grandes teocracias egipcia y azteca. También es la base de las religiones y los sacerdocios. La energía erótica del trance unitivo es erradicada del entorno y canalizada dentro de ciertas experiencias específicas vistas ahora como normas culturales: el amor romántico (que no existe entre los cazadores-recolectores), el heroísmo (las leyendas arturianas, la búsqueda del Grial) y la necesidad de ir a la guerra. La guerra es irresistible para la humanidad porque provee situaciones de numinosa intensidad: uno se siente “vivo”, ligado al universo; Sartre la describe como una experiencia religiosa (La Náusea), y B. Russell recuerda que en 1914 “Descubrí que hombres y mujeres corrientes se deleitaban ante la perspectiva de una guerra”, “Lo que me llenó de horror fue que la expectativa de la masacre era deliciosa para algo así como el 90% de la población. Esto me obligó a reconsiderar mis opiniones sobre la naturaleza humana”.

Desde esta perspectiva, la estructura de la religión en la civilización occidental (sea que hablemos de herejía u ortodoxia) es vertical; el universo mundano aquí abajo y el cielo allá arriba. Esa verticalidad, que comienza en algún momento alrededor del 2000 a.C. y que aceleró su crecimiento en la llamada Edad Axial (después del 1000 a.C.), produjo a su vez su propia dicotomía, una aguda división entre lo secular y lo sagrado, siendo la salvación la promesa de la esfera sagrada.

En contraste con esto, la “religión” cazadora-recolectora era, en su mayor parte, simplemente la “magia” de la vida cotidiana.

En Los Trazos de la Canción, Bruce Chatwin afirma que en la conciencia del nómade el movimiento es esencial para su realización personal, y que enriquecía de tal manera la vida aquí en la tierra que la mayoría de los cazadores-recolectores no necesitaban crear una religión o el concepto de vida después de la muerte. La vida errante devuelve la armonía original (paradoja) que existía entre los seres humanos y el universo. Es una tendencia migratoria instintiva, algo que llevamos con nosotros en un sentido inherente o genético. La vida errante no busca la permanencia, la seguridad, un refugio contra el cambio o la inseguridad. El movimiento es el sustrato psicológico de la experiencia paradójica, el abrazar la vida tal como viene y no exclusivamente a través de los filtros del mito y el ritual. En cambio, en las sociedades sedentarias, éstos han sido considerados, equivocadamente, como fuentes fundamentales de vitalidad. En este sentido, los cazadores-recolectores fueron los primeros fenomenólogos — es decir, “no-istas”, y esta visión corresponde a más del 99% de la duración de la experiencia humana en el planeta. Si el caminar es el mecanismo que mantiene en jaque la “verticalidad”, debemos recordar que los homínidos lo hemos estado haciendo por más de 4 millones de años. Probablemente no hay nada en la historia de la evolución que haya tenido tal continuidad.

Sin embargo, es posible que el potencial para la verticalidad, tanto de tipo religioso como político, sea inherente a nuestra conformación como seres humanos. Pero, en las sociedades cazadoras-recolectoras, aparentemente se gatilla bajo ciertas condiciones críticas. Cuando eso sucede, ciertos subgrupos agresivos se adelantan y toman el poder, lo cual empuja al resto del grupo al dilema del prisionero: o te subes al carro de la victoria o te quedas abajo.

 

El ofuscamiento

También podría llamarse “aturdimiento” o disminución de la conciencia. Este es el tercer modo de disminuir o perder la conciencia — y, como sabemos muy bien, es propio de las sociedades industriales, ya sea por medio de tranquilizantes, antidepresivos, alcohol, espectáculos deportivos, religión organizada, hacer muchas coas, “trabajolismo”, etc. El trance todavía existe, pero a menudo como una especie de “herejía”, y en general está prohibido: si bien los psicofármacos son legales, el peyote y los hongos alucinogénicos no lo son.

Vale la pena destacar que la civilización, sea agrícola o industrial, es de una pieza y continúa. En ambas, los ordenamientos políticos son verticales y lo sagrado está en otra parte “en el cielo”. A su vez, los líderes comparten la santidad o se les rodea de un aura, de carisma.

Desde luego que esto es tentativo y bastante contrapuesto al pensamiento antropológico convencional y esa visión negativa de las religiones que se fomenta en el mundo secular, que las considera como una forma de aturdimiento, sometimiento, fanatismo oscurantista, “el opio del pueblo” y cosas por el estilo.

Por lo tanto, lo que estoy exponiendo aquí debe resultar un tanto chocante para quienes hayan estudiado el tema. Pero también hay que reconocer que la Gestalt, antropológica y genéticamente, está con nosotros desde los inicios de la humanidad, y que muchos de los procesos sensoriales que ocurren en otras especies pueden ser entendidos desde la Gestalt. Por lo demás, no tiene nada de extraño: las ideas sobre morfogénesis siempre van sumando una cosa a otra anterior (cerebro triuno de MacLean). Ciertos aspectos pueden coexistir y por muy vertical, jerárquica, amante de la verdad y odiadora de la muerte que sea esta civilización actual, lo cierto es que lo antiguo aún está con y en nosotros.

La gran dificultad para nosotros es que el fenómeno de la paradoja es virtualmente invisible en nuestra civilización, porque normalmente se entiende que la forma de romper con el paradigma dominante (analítico) del pensamiento occidental es a través de un cambio a la introvisión gnóstica, a alguna forma de misticismo o de pensamiento mitológico. A diario somos testigos de muchas de estas tendencias, muchos hemos participado. En las últimos décadas, los partidarios del paradigma holístico enarbolado por los entusiastas de la Nueva Era parecen no haber entendido el paradigma racional-científico que pretenden destronar; y es posible que su celo “no pensante” haya sido el mismo celo no pensante que ha caracterizado a todos los nuevos paradigmas a lo largo de los siglos. Con una mirada no pensante, no se podía ver a través de la naturaleza religiosa del paradigma; era como estar en el antiguo Egipto con el faraón reemplazado por un conjunto de jergas técnicas.

Es muy posible que la adicción a los paradigmas esté enraizada en una negación de nuestras experiencias somáticas. Si pensamos que nuestro cuerpo está hecho para estar en continuo movimiento, la vida moderna es una prisión. Las emociones dolorosas viven en el cuerpo. Las adicciones — y entre ellas, la adicción al cambio de paradigma — nos permiten escapar y vivir en nuestras cabezas. Pero sin experiencia corporal, cualquier nueva espiritualidad es un fetiche.

Necesitamos un enfoque que nos permita obtener información detallada sobre las principales relaciones del hombre con la naturaleza, el otro y consigo mismo. Quizás una de las maneras sea familiarizarse con esta conciencia paleolítica que nos acompaña y que hace su aparición en situaciones tan decidoras como es la historia personal de algunos.

 

Un caso que transitó de lo vertical a lo horizontal

Una de las figuras más interesantes del siglo XX, Ludwig Wittgenstein, experimentó a lo largo de su vida una evolución que podría entenderse como una transformación desde una conciencia vertical a una horizontal. Esto mismo debe haberle pasado a muchas personas que evolucionan con los años desde actividades de alta intensidad y concentración a otras más pausadas y espaciadas, y que pueden ser entendidas como un paso normal del desarrollo y el deterioro de los años, pero también como una vuelta a un estado más afín con nuestra naturaleza primigenia — y aunque bajo ningún punto de vista es una recomendación o algo que se puede buscar activamente, es al menos un consuelo para los que se sienten perdidos en este mundo y que poco a poco se han habituado a deambular, a buscar y a estar en constante movimiento. Mal que mal, el 99,8% de nuestra existencia como especie posiblemente tuvo la paradoja como el estado de conciencia prevalente.

Wittgenstein entró a estudiar ciencias de la aeronáutica en Manchester en 1908. Tenía 19 años. Era el hijo menor de un acaudalado industrial vienés. Pero su interés se centró en las cuestiones filosóficas y el análisis matemático. Impresionado por B. Russell y su Principia Mathematica, y a instancias de Frege, se fue a estudiar con Russell. Con éste como mentor, a los 26 años había completado la mayor parte de lo que se convertiría en una de las mayores obras filosóficas: el Tractatus Logico-Philosophicus, un análisis de los fundamentos de la lógica. Esta obra es el epítome de la tradición vertical trascendente, una versión, podría decirse, platónico-intelectual del complejo de autoridad sagrada, en el cual la explicación del mundo (es decir, sus leyes fundamentales) no se encuentra en el mundo, sino en alguna parte fuera de él.

Según Wittgenstein, los planteamientos del Tractatus son los peldaños de una escala que hay que ascender para llegar más allá de ellos. Mediante la lógica pura, se alcanza el ideal. Platón llevado a su conclusión lógica, al igual que la de Wittgenstein, es un curioso producto híbrido de lo intelectual y lo místico. La frase final de Wittgenstein: “De aquello que no se puede hablar, mejor es callar”, fue por muchos años malinterpretada como una declaración de positivismo lógico, cuando en realidad dice que ciertas experiencias (verticales, intuitivas) son inefables (inexplicables). Wittgenstein combatió en la guerra de 1914, lo que le impactó de tal manera que, según Russell, se había convertido en un místico.

La segunda etapa de Wittgenstein lo encuentra habiendo cedido su herencia a sus hermanos y empleándose como maestro de escuela en pequeñas aldeas de la Baja Austria, coincidiendo con el Movimiento de Reforma Educacional austriaco, de orientación socialista e igualitaria, que no se ajustaba a sus conceptos religiosos. Sin embargo, compartía los principios básicos de sus métodos de enseñanza, en particular que la educación no consistía en memorizar sino en fomentar la iniciativa y participación activa del estudiante y motivar la curiosidad y deseo de saber. Él mismo estaba convirtiéndose a la filosofía de que nadie conoce el mundo a través de esencias abstractas, sino a través de una toma de conciencia contextual. Esencial en este cambio fue la psicología de la forma o Gestalt de Karl Bühler, quien sostenía que el contexto determinaba el significado (la figura sin el fondo no tiene sentido). La “percepción de aspecto” de la figura ambigua de la copa-cara de Köhler la repite una y otra vez en sus obras posteriores, aludiendo a que el significado depende más del contexto que de la esencia (inherente), y que la precisión y el rigor del lenguaje no mejoran necesariamente la comunicación y la comprensión. Una posición de horizontalidad total, el reverso del argumento vertical del Tractatus. Se había vuelto nómade cazador-recolector. Curiosamente, el impacto que tuvo el Tractatus, dándole gran ímpetu a la escuela del positivismo lógico, se debió a lo mal que fue interpretado. Esta escuela considera que “la metafísica es una patraña” porque no puede ser validada por la experiencia.

El Wittgenstein tardío asumió una postura antropológica incluso con respecto a las matemáticas, afirmando que no existe fuera de la mente (o del cuerpo). Al final de su vida, consideraba que las cosas realmente importantes para la vida son sólo aquellas que están más allá del escrutinio científico. Se ocupó de no dejar una escuela y terminó abandonando por completo el platonismo y la búsqueda de esencias, la que consideraba un ejemplo de “ansias de generalidades” que tiene todo enfoque científico erróneo, como su propio Tractatus. La formación de conceptos no está sujeta a las leyes inmutables de la lógica, sino que es algo que está siempre ligado a una costumbre o una práctica. Una manera de decir que la profundidad está en la superficie (en su época de profesor de escuela, su gran pasatiempo fue la lectura de historias de detectives). En uno de sus apuntes dice: “Lo único que puede hacer la filosofía es destruir ídolos. Y eso significa no crear uno nuevo — como, por ejemplo, ‘la ausencia de un ídolo’”.

 

Conclusión

Eugene O’Neill dice: “El hombre nace roto, vive remendándose”. El chamán mazateca dice: “Yo soy el que recompone”.

Nada va a cambiar con lo que he presentado, excepto tal vez una mejor aceptación por nosotros mismos de nuestra postura como escuela psicoterapéutica, vista a veces un tanto anárquica, poco sistemática y hasta caótica otras veces. No proponemos ni tenemos la verdad. Nuestro fundamento no es una concepción de la vida después de la vida, sino que la vivencia y la expresión corporal como proceso se desenvuelven ante las circunstancias. Aceptamos las cosas como son y que la vida es esto, lo que hay; la muerte, un dejarle espacio a otros. Todo, incluyendo el encuentro con el otro, nos resulta de alguna manera sagrado, en su espontaneidad, creatividad y autenticidad. Somos una serie de bandas polimorfas de exploradores de personas y vivencias. No prometemos la salvación, ni la seguridad, ni la trascendencia, ni la verdad.

Nuestro enfoque, posiblemente el más antiguo de todos, nos permite obtener información detallada sobre las principales relaciones del hombre con la naturaleza, con el otro y consigo mismo. Para mí, esta incursión ha resultado muy reconfortante al haberme mostrado que en realidad no estamos tan solos. Es que nuestro pasado paleolítico aflora en nuestro tiempo de formas muy sutiles y casi invisibles.

 

 

Recebido em 01.06.08
Primeira Decisão Editorial em 15.07.08
Aprovado em 30.07.08

 

 

1 Cuerpo y Espíritu, la Historia Oculta de Occidente (Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 1993), e Historia de la Conciencia, de la Paradoja al Complejo de Autoridad Sagrada (Cuatro Vientos, Santiago de Chile, 2005).
2 Los Trazos de la Canción (El Aleph, Barcelona, 1994, y Península, Barcelona, 2005).

Francisco Huneeus - Médico psiquiatra e psicoterapeuta de orientação gestáltica. Traduziu os livros de Fritz Perls e coordena o Editorial Cuatro Vientos, em Santiago, Chile. Introdutor da Gestalt-terapia em Buenos Aires, Córdoba, Montevideo, Rio de Janeiro e Madrid, tendo passado por treinamentos com Barry Stevens, Adriana Schnake y Claudio Naranjo. Email: <fhuneeus@cuatrovientos.cl>

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