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Estudos e Pesquisas em Psicologia

 ISSN 1808-4281

Estud. pesqui. psicol. v.7 n.2 Rio de Janeiro dez. 2007

 

ARTIGOS

 

Ciudad e identidad

 

City and identity

 

 

Stefan Gandler*

Profesor Titular cat. VII (equiv. C), Universidad Autónoma de Querétaro, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

Direccion para correspondencia

 

 


RESUMEN

En la vida citadina, el problema de diferencia e identidad cobra una especial importancia, así como su relación con el concepto de igualdad. A primera vista, la defensa de la propia identidad y de las diferencias del propio grupo en relación a otros grupos o la mayoría de la sociedad, es una lucha que necesariamente se opone a la vigencia del concepto de igualdad. A contracorriente de esta primera impresión, que domina en gran parte de los escritos sobre la temática, analizamos en este artículo, la íntima relación que hay entre la igualdad, por un lado y la diferencia e identidad por el otro. Hacemos referencia a los conceptos correspondientes y su contexto filosófico, así como a la realidad e historia política que corresponde a los términos de igualdad, identidad y diferencia. En lo conceptual, así como en lo político histórico, hay que partir del hecho que las dos ideas y realidades, la de la homogeneización y la de la heterogeneización, parten del mismo movimiento político y teórico: el de la sociedad burguesa moderna y el de la correspondiente filosofía ilustrada. Dentro de estos dos sistemas, una solución al problema de identidad/diferencia versus igualdad, es estructuralmente imposible y "soluciones" forzadas que ignoran esto, pagan la liberación de un cierto tipo de represión o exclusión con una nueva represión o exclusión. De eso está llena la historia humana y no tiene sentido repetir el mismo error una y otra vez.

Palabras-claves: Ciudad, Identidad, Diferencia, Igualdad.


ABSTRACT

In urban life, the problem of difference and identity receives a special importance, as well as its relationship with the equality concept. At first sight, the defense of the own identity and the differences of the own group in relation to other groups or the majority of the society is a fight that necessarily is against the use of the concept of equality. Trying to swim against the current of this first impression, that is dominant in a big part of the writings on this thematic, we analyze in this article, the intimate relationship that exists between the equality, on the one hand, and the difference and identity on the other hand. The argumentation includes references to the corresponding theoretical concepts and its philosophical context, as well as references to the reality and political history, which correspond to the terms of equality, identity and difference. In the conceptual aspect, as well as in the historical/political, it is necessary to start the reflection with the fact that the two ideas and realities – homogenization and heterogenization – are based on the same political and theoretical movement: the modern bourgeois society and the corresponding philosophy of enlightenment. Within these two systems, a solution to the problem of identity/difference versus equality is structurally impossible and "forced solutions" that ignore this, pay the liberation of a certain type of repression or exclusion with a new repression or exclusion. Of that, human history is full and there is no sense to repeat the same error over and over again.

Keywords: City, Identity, Difference, Equality


 

 

La vida moderna es escencialmente una vida citadina. La apertura hacia otras culturas y otras formas de organización de la vida cotidiana, que es el centro del proyecto de la ilustración, se da preferentemente en ciudades en sus dos formas básicas que son: los centros de comercio y los centros administrativos. En las dos formas, la ciudad es lugar de encuentro de individuos y grupos de muy diferente procedencia que están obligados a pasar por estos puntos por razones de la organización económica de la vida cotidiana y por razones de organización política y administrativa de la misma1. Sin embargo, en general los centros de comercio – como los grandes puertos – facilitan y exigen una mayor apertura que los centros administrativos, ya que la dinámica política, en mayor medida que la comercial, puede ser controlada en cada uno de sus detalles por las clases dominantes. Estas últimas son, desde la introducción del sedentarismo como forma prevalecente de la organización de la vidad cotidiana, cada vez más localistas, lo que llega a su máxima expresión en el Estado nación como forma política tendencialmente correspondiente a la formación social burguesa. A pesar de que también la actividad comercial está, en última instancia, bajo el dominio de las clases dominantes, es imposible controlar cada uno de los actos que surgen en la confrontación de diferentes individuos y grupos en la actividad comercial a gran escala, como es el caso de los grandes puertos. En aquellos puntos, además, es más difícil el control de acceso de individuos y grupos de diferente procedenca y también por ello la construcción de una supuesta homongeneidad se complica más que en otros espacios geográficos2.

La vida citadina, especialmente en estos grandes centros urbanos organizados a partir de la actividad comercial a gran escala y a grandes distancias, genera, en mayor medida que la vida sedentaria de otra índole, una tensión entre la capacidad y el deseo del ser humano de abrirse a los otros y a lo propio otro por un lado, y la exigencia social y cultural dominante de construir y representar identidades claramente definidadas y sin contradicciones internas visibles, por otro lado.

Lo que parecen ser dos movimientos opuestos – el movimiento hacia la diferencia y el movimiento hacia la identidad – son, a pesar las múltiples discusiones que parten ingenuamente de esta primera apariencia, dos expresiones de la misma dinámica moderna e ilustrada. Los conceptos de diferencia e identidad tienen el mismo origen histórico y lógico que el concepto de igualdad, con el cual polemizan, a saber: el pensamiento ilustrado, la cultura liberal, la sociedad burguesa y la forma de reproducción capitalista.

El individualismo burgués se desarrolla exactamente en el momento, en el que se pierden las diferencias reales entre distintas regiones, culturas etcétera, por la aplastante masificación de todas las relaciones sociales y sus sujetos.

La forma de reproducción capitalista se basa necesariamente en el doble juego de la igualdad - que se expresa en el valor o valor de cambio y el carácter social de la producción y los productores - por un lado y la desigualdad, es decir diferencia - que se expresa en el valor de uso y en el carácter privado de la producción y los producentes - por otro lado. Es decir: el doble carácter de la mercancía y de sus productores es la unidad de igualdad y diferencia, o en otras palabras, la unidad de identidad y no-identidad, que es la base de toda la formación social existente.

Las posiciones autodenominadas “posmodernas” que insisten en la diferencia e identidad de cada uno en diferencia a la identidad del otro, no son otra cosa que una variante de la incapacidad de la modernidad de concebirse a sí misma, es decir, de aprehender el doble carácter de sus relaciones sociales como necesariamente a la vez iguales y desiguales. Mientras que en las clásicas posiciones que reivindican el derecho a la igualdad, o la igualdad ante la ley, se olvida ingenuamente que también la igualdad es base necesaria de la actual explotación y represión, las críticas “posmodernas” a la igualdad que festejan la diferencia, se olvidan que también la diferencia es parte indispensable del actual sistema social y económico represivo y explotador.

La superación de esta contradicción interna o de este doble carácter de la modernidad capitalista no se da ni en el olvido de la diferencia, ni en el olvido de la igualdad, sino únicamente en el análisis crítico de la relación dialéctica que tienen entre ellas. Es decir: la superación de las limitaciones de la actual modernidad, no se encuentra en la supuesta salida de ella, usando de manera exagerada el prefijo “pos”, sino más bien, es dentro de la misma modernidad existente, donde hay que analizar lo más profundamente posible, la falsa base de la actual modernidad capitalista y de su correspondiente actual vida citadina.

La plusvalía únicamente su puede generar en el actual sistema económico, a partir del, a la vez real y ficticio intercambio de equivalencias, al momento de la compra-venta de la mercancía básica del capitalismo: la fuerza de trabajo. Este intercambio es, por un lado, de equivalencias en el sentido que se le paga al trabajador - en general - el valor de la mercancía que tiene que vender: su capacidad de trabajo. Por el otro lado, y a la vez, este intercambio no es de equivalentes porque la fuerza de trabajo tiene una capacidad que ninguna otra mercancía, con las cuales necesariamente se intercambia, tiene: la capacidad de generar valor.

El complejo juego de igualdad y diferencia, es también el secreto de las actuales relaciones internacionales, sobre todo entre los países del llamado primer mundo, por un lado, y los paises del llamado tercer mundo por otro lado. La igualdad, expresada en contratos internacionales como el Tratado de Libre Comercio de Amércia del Norte (TLCAN) garantiza el libre flujo de mercancías y valores, mientras la diferencia, por ejemplo en niveles de educación y desarrollo tecnológico que se reflejan en diferencias de niveles de salarios, garantiza un grado de explotación que en cada caso diferente, llega a su máximo y no es restringido por ninguna igualdad, por ejemplo en derechos laborales. El impedimento legal de construir centrales obreras binacionales (o multinacionales), es la contraparte diferencial a la igualdad de condiciones para los inversionistas de los países miembros del TLC. Sólo esta combinación perfectamente desarrollada de igualdad y diferencia, hace real el sueño eterno de ciertas clases sociales: máximas ganancias. A ellos, el concepto de diferencia no les asusta, sino les gusta, al igual que sus propios antecesores burgueses hace doscientos años no temían la igualdad, sino lucharon por ella como conditio sine qua non de la forma de reproducción capitalista.

Incluso se podría preguntar, si el concepto de diferencia no coincide de cierta manera con el actual cinismo burgués, que ya no quiere recordar las promesas históricas de la felicidad para todos con las cuales llegaron a movilizar las masas populares para su lucha revolucionaria-burguesa. Como en la memoria colectiva estas promesas están sobre todo vinculadas con el concepto de igualdad, podría ser incluso bien visto desde la perspectiva burguesa, el rechazo, aún con buenas intenciones, de este concepto y la reivindicación de la diferencia.

El concepto de la diferencia tiene otra deficiencia. En general se plantea, que el odio al otro, como se expresa por ejemplo en el racismo, en el antisemitismo o en el sexismo, es un odio al desconocido, al ajeno, al extraño, es decir al otro en el sentido más amplio de la palabra. Esta versión cae en la trampa, de creerle al racista, antisemita o sexista. Pero no necesariamente deben ser verdad las palabras y otras expresiones de esta índole. Más bien habrá que estudiar profundamente las razones más centrales del odio al llamado otro.

Si el racista dice que el de otro color es flojo y no quiere trabajar, para justificar que el de otro color de piel le haga el trabajo sucio y pesado: ¿acaso es un odio al otro? Si el antisemita dice que los judíos sólo piensan en el dinero, para justificar, que se hace rápidamente rico con la “ariación”, es decir la expropiación de los judíos en beneficio de los antisemitas ¿acaso el antisemita odia lo otro? Si el sexista dice que las mujeres son débiles y poco racionales, para justificar que un mujer tiene que organizarle toda la vida, porque no es capaz ni siquiera de las organizaciones racionales cotidianas más simples: ¿acaso el sexista odia al otro?

Nuestra tesis, que retomamos de Horkheimer y Adorno (1994), es que el llamado odio al otro es más bien un odio a lo demasiado conocido en uno mismo3.

Como en la sociedad actual prácticamente no hay lugar para la autocrítica y autoreflexión, el odio a las partes de uno mismo, que uno no puede aceptar, por ejemplo a causa de ciertas reglas sociales, se proyecta en un odio al supuesto otro, que en verdad es el más cercano. No se odia lo desconocido en el otro, sino lo demasiado conocido, lo que uno debería - según la lógica vigente - odiar en uno mismo, se odia en el otro.

Un ejemplo histórico muy destacado, es la destrucción de los judíos europeos organizada desde la Alemania nacionalsocialista. Hay pocas culturas en Europa que están tan íntimamente vinculadas e influidas mutuamente como la alemana (en general) y la judía. Toda la cultura alemana está llena de influencias de la tradición judía, mientras que por ejemplo los judíos del este de Europa hablan o hablaron el yiddish, que se parece en mucho al alemán y tiene una de sus raíces más fuertes en este idioma. Distinguir la cultura alemana (en general) de la judía en Europa, es sumamente difícil y hasta cierto grado imposible. (Por lo menos hasta antes del nazismo, los nacionalsocialistas hicieron todo lo posible para hacer olvidar esto.)

No era entonces la lejanía entre los judíos alemanes y los otros alemanes o los últimos y los judíos europeos en general que hizo posible el genocidio más perfectamente llevado a cabo de la historia, sino más bien la cercanía entre la cultura alemana y la judía. Los alemanes que se consideraron la norma, no odiaron a los judíos alemanes y los otros judíos europeos por ser diferentes, sino más bien por ser demasiado parecidos.

Por esta cercanía, los judíos eran el grupo que más cuestionaba tan sólo con su existencia la ideología nacionalsocialista de la “pureza racial” y las supuestas “diferencias raciales insuperables” y al mismo tiempo, la cercanía hizo más fácil la falsa proyección. Estos fueron algunos de los factores principales que provocaron que hayan sido el grupo “predestinado” para la política de destrucción de los nacionalsocialistas.

El reconocimiento del otro es entonces, en última instancia, el reconocimiento de uno mismo. Es decir: el odio al otro no se supera con la aceptación de la diferencia del otro en comparación con uno mismo, sino más bien se logra con la aceptación de las contradicciones internas que cada uno tiene y con esto con la superación de la dependencia de las reglas sociales que reprimen a todos.

El concepto de identidad, que se usa de manera cardinal en teorías críticas hacia ciertos rasgos represivos de la actual sociedad moderna (el racismo, el sexismo ...), implica, no tanto la posibilidad de rescatar la propia diferencia interna, sino mas bien una resurrección de la negación de las contradicciones internas. Las identidades, como en general se piensan e intentan realizar, tienden a extinguir las contradicciones internas, en lo personal así como en lo social o en lo referente a grupos. Un concepto fuerte de identidad no lleva entonces a la aceptación del otro como otra identidad, sino más bien a la represión de las contradicciones internas y con esto al deseo de proyectar los deseos reprimidos al otro, al odio del supuesto otro como representante elegido del otro interno prohibido por el concepto fuerte de identidad.

El ser humano es idéntico consigo mismo, sólo estando muerto. Mientras vive, todas su experiencias, las influencias de afuera, las fantasías y los sueños, los logros y las decepciones, el mismo proceso biológico del crecimiento desde niños, la maduración y el envejecimiento, hacen que en ningún momento sea idéntico a lo que fue en el momento anterior, pero es más: aún en un mismo momento hay contradicciones internas innegables. Uno puede ser, por ejemplo, heterosexual y de repente tener deseos homosexuales o al revés. Pero en general ningún grupo acepta con facilidad estas extravagancias. Ni los grupos minoritarios o reprimidos, como por ejemplo los homosexuales, están conmúnmente muy de acuerdo, si de repente uno de ellos se sale de la definición de su identidad de grupo.

Incluso uno mismo tiende a no permitese estas rupturas de la identidad. Aunque todos saben, que un día amanecen por ejemplo con ganas de hacer el amor con cierta mujer, y otro día se levantan con deseos bien distintos, casi nadie se permite el lujo, de romper cada mañana con la identidad difícilmente establecida anteriormente. Cada mañana despertamos como alguien distinto, pero sólo en muy pocos casos aceptamos esto en el momento de abrir nuestros ojos.

La falta de una identidad constante está considerado en nuestra sociedad como locura o por lo menos como falta de coherencia. Esto corresponde a la lógica de control social, en la cual lo que menos se permite son actitudes no definibles. Un matrimonio puede ser ubicado en las estadísticas de los Estados igual que una pareja gay, pero una persona que no se define y hace cosas cada vez menos previsibles, es una verdadera amenaza para el ojo clínico-sociológico que necesitan las clases reinantes para saber que pasa con sus súbditos.

También la misma sociedad pide el control de las identidades fijas. Si ya no se sueña con la posibilidad de una sociedad libre, se exige por lo menos la justicia de otra manera: que nadie sea menos reprimido que la mayoría, este es el nuevo lema de nuestra sociedad, que tiene una de sus expresiones en la identidad forzada4.

La superación del racismo, antisemitismo y sexismo no consiste tanto, como quieren hacer creer las llamadas teorías posmodernas, en la aceptación del otro (externo) y la construcción de la propia identidad, sino más bien en el análisis de la íntima relación que tienen en nuestra sociedad los conceptos de igualdad, diferencia e identidad y con esto en el análisis de los rasgos de nuestra sociedad que llevan a una elevada agresividad, que en última instancia no es una agresividad contra el otro, sino más bien una tendencia autodestructiva que implica necesariamente nuestra formación social irracional y destructiva.

La exaltación de la diferencia y la identidad, lejos de estar más allá (en el “pos”) de la modernidad capitalista, objetivamente hace más espesa la neblina conceptual que impide ver las contradicciones internas de la sociedad actual y recicla, una vez más, la absurda fantasía de que la tendencia autodestructiva de la sociedad burguesa –y con ello las contradicciones y limitaciones de su cotidianidad urbana– puede ser superada dentro de sus límites.

El debate de si en la igualdad o en la diferencia, en la identidad nacional o “étnica” o tal vez (¿por que no?) en la identidad individual, está el secreto de una sociedad menos repugnante que la que nos tocó, es (en última instancia) un debate escolástico porque realmente no es otra cosa que un debate entre distintas perspectivas limitadas sobre el mismo fenómeno total: la sociedad burguesa, que tiene como base necesaria: la igualdad forzada, la diferencia forzada y la identidad forzada.

El individuo diferente, se empieza a exaltar históricamente en el momento el que empieza la masificación de la sociedad, la identidad particular se festeja más cuando cada vez existe menos. La soledad de cada individuo diferente e idéntico es la base necesaria de la masificación, es decir, la igualdad forzada se basa en la diferencia forzada.

A la vez provoca la masificación generalizada, el deseo y la obligación social de distinguirse en aspectos tan importantes como la marca del auto usado, el equipo de fútbol anhelado, el perfume aplicado, la telenovela preferida o incluso el hobby escogido. A nivel internacional se exalta cada vez más la diferencia nacional mientras que se sabe perfectamente que esta está en vías de desaparecer de manera acelerada. La igualdad forzada provoca entonces también la diferencia forzada.

La solución a cierta forma de ausencia de libertad no puede ser otra forma de ausencia de libertad. La represión que implica necesariamente la igualdad forzada no se puede superar con la diferencia forzada. La falta de libertad que implica la identidad nacional forzada, no tiene su antídoto en la identidad “étnica” forzada y ni siquiera en la identidad individual, que a pesar de ser más cerca a la emancipación, al igual que las otras identidades no puede existir en la sociedad actual sin un elemento de coacción.

Pero: en la sociedad burguesa, el reclamo o la imaginación de una libertad - ya sea la más limitada y efímera - provoca necesariamente la pérdida de otra libertad.

La libertad no se alcanza sacrificándola. Suena como si fuera de conocimiento común, pero no lo es. La libertad se alcanza superando su limitación principal, que es la sociedad burguesa-capitalista. Igualdad, diferencia e identidad solamente se pueden desarrollar libremente en una sociedad libre.

El secreto de la emancipación de los indígenas, de las mujeres, de los homosexuales, de las lesbianas y todos los llamados por la mayoría “otros”, es la emancipación de la sociedad en cuanto tal. Todo lo otro no es otra cosa que el perverso intento de superar una represión con una nueva. De esto está llena la historia humana y ya no tiene caso repetirla un vez más.

 

Referências Bibliográficas

ECHEVERRÍA, B. Las ilusiones de la modernidad. México, D.F.: UNAM/El Equilibrista, 1995.        [ Links ]

FREUD, S. Das Unheimliche. In: FREUD, S. Gesammelte Werke, vol. XII. Frankfurt am Main: Fischer, 1968.         [ Links ]

GANDLER, S. Mesianismo y materialismo en Walter Benjamin. Revista Internacional de Filosofía Política, Barcelona/México/Madrid, n. 24, p. 127-157, diciembre 2004.        [ Links ]

GANDLER, S. Pourquoi l’ange de l’histoire regarde-t-il vers l’arrière? Trad. Marc Sagnol. Les Temps Modernes, Paris, v. 58, n. 624, p. 54-74, mayo-junio-julio 2003.        [ Links ]

HIGGINSON, S.; WAILEY, T., Edgy Cities, Liverpool: Northern Lights, 2006.        [ Links ]

HORKHEIMER M.; ADORNO, T. Dialéctica de la ilustración. Fragmentos filosóficos. Tr. Juan José Sánchez. Madrid: Trotta, 1994.         [ Links ]

 

 

Direccion para correspondencia
E-mail: stefan.gandler@gmail.com

Recebido em: 31/07/2007
Aceito para publicação em: 10/09/2007

 

 

Notas

* Doctor en filosofía por la Johann Wolfgang Goethe – Universität Frankfurt am Main, Alemania (1997), asesor de tesis: Alfred Schmidt.
1 La producción, que en una fase tardía se concentra también en cierto grado en las ciudades, no implica la misma necesidad de apertura cultural y social como el comercio y la concentración administrativa de grandes entidades políticas y sociales. Marx describe en El capital que los primeros pasos de industrialización, no solamente en Ingalterra, se dan originalmente fuera de las ciudades, por la presencia de arroyos de cierto grado mínimo de velocidad del fluido que se dan sobre todo en zonas montañosas y que se usaban para la generación de energía mecánica. Una segunada fase de la industrialización empieza con la invención de la máqunia de vapor, en la cual la industria sigue en muchos casos, ubicada inicialmente fuera de la ciudad por la cercanía de los puntos de extracción de ciertas materias primas que se necesitan a gran escala (como el carbón, véase Coalbrookdale, Shropshire en Gran Bretaña). El comercio a gran escala, así como la organización político adminstrativa de grandes entidades, están vinculadas esencialmente con grandes centros urbanos, mientras la producción industrial no.
2 Sobre las ciudades porteñas como parte y a la vez no parte del Estado nación al cual pertenecen formalmente, véase, por ejemplo: Steve Higginson y Tony Wailey, Edgy Cities, Liverpool, Northern Lights, 2006, 71 pp. En este libro, igualmente, está discutido el tema del tiempo –y de las diferentes percepciones y realidades culturales y sociales que hay de él– el cuál está íntimamente ligado al tema de la identidad/diferencia. Este tema, no lo discutimos en este texto, pero lo hemos analizado, inspirados en Walter Benjamin, en otro lugar. (Stefan Gandler, “Mesianismo y materialismo en Walter Benjamin”. En: Revista Internacional de Filosofía Política, Barcelona/México/Madrid, Anthropos/Universidad Autónoma Metropolitana – Iztapalapa/Universidad Nacional de Educación a Distancia, diciembre 2004, núm. 24, pp. 127-157.Versión corta en francés: “Pourquoi l’ange de l’histoire regarde-t-il vers l’arrière?” Trad. Marc Sagnol. En: Les Temps Modernes, Paris, año 58, núm. 624, mayo-junio-julio 2003, pp. 54-74.).
3 Véase: Max Horkheimer y Theodor W. Adorno: Dialéctica de la ilustración. Fragmentos filosóficos. Tr. Juan José Sánchez. Madrid 1994: Ed. Trotta, 303 p., sobre todo del capítulo: "Elementos del antisemitismo", pp. 213-250, aquí: 226: "Lo que repugna como extraño es sólo demasiado familiar" (Horkheimer y Adorno se refieren aquí a: Sigmund Freud, "Das Unheimliche", en: Sigmund Freud, Gesammelte Werke, Frankfurt am Main, 1968, vol. XII, ps. 254 y 259 y otras.).
4 Véase sobre el problema de la identidad también: Bolívar Echeverría, La identidad evanescente, en: Bolívar Echeverría, Las ilusiones de la modernidad, México, D.F. UNAM / El Equilibrista, 1995, pp. 55-74. Echeverría hace en este texto, partiendo de la teoría de Wilhelm von Humboldt, la propuesta de "concebir la universalidad de lo humano de manera concreta", con lo cual se podría rescatar, usando nuestros conceptos, la igualdad y a la vez la diferencia (p. 58).

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