Dentro de la incipiente psicología del desarrollo, a principios del siglo XX, pocos escritos se habían dedicado a trabajar sobre los cambios producidos por la pubertad y el ingreso al mundo adolescente. Víctor Mercante (1870-1934) destacado pedagogo y fundador de los primeros laboratorios de psicología de Latinoamérica, organizador de la Sección Pedagógica en la Universidad Nacional de La Plata y, posteriormente, decano de la Facultad de Ciencias de la Educación, publicó en 1918 La crisis de la pubertad y sus consecuencias pedagógicas, que sistematizó una serie de problemas ligados a la emergencia de las funciones genésicas y su relación con la educación en la Argentina. El objetivo del presente artículo es analizar los postulados de Mercante en esta obra y, al mismo tiempo, ponerla en relación con sus propuestas para la enseñanza de los adolescentes. En ese punto, se trabajará sobre el rol que la educación sexual puede tener en relación con proyectos educativos más amplios en las primeras décadas del siglo XX. A su vez, se tendrán en cuenta una serie de problemas específicos que Mercante y otros autores como Robert Gaupp, Carlos de Arenaza o Rodolfo Senet señalan:
- Las características propias de los púberes varones y las estrategias de intervención médico-pedagógicas para un aprendizaje que se alinee con el proyecto político encarnado por los intelectuales de principios del siglo XX.
- La relevancia de la sexualidad y su ejercicio, incluyendo el papel cumplido por el onanismo (así como su posible educación), problemática que sólo puede surgir a partir de la pubertad.
En su presentación de la reedición de La crisis de la pubertad y sus consecuencias pedagógicas, Inés Dussel plantea que los escritos de Mercante estuvieron en línea con una serie de libros de la época que comenzaron a problematizar el tema de la pubertad y la adolescencia, siendo un objeto de indagación relativamente novedoso. El interés de Mercante no sólo estaba puesto en la descripción de esta etapa y sus especificidades psicológicas, sino que también se ocupó de los efectos de estos cambios en las aptitudes de aprender. Además de llevar a cabo una serie de estudios empíricos con alumnos de la Escuela Anexa de la Universidad Nacional de La Plata, Mercante retomó a diversos autores que habían escrito sobre la psicología del desarrollo, entre los que se contaban Édouard Claparède, Gabriel Compayré y Granville Stanley Hall. El libro recogió estas inquietudes y le permitió sistematizar sus ideas respecto de la adolescencia y la serie de transformaciones que definían a este período vital.
La selección del libro como objeto de análisis, así como las obras que recorren el presente artículo, está basada en el modo en que representaban el campo de producción de conocimiento de la psicología: un vasto espacio de saberes, en la intersección de estudios psicofisiológicos del hombre, el método clínico proveniente de la medicina, los problemas escolares presentes en la pedagogía, las prácticas periciales y el conocimiento sobre la mente criminal, entre otros. En función de estos cruces, se habrían conformado criterios de demarcación entre comportamientos y características propias de varones y de mujeres que se articularon con matrices de pensamiento científico, político y sociales más amplias que no sólo recortaban problemas, sino que proponían soluciones específicas.
Herramientas Epistémico-Metodológicas
La perspectiva historiográfica del artículo implica una selección de fuentes primarias guiada por la producción de saberes expertos de la época sobre la pubertad y la vida adolescente, entre los que se cuentan las obras previamente mencionadas. Se tuvieron en cuenta las fuentes que no sólo planteaban hipótesis sobre el funcionamiento de la psicología en la pubertad, sino que también las enlazaban con estrategias de intervención médico-pedagógicas. A fin de cuentas, se trató de una selección basada en el impacto de estos autores en el campo de los saberes expertos de la época a partir de sus libros e intervenciones en revistas científicas de principios del siglo XX. A su vez, se realizaron inferencias respecto de la relevancia de su contenido en tanto estos saberes se articularon con problemáticas más amplias, teniendo en cuenta los parámetros de la época, estableciéndose un estudio de tipo retrospectivo de análisis de contenido (Ato et al., 2013; Klappenbach, 2014).
Para abordar la complejidad de los procesos de producción de conocimiento, deben tenerse en cuenta los modos en que se articulan tales procesos con otros como la difusión, recepción y circulación de los mismos (García et al., 2014). Estas herramientas implican una perspectiva historiográfica crítica de la psicología que pueda centrarse no sólo en el rol de los autores que producen conocimiento sino también el marco institucional en que lo hacen. Esta perspectiva, a su vez, se aparta de la división entre historia interna y externa, siendo que ambas dimensiones se determinan mutuamente; se encuentran interconectadas. Asimismo, incorporar una perspectiva de género en el análisis de las fuentes también permite demarcar un marco historiográfico crítico que da cuenta de las relaciones de poder que son intrínsecas a la producción del conocimiento y que definen históricamente las relaciones entre personas en el sistema sexo-género en un lugar determinado (Ostrovsky, 2010). En el presente trabajo se tendrá en cuenta esta perspectiva para buscar cómo se produjo conocimiento experto respecto de cómo ser un varón normal plausible de recibir educación específica durante la pubertad. En este punto, podría ser un aporte para el incipiente campo latinoamericano de los men’s studies que ha adquirido una mayor sistematicidad y relevancia en las ciencias sociales y humanidades (Insausti & Peralta, 2018).
El artículo se organiza a partir de una serie de apartados que van analizando los ejes propuestos. En primer lugar, se presentan las tesis de Mercante en La crisis de la pubertad… y su relación con los proyectos educativos que estaban articulados con ciertas ideas sobre el desarrollo nacional argentino. En segundo lugar, se trabajará sobre la caracterización del Yo que los autores de la época trabajan en los adolescentes varones y, por lo tanto, en la conformación de un tipo específico de parámetros de la masculinidad en la pubertad en términos psíquicos y físicos. Esta caracterización tiene también sus efectos en la esfera pública de la vida de los adolescentes, por lo que se relaciona tanto con el ámbito de la sociabilidad como el de la educación formal. En tercer lugar, se trabajará específicamente sobre los efectos del surgimiento de la sexualidad en la pubertad y el problema del onanismo así como las intervenciones propuestas desde el saber experto para lidiar con esta cuestión - que, nuevamente, no es individual sino social -. Finalmente, se trabaja sobre el rol ocupado por la clasificación médica de psicoapatías sexuales en la adolescencia y el rol de la educación sexual; discusión de larga data y que se entronca también con el rol de los pedagogos, médicos y expertos en pos de un proyecto de ordenamiento social generizado.
La Crisis de la Pubertad: Cuerpo, Psicología y Educación
Como conclusión del período infantil, la pubertad implicaba el inicio de la adolescencia, y era definida por Mercante (1918/2014) como una etapa de gran inestabilidad y de profundas transformaciones tanto físicas como psíquicas. Este avance del desarrollo se correspondía con el egreso de la escuela primaria y el inicio de la educación media, por lo que debían preverse una serie de cambios en los parámetros de educabilidad del púber respecto de su trayectoria anterior. La emergencia de la sexualidad en esta etapa también tenía consecuencias pedagógicas claras, por lo que el pedagogo bonaerense se propuso llevar a cabo un análisis pormenorizado de esos cambios y su relación con la educación en el nivel secundario.
Con una extensión definida hasta la primera juventud, alrededor de los 25 o 28 años de edad para los varones, el cuerpo de los hombres se transformaba aspirando a los ideales establecidos por la Grecia Clásica. Siguiendo a Claparède, el autor planteaba que
el cuerpo, con la esbeltez del joven, fija las notas externas del hombre perfecto, cuyo paradigma nos ofrecieron los griegos en las estatuas de Diana y Apolo. La piel pierde la delicadeza infantil, los cabellos se llenan de pigmentos, los músculos aumentan de volumen y consistencia dando a los miembros el desarrollo y forma definitiva, y a toda persona la agilidad, flexibilidad y gracia de los movimientos unidos a la vitalidad (Mercante, 1918/2014, p. 80, subrayado en el original).
En este punto, es importante destacar la pregnancia de las imágenes clásicas respecto de los parámetros corporales hegemónicos de masculinidad del siglo XX. Incluso, la recuperación de las figuras greco-latinas para la modelación de la masculinidad se intensificó pasada la Primera Guerra Mundial articulando no sólo las características físicas sino también la voluntad de transformación hacia un ideal social nuevo (Milanesio, 2005; Vallejo, 2018). Por un lado, la referencia a la agilidad y los movimientos corporales podía refrendar la idea de una educación física que desarrollara armónicamente las proporciones corporales. Por otro, la referencia a los ideales de la imagen corporal también era consistente con una idea higiénica del cuerpo, en tanto el ejercicio físico y el deporte eran pensados como una muestra de salud. El desarrollo de la fuerza física y de un cuerpo atlético, le permitía a Mercante retomar las ideas spencerianas sobre la utilidad de las actividades de los jóvenes, en tanto la segunda etapa de la adolescencia implicaba el ingreso “a la edad de la actividad plena, durante la cual se desarrollan las energías para el trabajo útil” (Mercante, 1918/2014, p. 80, el subrayado es nuestro).
Así, un ideal corporal se anudaba a un ideal funcional: la educación debía seguir los parámetros utilitaristas de la época en tanto se refrendaba el carácter científico de las teorías psicológicas que legitimaban las intervenciones pedagógicas. De este modo, los desarrollos de la psicología de la época se postulaban como la base científica de las prácticas educativas por lo que gran parte del impacto de estas ideas estuvo en los modos de conceptualizar la educación en función de la resolución de problemáticas más amplias; parte de lo que se denominó la cuestión social. Como sucedía en el nivel primario, en la educación de los adolescentes también debían tenerse en cuenta los parámetros biológico-psicológicos y evolutivos para un desarrollo útil no sólo en términos individuales sino, sobre todo, sociales y políticos 1.
La pubertad también permitía una mayor diferenciación entre varones y mujeres, lo que se expresaba tanto en los caracteres sexuales secundarios como en la mentalidad. Específicamente, en los varones se hacía más relevante el carácter social de sus actividades, lo que le permitía tener un mejor registro de su rol productivo en un orden social determinado. Esta aptitud lo orientaba en la organización de las pasiones y el instinto sexual que también emergían en la pubertad. Desde una perspectiva evolucionista y teleológica, Mercante (1918/2014) planteaba la importancia de la crisis puberal como un momento de organización de la actividad de los jóvenes y su orientación hacia un fin útil en un sentido de progreso cultural. Como correlato de estas nuevas aptitudes sociales, el varón adolescente tenía una mayor consciencia de sí mismo y de los demás, llegando a acentuar su temperamento y carácter, hasta el apogeo de sus valores morales y sus atributos intelectuales. Entre otros fenómenos, la fijeza y focalización de sus sentimientos estéticos, le permitía al varón una mayor organización y los motivos de sus intereses se definían en relación con “una razón más profunda, basada en la selección sexual, en la selección intelectual, en el mejoramiento de la especie, en el mejoramiento de los conceptos” (Mercante, 1918/2014, p. 190). Sin embargo, la inestabilidad pasaba a ser su característica más importante, en tanto la energía utilizada para el crecimiento físico y la función genésica no le permitía al adolescente un equilibrado desarrollo de sus aptitudes. Así, junto con el desarrollo de los parámetros morales que luego guiarán su crecimiento como hombres de la nación, los varones se volvían soñadores y fantasiosos. Como consecuencia de su crecimiento corporal,
La potente sensación de vida que lo anima y su inexperiencia lo vuelven presuntuoso, turbulento, osado, soñador ardiente de inasibles quimeras. Se hipertrofia su yo. Siéntese hombre, y de ello convencido, alimenta ambiciones. A los 15 años, dice Compayré, se pretende ser tomado en serio, ser tratado como hombre, hacer lo que hacen los hombres. El púber se indisciplina y amostaza con facilidad. (...) La inestabilidad es el fondo de este carácter. El muchacho es incapaz de persistir en una ocupación o actividad cualquiera (Mercante, 1918/2014, p.119).
Debido a esta misma inestabilidad, y a partir del análisis de sus intereses escolares, Mercante (1918/2014) mencionaba la importancia de una educación que le permitiese sortear las dificultades de esta etapa. Desde el ámbito pedagógico, entonces, debían privilegiarse los trabajos que pudiesen prepararlo para la lucha por la vida, como los oficios ligados al trabajo manual. En su propuesta, los desarrollos del sistema nervioso, de la musculatura adolescente y la intensa afectividad eran el fundamento de la puesta en marcha de actividades como la agricultura y las tareas de mecánica, en tanto “casi la totalidad de los niños expresa deseos de hacer algo con las manos, de aprender con ellas un oficio” (Mercante, 1918/2014, p. 199, subrayado en el original). Asimismo, la importancia que adquiría el trabajo manual en los intereses adolescentes servía a los fines de un proyecto económico y social de organización racional de las fuerzas productivas. La exigencia del trabajo manual, entonces, aparecía como un proyecto educativo propio de la adolescencia que permitía no solo el progreso social sino que, tal como se ha planteado anteriormente, servía a los fines higiénicos de salubridad y de reconducción de la fuerza vital en provecho de un modelo de país. En este punto, una educación profesional y técnica era la más adecuada para aprovechar los influjos de la pubertad en un sentido también político.
La constitución del Yo y la visibilidad del adolescente en la sociedad.
La hipertrofia del yo, descripta por el autor, también tenía sus dificultades: si bien los mecanismos de la abstracción que estaban presentes en los niños varones se acentuaban en la pubertad, se debilitaban las capacidades atencionales concomitantemente con la dispersión presente en su curiosidad. Esa fuerza vital, que hacía del niño un pequeño científico, hacía también que su curiosidad se extendiera a todos los planos de su actividad, lo que menguaba su aptitud para concentrarse, por lo menos hasta los 16 años. Junto con el desarrollo de una afectividad desbordante, aparecían a esta edad
el deseo simultáneo de moralidad y participación [que] provoca manifestaciones bizarras de honestidad, patriotismo y vigores hacia el deber. En suma, la vida moral del adolescente, como su vida intelectual y afectiva es, ante todo, un deseo, que tiene por mira, según circunstancias, virtudes sublimes y acciones heroicas (Mercante, 1918/2014, p.183, subrayado en el original).
Desde esta perspectiva, la mentalidad infantil era relevada por una crisis profunda que hacía emerger en el adolescente los intereses más variopintos y una preocupación por la sociedad en la que vivía que no había tenido anteriormente. Como producto del establecimiento de un Yo más fuerte 2, la posibilidad de mayor abstracción propia de los varones y un fuerte influjo moral, los adolescentes podían representar una fuerza transformadora para la sociedad. Esta caracterización de la adolescencia también era planteada a fines de la década de 1920 por el médico alemán Robert Gaupp en tanto la conformación del Yo formaba parte del proceso puberal. En ese proceso, que tenía su correlato en nuevos intereses políticos y sociales, también estaba el sello de la inestabilidad.
Por una parte, el adolescente quería hacerse notar a partir del engrandecimiento de su Yo. Esa fuerza vital lo llevaba a querer ser reconocido, aunque él no llegara a conocerse a sí mismo. Tal como lo plantea Gaupp, “apreciase marcada tendencia a llamar la atención, a imponerse, a hacerse notar (...). El joven se vive a sí mismo y quiere hacerse valer como persona independiente, significarse por algo, que se le considere por algo más que un niño” (Gaupp, 1927/1949, p. 223-224).
Por otra parte, esta notoriedad, sumada a la inestabilidad psíquica de los adolescentes, también implicaba la posibilidad de conductas antisociales y la adscripción a proyectos desestabilizantes al orden social por lo que el influjo de la educación física y moral era clave para reconducir esa energía vital. Por ello, ese intento de llamar la atención de los jóvenes podía reconducirse tanto al desarrollo del deporte como a su despliegue en el plano político. Así,
las tendencias instintivas a la lucha determinan que al iniciarse la juventud el joven se sienta arrastrado en política por las ideas revolucionarias, apreciándose algunas veces una mezcla de racionalismo y fantasía muy alejados de la realidad; el joven sugestionable, dotado de gran entusiasmo y poca experiencia práctica, sucumbe fácilmente al latiguilo y a la frase demagógica. El joven carece en absoluto de una clara idea de lo que puede ser la política como arte para conseguirlo todo. (...) El temperamento y la raza, la educación y el medio ambiente prestan un sello especial en cada individuo a la edad impulsiva y ardorosa. (Gaupp, 1927/1949, p. 225)
Si la conducta era el producto de la interacción entre la herencia, la constitución biológica y el ambiente, este último pasaba a ser fundamental para poder redirigir los impulsos de los adolescentes hacia el aprendizaje de valores congruentes con el orden social a través del deporte o del trabajo manual. A medida que avanzaba en edad, el adolescente dejaba esa ensoñación y redirigía su energía a la realidad que lo rodeaba, teniendo en cuenta las posibles complicaciones de esta energía vital:
Paulatinamente desaparece la nostalgia sin objeto, los ensueños de deseo y las fantasías sobre el porvenir al desarrollarse el apetito por los acontecimientos reales del mundo, acompañado de impulso a hacerse valer, de instinto de dominio, de rigorismo ético y deseos de justicia superpotentes que no hacen concesión alguna; el placer por las aventuras y celosa busca de la soledad conducen fácilmente al descarrilamiento y perversión moral; en las ideas políticas existe tendencia al fanatismo, al radicalismo y a la utopía. (Gaupp, 1927/1949, p. 226)
Tal como lo plantea Gaupp, en Mercante también aparece esa inquietud ya que las impulsiones propias de la adolescencia podían llevar a conductas antisociales, cuasicriminales. Al retomar las ideas de Stanley Hall, Mercante planteaba la importancia de una férrea acción de padres y maestros ante este tipo de extravíos. Producto de sus ínfulas de grandeza, “asoma en el varón el espíritu de grandeza con que individualiza sus actos, afanado por mostrarse raro” (Mercante, 1918/2014, p. 184). Este creciente centramiento en sí mismo, originaba conductas ligadas a lo que Senet había denominado el período belicoso y que se ponían en tensión con el desarrollo de las capacidades de abstracción y de valores morales. De este modo,
la crisis de la pubertad, en consecuencia, trae consigo un despertar intenso de conductas atávicas o, tal vez, un estado de bestialización en el que las actividades del adolescente obedecen a impulsos y sentimientos de un subido egoismo y de una moral vituperable, sin el freno de la consciencia en plena metamorfosis y, por consiguiente, sin esa eficacia directriz en la que el joven pueda comprender un destino. (Mercante, 1918/2014, p. 197)
Ese atavismo adolescente, formaba parte del desarrollo de los impulsos sexuales y el desarrollo de su musculatura, por lo que el crecimiento de su combatividad aparecía al servicio del proceso de selección sexual. Para poder domeñar esos impulsos se necesitaban dos elementos fundamentales: educación y tiempo. Así, si el atavismo era sólo un momento en la vida del adolescente, a medida que avanzara en edad se podría reorientar esos impulsos hacia un fin útil para el progreso social. Una vez que eso sucediese, la megalomanía de ese período pasaría a ser una etapa superada y ya entrada la juventud,
poco a poco los oscuros impulsos ceden el lugar a la voluntad claramente dirigida, los ideales se transforman en objetivos reales, desaparece la exagerada actuación del YO. Este último se ha conformado y formado a sí mismo, estimulado o frenado por un medio ambiente más o menos comprensible (Gaupp, 1927/1949, p. 226).
En vistas de su transitoriedad, la pubertad y primera adolescencia, brindaban las bases para poder llevar a cabo procesos de transformación, no sólo personal, sino también social. Asimismo, la idea de “selección sexual” planteada por los autores permitía dar cuenta de un marco evolucionista de las teorías, en tanto la idea de reproducción de los más aptos atravesó todo el período analizado, teniendo en cuenta la importancia de la injerencia ambiental. De este modo, puede verse cómo los parámetros de la psicología evolucionista funcionaban como un marco específico para el desarrollo de la educación argentina. La producción de saberes expertos se convertía en una matriz específica desde la cual intervenir en el ámbito escolar y familiar en función de un desarrollo pretendido de la nación. Así, el saber científico le daba un marco racional a las ideas de progreso que se desprendían de los proyectos político sociales de la época, lo que delimitaba problemas específicos a resolver por expertos-técnicos -como por ejemplo los educadores- que seguían los lineamientos de los intelectuales y teóricos como Mercante o Senet. Entre las problemáticas destacadas de la época se encontraban la cuestión de la educación para el trabajo, tal como se planteó anteriormente y, también otras conductas propias del adolescente propias de la emergencia de la pubertad. Por ejemplo, el onanismo en el desarrollo de la sexualidad en la adolescencia que se pensaba en términos naturalistas. En lo que sigue, se trabajará sobre estas temáticas, articulándolas con la demarcación de los normal y lo anormal, lo que permitía definir los criterios para dar cuenta de la naturaleza adolescente.
La Emergencia de la Sexualidad y el Problema del Onanismo
A partir del despertar sexual propio de la pubertad, los autores planteaban la emergencia de la práctica onanista que, siendo una actividad relativamente frecuente en los púberes, respondía a una necesidad fisiológica y natural. Esta caracterización podía mantenerse dentro de los parámetros de normalidad siempre y cuando no interfiriese con sus actividades cotidianas, teniendo en cuenta que el fin genésico no solía cumplirse durante la adolescencia. Plantear el onanismo como una práctica habitual no implicaba que dejara de ser un problema médico y pedagógico, en tanto la intervención del médico y de los educadores se ponía al servicio de la reconducción de esa fuerza perdida por la masturbación.
En el examen psíquico de uno de los internados en la Cárcel de Encausados, Carlos de Arenaza (1874-1956), médico de la Policía y de la Oficina Médico legal de la Prisión Nacional, junto con Juan Raffo, otro médico de la Cárcel de Encausados, sostenían que la masturbación era una práctica natural, en tanto y en cuanto se dieran en ciertas condiciones de salubridad. Desde un modelo psico-biológico de la homeostasis planteaba que
las pérdidas [espermáticas] se producen normalmente en casi todos los jóvenes, sobre todo durante el sueño, é indican que el sujeto ya alcanzado su pubertad. Moderadas, no constituyen ningún peligro para el organismo; la nutrición regular provee á la reparación de los materiales perdidos (...). Provocada con frecuencia la emisión espermática, se repite espontáneamente y con facilidad, y la más insignificante excitación física ó psíquica la provoca, con mayor facilidad cuando las condiciones de salud son defectuosas. Esto ejerce además gran influencia sobre el carácter y la salud. (Arenaza & Raffo, 1907, p. 487)
Así, aquello que aparecía como una práctica regular en los adolescentes, podía transformarse en una patología, en tanto su uso generaba hábitos que terminaban planteando una posibilidad de degeneración. Para poder dar cuenta de este cuadro, sin embargo, era importante determinar los fundamentos ligados a la herencia y a los factores constitucionales que definían el grado de normalidad o anormalidad en cada uno de los sujetos examinados. A partir del examen médico podían encontrarse una serie de síntomas que permitiesen definir la presencia patológica, o no, del onanismo. El modelo ambientalista, que le daba menor peso a los estigmas físicos, funcionó como un marco regulatorio de los exámenes médicos y como un modo de intervenir directamente sobre los hábitos infantiles. En el caso de la masturbación excesiva,
los órganos se desenvuelven patológicamente, las poluciones diurnas y nocturnas se hacen frecuentes, y la impotencia sobreviene. Encontramos todos los síntomas simpáticos que acompañan los excesos de esa naturaleza: palidez y enrojecimiento; sistema muscular pobre y laxo, enflaquecimiento, temblor de los miembros, exageración en los reflejos patelares, sudores parciales, etc. (Arenaza y Raffo, 1907, p. 487)
Desde esta perspectiva naturalista, la explicación biológico-médica también tenía en cuenta los efectos sociales de esas prácticas. Al analizar el modo en que impactaba el onanismo en la constitución de la personalidad y las aptitudes del niño y el adolescente en su relación con la educación, se evidenciaban las tensiones entre los fines naturales y los fines sociales. Tal como lo planteaba Mercante, el onanismo del niño
deja un sello imborrable de debilitamiento de la personalidad (...) pero, asimismo, un instinto de rebeldía tiende a contener el vicio, lo que consigue cuando el padre, el maestro o determinados factores interponen su influencia. (...) El hombre civilizado, por exigencias de orden social, contrariando las de orden fisiológico para las que venía preparándose doce años antes, trata por todos los medios posibles, sin excluir los violentos, de retardar un acto que el padre quisiera ver realizado muy tarde (…) Los principios morales y sociales que nos gobiernan, evidentemente, no favorecen los fenómenos de la evolución orgánica individual en uno de sus aspectos más trascendentales: el genésico. (Mercante, 1918/2014, pp. 177-178)
Planteada así, la sexualidad emergente de la pubertad de los varones implicaba un desarreglo energético importante que sólo podía ser reconducida por la incidencia de las figuras familiares o educativas. El ambiente pedagógico y familiar tenía que actuar para poder reconducir los impulsos sexuales a fines sociales más elevados, en tanto se trataba de un espacio de negociación entre la naturaleza humana y el orden social. Así, se insistía en la interacción entre un fundamento natural-biológico de las conductas del adolescente a lo largo del desarrollo y una intervención de tipo cultural y educativa, basada en los parámetros de la ciencia psicológica. Puede notarse cómo se problematizaban las relaciones entre la naturaleza puberal y las exigencias sociales, en tanto debía encontrarse un modo de articular ambas exigencias en aras de un objetivo jerárquicamente superior como el progreso social.
Sin embargo, unos años antes, la masturbación aparecía asociada a los trastornos corporales que emergían en la adolescencia y era una consecuencia directa de la inestabilidad adolescente, que ha sido mencionada anteriormente. El médico tisiólogo Fermín Rodríguez planteaba que la pubertad era “el fértil terreno preparado por la herencia y el medio donde, en un momento oportuno, pueden germinar, como en un invernáculo, todas las predisposiciones mórbidas” (Rodríguez, 1904, p. 7). La pubertad, se transformaba entonces en un momento crucial para la intervención experta en un sentido preventivo. Si el medio ejercía un buen influjo, podían establecerse las condiciones de aparición de futuras patologías e intervenir en consecuencia; el marco higienista en que se pensaba la producción de saberes expertos establecía la importancia de un diagnóstico y de intervenciones médico-pedagógicas en edades tempranas del desarrollo para garantizar la profilaxis mental y la prevención de enfermedades degenerativas que pudiesen afectar el orden social. En este punto, la pubertad era
la edad de oro del onanismo, la histeria, la epilepsia, la edad en que se reciben los ataques de reumatismo, la tuberculosis y la fiebre tifóidea, que ponen en juego una especie de fuerza de gravedad mórbida que dá en tierra con el edificio, en el equilibrio instable [sic] de la inteligencia y del sentimiento.
En ese periodo indefinible de la vida, buenos ó malos, coléricos ó apáticos, melancólicos ó turbulentos, todos hemos tenido las pretensiones del hombre maduro y la inexperiencia del niño, aguijoneados por el estímulo de una libertad precoz que, en otros pueblos y razas, solo se adquiere cuando el carácter se ha esbozado en rasgos enérgicos, que serán definitivos ó se modificarán apenas en las luchas de la vida. (Rodríguez, 1904, p. 8, subrayado en el original)
Es importante señalar que la asociación entre conductas sexuales como el onanismo, el desenfreno sexual y la tuberculosis era una idea bastante extendida de la época (Armus, 2007). De hecho, el problema de la masturbación ya contaba con cierta tradición en el ámbito médico francés y los saberes psicológicos sobre el niño y el adolescente permitían darle un carácter temporal a estas prácticas, redefiniendo la importancia que tenía en función de su práctica excesiva en casos de anormalidad psíquica. 3 De este modo, diversas manifestaciones del adolescente ligadas a su inestabilidad corporal y psíquica eran pensadas, al mismo tiempo, como parte de este período y como un problema a tener en cuenta por parte de los maestros y médicos. Nuevamente, Arenaza y Raffo (1907) sostenían que durante la pubertad
el individuo recibe de la esfera inconsciente, impulsiones, sin que la reflexión y el juicio hayan adquirido aún la capacidad de dominar y ordenar; de aquí las numerosas acciones inconsideradas que contrastan con los hábitos y caracteres anteriores del sujeto, y del que sería imprudente deducir su naturaleza y destino futuro.
La influencia de la pubertad se extiende sobre el sistema nervioso, de una manera más ó menos sensible, aún en aquellos sujetos no degenerados, ó en los cuales la degeneración no ha dado aún indicios de su presencia. (Arenaza & Raffo, 1907, p. 488)
Es de destacar la presentación de la pubertad en términos temporales: en ella se producía un desfasaje entre lo que el joven podía efectivamente realizar y sus aspiraciones; entre la infancia y la configuración de los buenos hombres había que transitar por ese momento en que la fuerza física y el cuerpo crecía exponencialmente cuando aún lo psíquico tenía que desarrollarse. Nuevamente, podía observarse la tensión entre la visibilidad de la virilidad como una forma de demostrar la masculinidad y el ejercicio del autocontrol, producto de las aptitudes del niño varón para la abstracción, la racionalidad y las relaciones sociales.
A fines de la década de 1920 la masturbación aparecía sustraída de su dimensión moral y era descrita como un modo de exploración del adolescente respecto de su propio cuerpo. Al estar vedada la consecución del acto sexual, el onanismo era un modo de descarga, que le permitía a los jóvenes una forma de desahogo ante la emergencia del instinto sexual. A partir de las tesis psicoanalíticas, la presencia de la sexualidad infantil ya constituía una base a partir de la cual entender los fenómenos que se reeditaban en la pubertad, como las tendencias edípicas y los fenómenos asociados al placer sexual (Coutts, 1927; Read, 1928/1931). En este punto, el modelo naturalista organicista dejó de tener tanta pregnancia y se incorporaron las ideas freudianas sobre el devenir instintivo y la constitución psíquica. Sin embargo, este modelo formaba parte de un heterogéneo conjunto que incluía las ideas de reflejo condicionado de Ivan Pavlov, las perspectivas higienistas de la medicina social, las bases naturalistas-evolucionistas ligadas al carácter biológico de las funciones psíquicas, entre otras.
Psicopatías Sexuales y Educación Sexual-Matrimonial
En su reconocida clasificación de las psicopatías sexuales publicada en 1910, José Ingenieros, reconocido médico e intelectual ítalo-argentino, postulaba la importancia de la educación sexual, teniendo en cuenta la importancia del fin genésico último: la reproducción. La perspectiva de Ingenieros abrevaba en un naturalismo a ultranza, teniendo en cuenta los postulados del evolucionismo neolamarckiano. Si bien no se basaba en las tesis del recapitulacionismo, como sí lo hacían autores como Senet o Mercante, las tesis del autor sostenían que el objetivo de la emergencia de la sexualidad estaba en la relación heterosexual para la procreación. Sin embargo, sus posiciones respecto de la masturbación o del ejercicio de la sexualidad por fuera del matrimonio no estaban ligadas a la idea de la degeneración, sino que dependían parámetros culturales y sociales que debían ser discutidos (Vezzetti, 1996).
Al analizar los procesos psíquicos que componían la sexualidad, Ingenieros sostenía una clasificación tripartita. En primer término, la emoción sexual, que implicaba una tonalidad afectiva específica y dependía del interjuego entre herencia, constitucionalidad y la experiencia con el ambiente; en segundo, la tendencia sexual, filogenéticamente determinada y que englobaba lo que solía denominarse como instintos; y en tercer término, el sentimiento sexual propiamente dicho, formación propiamente psicológica (Ingenieros, 1910). Para el autor, este último componente era el que generaba la inestabilidad afectiva de los adolescentes de ambos sexos, aunque se manifestaba en los varones y mujeres de manera diferenciada: en ellos se desplegaba a través del deseo de conquista, mientras que para las mujeres se expresaba como pudor defensivo. Estas definiciones, también aparecían en una serie de ensayos se compilaron póstumamente y que conformaron el Tratado sobre el amor (Ingenieros, 1925/1953). En ese libro, que contenía escritos inéditos y algunos artículos que habían sido publicados previamente en la Revista de Filosofía, entre 1919 y 1925, Ingenieros desplegó una aguda observación sobre las relaciones familiares a lo largo de la historia, promoviendo ciertas transformaciones sociales ligadas al ejercicio de la sexualidad, al matrimonio y, tal como lo planteaba el título, referentes al amor.
Respecto del matrimonio, uno de los tópicos más analizados, el autor desplegó una fuerte crítica al régimen de domesticidad patriarcal. En las mujeres se manifestaba a través de las funciones de crianza de los hijos, prácticamente esclavizantes; en los varones, el sostenimiento de la familia se transformaba en un trabajo servil que no dejaba lugar al instinto sexual, y a la emergencia del amor. A lo largo de los ensayos que componen el Tratado, la cuestión de la organización social de la familia se trabajaba en detalle, proponiendo distintas etapas de la vida familiar y erótica, desde el matriarcado primitivo al patriarcado actual. Sin abandonar los supuestos naturalistas, Ingenieros sostenía que los regímenes familiares se contraponían con la selección sexual que regía la vida erótica, cuyo objetivo era la reproducción de los más aptos. En función de este fin superior, que se enlazaba con el amor, Ingenieros también apoyaba los movimientos de emancipación de las mujeres de la época, planteando que la crisis del patriarcado era palpable y que las mujeres debían acceder al sufragio y a la educación superior sin trabas, y así desarrollar su autonomía. Este objetivo podría lograrse a través de la constitución de un Estado moderno que se hiciese cargo de las funciones de domesticidad, a través de las instituciones de cuidado y educación, socializando los deberes de la domesticidad, desligando de esa obligación a los hombres. En palabras de Ingenieros,
la instrucción obligatoria y gratuita por el Estado es el factor más importante de transformación de la moral doméstica; la dignificación de los individuos de ambos sexos habría sido imposible sin sustraer los niños a la embrutecedora educación doméstica. La escuela ha convertido a los niños en seres sociales, les ha enseñado que la obligación y sanción no están limitadas a la familia, sino extendidas a la sociedad. (...) Los hijos del patriarca serán, cada día más, los ciudadanos de la nación. El culto familiar de los antepasados seguirá convirtiéndose en culto nacional de los grandes hombres. (Ingenieros, 1925/1953, p. 175)
En el ideario de Ingenieros, entonces, el Estado debía ocuparse de sus habitantes, para así dar paso a la emergencia de un fin más elevado: la selección sexual que permitiese la reproducción de los más aptos, conducente al progreso humano. Así, el conocimiento pormenorizado de los procesos fisiológicos y psicológicos por los que pasaban los adolescentes posteriormente a la pubertad y la puesta en juego de intervenciones educativas referentes a la sexualidad eran maneras de producir hombres de bien, que sostuvieran una idea de progreso político y social.
A partir de la delimitación de los problemas propios de la emergencia de la pubertad, también tuvieron que pensarse estrategias educativas específicas, enmarcadas en el proyecto cientificista naturalista de la pedagogía de principios de siglo XX. Raquel Camaña, educadora socialista que participaba de la Sección Pedagógica en la Universidad Nacional de La Plata -coordinada por Mercante-, sostenía que la educación sexual era necesaria para poder establecer un marco regulador de la emergencia de la sexualidad. Así, era tarea de los educadores, de los médicos y de las familias, llevar a cabo la instrucción sobre temas sexuales de manera despojada y honesta. Tal como lo dice la autora, “debemos hablar á los jóvenes con entera franqueza (…) sobre la función sexual, sobre la reproducción de la especie, como del más esencial de los hechos biológicos y sociales. Debemos hablarles científicamente, sin falsas vergüenzas y sin mentidos misterios” (Camaña, 1910, p. 398). En el caso de los varones, la educación sexual debía estar impartida por la escuela, en un ejercicio de concientización sobre las enfermedades venéreas y la problemática de la iniciación sexual. Para poder llevar a cabo una educación sexual exitosa, la misma debía darse en la escuela secundaria y ser colectiva y pública basándose en la coeducación para llevar a cabo un estudio pormenorizado de las diferencias entre varones y mujeres. Respecto de los modelos subyacentes a la propuesta de Camaña, puede notarse la preocupación por los problemas de la propagación de enfermedades venéreas en clave neolamarckiana:
En cuanto á los jóvenes, es indispensable basar esta educación especial en un estudio profundo de la herencia morbosa, insistiendo fundamentalmente sobre las enfermedades venéreas, sobre su transmisión y consecuencias. Haciendo un llamado á la poderosa inteligencia práctica del hombre, se estudiarán los mejores medios tendientes á suprimir las taras sociales, los atentados á la ley natural, mal llamados males necesarios: la prostitución y su derivado, la sifilización de la raza humana. (Camaña, 1910, p. 404)
La educación sexual era, entonces, la forma de establecer un control sobre las enfermedades venéreas y, al mismo tiempo, una manera de mantener a raya las enfermedades psíquicas que se derivaban de la exaltación o la inhibición del instinto sexual. En 1929, Quintiliano Saldaña, catedrático español especializado en Criminología y Sociología Sexual, planteaba en “La verdad sexual”, que la educación sexual, debía estar enmarcada en una educación profesional para el matrimonio, impartida desde la pubertad. Teniendo en cuenta que la función sexual era pensada como una función biológica esencial, la educación acerca de la naturaleza del sexo era indispensable. En principio, el autor proponía una higiene del sexo, consistente en una educación sexual de la fisiología del acto sexual. Así, se partía del valor anatómico de la diferenciación entre hombres y mujeres; se debía educar sobre el sentido fisiológico de las excreciones sexuales; debía continuarse trabajando la trascendencia biológica de la génesis a partir del acto sexual para llegar finalmente a la consideración social de la sexualidad, abocada al estudio de las leyes que protegían y sancionaban el ejercicio de la sexualidad, estudiando sus riesgos patológicos.
Consideraciones Finales
A lo largo del presente artículo se han trabajado las contribuciones de los médicos, legistas y educadores respecto de la pubertad y la emergencia de la sexualidad en los varones adolescentes argentinos. Desde una perspectiva que ponderó los modelos naturalistas de la época, la intervención sobre la sexualidad se convirtió en un espacio propicio para la difusión de los saberes del higienismo y del utilitarismo spenceriano, en el marco de la discusión respecto de las diferencias entre los sexos.
La configuración de la pubertad como un período específico del desarrollo físico y psicológico estuvo enmarcado en la incipiente conformación de la psicología del desarrollo. En el caso de los varones, la adolescencia era caracterizada como un período de gran inestabilidad que hacía resurgir ciertos componentes atávicos a los que los expertos debían prestar atención. Esta inestabilidad, producto del crecimiento muscular y corporal debía ser reordenada siguiendo los ideales de los modelos corporales grecolatinos. En función de tales ideales, se propiciaba la intervención sobre las aptitudes del varón en el ámbito educativo, en tanto debían ser reconducidas a un objetivo más elevado: el orden social. Así, la educación debía estar basada en los parámetros de la psicología naturalista-evolucionista; incluyendo la educación sobre su sexualidad, específicamente viril o masculina. En ese sentido, surgieron una serie de clasificaciones que se ajustaron a los modelos naturalistas de la época y que también propusieron una serie de intervenciones médico-educativas apoyados en ideales específicos de progreso nacional.
Caracterizado como un periodo megalomaníaco, el surgimiento de la sexualidad preparaba el terreno para el despliegue de la fuerza vital transformadora que los varones debían poner a jugar en el terreno político y social. Así, el campo de producción de conocimiento de la psicología se articuló con problemáticas propias de la organización política y social. Entre los múltiples problemas abordados por los especialistas durante este período, el onanismo fue uno de los más destacados ya que aparecía tensionado como un resultado de la naturaleza adolescente pero debía ser regulado en su aparición a partir de modelos biológicos sustentados en la higiene, la autorregulación y el disciplinamiento.
Esta etapa también implicaba el desarrollo de los parámetros morales que guiaban las acciones del hombre adulto y, por lo tanto, aparecía un nuevo interés en su vida: la realidad política y social de la que pasaba a formar parte. En ese contexto, la injerencia de las figuras de autoridad como los maestros, los médicos y las familias se convertía en la guía rectora de las conductas adolescentes ante el ingreso en el mercado laboral y productivo de la Nación. La conformación del hombre argentino se basaba entonces en intervenciones que centraran su intervención en las potencialidades que su naturaleza proveía; del direccionamiento de las transformaciones de la pubertad a partir de un proyecto político y social cuya piedra basal era la educación basada en los criterios científicos de la producción de conocimiento psicológico.