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Metaphora

versão impressa ISSN 2072-0696

Metaphora (Guatem.)  n.1 Guatemala nov. 2002

 

DEL PSICOANÁLISIS Y OTROS DISCURSOS

 

El entramado del individualismo y el colectivismo o las ilusiones de una polaridad realmente inexistente*

 

 

Carlos Orantes Troccoli

 

 

I

Dos advertencias previas.

1. La psicología es una práctica arqueológica, obstétrica y dramatúrgica. Nada más. De ahí sus métodos. No es oficio de la psicología describir, ni explicar ni diagnosticar ni se pueda en la interpretación. Nuestra profesión es, en todas sus aplicaciones, parte del trabajo de dar lugar al desocultamiento. Así llamaron originariamente los griegos a la verdad: alétheia. Aquí radica el primer postulado ético del psicólogo: la psicología es un camino hacia la vivencia de armonía entre lo existente, o sea, lo que llamaban estos clásicos, la eudemonía prosperidad, felicidad a partir de lo íntimo, es decir, realización humana, redención o liberación a partir de la potencialidad psíquica. (Qué curioso: el demon griego era un concepto religioso que indicaba abundancia y felicidad íntimas, cercano a lo que vulgarmente llamamos individuo, y distinto al demon contemporáneo que lo definen como maldad y sufrimiento. Hay, en esto, una analogía al dilema del individuo y la colectividad.) La psicología es un camino hacia la verdad. Es transcripción de lo inscrito, de lo que se inviste o encarna simbólicamente.

2. Por eso, este oficio es complejo. Porque lo psíquico escasa­mente es observable, porque lo psíquico -como \a verdad- está en lo más profundo. Porque lo psíquico, además de relativo, es aproximación (próximo, prójimo). Es descubrimiento de lo próxi­mo, de lo prójimo, de lo ajeno.

Entonces, definido el oficio, queda claro que nos corresponde indagar, escarbar (oficio arqueológico), con la puntillosidad de los dos grandes instrumentos del psicólogo: la pregunta y la escucha.

Permítanme, en consecuencia, indagar sobre la complejidad del individualismo y el colectivismo, mostrar sus entrecruces y algunas significaciones, desde la psicología, que se ocupa de la subjetividad.

 

II

Lo que más me interesa es exponer dos conclusiones:

1) Lo que conocemos como individuo-individualismo y colectivo-colectivismo son formas ilusorias.

2) No es una bipolaridad, sino mostraré que sen conformaciones diversas, bajo nombres -individuo-colectividad- que informan -cada uno- realidades diversas.

Vamos, pues, por partes.

El individuo solamente existe como numeración. Si a lo que llamamos así, debiéramos nombrarlo correctamente, tendríamos que decirlo con un nombre contrario: dividuo. El individuo no es indiviso, sino diviso, es decir, se constituye a partir de su escisión, a partir de que es elidido por el nombre y entra a la vorágine de lo ajeno, que es el mundo del Otro, el mundo de la cultura. Si realmente somos individuos, tendríamos que ser indivisibles, inescindibles, no enajenables. Por eso, humanamente lo individual sólo sirve como número.

Esta consideración, subyace en la polémica de lo individual en psicología y pone en entredicho conceptos tan preciados para lo común, como el de personalidad.

A la luz de lo anterior, vemos con claridad cómo el proceso de desarrollo psíquico que es la socialización, es el camino de las separaciones, de resolución de las experiencias de castración como creadoramente las des-cubre Lacan, y, por lo tanto, es el proceso de conformación de un individuo que no es indiviso sino escindido, es decir, construido en el mundo de los otros. Un otro más. Por eso, también, el proceso de socialización es el camino conflictivo de búsqueda o retorno al indiviso, al sujeto originario, búsqueda o retorno jamás culminados. Aquella falta nos mueve y se transfigura en el deseo. Siempre nos mueve la búsqueda de plenitud, nos mueve un vacío. Este proceso que construye la identidad, construye un producto ambiguo, pendulante entre el principio de placer y el principio de realidad. El individuo es un imaginario social, lo que nos dicen que somos, lo que creemos que somos a partir de lo que somos para el otro. A esta ficción llamamos individuo. Somos personas o colectividades en pos del encuentro que jamás será alcanzado. Eso es lo que nos mueve: el desencuentro.

Más evidente es la colectividad, en tanto siempre es una suposición, es un dar por físicamente real algo que es sensual, afectivo y variable. Ni la colectividad ni el colectivismo se hacen con un montón fijo de gentes. Para que sea colectividad y los procesos de colectivización sean reales, es necesario que las personas vivan y reconozcan esos vínculos sociales.

Pero esa vivencia siempre es circunstancial, por eso, las colectividades siempre son variables. Físicamente podemos reconocerla igual en la cantidad de su composición, pero psíquicamente caracteriza a la colectividad su circunstancialidad, es decir, su devenir subjetivo, su en relación a. Esto no niega a la colectividad ni al colectivismo, sino los caracteriza: lo colectivo es esencialmente un sentimiento que cohesiona. Por eso, he dicho que es una forma ilusoria. Es una fantasía. O es un delirio, como observamos en excitadas masas en Estados Unidos después de los acontecimientos del 11 de septiembre.

Individualismo y colectivismo son discurrimientos del vínculo social. En el malestar de la cultura, son inscripciones en el lenguaje del síntoma, formas ilusorias de reconocimiento de la falta, de su suplencia en el imaginario individuo o en la ilusoria colectividad.

Siempre hay un retorno -búsqueda- al individuo que fue reprimido, restringido por la cultura, donde articulamos sintomáticamente ese vínculo social haciéndonos ajenos, es decir, el vínculo social es la inscripción en el mundo de los otros. La persona que llamamos individuo, es una posición subjetiva ante el vínculo social.

De manera que la colectividad se percibe desde el individuo atraído por la razón, por la pasión o como fugitivo de la angustia. Individuo y colectividad son imaginarios sociales.

 

III

Aquí destacamos, entonces, que no estamos ante una polaridad dual, sino múltiple y no excluyente en sus expresiones. Porque subjetivamente son vivencias y formaciones sintomáticas en el vínculo social.

No existe persona independiente de vínculo social o independiente de formaciones colectivas (la primera es la familia).

Para empezar, encontramos que en la vida social se actúa ante realidades objetivas y en realidades subjetivas. Colectividades e individuos son identificados como objetivos, como realidades externas. Y esto es válido. El problema -que es el riesgo de teda positivización- es que reducimos lo objetivo a algo delimitable, lo cosificamos. Fijamos como realidades estáticas esas realidades. Para el caso, las comprendemos como formas Ilusorias y vivencias en realidades virtuales. Aquella positivización lleva a absurdos y a muchas equivocaciones. Crea imaginarlos falsos, como las ficciones de pueblo, de nación o más específicamente, de los guatemaltecos. Como realidad virtual, nos envuelve y somente individualmente, en la apariencia. En esto cae la psicología social de lo positivo. De las formas materiales de lo psicosocial. No extrañe que en ese camino, estudiamos grupos abstractos, Teorías puras y por eso, la psicología es reducida a la explicación, la descripción o la interpretación de lo sucedido, de lo que fue concreto y quedó abstraído como realidad inerte, petrificada en el concepto.

El individuo es otra ficción. Entre el que contabilizamos y jurídicamente definimos, y la persona real, hay distancia. Aunque es el individuo del deseo, del deseo ambiguo -desde el otro, en relación al otro- no descubrimos su subjetividad sino la creemos ver. Es culturalmente construido por tipificaciones favorables al consumo y a la masificación. Es número y cualquiera. No Importa como sujeto, sino como objeto. Es contrario a su empuje libertarlo, que se paute su conducta y que, desde la psicología quiera trabajarse con patrones culturales, sean de crianza, de inducción o de formación de recursos humanos.

Para decirlo con pocas palabras, unos son individuos y colectividades que vemos y creemos ver, otros son los que se viven.

 

IV

Freud afirmó que al psicoanalista le importa más averiguar el significado de los síntomas, las mociones pulsionales que se ocultan tras ellos y que por su intermedio se satisfacen, y las estaciones del secreto camino que ha llevado de aquellos deseos pulsionales a estos síntomas. Esta afirmación es válida paro la comprensión del individuo. En el mismo lugar, Freud explica por qué ante las resistencias, lo psíquico se explica como rasgos del carácter, y el clínico detiene la atención en esta instancia ("Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico", 1916 en Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu editores, vol. 14, p.317). Espero no incurrir en una generalización imperfecta: el maestro vienés se refirió al trabajo clínico con un neurótico. Con distintas dimensiones, todos somos  formaciones sintomáticas y sujetos pulsionales.

Algo que conviene tomar del pensamiento freudiano y de los estudios antropológicos, es que el llamado individuo y ¡as reconocibles colectividades, se configuran en torno a la diferencia, en relación a otro o a otros. Así, definimos al yo como vivencia de ser diferente, y los límites de cualquier colectividad siempre están marcados por aquello que no soy. Igualmente, todo colectivismo es un proceso Inspirado en un ideal que define frente a lo que no se quiere o se contrapone.

Aquí acojo, entonces, aquel retorno al individuo reprimido, como un giro narcisista que moviliza y cohesiona a la persona y a la colectividad,  y que nutre precisamente la investidura libidinal.

 

V

Accedo al mundo de lo objetivo. La ausencia ce fronteras en la comunicación, evidencia que un rasgo de la contemporaneidad es la fuerza avasalladora de la universalización, único espacio de expansión y progresiva implicación de la globalización.

Pasamos de una política transnacional a un proyecto transculturizador que aparece en las descaradas promociones del estilo de vida de la gente bonita, casual, cubierta de postizos, metida en el tren de la actualización de la apariencia. Gente colectivizada (Etim. colectar, recoger). Pero igual, debemos advertir el riesgo de que bajo la bandera de la interculturalidad, la universalización configure un nuevo asimilacionismo. Difícil proyecto: ni la aldea global ni el aldeanismo. ¿Cómo culturalmente encarar el contraste entre el individualismo y el colectivismo?

De las antiguas comunidades cerradas, apenas va quedando cierta endogamia. Las ciudades atraen diferencias que, sin embargo, no se resuelven en un somos. Los distorsionados procesos de conformación identitario, personal y compartida, nos están nutriendo de incertidumbres. Más fuerte que el colectivismo es el escepticismo y los narcisismos de las pequeñas diferencias. La fuerza avasallante de la universalización se cristaliza en formaciones sociopolíticas y psicosociales mixtificadas y, sin embargo, con fuerte tendencia endocentrista. Hay una especie de apropiación de lo universa! pora ser más nosotros mismos, en el refugio de la homeostasis yóica. La universalización, si no uniforma, transculturiza. Y la pobreza lo permite, porque los semblantes de la elegancia y el buen vestir pueden comprarse en una venta de paca. Nuevos adjetivos condensan esas fuerzas avasalladoras: nos taiguanizamos con el consumo de baratijas o se compran perfúmenes de marca en una venta de canasto o en el trasiego de las "novedades" que venden algunas secretarias. Estamos al día, de la influencia colectivista, acentuando más lo que nos diferencia. Esta es la paradoja de esta contradicción. Otra paradoja del mercado.

En realidad, la globalización es un movimiento de extrañamiento, es decir, de hacernos más en lo ajeno, estar más en lo ajeno. Está dislocada la cotidianidad de la vida social y eso conmueve, afecta el equilibrio lógico del yo. La repercusión se da en la vivencia de lo diario y en la acumulación de factores desestabilizadores. Aparece una generalizada inculpación por lo que hemos sido y se acentúa la crisis de sentido. Por eso, las formaciones sociales tradicionales se desestructuran. Es la época de la destrucción de los entornos privados, inmediatos, locales, preconizada por una hegemonía que quiere domesticar al mundo. Este es el gran movimiento del colectivismo contemporáneo, con toda su red simbólica.

Accedemos a un horizonte incierto. Los procesos de exclusión económica (la otra cara de la globalización), nos señalan. Avanzó demasiado la transculturización y no hemos arraigado siquiera una cultura propia.

Las identidades se reconstituyen en condiciones más conflictivas. Particularmente, la seguridad, mecanismo estabilizador del yo, y la confianza estructuradora de colectividades, son afectadas par la destrucción de los espacios del arraigo. Por eso, estamos en una crisis de la localización del arraigo. Crisis de localización, de ubicación, de arraigo. Nuestros referentes constitutivos son expropiados y la fuerza extraña, coopta.

Al variar los procesos de socialización en los ámbitos cognitivos, imaginarios, sociopolíticos y afectivos, cambian las incidencias en la formación de las identidades.

Un rasgo curioso es que han aumentado las colectividades inmediatas y se han debilitado las colectividades de universo ilimitado. Este gregarismo de pequeño grupo trae como consecuencia una mayor disgregación del proyecto macro-universalizador. Y en las colectividades pequeñas e inmediatas se refugian nuevas formas identitarias. Este caso es observable en la expansión de iglesias basadas en un lugar delimitado o en la dispersión de anteriores comunidades por el aparecimiento de múltiples grupos de interés que atizan conveniencias personales.

Caracteriza al mundo actual, la tensión entre universalidad e individualidad, entre los empujes hacia la formación del individuo universal -una especie de individuo des-individualizado, homogeneizado por una influencia masificadora e inscrito en una cultura virtual-, o para decirlo de otra manera, un individuo en el ambiente windows y, por otro lado, los procesos buenos y los procesos inconvenientes de colectivismo.

Es curioso: el colectivismo globalizador -el de la aldea mundial de McLuhan- atiza o estimula la formación de colectivismos inmediatos, contradictorios y resistentes c la absorción o disolución en el gran otro avasallador. O sea, frente a la homogeneización se levanta el movimiento que marca las diferencias, por lo tanto, se fortalecen los rasgos identitarios de comunidad y se distancian conflictivamente de los significantes del otro.

Aquí reparamos en un espacio de conflicto: entre individualismos y colectivismos se cultivan las percepciones inevitablemente distorsionadas o sesgadas, en tanto en la dinámica recíproca de lo individual y lo colectivo se pone en juego la lucha yóica, lucha defensiva y homeostática, el narcisismo yóico y el narcisismo grupal, espacio de cohesión entre semejantes, espacio de refugio y afirmación, frente a lo extraño que arriesga la identidad, la seguridad y el espacio donde se habita, donde se es. La restricción narcisística es restringida par la ligazón libidinosa con otras personas (Freud: "Psicología de las masas y análisis del yo" en O.C., ed. cit, vol. 18: 97).

El Individualismo y el colectivismo son esencialmente empujes económicos y políticos. En la psicología, descubrimos que el retorno, la vuelta al cuerpo, y la relación inicialmente son pulsiones, movimientos naturales que tienen que ver con la satisfacción de necesidades primarias y que en la socialización se transforman en relaciones sociales, como ya fueron expuestas.

 

 

* Trabajo presentado en el II Encuentro de estudiantes y profesionales de Psicología organizado por la Universidad Rafael Landívar, octubre 2001.

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