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Interamerican Journal of Psychology

versão impressa ISSN 0034-9690

Interam. j. psychol. v.41 n.2 Porto Alegre ago. 2007

 

 

Corporalidad y uso de drogas: estudio de caso de la experiencia subjetiva del cuerpo

 

Bodily experience and drug abuse: a case study of the subjective experience of the body

 

 

Edith Flores Pérez1; Lucy María Reidl Martínez2

Universidad Nacional Autónoma de México

 

 


RESUMEN

Estudio de caso que explora la experiencia subjetiva del cuerpo en la trayectoria con el uso de drogas a través del relato de vida. Se utilizó la entrevista abierta bajo los supuestos metodológicos del relato autobiográfico. Se propuso al participante "Hablar de sí mismo y contar su experiencia con el uso de drogas". La estrategia analítica se diseñó con base en la propuesta de Barthes (1990) para el análisis estructural de los relatos. Los resultados muestran que en el relato emerge una subjetividad que articula modos de haber sido y ser cuerpo como instancias constitutivas de la existencia. Desde el punto de vista de la corporalidad, la trayectoria con el uso de drogas deviene en una relación de saber-poder con el propio cuerpo, donde la experiencia subjetiva se entreteje en una red de controles y normas sociales. El análisis del cuerpo como experiencia enriquece la comprensión de prácticas como el uso de drogas.

Palabras clave: Corporalidad, Experiencia subjetiva, Análisis del relato, Uso de drogas.


ABSTRACT

This case study explores the subjective experiences of the body as a narration that gives meaning to reality as a result of drug abuse. It uses the open interview technique based on the method of autobiographic narrative. During the interview the participant was asked to "Speak about himself and tell of his experience with consumption of illegal drugs." This analytic strategy is based on some elements proposed by Barthes (1990) for the structural analysis of narratives. The results show that in the process of these narrations subjectivity emerges, that articulates the individual's own existence through experiences of having been and of being a body. From this corporal perspective, the process of drug use generates a relationship of power with one's own body, whereby the subjective experience is woven into a network of social controls and norms. Analytic study of the body as a subjective experience helps understand drug abuse.

Keywords: Bodily experience, Subjective experience, Narrative analysis, Drug abuse.


 

 

Un hecho ineludible de la condición humana es que gran parte de su actividad la dedica a su existencia corpórea. Los aspectos más rutinarios de la vida implican la corporeidad como un centro ordenador de la experiencia. La existencia encarnada no ocupa un lugar adherido al quehacer de los individuos y las sociedades, sino es inherente a la experiencia del ser. En esta perspectiva, la persona no está dada sólo por la conciencia, se encuentra en la vida misma del cuerpo (Marcel, 2003).

El cuerpo humano es una entidad concreta e inmediata, y en tanto presencia sentida, un aspecto por demás significativo es que se trata de un cuerpo experimentado. En la cotidianeidad sin embargo, el cuerpo suele ocupar un lugar irreflexivo hasta que algún acontecimiento particular lo convierte en objeto del pensamiento. Bernard (1994) describió esta condición paradójica de la experiencia del cuerpo en términos de que aunque suele pasar inadvertido, con frecuencia es revelado por la experiencia del dolor, la enfermedad, los cambios en la imagen corporal o el aprendizaje de nuevos movimientos, como algunas de las situaciones que colocan al cuerpo (tanto el propio como el ajeno) en el blanco de atención sobre el que discurrimos, sentimos e intervenimos.

Siguiendo al autor, la experiencia corporal depende de la manera en que cada uno aprehende, siente y gobierna su propio cuerpo; pero también es resultado de valores culturales y prácticas sociales que moldean las formas de sentirlo, conservarlo, expresarlo y presentarlo en la escena social. Rivera (2002) afirmó que instituciones como la familia, la escuela, la religión y los medios de comunicación, definen imágenes corporales que delinean una forma de vida, de atención y cuidado del cuerpo con implicaciones en cierto tipo de padecimientos o problemas. Estas representaciones son producto del aprendizaje de un proceso cultural que se materializa en las formas de vivir, alimentase, enfermar y morir; esto es, penetran la relación con el propio cuerpo y con los otros.

Si bien el cuerpo humano se erige sobre una base biológica, desde un enfoque de la construcción social de la realidad, la naturaleza corporal no puede ser entendida como una entidad fija y dada, sino como el efecto de procesos culturales y sociales históricamente determinados (Elías, 1987; Feher, Naddaff & Tazi, 1991; Laqueur, 1994; Sennett, 1997). A este respecto, Foucault (1992, 1999) llamó la atención sobre la manera en que la racionalización de la sociedad occidental desde finales del siglo XVIII, convirtió el cuerpo humano en el principal objeto del poder de los procedimientos científico-técnicos. Los nuevos saberes que emergieron de la psiquiatría, la psicología, la pedagogía y la criminología, han implicado la extensión del poder institucionalizado a través de una vigilancia del cuerpo y la instauración de una ética corporal en torno a lo deseable y lo prohibido, mediante prácticas y discursos que buscan saber para organizar, administrar y regular el cuerpo de los individuos y el cuerpo de las poblaciones en aras del orden social.

Los trabajos de Foucault permiten ver cómo las sociedades basadas en el control y la observación institucional para la normalización de los cuerpos, han establecido conjuntos de restricciones normativas que producen y regulan dinámicas sociales íntimamente relacionadas con la experiencia corporal de las personas (Turner, 1989). Mediante regímenes específicos como la dieta y el ejercicio, dichas sociedades han conseguido que el cuerpo sea disciplinado por el individuo mismo; logrando el control a través de un sistema de vigilancia interna de la propia conducta (Foucault, 1990).

Sin embargo, hay otros cuerpos que transgreden las normas sociales de la salud, el orden y la moral; al tiempo que son sometidos por instituciones escolares, jurídicas y sanitarias que mantienen una permanente observación de las señales que transgreden esos controles. El consumo de drogas, los tatuajes, escarificaciones e implantes, son algunas de las prácticas que al encontrarse inmersas en relaciones de poder-saber, se han convertido en delitos del cuerpo sujetos a la persecución y el castigo o en su caso, a la rehabilitación. De acuerdo con Piña (2004) los discursos médico-psiquiátrico-criminalistas, han condenado este tipo de prácticas a la patología y a la desviación, generando procesos de estigma, intolerancia e incomprensión alrededor de quienes las llevan a cabo.

La matriz teórica en la que se basa este estudio reconoce como coordenadas de la corporalidad, la producción sociohistórica de las subjetividades y la construcción histórico-política de los cuerpos para comprender la dinámica de la experiencia subjetiva del cuerpo de usuarios de drogas en un contexto sociocultural determinado. Esta propuesta concibe que la experiencia del cuerpo es moldeada por discursos normativos y tecnologías que organizan las prácticas cotidianas y que son interiorizadas por los individuos como mecanismos de control, pero también como modos de resistencia (Foucault, 1990, 1999, 2001). El estudio asume también a la corporalidad como el devenir de procesos subjetivo-corporales de socialización en los que las normas culturales exigidas al cuerpo imponen ciertos modos de presentación del yo en la vida cotidiana en la medida en que los individuos buscan ser definidos como "normales" (Goffman, 1981). Por lo que la relación con el propio cuerpo puede ser referida como el resultado de discursos y prácticas institucionalizadas, pero incorporadas y traducidas por los individuos en permanente diálogo con sus cuerpos como una expresión del entrecruzamiento de lo singular y lo social. Si bien estos enfoques son pertinentes para abordar la relación con el propio cuerpo, el estudio enfrenta también el problema de la manera en que las personas dan cuenta de esta experiencia.

La Experiencia Subjetiva del Cuerpo como Producción Narrativa

La narrativa como actividad de creación de sentido es constitutiva de la subjetividad. Es a través del lenguaje como la subjetividad constituye un proceso de apropiación y de significación de la realidad. Más la significación de la experiencia no se define por referencia al mundo de las cosas, sino porque está invariablemente mediada por el campo simbólico.

Al relatar la experiencia, la persona que se enuncia como yo atestigua con y desde su cuerpo las formas en que se relaciona consigo mismo, así como el resto de las experiencias que toman forma a lo largo de su vida (Baz, 1999). La autora sostiene que la interpretación que hace la persona de sus vivencias, remite a la noción de recreación porque no puede ser sino una reinvención y resignificación de la propia historia. Los distintos modos de ser y experimentar el cuerpo, constituyen núcleos experienciales sobre los que se reconstruye la biografía. La capacidad de pensarse a sí mismo implica una interpretación de la vivencia del propio cuerpo, lugar desde donde se significa la experiencia, constituyendo una interpretación de sí.

Por medio de la organización interpretativa de acontecimientos que dan forma y contenido a la experiencia, el individuo da cuenta de su devenir y de su trayectoria (Burgos, 1993). Al relatar su historia o un segmento de ésta, despliega una interpretación de sí con base en un permanente trabajo narrativo auto-referencial que remite a la existencia encarnada. El narrador proyecta una imagen de sí, cuya constante es la certeza de ser un mismo y único cuerpo, cualesquiera sean y hayan sido sus modificaciones a lo largo de su vida. Hablar de la experiencia por tanto, implica una forma de hablar del cuerpo en general.

El relato como productor biográfico, explicación y marco dentro del cual se despliega la subjetividad como campo narrable de la existencia, entreteje la serie de episodios de lo vivido. Éstos se inscriben y puntúan la historia de la persona y proyectan un carácter experiencial. Lindón (1999) observó que el carácter interpretativo del relato no reproduce la experiencia tal como ocurrió; se trata de un proceso de fabulación como la imaginación con la que el narrador interpreta sus experiencias y en ese proceso reconstruye la realidad. Para la autora, el acto de colocar la propia experiencia en el lenguaje, de ser un espacio íntimo se traduce a formas compartidas socialmente. El relato autobiográfico adquiere un carácter significativo socialmente gracias a códigos compartidos. Cada experiencia es seleccionada y traducida a un ámbito sociocultural que permite acceder a un discurso en un contexto de significado.

El relato se caracteriza también por presentar una identidad unificada que deriva de la construcción de la identidad de sí mismo efectuada por el narrador. Ante una realidad caótica, contradictoria e inmensa, el individuo busca construirse a sí mismo presentando una imagen coherente de sí, haciendo inteligible y significativo su relato. La especificidad del relato autobiográfico como discurso particular, proviene de un narrador que construye, proyecta y sostiene una imagen particular de sí mismo en términos de un personaje que se genera desde la situación biográfica del hablante. Cada texto autobiográfico puede concebirse como un material para el conocimiento de las estructuras narrativas con que el hablante construye el sí mismo, de acuerdo con una estructura propia, construyendo una trama peculiar que por consiguiente, suscita un campo singular, único e irrepetible de la subjetividad (Piña, 1989).

Algunos estudios recientes han reportado la riqueza y la utilidad de los relatos de vida para investigar la experiencia subjetiva implicada en procesos corporales tales como prácticas culturales de modificación corporal (Albin, 2002); narrativas sobre la experiencia de la menstruación (Koutroulis, 2001); la experiencia corporal del sufrimiento y la enfermedad (Skultans, 2000); la experiencia de heridas en la columna vertebral de deportistas (Smith & Sparkes, 2002); los significados de la salud y la discapacidad en mujeres con discapacidades (Tighe, 2001); la experiencia corporal post parto (Upton & Han, 2003) y experiencias de adicción al alcohol (Zakrzewslo & Mark, 2004); mostrando que el relato con el que la persona da cuenta de su experiencia, constituye una vía privilegiada para acceder al terreno de la subjetividad.

El Uso de Drogas desde el Punto de Vista de la Corporalidad

La experiencia subjetiva del cuerpo como objeto de estudio ha estado presente en el pensamiento social en una serie de debates sobre la naturaleza y la cultura; no obstante, la tendencia ha sido a tratar el tema de manera implícita. La psicología por su parte, no ha sido la excepción. En diversas corrientes psicológicas ha sido posible identificar la influencia de una visión del cuerpo profundamente enraizada en la teoría médica; donde la existencia corpórea es aislada de los procesos mentales y reducida a una realidad anatomofisiológica que descarta el aspecto subjetivo, relacional y simbólico del cuerpo en la comprensión de la trama de la vida humana.

Algunas aproximaciones psicosociales que estudian el uso de drogas parecen no haber escapado a esta visión. Existe una fuerte tradición en la investigación sobre el tema que ha guardado distancia de las cuestiones corpóreas o bien, ha circunscrito la experiencia del cuerpo a los ámbitos fisiológicos de la adicción. En otro extremo, prevalece una tendencia que pasa por alto la corporeidad y explica el fenómeno sólo en términos de los factores psicológicos y sociales que propician, influyen o mantienen el consumo de sustancias, pero no da cuenta de lo que hombres y mujeres experimentan, conocen, hacen y sienten con y sobre sus propios cuerpos.

Desde una perspectiva de la corporalidad, el consumo de drogas puede ser considerado como una práctica que implica un proceso de transformación subjetiva-corporal al comportar una peculiar forma de relacionarse con el propio cuerpo, al tiempo que se encuentra inserta en un continuo entre la norma social y el deseo personal y en un contexto sociocultural determinado. Bajo la premisa fenomenológica del cuerpo como vehículo del mundo, lo que se le agregue o quite, modifica no sólo el estado fisiológico, también inaugura formas de relacionarse con él. Con el uso de drogas, cambia la relación con el cuerpo al cambiar la relación con los sentidos, la percepción del tiempo, del espacio, de sí mismo y de los otros.

Se trata de una práctica que ejerce la persona consigo misma con la intención de alterar la percepción de su propio cuerpo, cuya motivación a relacionarse con cualquier tipo de droga es precisamente el efecto que ejerce sobre sí (Walton, 2005). Esta práctica se caracteriza asimismo, por llevarse a cabo bajo un conjunto de conocimientos, imaginarios y técnicas sobre las drogas pero también sobre el cuerpo (qué sustancias utilizar, para qué efectos, vías de administración, dosis, combinaciones, efectos esperados) que se retroalimenta con la repetición y conlleva una marcada impronta en la corporalidad. De ahí que sea incluso pertinente decir que se hace un determinado uso del cuerpo, no de las drogas.

El bagaje conceptual descrito sobre la experiencia subjetiva del cuerpo y su caracterización como relato elaborado para dotar de sentido la realidad, ha sido utilizado como estrategia teórica y metodológica para llevar a cabo una investigación exploratoria cuyo objetivo es analizar la experiencia subjetiva del cuerpo en la producción narrativa de personas que han usado drogas. En este artículo se exponen los principales hallazgos de un estudio de caso.

 

Método

Participante

Pablo (seudónimo) tenía 41 años de edad, vivía con su esposa en una casa alquilada en las inmediaciones de la Ciudad de México/MX, y no tenía hijos. Alcanzó un nivel inconcluso de secundaria y su ocupación laboral era conducir un vehículo. A los ocho años experimentó con tabaco y marihuana. Posteriormente, consumió alcohol, cemento, poppers, peyote y pastillas de uso médico que utilizó para fines tóxicos durante aproximadamente 25 años. En el tiempo de consumo varió la frecuencia, la dosis y el tipo de sustancias. Transitó por varios periodos de crisis de sobredosis y después de varios intentos de mantener la abstinencia, logró consumir únicamente alcohol de forma ocasional, aunque esporádicamente sentía antojo de inhalar cemento.

Instrumento

Se utilizó la entrevista cualitativa en su modalidad abierta y bajo los supuestos metodológicos del relato autobiográfico para entrevistar al participante durante dos sesiones con una duración aproximada de 90 minutos cada una. Ambas reuniones se consideraron como un único proceso de entrevista. El eje temático que se planteó al participante fue "Hablar de sí mismo y contar cómo ha sido su experiencia con el uso de drogas".

Procedimiento

Para contactar al participante se empleó la técnica bola de nieve, que consiste en la presentación sucesiva de nuevas personas que cumplieran con las características requeridas para el estudio, a partir de los contactos iniciales (Amuchástegui, 1996) y hasta completar la selección de individuos por entrevistar; siempre y cuando aceptaran participar de manera voluntaria. La entrevista se realizó previo consentimiento informado y con base en el marco ético de la investigación. El producto de la entrevista se transcribió de manera íntegra para transformar el discurso en un texto y llevar a cabo su análisis.

Análisis

El análisis de la entrevista se efectuó con base en algunas dimensiones del análisis estructural de los relatos propuesto por Barthes (1990). Este acercamiento fue un punto de partida útil para indagar el objeto de estudio tras la exploración de las cualidades funcionales del relato. Éstas permitieron conocer cómo enmarcan los actores sociales un conjunto particular de experiencias y les encuentran sentido. La idea de función del relato se utilizó como unidad analítica para examinar la forma en que se representan los actores sociales a sí mismos, a su público o audiencia y cómo se logra tal presentación. En los relatos, los actores sociales narran sus historias con un propósito. Las formas que adoptan los relatos proporcionan elementos para conocer cómo se estructuran las experiencias y se transmite tal información para producir el impacto deseado (Coffey & Atkinson, 2003). El modo como los actores sociales construyen sus presentaciones muestra que la producción narrativa debe situarse en el marco de interacciones donde se produce, como es el caso de la entrevista de investigación. Con base en estos supuestos, la estrategia analítica consistió en los siguientes pasos:

1. Se realizaron múltiples ejercicios de lectura analítica del material discursivo.

2. Se segmentó el texto luego de identificar las siguientes unidades narrativas:

a) Núcleos: refieren una acción que abre, mantiene o cierra una alternativa consecuente para la continuación de la historia. Su funcionalidad es lógica y cronológica; a la vez son consecutivos y consecuentes. Forman conjuntos finitos de términos poco numerosos y son a la vez necesarios y suficientes.

b) Catálisis: son unidades de naturaleza "completiva" que implican una funcionalidad atenuada, unilateral, parásita; describen lo que separa dos momentos de la historia y no son consecutivas. Desde el punto de vista de la historia, tienen una funcionalidad discursiva: aceleran, retardan, dan nuevo impulso al discurso, resumen, anticipan, despistan. Se aglomeran en torno de un núcleo o de otro sin modificar su naturaleza alternativa. Tanto las funciones núcleo como las catálisis corresponden a una funcionalidad del hacer.

c) Indicios e informaciones: remiten a la identidad y a las notaciones de atmósferas. Son unidades integrativas de función expansiva: "llenan" el espacio narrativo que separa las funciones núcleo. Los indicios del relato remiten a los elementos caracterológicos que conciernen a los personajes. Tienen significados implícitos y por ende, involucran una actividad de desciframiento cuyo objetivo es conocer un carácter, una atmósfera. Las informaciones por su parte, sirven para identificar, para situar en el tiempo y en el espacio. Son datos puros que proporcionan un conocimiento ya elaborado. En tanto operadores realistas, poseen una funcionalidad no a nivel de la historia sino a nivel del discurso. Estas unidades corresponden a una funcionalidad del ser.

3. Una vez que se obtuvo esta armazón, se reordenó el conjunto de las unidades narrativas identificadas. El método de escritura consistió en la articulación de los indicios e informaciones para reconstruir el esbozo del personaje y dilucidar su proyecto narrativo en el marco del carácter expresivo del relato.

La reconstrucción de la historia se realizó en función de los núcleos identificados. Éstos permitieron distinguir diversos modos de registros subjetivos del cuerpo más o menos diferenciados, que puntuaron la historia de la persona y dieron forma a la narrativa de su experiencia con el uso de drogas. Develaron así los episodios de la experiencia subjetiva del cuerpo en el marco de los indicios que hacen al personaje del relato.

 

Resultados

Los resultados que se exponen a continuación consisten en la presentación de una síntesis del esbozo y proyecto del personaje de la historia. Posteriormente, se describen los episodios identificados que giran alrededor de la experiencia subjetiva del cuerpo y la forma en que se articulan en el relato como una totalidad significante.

Esbozo y Proyecto del Personaje

Pablo erigió su relato en el marco de las relaciones familiares, donde su lugar como personaje quedó significado como un hombre cuya infancia marcó su destino. El recuento de sus recuerdos condensó un cúmulo de sentimientos de temor y desasosiego que lo signaron con un hondo sentimiento de tristeza.

La descripción de su vida familiar dejó entrever las condiciones de vida de una familia numerosa, urbana, de escasos recursos económicos y típica por el número de integrantes que conformaban las familias de aquella época. Se trataba de una familia compuesta por una pareja con doce hijos, entre quienes Pablo ocupó el octavo lugar. Sus memorias refirieron con insistencia el alcoholismo de su padre, quien fue aludido por su escasa o nula participación afectiva, moral y económica en la familia. Con la madre en cambio, advirtió una relación de mayor intensidad pero antagonista. La imagen materna apareció como una figura de la cual emanaba el castigo, el rechazo y la desprotección. Junto a estas percepciones, coexistían el sabor a maltrato y las carencias económicas y materiales que impactaron al grupo familiar. El narrador contó una historia de sufrimiento, donde el personaje fue objeto del descuido de sus padres y de sí mismo: abandono de sí como una extensión y reflejo de las condiciones del abandono familiar. De la familia en su conjunto, lo que manifestó con vehemencia fue una atmósfera relacional violenta permanente y cotidiana. Ante esta dinámica, la posición de Pablo era la de un ser pasivo, lleno de temor. El ambiente de opresión descrito puso de manifiesto una subjetividad sometida al abuso verbal, moral y físico del personaje; elementos que aparecieron con persistencia en el relato desde que fue un infante hasta su edad adulta.

Los acontecimientos suscitados en su vida formaron un carácter preso de carencias afectivas. Creció con la visión de sí mismo como un hombre limitado e incapacitado para sobreponerse a los problemas. Sus cualidades y recursos personales se vieron opacados por las condiciones familiares y socioeconómicas que lo rodearon. La pertenencia a una familia que lejos de ser proveedora emocional, le humillaba constantemente, fueron factores que le empujaron para pasar la mayor parte del tiempo en las calles.

Los espacios públicos le abrigaron con el manto de las relaciones que estableció con los amigos y que fueron connotadas como "las alegrías de la infancia". En un mundo promotor de satisfactores de otro orden — materiales, principalmente — él sólo contó con la gratificación de la convivencia con sus amigos. El narrador numeró una serie de acontecimientos que sumergieron al personaje en la tristeza y que se fueron sumando a la que era ya de por sí una lastimada existencia. Sin embargo, esta capacidad para sentir el dolor experimentado por las circunstancias que rodearon su vida, dejó entrever la configuración de un personaje sensible como uno de los principales aspectos de su carácter. Dedicaba su tiempo a los amigos porque no estudiaba ni trabajaba. En este contexto, inició el consumo de marihuana "por formar parte del grupo de aquellos a quienes tanto admiraba".

El consumo de sustancias comenzó siendo una práctica de gratificaciones que derivó en varios periodos de crisis. La identidad que hasta ese momento había sido desplegada en el relato como un modo de existencia en el que predominaba la sensibilidad, entró en un periodo de transición en el que sus cualidades de sociabilidad se vieron atenuadas no sólo por "los estragos del uso de sustancias", sino por la experimentación de sentimientos de soledad y dolor que no podría identificar pero que disminuía a través de la intoxicación.

En ese estado de hundimiento emocional, sintió el deseo de morir. Vivió con un excedente de dolor del que no era consciente, consumía en altas dosis y transitó por periodos de sobredosis. De ubicarse como un ser extrovertido en el ambiente de las calles, transitó a aislarse del contacto humano y a imponerse un régimen de privación de los amigos y de las sustancias.

Al hablar de su pasado, hilvanó de sí una imagen degradante: se drogó para no enfrentar su melancolía y sus conflictos. Un hombre que abandonó la escuela, que se sintió invadido por una sensación de inutilidad, que llegó a perder el gusto por la vida y la convivencia, incluso que perdió el valor y el respeto por sí mismo.

A pesar de ello, en la reconstrucción de su pasado reflejó también una posición subjetiva expresada en términos de asumirse como un hombre que aprendió de las experiencias. Con el cese del consumo de drogas y el alejamiento de las personas con quienes solía consumir, resurgió un personaje que se valoró a sí mismo, que cuidó su salud y su cuerpo y que aprendió a expresar sus afectos. La mirada retrospectiva de sí dividió el tiempo en un pasado en el que no había podido ser consciente de sus sentimientos y un presente que aún cuando le generaba dolor, comenzó a tener contacto con ellos. En adelante inauguró la imagen de sí como un hombre con dominio de su apetito por consumir drogas y con control de sus emociones.

Revistió así al personaje de un aura reflexiva sobre sí mismo y sobre la manera en que podría mejorar a pesar de presentarse como una persona que "carga con defectos de carácter" que se formaron desde su niñez y que le produjeron desconsuelo y temor a lo largo de su vida. Aunque se planteó como víctima de la incomprensión de sí mismo y de los otros, caracterizó su presente en términos de un proceso de cambio: un personaje en transición cuyo deseo era lograr tomar control de sí.

La Experiencia Subjetiva del Cuerpo en el Relato

Heridas de un Cuerpo Infantil. El emergente inicial del relato fue expuesto en torno a dos grandes acontecimientos que el personaje reconstruyó alrededor de su vida familiar. A ellos atribuyó el moldeamiento de un modo de ser y el rumbo de su historia. Aunque ambos formaron parte de la ignominia del maltrato, sus tácticas fueron distintas. Uno apareció en torno a la violencia física: mortificaciones y castigos corporales como gritos, golpes, privación y encierro. El otro, remitió a la desprotección y el descuido de los que fue objeto y que derivaron en un cuerpo indisciplinado, sin hábitos ni rutina alguna de alimentación, higiene y atenciones personales. Un cuerpo que aprendió a explorar su mundo sin orientación ni guía sobre "lo bueno y lo malo", "lo correcto y lo incorrecto", "lo que debía o no ingerir".

En este pasaje, "la casa" como representante de la vida familiar y el propio cuerpo, fueron significados como espacios inseguros y desagradables para estar. El relato subrayó la vivencia de un cuerpo infantil mortificado y abandonado. La imagen de "llenarse de pánico" ante la violencia montó el cuerpo como un escenario; al tiempo que lo vivió como un receptáculo de distintas formas de maltrato y olvido que se prolongaron a otros tiempos y se extendieron a otras relaciones: ya fuera humillado, golpeado y exhibido por sus hermanos; ya tuviera que invisibilizarse para no ser lastimado por los vecinos. Ya se abstuviera de atenciones hacia sí mismo y más tarde, ya tuviera que asumir el silencio para evitar seguir siendo violentado.

Escuchar, Contemplar, Acercarse, Oler y Tocar.

Ante la atmósfera familiar violenta, Pablo pasó prolongados periodos en la calle. Tal ambiente sobresalió como instancia socializadora del cuerpo, donde operó un cálculo de los mensajes corporales que exaltaba los sentidos: la música que los jóvenes escuchaban, sus imágenes, sus movimientos, sus vestuarios, sus aromas, los abrazos y palmadas como formas de acercamiento y contacto.

De su círculo de amigos, aprendió el lenguaje y las formas de convivir. Creció habituado a los olores del tabaco y la marihuana y a los ritos cotidianos para beber alcohol y usar otro tipo de drogas. La cercanía corporal suscitó un estado emocional arraigado en los aromas del tabaco, la marihuana y el perfume de las ropas de los amigos. La imitación de los movimientos del cigarro y la adopción de los gestos de quienes tanto admiraba, generaron un sentido de pertenencia e identificación con el grupo de usuarios de drogas. Estas prácticas fueron connotadas con un efecto de naturalización por haber estado presentes desde muy temprano en su vida.

La Exaltación de las Sensaciones Corporales

Con la experimentación de la marihuana, el cuerpo sobrevino como un desconocido: entre asombro y placer describió las reacciones percibidas con la hierba, que significó como un acontecimiento extraordinario para sus sentidos. La gratificación de la experiencia localizada en el afuera (en el ambiente de la calle en general) dio un vuelco hacia la experiencia del adentro. La revelación de los efectos percibidos adquirió supremacía. El uso de la marihuana tuvo un efecto de abstracción de la realidad, de un vaivén entre la conciencia, la pérdida de la noción del tiempo y el control de sí mismo que lo atrapó entre espanto, turbación y placer. Al advertir la experiencia corporal del adentro, la experiencia se representó bajo la forma de un "puro sentir" como un modo de ser gracias a la eliminación de toda racionalidad y que identificó como una especie de "olvido de sí mismo" que resultó ser confortante. Con ello vino la búsqueda de la repetición de experimentarse en ese estado.

...La experiencia fue mucho muy rara, asombrosa, incluso me dio mucho miedo porque estaba viendo algo nunca vivido, algo extraordinario para mis sentidos (...) Ya después de mi primera experiencia la volví a repetir buscando esas sensaciones tan extraordinarias, tan asombrosas y ya no me detuve en el consumo. No puedo precisar tampoco en qué medida me ayudaban a dejar de sufrir o... olvidarme (...) era como un factor de asombro en mi vida, de fuera de lo común, algo extraordinario. Había como un olvido de sí mismo, algo así.

Con el alcohol en cambio, percibió un control de sí mismo. Una especie de sentimiento de seguridad y desinhibición para desempeñar un papel en las relaciones sociales. Su cuerpo alcoholizado, una vez libre del nerviosismo que lo paralizaba, operaba como vehículo de relación con los otros. Lograba entrar en la escena social, aumentaba su sensibilidad, bajo los efectos se sentía libre de temores. Desaparecía la sensación de soledad. Además, el consumo de alcohol era plausible de mostrar ante los otros, incluso deseable.

La fascinación por las sensaciones corporales fue mayor con el cemento. Esta sustancia le provocaba escuchar y sentir impresiones gustosas. Además de adquirir una apetencia especial por el olor, la excitación era sentida de manera penetrante. Nublaba su conciencia. Perdía el sentido de las cosas, del espacio y del tiempo. La vivencia era la de sumergirse en un mundo raro, vago, impreciso pero extraordinario.

Ocultarse y Ocultar

En el recuento narrativo de acontecimientos emergió también un registro donde Pablo reveló sentirse particularmente preocupado por mantenerse oculto. Desde que fue un niño, escuchó censuras dirigidas hacia "los marihuanos". Juntarse con ellos significaba algo vergonzoso y lo era aún más llegar a consumir la hierba. Como usuario comprobó algunos de los agravios dirigidos hacia los consumidores: ya fuera golpeado al delatarse por sus ojos "vidriosos o rojos" como signos corporales del consumo; ya fuera descalificado y relegado en la familia, en la escuela o en el vecindario por su apariencia de "marihuano".

Con el alcohol en cambio, no tenía problema de mostrarse o sentir miedo de ser visto. Se trataba de una sustancia que solía consumirse en la vida cotidiana, en los hogares y en las situaciones sociales. Sin embargo, con el cemento no fue así. Utilizarlo significaba arriesgarse a ser severamente desacreditado, incluso con mayor hostilidad que con la marihuana. Por ello consumía con discreción y cuidado, no sólo por temor a ser golpeado, sino porque lo inundaba un sentimiento de vergüenza de usar una sustancia con una marcada condena social. La vergüenza era el motor para cuidar las apariencias, ocultarse de los otros para no ser visto. Vergüenza de usar cemento, vergüenza de sufrir pobreza.

...Yo cuidaba mucho eso, que las cortinas estuvieran recorridas, porque nadie debía enterarse que nos dormíamos en el suelo, entonces, el proteger esa apariencia (...) de que no sufríamos por la pobreza, eso era mucho muy importante para mí. El hecho de que los vecinos, sobre todo aquellos que veía que vivían con comodidad y que se dieran cuenta de nuestras condiciones, eso me daba muchísima vergüenza. Tan sólo ver que algún vecino me viera ¡Inhalando cemento! eso era extremadamente vergonzoso, como si me dijeran que no tengo cama, que me duermo en el suelo, era mucho muy vergonzoso, entonces yo las veces que consumía marihuana y sobre todo cemento, nadie, absolutamente nadie, debía darse cuenta.

La Pérdida de Sí

Los momentos del consumo de marihuana y alcohol derivaron en otro ritmo y en otra perspectiva: de haber sido una experiencia placentera, adquirieron un poder analgésico. Con fuerza de inercia la repetición de estas prácticas se extendió a otro tipo de sustancias para lograr efectos intensos e inmediatos. La cantidad y la frecuencia incrementó como lo hizo la flexibilidad para experimentar con diversas sustancias. Perdió el control sobre la medida y sobre la elección. Aceptó cualquier sustancia y dosis que tuviera oportunidad de consumir. Su consumo se extendió hacia las pastillas, el cemento, los poppers y el peyote.

La percepción de la experiencia tenía como objetivo restituir los estados de ánimo a través de la alteración del cuerpo. Al tiempo que los sentimientos de aflicción se revelaron con mayor claridad, había cierta conciencia de que el consumo estaba tomando un rumbo ingobernable. El uso sin control incrementó y con ello la percepción de deterioro y la pérdida del sentido de sí mismo y de los otros: gravitaba un sentimiento de culpabilidad y minusvalía que generaban la imagen de un cuerpo inútil porque había abandonado la escuela y no tenía ocupación laboral; sumándose a los motivos para colmar el dolor de la acumulación de ásperos sentimientos con los enervantes.

Las nociones que operaron alrededor del daño que podía recaer en el cuerpo con el uso de drogas, no fueron suficientes ni significativas para detener el consumo. Lo que se presentó fue un sentimiento ajeno y distante con respecto al propio cuerpo y al valor de sí mismo.

...Una pérdida de respeto de sí mismo. Y por supuesto no era consciente, se tiene un sentimiento de culpa en donde no nos importa ya dañarnos con el alcohol. Aparte, por supuesto, que no somos concientes del daño orgánico, es decir, escuchamos por ahí sobre la muerte de las neuronas... Era algo que yo cuando fumaba no me acordaba en absoluto... yo no pensaba en mis neuronas ¿Sí me explico? no, no hay este... ¡Conciencia! lo mismo del alcohol, que decían de mi papá cuando lo anexaban o cuando le iba a dar una embolia por ejemplo, o cuando se le torcían los brazos, que llegaba muy, muy intoxicado por el alcohol... Pues yo cuando me emborrachaba, yo no tenía presente de que me iba a poner como mi papá o de que me iba a dañar mi cuerpo como lo había dañado mi papá, es algo que no, que no considera uno.

Con el incremento de las dosis, la frecuencia y la diversificación del tipo de sustancias de consumo, la percepción del propio cuerpo fue interpretada como un ente con autonomía: no podía controlar el deseo ni la voluntad para frenar el consumo. Incluso perdió el control de sus movimientos y sus reacciones. Las sensaciones experimentadas fueron cada vez más extrañas y lejanas a un sentido de placer. Incluso cada vez eran más sorprendentes y desagradables. Vivía una sensación de extrañeza consigo mismo. No le era posible reconocerse en aquél con el que se estaba enfrentando.

La Evidencia del Cuerpo

La confrontación con la representación de sí en la imagen del espejo fue tomada como el dato real de los quebrantos del uso de sustancias. El reconocimiento y desconocimiento de sí a partir del otro (la imagen del espejo), generó una distancia virtual con el sí mismo donde pudo objetivar el cuerpo.

La trayectoria experiencial reveló un sentimiento de desconsuelo cuyo referente fue la decadencia corporal que cuestionó la existencia y comprobó el deterioro moral. La imagen del cuerpo adquirió una apariencia ajena y devastada que le atemorizó y le conmovió. Tras esta representación de sí, consideró alejarse del círculo de amigos con quienes solía usar drogas y sintió motivación para dejar de consumirlas.

Cuando me paraba frente al espejo, me percaté de los estragos... no me había dado cuenta en todos esos años de los estragos que estaba haciéndome en mi aspecto personal. Después de esa crisis me percaté de ello y estaba bajo los efectos de la marihuana cuando me di cuenta cómo se me estaban formando... ¡Unas ojeras! incluso ¡Cómo se me habían hundido los ojos! ¡Cómo había perdido peso! ¿Sí? en ese momento me percaté. Por supuesto yo nunca iba y me subía a la báscula ¿Verdad? no era de los que estaba yo revisando mi... si no me ocupaba de comer a mis horas ¡Pus menos a ver cómo ando de peso! ¿No?. En esos días me percaté por vez primera en mi vida, después de esos años de consumo, de mi aspecto, de mi cara y sí, en efecto, estaba mucho muy flaco, por supuesto eso aumentó mi espanto.

Gobernar el Cuerpo, Dominar los Apetitos

A partir de la confrontación con la imagen de sí, Pablo emprendió una batalla con su cuerpo para dejar el consumo. En el relato, planteó la idea de llevar a cabo una forma de ascetismo para producir un cuerpo dócil que resistiera las invitaciones y el antojo de sentirse intoxicado.

Con este objetivo se impuso un régimen de austeridad de los placeres sensoriales tras la adopción de un detallado disciplinamiento de los apetitos del cuerpo, sobre todo de los relacionados con las sustancias. Asimismo, incluyó la privación de la compañía de los amigos con los que solía consumir.

Apareció la idea de un gobierno del cuerpo que paulatinamente fue logrando - no sin resistencias ni recaídas - a través de la abstinencia total de las sustancias que consumía, a excepción del alcohol. Con esta sustancia obtuvo un control en la dosis y la frecuencia tras observar con minuciosidad las sensaciones que le producía. Esta actitud se rigió por la medida. Medir el tiempo que pasaba con los amigos usuarios de drogas. Medir la cantidad de alcohol que bebía. Medir las reacciones provocadas por dicha sustancia y frenar el consumo antes de llegar a la embriaguez. Su atención estaba en permanente vigilancia de sí mismo.

El gobierno del cuerpo mediante el dominio de los impulsos por consumir estuvo aparejado de un control de sus emociones y sus reacciones en otras áreas de su vida que no había podido manejar. Dejó de acudir a las sustancias para sobrellevar los sentimientos de culpa y desamor. El gobierno del cuerpo propició un "cambio de mentalidad" cuyo elemento más básico lo constituyó el tiempo, entre un antes y un después que marcó la diferencia de haber usado drogas como un asunto placentero a una forma de perjudicarse a sí mismo.

Para gobernar el cuerpo, enfrentó diversos puntos de tensión que proyectó resolver de manera prospectiva. En la medida en que se construyó como un personaje marcado por su pasado y signado por sí mismo como un hombre "no del todo saludable", una de las formas en que ejerció dominio sobre sí fue en el terreno de la reproducción humana. Dado que el personaje encarnó la lastimera experiencia del maltrato y la desprotección y por ende, la percepción de sí como un hombre con carencias afectivas, desistió del deseo de la paternidad para evitar "la producción de seres humanos insatisfechos" y la repetición de la trama que tejió su destino.

 

Discusión y Conclusiones

Pablo elaboró una historia, su propia historia, con base en la rememoración y reconstrucción de distintos núcleos significativos de su experiencia. Éstos revelaron formas específicas de haber sido y ser cuerpo como instancias sedimentadas en la subjetividad. Los resultados del estudio concuerdan con la perspectiva de Baz (1999) al identificar pasajes o episodios que anudan distintos estados afectivos indisolubles del ser corporal.

El entorno familiar, punto de partida sobre el que Pablo reconstruyó lo vivido, instauró un modo de ser en él como figura pasiva receptora del maltrato. La violencia familiar física y simbólica causó heridas en un cuerpo infantil que imprimieron un intenso dolor en el cuerpo y una marcada sensibilidad, orillando a Pablo a tomar una posición subjetiva ante el otro y ante sí mismo que no logró rebatir a lo largo de su historia. Esto confirma lo que Rivera (2002) sostuvo acerca del vínculo entre la institución familiar y la configuración de la experiencia corporal que se materializa en las formas de vivir y de relacionarse con el propio cuerpo y con los otros.

En la interpretación de la experiencia también ha sido posible observar que el discurso de las drogas y su consumo conlleva inscripciones de un "puro sentir" donde las sensaciones rebasaron la capacidad de nombrar las emociones y los sentimientos, al tiempo que operaron como medios para la interacción. La sensibilidad del personaje lo acercó a la experiencia del dolor, de los sonidos, de la contemplación, de los aromas y del contacto corporal como formas placenteras de experimentar "el ambiente de la calle"; donde los sentidos jugaron un papel clave en el establecimiento de vínculos afectivos y sus formas de vivirlos y signifcarlos en articulación con la clase social.

El análisis de la producción narrativa indica también que Pablo experimentó su cuerpo como una entidad en descubrimiento bajo el efecto de las sustancias. Esta revelación corporal corresponde a lo que Bernard (1994) refirió como una condición paradójica del cuerpo, donde el uso de drogas plasmó una marcada impronta corporal que fue resaltada por la dimensión física y sensorial, al tiempo que hizo del cuerpo un objeto de construcción racional de la experiencia. Asimismo, en la medida en que el consumo de las sustancias incrementó, fue posible detectar un mayor conocimiento y aprendizaje de la técnica del usuario de drogas con y sobre su cuerpo, al mostrar un registro del estado corporal, de la lógica de las sensaciones, sus implicaciones y encadenamientos. Pablo historizó sus vivencias y se construyó desde su corporalidad. El funcionamiento, la apariencia y la resistencia del cuerpo bajo los efectos de las drogas, formaron parte de un imaginario del cuerpo humano que arrastra elementos de un saber médico y escasos recursos lingüísticos para nombrar las sensaciones corporales. En su lugar, tal como Lindón (1999) lo destacó, la fabulación del relato posibilitó hacer del cuerpo una ficción y las metáforas del cuerpo dieron sentido a la experiencia. La narrativa mostró la producción efímera de un cuerpo que se desdobló en diversas figuras subjetivas como testigo, receptáculo, instrumento, escenario, vehículo de relación, territorio, laboratorio de experimentación.

Con las vivencias de sobredosis, la corporalidad se presentó con una sensación de extrañeza que se hizo más fuerte cuanto más se exaltaron las percepciones de su interior. La distorsión de la imagen y la percepción de un semblante alterado, rígido y distorsionado, provocaron en Pablo un angustiado desconcierto, de no-reconocimiento en y de su propio cuerpo. La experiencia de un cuerpo fragmentado, que actuaba de manera independiente y sobre el que había perdido control, se presentó aparejada de un desinterés por la vida. La percepción del deterioro y la descomposición de la superficie del cuerpo, representaron las señales de los excesos morales y las actitudes desmedidas. El asombro ante la imagen de sí, fue significado como la motivación para cambiar.

Un hallazgo significativo es que el cierre del relato fue desplegado en términos de la idea de un proyecto corporal con inclusión de la medida como guía de los comportamientos y mediante la adopción de un régimen cuya meta era lograr el gobierno del cuerpo a través del control de las emociones y las apetencias como garantía del dominio de sí. La corporalidad se reveló de suma importancia para el sentido del yo. La idea de un hombre con control de su cuerpo apareció como medida del valor del ser humano. La elaboración narrativa de la figura desconsolada y abatida del personaje, se restituyó logrando decisiones sobre su cuerpo. La que apareció con mayor intensidad en el relato fue el freno que puso a la reproducción de su experiencia en otros, tras la decisión de no tener hijos. Emergió la representación del cuerpo como un objeto a cuidar como forma de cuidar la existencia. Comenzó a sanar la imagen de un cuerpo herido a través de un trabajo intenso de reconstrucción y resignificación de sí y de su experiencia con el uso de sustancias.

Este recuento de acontecimientos resalta que en el relato de la experiencia con el uso de drogas, no sólo se conjugan los discursos normativos sobre las sustancias psicoactivas y los usuarios, también una subjetividad que engarza el registro de los procesos corporales con la expresividad de la narración. Como lo expusieron Baz (1999) y Burgos (1993) respectivamente, se pudo constatar el carácter singular y expresión de lo social en la narrativa con el uso de drogas así como el devenir de una construcción discursiva fenomenológica de la corporalidad. El relato no reflejó un estatuto de verdad sino un estatuto de experiencia, en el que se pudo distinguir un registro corporal que se entretejió y matizó la historia personal y apareció constreñido a los recursos culturales revelando una forma particular de corporalidad con el uso de las sustancias.

En la producción narrativa se pudo identificar también la configuración de una especie de proyecto corporal que enmarca los límites de la persona: quién es, cómo se ve, qué ha hecho consigo misma, qué ha probado, qué ha sentido, cómo se quiere ver y cómo quiere ser vista. La subjetividad arraigada en la relación que se establece con el propio cuerpo no obstante, se encuentra inmersa en el marco de las exigencias sociales al cuerpo para la presentación de la persona en la escena social, en términos de desplegar no sólo un relato coherente sino una imagen normal de su propia vida frente a sí y frente a los otros, constatando lo que Goffman (1981) señaló con respecto a la manera en que el individuo se presenta y presenta su actividad ante otros en la vida social.

Es preciso subrayar también que de acuerdo con Albin (2002); Koutroulis (2001); Skultans (2000); Smith y Sparkes (2002); Tighe (2001); Upton y Han (2003) y Zakrzewslo y Mark (2004) la estrategia metodológica y analítica implementada, resultó ser un método adecuado para abordar la corporalidad como un objeto de estudio problemático e inestable y mostrar su importancia en la conformación de los procesos subjetivos.

Por consiguiente, el consumo de drogas puede ser caracterizado en inicio, como una práctica corporal que gesta una relación de saber-poder con el propio cuerpo en la medida en que aumenta el uso de las sustancias; donde la experiencia subjetiva del cuerpo se representa como una experiencia de límites y normas. En el relato, el yo se presentó como la subjetividad y el cuerpo como objeto de intervención del individuo sobre sí mismo. Junto con ello, una serie de técnicas y estrategias corporales asociadas a la estética del vestido, del movimiento y el contacto corporal; los códigos relacionados con el sentido del uso del tiempo y del espacio y las técnicas para "sentir" los efectos de las (drogas. De este modo, es posible advertir una estrecha relación entre los mecanismos de control social que organizan modos de vida en torno a una ética corporal y la trayectoria experiencial en la relación que se establece con el propio cuerpo. De ahí que la experiencia subjetiva del cuerpo en contacto con las drogas se puede ver como el lugar de la lucha entre el deseo personal y la normatividad social.

Los hallazgos permiten señalar que la experiencia del cuerpo en la trayectoria con el uso de drogas cambia de acuerdo con la relación que el sujeto establece con la droga: desde la percepción del control del propio cuerpo, hasta la pérdida y recuperación de éste, mediada por la intervención de un tercero. En este sentido, la relación del sujeto con su cuerpo se puede definir en términos del dominio de sí mismo.

Por tanto, un ejercicio comprensivo-interpretativo de la práctica del consumo de drogas pone en evidencia la inexistencia de un cuerpo anatómico despojado de significación y sentido, donde el cuerpo subjetivo deviene códice, relato de la experiencia.

Para finalizar, cabe señalar que el análisis de este caso contribuye a la comprensión de los procesos adictivos así como a la desmitificación de algunos prejuicios que rodean a las drogas y a sus usuarios, considerando la profunda relación que guarda esta práctica con los significados e imaginarios del cuerpo humano en los contextos específicos y situaciones concretas de la realidad que los enmarca.

 

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Received 03/10/2006
Accepted 28/01/2007

 

 

Edith Flores Pérez. Estudiante del Programa de Doctorado en Psicología, Universidad Nacional Autónoma de México.
Lucy María Reidl Martínez, PhD. Directora y profesora de tiempo completo de la Facultad de Psicología, Universidad Nacional Autónoma de México.
1 Dirección: Facultad de Psicología, Universidad Nacional Autónoma de México, Av. Universidad 3004 Edif. D, P2, Cub. 17. México, DF C. P. 04510. E-mail: eeedithhh@hotmail.com
2 Dirección: Facultad de Psicología, Universidad Nacional Autónoma de México, Av. Universidad 3004 Edif. D, México, DF C. P. 04510. E-mail: lucym@servidor.unam.mx