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Interamerican Journal of Psychology

versão impressa ISSN 0034-9690

Interam. j. psychol. vol.43 no.3 Porto Alegre dez. 2009

 

 

Medidas explícitas e implícitas de las actitudes hacia las mujeres

 

Explicit and implicit measurements of the attitudes toward women

 

 

Manuel Cárdenas1; Carmen González; Carlos Calderón; Siu-Lin Lay

Universidad Católica del Norte, Antofagasta, Chile

 

 


RESUMEN

El presente estudio tiene como objeto utilizar el IAT (Implicit Association Test) para medir actitudes hacia las mujeres, de modo de comparar dichas evaluaciones de carácter automático con las obtenidas por medio de una medida explícita. Además, los participantes respondieron a un inventario de roles sexuales de modo de ver si los sujetos manejaban el estereotipo dominante asociado a lo femenino y sus efectos sobre el prejuicio. La muestra quedó conformada por 80 estudiantes universitarios. No se detectaron diferencias significativas entre hombres y mujeres en los estereotipos asociados a la mujer, ni en la evaluación que se hace de estas (medida explícita). En la medida de IAT las diferencias entre sexos aparecen, indicando que los hombres muestran una actitud implícita más negativa hacia las mujeres. De este modo se confirma que la aparente disminución del prejuicio que puede constatarse en los cuestionarios podría encubrir el hecho de que las actitudes negativas se mantienen a nivel implícito.

Palabras clave: Actitudes implícitas; Estereotipos; Prejuicio sexual.


ABSTRACT

The present study has as object to use the IAT (Implicit Association Test) to measure attitudes towards the women, of way of comparing the above mentioned evaluations of automatic character with the obtained ones by means of an explicit measurement. Besides, the participants answered to an inventory of sexual roles of way of seeing if the subjects were handling the domineering stereotype associated with the feminine thing and the effect on prejudice. The sample was made up 80 university students. There were no significant differences between men and women in the stereotypes associated with women, either in the assessment made of these (explicit measurement). For the case of IAT measurement the differences between sexes appear, realizing of the most negative attitude of the men towards the women. This way confirms to itself that the apparent decrease of the prejudice that can be stated in the questionnaires might conceal the fact that the automatic attitudes might not have changed.

Keywords: Implicit attitudes; Stereotypes; Sexual prejudice.


 

 

La literatura psicosocial ha entendido las actitudes como evaluaciones que realizan las personas, ya sean estas favorables o desfavorables, sobre ciertos objetos, personas o grupos presentes en el entorno. Tradicionalmente, se ha considerado a las actitudes desde el punto de vista explícito, es decir, refieren al auto-reporte que una persona realiza o a la manifestación directa y explícita que una persona realiza sobre un determinado objeto, persona o grupo. El método tradicional para evaluar estas actitudes ha sido el de los cuestionarios y escalas graduadas.

Este tipo de métodos de evaluación se han venido criticado debido al enorme número de limitaciones que presentan, tales como la diferente capacidad de las personas de darse cuenta o ser consciente de sus propias actitudes y estados internos, la deseabilidad social de las respuestas de los sujetos (una persona que posee una actitud negativa hacia una persona o grupo no estará necesariamente dispuesta a revelarla sobre todo en aquellos casos en que existen fuertes presiones sociales para asumir conductas tolerantes e igualitarias), a la presentación positiva que intentan hacer de sí mismos los sujetos o a los intentos de corregir sobre la marcha los juicios en aquellas escalas reactivas (Briñol, De la Corte, & Becerra, 2001; Petty & Wegener, 1998).

Es justamente como consecuencia de estas limitaciones de los procedimientos de auto-reporte que se han diseñado medidas no reactivas o indirectas que permitan el acceso a los estados internos y actitudes de las personas sin que se les consulte directamente sobre estos. Estas medidas implícitas permitirían una evaluación más rápida, menos consciente, menos controlables y más difícil de corregir o ajustar a las expectativas (Greenwald & Banaji, 1995; Lane, Banaji, Nosek, & Greenwald, 2007). Los dos instrumentos más conocidos y utilizados en este ámbito son la “Tarea de Evaluación Automática” (Fazio & Olson, 2003; Fazio, Sanbonmatsu, Powell, & Kardes, 1986) y el “Test de Asociación Implícita” (Greenwald, McGhee, & Schwartz, 1998; Greenwald & Nozek, 2001).

El supuesto que está en la base de los métodos indirectos de medida es que buena parte de la vida de las personas estaría condicionada por procesos mentales que serían activados de forma automática (Devine, 1989) y cursarían sin conciencia para los sujetos (Bargh, 1999), delimitando fuertemente los grados de libertad de los mismos, tanto para responder a su entorno como para modular sus juicios y decisiones. En este sentido, estaríamos frente a la presencia de actitudes que serían activadas de forma automática y que serían desconocidas para los sujetos, aunque no por ello dejarían de influir en las respuestas de una persona a un determinado objeto, persona o grupo (Greenwald & Banaji, 1995).

Para el caso que presentamos utilizaremos el procedimiento de Implicit Association Test (IAT) que mide los tiempos de reacción en tareas de clasificación de palabras a determinados estímulos, midiendo la fuerza asociativa de dos conceptos y dos atributos. El supuesto que se encuentra en la base de este procedimiento es que resulta más fácil, y más rápida, la respuesta conductual cuando dos conceptos fuertemente asociados comparten una misma categoría. De este modo, la latencia de respuesta nos permite medir la fuerza relativa de la asociación entre conceptos, lo que nos permite inferir las actitudes hacia los mismos (Greenwald et al., 1998; Greenwald & Nozek, 2001; Nozek, Greenwald, & Banaji, 2005).

Por otra parte, la relación entre estereotipo y prejuicio ha sido ampliamente documentada en la literatura psicosocial, suponiéndose por mucho tiempo que el solo conocimiento de los estereotipos asociados a un objeto o grupo social sería suficiente para activar el prejuicio hacia estos. Si bien los estereotipos suelen tratarse como componentes de la actitud, sabemos que el conocimiento de un estereotipo no activaría automaticamente en prejuicio ni determinaría actitudes negativas hacia el objeto. De esta forma, cuando hablamos de estereotipo nos referimos al proceso mediante el cual atribuimos a una persona características que se consideran compartidas por los miembros de su grupo (Brown, 1995). Se trataría de una inferencia inspirada en la pertenencia categorial de un sujeto. En este sentido los estereotipos servirían para racionalizar la posición social de determinados grupos, cumpliendo con ello una función ideológica, que permite justificar la posición de los grupos privilegiados (Devine & Sherman, 1992). Es por ello que no pueden ser considerados como evaluativamente neutros, sino sesgados negativamente.

Ahora bien, si la simple presencia de un estereotipo no activa el prejuicio de forma manifiesta, podemos suponer que sí contribuye a desencadenar respuestas automáticas respecto del objeto analizado. En este sentido, nos proponemos verificar si efectivamente esta predicción es correcta, toda vez que indagar en cómo las formas de expresión del prejuicio de sexo han variado. Es decir, si bien el ideal democrático y la alta valoración de las ideas igualitarias que le son concomitantes han contribuido a contener las expresiones abiertas de sexismo, este podría estar tomando nuevas formas, más sutiles o encubiertas, o incluso que cursan sin conciencia por parte de los sujetos que lo ejercen.

De este modo, nuestra primera hipótesis predice que (a) no se encontrarán diferencias significativas entre hombres y mujeres, ni entre sujetos prejuiciosos y no prejuiciosos, en el manejo de estereotipos, siendo dichas características asociadas a la mujer conocidas por ambos grupos. Por otra parte, y como ya hemos afirmado, (b) dado el contexto actual de “igualdad” no esperamos encontrar diferencias significativas entre hombres y mujeres en la medida explícita de prejuicio. Es decir, que a nivel manifiesto tanto hombres como mujeres no diferirán en su apreciación positiva de las mujeres. Finalmente, (c) se espera que las diferencias entre hombres y mujeres aparezca en la medida de actitudes implícitas, siendo los hombres poseedores de actitudes significativamente más desfavorables hacia las mujeres.

 

Método

Muestra y Procedimiento

La muestra quedó conformada por 80 participantes, 38 hombres (47.5%) y 42 mujeres (52.5%), cuyas edades fluctuaban entre 19 y 33 años (con una media de de 21.5 años y una desviación típica de 2.81). Todos los participantes de la muestra eran estudiantes de primer y segundo año de la carrera de psicología, los cuales participaron como voluntarios. La aplicación fue colectiva, comenzando por al prueba de IAT y sólo posteriormente contestando el resto de las medidas (de modo de controlar los efectos que el orden de presentación pudiese tener sobre la medida implícita). Todas las tareas fueron desarrolladas en el laboratorio de informática de la Escuela de Psicología.

Instrumento

El instrumento utilizado quedó compuesto de cuatro secciones diferentes. La primera de ellas destinada a recabar información sobre los datos sociodemográficos de los sujetos y sobre características de orden general de la muestra (sexo, edad, etc.).

En la segunda sección se utilizó una versión abreviada del Inventario de Roles Sexuales de Bem (1974). Dicho inventario consiste en una escala con 18 adjetivos, de los cuales 9 son elementos estereotípicos de lo masculino y otros 9 de lo femenino. Se pide a las personas que indiquen hasta qué punto cada uno de los ítems describe a los hombres y a las mujeres. Además, se les consulta respecto de cómo los describe a ellos mismos cada ítem en una escala que va desde 1 (nunca) hasta 7 (siempre). La fiabilidad para la adaptación de la escala femenina del BRSI fue de á =.79 (que es la medida que nos servirá para ver si los sujetos reconocen el estereotipo asociado a las mujeres). La estructura factorial nos indica la presencia de dos factores principales (responsable de la explicación del 40.26% de la varianza) que corresponden a las dimensiones masculinidad y feminidad, en las que los ítems saturan como se esperaba salvo en dos ítems concretos que son usados para definir lo masculino (atlético/deportivo y personalidad fuerte) y que aparecen saturando alto también en el factor feminidad.

La tercera sección quedó compuesta por una adaptación de la escala de sexismo moderno (Swim, Aikin, Hall, & Hunter, 1995). Esta escala consta originalmente de 13 ítems que toman la forma de una escala Likert con opciones de respuesta que van desde 1 (“Totalmente en desacuerdo”) hasta 6 (“Totalmente de acuerdo”), que incluye una subescala de prejuicio tradicional (cinco ítems) y otra que pretende detectar nuevas formas de sexismo (8 ítems). Para nuestra escala hemos utilizado sólo los ocho reactivos originales que miden sexismo moderno. El índice de fiabilidad para esta escala fue de .75 y esta será utilizada como medida de prejuicio explícito. Se debe tener claro que, además de ser una medida explícita, esta escala pretende ser un indicador de formas menos evidentes y abiertas de prejuicio.

El último bloque consistió en la tarea de IAT, la que como ya hemos afirmado será nuestra medida implícita de actitudes. La adaptación realizada implicó parear los conceptos-Diana “HOMBRE” y “MUJER” con los conceptos-Atributo “BUENO” y “MALO”. Las palabras asociadas a los conceptos-Diana consistieron en nombres masculinos (Juan, Francisco, Manuel, Carlos, Víctor, José, Jorge y Luis) o femeninos (María, Claudia, Camila, Patricia, Carolina, Daniela, Rosa y Ana) obtenidos del registro histórico del Servicio de Registro Civil e Identificación en mérito de ser los nombres más utilizados en nuestro País (y por ello más típicos de la categoría). Además, estos listados nos permitían cumplir con el criterio de ausencia de valencia para los conceptos-Diana. Para los conceptos-Atributo se utilizó un listado de rasgos para las palabras “BUENO” (Placer, Fortuna, Fortaleza, Bienestar, Agrado, Riqueza, Bondad y Alegría) y “MALO” (Dolor, Infortunio, Debilidad, Malestar, Desagrado, Pobreza, Maldad y Tristeza), pero cuidando de resguardar los criterios exclusividad y similitud de valencia. Se debe consignar que se realizaron una serie de ensayos para entrenar a los participantes en la clasificación de palabras simples (Ej., HOMBRE y MUJER) y combinadas (Ej., HOMBRE y BUENO o MUJER y MALO). Se controló el orden de presentación de las combinaciones y se contrabalanceó la situación (presentación a izquierda y derecha) (Nozek, Greenwald, & Banaji, 2007).

 

Resultados

Las tres hipótesis de este estudio fueron confirmadas. La primera hipótesis afirmaba que tanto los hombres (M = 5.16; SD = 0.52) como las mujeres (M = 5.16; SD = 0.57) manejan los rasgos estereotípicos socialmente asignados a la mujer, no encontrándose diferencias significativas para ambos grupos (t (77) = 1,32; p > 0.05). De este modo, podemos afirmar que los sujetos de la muestra asignan a las mujeres las características de cariñosa, sensible a las necesidades de los demás, comprensiva, compasiva, cálida y afectuosa, tierna y delicada, amante de los niños, llorona y sumisa. Cabe especificar que las mujeres se asignan a sí mismas también la característica de ser arriesgada o amante del riesgo, la que en principio está pensada para describir el estereotipo masculino. Este sería el único rasgo en que se encuentran diferencias entre hombres y mujeres al evaluar el estereotipo femenino (t (77) = -2,902; p < 0.05).

Respecto de la segunda predicción realizada en nuestras hipótesis, podemos afirmar que tantos los hombres (M = 2.54; SD = 0.91) como las mujeres (M = 2.27; SD = 0.97) manifiestan bajos niveles de prejuicio explícito hacia la mujer, no encontrándose diferencias significativas entre sus puntuaciones (t (77) = 1,323; p > 0.05). De este modo, la escala que mide prejuicio explícito en su forma moderna nos indicaría que los sujetos no son, al menos de un modo consciente, prejuiciosos con las mujeres.

Nuestra tercera hipótesis afirmaba que las diferencias entre hombres y mujeres aparecerían en la medida implícita, es decir, cursando sin conciencia o al modo de una respuesta automática. Las actitudes implícitas fueron medidas a través de los tiempos de reacción que emplearon los participantes en la tarea de clasificación de palabras. Cabe consignar que las respuestas demasiado rápidas (por debajo de 300 milisegundos) y las respuestas demasiado lentas (por encima de 3000 milisegundos) no se contemplaron en el análisis puesto que se interpretan como respuestas de tipo anticipatorio en el primer caso y de tipo controlado en el segundo (las respuestas anticipatorias se producirían antes de que el estímulo sea presentado y por ello se consideran como entregadas al azar). Por otra parte, se debe señalar que los tiempos de reacción fueron transformados utilizando el algoritmo desarrollado por Greenwald, Nozek y Banaji (2003). Una vez realizados los procedimientos descritos y al comparar las latencias en los tiempos de respuestas transformados de los sujetos para la tarea IAT, nos encontramos con diferencias significativas entre hombres y mujeres (t (78) = 2,051; p < 0.05) en la medida global de IAT. De este modo, podemos confirmar nuestra tercera hipótesis y afirmar la existencia de actitudes implícitas significativamente más negativas en los hombres hacia de las mujeres.

 

Discusión

Los resultados obtenidos en el estudio nos muestran de una forma clara no sólo como han cambiado las formas de expresión del prejuicio, desde modos más bien abiertos y hostiles hacia unos más elaborados y sutiles, sino sobre todo cómo este puede cursar sin que los sujetos sean conscientes del mismo. No se trata ya de formas más racionalizadas sino, justamente de lo contrario, de formas inconscientes, implícitas o automáticas. Es importante apreciar cómo el uso de la tecnología disponible nos permite acceder a los estados internos de los sujetos sin necesidad de preguntar directamente por ellos (lo que ya implicaría un proceso de racionalización), de modo tal que podamos apreciar sus respuestas automáticas e incontrolables ante la presencia de un estímulo relevante.

Por otra parte, hemos constatado que de la presencia de estereotipos no necesariamente se deriva prejuicio explícito. Así, los participantes de nuestra muestra – sin distinción de sexo – manejan y tienen acceso al estereotipo disponible respecto de las mujeres, incluso en aquellos casos en que no lo comparten. De este modo, el conocimiento del estereotipo no se resuelve inevitablemente en forma de prejuicio explícito. Ahora bien, ya es sabido que las medidas de auto-informe presentan serias limitaciones y que lo que un sujeto diga de sí – incluso en aquellos casos en que realmente es sincero al expresar su opinión o actitud – no necesariamente es lo que determinará los límites de su acción. Es decir, aún cuando creemos ser genuinamente igualitarios en nuestro trato con el sexo femenino podemos, en un nivel latente o inconciente, responder (gracias a la activación automática del prejuicio) basándonos en nuestros prejuicios o activando asociaciones negativas asociadas a lo femenino (de las que no es necesario tener conciencia para que operen sobre nuestra conducta). Por otra parte, se debe reconocer que en el tipo de muestra con que hemos trabajado (estudiantes de psicología) se derivan, respecto del tema del prejuicio, unas exigencias normativas muy particulares, por lo que no es raro encontrar en este tipo de estudiantes niveles más moderados de prejuicio y una fuerte presión para entregar respuestas deseables socialmente.

En definitiva, encontramos como a nivel automático o implícito los hombres pueden estar utilizando prejuicios que nos hacen vincular lo femenino con aspectos más negativos. Cierto es que estos hallazgos pueden explicarse desde el simple proceso de categorización (favoritismo endogrupal y discriminación del exogrupo), pero no deja de ser llamativo que esto sólo ocurra a nivel implícito y no al nivel manifiesto. En rigor, lo que podemos apreciar es la fuerte asociación que existe entre las propiedades del objeto de análisis (sexo) y las dimensiones de juicio (atributos), así como la aparente vinculación entre los estereotipos con las actitudes implícitas (aunque no así con las explícitas). De este modo, observamos como simples nombres femeninos hacen saliente a nivel implícito asociaciones con conceptos negativos de forma más fácil que con aquellos positivos.

Estos antecedentes simplemente pretenden contribuir a generar una reflexión respecto de los límites de nuestra propia acción, de la opacidad de nuestros motivos y de la necesidad de modificar estereotipos sociales que contribuyen a mantener relaciones que desfavorecen a un grupo social (curse ésta con conciencia o no del actor que ejecuta una acción) y que son mantenidos justamente debido a la falta de reflexión sobre los mismos. Este patrón automático es el que permite un enraizamiento profundo de las prácticas sexistas, eso sí ahora amparado en un discurso explícito que aboga por la igualdad de género y que permite mantener la auto-imagen positiva del sujeto. Como vemos, la falta de reflexión y el automatismo de la conducta de los sujetos, sumado a una experiencia previa introspectivamente no identificada, permite sostener relaciones desiguales y poco equitativas entre sexos, toda vez que encubrir el hecho del prejuicio por medio de un discurso pretendidamente igualitario.

De las hipótesis que hemos podido verificar en nuestro estudio se desprenden varias cuestiones que parece pertinente volver a sumariar. Lo primero es que, tal como fue hipotetizado, tanto los hombres como las mujeres de nuestra muestra reconocen el estereotipo social utilizado para describir a las mujeres. Lo que parece claro, es que el conocimiento del estereotipo no se vincula directamente con el prejuicio, al menos en su forma explícita, ya que tanto las personas prejuiciosas como igualitarias pueden describir apropiadamente las características que socialmente se asignan a las mujeres y no se observan diferencias en la medida de las actitudes manifiestas. Lo que es presumible, aunque no podemos derivarlo de los datos de nuestro estudio, es la relación entre estereotipos y prejuicio automático. Es decir, ante la imposibilidad de los sujetos de reflexionar en una determinada situación se impondrían respuestas de tipo automático, basadas en la asociación establecida entre la mujer y los atributos negativos. La centralidad que la categoría sexo ha adquirido en la organización social sería la que la hace relevante para los procesos cognitivos. Es decir, se trata de una categoría utilizada para organizar, jerarquizar y segmentar nuestra sociedad, cumpliendo funciones de legitimación y dominación (Sidanius, Pratto, & Bobo, 1996; Wetherell & Potter, 1992), las cuales – como vemos – podrían funcionar sin el concurso de los procesos concientes de los sujetos. Lo anterior implicaría que en aquellas situaciones en que debemos tomar decisiones rápidas, en las que no podemos reflexionar para realizar conductas de modo conciente, muchas personas abandonan la corrección política y terminan por realizar acciones discriminadoras o basadas en prejuicios. De allí, que el prejuicio se encontraría firmemente anclado en los sujetos gracias a un sistema de categorías socialmente elaborado y que permite justificar relaciones inequitativas. Parece obvia la importancia se trabajar también sobre dichas asociaciones entre lo femenino y ciertas representaciones negativas (las que circulan, por ejemplo, en comentarios sexistas disfrazados de chistes o refranes).

La tercera de nuestras hipótesis nos remite a un aspecto crucial de nuestras sociedades, a saber: han cambiado las formas de expresión del prejuicio, pero no sus efectos. Lejos de haber disminuido, estamos asistiendo a una transformación del prejuicio, el que ya no se expresa de modo directo y abierto, sino de formas más sutiles e incluso inconcientes. De lo que se trata es de que el sujeto puede ceder a la presión de los valores igualitarios y democráticos, pero sin necesidad de abandonar sus preconcepciones sobre la mujer y sin alterar sustantivamente la posición de esta en la jerarquía social, pero pudiendo resguardar su autoimagen de sujeto igualitario y tolerante.

Para concluir debemos advertir sobre las limitaciones que un estudio de este tipo puede tener, en tanto adolece de una serie de deficiencias de diseño, tales como el tamaño de la muestra y su carácter no probabilístico. Ambos limitan seriamente la generalización de estos resultados, por lo que deben realizarse estudios con una población más amplia y cuyos criterios de selección sean más representativos de la población. Adicionalmente, creemos necesario resaltar que los autores estamos lejos de creer que en la población general el prejuicio ha abandonado sus formas más abiertas u hostiles. En este sentido, en futuros estudios deberían utilizar medidas más directas del prejuicio contra las mujeres, las que aquí no introducimos dado que se trataba de estudiantes de psicología, donde la deseabilidad social y el entrenamiento en este tipo de medidas hacen poco previsible la aparición de diferencias en ellas.

 

Referencias

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Received 13/11/2008
Accepted 02/03/2009

 

 

Manuel Cárdenas. Universidad Católica del Norte, Antofagasta, Chile.
Carmen González. Universidad Católica del Norte, Antofagasta, Chile.
Carlos Calderón. Universidad Católica del Norte, Antofagasta, Chile.
Siu-Lin Lay. Universidad Católica del Norte, Antofagasta, Chile.

1 Dirección: Universidad Católica del Norte, Escuela de Psicología, Av. Angamos, 0610, Antofagasta, Chile. E-mail: jocarde@ucn.cl