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Tempo psicanalitico

versión impresa ISSN 0101-4838versión On-line ISSN 2316-6576

Tempo psicanal. vol.53 no.2 Rio de Janeiro july/dic. 2021

 

ARTIGOS

 

Características clínicas en adolescentes acorde al enfoque dinámico y psicoanalítico

 

Características clínicas em adolescentes de acordo com a abordagem dinâmica e psicanalítica

 

Clinical characteristics in adolescents according to the dynamic and psychoanalytical approach

 

 

Edgar Alfonso Acuña Bermúdez*

Universidad de San Buenaventura/Cartagena - Colombia

Endereço para correspondência

 

 


RESUMEN

En términos generales la adolescencia se extiende desde el momento de la madurez sexual hasta la edad en que se asegura por vía legal la independencia respecto de la autoridad del adulto. El pasaje a través del periodo adolescente es un tanto desordenado y nunca en una línea recta. En verdad, la obtención de las metas en la vida mental que caracterizan las diferentes fases del periodo de la adolescencia es a menudo contradictoria en su dirección y además cualitativamente heterogénea; es decir, esta progresión, digresión y regresión se alternan en evidencia, ya que en forma transitoria comprenden metas antagónicas. Con relación a la elección de objeto adolescente el estado mental y físico que generalmente se asocia con la adolescencia (tanto con la adolescencia temprana como con la adolescencia propiamente dicha) tiene cualidades muy diferentes a la fase preadolescente. El estadio de la representación de la imagen corporal en la adolescencia es importante, ya que es en esta etapa donde el adolescente se ve enfrentado a cambios físicos (crecimiento de órganos sexuales, aumento de la actividad hormonal, capacidad reproductora, entre otros), cambios intelectuales o emocionales (capacidad de formular juicios de valor propio, etc.) y a tres crisis: de identidad, autoridad y sexual, aspectos fundamentales que influyen en la percepción de su cuerpo. Durante la adolescencia propiamente dicha, ocurre un cambio decisivo hacia la heterosexualidad y una renunciación final e irreversible del objeto incestuoso.

Palabras clave: Adolescencia, psicoanálisis, crisis, elección de objeto, impulsos, genitalidad.


RESUMO

Em termos gerais, a adolescência estende-se desde o momento da maturidade sexual até a idade em que a independência é legalmente garantida da autoridade do adulto.A passagem pelo período adolescente é um tanto bagunçada e nunca em linha reta. De fato, a consecução dos objetivos da vida mental que caracterizam as diferentes fases do período da adolescência é, muitas vezes, contraditória em sua direção e qualitativamente heterogênea; isto é, essa progressão, digressão e regressão se alternam em evidência, pois entendem temporariamente objetivos antagônicos. Em relação à escolha do objeto adolescente, o estado físico e mental geralmente associado à adolescência (tanto na adolescência precoce quanto na própria adolescência) possui qualidades muito diferentes da fase pré-adolescente. A etapa de representação da imagem corporal na adolescência é importante, pois é nessa fase que o adolescente se depara com alterações físicas (crescimento de órgãos sexuais, aumento da atividade hormonal, capacidade reprodutiva, entre outras), mudanças intelectual ou emocional (capacidade de fazer julgamentos de seu próprio valor etc.) e três crises: identidade, autoridade e sexual, aspectos fundamentais que influenciam a percepção do seu corpo. Durante a adolescência propriamente dita, há uma mudança decisiva em direção à heterossexualidade e uma renúncia final e irreversível ao objeto incestuoso.

Palavras-chave: Adolescência, psicanálise, crise, escolha de objeto, impulsos, genitalidade.


ABSTRACT

In general terms, adolescence extends from the moment of sexual maturity to the age at which independence is legally ensured from the authority of the adult. The passage through the adolescent period is somewhat messy and never in a straight line. Indeed, the attainment of the goals in mental life that characterize the different phases of the adolescence period are often contradictory in their direction and qualitatively heterogeneous; that is, this progression, digression and regression alternate in evidence, since they temporarily understand antagonistic goals. In relation to the choice of adolescent object, the mental and physical state that is generally associated with adolescence (both with early adolescence and with adolescence itself) has very different qualities than the pre-adolescent phase. The stage of the representation of body image in adolescence is important, since it is at this stage where the adolescent is faced with physical changes (growth of sexual organs, increased hormonal activity, reproductive capacity, among others), changes intellectual or emotional (ability to make judgments of their own value, etc.) and three crises: identity, authority and sexual, fundamental aspects that influence the perception of your body. During adolescence proper, there is a decisive shift towards heterosexuality and a final and irreversible renunciation of the incestuous object.

Keywords: Adolescence, psychoanalysis, crisis, choice of object, impulses, genitality.


 

 

Introducción

El vocablo adolescencia proviene del verbo latín adoleceré, que significa crecer o llegar a la maduración. Esto significa no solo el crecimiento físico sino también el desarrollo mental. En el aspecto somático representa alcanzar una estatura adulta, la adquisición de rasgos físicos características del individuo adulto, y el desarrollo del aparato reproductor que hace posible la procreación, según Hurlock, E (1970, p. 32).

"Por consiguiente, no debe confundirse la adolescencia con la "pubertad" que es el periodo de la preadolescencia y principios de la adolescencia en que se produce la maduración sexual. La pubertad es una parte de la adolescencia, pero no es sinónimo de esta, puesto que la adolescencia, tal como ahora se le entiende, incluye todas las fases de la maduración, y no solo la del aspecto físico".

Aquí se describe el proceso psíquico con sus diferentes características clínicas acorde al enfoque psicoanalítico y psicodinámico durante el curso de la adolescencia en mujeres y hombres.

 

Desarrollo en la adolescencia

En términos generales la adolescencia se extiende desde el momento de la madurez sexual hasta la edad en que se asegura por vía legal la independencia respecto de la autoridad del adulto. Como existen diferencias individuales tan notorias en las edades a que se alcanza la madurez sexual, es difícil hacer algo más que demarcar el final de la niñez y el comienzo de la adolescencia, mediante el empleo de edades promedio.

La diferencia según sexo demuestra que los varones maduran algo más tarde que las niñas, podemos considerar que su preadolescencia se extiende desde los 11 a 12 y medio o 13 años, el periodo inicial de la adolescencia de los 13 a los 17, y el final de los 18 a los 21. En el caso de las niñas, la preadolescencia habitualmente se encuentra entre los 10 y los 11 años, el periodo inicial de la adolescencia entre los 12 y los 16 años y el final entre los 17 y 20 o 21, sin embargo, dentro de cada sexo puede encontrarse pronunciadas diferencias individuales, esto es importante debido a la estrecha relación que existe entre la conducta del individuo y el nivel de su desarrollo sexual. (Bloss, P., 1986, p. 132)

El pasaje a través del periodo adolescente es un tanto desordenado y nunca en una línea recta. En verdad, la obtención de las metas en la vida mental que caracterizan las diferentes fases del periodo de la adolescencia es a menudo contradictoria en su dirección y además cualitativamente heterogénea; es decir, esta progresión, digresión y regresión se alternan en evidencia, ya que en forma transitoria comprenden metas antagónicas. Se encuentran mecanismos adaptativos y defensivos entretejidos, y la duración de cada una de las fases no puede fijarse por un tiempo determinado o por una referencia a la edad cronológica. Esta extraordinaria elasticidad del movimiento psicológico, que subraya la diversidad tan espectacular del periodo adolescente no puede dejar de enfatizarse; sin embargo, permanece el hecho de que existe una secuencia ordenada en el desarrollo psicológico y que puede describirse en términos de fases más o menos distintas.

El adolescente puede atravesar con gran rapidez las diferentes fases o puede elaborar una de ellas en variaciones interminables; pero de ninguna manera puede desviarse de las transformaciones psíquicas esenciales de las diferentes fases. Su elaboración por el proceso de diferenciación del desarrollo a lo largo de un determinado periodo de tiempo resulta en una estructura compleja de la personalidad; un pasaje un tanto tormentoso a través de la adolescencia habitualmente produce una huella en el adulto que se describe como primitivización. Ninguno de estos dos desarrollos debe de confundirse con niveles de maduración; más bien son evidencias de grados de complejidad y diferenciación. Tanto el empuje innato hacia adelante como el potencial de crecimiento de la personalidad adolescente buscan integrarse al nivel de maduración de la pubertad y a las antiguas modalidades para mantener el equilibrio. por medio de este proceso de integración se preserva la continuidad en la experiencia del yo que facilita la emergencia de una sensación de estabilidad en el ser - o sentido de identidad.

La importancia del periodo de latencia para tener éxito en la iniciación y durante el desarrollo de la adolescencia. el periodo de latencia proporciona al niño los instrumentos, en términos de desarrollo del yo, que le preparan para enfrentarse al incremento de los impulsos en la pubertad. El niño, en otras palabras, está listo para la prueba de distribuir el influjo de energía en todos los niveles de funcionamiento de la personalidad, los cuales se elaboraron durante el periodo de latencia. De allí que sea capaz de desviar la energía instintiva a las estructuras físicas diferenciadas y a diferentes actividades psicológicas, en lugar de experimentar esto solamente como un aumento de la tensión sexual y agresiva. (Freud, S., 1905, p. 46) se refiere a la latencia abortiva como "precocidad sexual espontánea" que se debe al hecho de que el periodo de latencia no se pudo establecer con éxito; por lo tanto pensó que "las inhibiciones sexuales" que constituyen el componente esencial del periodo de latencia, no fueron adquiridas adecuadamente, "ocasionando manifestaciones sexuales, que, debido a que las inhibiciones sexuales fueron incompletas y que por otro lado el sistema genital no está desarrollado, pueden orientarse hacia las perversiones".

La interpretación literal del término periodo de latencia que significa que estos años están desprovistos de impulsos sexuales - es decir, que la sexualidad es latente- ha sido corregido por la evidencia clínica de los sentimientos sexuales expresados en la masturbación, en actividades voyeuristas, en el exhibicionismo y en actividades sadomasoquismo que no dejan de existir durante el periodo de latencia (Berenstein, 1989, p. 132). Sin embargo, en esta etapa no aparecen nuevas metas instintivas. Lo que en verdad cambia durante el periodo de latencia es el incremento del control del yo y del superyó sobre la vida instintiva. "Durante el periodo de latencia las demandas instintivas no han cambiado mucho; pero el yo sí". La actividad sexual durante el periodo de latencia está relegada al papel de un regulador transitorio de tensión; esta función está superada por la emergencia de una variedad de actividades del yo, sublimatorias, adaptativas y defensivas por naturaleza. Este cambio está promovido sustancialmente por el hecho de que "las relaciones de objeto se abandonan y son sustituidas por identificaciones" (Freud, S., 1924, p. 15). El cambio en la cathexis de un objeto externo a uno interno puede muy bien ser considerado como un criterio esencial del periodo de latencia. (Freud, S., 1905, p. 46) hizo referencia especial a este hecho, el cual sin embargo ha sido opacado por el concepto más general de "inhibición sexual" que es un marco claro e indicativo del periodo de latencia. Freud afirmó: "De vez en cuando (durante el periodo de latencia) puede aparecer una manifestación fragmentaria de la sexualidad que ha evadido la sublimación, o alguna actividad sexual puede persistir a los largos de todo el periodo de latencia hasta que el instinto sexual emerja c0n gran intensidad en la pubertad. debido al desarrollo de la latencia, la expresión directa de las necesidades de dependencia y sexuales, disminuyen ya que éstas se amalgaman con otras metas más complejas y aloplásticas, o están mantenidas en suspenso por defensas entre las cuales son típicas de este periodo las obsesivo-compulsivas".

Concomitante a estos desarrollos, las funciones del yo adquieren una mayor resistencia a la regresión, actividades significativas del yo, como son la percepción, el aprendizaje, la memoria y el pensamiento, se consolidan más firmemente en la esfera libre de conflicto del yo. De allí pues que las variaciones en la tensión instintiva no amenacen la integridad de las funciones del yo como ocurría en los años anteriores a la latencia. el establecimiento de identificaciones estables hace que el niño sea más independiente de las relaciones de objeto y de su ondulante intensidad y cualidad; la ambivalencia declina en forma clara, especialmente durante la última parte del periodo de latencia (Berenstein, 1989, p. 16). La existencia de controles internos más severos se hace aparente en la emergencia de conducta con actitudes que están motivadas por la lógica y orientadas a valores. este desarrollo general coloca a las funciones mentales más elevadas en interjuego autónomo y reduce en forma decisiva el empleo del cuerpo como instrumento de expresión para la vida interna. Desde este punto de vista, la latencia puede ser descrita en términos de "reducción del uso expresivo del cuerpo como un todo, aumentando la capacidad para expresión verbal, independiente de la actividad motora". (Kris, 1964, p. 22). El lenguaje atraviesa por un cambio: la conjunción "porque" se emplea con mayor pericia (Werner, 1940, p. 112). Además, el lenguaje se emplea cada vez más como un velo, tal como está indicado en el empleo de la alegoría, la comparación y la semejanza en contraste con el lenguaje empleado por el niño más joven, que expresa sin circunloquios sus emociones y sus deseos. Sharpe (1940, p. 83) ha mostrado que el empleo de la metáfora sobresale en el periodo de latencia y en la adolescencia; esta figura del lenguaje "aparece al mismo tiempo que el control de los orificios corporales. Las emociones que originalmente estaban acompañadas con descargas corporales encuentran vías sustitutivas". Una ganancia en la expresión artística compensa por la pérdida de la espontaneidad corporal.

Los muchachos y las muchachas muestran diferencias significativas en el desarrollo durante la latencia. Una regresión a niveles pregenitales como defensa al principio de la latencia parece ser más típica para el muchacho que para la muchacha. la proclividad regresiva del muchacho simboliza su desarrollo preadolescente. El hecho de que el muchacho abandone la fase edípica en forma más definitiva que la muchacha, hace que la primera parte de su periodo de latencia sea tormentosa. la muchacha, por el contrario, entra a este periodo con menos conflicto; en verdad preserva con un sentido de libertad algunos de los aspectos fálicos de su pasado preedípico. Greenacre (1950, p. 38) opinó que "cierto grado de identificación bisexual ocurre en la mayoría de las muchachas durante alguna época del periodo de latencia, a menos que la muchacha o la niña permanezca casi en forma exclusiva bajo el dominio de sus deseos edípico". La niña entra en una situación más conflictiva durante los últimos años de su latencia, cuando sus impulsos instintivos aparecen y su superyó es inadecuado para hacer frente a la primera pubertad.

Las características generales de la latencia que he resumido están descritas en detalle en diferentes estudios psicoanalíticos del periodo de latencia (Friess, 1958, p. 11), algunos con especial referencia a la selección de libros (Peller, 2016, p. 82; Friedlander, 1961, p. 37); al chiste (Wolfenstein, 1966, p. 17); y al juego (Peller, 2016, p. 86).

Un prerrequisito para entrar a la fase adolescente de la organización de los impulsos es la consolidación del periodo de latencia; de otro modo el niño púber experimenta una simple intensificación de sus deseos en la prelatencia y muestra una conducta infantil un tanto regresiva. En el trabajo analítico con adolescentes -principalmente con adolescentes jóvenes- cuyo periodo de latencia nunca fue adecuadamente establecido, acostumbramos a iniciar el trabajo analítico con intervenciones educativas para poder obtener algunos logros esenciales del periodo de latencia.

Durante la fase preadolescente un aumento cuantitativo de la presión instintiva conduce a una cathexis indiscriminada de todas aquellas metas libidinales y agresivas de gratificación que han servido al niño durante los años tempranos de su vida. No se puede distinguir un objeto amoroso nuevo y una meta instintiva nueva. Cualquier experiencia puede transformarse en estímulo sexual -incluso aquellos pensamientos, fantasías y actividades que están desprovistos de connotaciones eróticas obvias. Por ejemplo, el estímulo al cual el muchacho preadolescente reacciona con una erección; no es específica ni necesariamente un estímulo erótico lo que causa la excitación genital, sino que ésta puede ser provocada por miedo, coraje, o por una excitación general. Las primeras emisiones durante la vigilia a menudo se deben a estos afectivos como éste, más bien que a estímulos eróticos específicos. Entre los muchachos más maduros físicamente, las situaciones competitivas, como la lucha, han sido reportadas como provocadoras de emisiones espontáneas. Este estado de cosas en el muchacho que entra a la pubertad es una muestra de que la función genital actúa como descarga no específica de tensión; esto es característico de la niñez hasta la época de la adolescencia cuando el órgano gradualmente adquiere la sensibilidad exclusiva al estímulo heterosexual.

El resurgimiento de los impulsos genitales no se manifiesta uniformemente entre los muchachos y las muchachas debido a que cada sexo se enfrenta a los impulsos puberales en aumento en una forma distinta. Erickson (1951, p. 127) describió la diferencia tan clara en las construcciones de juego de los adolescentes. Es aparente a partir de su material que el tema de la masculinidad y de la feminidad conduce a diferentes configuraciones en el juego del muchacho y de la muchacha. Es la preocupación (consciente y preconsciente) con los órganos sexuales, su función, integridad y protección, y no la relación de éstos con situaciones amorosas y su satisfacción lo que sobresale en las construcciones de juego en los preadolescentes. Erickson comenta: "Las diferencias sexuales más significativas en el juego nos dan el siguiente cuadro: en los muchachos las variables más sobresalientes son altura, caída y movimiento y su canalización o arresto (policía), en las muchachas, los interiores estáticos que están abiertos, simplemente encerrados o bloqueados y que son violados."

En términos generales podemos decir que un aumento cuantitativo en los impulsos caracteriza la preadolescencia y que esta condición lleva a un resurgimiento de la pregenitalidad (Freud, A., 1974, p. 79). esta innovación lleva al periodo de latencia a su terminación, el niño es más inaccesible, más difícil de enseñar y controlar. Todo lo que se ha obtenido a través de la educación en los años anteriores en términos de control instintivo y conformidad social parece que está camino de la destrucción.

En esta etapa, dos formas típicas de conducta preadolescente tanto en los muchachos como en las muchachas dan cierta luz en el conflicto central en cada sexo. Los muchachos son hostiles con las muchachas, las atacan, tratan de evitarlas, cuando están en compañía de ellas se vuelven presumidos y burlones. En realidad, trataba de negar su angustia en lugar de establecer una relación con ellas. La angustia de castración que lleva la fase edípica a su declinación reaparece y conduce al muchacho a llevarse exclusivamente con compañeros de su propio sexo. En la niña esta fase está caracterizada por una actividad intensa donde la actuación y el portarse como marimacha alcanza su clímax (Deutsch, 1991, p. 53). Nesta negación muy clara e la feminidad puede descubrirse el conflicto no resuelto en la niñez sobre la envidia del pene, que es el conflicto central de la joven preadolescente, un conflicto que encuentra una dramática suspensión temporal, mientras las fantasías fálicas tienen sus últimas apariciones antes que se establezca la feminidad.

Es un hecho bien sabido que el desarrollo psicológico en la preadolescencia es diferente en las muchachas y en los muchachos. Las diferencias entre los sexos son muy significativas; la psicología descriptiva ha puesto gran atención a este periodo y ha acumulado gran cantidad de observaciones. El muchacho toma una ruta hacia la orientación genital a través de la cathexis de sus impulsos pregenitales; por el contrario, la muchacha se dirige en forma más directa hacia el sexo opuesto.

Las fantasías de los muchachos preadolescentes habitualmente están bien protegidas; las que mencionan con más facilidad son las de pensamientos sintónicos al yo de grandiosidad y de indecencia.

El material clínico anterior se cita como apoyo para el modelo teórico de la preadolescencia; una interpretación de este material nos permite delinear el conflicto preadolescente típico del muchacho como de miedo y de envidia por la mujer. Su tendencia a identificarse con la madre fálica le alivia de la angustia de castración en relación con ella; normalmente se construye una organización defensiva en contra de esta tendencia. Recordemos aquí la tesis de Betterlheim (1971, p. 58) de que los ritos de iniciación en la pubertad sirven a los muchachos para resolver su envidia de la mujer. En esencia se tiene que resolver una identificación bisexual (Mead, 1958, p. 85). Bettelheim (1983, p. 63) nos ofrece material clínico que demuestra "que ciertos ritos de iniciación se originan en los intentos adolescentes para integrar su envidia del otro sexo o para adaptarse al rol social prescrito para su sexo y abandonar las gratificaciones pregenitales infantiles".

En la fase de la preadolescencia el muchacho tiene que renunciar nuevamente, y ahora definitivamente a sus deseos de tener un niño (pecho, pasividad) y, más o menos completar la tarea del periodo edípico (Mack Brunswick, 1940, p. 11). En un hombre dotado, este deseo puede encontrar satisfacción en el trabajo creativo, y cuando un hombre como éste busca tratamiento porque su actividad creadora ha dejado de funcionar, revela una organización típica de los impulsos que Jacobson (1950, p.32) describió en su artículo: "El deseo de los muchachos de tener un niño". Con relación a estos pacientes, Jacobson dice "que su actividad creadora muestra regularmente fantasías femeninas reproductoras". Van der Leeuw (1958, p. 83) enfatiza que la envidia normal del muchacho por la madre preedípica y la importancia para su desarrollo progresivo radica en la resolución, principalmente en abandonar "el deseo preedípico de estar embarazado y tener hijos como la madre". Van der Leeuw continúa: "Los obstáculos que hay que resolver son sentimientos de coraje, envidia, rivalidad, y, sobre todo, la impotencia y la destrucción agresiva que acompaña a estas experiencias. En la niñez temprana el tener hijos es vivido como un logro, una sensación de poder y una competencia con la madre; esto representa ser activo como la madre. Es una identificación activa y productora". La fijación en el nivel preadolescente da a esta fase una organización duradera de los impulsos; en algunos casos donde ocurre tal fijación, la fase de preadolescencia ha fracasado debido a un enorme miedo a la castración en relación con la madre arcaica, el cual se resuelve identificándose con la mujer fálica.

La angustia de castración que lleva a su declinación la fase edípica de este muchacho reaparece durante la pubertad. la angustia de castración puberal del hombre está relacionada en su fase inicial a la madre activa, poderosa y procreadora. Una segunda fase que es típica e la adolescencia propiamente será descrita después. En la preadolescencia observamos que los deseos pasivos están sobrecompensados y que la defensa en contra de ellos se ve poderosamente reforzada por la maduración sexual (Freud, S., 1936, p. 62). La fase típica de la preadolescencia en el hombre, antes de que efectúe con éxito un cambio hacia la masculinidad, recibe su cualidad característica del empleo de una angustia homosexual en contra de la angustia de castración. Es precisamente esta solución defensiva en el muchacho, subyacente en la conducta de grupo, la que la psicología descriptiva llama la "pandilla"* (No debe confundirse con la pandilla de los muchachos adolescentes). La psicología psicoanalítica llama a esto "el estadio homosexual" de la preadolescencia.

Este estadio debe de separarse de una fase homosexual transitoria y más o menos elaborada de la adolescencia temprana, cuando un miembro del mismo sexo se toma como objeto de amor bajo la influencia del yo ideal. Las amistades con tintes eróticos son manifestaciones bien conocidas de este periodo. La diferencia en la conducta preadolescente entre hombres y mujeres está dada por la represión masiva de la pregenitalidad, que la muchacha hubo de establecer antes de poder pasar a la fase edípica; de hecho, esta represión es un prerrequisito para el desarrollo normal de la feminidad. Cuando la muchacha se separa de su madre debido a una decepción narcisista de sí misma como mujer castrada, reprime también sus impulsos instintivos que estaban íntimamente relaciones con el cuidado materno y los cuidados corporales, fundamentalmente la amplitud de la pregenitalidad. Mack Brunswick (1940, p54) en su artículo clásico sobre "La fase pre-edípica del desarrollo de la líbido" afirma: "Una de las grandes diferencias entre los sexos, es la enorme represión de la sexualidad infantil en el niño. Exceptuando los estados neuróticos profundos, ningún hombre recurre a una represión similar de su sexualidad infantil."

En resumen, podemos decir que, en el desarrollo femenino normal, la fase preadolescente de la organización de los impulsos está dominada por una defensa en contra de una fuerza regresiva hacia la madre preedípica. Esta lucha se refleja en dos de los conflictos que surgen en este periodo entre madre e hija. Una progresión hacia la adolescencia propiamente dicha en la mujer está marcada por la emergencia de sentimientos edípicos que aparecen primero disfrazados y finalmente son extinguidos por "un proceso irreversible de desplazamiento" tal como Anny Katan (1937, p. 79) lo ha designado: "remover al objeto".

Ya que hemos definido la organización de los impulsos en la preadolescencia en términos de posiciones preedípicas, consideremos el primer análisis de una joven adolescente llamada Dora (Freud, S., 1905, p. 50). Dora tenía 16 años cuando visitó a Freud y 18 cuando inició su tratamiento. El material de la historia, el cual revisaremos aquí, se refiere a la organización preadolescente de los impulsos en esta joven. Su fijación materna preedípica probó ser de intensidad patogénica y representó un obstáculo invencible en el camino del desarrollo progresivo de la adolescencia.

Esta formulación cabe muy bien en el modelo que he descrito; sin embargo, sospecho que la "gran actividad" que en las muchachas precede al aumento de la pasividad es un intento para dominar activamente lo que ha experimentado pasivamente cuando estaba siendo cuidada por su madre; en lugar de tomar a la madre preedípica como objeto amoroso, la muchacha se identifica temporalmente con su imagen fálica activa. Esta ilusión fálica transitoria en la muchacha da a este periodo una actitud vital exaltada que no escapa al peligro de provocar una fijación.

Con relación a la elección de objeto adolescente el estado mental y físico que generalmente se asocia con la adolescencia (tanto con la adolescencia temprana como con la adolescencia propiamente dicha) tiene cualidades muy diferentes a la fase preadolescente. La diferencia se muestra en una vida emocional mucho más rica, en una orientación dirigida a crecer, en un intento invencible para autodefinirse en respuesta a la pregunta: "¿Quién soy yo?" El problema de relaciones de objeto pasa a primer plano, como tema central, y sus variaciones tiñen la totalidad del desarrollo psicológico en las dos fases subsiguientes. Lo que diferencia este periodo de la preadolescencia es, por lo tanto, el cambio meramente cuantitativo de los impulsos. Es muy notorio el abandono de la posición regresiva preadolescente. La pregenitalidad pierde cada vez más el papel de una función satisfactoria siendo relegada a una actividad de iniciación -mental y física- y da lugar al surgimiento de un nuevo componente instintivo, precisamente la anticipación del placer. Este cambio en la organización jerárquica de los impulsos y de su carácter definitivo e irreversible representa una innovación que influye en forma decisiva al desarrollo del yo. El yo, por así decirlo, toma sus señales de estos cambios en organización instintiva y elabora en su estructura una organización jerárquica en sus funciones y en sus pautas defensivas. Ambos adquieren al final de la adolescencia una fijación irreversible llamada carácter; esta estructura firme, -que emerge de estas fases -que en verdad está construida sobre los logros del periodo de latencia- no se completará sino hasta la fase de postadolescencia. Acuña, E. (2016, p. 171).

Mientras que la diferenciación entre preadolescencia y las dos fases que le siguen es bastante clara, es necesaria cierta justificación para presentar a "la adolescencia temprana" y la "adolescencia propiamente tal" como dos entidades separadas. En bases estrictamente observacionales esta definición está justificada, porque después de la preadolescencia se hace muy aparente un periodo de intentos repetidos de separación de los objetos primarios de amor. En la adolescencia temprana hay un resurgimiento de amistades idealizadas con miembros del mismo sexo; los intereses sostenidos y la creatividad se mantienen en un nivel bajo y emerge la búsqueda un tanto torpe de valores nuevos -no simplemente de oposición-; en pocas palabras existe una fase de transición, que posee características propias antes de que se afirme la adolescencia.

Durante la adolescencia propiamente dicha, ocurre un cambio decisivo hacia la heterosexualidad y una renunciación final e irreversible del objeto incestuoso; Katan (1937, p. 73) ha sugerido llamar a este proceso "remover el objeto". Ciertos tipos de defensas, tales como la intelectualización y el ascetismo pertenecen a la fase de la adolescencia propiamente dicha. En general se hace muy notable una tendencia hacia la experiencia interna y al autodescubrimiento; de ahí la experiencia religiosa y el descubrimiento de la belleza en todas sus manifestaciones. Reconocemos que este desarrollo es una forma de sublimación del amor del niño por el padre idealizado y una consecuencia de la renuncia final a los objetos de amor tempranos. El sentimiento de "estar enamorado", y la preocupación por los problemas políticos, filosóficos y sociales es típico de la adolescencia. La ruptura franca con la forma de vida de la niñez ocurre en esta fase; a los años de la adolescencia tardía les corresponde la tarea de probar estos logros nuevos y de gran trascendencia al integrarlos en la experiencia total de la vida.

Al establecer las dos fases de adolescencia temprana y adolescencia propiamente dicha, estoy de acuerdo en la forma en que Helen Deutsch (1991, p. 58) divide la adolescencia de la mujer, en "pubertad temprana" y "pubertad y adolescencia". En esta última fase, a la cual también llama "pubertad avanzada", son características las tendencias heterosexuales. Hago énfasis en lo característico que las unifica, principalmente al separarse del objeto y la busca de otro, por ejemplo, el cambio definitivo hacia una separación de la familia y la organización jerárquica de los impulsos y de las funciones del yo. El ingrediente esencial de ambas fases es el darse cuenta de la situación social con angustia y culpa.

Desde luego que cualquier división en fases continúa siendo una abstracción, ya que en el desarrollo no hay una separación tan nítida. El valor de este tipo de formulación sobre las fases radica en que enfoca nuestra atención en una secuencia ordenada del desarrollo; las modificaciones psicológicas esenciales y las metas que caracterizan a cada fase, a medida que siguen el principio epinegético del desarrollo. Las transiciones son vagas y lentas y están matizadas con movimientos oscilantes. Durante las subsecuentes fases del desarrollo encontramos rastros grandes o pequeños del desarrollo adolescente que al parecer habían sido completadas, y que sin embargo persisten por periodo largos o cortos. Estas irregularidades son capaces de empañar el itinerario del desarrollo si lo aplicásemos un tanto rígida y literalmente. (Acuña, 2017, p. 203).

Durante la adolescencia temprana y la adolescencia propiamente dicha ocurre una profunda reorganización de la vida emocional con un estado de caos bien reconocido. La elaboración de defensas características con frecuencia extremas y también transitorias mantiene la integridad del yo algunas maniobras defensivas de la adolescencia prueban tener un valor adaptativo y por consecuencia facilitan la integración de inclinaciones realistas, talentos, capacidades y ambiciones; no hay ninguna duda de que el ensamble estable en todas estas tendencias constituye un prerrequisito para la vía adulta en la sociedad.

 

Relaciones de objeto

El problema central de la adolescencia temprana y de la adolescencia propiamente dicha recae en una serie de predicamentos sobre las relaciones de objeto. La solución de este problema depende de las muchas variaciones por las que este tema atraviesa durante los años; estas variaciones determinan finalmente en forma genuina o espuria la adultez. Estas variaciones recuerdan un poco la niñez, sólo tenemos que recordar que la necesidad del niño de ser amado se fusiona solamente en forma gradual con la necesidad de dar; la necesidad de que me hagan las cosas se transforma en "hacer las cosas para otro". El papel pasivo de ser controlado es reemplazado en forma gradual y parcial por la necesidad del niño de control activo del mundo externo esta polaridad de actividad y pasividad reaparece durante la adolescencia como un problema crucial la ambivalencia tan característica de la adolescencia comprende no solamente las metas instintivas, activas y pasivas esto es igualmente cierto para el hombre y para la mujer. La rebelión en contra del superyó en el hombre adolescente representa con frecuencia la oposición en contra de tendencias pasivas femeninas que fueron parte esencial de la relación edípica del muchacho hacia su padre. (Freud, S., 1905, p. 54) formula este problema con relación a la adolescencia de la manera siguiente: "no es sino hasta la terminación del desarrollo durante la época de la pubertad que la polaridad del sexo coincide con lo masculino y femenino. En lo masculino se concentra la actividad y la posesión del pene; lo femenino lleva como objeto la pasividad. la vagina se valora como un asilo para el pene, es una herencia de la matriz materna".

Antes de que haya una reconciliación y se alcance un equilibrio maduro entre las posesiones de actividad y pasividad, o con frecuencia una oscilación entre ambas, éstas caracterizan la conducta adolescente por algún tiempo. La temprana dependencia en la madre posee una atracción innegable para el adolescente de ambos sexos. Debemos advertir que los muchachos con frecuencia transfieren esta necesidad de dependencia pasiva al padre; en este caso, el muchacho entra en una constelación de impulsos homosexuales, los cuales pueden ser transitorios o duraderos. Cuando esta necesidad pasiva es sentida muy intensamente, por ejemplo, ya sea por un muchacho sobreprotegido o severamente privado, más fuerte será la defensa en contra, por medio de fantasías y actos rebeldes y hostiles; las ideas paranoides son frecuentes este conflicto puede conducir a una rendición a los deseos pasivos, a una actitud demandante, dependiente, o la renunciación de los impulsos instintivos. Esta última condición semeja muy cercanamente la posición del periodo de latencia. Con frecuencia la regla es una mezcla de todos estos intentos para estabilizar la polaridad activa-pasiva.

El tema de este conflicto refleja la modificación de los impulsos y los intentos de ponerlos en armonía con el yo, el yo ideal, el superyó y la condición somática de la pubertad. la polaridad de los impulsos de actividad y pasividad se ejercita en relación con el yo, con el objeto y con el mundo externo. Esta situación determina en gran mediada la elección de objeto adolescente, así como las pautas fluctuantes en el estado de ánimo de los adolescentes, los cambios en la conducta y los cambios en la capacidad de ver la realidad. Esta inestabilidad e incongruencia ha sido descrita con frecuencia como la característica general más significativa de la adolescencia, y esto en verdad es correcto para las fases de la adolescencia temprana y la adolescencia propiamente dicha. Polaridades.como las siguientes, es bien sabido, aparecen en un mismo individuo: sumisión y rebelión, sensibilidad delicada y torpeza emocional, profundo pesimismo, intensa fidelidad y cambios repentinos de infidelidad, ideas cambiantes y argumentos absurdos, idealismo y materialismo, dedicación e indiferencia, aceptación y rechazo impulsivo, apetito voraz, indulgencia excesiva y gran ascetismo exuberancia física o gran abandono estas pautas de conducta oscilantes reflejan cambios psicológicos los cuales no progresan en línea recta ni tampoco con un ritmo preciso. Los problemas de ambivalencia, narcisismo y fijación juegan un papel muy significativo; sus implicaciones serán discutidas en seguida.

Durante la adolescencia temprana y la adolescencia propiamente dicha debe lograrse la renunciación de los objetos primarios de amor, los padres como objetos sexuales; los hermanos y substitutos paternos deben ser incluidos en este proceso de renunciación estas fases están relacionadas esencialmente con la renuncia a objetos y a la búsqueda de otros. Estos procesos reverberan en el yo produciendo cambios catécticos que influyen tanto las representaciones de objeto existentes como las autorrepresentaciones. Debido a esto el sentido de identidad adquiere de aquí en adelante una desconocida labilidad.

Durante la adolescencia temprana y la adolescencia propiamente, los impulsos cambian hacia la genitalidad, los objetos libidinales cambian de preedípicos y edípicos a objetos heterosexuales no incestuosos. El yo salvaguarda su integridad por medio de operaciones defensivas; algunas de éstas son de carácter restrictivo para el yo y requieren de una energía catéctica para su mantenimiento mientras que otras muestran ser de carácter adaptativo para permitir la descarga de impulsos inhibidos (sublimación); éstas llegan a ser los reguladores permanentes de la autoestimación.

Después del descubrimiento de la sexualidad infantil ("tres ensayos sobre una teoría sexual", Freud, 1905, p. 67), la adolescencia paso a ser considerada como una etapa de transformación final o como un simple puente entre la sexualidad infantil y la sexualidad adulta centrada en la genitalidad. Más adelante, Ernest Jones (1922, p. 78) afirma que la adolescencia recapitula la infancia y que la manera en que una determinada persona ha de atravesar las necesarias etapas del desarrollo de la adolescencia, está en gran medida determinada por la modalidad de su desarrollo infantil.

Retomando la frase de Lacan (1960, p. 84), diría que el síntoma del adolescente está en posición de responder a lo que hay de sintomático no sólo en la estructura familiar, sino en la social. El adolescente oscila entre conservar actitudes de niño, dependientes de los padres, y el ir arribando a una posición adulta, para finalmente conquistar su autonomía externa, por fuera de la estructura familiar. Pero el drama adolescente actual, está en que la sociedad no facilita este despegue, más bien lo obstaculiza. Antiguamente, sin ir muy lejos en el tiempo, los adolescentes tenían el obstáculo, diría casi natural, de la familia, en aquellas que impedían o no acompañaban su tránsito a la independencia. Padres que, por conflictivas propias y / o de la pareja, no aceptaban el drama del pasaje del tiempo y sus avatares, del hijo que deja de ser un niño, que se puede ir de la casa, con todo lo que ello conlleva para la pareja. Hoy se agrega un macro-obstáculo: la sociedad.

No alcanza con pensar (y ya muy trillado está) la adolescencia como aquello de lo que se adolece, en el solo sentido de un sufrimiento. Desde el conocimiento divulgado por Freud, la cuestión hay que retomarla en la pubertad: el segundo despertar sexual, segundo tiempo del hallazgo del objeto. "...Con el advenimiento de la pubertad comienzan las transformaciones que han de llevar la vida sexual infantil hacia su definitiva constitución normal. El instinto sexual, hasta entonces predominantemente autoerótico, encuentra por fin el objeto sexual..." Despertar segundo, donde el púber se halla con su órgano sexual, apto para el encuentro con el otro sexo, en la posibilidad de un coito que lo transforme en productor, en dador de un hijo. Por lo tanto, la adolescencia también es la posibilidad del pasaje de ser hijo al ser padre, o quedar allí capturado, en la posición hijo.

Destrabarse de la posición hijo, aunque sea en su potencia, eso cambia el posicionamiento en la vida: es la apertura de la vía del propio deseo. La adolescencia abre el juego de lo que desde uno es posible o la alineación en el fantasma del Otro. "Cuando menos soldado el fantasma del Sujeto, más claro su lugar de objeto en el fantasma de los padres, de la madre más habitualmente o del padre..." Por eso es la tan común entrevista a padres que acuden para consultar por un adolescente que no anda bien y al agudizar la escucha, se encuentra que son ellos los que no soportan los cambios naturales del hijo, el nuevo transitar de este hijo. Quieren que sea "para ellos" y "como era antes", es decir, un niño sumiso. Y por definición, la adolescencia presenta lo inmanejable, lo que se produce más allá del sujeto, de ese cuerpo ingobernable, que crece, choca con los marcos de las puertas, cambia la voz, erecta.

El noviazgo es una de las etapas más bonitas y disfrutables de la vida del ser humano. En el noviazgo se pasa de la mera simpatía o del simple "gustarse" a una nueva relación de mayor conocimiento y que a su vez debe estar inspirada por el espíritu de entrega, de comprensión, de respeto, de delicadeza.

Existe muchos tipos de noviazgo, algunos se viven como un juego, otros son más cercanos y profundos. Antes de llegar al noviazgo se pasan por varias etapas:

- La etapa de atracción y encantamiento;

- La etapa de la amistad, donde se empiezan a vivir sentimientos de cercanía y se definen las normas y los alcances de la relación;

- Inicio del noviazgo: en esta etapa ambos reconocen que se atraen y deciden iniciar una relación, la cual se vuelve todavía más cercana, llena de detalles, con ciertos límites y donde puede florecer el amor verdadero.

En el noviazgo, hay atracción y enamoramiento, de ahí que la persona se comporta de diferente manera: Piensa frecuente en la persona amada, a la que se idealiza y maravilla, desea ver a la persona en todo momento, estar juntos y conversar, se busca la forma de agradar a quien se ama, hay sentimientos y emociones intensos ante la presencia real o imaginada del amado, la persona busca apoyar a su pareja y desea su bien.

Es casi innecesario mencionar que una buena comunicación es la base de una relación de pareja satisfactoria. La comunicación no siempre es verbal ya que la pareja también se mira, se toca, se sonríe (comunicación no verbal). Ante una situación en la que queramos comunicar algo, la manera o forma de emitirlo, el cómo lo reciba el otro y el contenido de este mensaje son fundamentales. Así, nos encontramos con diferentes maneras de comunicarnos y algunas de ellas no son precisamente positivas.

"La coerción": se trata de una manera de comunicación donde tan solo se tienen en cuenta nuestras propias necesidades haciendo al otro la vida muy difícil en el sentido de que no se tienen en cuenta sus necesidades e intentando conseguir la sumisión o anulación del otro.

Esto es así porque el miembro de la pareja que cede lo hace no porque considere que el otro tiene razón sino para evitar la discusión y amenazas. En conclusión: para escapar de un conflicto.

"Respuestas emocionales negativas": "son aquellas palabras, gestos, acciones etc., que se experimentan como desagradables: gritos, amenazas, humillaciones, sarcasmos...y que en numerables ocasiones es lo que mantiene fundamentalmente unida a una pareja

Los celos sanos suponen el preocuparse por el miedo a perder a la persona amada, porque tenga una relación real o imaginaria con alguien. Los celos patológicos están acompañados de intensos sentimientos de inseguridad, autocompasión, hostilidad y depresión y suelen ser destructivos para la relación.

En una relación de pareja no influyen sólo los factores internos de la misma (habilidades de comunicación, expectativas de futuro, compromiso), también hay factores externos que la influyen directamente: estrés laboral y personal de cada uno de los miembros, la rutina, problemas relacionados con el ambiente como familia y amigos.

Uno de los conflictos más frecuentes en las relaciones de pareja es la diferente perspectiva de ambos miembros para organizar su tiempo libre y sus actividades sociales.

Los estudios de Biller (1974, p. 59), Hetherington, Camara y Featherman (1983, p. 252), Hetherington, Cox y Cox (1978, p. 35) señalan que los resultados académicos de los hijos varones se ven afectados negativamente por la no presencia del padre.

Bisnaire, Firestone y Rynard (1990, p. 76) señalan en su estudio que el acceso a ambos padres después de la separación era el factor que mejor protegía a los niños del descenso en su rendimiento académico:

Las investigaciones sugieren que la ausencia del padre está asociada a insidiosos efectos a largo plazo en el desarrollo psicosexual de los hijos.

Biller (1970, p. 11) informa de actitudes inapropiadas hacia los roles sexuales.

Tendencia hacia la promiscuidad y dificultades en las relaciones de pareja es el resultado encontrado en los trabajos de Wallerstein y Kelly (1980, p. 96).

Ante la cuestión planteada, las distintas investigaciones y estudios psicológicos y sociológicos convergen en el mismo resultado: la ausencia del padre en la vida de los hijos tiene, en la inmensa mayoría de los casos, genera repercusiones negativas que se manifiestan en diferentes planos del ajuste adaptativo de los niños. La incidencia de estas consecuencias viene modulada por múltiples factores. Podemos citar, como los más significativos, la edad de los menores en la que se inicia la privación de la presencia paterna y la duración de la misma, las causas que la originan, el sexo de los hijos, variables psicológicas de los niños y factores del entorno de naturaleza familiar, social, cultural y económica.

Los adolescentes son quienes más sufren a corto plazo inseguridad, soledad y depresión, que puede mostrarse en forma de fracaso escolar, conducta delictiva, consumo de drogas y vagancia. Los adolescentes y adultos jóvenes mantienen vivos los recuerdos a los 10 años del divorcio de sus padres, lo que les hace expresar angustia respecto a sus relaciones amorosas y a un posible fracaso matrimonial. Las repercusiones sobre los adolescentes también dependen de los factores de estrés psicosocial que pueden acompañar al divorcio.

Desde el punto de vista de las consecuencias, la investigación psicológica sobre los efectos de la ausencia del padre en la vida de los hijos se ha centrado, principalmente, en tres grandes grupos de variables: Efectos sobre el ajuste escolar, el desarrollo cognitivo y los niveles de competencia intelectual de los niños, el desarrollo pisco-sexual y su ajuste psicológico, conductual y social.

La ausencia del padre parece tener los efectos más graves y dañinos en los niños varones. Así aparecen graves carencias en los niños privados de la presencia paterna en el desarrollo de su identidad masculina y problemas de fracaso escolar.

Distintos estudios coinciden en señalar que estos nocivos efectos se manifiestan a corto, medio y largo plazo o pueden ser recurrentes en la vida adulta.

Parece ser que la ausencia del padre es un factor de riesgo en lo que se refiere al proceso de transición que comienza en la adolescencia y termina en una inserción exitosa en la comunidad.

Los estudios sobre los efectos del padre en la estabilidad psicológica y emocional de los hijos apuntan hacia la conclusión de que la privación paterna se asocia con una mayor probabilidad de que los niños presenten desórdenes emocionales en diferentes estadios de su desarrollo evolutivo.

La ausencia de uno de los progenitores ha sido asociada por Parish (1987, pp. 559-562), citando a otros autores también, con trastornos mentales en el niño, ansiedad, tensión depresión y enfermedades psicosomáticas (Cartwright, 1993, p. 14), con dificultades en el ajuste escolar (Felner, Ginter, Boike & Cowen), dificultades en el ajuste social (Fry & Grover), dificultades en el ajuste personal (Covell & Turnbull) y disminución de la autoestima en los hijos. "El papel del padre en el desarrollo de la masculinidad de los niños no debe idealizarse, pero tampoco anularse, porque sí juega un rol", asegura.

 

Imagen corporal

Acorde a investigaciones realizadas, la representación de la imagen corporal hace referencia a como el sujeto se percibe a sí mismo y se siente con su cuerpo, reflejando por medio de éste, sentimientos y emociones que son hechos corporales manifestados a través del lenguaje verbal y no verbal.

El estadio de la representación de la imagen corporal en la adolescencia es importante, ya que es en esta etapa donde el adolescente se ve enfrentado a cambios físicos (crecimiento de órganos sexuales, aumento de la actividad hormonal, capacidad reproductora, entre otros), cambios intelectuales o emocionales (capacidad de formular juicios de valor propio, etc.) y a tres crisis: de identidad, autoridad y sexual, aspectos fundamentales que influyen en la percepción de su cuerpo.

Todos estos cambios en el adolescente lo pueden conducir a una sensación de ansiedad por no conocer cuáles son los cambios que se generarán próximamente en su cuerpo y cómo manejarlos o percibirlos; claro está, que estas emociones aparecen con más intensidad en unos adolescentes que en otros.

Es importante trabajar en la imagen corporal del adolescente, ya que si no tienen una orientación adecuada respecto a la misma pueden presentar complejos, frustraciones, aislamiento social, entre otros, en etapas posteriores de su vida.

La representación del esquema corporal es importante para todas las personas dado que es un componente fundamental para construir su propia personalidad y autoafirmarse en relación con los demás.

La capacidad innata del infante aparece con la experiencia que solo se despliega a partir de un estímulo especifico como es el de la función paterna en los primeros años de vida para poder construir una comunicación coherente con otros sujetos la función paterna instaura la ley y esto permite pensar razonablemente y ordenar la información de lo imaginario y lo real. (Lacan,1961, p. 71).

El ser humano con su lenguaje puede no solo comunicarse sino también reflexionar y conocer experiencias de otros y transmitir las de él mismo. La capacidad de comunicarse del ser humano puede enriquecer sus experiencias y su vida. El embarazo en adolescentes repercute en la vida de ella, su hijo, el entorno familiar, social y, debido a su frecuencia, se ha convertido en un problema de salud pública.

El embarazo es una experiencia profunda en la vida de la mujer, mientras cambian su cuerpo y su ánimo, también lo están haciendo sus necesidades y prioridades. Esta transición, que es un reto para los adultos, puede resultar abrumadora para una adolescente.

Quienes estiman que las madres solteras pueden tener a sus hijos es porque la mujer ha demostrado ser capaz de eso y más, ven el madresolterismo como un acto valeroso pues significa que se están atreviendo a desafiar el puritanismo de una sociedad machista y esto merece el respeto de la sociedad. Sin embargo, en las circunstancias de la deteriorada sociedad actual, un acto de verdadera valentía sería tener el coraje de unirse, con el compromiso de hacer todo lo posible para formar una pareja estable y armoniosa que forme un hogar cálido en donde los hijos y las hijas puedan disfrutar de los innumerables beneficios que les aporta crecer al amor de ambos padres.

La sexualidad es fuente de comunicación y se expresa principalmente en tres áreas: genital o biológica, que expresa en los aspectos fisiológicos; área erótica, relacionada con la búsqueda de placer; y la moral expresada en la estructura social fijados en los valores o normas aceptados (Molina, Luengo & Toledo, 1998, p. 17).

El embarazo en una pareja de jóvenes, en general, es un evento inesperado, sorpresivo. González señala que "se desarrollan reacciones de angustia propias del momento y trastornos en el proceso normal del desarrollo de la personalidad, fenómenos que condicionan la aparición de patologías orgánicas propias del embarazo (Molina et al., 1998, p. 29).

Una mujer con carencia afectiva y sin una adecuada educación de la voluntad, además de la erotización ambiental y la seudovaloración de la sexualidad sin compromiso podrá conducir a la joven a una relación sexual inmadura con el riesgo de un embarazo inesperado. "Muchas mujeres llegan al embarazo como una manera de llenar sus múltiples carencias. El ser requeridas sexualmente, las hace sentirse valoradas. Entregan ese cariño no tanto por satisfacción personal, sino por satisfacer a la persona que quieren mantener a su lado." (Molina et al., 1998, p. 32).

En la década del cincuenta Jacques Lacan ya decía, "...el síntoma del niño está en posición de responder a lo que hay de sintomático en la estructura familiar..." Es sabido que el síntoma es una metáfora, como una pintura rupestre a ser descifrada y que guarda un sentido. No siendo cualquier cifrado, el síntoma es un texto que habla de una verdad que el sujeto desconoce, o que en todo caso conoce parcialmente y conlleva un sufrimiento.

Retomando la frase de Lacan y parafraseándolo, diría que el síntoma del adolescente está en posición de responder a lo que hay de sintomático no sólo en la estructura familiar, sino en la social. El adolescente oscila entre conservar actitudes de niño, dependientes de los padres, y el ir arribando a una posición adulta, para finalmente conquistar su autonomía externa, por fuera de la estructura familiar. Pero el drama adolescente actual, está en que la sociedad no facilita este despegue, más bien lo obstaculiza. Antiguamente, sin ir muy lejos en el tiempo, los adolescentes tenían el obstáculo, diría casi natural, de la familia, en aquellas que impedían o no acompañaban su tránsito a la independencia. Padres que, por conflictivas propias y / o de la pareja, no aceptaban el drama del pasaje del tiempo y sus avatares, del hijo que deja de ser un niño, que se puede ir de la casa, con todo lo que ello conlleva para la pareja. Hoy se agrega un macro-obstáculo: la sociedad.

 

Conclusiones

La adolescencia como aquello de lo que se adolece, en el solo sentido de un sufrimiento. Desde el conocimiento divulgado por Freud, la cuestión hay que retomarla en la pubertad: el segundo despertar sexual, segundo tiempo del hallazgo del objeto. "...Con el advenimiento de la pubertad comienzan las transformaciones que han de llevar la vida sexual infantil hacia su definitiva constitución normal. El instinto sexual, hasta entonces predominantemente autoerótico, encuentra por fin el objeto sexual..." Despertar segundo, donde el púber se halla con su órgano sexual, apto para el encuentro con el otro sexo, en la posibilidad de un coito que lo transforme en productor, en dador de un hijo. Por lo tanto, la adolescencia también es la posibilidad del pasaje de ser hijo al ser padre, o quedar allí capturado, en la posición hijo.

Destrabarse de la posición hijo, aunque sea en su potencia, eso cambia el posicionamiento en la vida: es la apertura de la vía del propio deseo. La adolescencia abre el juego de lo que desde uno es posible o la alineación en el fantasma del Otro. "Cuando menos soldado el fantasma del Sujeto, más claro su lugar de objeto en el fantasma de los padres, de la madre más habitualmente o del padre..."

Por eso es la tan común entrevista a padres que acuden para consultar por un adolescente que no anda bien y al agudizar la escucha, se encuentra que son ellos los que no soportan los cambios naturales del hijo, el nuevo transitar de este hijo. Quieren que sea "para ellos" y "como era antes", es decir, un niño sumiso. Y por definición, la adolescencia presenta lo inmanejable, lo que se produce más allá del sujeto, de ese cuerpo ingobernable, que crece, choca contra los marcos de las puertas, cambia la voz, erecta.

Cuando lo relatado comienza a sucederse en la geografía de cada adolescente, es importante la presencia de una figura adulta, capaz de registrar esto y propiciar el espacio para sostener un diálogo, donde el adolescente pueda decir, manifestar vía la palabra, consultar. En lo posible una figura del mismo sexo, a quien presentarle las cuestiones ligadas a la sexualidad y sus eventualidades. Favorecer el encuentro, porque lo que no se dice vía la palabra, se actúa, fundamentalmente en la etapa adolescente. La actuación es una vía privilegiada para mostrar aquello que no pudo verbalizarse o lo que se dijo reiteradas veces, sin que sea registrado.

Y éste uno de los problemas medulares, la falta de registro de los adultos, que parecen andar en otra cosa, con la mirada puesta en su propio espejo.

La realidad es que el sistema de creencias, valores, prejuicios y tradiciones, heredada por los padres, determina la repetición inconsciente de patrones de conducta disfuncionales por parte de los hijos y posteriormente dará lugar a problemas dentro de la dinámica familiar. Esto ocasiona un círculo vicioso donde los nuevos miembros de la familia, desde las primeras etapas del desarrollo, aprenden formas disfuncionales de relacionarse con los demás, y en consecuencia con la pareja.

Desde esta perspectiva la función paterna asigna lugares y roles en la familia, discrimina la relación de alianza de las relaciones con la familia materna y por lo tanto protege el encuadre familiar (Berenstein, 1989, p. 14) Promueve la salida de los hijos de la familia y les permite emanciparse y generar un proyecto propio de vida, es decir asegura la apertura de la familia al grupo social. Este proceso no se ocurre solamente en la infancia, sino que es continuo a lo largo de la vida del hijo. El padre tiene un rol crítico en los procesos de iniciación y en los rituales en los que estos se apoyan para materializarse. A mayor déficit de función paterna, mayor perturbación del proceso de emancipación.

 

 

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Artigo recebido em: 15/09/2019
Aprovado para publicação em: 01/02/2020

Endereço para correspondência
Edgar Alfonso Acuña Bermúdez
E-mail: edgarbond@yahoo.com

 

 

*Edgar Alfonso Acuña Bermúdez, Psicólogo y Psicoterapeuta Docente e investigador de tiempo completo, Programa de Psicología Universidad de San Buenaventura-Cartagena, Director del Grupo de Investigación en Psicología GIPSI, Doctor en Psicología Clínica y de la Salud Universidad de Salamanca-España.

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