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Revista Latinoamericana de Psicología

versión impresa ISSN 0120-0534

Rev. Latinoam. Psicol. v.38 n.1 Bogotá  2006

 

LIBROS

 

Fernando Barrera

Universidad de los Andes, Colombia

 

 

Musitu, G. & García, F. (2001). ESPA 29. Escala de estilos de socialización parental en la adolescencia. Madrid: TEA, pp. 64.

Musitu y García (2001) hacen una interesante contribución al estudio de la socialización de niños y adolescentes con la producción de la Escala de Estilos de Socialización Parental, ESPA29. Se trata de un instrumento de papel y lápiz concebido y desarrollado en el marco de la teoría de la socialización, específicamente en el ámbito del llamado “parenting”, expresión que nos da mucha dificultad para encontrarle traducción aceptable.

El documento que describe la escala ofrece una sección introductoria que muestra solvencia teórica y soporte documental sobre el tema. Eso constituye un buen piso para la construcción de un instrumento leal con la estructura conceptual del asunto.

La definición del término “socialización”, necesaria y oportuna para dar contexto a la escala, se apoya inicialmente en una noción que Scarr (1993) expuso en su ponencia presidencial de la sociedad norteamericana para investigación en desarrollo infantil, ponencia que por cierto, en otros aspectos, suscitó reacciones de otros investigadores por sus enfáticos reparos al papel de los padres en la socialización; el concepto en cuestión es el “rango de variaciones normales” que la cultura fija a las prácticas parentales como límite a su capacidad de influencia. De esa manera, la concepción de socialización que Musitu y García ofrecen de la socialización está muy marcada por la idea de límites culturales y rango normal de experiencia. Dado ese contexto, los autores describen a grandes pinceladas los principales elementos de la idea de socialización: las expectativas de los agentes cercanos y distantes, los propósitos de su influencia, su contenido de aprendizaje no formal y a veces no conciente, en fin su meta de equilibrar los impulsos y necesidades individuales con las normas sociales.

En concreto, Musitu y García se centran en tres metas de la socialización: el control del impulso con desarrollo de la conciencia, la preparación para el ejercicio de roles y la construcción del sentido de la vida. Hábilmente exponen los grandes conceptos que son comunes a la mayoría de los modelos norteamericanos de socialización parental y mencionan a muchos de los investigadores que han contribuido a la consolidación de las ideas sobre estilos parentales, También dan crédito al trabajo seminal de Diana Baumrind y la tradición que ese trabajo generó.

La tipificación de estilos, dimensiones y prácticas que anuncian Musitu y García promete recoger los conceptos de esa tradición. Se cumple en lo que respecta al hecho de anclar los estilos en función de dos dimensiones que se han confirmado y reiterado muchas veces en trabajos empíricos: el apoyo y el control, que ellos llaman aceptación-implicación-aceptación y coerción-imposición, respectivamente.

Ahora cabe traer a cuento que las prácticas parentales propuestas por los investigadores que por décadas se han valido del modelo de Baumrind en su versión para la adolescencia, son las que informan sobre la aceptación, el control conductual o monitoreo y la promoción de la autonomía de los hijos. A diferencia de esa selección, la que encuentro en el documento de Musitu y García está constituida con estas siete escalas de prácticas: afecto, indiferencia, diálogo, displicencia, coerción verbal, coerción física y privación. Estas escalas podrían no ser específicas para adolescentes. Resulta interesante que esas siete escalas hayan conducido a la verificación de las cuatro categorías usuales que conocemos desde el trabajo de Maccoby y Martín (a quienes Musitu y García podían haber rendido mayor reconocimiento) hace más de 20 años. En el campo de la adolescencia las publicaciones más citadas son las de Lawrence Steinberg y sus colaboradores. En todas esas publicaciones la identificación de estilos o patrones se han basado en las tres prácticas mencionadas arriba y más recientemente en las dos dimensiones de aceptación y monitoreo. Las escalas de la ESPA29 de Musitu y García muestran la calidad psicométrica necesaria. Como persona interesada en estas materias,

no puedo dejar de registrar que los datos obtenidos con la ESPA29, si bien parecen adecuados para la tipificación de estilos parentales de socialización, difícilmente permitirían cotejos sistemáticos con los estilos de más amplio uso debido a la disparidad en las subescalas constitutivas. Más difícil aun sería el intento de compararlos con estudios en los que se desagregaran o “desempacaran” esos estilos en sus subescalas como se tiende a hacer últimamente. Por otra parte las subescalas específicas para adolescentes pueden presentar menos reparos de validez.