SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.1 número2El problema de la conciencia en los primeros desarrollos académicos de la psicología en la Argentina: José IngenierosA favor del Plagio índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
Home Pagelista alfabética de periódicos  

Cuadernos de neuropsicología

versão On-line ISSN 0718-4123

Cuad. neuropsicol. v.1 n.2 Santiago out. 2007

 

ENSAYO PRONTUARIO DE LA MEMORIA / ESSAY THE MEMORY HANDBOOK

 

Los lugares de la memoria; del golpe y la dictadura militar en Chile. Un análisis autoetnográfico de la marcha del 11 de septiembre

 

The memory locations; about the strike and the military dictatorship in Chile. A selfetnographic analysis on the september 11th. march

 

 

Roberto Fernández Droguett*

Universidad ARCIS
Universitat Autònoma de Barcelona

 

 


 

 

Introducción

En el Chile actual, las diversas memorias sobre el golpe y la dictadura militar siguen en conflicto, cada una buscando instalarse como la versión legitima y verdadera de ese periodo. Para algunos, este momento de nuestra historia marcó el fin del caos de la Unidad popular, mientras que para otros fue la interrupción de una larga tradición democrática que marcó con violencia y desencuentros la convivencia entre los chilenos. Para otros, el golpe y la dictadura militar clausuran el intento de transformación de la sociedad chilena que representó el gobierno de Salvador Allende. Cada una de estas versiones, las que si bien no son las únicas pueden considerarse como dominantes, promueve diversas formas de recordar los hechos del pasado.

Para los 11 de Septiembre, día en que se conmemora el golpe militar, algunos sectores llaman a la reflexión y el reencuentro entre los chilenos, mientras que otros salen a las calles, no sólo como un modo de recordar sino también de exigir verdad y justicia en relación a los atropellos a los derechos humanos ocurridos entre 1973 y 1990 y reivindicar las figuras de los caídos en este periodo. Esta diferencia marca “la separación entre la postura conciliadora y de “día triste y de reflexión” del gobierno concertacionista y la postura de lucha por encarcelar a los culpables de las violaciones a los derechos humanos, que reivindica abiertamente y confronta con la derecha la obra y las figuras emblemáticas de los caídos en 1973 y en los años siguientes: Salvador Allende, Víctor Jara, Miguel Enríquez, y el conjunto de los ejecutados políticos y los detenidos-desaparecidos” (Candina, 2002, p.35).

Para Del Campo (2004), la memoria promovida por los gobiernos de la concertación se ha apoyado en diversas estrategias conmemorativas cuyo objetivo ha sido establecer una política de reconciliación nacional que deje al 11 como un hecho del pasado, sin mayor incidencia política sobre el presente, y que neutralice las expresiones disruptivas de verdad y justicia vinculadas a la izquierda y las agrupaciones de derechos humanos.

Esta política en relación a la memoria del golpe y la dictadura responde a un modelo cultural caracterizado por la búsqueda de una paz social que asegure la gobernabilidad, donde su fundamento está dado por la idea de reencuentro entre hermanos. En esta idea, el golpe militar aparece como el quiebre de la familia chilena, caracterizada por una larga tradición democrática, producto de la incapacidad de la sociedad de conciliar sus diferencias. El regreso a la democracia abre la posibilidad de una nueva convivencia armónica entre los chilenos, la que pasa por el reconocimiento de lo sucedido durante la dictadura, al mismo tiempo que se instala la necesidad del perdón. El aseguramiento de esta política implica sin embargo una fuerte restricción a las demandas de verdad y justicia sobre los atropellos a los derechos humanos.

En términos conmemorativos, es decir de las “puestas en escena” de la memoria para promover ciertas formas del recuerdo (Del Campo, 2004), se ha ido configurando luego de la conmemoración de los 30 años del golpe en el 2003 una suerte de silenciamiento de la fecha, compartido tanto por el gobierno como por la mayor parte de los partidos políticos y los medios de comunicación. Así, pasamos de la vistosidad conmemorativa del 2003, cuya imagen principal es la reapertura de la puerta de Morandé 80 por Ricardo Lagos, a virtual desaparición de la fecha en el 2004. Como sostiene Nelly Richard (2004), nos enfrentamos en la conmemoración de los treinta años “a la sobreexposición mediática de las imágenes del Golpe, que vieron su compleja significación histórica desgastarse en la simpleza de la repetición y la banalidad del consumo informativo. Septiembre de 2003 provocó una hipersaturación noticiosa del recuerdo del Golpe Militar que, más que reparar la deuda de una omisión, sugirió un acuerdo entre el gobierno y los medios para despedir el pasado molesto en la clausura final de un ciclo histórico aliviado de cumplir treinta años, de rematar una época de restos y de restas (los cuerpos y los nombres que faltan; la información de menos que hace falta) en la hipermultiplicación periodística del más y más: en la sobreabundancia de los flashes que, excitadamente, competían por ponerse al día en materia de olvidos” (Richard, 2004, p.12).

La carga simbólica de la fecha sólo vuelve a aparecer con hechos de lato impacto mediático como el lanzamiento de una bomba molotov contra el palacio presidencial en el 2006 o la muerte de un carabinero este 2007.

Sin embargo, estad distintas definiciones del 11 y de cómo recordarlo no son azarosas. Las conmemoraciones siempre van configurando el sentido que se le quiere dar a una fecha, y por lo tanto siempre implican una pugna entre distintas versiones. Como sostiene Jelin (2002), “en momentos públicos significativos como las fechas de conmemoración, no todos comparten las mismas memorias. La memoria se refiere a las maneras en que la gente construye un sentido del pasado y cómo relacionan ese pasado con el presente en el acto de rememorar o recordar” (Jelin, 2002, p248). En este mismo sentido, desde fines de los años ochenta y comienzos de los noventa que se ha mantenido una forma característica de conmemoración del 11 de Septiembre, donde partidos políticos de izquierda, organizaciones de derechos humanos y diversos movimientos marchan desde el centro de la ciudad hasta el Memorial del Detenido Desaparecido, que se encuentra en el cementerio General.

En este texto, que se basa en algunos resultados de la investigación realizada para mi tesis de Magíster en Psicología Social, titulada “Memoria y conmemoración del golpe de estado de 1973 en Chile: la marcha del 11 de Septiembre desde una perspectiva autoetnográfica”, analizaré las características de los lugares en que la marcha se desarrolla y su incidencia sobre la construcción de memorias sobre el golpe y la dictadura, proponiendo que éstos lugares participan de diversos modos en las memorias del 11, estando muchas veces cargados de ambigüedades en términos de significados que promueven. Para desarrollar este análisis, haré referencia en primer lugar al método utilizado para la producción de información sobre éstos lugares, y luego desarrollaré algunas nociones en torno a la idea de memoria, de conmemoración y de lugares de memoria, de modo de facilitar una mejor comprensión de esta problemática.

 

El método autoetnográfico

Considerando mi experiencia personal como actor social involucrado en las prácticas de la memoria sobre el periodo en cuestión, por haber participado en la marcha en reiterada ocasiones y haber sido parte por muchos años de grupos que participaban de este conmemoración, he optado por desarrollar este tema desde un punto de vista autoetnográfico. La autoetnografía es una forma de investigar inscrita en la tradición de la etnografía, pero que se sustenta en la idea de que el investigador, en situación de pertenencia al contexto social que va a investigar, es a su vez un actor social cuya experiencia es igual de válida y útil en tanto fuente de información como la de cualquier otro miembro de ese campo de estudio. Para Alvesson (1999, p.8), la autoetnografía es “el estudio y el texto en el cual el investigador-autor describe un contexto cultural en el cual es un participante activo, más o menos en los mismos términos que otros participantes”, mientras que para Reed-Danahays (1997) es “una forma de auto narración que ubica al self en un contexto social” (Reed-Danahays, 1997, p.9). En este sentido, la autoetnografía puede entenderse como un método que, en tanto proceso y producto de investigación, se caracteriza por el cruce entre el lugar del investigador y de lo investigado. Aquí, se invierte la lógica tradicional de la etnografía. El investigador deja de ser la figura que se sumerge en un contexto social que no es el suyo para participar de las prácticas sociales que ahí se desarrollan, con el objetivo de llegar a comprender dicho contexto. En la autoetnografía, por lo contrario, observamos nuestra propia participación en un campo del cual somos parte. Para Denzin y Lincoln (2000), la aparición de estas perspectivas es parte de la crisis de representación de las formas tradicionales de investigar, las que buscaba dar cuenta objetivamente de una realidad independiente de la mirada del investigador.

Esta concepción es desplazada por una comprensión del proceso de investigación que lo considera como la producción de una versión interpretativa de la realidad social, que en el caso de la autoetnografía tiene como eje la experiencia del investigador.

Si asumimos que este cruce entre lugar del investigador y del investigado no debe implicar un visión autocomplaciente de la propia mirada, entonces la autoetnografía requiere de una distancia analítica para ubicar y comprender los fenómenos en sus marcos sociales de producción y ocurrencia. Esta distancia está dada por el ejercicio crítico y no por la separación epistemológica entre sujeto y objeto, investigador por un lado, campo en estudio por otro. Tradicionalmente, esta separación suele representarse en términos geográficos. “Normalmente un análisis de este tipo significa que el investigador trata de llegar relativamente “cerca” de los significados, ideas, prácticas discursivas y/o sociales de un grupo de gente al que el investigador está estudiando. La investigación cualitativa es a menudo vista en términos geográficos como un movimiento donde un investigador, inicialmente a cierta distancia, va llegando cada vez más cerca de las realidades vividas de otras personas” (Alvesson, 1999, p.2). En la autoetnografía, el cruce entre investigador e investigado diluye el sentido de la separación geográfica y epistemológica, diluyendo de paso la pretensión de objetividad. Desde esta perspectiva, el análisis que realizaré a continuación se aleja radicalmente de la clásica pretensión de objetividad científica, asumiendo una mirada situada (Haraway, 1994). “Ocupar un lugar es, por lo tanto, la práctica clave que da base al conocimiento organizado en torno a la imaginería de la visión. Ocupar un lugar implica la responsabilidad de nuestras prácticas (Haraway, 1994, p.332). Esto implica, entre otros elementos, una escritura en primera persona desde la cual se produce una mirada particular del campo de estudio, y no una representación de la realidad tal cual es. Tal como plantean Hammersley y Atkinson (1999) “la escritura se encuentra en el centro de la empresa etnográfica” (Hammersley y Atkinson, 1999, p.259). Pero debemos entender a la escritura no como un medio transparente de comunicación, sino como una herramienta descriptiva y analítica, como una labor intelectual en que el investigador busca producir una versión interpretativa de la realidad estudiada. Es decir, voy a hablar desde un lugar particular, el cual posibilita a la vez que constriñe mis interpretaciones, en el sentido que es un intento de proponer al lector una versión de la realidad en estudio, “sin pretensiones de certidumbre, sólo con pretensiones de verosimilitud argumentativa, cuyo resultado de comprensión se conoce solamente hasta que se calibra su recepción por parte de un interlocutor; y cuyo tema no queda nunca agotado, porque siempre se puede decir algo más, algo diferente al respecto” (Fernández, 1994, p.293).

 

Memoria, conmemoración y lugares de la memoria

Un primer elemento para analizar el modo en que la marcha participa de la configuración de las memorias que en ella se articulan es entender esta conmemoración como una forma de ritualidad social, donde los grupos sociales hacen visibles sus memorias poniéndolas en escena, al mismo tiempo que las reafirman a partir de actos simbólicos que delimitan el sentido de lo que se recuerda. Para Del Campo (2004) “la memoria de una sociedad está inscrita teatralmente entonces en una serie de elementos espaciales, discursivos, visuales y rituales. Cada acto de conmemoración constituye, en su manejo espectacular, una nueva propuesta de versión oficial / pública de ese pasado histórico que intenta – desde el estado o desde los grupos subalternos – redefinir el accionar futuro a partir de este constante proceso de construcción y reconstrucción de imágenes, de resemantización de los símbolos ya cargados con una historia de prácticas tradicionales” (Del Campo, 2004, p.70). Por lo tanto, cualquier conmemoración implica una puesta en escena, en un determinado escenario, que transmite significados relativos a una determinada versión de los hechos que se recuerdan, la cual tiene un carácter normativo. “La conmemoración aporta marcos de referencia que indican cómo se ha de recordar, qué se ha de recordar y qué significa esa memoria” (Vázquez, 2001, p.130). En este sentido, a la vez que establecen la continuidad del pasado en el presente en fechas y lugares establecidos, las conmemoraciones tienen como objetivo fijar ciertas versiones como verdaderas. “La institucionalización constituye un referente de legitimidad y legitimación: indica las cosas que han sucedido y cómo las cosas deben de suceder” (Vázquez, 2001, p.129).

La dimensión normativa de las conmemoraciones se ancla en la observancia por parte de quienes conmemoran de ciertos rituales, en los que se reflejan los contenidos de la memoria que se quiere transmitir (Vázquez, 2001; Jelin, 2002). El aseguramiento de los simbolismos adecuados a las versiones de la memoria que se quiere promover en las conmemoraciones tiene como consecuencia el carácter organizado y normativo de sus ritos. Esto implica que no se puede conmemorar de cualquier modo y por lo tanto las prácticas conmemorativas no tienen un carácter espontáneo, sino previamente establecido y delimitado, sea por la costumbre o por normas establecidas por los propios organizadores de la conmemoración, o por una mezcla de ambas. El mantenimiento de la memoria en las conmemoraciones supone entonces el respeto y apego a las tradiciones y ritos que las caracterizan. Esto produce en la colectividad implicada el efecto de cohesión y continuidad. “Unidad imaginada del acontecimiento conmemorado y unidad imaginaria del grupo conmemorante” (Candau, 2001, p146).

Sin embargo, las conmemoraciones y sus ritualidades se desarrollan en espacios particulares, los que al ser utilizados para recordar, se constituyen en lugares de memoria. Para Nora (1984), los lugares de la memoria son los espacios, sean éstos materiales o no, donde la memoria se desarrolla como proceso. “Los lugares de la memoria no son aquellos que recordamos, sino donde la memoria trabaja” (Nora, 1984, p.17). Es decir, que en estos lugares la memoria se plasma, permitiendo que las personas y grupos que hacen memoria reconozcan sus recuerdos en esos lugares. En este sentido, un lugar es “toda unidad significativa, de orden material o ideal, de la que la voluntad de los hombres o el trabajo del tiempo ha hecho un elemento simbólico del patrimonio memorialista de una comunidad” (Nora, en Candau, 2001, p.153). En la obra que dirige Nora, se estudian una serie de lugares, que constituyen parte de la memoria francesa, como por ejemplo monumentos, himnos, conmemoraciones, diccionarios y museos. Esta definición de lugares de la memoria propuesta por Nora es coincidente con la definición de Fernández (1994) sobre los objetos de la memoria: “la colectividad lee en los objetos su recuerdo. Así, por así decirlo, los recuerdos están depositados en los objetos” (Fernández, 1994, p.102). En ambos casos, los lugares o los objetos de la memoria entonces no son meras entidades funcionales sino sobre todo entidades simbólicas y afectivas, ya que al ser parte constitutiva de la memoria de los grupos humanos, éstos se reconocen en ellos y los sienten como parte de su propia identidad.

En la definición que Nora (1984) propone, se complejizan las nociones previamente existentes sobre la relación entre memoria y lugares. En las teorías de la memoria como acción social, deudoras de los planteamientos de Maurice Halbawchs, los lugares son marcos sociales de la memoria (Fernández 1994; Vázquez 2001; Vázquez y Muñoz 2003). Al igual que las fechas, son referentes que las personas se dan para recordar. Son ejes espacio-temporales que actúan como anclajes de la memoria. Las fechas y los lugares son puntos de referencias para el despliegue de los recuerdos, al quedar inscritos en ellos. Esta localización espacio-temporal de la memoria es la que permite su fijación, de modo que ésta no se pierda al no tener puntos de referencia. Estos marcos no son dados, sino que construidos socialmente; no son previos a las prácticas humanas que los constituyen y definen como tal. “Es decir, no preexisten en los seres humanos, sino que son producciones que éstos han elaborado y que se definen por su dimensión significativa (Vázquez y Muñoz, 2003, p.219). La diferencia entre la noción de lugar como marco de la memoria y la que propone Nora, es que ésta última no se restringe a espacios físicos sino a cualquier entidad con significados referidos al pasado, por lo que, tal como veremos a continuación, otras entidades como una canción o un discurso también pueden considerarse como un lugar de memoria. No obstante, recordemos que la significación relativa a determinados recuerdos no es propia de esa entidad, sino que le es otorgada por quienes recuerdan en ella.

 

Los lugares de la memoria en la marcha del 11 de Septiembre

La marcha del 11 de Septiembre se desarrolla todos los años básicamente siguiendo el mismo recorrido, y en ella se realizan más menos las mismas prácticas. Se parte cerca del palacio de La Moneda, para transitar por calle Morandé, donde la gente se detiene a hacer ofrendas florales, discursos y otras formas de homenaje en la puerta de Morandé 80. Luego, a pasos de ahí, también se realizan homenajes en la estatua de Salvador Allende en la Plaza de la Constitución. De ahí, la marcha se dirige hasta el Cementerio General, en un largo recorrido donde frecuentemente se registran enfrentamientos entre un sector de los manifestantes y las fuerzas policiales. Finalmente, la marcha entra al cementerio hasta el Memorial del Detenido Desaparecido y el Ejecutado Político, lugar donde se realiza el acto central, el cual por lo general es relativamente breve. Una vez concluido éste, alguna gente se retira, otra se dirige a tumbas de figuras emblemáticas como Allende, Víctor jara y Miguel Enríquez, donde también se desarrollan diversos actos de homenaje. En paralelo a esto, continúan los enfrentamientos en las afueras del cementerio, los que no se prologan más allá de las 14:00 o 15:00 horas. Luego, todo vuelve a la normalidad.

A continuación, haré un análisis de lugares que me parecen más relevantes en la marcha: la fecha del 11, la puerta de Morandé 80, la estatua de Allende, el Memorial, las tumbas, algunas canciones y el último discurso de Allende.

 

El 11 de Septiembre como marco temporal de la memoria

Es habitual que el recuerdo de ciertos hechos y períodos significativos se apoye en las fechas en que éstos ocurrieron. Para las teorías de la memoria como acción social (Fernández 1994, Vázquez 2001, Vázquez y Muñoz 2003), las fechas, en tanto marcos de la memoria, ubican a los recuerdos en un eje temporal recurrente que actúa como una forma de defenderse del olvido. “El tiempo de la colectividad es una suerte de mapa que fija, ordena y secuencia los acontecimientos cualesquiera de manera de poder ser localizados cuando haya menester; las fechas son marcas dejadas para señalar diversos acontecimientos” (Fernández, 1994, p.104). En este sentido, no recordar una fecha es una forma de hacer desaparecer el hecho al cual refiere, de ahí la necesidad psicosocial y política de quienes buscan recordar, de ajustar las conmemoraciones en marcos temporales reconocibles.

Las diversas memorias del día 11 recuerdan al golpe de estado como un quiebre (Piper 2005), aunque el contenido de ese quiebre es diferente para cada sector. Para la derecha, este quiebre es necesario para la restitución del orden social, profundamente alterado por las políticas de la Unidad Popular. Para los sectores que se opusieron a la dictadura, el significado del quiebre no es homogéneo (Joignant, 2005). Hay una tensión entre quienes entienden el quiebre como una ruptura en la historia democrática del país, versus los que lo entienden como el fin de un período caracterizado por intentos de transformar la sociedad chilena. En este sentido, la marcha es un reflejo más bien de la segunda postura, ya que los simbolismos presentes en ella remiten a la historia de la izquierda chilena, particularmente del período de la Unidad Popular, más que a la idea de democracia. De hecho si nos preguntamos por qué no existe ninguna referencia en la marcha al regreso a la democracia, podemos interpretar que las condiciones de la derrota de la dictadura y sus consecuencias para la política chilena actual no representan el sentir de la izquierda, la cual más bien se opuso a una transición negociada y pugnaba por una derrota total del gobierno militar.

Para Piper (2005) se suele considerar la fecha del 11 como un corte traumático en la historia de nuestro país, desde lo cual “se produce un efecto de parálisis, de pesimismo” (Piper, 2005, p.199), por todo lo que el golpe y la dictadura dejan trunco, incompleto. “O sea, un pasado utópico que no ocurrió, un presente que no es lo que debería haber sido y un futuro que ya no fue” (Piper, 2005, p.199). En este sentido, en la marcha, efectivamente el 11 se revive como un quiebre, con toda su carga de dolor y sufrimiento, pero también de heroísmo y valentía. Hay una doble significación que se despliega y hace que las formas de recordar sean complejas. Hay un recuerdo de los caídos como víctimas, pero también hay un homenaje a sus figuras, el que implica un esfuerzo de posicionarlos de otro modo. Frente a esta doble constitución, de víctima y de héroe, la pregunta por el recuerdo de estas personas se relaciona con los efectos políticos que se busca con su memoria. Por una parte, el reconocimiento como víctimas implica una valoración social de los hechos y ha abierto caminos para la justicia y la reparación, aún considerando lo insuficiente de ambos procesos. Pero por otra parte, el desplazamiento de la figura de la víctima hacia la del luchador reinstala a los caídos como sujetos sociales inscritos en un proyecto de transformación social. Esta reinstalación simbólica a su vez permite hacer visible que la violencia de la cual fueron víctimas fue justamente el resultado de una política planificada y con fundamento ideológico, tendiente no sólo a la eliminación de un proyecto socialista de sociedad, sino también a la instalación del modelo neoliberal que rige en el presente.

No obstante, el recuerdo del 11 se vive cada vez más en la privacidad de la marcha. Fuera de ella, en las calles, en la cotidianeidad, la gente no participa de conmemoración alguna, o al menos no lo hace explícitamente. El paso del tiempo y las diversas políticas de silenciamiento de las memorias del 11 seguramente inciden en este hecho, pero la marcha como forma de conmemoración que no facilita la participación de otros sectores sociales también debe influir en este aspecto.

 

La puerta de Morandé 80 como disputa por dos versiones de la memoria

Si bien el paso por La Moneda constituye el primer hito de la marcha, al menos en términos de los lugares de la memoria, lo importante no es tanto La Moneda como un todo, sino sobre todo la puerta de Morandé 80. Desde que la marcha existe que el paso por este lugar ha sido un elemento central de su recorrido, aunque recién a fines de los noventa este se hace posible sin mayores conflictos con la policía. La centralidad de este lugar esto dado por su impronta simbólica: es el

lugar por donde salió el cuerpo sin vida del presidente Allende, luego de horas de resistencia contra las fuerzas golpistas. La imagen del cuerpo de Allende llevado en una bolsa hacia el exterior de La Moneda es tan conocida como la del frontis de La Moneda en llamas luego del bombardeo de los aviones de la fuerza área (Piper, 2005). En este lugar, el desplazamiento de la marcha tiende a disminuir significativamente su velocidad, ya que la gente va deteniéndose en la puerta. Hay cánticos, se gritan consignas, se dejan ofrendas florales y por cierto que es uno de los momentos más emotivos de toda la marcha. Esta puerta parece no sólo representar a la figura de Allende, sino en ella, a todos los que lucharon y cayeron ese día y con posterioridad; representa el gesto heroico de la resistencia, pero también la tragedia de la muerte. Me interesa adelantar un argumento que desarrollaré más adelante: aunque la figura de Allende es central, las de Víctor Jara y Miguel Enríquez también participan de este simbolismo heroico-trágico. Podríamos aventurar que dan cuenta de tres dimensiones del recuerdo de los caídos y de los significados a los que remiten: la institucionalidad de las transformaciones sociales y políticas de la Unidad Popular representada por Allende, la cultura y el arte de años sesenta y setenta representada por Víctor Jara y la expresión más radical de los deseos revolucionarios representada en la figura de Miguel Enríquez.

Volviendo a la puerta de Morandé 80, su tremenda carga simbólica se ve alterada por las conmemoraciones del los treinta años del golpe y, específicamente, por su reapertura por el presidente Lagos. Tal como sostiene Fernández (1994) en relación a las intervenciones arquitectónicas de los lugares de la memoria, “la reconstrucción de edificaciones es la restitución de la memoria” (Fernández, 1994, p.108).

Pero esta restitución nunca es neutra, sino que se basa y promueve una versión del pasado por sobre otras. No es cualquier memoria la que se restituye, sino la memoria que se busca imponer como oficial. En este sentido, en el gesto de Lagos, el simbolismo relativo a la figura trágica y heroica de Allende se diluye en favor de un simbolismo más general, el del carácter republicano de este puerta. La figura de Allende ya no es importante porque combatió a las fuerzas golpistas, sino porque era uno de los tantos presidentes democráticos de nuestro país que utilizaba cotidianamente dicha puerta.

Si consideramos la historia reciente de las transformaciones arquitectónicas del palacio de La Moneda, podemos ver que ésta es la culminación de un largo proceso de blanqueamiento de este espacio. Dos hitos a tener en cuenta. Uno, la nueva pintura blanca de todo el palacio, la que incluyó por cierto la eliminación de la presencia material de la violencia política del 11 de Septiembre de 1973. Ya no son visibles los impactos de bala en las paredes del palacio, producto de los enfrentamientos del 11. Dos, la apertura de las puertas principales a la ciudadanía, pero considerando que sólo se puede transitar desde La Plaza de la Constitución hacia la Alameda, sin posibilidad de detenerse o devolverse, bajo pena de ser conminado a deponer la sospechosa actitud. Propongo entender estas operaciones materiales y simbólicas como un proceso de desdramatización de La Moneda. Ya no están las marcas de la violencia y del quiebre institucional del 11 y, además, el poder está abierto a la ciudadanía, aunque sólo en la medida que ésta cumpla estrictamente con las normas establecidas. Tal como lo he venido proponiendo, el sentido político de éstas y otras operaciones apunta a eliminar la incidencia del golpe y la dictadura en la actualidad nacional, y configurar un modo de la política caracterizado por una democracia restringida, donde entre otros elementos, la participación ciudadana debe limitarse estrictamente a los marcos establecidos, sin posibilidad de mayores cuestionamientos.

 

La estatua de Allende como desdibujamiento simbólico de un luchador

La segunda detención importante de la marcha se da en la estatua de Allende, la que se ubica en un costado de la Plaza de la Constitución, por el mismo lado por donde pasa la marcha. Al igual que en la puerta de Morandé 80, los manifestantes rinden homenaje a la figura de Allende, pero al igual que en Morandé 80, los simbolismos están fuertemente determinados por la versión oficialista de la memoria. Si bien en la base de la estatua se puede leer un segmento del último discurso de Allende, no hay ninguna referencia al período de su presidencia, elemento que sí está presente en las otras estatuas de presidentes en la Plaza de la Constitución. Y por cierto, nada evoca el carácter socialista y popular que la figura de Allende representa para la izquierda chilena, elemento que paradójicamente sí está presente en la estatua de Frei Montalva, flanqueado por dos chilenos de la clase trabajadora, con una estética deudora del realismo soviético. Esta neutralidad simbólica puede ser un indicio de por qué la decisión de levantar esta estatua fue aprobada por los parlamentarios de la derecha, aunque también puede haber contribuido la definición de este hecho como un acto que apuntaba a la reconciliación y la unidad nacional en torno a los valores de la democracia.

Una vez más, los simbolismos producidos por los gobiernos de la concertación tienden a desdibujar la imagen socialista de Allende, quien murió fiel a su compromiso de defender el gobierno de los trabajadores, tal como lo expresa en sus últimas palabras al país. En este sentido, podemos preguntarnos por cómo podría haber sido otra estatua. Existen muchas imágenes de Allende que lo caracterizan en su perfil más izquierdista, pero sin duda la que más se acerca a su acto de resistencia en La Moneda es la foto que lo muestra fusil en mano y con un casco de combate. Pero por cierto que ésta no es la imagen que concuerda con el modelo cultural de la concertación y su política de reconciliación y paz social.

Sin embargo, pese a su neutralización simbólica de la figura de Allende, la estatua juega un rol importante en la marcha. También en otras ocasiones conmemorativas, como para los 4 de Septiembre, donde los partidos de izquierda rinden sus homenajes para recordar la fecha de asunción de la presidencia de Allende, ocurrida el 4 de Septiembre de 1970. Considero que esto da cuenta de que, pese al simbolismo deslavado de la estatua, los sectores de izquierda se apropian de ella y en esa apropiación le dan un sentido propio que se articula con la visión que tienen del depuesto presidente.

 

El Memorial del Detenido Desaparecido y el Ejecutado Político y la falta de centralidad del 11 de Septiembre en la memoria de la sociedad chilena

Después del paso por el sector de La Moneda la marcha recorre un trecho significativo hacia el Cementerio General. Cerca de la entrada al cementerio, los ánimos vuelven a elevarse, particularmente en el momento mismo de la entrada de la marcha hacia el espacio donde se ubica el Memorial. Éste juega un doble papel en ese momento: es el trasfondo del acto central y también es un lugar en el cual las personas se acercan, para dejar flores, o simplemente para estar ahí, mirar y seguramente conectarse con los significados que el Memorial despliega, el recuerdo y la identificación de los detenidos desaparecidos y los ejecutados por razones políticas durante la dictadura. O para ser más precisos, el recuerdo a través de la identificación, dada por el listado de nombres.

El Memorial constituye un importantísimo reconocimiento de la realidad sufrida en nuestro país en términos de violencia política, pero su falta de centralidad simbólica no habla bien del lugar que las agrupaciones de derechos humanos y las izquierdas en general le han querido dar. En una salida de auto, al lado de los baños, sin mayores puntos de referencia que permitan encontrarlo, es difícil suponer que ha sido construido para marcar presencia en la memoria de la sociedad chilena.

“La monumentalización de las víctimas, cristalizadas en el monumento a los desaparecidos, coherente con la narrativa maestra que comporta este modelo cultural, aparece como un monumento de mala fe: consigna nombres y fechas, deja inscrito el nombre de Salvador Allende en el centro cual guía iluminado que hubiese encaminado el sacrificio de éstos y se instala en el Cementerio General para conformar un espacio de duelo y reflexión aislado del devenir cotidiano de la ciudad, invisible para el que no desee verlo” (Del Campo, 2004, p.233).

Otro elemento que contribuye a este simbolismo en el Memorial es la presencia de los nombres de agentes del estado muertos por razones políticas, pero que habían participado en la represión de los años setenta y ochenta. Más que un reconocimiento a la izquierda, sector que se apropia del Memorial en la marcha para recordar el 11, hay un reconocimiento generalizado de la violencia política de esos años. Al producir un igualamiento de las víctimas de la violencia política, recordando a todos de la misma manera, independiente de las causas de sus muertes, se produce un silenciamiento sobre las causas de esa violencia. Con este silenciamiento, se deja de lado la discusión sobre el sentido vital y político de esas muertes. Se deja de lado que la gran mayoría de los caídos fueron muertos por sus ideales sociales y políticos, los que muchas veces no implicaron violencia para otros. En definitiva, se vuelve a dejar de lado una discusión no resuelta de la sociedad chilena respecto del golpe, la discusión sobre la legitimidad de intentar modificar los pilares sociales, económicos y políticos de Chile. Para muchos, ésta es una discusión del pasado, que no tiene sentido volver a instalar, por el miedo a los conflictos que pueda traer, y en este sentido, las características del Memorial contribuyen a esta postura, ya que desplaza el período y los hechos a los que remite a un pasado ajeno a nuestra actualidad.

 

Las tumbas de Salvador Allende, Víctor Jara y Miguel Enríquez como apropiación no institucionalizada de la memoria

Cuando la marcha se da por terminada, mucha gente, en vez de retirarse, se desplaza hacia el interior del cementerio, para visitar las tumbas de figuras emblemáticas del 11: Allende, Víctor Jara y Miguel Enríquez. Es interesante ver cómo esta práctica se aleja bastante de las normas que rigen el desarrollo de la marcha. Ya no hay un recorrido claramente especificado, ni tampoco hay instrucciones que determinan lo que debe hacerse. La gente se desplaza, no digamos espontáneamente pero si autónomamente, y desarrolla una forma de apropiación de la conmemoración que podríamos decir es más íntima. En esta apropiación, se expresan memorias menos reguladas que dan cuenta del sentido particular que cada persona y grupo le da a sus recuerdos del 11. Hay música, hay discursos, pero también hay silencio y recogimiento. Como ya lo había adelantado, en estas tumbas se expresan diversas formas del recuerdo, tanto política como cultural.

En términos de las teorías de la apropiación espacial (Pol 1996, Fernández y Martínez, 2001), hacemos nuestro un lugar cuando le damos un sentido propio, cuando sentimos que ese espacio es nuestro por uso o por identificación con él. Muchas veces, ese sentido propio está en directa relación a nuestras posibilidades de transformación de ese espacio. En la marcha, la relación con los lugares de la memoria es profundamente cargada de afectos, pero al mismo tiempo es una relación relativamente distante.

No podemos estar cerca de estos lugares, y si lo logramos, es por un tiempo breve. En estas tumbas emblemáticas vi otra cosa. La gente se tomaba su tiempo, no había premura, y había una mayor cercanía. No sólo estaba la posibilidad de pasar por ahí, sino de estar, de permanecer, y de recordar de otro modo. Sospecho que aquí pueden encontrarse las memorias menos estructuradas y establecidas y, por lo tanto, una mayor indagación de lo que ahí sucede sea relevante a la hora de especificar formas de conmemoración menos formales que la marcha misma.

 

La banda sonora de la marcha: la dimensión estético afectiva de la marcha

No recuerdo cuantas veces escuché el Venceremos, El Pueblo Unido y el último discurso de Allende en la marcha. Tampoco recuerdo la cantidad de veces que canté y me emocioné con estos otros lugares de la memoria. Por cierto no son los únicos objetos sonoros que pueblan la marcha. Hay muchas canciones, hay consignas, pero creo que nada tiene tanta fuerza simbólica y afectiva como estas dos canciones y este discurso. Y no sólo en la marcha. Estos lugares de la memoria son reconocidos mucho más allá de los límites del día 11.

Como plantea Piper, “el último discurso de Allende ha sido aprendido por miles de personas, ha sido transformado en poema, en canción, en referencia obligada. El Quilapayún canta con palabras de dicho discurso que “...se abrirán las grandes Alamedas, por donde pase el hombre construyendo, para siempre su libertad”. Hay muchas novelas, biografías de famosos y no tan famosos que lo citan, lo parafrasean y relatan sus emociones al escucharlo” (Piper, 2005, p.27).

Tanto es así en el caso de este discurso, que además de escucharlo muchas veces, también lo encontramos escrito en su tumba y en su estatua. Podría suponer que la figura de Allende es inseparable de sus últimas palabras, las que parecen constituirse en su gran legado político. En el caso del Venceremos y El Pueblo Unido, sucede algo similar. Podemos considerar que estos dos himnos de la Unidad Popular son un gran legado estético y político de ese período, en tanto transmiten toda la carga simbólica, ideológica y afectiva de los deseos de transformación social.

 

A modo de conclusión

Cuando circulamos cotidianamente por los lugares que han sido construidos para hacernos recordar hechos significativos de nuestra historia, por general no nos detenemos mayormente a observarlos, y por lo mismo no solemos pensar en el modo en qué estos lugares nos transmiten versiones de la historia que pretenden convertirse en memorias oficiales. Siguiendo a Vázquez (2001), las memorias oficiales siempre tienden a tener un carácter normativo, y terminan ejerciendo una domesticación de los recuerdos, del mismo modo que lo hacen las conmemoraciones. “La dimensión ideológica de la conmemoración es fundamental: se trata de proveer de interpretaciones únicas a acontecimientos fundacionales, limitando de algún modo interpretaciones desviadas o contradictorias que puedan perjudicar el significado que se pretende, uniformizado y/o uniformizador” (Vázquez, 2001, p.130).

En este sentido, tanto las conmemoraciones como los lugares de la memoria nos dicen lo que debemos recordar, y por lo tanto también nos hablan de lo que debemos olvidar. Pero además, instauran la forma en que esos hechos deben recordarse. A través de sus sitios de emplazamientos, a través de sus formas y simbolismos, a través de sus estéticas particulares, transmiten una versión oficial de los recuerdos. En este sentido, los gobiernos de la Concertación, y particularmente el de Ricardo Lagos, han desarrollado una política de la memoria del 11 y de la dictadura que busca desesperadamente dejar ese periodo de nuestra historia en el pasado, cortando todo nexo con el presente, de modo de permitir una gobernabilidad sin mayores sobresaltos.

Tarea difícil cuando la justicia no ha cumplido su tarea respecto de los atropellos a los derechos humanos, cuando la mayor parte de la derecha se obstina en eludir sus responsabilidades políticas en esos atropellos, y cuando las discusiones sobre lo que somos como sociedad nos lleva una y otra vez a mirar un pasado todavía muy presente. Esto implica que pese a los esfuerzos normativos, la lucha por la memoria aún no está clausurada.

Cuando comencé este texto, relacioné estos lugares con la marcha del 11 de Septiembre. Me interesa la marcha porque si bien muchos de estos lugares están definitivamente configurados en términos estéticos y simbólicos, no lo están en términos de la apropiación que hacemos de ellos. En la marcha del 11, así como en otras ocasiones, la gente utiliza y les da sentido a estos lugares de un modo particular. Por un momento, estos lugares pertenecen a la gente, la que los carga de significados propios, participando de una memoria colectiva que no es la oficial. Considero que la utilidad del estudio de las conmemoraciones y de los lugares de la memoria es justamente la posibilidad de encontrar formas de apropiación que rompan los sentidos oficiales y abran nuevas formas de la memoria. Si bien la institucionalización de la memoria es parte constitutiva de las tensiones que instala cualquier conmemoración, también es necesario recordar que ésta no es una dimensión natural ni obligatoria de estas prácticas. La apropiación de las conmemoraciones por parte de actores sociales es perfectamente posible, y es susceptible de producir e instalar nuevos sentidos y nuevas prácticas.

En este sentido, quiero terminar refiriéndome brevemente a una experiencia desarrollada en el año 2005, que consistió en realizar una marcha que, luego de la marcha oficial, saliera del cementerio para terminar en La Moneda. Podemos considerar que hasta ahora la marcha del 11, que va de La Moneda al cementerio, repite en términos simbólicos el recorrido de la derrota: del poder a la muerte, del centro simbólico a la periferia, del presente al pasado. Como me dijo un militante de izquierda, “cada vez que terminamos la marcha en el cementerio, enterramos cada vez a nuestros muertos”. En conjunto con diversos grupos y personas provenientes del mundo académico, artístico y de derechos humanos, nos planteamos la necesidad de invertir el sentido tradicional de la marcha, comenzando en el cementerio, rindiendo homenaje a los caídos, para luego dirigirse al centro, trayendo de vuelta los sueños y los ideales por los cuales ellos cayeron.

El 11 del 2005, después de la marcha oficial, junto con organizaciones y agrupaciones diversas logramos movilizar a más de 500 personas en una marcha de vuelta a La Moneda. Pese a que la actividad se desarrolló sin ningún tipo de desordenes, fuimos violentamente disueltos por las fuerzas espaciales de carabineros, y muchos terminamos detenidos. Sin embargo, nos quedamos con la absoluta convicción de haber mostrado que es posible recordar de otro modo, poniendo al 11 en el centro, en el presente, para contribuir a construir un futuro que se sustente en una memoria que recuerde no sólo la derrota, el dolor y el sufrimiento, sino también los ideales, las utopías y los valores que lograron sobreponerse a la dictadura y que siguen presente en la lucha por un mundo mejor.

Este proceso de intervención en torno a la marcha del 2005 produce una suerte de cierre recursivo de esta investigación autoetnográfica. Decidí investigar a partir de mi propia experiencia como actor social del contexto en cuestión y esta investigación culminó en una nueva forma de acción. A riesgo de parecer excesivamente autocomplaciente, considero que este doble giro de la acción a la investigación y de ahí a la acción bajo una nueva forma permite pensar en la autoetnografía como una herramienta metodológica adecuada para cruzar el campo de lo académico con el de la acción política. No obstante, este método requiere de un cuestionamiento y una problematización permanente, de modo de no convertirse en un mero retrato del investigador, más aún considerando la tendencia de la psicología a psicologizar no sólo a sus objetos de estudio, sino a los propios investigadores, entendiendo la psicologización como la reducción de los fenómenos sociales a una dimensión estrictamente psicológica, donde éstos se entienden como el correlato de procesos individuales de tipo interno.

Lo importante desde esta perspectiva es la subjetividad del investigador como un modo de acceder a la intersubjetividad de la cual es parte, considerando que “en la autoetnografía, informante e investigador en una misma persona reivindican su derecho a hablar hasta las últimas consecuencias” (Esteban, 2003, p.21), lo que implica rescatar la dimensión cultural y política de la propia experiencia, conectando lo individual y lo local con lo colectivo y lo global.

 

BIBLIOGRAFÍA

Alvesson, Mats (1999). “Methodology for close up studies”. Institute of Economic Research: Working Paper Series. Disponible en http://www.lri.lu.se/pdf/wp/1999-4.pdf        [ Links ]

Candau, Joel (2001). “Memoria e identidad”. Buenos Aires: Argentina. Ediciones del Sol.        [ Links ]

Candina, Azún (2002). “El día interminable. Memoria e instalación del 11 de Septiembre de 1973 en Chile (1974- 1999)”, en Las conmemoraciones: las disputas en las fechas infelices. Madrid: España. Siglo XXI de España Editores.        [ Links ]

Del Campo, Alicia (2004). “Teatralidades de la memoria: rituales de la reconciliación en el Chile de la transición”. Santiago: Chile. Mosquito Comunicaciones.        [ Links ]

Denzin, Norman e Lincoln, Ivonna Eds. (2000). “The Discipline and the Practice of Qualitative Research”, en Handbook of Qualitative Research, Denzin, Norman e Lincoln, Ivonna Eds. Sage.        [ Links ]

Esteban, Mari Luz (2004). “Antropología encarnada. Antropología desde una misma”. Papeles del CEIC, nº12, CEIC (Centro de Estudios sobre la Identidad Colectiva), Universidad del País Vasco, http://ehu.es/CEIC/papeles/12.pdf.        [ Links ]

Fernández, Pablo (1994). “La Psicología colectiva, un fin de siglo más tarde”. Barcelona: España. Anthropos-Colegio de Michoacán.        [ Links ]

Fernández, Roberto y Martínez, Patricia (2001). “El proceso de apropiación espacial en la ocupación La Kasita”. Tesis para optar al titulo de psicólogo, Escuela de Psicología, Universidad ARCIS. Santiago: Chile.        [ Links ]

Hammersley, Martyn y Atkinson, Paul (1994). “Etnografía: métodos de investigación”. Barcelona: España. Editorial Paidós.        [ Links ]

Haraways, Donna (1995). “Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza”. Madrid: España. Cátedra..        [ Links ]

Jelin, Elizabeth comp. (2002). “Las conmemoraciones: las disputas en las fechas infelices”. Madrid: España. Siglo XXI de España Editores.        [ Links ]

Joignant, Alfredo (2005). “Un jour pas comme les autres. De la fête nationale aux luttes conmémoratives autour du 11 septembre chilien (1973-2003)”, en Micheline Labelle, Rachad Antonius y Georges Leroux (sous la direction), Le dévoir de mémoire et les politiques du pardon. Sainte-Foy: Canada. Presses de l'Université du Québec.        [ Links ]

Lagos, Ricardo (2003). “Acto de conmemoración de los 30 años del 11 de Septiembre de 1973”. Disponible en www.presidencia.cl/upload_documentos/11_09_03.pdf        [ Links ]

Nora, Pierre (1984). “Entre mémoire et histoire : la problématique des lieux”, en Pierre Nora (sous la direction). Les Lieux de Mémoire. France. Quarto Gallimar.        [ Links ]

Piper, Isabel (2005). “Obstinaciones de la memoria: la dictadura militar chilena en las tramas del recuerdo”. Tesis doctoral, Departamento de Psicología Social, Universidad Autónoma de Barcelona.        [ Links ]

Pol, Enric (1996). “La apropiación del espacio”, en Monografies Psico-Socio Ambientals nº9: Cognición, representación y apropiación del espacio, Iñiguez y Pol compiladores, Barcelona: España. Universitat de Barcelona.        [ Links ]

Reed-Danahays, Deborah (1997). “Auto/Ethnography. Rewriting the self and the social”. New York: USA. Berg Editorial.        [ Links ]

Richard, Nelly Ed. (2004). “Utopía(s) 1973-2003. Revisar el pasado, criticar el presente, imaginar el futuro”. Santiago: Chile. Universidad ARCIS.        [ Links ]

Vázquez, Félix (2001). “La memoria como acción social. Relaciones, significados e imaginario”. Barcelona: España. Paidós.        [ Links ]

Vázquez, Félix y Muñoz, Juan (2003). “La memoria social como construcción colectiva” en Psicología del comportamiento colectivo, Félix Vázquez Ed. Barcelona: España. Editorial UOC.        [ Links ]

 

 

*Magíster en Psicología Social, Universidad ARCIS / Universitat Autònoma de Barcelona

Creative Commons License