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Cuadernos de neuropsicología

On-line version ISSN 0718-4123

Cuad. neuropsicol. vol.3 no.1 Santiago May 2009

 

ORIGINALES Y REVISIONES

 

Esperando una respuesta: el desordenado proceso de buscar la verdad1

 

 

Susan Haack2

Universidad de Miami

 

 

Hace algunos años oí a mi Decano, formado en física, expresar su malestar con la sugerencia de que la declaración de la misión del College of Arts and Sciences incluyera la frase “interés por la verdad”. La palabra pone nerviosa a la gente, advirtió, y los obliga a preguntar “¿la ‘verdad’ de quién?”. Un colega sociólogo, respaldando las aprensiones del Decano, señaló que aunque, por supuesto, sus investigaciones hacen avanzar el conocimiento, él no está interesado en la “verdad”. Algunos de nosotros señalamos que, a menos que las conclusiones sean verdaderas, no son realmente conocimiento, sólo pretendido conocimiento; e hice lo mejor que pude para explicar que del hecho que la gente disienta acerca de lo que es la verdad no se infiere que la verdad sea relativa a las perspectivas. Pero en su momento el Plan Estratégico del College especificaba innovaciones curriculares requeridas por las “preguntas fundamentales” que han surgido “acerca de las presuntas universalidad y objetividad de la ‘verdad’ ".

Hace algunos años oí a mi Decano, formado en física, expresar su malestar con la sugerencia de que la declaración de la misión del College of Arts and Sciences incluyera la frase “interés por la verdad”. La palabra pone nerviosa a la gente, advirtió, y los obliga a preguntar “¿la ‘verdad’ de quién?”. Un colega sociólogo, respaldando las aprensiones del Decano, señaló que aunque, por supuesto, sus investigaciones hacen avanzar el conocimiento, él no está interesado en la “verdad”. Algunos de nosotros señalamos que, a menos que las conclusiones sean verdaderas, no son realmente conocimiento, sólo pretendido conocimiento; e hice lo mejor que pude para explicar que del hecho que la gente disienta acerca de lo que es la verdad no se infiere que la verdad sea relativa a las perspectivas. Pero en su momento el Plan Estratégico del College especificaba innovaciones curriculares requeridas por las “preguntas fundamentales” que han surgido “acerca de las presuntas universalidad y objetividad de la ‘verdad’ ".

Naturalmente, los que proponen esta nueva cuasi ortodoxia –El Nuevo Cinismo- difieren entre sí en los puntos más específicos. Pero concuerdan en que los supuestos ideales de investigación honesta, el respeto por la evidencia, el interés por la verdad, son un tipo de ilusión, una cortina de humo que oculta las operaciones del poder, la política y la retórica; y que aquellos de nosotros que pensamos que sí importa que uno se preocupe por la verdad, que no sentimos necesidad de comillas de advertencia cuando escribimos sobre hechos, conocimiento, evidencia, etc., somos ingenuos sin remedio. Y como si esto ya no fuera suficientemente malo, las feministas y las muticulturalistas entre ellas sugieren que en nuestra ingenuidad somos cómplices de sexismo y de racismo, y los sociólogos y los retóricos de la ciencia entre ellos sospechan de nosotros por conformismo reaccionario frente al complejo militar-industrial.

Enfrentados a la intimidante doble acusación de ingenuidad y retroceso moral, muchos toman la actitud de la avestruz, esperando aparentemente que el Nuevo Cinismo desaparezca si se la ignora durante un tiempo suficiente. Pero una mojigata pasada de moda como yo comienza a sentirse como el proverbial caníbal entre los misioneros.

Un caníbal reflexivo advertirá, en el corazón del Nuevo Cinismo, una profunda intolerancia de la incertidumbre y una profunda falta de disposición a aceptar que lo menos que perfecto es mucho mejor que nada en absoluto. Y así, una y otra vez, en verdad, las premisas falibilistas se transforman en conclusiones falsas, cínicas: lo que se acepta como hecho conocido con bastante frecuencia no es tal, por eso el concepto de hecho conocido es un fraude ideológico; el cómo juzga uno el mérito de la evidencia depende de las propias creencias anteriores, por eso no hay estándares objetivos de calidad evidencial; la ciencia no es sagrada, por eso debe una suerte de truco.

Lo que se necesita de manera más urgente es una comprensión realista de nuestra situación epistémica, de cuán complicada es la obtención de evidencia y lo dificultosa que puede ser la investigación seria. Pues realmente no hay necesidad de abandonar la objetividad de la verdad y la evidencia, dado que uno sea suficientemente falibilista. Por supuesto, esto será sólo el comienzo, pues entonces vendrán las preguntas sobre el lugar de las ciencias dentro de la investigación en general, sobre las diferencias entre ciencia y literatura, sobre las raíces del relativismo, y sobre la pretensión del Nuevo Cinismo de representar los intereses de los oprimidos y los marginales.

La evidencia es algo complejo y ramificado, con frecuencia confuso, ambiguo, y puede llevar a conclusiones erróneas. Piénsese en la controversia sobre ese meteorito descubierto en la Antártica, que habría venido desde Marte hace unos 4 billones de años, y que contendría lo que posiblemente sean bacterias fosilizadas. Algunos científicos espaciales piensan que esto es evidencia de vida bacterial en Marte; otros piensan que los restos de bacterias pudieron darse mientras el meteorito estaba en la Antártica; y aún otros creen que lo que parecen restos bacterianos fosilizados pudieran meramente ser productos de los instrumentos. ¿Cómo saben que la emisión de estos gases al hervir indican que el meteorito proviene de Marte, que el meteorito tiene una antigüedad de 4 billones de años, y que esa es la apariencia de los fragmentos de bacterias fosilizadas? Como las entradas de un crucigrama, las razones se ramifican en todas direcciones.

Cuan razonable es la entrada de un crucigrama depende de cuan bien es respaldada por su clave y por las entradas intersectantes ya completadas; de cuán razonables son esas otras entradas, independiente de la entrada en cuestión; y cuánto ha sido completado del crucigrama. De manera similar, cuán justificada está una creencia depende de cuan bien respaldada esté por la evidencia experiencial y por razones, por ej., creencias previas; de cuán justificadas están esas creencias previas, independiente de la creencia en cuestión; y cuanto de la evidencia relevante está incluída en la evidencia.

La calidad de la evidencia de una afirmación es objetiva, y depende de cuánto respalda a la afirmación en cuestión, cuán comprehensiva es, y cuán segura es independientemente. Sin embargo, los juicios de una persona acerca de la calidad de la evidencia son perspectivistas, y dependen de sus creencias previas. Supongamos que usted y yo estamos trabajando en el mismo crucigrama, pero hemos llenado un buen número de entradas de manera diferente; usted piensa que una entrada correcta que intersecta debe tener una “F” en la mitad, mientras yo pienso que allí debe haber una “D”. Supongamos que usted y yo estamos en la misma comisión de concurso, pero usted cree en la grafología y yo pienso que se trata de un fraude; usted piensa que el modo cómo el candidato escribe las “g” es relevante para determinar si se trata de alguien confiable, en tanto yo me burlo de su “evidencia”. O, para tomar un ejemplo real: en 1944, cuando Oswald Avery publicó sus resultados, incluso él mismo expresó reservas sobre la conclusión a la que apuntaban, de que el ADN era el material genético; porque lo que entonces se aceptaba era que el ADN estaba compuesto de cuatro nucleótidos en orden regular, y así resultaba ser una molécula demasiado estúpida, demasiado monótona como para llevar la información necesaria. Pero en 1952, cuando Alfred Hershey y Martha Chase publicaron sus resultados, la hipótesis tetra-nucleótida había sido desacreditada; entonces pudo apreciarse que, en 1944, Avery ya tenía buena evidencia de que el ADN, no la proteína, era el material genético.

La investigación puede ser dificultosa y exigente, y con frecuencia ir por el camino equivocado. A veces, el obstáculo es una falla de voluntad; realmente no queremos saber la respuesta suficientemente mala como para cargar con el problema de explicar, o realmente no queremos saber, y generamos una cantidad de problemas para no llegar a saber. Pienso en el detective que realmente no quiere saber quien cometió el crimen, como para recoger evidencia suficiente y lograr una convicción, en el académico que está menos preocupado de descubrir las causas de la desarmonía racial que en obtener un buen financiamiento para investigar el tema –y en mi propia desidia para precipitarme hacia la biblioteca a examinar el artículo que pudiera obligarme a rehacer meses de trabajo.

A igualdad de las demás variables, la investigación funciona mejor cuando la voluntad y el intelecto, en vez de empujar en direcciones diferentes, trabajan en conjunto; es por eso que la integridad intelectual es valiosa. Pero incluso con la mejor voluntad del mundo, incluso cuando realmente queremos descubrir, con frecuencia fallamos. Nuestros sentidos, nuestra imaginación, nuestros intelectos, son limitados; nunca podemos ver, suponer, o razonar, lo suficiente. Con ingenuidad, podemos ingeniar modos de superar nuestras limitaciones naturales, desde ahuecar nuestras orejas para oir mejor, hacer nudos en una cuerda o muescas en un palo para llevar la cuenta, hasta los microscopios electrónicos altamente sofisticados y las técnicas de modelado computacional. Por cierto, nuestra ingenuidad también tiene límites.

Todo aquel que quiera saber cómo es un aspecto del mundo –el físico y el detective, el historiador y el entomólogo, el químico cuántico y el investigador periodístico, el estudioso de la literatura y el cristalógrafo de rayos X- trabajan en una parte de una parte del mismo vasto crucigrama. Puesto que todos ellos investigan el mismo mundo, a veces sus entradas se entrecruzan: un médico investigador se apoya en el árbol familiar de un historiador amateur en su búsqueda del gen defectuoso responsable de una rara forma hereditaria de pancreatitis; los historiadores de la antiguedad usan una técnica generada para la detección del cáncer de mama para descifrar huellas en los mensajes grabados en plomo que los soldados romanos escribían a sus familias.

Tan exitosas han sido las ciencias naturales que las palabras “ciencia” y “científico” son frecuentemente usadas honoríficamente como términos todopropósito de orgullo epistémico. (Para estar seguros del punto, por ej., los actores que prometen que el nuevo Wizzo científico dejará más limpias nuestras ropas de color blanco). Desafortunadamente, este uso honorífico oculta el hecho de otro modo obvio que no todos los científicos, ni sólo ellos, son buenos investigadores, honestos, cuidadosos, imaginativos. Algunos científicos son flojos, algunos son incompetentes, otros desafortunados, algo deshonestos; y muchos historiadores, periodistas y detectives, son buenos investigadores.

La ciencia ni es sagrada, ni es un truco. Los estándares de evidencia más fuerte o más débil, la investigación mejor o peor llevada a cabo, no son internos a la ciencia; y no hay un modo de inferencia, ni “método científico” exclusivo de las ciencias y que garantice producir resultados verdaderos, o probablemente verdaderos, o más aproximadamente verdaderos, o más adecuados empíricamente. No obstante, en tanto se desarrolla la actividad cognitiva humana, las ciencias naturales han sido notablemente exitosas; no porque usen un método racional único de investigación, inaccesible para otros investigadores, sino en parte debido a las muchas y variadas “ayudas” que han ingeniado para superar las limitaciones humanas naturales. Instrumentos de observación extienden el alcance sensorial; los modelos y las metáforas amplían los poderes de la imaginación; las técnicas de modelación matemática y estadística hacen posible el razonamiento complejo; y el compromiso cooperativo y competitivo de muchas personas en una gran red de subcomunidades en y a través de las generaciones no sólo permite la división del trabajo y el compartir la evidencia sino también – aunque de manera muy falible e imperfecta, esto es seguro- ha ayudado a que la mayoría de los científicos, la mayor parte del tiempo, se mantengan razonablemente honestos.

La ciencia, como la literatura, requiere imaginación. Los científicos, como los escritores de literatura, extienden y amplifican el lenguaje que heredan: una sustancia no-proteinácea en el núcleo de las células es apodada “(nuclein”) y más tarde llega a ser conocida como “ácido nucléico”; después tenemos el “ácido nucléico deóxiboso”; después, el “ácido ribonucléico”, subsecuentemente reconocido como “ácidos ribonucléicos”, en plural; y luego –casi un siglo después que se acuñó “nucléico”- “RNA de transferencia”, “RNA mensajero”, y así sigue. Los científicos, como los escritores de literatura, se basan en metáforas: la molécula chaperona, la hipótesis Spaghetti, los experimentos de tíos y tías, la inversión parental, etc., etc. Pero no se sigue de ello, ni es verdadero, que la ciencia no se pueda distinguir de la ficción. La distinción entre lo imaginativo y lo imaginario es clave.

Los científicos se embarcan en la escritura, y los escritores de literatura se embarcan en investigación; pero la palabra “literatura” refiere un conjunto de tipos de escritura, mientras que la palabra “ciencia” refiere un conjunto de tipos de investigación. Un científico sueña con estructuras, clasificaciones y leyes que, si tiene éxito, resultan reales, y con explicaciones que, si tiene éxito, son verdaderas. La imaginación, y la exploración imaginativa de explicaciones imaginadas, eso viene primero. Pero para ir más allá de la especulación, lo que debe venir después es la evaluación de la aparente verdad de la conjetura imaginada, lo que requiere con frecuencia imaginación en el diseño de experimentos e instrumentos. Y esto requiere que las metáforas científicas serias, aquellas que no son precisamente lenguaje pintoresco sino herramientas de trabajo intelectual, eventualmente deban ser explicadas en el detalle literal: ¿qué se invierte, literalmente, en la reproducción? ¿qué constituye un retorno maximizado? ¿la conducta reproductiva, es como se la predice?

El progreso en las ciencias es precario y accidentado y cada paso, como cada entrada del crucigrama, es falible y revisable. Pero cada avance genuino posibilita potencialmente otros, como lo hace una robusta entrada cruzada; “nada tan exitoso como el éxito” es la frase que se viene a la mente. Piénsese en Crick y Watson chequeando su modelo del ADN usando sólo una regla y una plomada, y en Max Perutz, años más tarde, chequeando la estructura de la lejos más complicada molécula de la hemoglobina usando un complejo programa computacional; o cómo, partiendo con los (relativamente) simples rayos X, tenemos eventualmente el scanner PET, el scanner CAT, la Resonancia Magnética.

Cada investigador, en la más mundana de las investigaciones cotidianas, depende de otros; de otro modo, cada cual tendría que empezar el crucigrama solo y desde el inicio. La investigación científico-natural no es una excepción; de hecho, es así aún más –el trabajo, cooperativo y competitivo, de una vasta comunidad intergeneracional de investigadores, una empresa profunda e inevitablemente social. Pero no se sigue de ello, y no es verdadero, que la investigación científica no sea más que un proceso de negociación social en el que los científicos intercambian sus lealtades teoréticas por prestigio, o que las entidades postuladas en las teorías científicas no sean más que construcciones sociales.

Es verdadero, sin embargo, que tanto la organización interna de la ciencia como su entorno externo pueden afectar cuán bien o pobremente se hace el trabajo científico. En tanto se necesita equipamiento más elaborado para hacer observaciones incluso mejores, el trabajo científico tiende a volverse más caro. Cuando sólo los intereses gubernamentales y los de las grandes industrias pueden proporcionar apoyo a la ciencia, cuando algunos científicos son tentados para acudir prematuramente a la prensa, algunos piensan hacer fortuna con su trabajo y con el “boom” del negocio de los peritos expertos, no hay garantía de que los mecanismos que, hasta aquí, han probado ser más o menos adecuados para sostener la integridad intelectual continuarán haciéndolo. No hay bases para la complacencia.

Algunos de los conocimientos alcanzados por las ciencias naturales tienen el potencial para causar graves daños –el conocimiento proporciona poder, y el poder puede ser abusivo. Por supuesto, de ello no se sigue, como algunos proponentes de la Gran Renuncia se sienten tentados a concluir, que las ciencias naturales no han alcanzado, después de todo, conocimiento genuino. Pero los problemas morales y políticos difíciles acerca de la distribución de los recursos y las aplicaciones del conocimiento científico no pueden ser dejados sólo en manos de los científicos. Una vez más, no hay fundamentos para la complacencia.

En la investigación científica, y en todo tipo de investigación, lo que consideramos cuestiones legítimas pueden llegar a ser cuestiones defectuosas. Cuestiones acerca de las propiedades del flogisto, por ejemplo, revelaron estar basadas en un supuesto falso, y por tanto no hubo respuesta verdadera; algunos textos se vuelven ambiguos en una forma de la que el autor no es consciente, y no tienen una única interpretación correcta. Nada de esto implica socavar la objetividad de la verdad.

A veces, hablando cuidadosamente, decimos que algo es verdadero para usted, pero no para mí. Pero esto tampoco supone socavar la objetividad de la verdad; lo que decimos es sólo que alimentarse de helados con galletas de chocolate, digamos, o que mide más de un metro ochenta centímetros, es verdadero de usted, pero no de mí; u otra cosa que usted crea, lo que sea, pero yo no.

Un enunciado o una creencia son verdaderos si y solo si las cosas son como las representan; de manera que todo aquel que cree algo, o alguien que plantea una cuestión cualquiera, implícitamente reconoce –incluso si lo niega explícitamente- que hay algo que es la verdad. La verdad no es relativa a la perspectiva; y no puede haber verdades incompatibles (esto es una tautología, pues “incompatible” significa “no pueden ser verdaderas a la vez”). Pero hay muchas verdades diferentes –diferentes pero compatiblesque de alguna manera deben calzar entre sí. Lo cual no implica que todas las verdades acerca del mundo deban unificarse en el sentido positivista lógico fuerte del término, que deban reducirse a una clase privilegiada expresada en un vocabulario privilegiado; ni implica, en particular, que todas las verdades acerca del mundo deban ser expresables en el lenguaje de la física. Más bien, la física proporciona un mapa de los contornos sobre el cual las ciencias sociales y la historia superponen un mapa de caminos- en donde los mapas que se superponen representan, cada cual, en su propio “vocabulario”, el mismo mundo real.

Aunque lo que es verdadero no es relativo a la perspectiva, sí lo es lo que es aceptado como verdadero; aunque enunciados incompatibles no pueden ser verdaderos conjuntamente, con frecuencia se formulan afirmaciones incompatibles. Pero un asombroso argumento ubicuo en el Nuevo Cinismo confunde lo que es aceptado como verdadero, lo que pasa por verdadero, con lo que lo es. De la premisa falibilista verdadera de que lo pasa por verdad, los hechos conocidos, la evidencia fuerte y la investigación bien conducida, a veces no son tal sino sólo lo que los poderosos han logrado que sea aceptado como tal, la Falacia de Hacer-Pasar-Por se mueve hacia la falsa y cínica conclusión de que los conceptos de verdad, hechos y evidencia son fraudes ideológicos.

Por ejemplo, Ruth Bleier se lamenta que la afirmación de algunos neurobiólogos en el sentido de que hay diferencias en la estructura del cerebro que corresponden a diferencias relacionadas con el sexo en materia de habilidad cognitiva (supuestas diferencias, agrega Bleier), se base “en métodos negligentes, hallazgos inconclusos e interpretaciones no respaldadas”, para no mencionar “compromisos ideológicos no reconocidos”. Tal vez está en lo correcto. Pero si lo está, la conclusión razonable sería: supongamos que, después de reexaminar cuidadosamente los supuestos, determinamos que la cuestión es legítima; lo que necesitamos es mejor investigación usando métodos rigurosos, encontrando hallazgos más concluyentes basados en interpretaciones más respaldadas y libres de compromisos ideológicos. Bleier, sin embargo, cae en la Falacia de Pasar-Por, y saca la conclusión cínica: el sesgo está por todas partes, la objetividad es imposible, y la “producción social de conocimiento” está inextricablemente condicionada por “el género, la clase, la raza y la etnicidad”.

Cuando se la establece plenamente, la Falacia de Pasar-Por no sólo resulta obviamente no válida sino que cae en el obvio peligro de autodestruirse; pues, como lo dice la conclusión, si los conceptos de verdad, evidencia e investigación honesta son fraudes ideológicos, entonces la premisa no puede ser real – y - verdaderamente verdadera, ni podríamos tener evidencia objetivamente buena, obtenida mediante investigación honesta. Habitualmente, sin embargo, como signo de lo que es aceptado como conocimiento, lo que pasa por verdad, etc., los cínicos escriben de la “verdad”, por ejemplo, la así llamada “verdad”, del “conocimiento”, lo así llamado “conocimiento”, etc. El efecto de las comillas de advertencia es neutralizar la implicación de éxito que normalmente conllevan estas palabras; la verdad debe ser así, pero “la verdad” no; el conocimiento debe ser verdadero, pero el “conocimiento” no necesita serlo. En la medida en que las comillas de advertencia se vuelven ubicuas, la diferencia entre verdad y “verdad”, entre conocimiento y “conocimiento”, hechos y “hechos”, comienza a desdibujarse; y las que usualmente son palabras-de-éxito provocan ese tono burlesco característico: “hecho conocido”- ¡sí, claro!

En la medida en que se desdibuja la distinción entre verdad y “verdad”, hechos conocidos y “hechos conocidos”, etc., la Falacia de Pasar- Por comienza a parecer un argumento válido; la idea de que puede haber verdades incompatibles comienza a parecer plausible; y ciertas formas de relativismo comienzan a parecer inevitables. Hace sentido hablar de lo que se considera como verdadero, lo que es aceptado como buena evidencia, lo que pasa por hecho conocido, como cosas relativas solo a una persona o un grupo de personas. De manera que si usted no distingue lo que es verdadero de lo que se considera verdadero, parecerá que la verdad debe ser subjetiva o relativa.

Sin embargo, los proponentes del Nuevo Cinismo no son siempre, o sin ambigüedad, relativistas; con frecuencia van y vienen entre el relativismo y el tribalismo: entre negar que tenga sentido pensar en estándares epistémicos como algo objetivamente mejor o peor, y afirmar que sus estándares (no-blanco, no-occidental, no-masculino, no-científico) son superiores.

Escudados en esta ambigüedad estratégica, pueden escabullir las acusaciones de que su relativismo se autodestruye y, al mismo tiempo, evadir la necesidad de explicar qué hace mejores a sus estándares epistémicos tribales.

Pero entre los más logrados practicantes de evadir y serpentear está Richard Rorty, quien elude la acusación de relativismo epistémico girando hacia una especie de tribalismo de acuerdo al cual una creencia está justificada si y sólo si es defendible mediante nuestros estándares epistémicos occidentales. Y es gracias a Rorty que el Nuevo Cinismo ha llegado a asociarse con el pragmatismo. Esto es bastante peculiar, pues el pragmatismo clásico era falibilista, no cínico. Este es C. S. Peirce, el fundador del pragmatismo: “Fuera de un falibilismo penitente, combinado con una gran fe en la realidad del conocimiento, toda mi filosofía siempre ha parecido crecer”; y William James, que hizo bien conocido al pragmatismo: “Aquellos que nosotros que renuncian a la conquista de la certeza no por ello abandonan la búsqueda o la esperanza de la verdad misma”.

Pero Rorty, quien escribe sobre “la concepción pragmatista de lo…’verdadero’ como una palabra que se aplica a aquellas creencias respecto de las cuales somos capaces de estar de acuerdo”, y que “la verdad es enteramente una cuestión de solidaridad”, ofrece un mensaje esencialmente opuesto. Ni siquiera deseo mencionar a neo-pragmatistas como Stephen Stich, quien escribe que “una vez que tenemos una idea clara del asunto, la mayoría de nosotros….no vemos valor alguno en tener creencias verdaderas”; o a Louis Menand, que afirma que el pragmatismo en la concepción de que “toda la fuerza de una explicación filosófica de cualquier cosa…descansa en las advertidas consecuencias de creerla”.

Gracias a otros influyentes proponentes como Sandra Harding, el Nuevo Cinismo también ha llegado a asociarse con el feminismo. Esto no es menos peculiar que el secuestro del “pragmatismo”; e incluso más perturbador. El viejo feminismo, que enfatizaba la humanidad común de hombres y mujeres, se focalizaba en la igualdad, la justicia, y la oportunidad. Dorothy Sayers escribió: “Lo fundamental es que las mujeres se parecen más a los hombres que a cualquier otra cosa en el mundo: son seres humanos”; y procedió a advertir en contra del “error de insistir en que hay un agresivo ‘punto de vista femenino’ acerca de todo”. Winifred Holtby declaraba su lealtad a un estilo de feminismo comprometido, no presionando en favor de la afirmación de un supuesto “punto de vista de las mujeres”, sino de “la importancia primaria del ser humano”.

Pero el feminismo académico contemporáneo, convirtiendo en novedosos “modos femeninos de conocimiento” los estereotipos sexistas que las feministas de viejo cuño deploraron, o exigiendo “investigación y academia políticamente correctas”, en vez de investigación honesta, ofrecen un mensaje completamente opuesto. Y en un deslizamiento estrechamente paralelo, el multiculturalismo ha transmutado desde un compromiso con el admirable objetivo del aprendizaje mutuo a partir de la diversidad cultural hasta un relativismo fofo o un tribalismo arbitrario.

En tanto las feministas radicales y los multiculturalistas se han subido al carro del Nuevo Cinismo, se ha llegado a pensar que suponer que haya cosa tal como la verdad, que sea posible descubrir la verdad mediante investigación, o que las ciencias naturales hayan hecho muchos descubrimientos, significa cobijar tendencias políticas regresivas. Se trata de una idea tan trágica como extraña.

Es cierto que la excesiva confianza en que lo que se considera como verdadero, lo sea –la “enfermedad del engreimiento”, según la frase de Peircepuede ser una herramienta de opresión y ha servido, a veces, los objetivos del sexismo y del racismo. Esto nos recuerda que el respeto por la evidencia requiere no sólo la disposición de renunciar a una creencia habiendo evidencia contraria y proporcionar el grado de su creencia a la fuerza de la evidencia, sino también la voluntad de prever la posibilidad de haber abordado un tema por un camino completamente equivocado o que, después de todo, no se trate de un tema legítimo- y reconocer cuando simplemente no se sabe.

Y, por supuesto, cuando investigamos, podemos herir a veces los sentimientos de las personas. Así como titubeamos en nuestro camino a la verdad, la evidencia incompleta nos desviará a veces a aceptar falsedades hirientes; y no siendo el caso que lo hubiésemos deseado, algunas de las verdades que descubrimos serán dolorosas, desagradables. Pero, a menos que sea posible imaginar cómo son realmente las cosas, no es posible descubrir que los estereotipos de raza o sexo sean estereotipos, y no verdades; ni trazar las raíces de los prejuicios de raza o sexo, o imaginar cómo superarlos; ni saber qué cambios harán realmente mejor a la sociedad.

No todas las razones del desencantamiento de moda con la verdad, la evidencia, etc., son intelectuales; parte de la explicación es sociológica. Jacques Barzun observa que “poniendo lo último al comienzo y lo primero al final, al valorar el conocimiento, pre-posterizamos la idea y decimos: ‘todos deben producir investigación escrita en orden a vivir, y debería esperarse una explosión del conocimiento’”. En tanto el preposterismo se ha convertido en el modo de vida académica, las concepciones de la “productividad” y la “eficiencia” se han convertido más propiamente en una planta manufacturera, en vez de arraigarse firmemente en la búsqueda del conocimiento. Inevitablemente, el efecto es la gradual erosión de la integridad intelectual.

Estamos abrumados por los hinchados catálogos de los editores, llenos de publicidad increíblemente entusiasta, por un bombardeo de libros y revistas y un clamor de conferencias y encuentros en los que se vuelve casi imposible hallar buen material, como no sea por pura suerte. No puede sorprendernos, entonces, que muchos tomen el camino fácil, acomodándose a cualquiera sea la línea del bando que mejor promueve sus carreras, o que muchos pierdan su comprensión de las exigencias de la investigación genuina, olvidando que se puede trabajar durante años en lo que termina siendo un callejón sin salida, y que el no saber cómo cambiarán las cosas forma parte del significado de la palabra investigación.

La pseudo-investigación es ubicua: tanto el razonamiento dogmático, en el que nos jugamos por una conclusión con la que ya estamos inconmoviblemente comprometidos desde el comienzo, como especialmente el razonamiento impostural, en el que nos jugamos por una conclusión cuyo valor de verdad nos resulta indiferente. Hace mucho tiempo, Peirce predijo que cuando esto ocurriera, “consideraríamos el razonamiento como algo principalmente decorativo. El resultado de este estado de cosas es, por supuesto, el rápido deterioro del vigor intelectual…..El hombre pierde sus concepciones de la verdad y del razonamiento” (la mujer también, lamento decirlo). Cuando la pseudoinvestigación está por todas partes, la gente se vuelve, de forma incómoda, consciente, o semi consciente, de que las reputaciones se construyen con igual frecuencia mediante una defensa inteligente de lo indefendible o lo incomprensible, como mediante el trabajo real, y se vuelve progresivamente escéptica de lo que oyen y leen.

¿Cómo se llegó a pensar que esta desesperación de hecho representaba los intereses de los oprimidos y de los marginales? En parte, en la medida en que las universidades han tratado de recibir más mujeres y negros como participantes plenos de la vida intelectual, hemos permitido que se nos distraiga del objetivo del todo admirable de hacer que la raza o el color de una persona importen menos al juzgar la calidad de su mente, y busquemos modos de hacer que la raza o del sexo de una persona sean una cualificación para el trabajo intelectual. En la medida en que ha crecido el énfasis en los intereses de esta o aquella clase de personas, ha disminuido nuestro sentido de humanidad común y nuestra apreciación de las diferencias individuales, al grado que estamos en peligro de olvidar que la investigación falible –el precario y desordenado proceso de buscar a tientas, y a veces comprender, algo de cómo es el mundo- es cosa humana, no algo de hombres blancos. Esto es muy triste.

Pues “cómo sea que estas cosas sean…en los depravados juicios y afecciones de los hombres, sin embargo…la investigación de la verdad, esto es, el amor por ella y por su búsqueda; y el conocimiento de la verdad, es decir, su presencia; y la creencia en la verdad, en su disfrute, son el bien soberano de la naturaleza humana”. Así afirmaba Francis Bacon, indicando cómo la “desesperación ficticia” sobre la posibilidad de descubrir las cosas corta los recursos y los estímulos de la inteligencia”; y, tal como continuaba, “todo por la miserable vanagloria de haber creído que lo que no ha sido todavía inventado o descubierto nunca será inventado o descubierto en lo sucesivo”.

 

 

1 Ensayo publicado originalmente como parte del libro Ciencia Sociedad y Cultura, Ensayos Escogidos de ediciones Universidad Diego Portales, Santiago de Chile, 2008, con la traducción al español de Edison Otero B. Se agradece a los editores la autorización para republicar este ensayo en particular.
2 Filosofa, Profesora de Filosofía y Derecho en la Universidad de Miami.

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