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Interações

versão impressa ISSN 1413-2907

Interações v.7 n.14 São Paulo dez. 2002

 

COMUNICAÇÕES

 

La crisis financiera argentina leída desde la política y la historia1

 

The financial crisis argentina, read from the point of view of politics and the history

 

 

Angel Rodriguez KauthI

Universidad Nacional de San Luis. Facultad de Ciencias Humanas

Dirección para correspondencia

 

 


RESUMO

El pueblo argentino está escribiendo – desde de diciembre de 2001 – una nueva historia. Es la historia que lo tiene como protagonista de la resistencia a los abusos de poder por parte de gobernantes que desde hace más de un cuarto de siglo no lo han tenido en cuenta, ya que prefirieron satisfacer los apetitos de los grupos financieros internacionales por sobre las legítimas demandas de la comunidad.

Palabras-clave: Manifestación popular, Fracaso, Marginación, Deuda pública, Soberbia.


ABSTRACT

A new history is being written since December, 2001 by the argentinians. They are the opposition against the main aspects of government abuse of power, or overcommanding. The government have ignored the people for more than twenty five years, since they have been satisfying the international finantial groups over the peoples legitimate requirements.

Keywords: Public demonstrations, Failure, Social exclusion, Public debt, Arrogance.


 

 

1. Introducción

Es necesario advertir al lector que escribir sobre la marcha de los acontecimientos políticos, económicos y sociales no es tarea sencilla. Puede aparecerlo ya que se tienen las imágenes frescas de lo que está sucediendo pero falta la distancia óptima que permita evaluar serena y maduramente lo que ocurre o ha ocurrido recién. Sin embargo, es preciso afrontar los riesgos de caer en las trampas de la subjetividad si se desea transmitir la realidad – tal como es interpretada por quien la escribe – en momentos en que Argentina protagoniza hechos históricos que la han de marcar de modo radicalmente diferente al acostumbrado. El pueblo, mi pueblo, está aprendiendo a decirle “Basta” a la corrupción de los políticos, jueces, gremialistas, banqueros y todos aquellos que se han enriquecido ilegítimamente en el último cuarto de siglo.

En estos momentos se ha llegado a una situación paradójica: se reclama que “se vayan todos”. Esto incluye a los dirigentes políticos de partidocracias obsoletas; a los economistas que con sus recetas crípticas han sido cómplices del saqueo del país; a los jueces y magistrados que se aliaron a tal complicidad, comenzando por los del más alto organismo jurídico: la Suprema Corte y los sindicalistas que se enriquecieron traicionando las demandas de sus representados. Obvio es que no faltan los analistas comprometidos con el establishment que señalan que esto llevará a la anarquía, ya que para poder gobernar o dirigir hace falta “experiencia”. De más está decir que el argumento es históricamente un disparate. Todas la revoluciones sociales han implicado un paso breve por la anarquía y el desorden, hasta que los “nuevos” aprendan a hacer sus trabajos sin las artimañas que nos han hundido en la oquedad de un pozo que no encuentra su límite final.

Lo que no se puede reconocer todavía es que se está escribiendo una nueva historia y su redacción se hace en las calles, en los barrios, con asambleas de vecinos – de diferentes extracciones sociales y económicas – que no permiten la asistencia de políticos ni de banderas que los representen. Es muy probable que de ahí surjan los nuevos dirigentes; esperemos que sea para mejor.

 

2. La omnipotencia de los argentinos:

Ya en otra oportunidad (Rodriguez Kauth, 1998) señalé que el tema de las finanzas no es precisamente uno de los acápites de la economía que mayormente interesen a la Psicología. Sin embargo, el decurso de los hechos políticos y sociales en la Argentina me han hecho variar de opinión y creo que es hora de entrar a tratar el tema en cuestión para poder entender de alguna manera el “malestar” (Freud, 1930; Bleichmar, 1997) que se manifiesta con diversos síntomas patológicos – orgánicos, psicológicos e, incluso, sociales – en las grandes masas poblacionales del país.

Sin dudas que con la metodología de los “cacerolazos” y las manifestaciones populares callejeras que se pusieron de moda como forma de protesta a partir de la segunda quincena de diciembre de 2001, el pueblo creyó poder terminar con la aplicación a pie juntillas del modelo capitalista perverso que desde la última dictadura militar (1976-83) ha venido imponiéndose en el país bajo el mandamiento de los ocupantes pretorianos nativos, pero que había sido pergeñado desde las metrópolis imperiales. Ahora estamos todos contentos, ¡al fin hemos sido los protagonistas autónomos e independientes de nuestra historia!. Haciendo un parangón analógico con lo que sostenía Riesman (1950) sobre los individuos dirigidos desde “adentro” y los que lo son desde “afuera”, pareciera que hemos elegido nuestro destino desde adentro mismo de nuestras entrañas.

Pero... pareciera que siempre surge una conjunción adversativa que pone palos en la rueda para no dejar que todo tenga un final feliz, como en las películas románticas. Esa conjunción adversativa la encontramos en que con las medidas de política económica puestas en marcha por el nuevo gobierno de Duhalde2 ya han empezado a surgir críticas duras y hasta conductas perversamente engañosas. ¿Acaso no estábamos hasta no hacía más que un mes atrás la mayor parte del pueblo llano convencidos de que la deuda pública era no solamente inmoral (Castro, 1985), sino que también era impagable?; ¿no es que atribuíamos todos nuestro males a la odiosa deuda externa cuyos reembolsos periódicos esquilman nuestros recursos y no nos permiten un crecimiento y desarrollo social y económico sostenido?; ¿no era que pedíamos – a gritos – una devaluación para lograr recuperar la economía nacional teniendo una moneda que fuese competitiva en el mercado internacional para que facilitase las exportaciones?; ¿no queríamos ser un país soberano que terminara con la dictadura de la “patria financiera” que se instaló desde el Proceso de Reorganización Nacional que tanta sangre dejó en las calles, gracias al operar de los genocidas militares?.

Pues bien, la propuesta de política económica hecha originariamente por el efímero Presidente – una semana – Adolfo Rodriguez Saá y retomada parcialmente por Duhalde pareciera que ha venido a satisfacer aquellas demandas. Públicamente – en su primer discurso – reconoció que el país está quebrado, que está fundido y que la cesación de pagos no es producto de la retórica verbal, sino que es una realidad a la que debemos enfrentar. El país ha dejado de ser confiable, tanto para los prestamistas internacionales como para los locales, no existe el crédito; en los últimos meses apareció un síndrome desconocido – el del “riesgo país” – que día a día crecía como un tumor maligno que consumía nuestras células y órganos. Claramente lo dijo el Presidente3 en su mensaje de asunción ante la Asamblea Legislativa que lo designó para completar el mandato restante del gobierno abandonado por la Alianza. Gobierno que huyó en medio del caos y la batahola popular de los “cacerolazos”. En aquel discurso Duhalde señaló que no se pagaría la enorme deuda externa que estrangula, no solo a las arcas fiscales, sino también a los bolsillos de cada habitante que son los que llenan esas arcas con su sacrificio y que ha llegado a arrastrar a la miseria a grandes sectores poblacionales que se han visto asediados por el fantasma de la desocupación.

Sin embargo, a poco de asumir han surgido voces de protesta contra su programa; no a causa que el mismo disguste intrínsecamente en sí, sino porque afecta los intereses de los pequeños ahorristas que han visto – con alarma – como sus depósitos a plazos fijos en dólares norteamericanos eran prácticamente confiscados por, al menos, un año. Es decir, las consignas que se gritaron entre el batir de cacerolas parece que no eran tan verdaderas, que poco nos importa ser una nación independiente de los poderes transnacionales de la globalización. Es como para sospechar que la volteada de un gobierno fue producto de las medidas económicas impuestas por De la Rúa, más que por sinceros deseos de recuperar la soberanía nacional, la cual hace varios años que fue entregada al mejor postor.

El protagonista que produjo la huida del gobierno de De la Rúa fue la clase media – la pequeña burguesía nacional – la cual se convocó en las calles de los barrios para marchar hacia la histórica Plaza de Mayo a pedir la renuncia del gobierno. Fue duramente apaleada por la represión; muchos creímos ver un acto revolucionario en el que se deja la vida por una causa altruista. Estuvimos equivocados, lo que les interesaba era salir del “corralito” financiero que le habían impuesto. Esto se hizo patente cuando por los medios de comunicación nos enteramos que individualmente se habían hecho presentaciones ante la justicia para reclamar por sus derechos... pero nadie de los que ahí estuvieron se presentó – ni individual ni colectivamente – para reclamar por el derecho a la salud de los enfermos que están desprotegidos de ella, ni por el derecho a la alimentación digna de los millones de habitantes que sufren crónicamente de hambre y mala alimentación, como así tampoco por la protección de los derechos humanos de segunda generación que fueron avasallados por un gobierno que llegó a gobernar de la mano de prometer la vigencia de todos los Derechos Humanos.

Es que la cultura de la solidaridad social de nuestra clase media no existe, cada uno se rasca para sí y no le interesa ni se preocupa por rascar a otro que le pica y no tiene manos con que rascarse. Es triste decirlo así, pero no es más que la cruel realidad que atraviesa el imaginario social de la pequeña burguesía argentina. Curiosamente, sus deseos de ser satisfechos en sus demandas – legítimas, por cierto – los han hecho caer en la trampa de utilizar los mismos argumentos que emplean los agentes de las empresas multinacionales, en especial las españolas4 para desprestigiar la política económica trazada por Duhalde y que apunta a satisfacer las necesidades que la inmensa mayoría de la población dijo que tenía. Más, como se verá al finalizar este texto, no somos creíbles, no solamente para los acreedores externos que ya no nos fían ni el saludo, sino tampoco lo somos para nosotros mismos. Una cosa es lo que decimos y otra muy diferente la que hacemos.

Vivimos una época – en el mundo entero – en que se han trivializado, banalizado, los análisis, las explicaciones, el pensamiento y el discurso político (Rodriguez Kauth, 2000). También la “clase política” sufre de soberbia y arrogancia al no saber escuchar las voces de protesta que surgen del seno mismo del pueblo, ellos solamente se aprovechan de la política para sus mezquinos intereses personales. Con frecuencia recurren a los fríos datos estadísticos, aunque los mismos solamente sirven para utilizarlos como aplicaciones cosméticas del horror que ellos provocan según sea quien recurra a los mismos. Intentaré que la presentación que continúa supere dicho nivel de superficialidad para ser capaces de comprender la profunda angustia y el dramatismo con que la población vive la cruda realidad argentina.

 

3. Historia económica, social y política del último cuartode siglo

El último cuarto del Siglo XX ha sido el peor período – de sus casi doscientos años de vida independiente – que ha sufrido la Argentina desde el punto de vista financiero, lo cual ha repercutido ineludiblemente en desmedro de la calidad de vida social, económica, política y psíquica – psicosocial – de la población toda. Esto último merece ser destacado, ya que sobre lo primero existen estadísticas certeras que los confirman, mientras que sobre la vida psíquica individual – y colectiva – normal-mente es dificultoso encontrar datos al respecto. Sin embargo, la División Urología del Hospital de Clínicas de Buenos Aires ha informado públicamente que desde que se instaló el “corralito”, un 50% de los pacientes que atienden en consulta – mayores de 50 años – son por pérdida de la libido, es decir que el apetito sexual de los “machos” está en baja; y esto bien puede leerse como una figura metafórica.

Desde el 19 de diciembre de 2001 que los argentinos nos consideramos los campeones mundiales en eso de voltear gobiernos y creer que hemos terminado definitivamente con modelos económicos perversos y – parcialmente – con sistemas políticos caducos, esto último por la corrupción que impera entre sus dirigentes. Desde que a fuerza de hacer ruido con cacerolas, ollas, sartenes, cucharones o latas, una pueblada popular logró echar al gobierno presidido por De la Rúa, por inoperante y, sobre todo, por su alianza perversa con un modelo económico que llevó a la miseria al pueblo que habita el territorio; pasando casi inmediatamente por la expulsión de otro breve gobierno interino que cruzó la raya de lo previsible en expresiones populistas y que se rodeó de la adhesión de políticos con frondosos prontuarios judiciales. Entonces nuestra soberbia hizo que creyéramos que poco menos que habíamos protagonizado la Revolución Francesa o la volteada del infame Muro de Berlín.

Esta característica de pretender ser que somos más de lo que real-mente somos, ya la señaló hace casi un siglo el ensayista argentino Manuel Gálvez (1910/2001), cuando escribía que “No recuerdo quién aseguró que la mentira es el vicio nacional. Yo agregaría que toda nuestra viveza es un continuo truco. Sobre todo en política. Vivimos mintiendo, engañándonos mutuamente...”; a lo cual agregaba más adelante que “El argentino, superficial y exhibicionista, tiene la arrogancia del ignorante engreído y práctica un arribismo desenfrenado, ostentando sus afanes...”. Esto se vivió de manera palpable durante la gestión de Martínez de Hoz, la época de la “plata dulce”, en que nuestra pequeña burguesía creyó que había tocado el cielo con las manos porque podía viajar a Miami a comprar electrodomésticos a precio de regalo para lo que valían en el comercio local. Y otro tanto ocurrió durante la fiesta menemista, el “y a mí que me importa” de lo que ocurra con el país mientras yo pueda gastar en automóviles importados de Europa o en una misera picadora de carne traída de la China fue el lugar común al que se recurría cotidianamente. Ni a los industriales nacionales les importaba mayormente ver como se destruían sus industrias, total ellos ahora se iban a ocupar de otro negocio: el de la importación, con lo cual ampliaban las ganancias y sin tener que lidiar con las demandas – siempre consideradas excesivas – de los trabajadores.

Desde una lectura ingenua, puede atribuirse la crisis que atraviesa nuestro país a los 42 meses de recesión sostenida, la cual se refleja de manera sencilla en tres ejercicios fiscales en que hubo un índice de inflación negativo, es decir, el consumo estuvo paralizado, lo cual acarreó que también la producción se detuviera y que los sectores más empobrecidos de la población se hundieran en la miseria; mientras que las capas medias y medias altas vieran reducidos considerablemente su nivel de vida (Minujín y Kessler, 1995). Más aún, se calcula que a finales de 2001 ocho mil miembros de estos sectores pasaron a la pobreza e indigencia. Todo esto fue producto de aplicar una política capitalista – dictada desde las metrópolis globalizadas del Nuevo Orden Mundial – agresiva y que no tuvo miramiento alguno para con nuestra realidad. Política que fue aceptada por los gobiernos títeres, especialmente el de la última década del siglo, el cual vivió lo que se conoce como “la fiesta menemista” durante los primeros 5 a 6 años del período, merced a la privatización de las empresas públicas5 un endeudamiento desmedido que no tuvo por objeto la inversión para el desarrollo y una altísima nivel de corrupción.

Más, al iniciar el escrito señalaba que el desastre financiero estuvo impreso durante los últimos 25 años. Esto no se contradice con lo expresado posteriormente, ya que se puede considerar como el puntapié inicial de la crisis a la época de la dictadura militar que gobernó con mano fascista la política interna, aunque desde el punto de vista económico y financiero se manejó bajo la más pura ortodoxia capitalista6 comandado por la mano de un economista como fue Martínez de Hoz, que para la aplicación de tal modelo necesitó apoyarse en las armas de los militares genocidas.

La desnacionalización de la producción y la industria nacional, como así también del endeudamiento espurio no finalizó con el advenimiento de la democracia conquistada por el pueblo. Por el contrario, gracias a la aplicación de diversos ardides, esa política económica perversa continuó hasta iniciado el nuevo milenio con el apoyo cómplice de los gobiernos que se sucedieron hasta la fecha.

Ninguno de los tres gobiernos constitucionales – no quiero decir democráticos – que tuvimos en los siguientes 20 años del término de la dictadura fueron capaces de romper con el cepo de acero que se tendió alrededor del país en política económica, social y financiera. Por el contrario, pese a sus declamaciones de tono populista, profundizaron al modelo.

Durante el período 1940-60, Argentina fue una casi potencia industrial periférica, pero tal condición la fue perdiendo de manera paulatina hasta los años 70 y luego lo hizo aceleradamente en un proceso regresivo o involutivo. El nivel de vida de la mayoría de la población es de peor calidad a aquellos años, en tanto que la deuda pública se ha acrecentado en alrededor de veinte veces más que cuando se inició la dictadura militar. En la actualidad ésta es de unos 160 mil millones de dólares, mientras que en 1976 no alcanzaba a los 8 mil millones. A lo cual hay que agregar que el país ha pagado a los acreedores unas 25 veces más de lo que se debía a mediados de la década de los ’70; gracias al sistema usurario de intereses se ha pagado más de lo que se debe acumulativamente.

A continuación veamos una tabla comparativa por años, monto de la deuda y los servicios de la misma que fueron pagados en concepto de amortización de capital más intereses devengados. La misma está expresada en millones de dolares y originada en fuentes del Banco Central de la República Argentina.

Cabe preguntarse ¿qué pasó con los 160 mil millones que se debían a principios de 2001?. No fueron invertidos en proyectos de crecimiento y desarrollo social y económico, sino que solo sirvieron para financiar el pago de lo que se debía. Es decir, con la más absoluta perversión sádica, se nos prestó para que amortizáramos lo que debíamos o para asegurarse el pago de vencimientos próximos.

El pago de la deuda pública – a acreedores externos e internos – ha significado una sangría para las arcas de erario nacional que, en definitiva, se nutre de la riqueza que producen los trabajadores que día a día ven disminuir su nivel de vida y sus condiciones laborales para facilitar los pagos. Vale decir, se han transferido a los acreedores no solamente los excedentes de riqueza producida, sino también la propia riqueza en dirección a quienes tuvieron la “visión” de prestar a gobiernos cómplices de tal maniobra que enajenaba el patrimonio de sus asalariados – que producen la riqueza – como el de los bienes del Estado a través de las privatizaciones.

La estrategia para producir la transferencia de riquezas consistía en asignar en el Presupuesto Anual de Gastos y Recursos una partida de los ingresos fiscales por todo concepto al pago de la deuda pública que – en su mayor parte, aproximadamente un 80% está en poder de las grandes instituciones financieras transnacionales.

Pero esto no es todo, la estructura económica y social del país no es confiable ni siquiera para los propios argentinos que poseen todavía alguna riqueza que no les ha sido enajenada. Al respecto, Keynes (1936) señalaba que “(...) nuestro deseo de tener dinero como reserva de valor” y que el mismo “(...) es un barómetro del grado de nuestra desconfianza respecto de nuestros propios cálculos y convenciones acerca del futuro”. En el caso por el cual se atraviesa el psiquismo cotidiano de los argentinos (Rodriguez Kauth, 2001b), la incertidumbre es mayúscula ya que desde que se acabó el festival de la banalización (Rodriguez Kauth, 1997) el temor recorre nuestras entrañas respecto a cómo resguardar los ahorros de una vida de trabajo o, en la minoría de los casos pero con mayor volumen de activos en efectivo, los dineros obtenidos merced a la especulación bursátil y financiera.

De tal suerte, se calcula que alrededor de 100 mil millones de dólares han salido del país para comprar títulos de la deuda pública argentina en el mercado financiero internacional y por ello reciben una buena parte de lo que todos adeudamos. Es lo que se conoce como fuga de capitales, que más tarde el país recupera vía nuevos empréstitos y emisión de bonos, es decir, se trata de algo así como un perro que quiere morderse la cola. Y es que los mismos capitalistas argentinos desconfiaban de la seguridad que puede brindar un país que constantemente está cambiando las reglas del juego, a más de que se evitan de pagar impuestos depositando sus activos en los paraísos fiscales que abundan por el mundo.

No se puede olvidar, para añadir a este panorama desolador, que durante los últimos años de la dictadura el sempiterno funcionario “económico” – Domingo Cavallo – se permitió el lujo de condonar las deudas privadas en dólares contraídas en el exterior a partir de la nacionalización de las mismas asumiendo el compromiso de aquellas ante los acreedores7 Creo que fue lo último que se nacionalizó en un país que ha vivido los últimos 20 años del siglo XX en medio de un festival de privatizaciones de los bienes del Estado.

A todo esto cabe agregar que durante la segunda hiperinflación – la que soportó Menem – apareció la salvadora figura de Cavallo para terminar con aquel síntoma. La liquidó con la “convertibilidad”, es decir, se terminó la locura de correr detrás de los dólares. Desde finales de 1991 – por ley de la Nación – un peso nacional equivalía a un dólar estadounidense. La medida fue oportuna, ya que logró su cometido y el país tuvo por casi once años una paridad cambiaria que redujo los tradicionalmente altos índices inflacionarios a los niveles “civilizados” de los países del Primer Mundo. Se cumplía el sueño menemista de que éramos como los poderosos, ya que teníamos una moneda equivalente a la de ellos, que no depreciaba su valor. Más, de nuevo aparece la conjunción adversativa, ninguna decisión política o económica es de por sí eterna, es preciso que las mismas se ajusten a los tiempos y circunstancias en que les toca moverse. La convertibilidad trajo el beneficio de la previsibilidad en cuanto a la paridad monetaria pero vino asociada a perversiones que se advirtieron unos años más tarde. Esto ocurrió cuando el país dejó de tener precios competitivos para colocar sus exportaciones en otras partes, a la vez que se convirtió en el paraíso para la entrada de mercaderías – la mayor parte de las veces de contrabando – con lo cual se cerró el círculo no virtuoso de acabar con la industria nacional. Ya no teníamos a quien venderle como consecuencia de la falta de competitividad de nuestra moneda. En principio se adujo que eso ocurría por efecto del alto “costo argentino”, que en buen romance significaba que nuestros trabajadores ganaban demasiado con sus labores y, entonces, se introdujeron medidas paralelas como la de disminuir los aportes patronales, las cargas sociales etc. Pero esto no era suficiente para bajar el costo argentino y se inventó la solución de la flexibilización laboral, que en buen romance no fue otra cosa que la rebaja de salarios. Total, con el gran ejército de desocupados constituido en virtud de la real desaparición de la industria nacional, no era difícil conseguir obreros o empleados que estuviesen dispuestos a trabajar por lo que se les ofreciese y así se llegó a que en épocas de De la Rúa el Congreso – en sesiones no muy santas, por cierto – sancionase una ley “laboral” que legitimaba los “contratos basura”.

La convertibilidad había logrado sus propósitos no explícitos de liquidar a la industria nacional y con ello a la capacidad laboral de nuestros trabajadores. Fue una operación perfecta para los intereses del imperiocapitalismo (Rodriguez Kauth, 1994).

Más esto no es todo para mostrar la complicidad con el sistema financiero internacional y vernácula, ya sea por acción, omisión o imbecilia perversa. Los sucesivos gobiernos democráticos de Alfonsín, Menem y De la Rúa, particularmente el del segundo que fue un campeón en el deporte de privatizar, se encargaron de asumir los pasivos de aquellas antes de venderlas a precio vil. De tal suerte y gracias a políticas serviles, es que se destruyó sistemáticamente el aparato productivo nacional, tanto el industrial como el tradicional agropecuario. En la actualidad solamente son rentables las empresas de servicios, especialmente la banca que en su gran mayoría está en manos de banqueros extranjeros y las que otrora fueran conocidas como de “servicios públicos” – teléfonos, aguas, electricidad, hidrocarburos etc. – aunque hoy estén privatizadas y solamente les interesa acumular buenos dividendos en sus balances para así exportar capitales hacia sus casas matrices en el exterior – que es lo que les exige el sistema capitalista globalizado – siendo España uno de los destinos más frecuentes, ya que desde ahí se ha reiniciado la colonización de nuestro territorio con inversiones financieras de poco riesgo, después de que lo hicieran por primera vez hace algo más de 500 años (Rodriguez Kauth, 1994b). El reproche a España no es casual, no en vano en medio de la crisis política de finales de 2001 vino a visitar Argentina el ex Premier Felipe González y pocos días después lo hizo el Ministro de Relaciones Exteriores de Aznar; sus visitas no fueron de buena voluntad – como tanto insiste en remarcarlo públicamente Aznar – para poner en práctica sus generosos planes de “ayuda”. Hasta para el analista menos advertido la presencia de estos dos altos dirigentes políticos españoles – de signo político enfrentado – fue hacer presión sobre las autoridades argentinas en defensa de los intereses de las empresas españolas que son las que mayores inversiones han hecho aquí en los últimos años: algo más de 40 mil millones de dólares.

 

4. Historia reciente

El año 2001 fue fatídico para la economía, la política y la sociedad argentina. En marzo se sucedieron dos crisis ministeriales, especialmente en el ámbito de Economía, que concluyeron con el nombramiento de Cavallo – él nuevamente – en el área en cuestión. Con sus primeras medidas apuntó a favorecer el crecimiento pero, fiel a su costumbre, no dejó de operar en beneficio de los banqueros. En poco tiempo y dado que ya no podía negar la condición de país en cesación de pagos debido a la ausencia de crédito para financiar los reembolsos de la deuda pública, decidió que los argentinos debíamos vivir con lo que recaudábamos y, entonces, edificó un monstruo llamado “déficit cero”. Para lograrlo ni se le pasó por su calva cabeza la posibilidad de incumplir con los pagos a los acreedores de bonos y títulos argentinos, sino que cortó por la parte más delgada de la soga: redujo los salarios de los empleados públicos y de los jubilados en un 13%. Además de haber sido una iniquidad, es obvio hasta para el menos conocedor de los procesos económicos de que si el país venía con tres años de recesión y deflación, aquella decisión conduciría a acentuarla más aún, ya que sacaba dinero del mercado. Y, si no hay consumo, mal puede haber recuperación económica y mucho menos ingresos fiscales para que podamos “vivir con lo nuestro”.

Como es obvio, el plan no tuvo el éxito deseado por su mentor, no solamente aumentó la recesión y con ella la desocupación, sino que como era de esperar en la misma relación cayó la recaudación fiscal, con lo cual aquello de “vivir con lo nuestro” se convirtió en una simple expresión de deseos, ya que tampoco teníamos recaudación genuina. El país había entrado en una suerte de caos social y en un auténtico descrédito generalizado hacia la “clase política” (Mosca, 1926), pero el gobierno era como si mirase para otro lado; hacía oídos sordos a los reclamos populares y, lo que es peor aún, en un evidente proceso psicótico, utilizaba el mecanismo de la renegación de aquellos, que no es otra cosa – en el lenguaje común y corriente – que mentir.

Como última medida para superar una crisis insoslayable y que ya no se podía ocultar con palabras que sonaban a hueco, el Gobierno resolvió implementar una medida que popularmente fue conocida como “el corralito”. La misma obedeció a la fuga de unos 20 mil millones de dólares de los depósitos bancarios hacia refugios en el exterior, o bien a lo que desde antaño se llama “adentro del colchón”, aunque esta estrategia fue utilizada por los pequeños ahorristas, en tanto que los grandes optaron por la primera solución. Esos dineros fueron retirados básicamente de las operaciones de plazo fijo, las cajas de ahorro y las cuentas corrientes de los bancos. El “corralito” no fue otra cosa que pasar por sobre la ley de intangibilidad de los depósitos, congelando los mismos y permitiendo solamente hasta el retiro por parte de los clientes de una suma de 250 dólares semanales de cajas de ahorro o de las cuentas corrientes, mientras que el pago de los vencimientos de plazos fijos iban a comenzar a reintegrarse en 90 días a sus tenedores a partir del 3 de diciembre.

Sin dudas que la fuga de 20 mil millones de dólares no se hizo de un día para otro, comenzó durante la crisis de marzo, vale decir, la eventual solución drástica llegó tarde, cuando ya la gente “amiga” del Poder hizo sus extracciones de fuga. Por otra parte, tampoco quepan dudas que esa cifra no correspondía a pequeños tenedores de plazos fijos que protegían sus ahorros obteniendo una renta mensual, sino que para sacar tamaña cantidad era preciso que se tratase de cuentas varias veces millonarias – en especial de las empresas privatizadas que remitían sus bienes a las casas matrices – y de quienes tenían dineros malhabidos merced al enriquecimiento ilícito u otras maniobras no legítimas y que contaban con la complicidad de los bancos para hacer las transferencias a sus casas matrices en la centralidad financiera mundial o hacia los paraísos fiscales que son los únicos paraísos que existen en el mundo de hoy.

Asimismo, las medidas económicas fueron complementadas con la “bancarización” compulsiva de todos los asalariados y pequeños comerciantes que debían cobrar sus ingresos a través de la apertura una cuenta de ahorro en la que le serían depositados sus ingresos. Si se tiene en cuenta que aproximadamente más de un tercio de la economía argentina se mueve en el mercado informal – “en negro” – esto aumentó la desocupación de aquellos trabajadores que no figuraban inscriptos como tales y que, en consecuencia, debían ser despedidos, ergo, la desocupación aumentó a la cifra récord del 20%8.

La aplicación de esas medidas de la noche a la mañana – la frase no es un recurso metafórico – trajo aparejado un profundo malestar en los pequeños ahorristas y en los asalariados que veían, ahora sí sin eufemismo alguno, que sus dineros eran lisa y llanamente confiscados por los bancos con la intermediación cómplice del Estado.

Lo que no dijo Cavallo cuando anunció los impopulares criterios, es que ellos no solamente se tomaban para proteger los intereses de los banqueros, sino que también apuntaban a proteger el bien común (Platón, Aristóteles, Agustín de Ipona) ya que un retiro masivo de fondos necesariamente haría colapsar al sistema financiero y bancario – una virtual quiebra – debido a que prestaron los dineros recibidos a más largo plazo de que el que correspondía a su devolución a los clientes que lo habían depositado.

Pero fue lo que la población llana percibió inmediatamente como la confiscación de su dinero el detonador que hizo estallar el malestar contenido de varios años, la “bronca”, en los sectores medios y empobrecidos de la población. La “gente” (Magallanes, 1993) comenzó a manifestarse de diversas maneras; los más humildes lo hicieron asaltando lugares donde hubiese comida – supermercados – ya que el hambre corroe las entrañas de más de un tercio del sector pauperizado y no se puede pretender la vigencia de normas éticas cuando el hambre aprieta las entrañas. A su vez, los sectores medios y medios bajos lo hicieron a través del batir de cacerolas reclamando que se les devolviera lo que era suyo. Entre la noche del 19 de diciembre y la tarde del día siguiente se vivieron horas de horror – 28 muertos, centenares de heridos y miles de detenidos – como resultado de la violenta represión policial ordenada por un Decreto firmado por De la Rúa que establecía el Estado de Sitio como una forma de mantenerse unas horas más en un poder que nunca ejerció. Esto duró hasta que se produjo la ansiada renuncia del Presidente De la Rúa, el que pasará a la historia no solamente como aburrido, incapaz y autista, sino también como el autor indirecto – por su Decreto – de tales episodios de salvajismo represivo9.

En definitiva, que la pequeña burguesía nacional no salió a protestar por las injusticias que a diario se veían en el país, sino que lo hizo solamente con relación a sus mezquinos – aunque legítimos – intereses egoístas. En honor a la verdad, debe reconocerse que estos estratos medios y medios bajos la última vez que salieron a la calle a protagonizar hechos sociales, económicos y políticos en defensa de los intereses de los más desprotegidos fue el 29 de mayo de 1969, cuando se produjo el célebre “cordobazo” que terminó por voltear a una dictadura infame – la del General Onganía – y que más tarde recobró el poder de la voluntad popular a partir de un llamado general a elecciones.

No quepan dudas de que la pequeña burguesía nacional, o también llamada clase media – aunque Marx nunca la reconociera como tal, pese a que él sobre el tema de las clases sabía bastante – ha sido y continúa siendo un sector cuya cultura comunitaria deja mucho que desear. Siempre pensó y actuó en función de sus intereses inmediatos, sin importarle mayormente la situación o el sufrimiento de los otros. Esto mismo lo esbozó Ingenieros (1913), pero es preciso retornar a Gálvez (1910/2001) para encontrarlo con más precisión cuando decía que el argentino medio vive en un ambiente que le “(...) exige que se simule el talento, la honradez, las vinculaciones sociales y políticas, el coraje, la riqueza, la ilustración, la fortuna con las mujeres, la fama literaria o científica y hasta la más repugnante truhanería, que aquí todo se aplaude”. A esto le añade palabras lapidarias cuando al referirse a la situación que se vivía por entonces en la capital de la República que “(...) las actuales condiciones de vida han creado una innoble lucha por la existencia que, como es natural en un pueblo de farsantes y mentirosos, se realiza por la emulación de todos los posibles medios fraudulentos”.

Esa truhanería a la que se refería Gálvez, no solo era testimonio de la burguesía de su época, en realidad es propia de la mayor parte del pueblo argentino, todos nos mienten y todos mentimos. Mienten los políticos en sus campañas electorales y mentimos nosotros cuando decimos que los votamos confiados, mienten los gobernantes cuando anuncian los datos y estadísticas acerca del estado de las cuentas públicas – cuyos males siempre son reprochados a los administradores anteriores – y nos mienten con datos estadísticos “dibujados” para hacer aparecer como exitosa a su gestión. Pero también mentimos to-dos cuando decimos y actuamos como si nos importara la mentira de los de arriba respondiendo con la mentira de abajo que suele expresarse en el aplauso comprado o el complaciente para no perder el empleo que tenemos, etc. etc.

Pues bien – o mejor dicho, mal – en la actualidad el pueblo todo está sufriendo por varias causas y la presentación del ordenamiento que haré no tiene sentido prioritario: a) la rebaja nominal de sus salarios e, incluso, la pérdida del poder adquisitivo de los mismos debido a la devaluación dispuesta por Duhalde – un 40% para terminar con la convertibilidad que afectaba a nuestras exportaciones, pero que los comerciantes inmediatamente trasladaron a los precios de las mercaderías hasta en un 70%10; b) una altísima tasa de desempleo que afecta especialmente a quienes están a la búsqueda de su primer trabajo, es decir, los jóvenes, y también a los mayores de 40 años a los cuales la moderna reingeniería laboral no logra insertarlos en nuevos trabajos cuando lo han perdido; c) la caída de los servicios sociales – en especial los de salud – ya que los aportes a las obras sociales que hacen tal cobertura son en algunos casos desviados en dirección a sus faltriqueras por dirigentes gremiales corruptos y venales, mientras que en otros directamente la patronal no hace los aportes que por ley le corresponde efectuar; e) el alarmante aumento de la pobreza y la concentración de la riqueza cada vez en menos manos. Se calcula de modo estimativo en unos 14 millones de pobres a la población con hambre crónico; f) los privatizados servicios públicos que funcionan solamente para dejar ganancias a sus concesionarios, pero habiendo perdido el sentido de “servicios” a causa de lo pésimo que venden a los mismos; g) el sistema productivo fue abandonado y reemplazado por importaciones. Existen industrias que están trabajando al 30% de su capacidad instalada – por ejemplo la textil y la del juguete – mientras que otras han desaparecido.

Todo este panorama, que sería tedioso reflejar aquí, condujo a una reacción muy temida por los gobernantes: el estallido social. Hasta principios de 2002 este solamente ha tenido testimonio en expresiones de protesta de los sectores afectados: desocupados, barrios carenciados en servicios elementales, hambreados y reclamos por salud, educación y justicia independiente, ya que esta última siempre “falla” en favor de los poderosos.

Más, entre finales de 2001 y principios de 2002 ha aparecido un protagonista en la escena revoltosa que desde hacía muchos años venía haciendo mutis por el foro: la pequeña burguesía, la clase media. Son los afectados en donde más les duele: en sus ahorros puestos en el sistema financiero. Pese a no tener – personalmente – confianza en que estos sectores de la burguesía puedan tomar la auténtica conciencia de clase en lugar de la falsa conciencia (Marx, 1847) que desde siempre les ha puesto su sello, es altamente probable que sin realizar alianzas con el proletariado, finalicen en un mismo camino de protesta y reclamos que de por tierra con el sistema político y el modelo económico injusto imperante.

Pero mucho me temo que ocurra algo semejante con lo que sucedió con S. Allende en Chile – en 1972 – y con A. García en Perú (1985), es decir, que la presión ciudadana afloje en sus demandas y esta nueva clase media pauperizada sea acosada por el desabastecimiento que están produciendo las grandes empresas transnacionales y acabe por aliarse con estos con tal de conseguir los productos que aún puede adquirir, aunque sea a precios exorbitantes y así abandonen a los otros sectores. Total, ¡a quien le importan 14 millones de hambreados!. Una prueba elocuente de esto lo ofrece nuestra historia reciente. Cuando los piqueteros cortaban calles y rutas reclamando trabajo y comida, los sectores medios los repudiaban porque eso iba contra el derecho a la libre circulación, ya que les impedía ir a hacer sus trabajos. Sin embargo, ahora son ellos los que cortan calles y se reúnen en la Plaza de Mayo o en la del Congreso, haciendo lo mismo que aquellos a los que rechazaban. Pero lo que no pueden tolerar es que sus manifestaciones pacíficas puedan ser “copadas” por grupos a los que acusan – haciéndose eco de los argumentos del Poder a fin de desmovilizarlos – de “infiltrados políticos” que se suman a ellos para “cometer desmanes”. Desmanes que no son otra cosa que agresiones violentas contra los símbolos del poder económico que nos oprime, aquello que los mediocres no se animan a hacer precisamente por su condición de “medio pelo” (Jauretche, 1966).

Así fue como se llegó al 25 de enero, la “gente” nuevamente se movilizó con la metodología del cacerolazo para protestar contra un gobierno que ha anunciado mucho y ha hecho poco en más de 20 días. Esa noche, millares de argentinos salieron a las calles a protestar contra el famoso “corralito”, pero también lo hicieron contra la clase política, contra los jueces de la Suprema Corte de Justicia a los que no considera independientes del poder político, en fin, en contra de todo un sistema corrupto. Las expresiones de protesta tuvieron lugar en todo el país, pero la que atrajo la atención es la que tuvo lugar en Buenos Aires. Curiosamente, todo se desarrolló en paz bajo el griterío de cánticos y el sonar de objetos que hiciesen ruido pero, al retirarse los manifestantes de la Plaza, bajo una copiosa lluvia, fueron agredidos por la Policía Federal con gases lacrimógenos y balas de goma, sin que nada justificara la represión.

Es que a los gobiernos no les gustan estos testimonios de repudio y, la agresión policial, tuvo por objeto decirle al pueblo que no molestara más con esas expresiones. Y aquí no se puede olvidar que Duhalde es el mismo que siendo Gobernador de la Provincia de Bs. Aires alentó a lo que se conoció como la “maldita policía bonaerense” y ahora dirige a la “maldita Policía Federal”, a la que utiliza como patota de choque para enfrentar al pueblo que le reclama que se vaya. Pero el pueblo ha aprendido a decir “BASTA” y, tengo la esperanza de que no se deje arredrar por los actos de violencia gubernamental. Se están viviendo horas dramáticas que recuerdan a los estertores de la última dictadura militar.

 

5. El panorama internacional para argentina

Pese a las declamaciones de buena voluntad para “ayudar” al país a salir del marasmo en que se ha introducido, no dejan de escucharse voces que pareciera que viniesen de otro planeta. Así, desde el FMI se ha dicho que Argentina saldrá de su afligente situación “con más sufrimiento”. Por favor, mi pueblo está cansado de padecer sufrimientos por culpa de gobernantes que han sido cómplices activos de las “recetas” recesivas de los funcionarios del FMI. Asimismo, desde la frontera para adentro, existen personeros del sistema financiero que reclaman al gobierno una fuerte represión contra las manifestaciones que agreden los edificios bancarios, aluden a que es preciso que corra sangre para que el pueblo escarmiente de sus metodologías. Pareciera que no se dan cuenta que ha de correr sangre popular pero, en definitiva, terminarán por rodar sus cabezas por las calles cuando el pueblo se harte de tanta ignominia y decida ser un auténtico protagonista de su historia diciendo “¡basta ya!”.

Leído desde una mirada internacional, un posible cambio de conducta argentino en cuanto a la deuda podría tener repercusiones imprevisibles en el escenario mundial. No solamente por la desestabilización que provocaría en los mercados financieros más industrializados nuestra cesación de pagos, sino porque su decisión podría abrir una puerta ejemplarizadora para otros países que comparten semejantes condiciones de vasallaje. Para que esto suceda es preciso que las movilizaciones populares obliguen a las autoridades a asumir una posición firme de reformas económicas con una repartición progresista del ingreso nacional y una política fiscal equitativa y redistributiva disminuyendo el regresivo IVA generalizado y aumentando la tasa del impuesto a las ganancias y a los patrimonios11.

Todo esto podría ser complementado con acciones políticas y jurídicas para recuperar -aunque no sea más que parcialmente – los dineros evadidos del país por grandes corporaciones nacionales y transnacionales. Asimismo el Banco Central debiera tomar una política activa en el control de movimiento de capital y operaciones de cambio para así proteger a los inversores locales de maniobras especulativas.

Desde una perspectiva social, es preciso que urgentemente el gobierno de Duhalde – o el que le suceda, ya que estimo que le queda poco tiempo de conduccioón – deberá recuperar el poder adquisitivo de los salarios y jubilaciones, a la vez que reforzar el sistema de seguridad social mediante la garantía de un ingreso mínimo para los desocupados, con lo cual no solamente se reparará a un dañado sector social, sino que también se logrará el aumento del consumo de productos nacionales que gracias a la devaluación están más baratos que los importados. A su vez, esto facilitaría el mejoramiento de las relaciones comerciales con los países vecinos que, al acercar la banda cambiaria no facilita que se nos sienta tan “norteamericanos”.

¿Será mucho pedir que alguna vez ocurra esto?. No olvidemos que A. Einstein supo decir que “en las dificultades se esconden las oportunidades” (Infeld, 1956). ¿Será posible que los argentinos dejemos de mirar “el que dirán afuera” y escuchemos lo que se dice adentro?. Para ello se necesitan no solamente agallas sino también credibilidad por parte de la población, que sin dudas ha de apoyar tales medidas en su inmensa mayoría.

 

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Dirección para correspondencia
Angel Rodriguez Kauth
Casilla de Correo 272 – 5700 – San Luis/Argentina.
E-mail: akauth@unsl.edu.ar

Recebido em 10/06/02
Aprovado em 02/04/03

 

 

Notas

IProfesor de Psicología Social y Director del Proyecto de Investigación “Psicología Política”, en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de San Luis, Argentina.
1Texto revisto pelo autor.
2Quien asumió trás una crisis institucional que dejó por el camino a cuatro Presidentes en menos de dos semanas, aunque esto sin alterar la estructura constitucional de la Nación: todo un récord.
3Quiero aclarar que no soy peronista ni que lo voté a Duhalde en las elecciones de 1999; por el contrario pertenezco a la mayoría que votó por una Alianza que nos engañó a todos con su discurso verbal y lo que luego realmente hizo – o no hizo – desde el gobierno.
4Los famosos “lobbies”, que actúan presionando sobre gobernantes, legisladores y jueces para lograr la protección que necesitan sus empresas y que han encontrado eco en los pequeños burgueses.
5Se calcula que fue una pérdida de 60 mil millones de dólares para el patrimonio nacional.
6Al que la mayoría de los tratadistas llaman “neoliberal”, pero particularmente me niego a tal calificativo debido a que si el neoliberalismo es perverso, entonces su antecesor, el liberalismo, también lo fue. Y esto es un error conceptual que hace caer en la trampa clerical a quienes lo utilizan de despreciar al liberalismo, que permitió terminar con el aislamiento intelectual y político del oscurantismo medieval (Rodriguez Kauth, 2001).
7La deuda privada se elevó a más de 14 mil millones de dólares. Entre ellas cabe mencionar a las filiales locales de multinacionales como Renault, Mercedes-Benz, Ford Motor, IBM, City Bank, Bank of Boston, Chase Manhattan Bank, Bank of América, Deustsche Bank.
8Para los primeros 20 días de enero de 2002 alcanza ya el 23%.
9Por el cual están siendo procesados judicialmente diversos funcionarios de su gestión y él mismo.
10Es inexplicable como en el país del trigo y la carne, la bolsa de harina haya aumentado un 40% y la carne en un 30%.
11Téngase cuidado con el “miedo” que puede provocar Argentina no pagando su deuda externa; Argentina ni tiene la posición estratégica de Turquía en el Bósforo, ni la ubicación política de Rusia ni – como México – es el “patio trasero” de los EE.UU. que, ante situaciones semejantes fueron rescatados con salvatajes financieros que rápidamente les permitieron recuperar una relativa estabilidad.