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Revista Mal Estar e Subjetividade

versão impressa ISSN 1518-6148

Rev. Mal-Estar Subj. vol.10 no.1 Fortaleza mar. 2010

 

RESENHA

 

"Entre deudas y culpas: sacrificios. Crítica de la razón sacrificial1."

 

 

Autor de la reseña
Julieta Ábrego Lerma

Licenciada en psicología por la UNAM (México), maestra y doctora en estudios latinoamericanos por la Universidad de Toulouse II - Le Mirail (Francia). End.: Borago 78, B-303. U.H. La Draga, col. Miguel Hidalgo. 13200, México D.F. E-mail: julietaabrego@gmail.com

 

 

 

(Marta Gerez Ambertín)
Buenos Aires, Letra Viva, 2008. 259p.

 

 

Plurales son los significantes de los Nombres del Padre y varias las paradojas que conllevan. Muchas son también las encrucijadas en las que los sujetos se sitúan a lo largo de sus vidas y diversas las respuestas que suscitan los enigmas a los que se confrontan. El título mismo anuncia esta multiplicidad de deudas, culpas y sacrificios que responde a la pluralidad de los Nombres del Padre y que la autora revisa sobre los caminos que los sujetos transitan cuando se enfrentan a la deuda originaria que, siendo de estructura, habita el corazón humano. Trayecto sinuoso en cuyos obstáculos impera la voz del superyó que impele al sacrificio y que en el empuje compulsivo de la lógica sacrificial conduce a padecer, a pagar y a gozar de más.

Sosteniendo la propuesta de leer en el sacrificio una consecuencia necesaria de las paradojas de los Nombres del Padre, Marta Gerez recorre las obras de Freud y de Lacan y evoca, o en su caso convoca, el diálogo crítico con psicoanalistas y con autores de las llamadas disciplinas humanas. Entre los primeros destacamos a Braunstein, lector crítico que prologa el libro; a Rabinovitch, Rabant y Fernández, apoyando la reflexión; a Girard y Allouch, motivando la crítica. Entre los segundos abundan las referencias que van desde Robertson Smith y Kierkegaard, hasta Benveniste, Lévi-Strauss y Mauss, además de Durkheim, Arendt, Derrida y Eco, entre otros.

La ley de los Nombres del Padre restaura y moviliza la dimensión de la prohibición y la culpa inconsciente que conlleva el parricidio. Paradójico y mítico asesinato del padre con el que ha nacido, en ficción retrospectiva, la vida en sociedad. Acto rememorado y convocado, desde el inconsciente, en los sacrificios sagrados y en los múltiples sacrificios paganos de los que da cuenta la clínica: accidentes, torpezas, fracasos y síntomas inconscientes que, circulando por la vía del deseo o en franco desbocamiento hacia el goce sacrificial, son ilustrados por la autora con casos aludidos o trabajados en la obra de Freud; con historias de vida de personajes celebrados; y, sobre todo, con obras de la creación estética. Obras que desde la literatura, el teatro, la ópera y el cine, enriquecen la lectura teórica y que, sin suplantar a los sujetos de la transferencia, subrayan el carácter trágico y universal del material con el que trabaja el psicoanálisis.

El paso de la naturaleza a la cultura que Freud signa con el mito parricida de Totem y tabú, conlleva el advenimiento del padre simbólico y el velamiento simultaneo de la horda y del padre primordial del que subsiste un resto. El nacimiento de la cultura da así una forma paradójica a la culpa inconsciente que causa la necesaria renuncia al deseo de lo prohibido (objeto perdido que el fantasma viene a recubrir: $◊a). La culpa remite al goce mortificante del padre primordial que se erige en superyó, y se constituye también en raíz del complejo de Edipo que anuda el deseo a la ley del padre por la que el sujeto, con sus títulos fálicos en la bolsa, accede al intercambio y hace frente a la castración. Consintiendo - nos dice la autora - a que en la vida no sea todo ganancia, ni todo sea a lo que se renuncia.

El legado de lenguaje, filiación y linaje atribuido al padre legislador y regulador de la vida en sociedad, comporta una deuda originaria que es impagable. Además, constituye un legado imperfecto en sus dos vertientes: la simbólica, que remite al gran Otro tachado; y la real, que remite al objeto a. "El padre falla: falla en su goce al ceder el Nombre, pero también falla en el Nombre al ceder al goce" (p. 81), escribe Gerez. El padre que los hijos se construyen falla en lo simbólico porque estando él mismo marcado por la castración, porta una ley que es inconsistente y dona un Nombre que, sostenido en el lenguaje, tan sólo representa. Falla también en lo real, porque estando sujetado él mismo a la ley de la palabra, hereda sus faltas y autoriza el paso por el acto que suscita la angustia que aproxima al goce fallido.

El hijo porta así las máculas del padre (fallas de la genealogía), las más de las veces intentando encubrirlas, maldiciéndolo y añorándolo; profanándolo y consagrándolo, conjuntando los opuestos de la dupla significante con la que el término sacer recubre tanto a los sacrificios como a los costados del padre.

La cara maligna del padre, animalidad originaria del Urvater, ley desregulante que en Freud es el destino funesto que lleva al encuentro con das-Ding ("eso", la "cosa"), y que en Lacan se lee como incompletud del orden simbólico y falla en lo real, es lo que resta del padre muerto que no termina de morir. Resto que subsiste en los sujetos como falta en el hueco desde el que resuena (tal como el shofar), la mal-diciente voz del superyó que impele al sacrificio.

La cara amable del padre ancestral autoriza el don como intercambio pacificante por la vía de la demanda que discurre en el orden de lo simbólico. Fabricando un Otro deseante: S (:), el sujeto se pregunta sobre el lugar que puede tener en el deseo del Otro. Abre así la vía a la ofrenda de señuelos, de dones con función agálmica, con los que le es posible tramitar su angustia y asegurarse un lugar en el deseo del Otro que, más allá del lugar, nada garantiza pero pacifica.

Si el sujeto puede enmascarar al objeto por siempre perdido bajo los velos del amor que circulan en la promesa amorosa y asumir el costado de sacrificios y renuncias que implica el amor, ello es así no en oposición a la versión perversa del padre espectral, sino a consecuencia de ella. El deseo, nos recuerda Gerez siguiendo la teorización lacaniana del objeto a, se sostiene de la falta, del resto traumático y pulsional por el que el sujeto puede también, y a pesar de la castración, virar hacia la pregunta sobre el goce del Otro y hacia la pretensión de encubrirlo en el suplicio sacrificial con una libra de carne que no alcanza valor de don simbólico: "Satisfacer el goce del Otro supone no interrogarse por su deseo -¿qué me quiere?- sino responder al imperativo del Otro glotón y a lo que precisa para colmarse: ¡Es tan peor, quiere gozar(me)!" (p. 148).

Y es que reconocer la deuda genealógica pasando por el Otro castrado, comporta el riesgo de querer lavar las faltas de aquél para no ocuparse de las propias, y en el desconocimiento de la causa, duplicar el reproche: "soportar la falta del Otro y hacerlo ser-sin-falta para proclamar: «Soy culpable y tan defectuoso..., por eso, ampárame... discúlpame porque cargué tus máculas a costa de sacrificios y así te disculpé»" (p. 127).

La mutua alimentación entre culpa y repetición da cuenta del salto sacrificial de la vía del deseo a la del goce. La multiplicación del pago que se le ofrenda al padre enaltecido, conlleva el consecuente incremento de la deuda y la transformación de la culpa quejosa en la culpa muda con la que el sujeto, acobardado y escudado tras la pasión de ignorancia, cede al Otro la causa de su deseo a cambio de la necesidad de castigo y de la fascinación sacrificial ante la deuda que, en su cúspide de alturas estratosféricas, demanda ser saldada con la vida.

Cediendo al Otro la causa de su deseo y confundiendo las faltas propias (la culpa) con las del Otro (la incompletud), el sujeto pierde el soporte fantasmático y queda expuesto al objeto como real: ($f&a). Alienado al Otro, sin causa y sin cauce, separado de la cadena significante, el sujeto así desubjetivizado y desplomado, ofrece, con su vida, la libra de carne no negociada en relación al significante.

Tal es la infortunada ruta de Ifigenia frente a su padre Agamenón, quien ante las faltas genealógicas, pasa de la aflicción a la perversión. Incapaz de renunciar al desamparo paterno y de apelar a la vergüenza como último recurso para recuperar algo del pudor perdido en su exposición al real, Ifigenia pasa de la demanda amorosa al proceso fallido al padre, y de éste a la caída melancolizante que culmina con su aniquilación sacrificial. Queriendo salvar al padre idealizado, Ifigenia termina apostándole a lo peor del padre.

El psicoanálisis, lejos de avalar la posición de víctima, conduce al sujeto a enfrentarse a sus acciones sacrificiales. "Indagarlas, precisa Gerez, supone atravesar desde el campo del ello y superyó - almácigo del silencio pulsional y la compulsión - al de las formaciones del inconsciente en las que la subjetividad puede implicarse en la causalidad de su producción y acotar el goce que propicia el ofrecimiento sacrificial. Pasaje en el que es posible virar de sujeto víctima a sujeto culpable, y desde el sujeto culpable al sujeto responsable" (p. 57).

Se trata pues de involucrar al sujeto en el cuestionamiento de su goce, en la restauración de sus velos fantasmáticos, en el encausamiento de sus dones simbólicos y en la desañoranza del padre, pues este Otro al que algo le falta, se sostiene precisamente de su falta de existencia. Es por ello que Gerez nos conduce, más allá del padre ideal y tras las huellas del perturbado Freud en la Acrópolis, hacia la dimensión del amor hereje en la que el deseo es aliado del acto responsable en desamparo, desculpabilización, gratitud y duelo: "Atravesar el duelo inacabado por el padre ideal es batallar la vida en orfandad, desamparo, sin garantías, pero, sobre todo, es apostar a una vida que no cede en su deseo" (p. 96).

El duelo por el padre en el amor hereje implica la referencia y el lazo con el Otro descompletado. En ello se distingue de la coartada perversa del canalla que reniega de sus deudas y sujeción al Otro. "Finalmente el Otro es inautentificable y, tras esa inautentificación, asoma el objeto a y, si es así, ya no es posible añorarlo tanto. Pero es preciso que su asesinato simbólico haya tenido lugar (...) Su tumba, no sin un resto, está vacía. En torno a ese resto el duelo persistirá inacabado" (p. 108).

La lógica sacrificial tiene sus razones, razones de peso que, conformando la subjetividad, impregnan el malestar en la cultura y que pueden, sin gran dificultad pero no sin complejidad, guiar la miseria psicológica de las masas hacia el sometimiento sacrificial que se traduce en los sacrificios colectivos modernos que asedian al siglo: holocaustos y shoahs; ofrendas y devastaciones. Por ello, bien merece la crítica que la autora plantea: "en la pretensión de arreglarlo todo, se acaba aniquilando todo" (p. 22). Crítica que va siendo detallada y desplegada en el discurrir de su escritura. En el horizonte de cada capítulo asoma la apuesta por la vía del deseo hacia la economía sacrificial en el trayecto de la cura. Apuesta que es también múltiple, pues apunta al cuestionamiento responsable de la implicación subjetiva en el deseo y el goce, los propios y los de los otros; a la defensa de la subjetividad con sus paradojas estructurales; al tránsito del sujeto por la vía que causa su deseo, sin cederlo; al duelo por el padre ideal; y a la dimensión del acto en orfandad y desamparo.

La apuesta del psicoanálisis no podría no concebir tal multiplicidad y complejidad, salvo que los psicoanalistas dejaran de animar su práctica en función del imposible que los guía e intentasen domesticar al goce. Se viraría así hacia el hechizo de terapéuticas hipnóticas o persuasivas, hacia la promoción del individuo autónomo e ingrato tan pregonado en los manuales de autoayuda, hacia el lastimero y cruento camino de la piedad y la caridad, o hacia el elogio del heroísmo no menos mortífero, todos ellos implicados en la lógica sacrificial y en las modalidades de anudamiento del lazo social contemporáneo.

La ética en la que el psicoanálisis se sustenta sería entonces suplantada por la moral culposa, siempre asediada por la implacabilidad del superyó. Su práctica dejaría de encausar la pulsión de muerte hacia la creación, y dejaría simplemente de ser el reverso del discurso del amo que hoy está al servicio del capitalismo neoliberal, de enunciados de estatuto discursivo dudoso que, al alcance de cualquier amo (carismático o atroz), promueven el desentendimiento de los Nombres del Padre, la forclusión de la castración y el arrinconamiento de las cosas del amor, amenazando al lazo social y a las formaciones del inconsciente.

El libro que reseñamos es el complejo argumentativo que, en torno al sacrificio, elabora una psicoanalista implicada en una práctica en la que no parece pretender ceder el deseo que la anima. Es el resultado de catorce años de reflexión que Gerez ha dedicado al tema y es también, para nosotros, muestra de un compromiso respetuoso, responsable y crítico con el sujeto del inconsciente y con la subjetividad de nuestra época.

 

Notas

1. Traducción al portugués: Entre dívidas e culpas: sacrifícios. Crítica da razão sacrificial, Rio de Janeiro, Companhia de Freud, 2009. 269p.

 

Referencias

Ambertín, Marta Gerez. Entre dividas e culpas: Sacrificios: Critica da razão sacrificial. Rio de Janeiro: Companhia de Freud, 2009. 269 p.         [ Links ]

 

 

Recebido em 25 de janeiro de 2010
Aceito em 08 de fevereiro de 2010
Revisado em 10 de fevereiro de 2010

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