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Universitas Psychologica

versão impressa ISSN 1657-9267

Univ. Psychol. v.7 n.1 Bogotá abr. 2008

 

 

Una aproximación a la caracterización de la atmósfera psíquica en cuanto factor de desarrollo psíquico en adolescentes gestantes

 

An approximation to the characterization of psychic atmosphere as a psychic development factor in pregnant teenagers

 

 

Nubia Torres*; Andrés Santacoloma; Maggui Gutiérrez; Juanita Henao

Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia

 

 


ABSTRACT

This study intends to characterize psychic atmosphere as a psychic development factor in pregnant teenagers. The case research in a qualitative approach was used within the framework of the clinical psychoanalytic method. 6 pregnant teenagers with ages between 14 and 17 years, from a low socio-economic level were chosen, whose pregnancies were not a result of sexual abuse and who belonged to the "Pregnant and breastfeeding mothers" of the Tunjuelito Secretary for Social Integrations Local subdirection in Bogotá. Three in-depth interviews were carried out with each individual. The psychic atmosphere of the pregnant teenagers has contributed to stop ping psychic development altogether in 5 cases, and to its deterioration in the other case.

Key words authors: Psychic atmosphere, Psychic development, Pregnant teenagers.

Key words plus: Teenage pregnancy, Psychosexual development, Psychology applied.


RESUMEN

La presente investigación busca caracterizar la atmósfera psíquica en cuanto factor de desarrollo psíquico en adolescentes gestantes. Se utiliza el estudio de casos de enfoque cualitativo, enmarcado en el método clínico de enfoque psicoanalítico. Se seleccionaron seis adolescentes gestantes entre 14 y 17 años, de estrato socioeconómico bajo, cuyo embarazo no fue consecuencia de abuso sexual, pertenecientes al programa "Madres gestantes y lactantes", de la Subdirección Local de la Secretaría para la Integración Social de Tunjuelito, en la ciudad de Bogotá. Con cada una se realizaron tres entrevistas en profundidad. Se encontró que la atmósfera psíquica de las adolescentes gestantes ha contribuido al detenimiento del desarrollo psíquico en cinco de los casos, y al deterioro del mismo en uno de ellos.

Palabras clave autores: Atmósfera psíquica, Desarrollo psíquico, Adolescentes gestantes.

Palabras clave descriptores: Embarazo en adolescentes, Desarrollo psicosexual, Psicología aplicada.


 

 

La díada madre-bebé, como todas las relaciones humanas, expresa una de las características fundamentales de lo humano para su misma constitución: la innegable necesidad de una íntima relación con un otro, de una comunicación vinculante –más allá de las palabras–, dotada de significado, cadencia y ritmo, que da calidez, tensión o frío al ambiente que cubre dicha relación. El despliegue de un desarrollo mental enriquecedor tiene su base en este vínculo, envuelto en una atmósfera emocional, que a la vez depende de él.

La "atmósfera psíquica" hace referencia a las cualidades del espacio o escenario mental en el cual se lleva a cabo la vida psíquica; tiene que ver, tanto con la producción mental en la complejidad de la presencialidad vinculante, lo intersubjetivo, como con los procesos mentales, en los cuales tienen lugar las múltiples y variadas versiones del sí mismo y de los objetos, es decir, lo intrasubjetivo. La atmósfera psíquica, si bien envuelve los vínculos, va más allá de los mismos, pero es también producida por éstos. De esta atmósfera depende el despliegue y continuidad de la vida psíquica. Si en ella se puede registrar lo nuevo, contener las emociones, darles significados y transformarlas simbólicamente, la vida mental continúa; si no, se puede detener, destruir, deteriorar o ser deficitaria para el enfrentamiento de la propia vida.

Esta investigación pretende aportar a la comprensión de una atmósfera psíquica que contribuya al fortalecimiento y desarrollo de la díada madre adolescente-hijo. Nuestro problema de estudio está constituido por tres ejes fundamentales que se cruzan: La importancia del desarrollo psíquico de la adolescente; el vínculo, privilegiando la díada madre-hijo; y la atmósfera psíquica, que envuelve tanto al vínculo madre-hijo como a los vínculos con otros significativos. Por tanto, nuestra pregunta investigativa es: ¿Cómo es la atmósfera psíquica que envuelve al vínculo de la madre adolescente gestante con su hijo y con otras personas significativas, y qué sentido tiene para su desarrollo psíquico?

Un antecedente reciente en el estudio de la maternidad adolescente desde la perspectiva psicoanalítica, en el que se destacan los temas de "atmósfera psíquica" y "desarrollo psíquico", lo constituye el proyecto de práctica clínica de enfoque psicoanalítico de la Facultad de Psicología de la Pontificia Universidad Javeriana desde 2005, denominado Sufrimiento y desarrollo psíquicos: clínica e intervención, así como el trabajo de Gutiérrez, Castellanos, Henao y Santacoloma (2007).

 

Adolescencia

Un intento definitorio de la adolescencia como etapa, dice Rojas (1996),

comprendería al adolescente como una persona que se ve confrontada en un determinado momento de la vida, después de la pubertad, a la necesidad de redefinir los equilibrios antes logrados entre el sujeto y su cuerpo, entre el sí mismo y los otros, entre el narcisismo y las relaciones objetales, entre su mundo interno y el mundo externo, términos éstos que deben ser articulados entre sí por un vínculo de doble vía ? (p. 323).

En términos de Jeammet (como se cita en Rojas, 1996), la adolescencia muestra de manera ejemplar la articulación entre la historia del sujeto, su estructura y la coyuntura. Mientras la historia abarca lo impuesto por el pasado, por los vínculos con el entorno y por la herencia tanto genética como transgeneracional, la estructura corresponde a la configuración psíquica del individuo, y la coyuntura a la dimensión adolescente, con sus dos vertientes, fisiológica y psicosocial. Dice Rojas (2002):

la tarea esencial de la adolescencia es la de reconstruir y reorganizar el narcisismo del sujeto, un intento por hacerlo renacer de otro modo, oscilando en permanencia entre la posibilidad vital de la transformación y el riesgo de la muerte. Lo que está en juego en tal momento es el destino mismo. Sin lugar a dudas, el trabajo de reconstrucción y de reorganización supone la confrontación con los orígenes y la sexualidad en su dimensión edípica; la búsqueda de un conocimiento de sí mismo que no resulta posible sin el otro; la definición de la posición del sujeto en relación con el objeto; la interrogación de la identidad y las identificaciones; el (re)descubrimiento del amorpasión y la idealización; la apertura a lo novedoso o el encierro en la repetición de lo idéntico; la necesidad de elaborar los duelos y de asumir el dolor inherente al crecimiento (p. 206-207).

 

Vínculo madre-hijo y atmósfera psíquica

Lebovici (1988) se pregunta sobre qué es lo efectivamente comunicado entre progenitor y bebé en los primeros meses de vida.

Lo que al parecer se transmite de uno a otro está fundamentalmente representado por los afectos de cada miembro del par en cada instante de la interacción. Por otra parte, las modalidades de comunicación empleadas por los dos miembros del par (la mirada, la voz, el contacto de piel, las posturas, y otras) son mucho más aptas para comunicar el afecto, el estado emocional de cada uno, que representaciones o pensamientos (p. 184).

De todas maneras, la descripción de estos modos de comunicación precoz permite encuadrarlos como matrices de las futuras representaciones.

Los elementos iniciales de la comunicación intraverbal y extraverbal no deben, pues, considerarse al margen del diálogo afectivo: en esto se impone seguir el camino que va de la acción a la representación.

Los afectos, según Lebovici (1988),

son los ingredientes esenciales de la supervivencia, después del nacimiento. Ellos son el medio para que se establezcan las interacciones sociales entre el mundo del bebé y todo aquello que está fuera de ese mundo. Desempeñan un papel constante en orden a alimentar una relación significativa entre la madre y su bebé, a través de organizaciones que parecen nacer, pero que no hacen sino emerger. La hipótesis más importante es, en definitiva, que estos afectos no son la consecuencia de la interacción social, sino que la acompañan e incluso la determinan y la completan (p. 243).

Cada vez se advierte más (Lebovici, 1988) que si la madre vive sin demasiada frustración o sensación de abandono, el desplazamiento del interés del bebé hacia otros objetos, la separación, será promovida, y el bebé se sentirá libre para explorar e investir su ambiente, especialmente al padre. En cambio, si la madre se siente abandonada y no soporta la separación del niño, este percibirá mensajes afectivos negativos asociados con su separación, y le resultará difícil precisar si su angustia de separación se liga a sus propias necesidades o a las de su madre.

La madre desempeña un papel esencial al evitar que su bebé quede sometido a excitaciones permanentes. Al calmarlo y permitirle dormir, refuerza el sentido de los estímulos, en especial los que provienen del exterior, que de ese modo habrán de adquirir un valor positivo para el progreso del niño. La tranquilidad que le proporciona lo protege también de los estímulos internos. Gracias a este escudo materno, dispuesto de forma tal que puede asegurar la supervivencia psíquica del bebé, es que tiene sentido hablar de madre "continente" o protectora frente a los estímulos (Bion, 1962).

Según Winnicott (1971, 1999) el padre representa la encarnación de la ley y el orden introducidos por la madre en el mundo del niño. Debido a su relativa distancia, se presta para representar la ausencia, el no y la prohibición, con lo cual impone límites al odio del niño hacia su madre. Su presencia suficiente brinda una figura de proyección para el odio. El padre también es un modelo identificatorio para la integración del yo, y proporciona el marco externo de la relación, que es un marco sólido que duplica en cierto modo al marco interno hecho de empatía y ternura.

Para Freud, la cuestión paterna está en el centro mismo de la cultura, en la medida en que es la que hace posible la filiación y, por lo tanto, la simbolización (Schoffer, 2002). Lebovici (1988), destaca el papel de la figura paterna en tanto tiene la capacidad de permitir la diferenciación psicosexual. Para Green (1999), el tercero, el padre, no aparece después de la relación dual, está allí desde el principio; primero, presente en la mente de la madre y ausente para el niño; luego, presente entre el niño y la madre, y por último, presente en la triangulación edípica. Finalmente, cuando es superada, está presente a nivel del superyó.

Ahora bien, la relación madre-bebé puede verse perturbada por diferentes pasos en falso; puede verse afectada la armonía de la interacción, lo cual dificulta el placer de los miembros de la pareja, lo mismo que el desarrollo de la capacidad de relación del bebé. Es decir, podemos partir del vínculo llamado "normal", hasta llegar a las alteraciones del mismo, que podemos llamar patológico. Pero lo más interesante, quizá, es que todo vínculo está inmerso en una atmósfera psíquica particular. De aquí que cuando se habla, por ejemplo, de un vínculo paranoide, caracterizado por la desconfianza y la vindicación que el sujeto experimenta con los demás, se habla también de una atmósfera psíquica donde predomina la amenaza y la persecución. Algo similar se puede decir del vínculo depresivo y de la atmósfera psíquica que lo encierra, en la que predominan la culpa y la expiación, así como del vínculo obsesivo y de su atmósfera, caracterizada por la rigidez, el control y el orden. Si nos referimos a la histeria de angustia, el vínculo se caracteriza por el miedo, pero con seguridad la atmósfera que lo cobija siempre ha estado matizada por la ansiedad.

Parafraseando a Muñoz (1996), la "atmósfera psíquica" hace referencia a las cualidades del espacio o escenario en el cual se lleva a cabo la vida psíquica inconsciente, con sus múltiples y variados personajes, múltiples y variadas versiones del símismo (self) y de los objetos. De la atmósfera en la cual se despliega este mundo interno depende la continuidad de la vida psíquica, las emociones y las funciones de los objetos externos e internos, su capacidad para contener los afectos, darles significado y transformarlos simbólicamente.

 

Desarrollo psíquico

El desarrollo de la personalidad para el psicoanálisis es concebido como un proceso que se dirige hacia adelante en una serie de movimientos en espiral, y está estrechamente ligado con la expansión del aparato para pensar pensamientos (Bion, 1966), y del mundo interno, aquel escenario en el que los significados son creados. Desde este punto de vista, la vida mental se centra en las circunstancias emocionales significativas con los demás. Meltzer (1990) afirma que las experiencias emocionales ocurren en el marco de las relaciones íntimas y genuinas, es decir, por fuera de las relaciones casuales, suponen un conflicto estético y se las estudia a través de la simbolización y la imaginación.

Ahora bien, cuando la intensidad de lo sensorial es tal que no se puede contener y transformar dentro del sí mismo, los mecanismos que utilizamos son la evacuación o la evasión, que lleva a que todos los atributos importantes de la mentalidad (pensamiento, juicio, observación) queden excluidos y se opere de manera primitiva. Esta forma de funcionar, fue denominada por Bion (1966) "protomental", pues lo que la caracteriza son los grados de excitación y el tipo de recursos que utiliza el sujeto para deshacerse de las intensidades que no puede tolerar.

Así, podemos decir que tenemos dos formas de asumir las vivencias emocionales: la sobrevivencia y el crecimiento. Meltzer (1990) diferencia entre fenómenos que resultan de las experiencias emocionales sujetas al pensamiento, al juicio, la decisión y las posibles transformaciones en el lenguaje, de aquellos fenómenos habituales que se caracterizan porque son automáticos, no intencionales.

Meltzer (1979) propone una manera de evaluar el funcionamiento mental del sujeto a través de la llamada dimensionalidad de la mente. Acompañada de la dimensión espacial, Meltzer considera que es posible reconocer la dimensión temporal, que tiene un desarrollo que va de la circularidad a la oscilación y, finalmente, al tiempo lineal, del "tiempo de la vida", desde su inicio hasta la muerte. Así, propone que la fantasía inconsciente puede desarrollarse en un mundo unidimensional, bidimensional, tridimensional y tetradimensional. Para efectos de este texto, describiremos sólo la segunda posibilidad, la bidimensionalidad, que se establece cuando la significación de los objetos se experimenta como inseparable de sus cualidades sensuales que pueden captarse como superficies. La concepción de sí mismo está limitada.

Esta superficie sensible puede ser maravillosamente inteligente en la percepción y la apreciación de las cualidades de la superficie de los objetos, pero sus objetivos van a ser cercenados por una empobrecida imaginación, dado que carece de medios para construir en su pensamiento objetos o hechos distintos de aquellos experimentados de manera concreta. (Meltzer, 1979, p. 199)

En este caso el tiempo adquiere una vaga continuidad en la circularidad, al moverse de un punto al otro en la superficie del mundo.

 

Objetivo

Describir la atmósfera psíquica que envuelve el vínculo madre-hijo, y con otras personas significativas, en adolescentes gestantes en condiciones socioeconómicas deficitarias; y establecer, desde el referente psicoanalítico, el sentido que tiene dicha atmósfera psíquica para su desarrollo psíquico.

 

Método

Categoría general: Atmósfera psíquica Subcategorías: Cualidades de los objetos: Características de los objetos (internos y externos) con los que se relaciona el sujeto. Emociones o afectos de los objetos: Características emocionales o afectivas de los objetos (internos y externos) con los que se relaciona el sujeto. Funciones de los objetos: Conjunto de acciones físicas o mentales que desempeñan los objetos (internos y externos), capacidad para contener las emociones, darles significado y transformarlas simbólicamente.

Se utilizó como diseño el estudio de casos de enfoque cualitativo, enmarcado en el método clínico de enfoque psicoanalítico. Las adolescentes escogidas hacen parte del programa: "Madres gestantes y lactantes", de la Subdirección Local de la Secretaría para la Integración Social de Tunjuelito, en la ciudad de Bogotá.

A través de una selección no probabilística intencional, se escogieron seis casos con las siguientes características: adolescentes, menores de 18 años, de estrato socioeconómico bajo y en gestación de un embarazo que no fuera consecuencia de abuso sexual. Una vez informadas sobre el carácter del estudio y sus derechos, accedieron voluntariamente a participar con la aprobación de alguno de sus padres o acudientes. Con cada una de las adolescentes, se realizaron tres entrevistas en profundidad de carácter clínico psicoanalítico, con una duración promedio de una hora, las cuales fueron grabadas con la aprobación de ellas y desarrolladas siempre por el mismo investigador. Cada uno de los tres de los investigadores del proyecto con formación psicoanalítica asumieron dos casos, y fueron responsables, tanto de la realización de las entrevistas, como de su análisis.

Las entrevistas en profundidad fueron abiertas, aunque se delimitaron tópicos comunes como: situación actual en relación con el embarazo; relación con su hijo (cualidades, emociones y funciones); relación con el padre del hijo (cualidades, emociones y funciones); relación con cada uno de los padres (cualidades, emociones y funciones); relación con pares y otros significativos (cualidades, emociones y funciones); descripción de su infancia y pubertad; recuerdos de eventos significativos; proyectos futuros.

Después de las tres entrevistas iniciales y de un primer análisis, se desarrollaron entrevistas de devolución. El análisis e interpretación de la información se realizó en dos etapas. En la primera, de análisis intrasujeto, se transcribieron las entrevistas y, posteriormente, se sometieron a un proceso de codificación y categorización utilizando el programa Atlas-ti de análisis cualitativo. Las categorías utilizadas inicialmente fueron descriptivas y comunes para todos los casos, pero también surgieron categorías emergentes, propias y particulares para cada caso. Específicamente, las categorías utilizadas fueron: las relaciones objetales, el sí mismo, la atmósfera psíquica y el desarrollo psíquico.

Cada investigador efectuó el análisis de sus casos y, en sesiones de trabajo en equipo, se presentaron y discutieron dichos análisis. A partir de este trabajo analítico de carácter intrasujeto, se realizó la segunda etapa que estuvo orientada a un análisis intersujeto, es decir, a comparar y analizar los casos en equipo, a identificar las tendencias comunes y a establecer las particularidades, para posteriormente llegar a formular las conclusiones sobre los seis casos estudiados.

 

Resultados y discusión

Nuestro estudio arroja elementos que permiten pensar en la primacía de factores edípicos en dos de los casos tratados, en los cuales el deseo inconsciente de un hijo del padre está en la base. Sin embargo, lo más llamativo es que encontramos en la mayoría de las jóvenes madres un estado de desarrollo mental en el que priman las respuestas a experiencias sensoriales y la descarga de la excitación sin mediación del pensamiento. De este modo, difícilmente tiene cabida la estructuración de deseos y/o fantasías en torno al embarazo y la maternidad.

Como hipótesis, podemos establecer que la pulsión, desde el punto de vista psicoanalítico, sustenta el surgimiento de la maternidad y el embarazo. Sin embargo, la forma como esta energía pulsional se expresa es múltiple. Una cosa es que la pulsión esté ligada y alcance una expresión de calidad con el objeto de la pulsión, y otra, como en el caso de nuestras adolescentes, que el objeto, el otro de la pulsión, aparezca como un medio de descarga que está ahí de manera accidental, sin alcanzar una representación en el pensamiento.

Este estudio nos deja ver que la adolescente embarazada suele encontrarse inmersa en un estado de confusión, aislamiento, temor e inseguridad. El embarazo, al tiempo que configura precozmente una identidad femenina en la adolescente, también se convierte en una amenaza para su identidad, precisamente por la fragilidad de sus identificaciones en esta etapa. En muchos casos, el mismo bebé, en virtud de su capacidad de respuesta y de acción sobre el mundo, es capaz de llevar a su madre hacia el sentimiento de que realmente es una madre y no simplemente una niñita que juega a serlo.

Antes de describir las relaciones entre las madres adolescentes del estudio y sus personajes importantes, partimos de aquello que Meltzer (1990) establece como características de las funciones de los padres dentro de la familia, las cuales pueden ser descritas como oscilantes, es decir, que están en continuo movimiento entre polaridades de relación. Entre ellas están: generar amor, promulgar odio, promover esperanza, sembrar desesperanza, contener el dolor depresivo, emanar angustia persecutoria, pensar, crear confusión.

Los casos, de los cuales a continuación presentamos conjuntamente los resultados y el análisis, están designados por las letras E, F, D, J, P y A. Con respecto a las relaciones objetales, las cualidades del objeto materno se despliegan en un amplio espectro: desde la profunda idealización de una madre perdida y la vivencia de un sustituto maltratador y cruel, en el caso de E, a un personaje débil, enfermo y necesitado, en el caso de F; a un personaje sin maldad, claro pero poco afectivo, cumplidor del deber, con quien no es posible profundizar en los lazos de amor, en el caso de D; a un personaje afectuoso, acompañante, "compinchero", sobreprotector, que excluye la figura masculina como sujeto de presencia, orden y fuerza afectiva, en el caso de J; a un personaje bravo, impulsivo, que ofrece una protección agresiva y que gobierna con exclusión de la ley paterna, pero conservando la presencia física del padre, en el caso de P; y, finalmente, a un objeto acompañante, complaciente y transgresor, que recurre a la mentira como estrategia de sobrevivencia, en el caso de A.

En el psiquismo de las adolescentes, la relación establecida con su madre promueve escisión, dependencia, sumisión, miedo y transgresión. Gran parte de la lucha presente en la relación madre-hija en cada uno de los casos se centra en la sobrevivencia psíquica. En cinco de los casos, la figura materna está presente y acompañante, y en uno de ellos, actualmente, existe una figura sustituta generosa y cuidadora, situación que ofrece a las jóvenes madres la protección y el amparo, sin los cuales su condición física y psíquica sería muy precaria. Sin embargo, observamos en este estudio que el tipo de vínculo que establecen madre e hija dificulta el desarrollo autónomo de la joven, no sólo como individuo sino en su función materna, y en cuanto a la posibilidad de establecer relaciones saludables con el padre del bebé. La madre de la adolescente suele ser quien elige el nombre del bebé y vive la maternidad, dejando a su hija en la posición de "niña" o de objeto inanimado que ha perdido todo derecho. La excepción la constituyó el caso de J, una joven que, previamente a su embarazo, había establecido una relación matrimonial con la anuencia de sus padres.

En este estudio se corrobora la observación de Gutiérrez et al. (2007), según la cual las madres que conviven con la hija adolescente embarazada se apropian del bebé, ya sea de manera afectuosa o agresiva. Asumen la responsabilidad del cuidado de su hija, hecho que, en la mayoría de los casos, impide que la joven pueda expresar tranquilamente sus deseos o entrar en contacto con las intensas emociones que trae la situación de embarazo. Se observa que la madre de la adolescente no es un personaje que promueva en la joven la posibilidad de desarrollar una capacidad para tolerar el dolor mental y aprender de él, función que se relaciona con el pensar a partir del contacto con la verdad (Bion, 1963). De esta forma, la relación sí mismoobjeto en el vínculo madre-hija se desvanece, pues prima la defensa de la vida biológica, hecho que está estrechamente relacionado con las precarias condiciones socioculturales que han vivido generacionalmente. De aquí que todas las fuerzas vitales se orienten hacia la supervivencia.

Las cualidades del objeto materno, así como la relación que establecen con sus hijas embarazadas, deja entrever el uso de estrategias de sobrevivencia en las cuales el desarrollo psíquico se encuentra comprometido. Las descripciones de estas relaciones madre-hija en cada uno de los casos son diversas. Sin embargo, el común denominador es que no posibilitan la formación de una atmósfera saludable para el vínculo de la joven madre con su bebé y con su entorno, en la que pueda sentirse cuidada sin ser infantilizada o sometida, y en la que logre expandirse su deseo de maternidad y fortalecerse el sí mismo.

Con relación a las cualidades del objeto paterno, éstas son descritas por las adolescentes de manera sintética: como un padre desconocido, por un lado, y reemplazado por un sustituto tramposo y seductor, en el caso de E; como un personaje abandónico y ausente, sustituido por uno presente, idealizado, compartido con la madre y erotizado, pero con cierta capacidad para no pasar al acto incestuoso, en el caso de F; como un personaje calmado, cariñoso, responsable, acompañador y silencioso, en el caso de D; como un personaje huraño, rechazante, denigrador y productor de miedo, en el caso de J; como un personaje juicioso, trabajador, cariñoso, que con el embarazo le retira el afecto a su hija y no puede contener el avasallamiento de la madre, en el caso de P; y, finalmente, como un personaje difuso que no representa mayor importancia para su hija y del que se puede deducir que es inestable, en el caso de A.

La imagen paterna es claramente la de un personaje debilitado, hecho que confirma lo encontrado por Gutiérrez et al. (2007). Incluso, a pesar de su presencia física, no ocupa en el psiquismo la fortaleza que le permite cumplir con sus funciones de protección, de organización y de establecimiento de la ley en el ámbito de la familia, la hija embarazada y el padre del bebé. La vivencia que las jóvenes embarazadas tienen de esta figura es de miedo en algunos casos, de desamparo, en otros, y, en general, de muy poca comunicación. Es un objeto anhelado, inaccesible y temido. Cuando aparece, lo hace generalmente a través de reacciones agresivas, que no alcanzan a imponer una ley que organice u oriente la constelación familiar. Este personaje suele ser considerado como un "bravocastrado", "pintado en la pared". La ley que prima en el hogar es la ley materna, que si bien pone orden en el seno familiar, no se instaura como norma que pueda interiorizarse y que tenga incidencia y significación en el mundo externo.

En general, los padres se desdibujan en el seno familiar, y cuando aparecen de forma clara o precisa, lo hacen de modo agresivo o erotizando la relación con sus hijas. Se trata de una figura de bilitada, sin otro poder que el de la fuerza bruta, que, cuando permanece al lado de la mujer, es un personaje de menor importancia, dependiente de la figura femenina. Incluso en el caso de F, en el que la madre es una mujer enferma y debilitada, es la hija embarazada la que impone la ley ocupando su lugar. En el mejor de los casos, a los padres se les tiene miedo, pero al final todo es decidido por la mujer de manera subrepticia. La madre, sin embargo, le cuida y trata de conservarlo o recuperarlo, pues en su mente es importante el hecho de "tener marido". En el caso de J, su figura paterna, si bien debilitada, posee cualidades de cercanía afectiva, de compañía, una presencia no agresiva, con cualidades más maternas, que permiten a la joven elegir una pareja con características similares y construir una nueva familia; es el caso más estable y armónico del estudio, aunque con poca vitalidad.

A pesar de la presencia física del padre, hay una atmósfera anti-masculina, debido a la insuficiencia o debilidad de la figura paterna, o a una fuerza en la mujer que adquiere características hostiles y anti-masculinas. Meltzer (1990) señala que la familia que funciona de esta forma es de tipo matriarcal; representa el predominio de lo femenino, y, a su vez, hace que lo masculino aparezca aún más desdibujado.

Con respecto al padre del bebé y compañero de la adolescente, éstos son descritos de manera diversa por ellas: como un personaje idealizado, juguetón, confiable, a pesar de que la relación pronto se rompe y es reemplazado de manera abrupta por alguien mucho mayor y más organizado económicamente, a quien ahora se le adjudican características de idealización similares, en el caso de E; como un personaje 30 años de edad, parecido al padrastro, posesivo, celoso, confiable, con quien mantiene una relación secreta, en el caso de F; como un personaje de 14 años de edad, que huye inicialmente del "problema", pues no puede dimensionar las necesidades del otro y las consecuencias de sus actos, y establece una relación superficial con D; como un personaje que es su esposo, comparte con ella la timidez y la responsabilidad frente a sus hermanos menores, tiene características similares a las del padre, amoroso y responsable, y constituyen un grupo privado e independiente de la familia de origen, en el caso de J; como un personaje presente, cariñoso, consentidor, que ofrece seguridad, que acepta y desea al hijo desde el principio, no es aceptado por la familia de la joven, y ella se siente muy temerosa de esta relación, en el caso de P; como un personaje a quien es difícil describir por parte de la adolescente, y que no resuena afectivamente en ella de manera importante, en el caso de A.

Las características de los compañeros son variadas. Sin embargo, cuando en la pareja de ellas está presente el deseo y la aceptación del hijo, la función materna en la joven se fortalece, haciéndosele más fácil asumir su hijo en su mente, como en los casos E, J y P, a pesar de las circunstancias diversas y adversas. Por el contrario, cuando la pareja es clandestina, está ausente o huye de la escena, el espacio del bebé en la mente de su madre es escaso, y le es más fácil, entonces, delegar o entregar el bebé al cuidado de su propia madre. Podríamos decir que es como si el deseo del padre también fecundara la posibilidad de expandir el deseo de maternidad, que en ese momento adquiere sentido y eficacia psíquica.

Por otra parte, es evidente que la presencia del otro masculino establece una diferenciación que permite la expansión de la subjetividad y favorece cierta autonomía frente a la voracidad materna, posibilitando un límite y una organización al desborde de las apetencias femeninas. Es claro que se requiere de la presencia de un objeto externo (masculino o femenino) que facilite la vivencia de organización y de ley en el inicio de la estructuración de la subjetividad, lo que no quiere decir que ésta no sea una función que una mujer no pueda cumplir internamente, gracias a una adecuada identificación suya con la función paterna. Resaltamos, entonces, la alteridad como motor de desarrollo.

De aquí, la necesidad de favorecer el lugar de la pareja en la preparación, durante el embarazo, para asumir la maternidad, hecho que en la cultura se suele adjudicar principalmente al ámbito femenino, que en su búsqueda de protección, cuidado y homogeneidad, desestima e incluso desvaloriza el lugar del padre como sostén, protector y contraste, que demanda y promueve movimientos. Estas reflexiones pueden dar cuenta, de alguna manera, de las dificultades crecientes que tienen los hombres para asumir la paternidad y la pareja.

Con respecto al bebé, su presencia en la mente de las adolescentes ha tenido que abrirse campo con mucha dificultad; en algunas de ellas es sólo una idea de algo que crece en el cuerpo, pero que carece de características claras, y, cuando las adquiere, se torna idealizado, irreal y mesiánico. En el caso de E, el bebé es una manera de reencontrar a su madre perdida e idealizada, con el que espera reparar maníacamente su sensación de desamparo. Para F se trata de una presencia ajena; ella representa en la fantasía inconsciente un hijo con su padrastro; el bebé es la realización de deseos prohibidos, y, a su vez, teme que sea robado por su madre y padrastro. por su parte, D siente que el bebé no cabe en su cuerpo, y, por supuesto, menos en su mente; se refiere al mismo como "eso", es algo que la sobrepasa, le produce miedos y no puede ser representado. En el caso de J, el bebé surge como una obligación, como una responsabilidad generacional, como un cumplimiento del anhelo del padre; tiene el papel de "mesías", de alegría, de bendición de tipo religioso; espera que sea un varoncito para que no tenga que "bregar" en la vida. En el caso de P, la presencia del bebé la llena de sentimientos ambivalentes, de temores y añoranzas, de inseguridad y ganas de asumirlo poco a poco; lo cuida en secreto dentro de sí misma. En el caso de A, el bebé no tiene características claras ni una resonancia afectiva genuina en ella, es más bien objeto de discurso, de predicamentos, pero sin ninguna apropiación.

Si bien algunos de estos bebés son producto de un verdadero deseo inconsciente, lo claro es que ninguno de ellos fue esperado de manera deliberada. La mayoría son hijos accidentales, resultado de un placer sensual que no alcanza el nivel de representación en la mente de sus padres. En el mejor de los casos, como sucede con J, es un hijo de la sumisión al deber transgeneracional. El bebé surge en un momento en que la joven aún está atravesando su tránsito de niña a mujer, tal vez como una defensa frente a las pérdidas que supone dejar atrás la etapa infantil, o como una actuación maníaca de su nueva condición de mujer.

En la mente de estas adolescentes el bebé no tiene un espacio legítimo y claro, pues ellas, al parecer, no tienen los suficientes recursos psíquicos para concebir un hijo en su mente; de aquí que la idea del hijo sea casi siempre idealizada. Es una maternidad en la que prima aprender a hacer tareas, operaciones, que bien podrían confundirse con un juego de muñecas, pero en la que la función de contención emocional (Bion, 1962), y de sostén físico y afectivo (Winnicott, 1999), no tiene cabida ni representación (Gutiérrez, et al., 2007). En nuestro estudio con adolescentes gestantes, particularmente en los casos de E, J, y P, existen esbozos de contención del bebé en su fantasía, que se expresan de maneras diversas. En E, el bebé de su fantasía adquiere la función de reparar el vínculo con su madre perdida; en J, dicha fantasía tiene la connotación de la repetición desconsoladora de la "briega" en la vida, acompañada de propaganda mental de tipo mesiánico; y en P, su fantasía establece una relación de contención con su bebé, con sentimientos ambivalentes pero esperanzadores que, sin embargo, no puede desplegar en el mundo externo por temor a la descalificación. En los demás casos (F, D, y A), el bebé ni siquiera alcanza el estatus de fantasía en la mente de su madre. El predomino del "hacer" y el "cumplir" maternos oculta cada vez más la posibilidad de experimentar genuinamente el impacto emocional que genera la maternidad. Por otra parte, cuando aparecen expectativas sobre el bebé, generalmente son tan sobredimensionadas e irreales, que cuando éste nace, su impacto de realidad produce decepción.

Con respecto al sí mismo, nuestro estudio permite corroborar lo que Rojas (1996) señala sobre la dificultad particular que experimentan estas jóvenes en su adolescencia para regular la distancia relacional. Esto quiere decir que, en función del movimiento del objeto, pueden vivir el sentimiento de abandono más doloroso o la sensación de intrusión más insoportable, generando modos de defensa extremos, como veremos a continuación.

El estado del sí mismo encontrado en las jóvenes embarazadas muestra, no sólo todas las transiciones y confusiones propias de la adolescencia, sino un incremento en las ansiedades y los conflictos que, debido al embarazo, afectan la construcción de la identidad, tarea fundamental en esta etapa. Por otra parte, se observa que las defensas frente al dolor psíquico se cristalizan, dificultando de esta manera el contacto emocional con el nuevo ser que crece en su cuerpo, así como con las alteraciones somáticas propias del embarazo. Psíquicamente, se recurre a una defensa bidimensional (Meltzer, 1979; Muñoz, 1996), por la cual se pierde el espacio interior que podía dar cabida al deseo o a la idea de un bebé. Estas jóvenes se adhieren a situaciones externas, superficiales, sensuales, que dejan ver el aplanamiento de su espacio mental. Si bien este modo defensivo pudo prevalecer previamente en ellas, la condición del embarazo incrementa los temores y la rigidez de las defensas bidimensionales. En algunas, dichas defensas son más estructurales, mientras que en otras son más producto de un estado defensivo. De acuerdo con Bion (1963), podríamos decir que el embarazo generaría una nueva idea como contenido, que bien puede integrarse y asumirse en la mente como un continente, produciendo una nueva organización, o, por el contrario, generar reacciones de huida, expulsión, dogmatización o deificación, como por ejemplo, la idea de un niño mesías, o de un niño que no puede ser investido afectivamente o pensado a partir de un vínculo profundo.

La vivencia de una sensualidad narcisista antes del embarazo como defensa bidimensional da paso, luego de éste, a una experiencia del yo mucho más centrada en el objeto, generalmente la madre. Esta madre no sólo sirve de envoltura sino de superficie adherente en la cual se diluye el yo de la adolescente. El contacto con los hechos reales suele ser tan impactante para ellas que sus recursos psíquicos no alcanzan para hacerles frente, de aquí que la idea del suicidio aparezca como una opción, como le ocurre a P. En otros casos, alcanzan a recurrir a la bidimensionalidad como defensa frente al dolor, buscando experiencias sensuales como las drogas, la prostitución, o el cumplimiento imitativo de mandatos generacionales que son experimentados como la única forma de perpetuar la relación con el objeto. En tal circunstancia, aparece la bidimensionalidad como una estrategia de sobrevivencia.

Hasta ahora hemos comentado algunos de los factores que pueden impactar las atmósferas psíquicas de las adolescentes gestantes. A continuación trataremos de delimitar y dilucidar su influencia en el desarrollo psíquico.

Según Meltzer (1994), la buena atmósfera que posibilitaría el desarrollo psíquico es aquella que sigue la búsqueda de la verdad; construye y preserva un marco en el que esto pueda tener lugar; permite la evolución del sujeto sin metas preestablecidas; busca el significado y no el ejercicio del juicio moral sobre la conducta; evita conferir posición social, posesividad y prebendas; elude proporcionar un ambiente para la ostentación erótica y la intriga; desanima los procesos de tiranía y sumisión.

En el caso de E, la atmósfera psíquica ha sido notoriamente cambiante a lo largo de su vida, y en la actualidad confluyen sus distintas versiones conformando un ambiente caracterizado por la desolación, la idealización de los objetos, la zozobra, la excitación, la sensualidad exacerbada y la labilidad en las relaciones objetales. Dentro de esta labilidad aparece su intento de reencontrar omnipotentemente a su madre a través de la propia maternidad, lo que la hace oscilar durante el embarazo entre ser madre y ser hija.

En el caso de F, predomina la confusión de roles y valores familiares, con presencia de una fantasía inconsciente de retorno al origen de su existencia, intentando cambiar el pasado materno a través de su propio embarazo, para así evitar el abandono del padre-padrastro y el sufrimiento de su propia madre. El bebé que viene en camino está marcado por el temor a la repetición y se le ha asignado la tarea de reparar omnipotentemente todos los fracasos amorosos de los padres y abuelos.

Para D, prima una atmósfera de estancamiento y repetición, basada en relaciones de dependencia del clan de mujeres, que se organiza de esta forma para sobrevivir afectivamente a la distancia del padre; la joven queda convertida en la eterna niña de mamá, con lo que la responsabilidad en general, y en especial la maternidad, se diluye. El bebé aquí es delegado cómodamente a la abuela, quien ejerce un trato amoroso pero sobreprotector, impidiendo la individuación de la hija y su asunción de la maternidad.

Desde el inicio de la vida de J y en su historia generacional familiar prima un ambiente de sopor, de repetición, de quietud, con predominio de los predicamentos sobre la expresión de deseos propios; además, existe una tiranía del objeto bueno, que por sus características no permite la expresión del odio ni de la rebeldía. Hay relaciones amables, sin estridencias, con predominio del cuidado, pero sin mayores lazos libidinales. El bebé, en dicha atmósfera, es signado como portador de la continuación de la "brega" de sus ancestros en la vida, especialmente si es mujer, lo cual deja ver el deseo de los padres porque este hijo sea varón. Incluso el cliché religioso de la madre de ver a su hijo como mesías, afianza la atmósfera de sometimiento al mandato del objeto.

En el caso de P, se encuentra encerrada, atrapada en una atmósfera de sometimiento amenazante que, paradójicamente, le provee protección y seguridad, siempre y cuando se someta al mandato de la madre que excluye el poder masculino, relegándolo, y culminen las relaciones de la joven con su pareja. El cuidado se organiza el cuidado a través de cierta tiranía brusca y ruidosa, que, sin embargo, representa seguridad para ella. El odio que P logra experimentar en secreto (un diario personal) permite establecer una pequeña distancia y espacio, aunque no tiene salida ni expresión en el exterior. El bebé en esta atmósfera es vivido como ilegítimo, como una decepción para los padres; quererlo de manera manifiesta representa anhelar el origen ilegítimo del hijo que los defraudó. En esta adolescente, el desencuentro con sus padres ha generado sentimientos que le han permitido defender lo propio, aunque en medio del terror.

En la circunstancia de A, predomina una atmósfera difusa, en la que los personajes cambian de características y no es posible tener una imagen definida de ellos, ni del sí mismo, ni del bebé. Existen secretos, detrás de los cuales se percibe una atmósfera de transgresión, de trampa, de huida a través del alcohol, de mentiras. Aquí las relaciones son de conveniencia y de sobrevivencia, en el que ser fuerte y valorado significa poder estar del lado de los que tienen más, aparentan más, tienen más fuerza física, pegan o matan, toman o arrebatan más a los demás. La vida es un lugar de muchos personajes con los que no se liga emocionalmente, relaciones de conveniencia y supervivencia que se desarrollan en un contexto de extrema pobreza, no sólo física sino relacional. El bebé no tiene cabida en la mente de la joven, es delegado completamente a la abuela, quedando ella de manera regresiva como un parásito-bebé de su madre.

Las descripciones anteriores hablan de atmósferas psíquicas que no favorecen el desarrollo de la maternidad, los vínculos profundos con el bebé, ni el acompañamiento contenedor que permite construir una autonomía materna. Vemos más bien una envoltura que limita y aprisiona el desarrollo. El hijo no es deseado ni pensado, por consiguiente, carece de un lugar propio, convirtiéndose en la proyección materna de sus angustias mesiánicas y terroríficas. En general, se resalta el predominio de lo femenino en detrimento de la participación contrastante de lo masculino, que se encuentra desdibujado y desvalorizado. En la mayoría de los casos estudiados, la imagen del padre aparece como ausente o frágil, bien sea porque no ocupa un lugar en la mente de la madre o porque es incapaz de hacerse a un lugar como organizador de la dinámica psíquica familiar.

La vivencia del tiempo es circular, estancada; se realizan múltiples actividades pero no sucede nada importante con ellas, hay inmovilidad. Este estancamiento interior está acompañado de toda una serie de actividades que arrastra y agota a las adolescentes, quienes se ven imposibilitadas para dotar de significado sus haceres.

Con respecto al deterioro psíquico, lo vimos en el caso de A, se observa el riesgo de degradación sustentada en las características transgresoras de la familia, pues los significados de los valores se encuentran invertidos: de la fortaleza psíquica a la valoración de la fuerza física, del poder como capacidad al poder como sometimiento, de la bondad y la consideración por el otro al afán de sacar provecho para sí, y del uso sensato del pensamiento a la astucia y el engaño.

En la situación de E, hay una evidente tendencia a la evacuación de la realidad psíquica contraria a la capacidad de imaginar; existe poca capacidad de representación y de fantasía. Predomina en ella el fantaseo en términos de Winnicott (1971), donde todo sucede en un espacio privado pero escindido de la vida inconsciente del sujeto. Implica una fuga estática, una ausencia sin espacio ni tiempo que tiene el propósito de evitar o evadir el mundo exterior.

En F, observamos fallas en la estructuración de su capacidad para pensar con predominio de la actuación y del pensamiento omnipotente. Se encuentran invertidos los roles y funciones en la constelación familiar, involucrando la diferenciación psicosexual, el manejo de la autoridad, y la asunción de responsabilidades. Esta dinámica de confusión no permite que las funciones de padres e hijos se puedan asumir adecuadamente, lo cual puede tener repercusiones en la manera en que el bebé vaya a asumir su lugar como hijo dentro de esta familia, así como en la construcción de su subjetividad. De todas maneras, existe aquí un límite que protege del deterioro psíquico.

En el caso de D, hay un estancamiento en la acción y en la reacción, con una madre que propicia esto. El desarrollo de su identidad femenina se ha visto perturbado, pues la adolescente sigue siendo la eterna niña de mamá, mientras la madre continúa ocupando el lugar de madre sin hacer el tránsito a la función de abuela en relación con el bebé. El bebé, sea hombre o mujer, estará vinculado al clan de mujeres y sometido a las dinámicas vinculares propias del mismo.

Para J, es clara su adherencia a su grupo social familiar que hace que su individualidad se oculte y se asimile con los valores familiares del "deber ser". Existe una repetición que no da lugar al cuestionamiento, a la protesta, generando inmovilidad y cristalización de las defensas. Aquí, pensar equivale a cumplir.

En P ocurre que hay un movimiento de ida y vuelta (oscilante), en el que falta la expresión de movilidad afirmativa e integrativa del sí mismo, debido a la atmósfera amenazante en la que se encuentra envuelta. Alterna entre la construcción de un pequeño espacio interior, íntimo, que protege celosamente y que contiene sus deseos y pensamientos más privados, y la tendencia concreta y recurrente de su ideación suicida como salida a una experiencia de vacío y de no aceptación por parte de su madre. El espacio íntimo que ha construido es el que le permite entrar en contacto con su bebé y construir una relación profunda y auténtica con él. El bebé es quien le ha facilitado externalizar y ampliar este espacio, y a través de su fuerza ha dado lugar a que su madre pueda anclarse con la vida. Sin embargo, se corre aquí el riesgo de aquello que Winnicott (1999) menciona acerca de sujetos que se sienten obligados a reparar la depresión de su madre y, por lo tanto, no pueden elaborar su propio sentimiento depresivo ni su culpa.

En lo concerniente al desarrollo psíquico, es claro que en cinco de las jóvenes hay un preocupante estancamiento del mismo, mientras que en una de ellas existe un franco deterioro. Con estancamiento psíquico, de acuerdo con Meltzer (1990), y lo hallado en nuestro estudio, hacemos referencia al predominio en las jóvenes de los predicamentos (eslogans o clichés de pensamientos) sobre el pensar; a una exacerbación de la sensualidad y la evacuación de la realidad psíquica sobre las experiencias emocionales y el aprendizaje a partir de ellas; a un predominio de las relaciones casuales y de dependencia, en detrimento de las relaciones genuinas y profundas; a la necesidad defensiva contra el dolor psíquico que prima sobre el contacto con la verdad (Bion, 1974), es decir, a la imposibilidad de tolerar el impacto del dolor que es el que da lugar al crecimiento mental.

 

Conclusiones

Un elemento que se desprende de este trabajo con adolescentes en condiciones socioeconómicas difíciles es el hecho de que la situación de mayor o menor adversidad descrita en cada caso no es determinante en el establecimiento de la perturbación o movilización del desarrollo psíquico. A pesar de las condiciones precarias, si existe una atmósfera de contención, es posible dotar de sentido las experiencias vividas, enlazar los acontecimientos y tener una relación lineal con el tiempo, de modo que se experimente el lazo entre pasado, presente, futuro, y no la sensación de un presente siempre presente, estancado, en el que no existen proyectos, esperanzas ni sueños.

Teniendo en cuenta lo anterior, vemos que la enorme atención que se le brinda a las jóvenes embarazadas, por medio de programas del Estado, consiste en una experiencia que busca llenar vacíos de manera unilateral, en la que la joven se convierte en un receptáculo, hecho que repite la relación omnipotente que hemos descrito con su madre, y que dificulta su apropiación de la maternidad. Desde este punto de vista, son niñas-madres, siempre necesitadas y dependientes de una madre-Estado que todo lo promete, a cambio de la adherencia y seguimiento de los lineamientos que tradicionalmente promulga el "deber ser" de una madre. Así, se ve cada vez más afectado el espacio propio en el que puede tener lugar la contención emocional de un bebé. Este "deber ser" incluye las idealizaciones culturales que dejan por fuera los aspectos difíciles y negativos implícitos en los vínculos profundos. La no inclusión del malestar que producen las experiencias negativas hace que éstas permanezcan disociadas y no entren en conjunción con la vida, la integración y el crecimiento. En estas jóvenes, la imposibilidad de experimentar y expresar el odio positivo da lugar a que se dificulte la separación, la autonomía y la necesaria oscilación entre integración- desintegración, para que las experiencias y las ideas puedan enriquecerse (Bion, 1963).

El ofrecimiento de múltiples cursos en los que prima una intención pedagógica, importante por demás, suele dejar de lado la expresión genuina del sí mismo que permite contactar las propias emociones respecto a la maternidad y elaborarlas. Abogamos por una atención que posibilite un espacio de encuentro entre madre-bebé, de modo que lo que se enseñe pueda ser dotado por ella de sentido.

Este estudio muestra que uno de los aspectos que aparecen menos desarrollados en las adolescentes es, en relación con el tiempo, la capacidad para la pausa, pues prima en ellas una necesidad de respuesta inmediata que no permite digerir las experiencias emocionales ni aprender de ellas. El predominio de la evacuación de la realidad psíquica hace que el contacto con la verdad, esencial para el crecimiento mental (Bion, 1974), quede obstaculizado. De nuevo, vemos la necesidad de desarrollar estrategias de trabajo conjunto que propicien el encuentro con lo íntimo, con los afectos, las fantasías, las ansiedades y los temores propios de la adolescencia, acrecentados ahora por el embarazo.

Finalmente, este estudio y el trabajo de campo permanente nos permiten comprender que parte del significado del embarazo adolescente no es más que un síntoma de los cambios sociales, en los cuales predomina la satisfacción inmediata, la propaganda mental, la búsqueda primaria de la sensualidad en los vínculos; donde las relaciones profundas de afecto no representan el eje fundamental sobre el que emerge el deseo de un hijo.

 

Referencias

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Recibido: noviembre 10 de 2007
Revisado: enero 14 de 2008
Aceptado: enero 20 de 2008

 

 

*Facultad de Psicología, Edificio Manuel Briceño S.J., Cr 5 # 39-00. Bogotá, Colombia. Tel: 3208320. Ext. 224. Correo electrónico: torresn@javeriana.edu.co

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