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Revista Mexicana de Orientación Educativa

versão impressa ISSN 1665-7527

Rev. Mex. Orient. Educ. v.5 n.11 México jun. 2007

 

REMANDO POR LA CULTURA

 

Un Viejo Amor...

 

 

A Magdalena...

 

ni se olvida... ni se deja... ¿o no dice así la canción...?

Era lo que pensaba cuando aquella noche después de saborear el baile al compás del Caballo Viejo, la vi caminar por entre todas las gentes que reían y cansadas buscaban un asiento por las mesas colmadas de vasos, botellas de ron y refrescos que rodeaban la gran pista del salón Los Ángeles.

Veinte años después, que no es nada según conocido tango, miraba a lo lejos el mismo rostro de grandes ojos negros, nariz respingada, labios carnosos y barbilla partida que disfrutara en mis épocas de estudiante; adolescente aún que deseaba aprender del amor conmigo y con mis ansias. El mismo delicioso cuerpo, la breve cintura y redonda cadera mostraban ahora el cúmulo de experiencia por la vida en el paso del tiempo.

En esa época ella transitaba con sus faldas cortas y guaraches después de las marchas, los mítines y el halconazo del 71, como muchos rolamos exaltados en el Comité de Lucha de la escuela. Con sus dieciocho años me parecía una mujer decidida a intentar su propia existencia, la que se construye día con día como ella al parecer la forjaba influida tal vez por ese ambiente agitado de la universidad, al dejar de estudiar al individuo en la psicología, para acercarse al hombre social en la economía.

Cuando la vi esa noche luego del bullicio del Francisco Guayabal (mujeres de todo el mundo…, vengan todas a bailar…, que quiero tenerlas cerca…, para poderles cantar...), sentada en su mesa platicar alegre con varios de sus amigos del trabajo, tomar con lentitud la copa y aguardar como esperando (no a mí por supuesto, pero de todos modos como esperando, tal vez al tiempo mismo…), un rápido pero intenso impulso me llevó a su lado.

Tú eres... esa novia que no fue por fin, le dije o quise hacerlo.

Sí soy, me contestó con una sonrisa; pero, ¿cómo me reconociste?

Y tú, ¿me reconoces?

¿Tú eres..., aquél que era tan sociable? me dijo; el que siempre estuvo acompañado de quien fuera... Sí claro, te recuerdo, cómo no, como me acuerdo tal vez lo que fue de mi vida y lo que no, creo que agregó; tantas cosas pasaron desde entonces en todo este tiempo que quizá no alcancé a ser nunca lo que yo deseaba y lo que quiero todavía es lograrlo. ¿En qué?: sí..., pensé en casarme y no lo hice, o lo hice y ya no lo estoy; ¿por qué?: porque el amor es una cadena, ¿o lo es el matrimonio y no el amor...?, qué sé yo; ¿que a qué me dedico?: a lo mío como siempre, a mis convicciones, y las ejerzo como ejerzo mi derecho a pensar.

Y mientras ella hablaba yo movía los brazos y las piernas, y admiraba el sabroso prodigio de su piel al percibir su perfume, disfrutar con el contagioso ritmo de Rumba Abierta o de quién sabe quién haya sido el que nos llevó a la pista a que me protestara con su peculiar estilo norteño, por causa de estos irremediables chilangos que corrompen el baile y no como en Saltillo o en Oaxaca o en el resto del país que o bailan pegados o bailan sueltos... y no a medias. Y al recordar fugazmente el romántico danzón de la México que bailaba empalmado a la Shalimar en el King Kong, y el merengue dominguero, los ojos azules y gustosos senos claros de la Barbie repegados a mi pecho en el Grand Forum, la veía mover suculentas las formas de un siempre anhelante cuerpo, entallado a la perfección con el azul que ahora vestía y me formaba la imagen de la mujer recia, como una encantadora fruta madura que estaba ahí..., muy cerca.

¿Y tú?, ¿qué te has hecho tú…?, me preguntó.

Cuántas imágenes llegaron entonces: en mi rostro una sonrisa y en la mente toda esa ráfaga de circunstancias que el destino le juega a uno o que uno le juega a la vida, o la vida al destino o viceversa. Pero qué más daba entonces, si era como encontrarse con aquella existencia inmejorable que uno siempre quiso vivir y no tal vez la que logró...; dos décadas después y ya sin verdades a medias.

¿Que si tengo hijos?; sí, dos, ¿y tú?

Ninguna palabra bastaba para decirlo todo, después de darme cuenta que cuando veinte años atrás tuve que hacerlo no lo dije y con acierto...; y luego el tiempo pasó y ahora en que la volvía a encontrar, ya las palabras sobraban.

Tres horas transcurrieron como un brillante relámpago que lo único que deja es un perfume entreverado con la alegría del pasado y la pesadumbre de encontrar a quien quisiste y te es difícil retener ahora, porque su vida está hecha y ya no puedes encajar fácil en su suerte. Y mientras tanto las rolas de Jaime López hacían disfrutar del ambiente de aquel exitoso baile de apoyo a nuestra isla, que por momentos también se volvía un son al tiempo que yo sentía vibrar su gentil cuerpo y la escuchaba atentamente a ella.

Algunos sí abandonaron, que ni qué, tú sabes... ¿Te acuerdas de lo radical que era Paco?; pues el otro día me fue a visitar a mi trabajo con celular y todo. Que le pregunto si también iba con el aparato al baño y que dice sí, que porque luego recibía llamadas de Nueva York…

Cierto..., pensaba yo eso justamente cuando la Valentina ni saludarme quiso. Le dije con la mano extendida que cómo estaba y ella me contestó que no me conocía. Le insistí, recordando el trabajo que juntos hacíamos tiempo atrás sobre la cultura en el partido: claro que sí me conoces, ¿cómo estás?; y ella que responde imperturbable, mientras se abrazaba fuerte del tipo con el que bailaba: no sé quién eres, no te conozco, para luego dar tumbos con su banderita en la mano, que dejó caer en el suelo sin el mayor cuidado mientras apresuraba a tropiezos su vaso de ron Havana.

Y tú, ¿no abandonaste el barco?

Cómo crees, me dijo, no se deja uno engañar tan fácil; es más, no todos somos todo aquello contra lo que luchamos a los veinte años, ¿verdad...?

Y escuchaba a mi viejo amor y sus palabras rebotaban junto con las desgarradoras imágenes del muro caído y las frases hirientes de Kissinger en la televisión y el desencanto de amigos como José que despotricaba luego de Honecker, a quien había tenido al parecer el horror de conocer en uno de sus viajes a la Democrática; y la desorientación y la desesperación de muchos para quienes el futuro se había borrado de repente en estos últimos años, cuando la participación de algunos vino también a declinar entreverada con las realidades de una cruel historia, mucho más compleja de lo que había supuesto el revolucionarismo botado ahora en el cesto de la basura, desde las elecciones.

Y ella criticaba a los chilangos; y yo insistía entre risas en que era un problema también de los bailadores callejeros de los barrios y no sólo de esa intelectualidad que en los andares estos de que Va Por Cuba venía a enseñar su mejor ombligo, aplacar su conciencia al abrazar antiguas andanzas radicalezcas, hablar del todo y de la nada y revivir viejos tiempos de amores pasados como el que tenía ahí justo enfrente, lejos en una vuelta y en otra muy cerca de mis labios, y yo tocarla apenas con las manos al recordar con embeleso las suaves caricias y el amor que le hacía en el cubículo del Vampiro Del Valle de quien yo era adjunto; penetrar su sexo con premura, escuchar apenas sus gemidos, besarla en todo ese caldeo, la falda en alto arriba de un sillón o encima de un escritorio, igual a aquel en el que años después también me encontré a Pati sobre Chava y entonces ellos en mi cubículo enrojecieron y yo tan sólo acerté a decirles que su problema es que no eran nada originales, como no lo fui yo cuando conocí la dulzura de ese mi viejo amor y el rojinegro de su entrepierna, mostrado en todo el esplendor de las horas de clase y los planes para comenzar a tomar los anticonceptivos y la frustración de no verla más, tan sólo por no verla más..., hace veinte años.

Trabajo al lado de la COCEI, en Oaxaca. La organización avanza, no te creas, ya anda por todo el Estado...

Y al escucharla, mi corazón latía fuerte no tanto al ver su todavía joven corazón como esperando, cuanto al pensar en mi primera esposa y los reclamos diarios a mi infidelidad, y de nuevo en la acerba existencia rescatada luego de un segundo embrollado matrimonio y no para esas convicciones de la lucha popular sino como entreverada con la lucha personal por sacar adelante el compromiso con la vida, con mis hijos y conmigo mismo, recordar tan sólo la incipiente labor periodística de mis precarios intentos militantes pero más que nada mis deudas con una sociedad a la cual antes creí saber que me debía pero no pude responder, como hubiera tal vez querido.

Y después el amigo Jaime, recordar entre tragos a su amada hoy convertida en terapeuta rentadora de sueños y obsesiones como la que me atendió todos aquellos meses en que mi barco de plano se hundió con Andrea, quien también tras el divorcio necesitó del diván para rentar sueños y obsesiones y saldar pasados que persisten siempre en la salsa de la vida; como los miércoles en el Riviera o los viernes en La Maraca, pensaba yo; o como entre la espada y la pared en la que tantos nos encontramos y el constante devórame otra vez que comencé a aprender a los catorce, cuando el viejo era joven y andaba de manteca enseñándome a apreciar las delicadamente gratas proporciones que entre los timbales de Acerina se movían en aquel Marro increíble de tres pistas, donde las noches luego de hacerse para mí largas terminaban junto a la Negra Palomares en medio del café con leche, las caricias de ambos por debajo de la mesa y sus inagotables discusiones sobre los orígenes del danzón... y el cadete constitucional o a las alturas de Simpson, y no debió de morir...; y yo muerto de sueño con la chilindrina en la boca y el último ejemplar de México de Noche en la mano, dormido en una silla del Café Victoria.

Y aquí el candente zapateo me evocaba aquel raspado en el Cocol que gocé mojado el pantalón de Lina, y el que el día de mi cumpleaños disfruté con Maribel en el Ratón, y el Maxim’s de Carlos Campos y el mambo del cara e foca o el cha cha chá de Jorrín; y las perpetuas noches con sabor a sudor del Moulin Rouge, y el acerca tus dos manos a mi cuerpo hermosa Magdalena y dime tú que sí, mi viejo amor, que te deseo a morir..., como deseaba que las tumbas que toqué en Mazatlán con Los Soneros, como las de Blades que hasta Papa Egoró en Panamá benditas no terminan, no hubieran nunca terminado en todos estos intensos años en que hube de rolar por ahí, por donde quién sabe quién me dio a entender, tal vez la vida misma; luego de que, pensaba, después de ensoñarlo todo con la Eugenia porque en verdad con ella las caricias mejores fueron las soñadas, anduve con yasabesquién, de quien quedé prendado en aquel viaje a Michoacán; y así veinte años de rolar y llegar a dormir de madrugada, hasta que al final una más con quien ya casi me engancho me botó a unos pasos de la iglesia, decía que por andar de pérfido una tarde en el Califas.

Y el Los Ángeles a reventar porque el que no conoce la Guerrero, pues..., no conoce México. Y movido el Cayito y su Combo con el son y ella, mi viejo amor, bailar ahí enfrente como en un sueño obsesionado por la loca pasión de Benny Moré o el día de suerte de Willie Colón que quería que me llegara ahora finalmente, la cadencia que yo en ese momento deseaba más que nada de aquel Kumbala que tocara alguna vez la radio del motel Silencio en el que a su ritmo hacía el amor con la Selenia, o tan siquiera desentonado del ambiente el Feels So Good de Chuck Mangione que ponía en el estéreo de mi carro, cuando en el mirador de la carretera a Cuernavaca trataba de ablandar su corazón de roca...; y ahí en el baile el sonoro zumbido musical de Salario Mínimo y los murmullos del gentío en la rebosante pista retumbar y sin poder casi movernos; y sus ojos entrecerrados al pensar tal vez en todo aquel pasado y los míos también cachondos en todo ese futuro de ensueño que sugería su merendona cadera madura.

Y al final del baile rogar por una rosa más, tan sólo una...; y ella sentenciar:

Sólo que tú me des tu teléfono y yo tal vez te llame algún día.

Y a conseguir rápido el papel y el lápiz, y anotar nervioso el número de casa y llámame, por favor..., ¡por favor!, algún día…

Y aquí yo luego escuchar trasnochado el tango de Gardel. Sentir una vez más la desazón que me acompaña siempre en esta eterna soledad que vivo. Pensar meses después en aquel mi viejo amor y en otros que me envuelven en memorias y recuerdos de veinte años antes, que de verdad no son nada sino sólo el fugaz tiempo de lo que pudo haber sido y no fue, de lo que aún persiste tercamente, de lo que construimos en años y luego se derrumba en días, de los giros tan intensos de la historia y de la vida que interrumpe con su salsa bullanguera en una noche, con cualquier otra mujer ansiada que disfrutemos del baile, como el danzón que en Los Ángeles se toca cada sábado, y cada viernes y cada día de la semana con apoyo solidario para todos chilangos y no chilangos, por la angustia de tener que vivir mañana de nuevo con errores y rencores, y la alegría musical de placeres deseados de tiempos mejores; de estar con un amor..., con otro amor..., con el mismo..., con un nuevo amor.

 

Jesús Hernández Garibay, 1993*

 

 

* Publicado por vez primera en Hernández Garibay, Jesús (1998). Historias de fin de siglo. México: Ediciones del CIEN.