SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.8 número21Más Amor Pedagógico… Amoríos Pedagógicos y Desamores Pedagógicos índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
Home Pagelista alfabética de periódicos  

Revista Mexicana de Orientación Educativa

versão impressa ISSN 1665-7527

Rev. Mex. Orient. Educ. vol.8 no.21 México  2011

 

 

REMANDO en la cultura...

 

Y jamás volvieron a hablar

 

 

Stella Cortés Rocha*

 

 

La mañana era muy fría, el silencio que envolvía la vivienda se colaba por todos los rincones. De repente tres golpes a la puerta rompieron esta quietud.

El anciano reaccionó al oír su nombre del otro lado de la puerta

–¡Basili Dudayev!, ¿no me escuchas, anciano? ¡Abre de inmediato!

El anciano se levantó y abrió la puerta, un intenso golpe de frío lo recorrió, el viento helado le caló hasta los huesos. Basili sintió que el blanco de la nieve le cortaba la cara, miró al hombre.

–Vaya, vaya Nikolai, así que a ti te tocó.

–Llama a Vera, ya es la hora, debemos recoger a Olga...todavía nos espera un largo camino para abordar ese tren.

Basili entró a la vivienda, al fondo pudo escuchar unos sollozos entrecortados.

–Vera, hija, ¿ya tienes todo listo?

En la casi desnuda habitación estaba una joven guardando sus últimas prendas en un gran bolso como de gitana. Al terminar se colocó primero un pañuelo y luego una mascada de lana en la cabeza.

–Ya abuelo, pero ¿por qué yo? Por última vez te lo suplico, ¡explícame!

–No puedo Vera, ¿cómo explicarte esta extraña tradición? Sé que vas a un hermoso lugar, además estando con Olga no te sentirás ni tan sola, ni tan lejos de casa; cuídate y no te olvides nunca de este viejo, de cómo te he querido y te querré siempre.

–Pero ¿entonces? Insistió nuevamente la joven.

–Nada, nada –aquí la voz se le quebró, seguida de un carraspeo–, sólo puedo darte este retrato de la abuela con tus padres que se tomaron en San Petersburgo, antes de llegar aquí. Guárdala bien. Dio unos pasos, se cubrió la cara con una bufanda y tomó a su nieta del brazo.

Finalmente Vera salió, no pudo evitar mirar su casa y el paisaje para guardar en su memoria todas aquellas imágenes.

–¿Ya estás lista Vera?

–Nikolai, ¡no puede ser! ¿Tú, tenías que ser precisamente tú?, ¿por qué? No, yo no me voy...

–No puedes Vera, tú y Olga han sido las últimas elegidas.

–¡Pero es injusto! A mí no me importa la miseria y menos si es contigo.

–Ya lo sabes, son órdenes de arriba, pero piensa que estarás con Olga, tal vez puedas pedirle a alguien que escriba una carta por ti, o tú misma ponerme las pocas palabras que te enseñé, así sabré que eres real, que no fuiste un sueño o una aparición... bueno, ya, debemos irnos.

 

 

–Adiós Basili, exclamó Nikolai.

–¡Abuelo, abuelo!, Vera ya no pudo decir más.

Los dos se abrazaron por última vez, Vera no podía parar de llorar y se alejó en silencio.

El ruido de las botas en la nieve era lo único que se oía en medio de ese blanco paisaje, tan, pero, tan solitario.

–Nikolai ¿qué tan lejos queda de Circasia a donde vamos?

–Mira Vera, no lo sé, pero nada más imagínate, hay que cruzar el Cáucaso, muchos países, el gran mar, ¡yo qué sé, no ves que me estoy muriendo! Sólo puedo decirte que el trayecto del Expreso de Oriente es muy largo. Vera, por favor, no perdamos más tiempo.

Unos metros más adelante se veía una joven que esperaba.

–¿Vera? ¿Nikolai? ¿Es que se canceló, ya no nos vamos?

–No Olga, así como las eligieron a ustedes, también lo hicieron conmigo, yo debo conducirlas a que tomen el tren, ¿y tu familia?

–Ya me despedí, tú sabes que no soy sentimental.

–Eso es bueno porque le ayudará a Vera para ser más fuerte.

–Sería más fuerte si te hubieras casado con ella, ¡pero no!, ahora ¡mírala, míranos! Sin saber a dónde vamos ni cómo va a ser nuestra vida.

Olga Ivanova Kapinskia no era de muchas palabras, pero cuando hablaba, aniquilaba a cualquiera. Únicamente Vera, su amiga de la infancia le inspiraba cariño, ternura; era la hermana que nunca tuvo...y bueno, también Dimitri, ¡ay su Dimitri!

El silencio los envolvió y finalmente llegaron al andén, antes de subir, Nikolai dio un gran abrazo a Olga, después descubrió la cara de Vera.

–Cómo te voy a extrañar “barbas”, tus ojos, tu pelo y –suspiró– quiero que te lleves esto de recuerdo.

La tomó en sus brazos y le dio un beso que hubiera sido eterno, a no ser por la voz que dijo su nombre, era el mismísimo cónsul. Nikolai se llevó unos pasos más adelante a Vera, le cubrió la cara y alcanzó a decirle: cómo picas primor. No, ya de veras, cada noche, cuando veas una estrella acuérdate que estoy acá pensando en ti y que te traigo metida hasta las venas y los huesos.

–Cállate Nikolai si eso fuera cierto me habrías hecho tu esposa.

Vera subió rápidamente a buscar a Olga y Nikolai se quedó solo en el andén.

Stavropol, Rostov, nombres iban y venían, hasta que en Moscú, el cónsul, de manera parsimoniosa, se dirigió a ellas que no habían dicho ni palabra.

–Bueno, gentiles damitas nos espera un largo viaje hasta el nuevo mundo, deben sentirse honradas, ustedes son un regalo del zar al presidente de México, sí, ese es el nombre del lugar al que ireís y que será vuestro nuevo hogar...pero ¡qué bonitos ojos teneís!, no sé cuál de ustedes sea Vera Basilievna Dudayeva, ni quien Olga Ivanova Kapinskia, pero no cabe duda que si como teneís los ojos está lo demás, la leyenda es cierta y las circasianas son las mujeres más bellas del mundo. Sólo quisiera saber si lo de las barbas...

Una voz lo sacó de su discurso, ya estaban en Inglaterra y apenas tenían tiempo de tomar el barco.

Las semanas pasaron y de pronto Vera y Olga ya estaban en Veracruz –qué extraños nombres, se decían la una a la otra– el siguiente paso, la Ciudad de México, les diría cuál sería su destino final.

El presidente, de manera muy diplomática agradeció aquel extraño regalo ruso y explicó al cónsul los motivos que le impedían tener aquellas enigmáticas mujeres.

–Mire, dele las gracias al zar y a toda su familia pero aquí en mi casa no puedo tener a estas rusitas. México, es México y aquí el presidente nada más puede tener en su casa a su esposa, usté entenderá...lo mejor será que vivan con mi compadre Manuel, hace tiempo tenía pensado darle un regalito y éste le va a encantar.

Vera y Olga llegaron finalmente a Guanajuato, a casa del general que no paraba de mirarlas y más después de que logró quitarles aquellas barbas que según le habían explicado el cónsul y su compadre, les eran impuestas por la comunidad para que no se las robaran los extranjeros o los hombres que no eran sus maridos.

–¡Ah, Circasia, tan lejana, tan exótica y tan salvaje! –murmuró el general. Mira qué ponerles barbas a estas preciosuras, pero si yo hasta voy a hacer que les hagan una estatua y luego ya veré donde ponerla para contemplarlas siempre, tal vez en esa hacienda a la que le tengo echado el ojo, ¡ay, si tan sólo supiera cómo se llaman!, pero no quieren ni hablarme. En fin, ¡gracias compadre por este regalito!

Los días fueron pasando, de nada servían las atenciones que les daban en aquella casa, ellas no podían ver su belleza y grandeza, ni siquiera disfrutaban la inmensa huerta que rodeaba la propiedad. Poco a poco el brillo de sus ojos desapareció. Habían llegado a un lugar mágico y no podían captarlo, el general las tenía encerradas a piedra y lodo, sólo las quería para él y ellas únicamente podían estar tranquilas cuando él no estaba.

Vera disfrutaba ver las estrellas, eso la hacía recordar a Nikolai, sus palabras, sus besos, si la viera ahora no la reconocería. Olga era feliz sentándose en la fuente de la huerta, ahí, mirando su reflejo en el agua peinaba por horas su largo cabello.

Esos eran los pocos momentos en que se sentían libres, tranquilas. Lástima que las circasianas no pudieron ir al centro, a las fiestas y a los bailes, seguro todos los guanajuatenses las habrían amado. Los decentes, de buena sociedad, habrían sentido realzadas sus tertulias, los cultos habrían sido felices declamándoles poemas, y el pueblo se la habría pasado echándoles piropos, llevándolas a los callejones, a la Bufa; simplemente regalándoles, si no joyas sacadas de las minas, sí unas deliciosas charamuscas de piloncillo y nuez que habrían hecho sonreír a esas rusas.

Olga trataba de hacer fuerte a Vera, estaban en ese país tan lejano, todos hablaban muy raro, así que ni pensar en escapar y volver a Circasia ¿cómo?

Lo único que exasperaba al general era el silencio, no soportaba sentarse a la mesa con dos estatuas vivientes, dos bellezas mudas, impávidas, inmutables, y es que él mismo había provocado ese silencio que se suscitó justo después de que mandó llamar al barbero, antes por lo menos se escuchaban los susurros y las risas entrecortadas.

Esa mañana tampoco la podrían olvidar jamás Vera y Olga, aquel hombre despojándolas de algo tan importante para su persona, ellas lo vieron como un ultraje. Hubieran querido guardar sus barbas en algún lugar pero el general no quiso, más bien ordenó que las tiraran.

–Ni modo mis bellas damitas, así se ven más pero más bonitas, ¡qué Circasia, ni qué nada! Satisfecho se dio la media vuelta y se encerró en la biblioteca a revisar papeles.

Desde ese día, Vera y Olga fueron perdiendo las ganas de vivir, de sentir, de comunicarse, y ambas lo decidieron, lo mejor era dejarse morir, nunca regresarían a su tierra, y jamás volvieron a hablar.

 

 

* Stella Cortés Rocha. Licenciada en Antropología Social, alumna del Diplomado de Creación Literaria de la Escuela de la SOGEM (Sociedad General de Escritores de México)