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Psicologia em Revista

versão impressa ISSN 1677-1168

Psicol. rev. (Belo Horizonte) v.11 n.17 Belo Horizonte jun. 2005

 

SEÇÃO ABERTA

 

Seudónimos de la angustia*

 

Pseudonyms of anguish

 

 

Mauricio Tarrab**

Escuela de la Orientación Lacaniana
Asociación Mundial de Psicoanálisis

 

 

Quiero agradecerles a las autoridades de la Biblioteca Nacional esta invitación. Debo decirles que no vengo a hablar aquí sin inquietud. Seguramente cada uno de los que estamos en esta sala, tiene en su vida una historia y una relación con los libros y yo tengo la mía. Una relación que ha sido siempre más amable, más intensa, más apasionada que con las computadoras. Y entonces venir a esta Biblioteca me ha generado una cierta inquietud, como decía, que no ha virado –afortunadamente – a la angustia. Es más bien una preocupación que enmarca lo que querría decir hoy, justamente sobre la angustia.

Y como la biblioteca, en este caso la mía, aún tiene en sus estantes, algo más que libros de psicoanálisis, me ofreció la oportunidad de elegir – para empezar esta intervención – un breve texto de un poeta que he leído en otra época asiduamente, un texto que me permitirá por un lado situar el sesgo por el que abordaré el tema de la angustia y también me permitirá hacer mi pequeño homenaje a ésta Biblioteca Nacional y a Jorge Luis Borges, ya que su nombre nombra esta sala.

No será un texto de Borges el que les leeré sino uno del poeta francés Henry Michaux, un breve texto escrito en 1930 que se llama “Un hombre apacible”.

Extendiendo las manos fuera del lecho, Pluma se extrañó de no encontrar la pared. “Bueno penso, las hormigas se la habrán comido...” se volvió a dormir. Poco tiempo más tarde su mujer lo tomó entre sus manos y lo sacudió: “Mira haragán, mientras tu dormías, nos han robado la casa”. En efecto un cielo intacto extendíase por todos los costados. “Bah, respondió aquel, es cosa hecha”. Y se volvió a dormir. Poco después se oyó un ruido. Era un tren que se les venía encima a toda velocidad. “Por lo apurado que viene, pensó, llegará seguramente antes que nosotros corramos”. Y se volvió a dormir. De pronto el frío lo despertó. Estaba todo bañado en sangre. Algunos trozos de su mujer yacían junto a él. “Con la sangre, pensó, siempre surgen infinitas contrariedades; si ese tren no hubiese pasado, quizás fuese dichoso. Pero ya ha pasado… y se volvió a dormir”. — Veamos, decía el juez – como explica ud que su mujer se haya herido al punto de haberla encontrado seccionada en ocho trozos, sin que ud, que estaba a su lado, haya podido hacer un gesto para impedirlo, y sin haberse dado cuenta de ello. He ahí el misterio. Todo el asunto reside en esto. “Sobre esa pista, no puedo ayudarlo” pensó Pluma y se volvió a dormir. — La ejecución tendrá lugar mañana. Acusado, ¿tiene ud algo que agregar? — Excúseme usted – dijo Pluma – no he seguido el desarrollo del proceso, y se volvió a dormir.

Pluma no es justamente un hombre angustiado, al contrario, se puede decir que Pluma es capaz de mantenerse entregado al sueño y lejos de la angustia, aunque se le venga el mundo encima. Es cierto también que la angustia no irrumpe “necesariamente” en la vida de alguien porque las hormigas le coman la casa, o porque un tren haya cortado en pedazos a su mujer… pero algo de ese estilo debería conmover a cualquiera, y en el caso del retorno invencible de Pluma al sueño, un poco de angustia no le vendría mal. Además hay que decir que, cuando el tren de la angustia nos arrolla, ya no se puede dormir tranquilo.

Pero ese tren de la angustia no se desencadena necesariamente por cuestiones externas, por cosas dramáticas. Por cierto que la angustia está asociada en nuestro discurso común a momentos difíciles o aún trágicos para las personas. Por supuesto que los momentos cruciales en la vida de alguien pueden desencadenar angustia: si usted está de duelo, si se ha separado, si ha tenido un accidente, si las hormigas que se han comido las paredes de su casa, si vive en Buenos Aires… lo que es ya una manera de vivir al borde de lo traumático... podrá tener momentos de angustia.

Pero los analistas, desde Freud hasta aquí, tenemos una idea de lo traumático que no necesariamente coincide con lo dramático o lo trágico. Hemos sido enseñados por la clínica que la angustia puede irrumpir en la vida de alguien a partir de episodios mínimos, intrascendentes: un ruido, el rostro de un desconocido, una música un domingo por la noche, el comentario inadvertido de un amigo, la mirada triste de alguien, algo casi nada nos toca levemente y a partir de allí irrumpe lo insoportable, algo incomprensible que cuando lo sufrimos podemos encontrarle ningún sentido. Quien está angustiado solo sabe que está concernido profundamente por ese sentimiento, que debe hacer algo con eso

que le agarra las tripas, que le hace marchar intensamente el corazón, que le hace pensar cosas insensatas, es decir que eso que llamamos angustia invade tanto su cuerpo como su pensamiento. La experiencia subjetiva de la angustia no deja a quien la experimenta ninguna duda, aunque no sabe que sentido tiene lo que le pasa, sabe que debe hacer algo para que eso cese. La angustia es una experiencia de certeza en un mundo de incertidumbres y es una de las paradojas que enfrenta el sujeto moderno, ya que la incertidumbre y el riesgo de la modernidad lo exponen a la angustia. Hablaré brevemente de esto más adelante.

Esa certeza ya no deja dormir tranquilo, aunque al parecer nuestro “Hombre apacible”, el Pluma de Michaux zafa de lo imposible de soportar al precio de que su sueño lo lleve tranquilamente, antes o después y sin preocupación, a la muerte. La angustia no es invencible, en muchos casos, como el de Pluma y de tantos “dormidos” de nuestro tiempo, es una pena que no lo sea, ya que hay una angustia que despierta de la buena manera al sujeto, que lo hace salir de allí adonde un fantasma depresivo o mortífero lo ha retenido.

Estamos acostumbrados a pensar que la angustia es el efecto de rupturas, y es cierto, pero la perspectiva del psicoanálisis nos hace ver también que la angustia es ella misma una experiencia de ruptura.

Es el efecto de rupturas porque la angustia hace presente la pérdida de las referencias en las que alguien se sostiene. Por ejemplo, ser la mujer de alguien, no es solo una cuestión de afectos y pasiones, es también estar en un lazo que le da al sujeto su lugar en su mundo. La ruptura de ese lazo libidinal, pero también simbólico, que la sostenía conmueve su posición en ese mundo y desencadena la angustia. Al contrario para otra mujer que esperaba el amor, cuando este llega bajo la forma de una propuesta matrimonial insistente y decidida, eso la sume en episodios de una angustia insoportable, que muestran que entrar en el lazo con un varón que implique una inscripción tal como “ser la esposa de”, es para ella, aún, insoportable. O en el caso de un joven para quien la felicidad de obtener un título profesional por el que ha trabajado con esfuerzo y ahínco durante años, se torna bruscamente en una angustia insoportable que lo lleva a recluirse, porque ya no puede salir sin espanto de su biblioteca llena de sus libros, nos permite verificar que para él lo esencial no era ese título sino “ser el estudiante que va detrás del título”.

El agujero del que surge lo que provoca la angustia es un agujero en las referencias simbólicas del sujeto, y es por ese agujero que entra un padecimiento enorme. Se ve porqué la angustia es efecto de rupturas. Pero también la angustia, como decía hace un rato, es ella misma una ruptura y en esos casos es una “buena” angustia. Aunque les recomiendo no decirle nunca a un sujeto angustiado que eso que no puede soportar es algo que le viene bien. Sería una imprudencia y una crueldad, ya que quien está angustiado sufre y hay que encontrar el modo de moderar, de dosificar, de enmarcar ese sufrimiento.

¿Pero qué sería una buena angustia?… una buena angustia sería por ejemplo la que experimenta alguien que se halla tomado por una identificación que lo sujeta en un lazo alienante, por ejemplo un lazo que lo hace ser una victima, y que salir de ese lazo le es imposible justamente porque fuera de esa identificación parece para él no haber nada. Esa angustia sería bienvenida si el sujeto pudiera ser ayudado a atravesarla, es decir si fuera ayudado a soportar que puede haber par él otro lugar que el de una víctima.

Cuando escribía esto, esta mañana me daba cuenta que al plantear estos ejemplos ya les estoy contando lo que pensamos los analistas de la angustia. Y además les estoy indicando como pensamos que debería orientarse su tratamiento. Pensamos que la angustia no es sin una causa, y que la irrupción de esa causa conmueve el mundo subjetivo, y que cuando el sinsentido de ese padecer puede enlazarse a un sentido – aunque sea precario – la angustia se reduce. Lo que los analistas lacanianos llamamos el Otro con mayúsculas, puede descargar al sujeto del pathos de su angustia y debe hacerlo. Esa operación muestra el pasaje en la práctica de la angustia desbordada al síntoma. Me explico diciendoles que la angustia no es el miedo. El miedo por ejemplo, en lo que llamamos las fobias, tiene un objeto definido, un perro, el vecino de al lado, un botón, o cualquier otra cosa, pero el miedo tiene la ventaja de que si me mantengo lejos de ese objeto, ya no temo. Freud ilustró con el ejemplo de un niño pequeño esta diferencia y el pasaje que va de una angustia desbordada, que impide al niño todo movimiento cuando lo asalta, al miedo, un miedo nuevo a los caballos. Localizado el miedo en ese objeto, el niño puede comenzar a trazar las fronteras, los límites, que necesita para calmarse con un ejercicio de dominio. Caballos cerca, caballos lejos, miedo si, miedo no. A partir de allí, un sentido que en ese caso se enlazaba al complejo paterno permitió tratar la fobia adecuadamente.

Esa orientación no ha cambiado en el tratamiento de la angustia, es una orientación que va del fuera de sentido de la angustia al sentido de los síntomas.

 

NOMBRES Y SEUDÓNIMOS

El nombre de esta mesa redonda es “Seudónimos de la angustia”, Es un nombre que me parece afortunado ya que alude, según me parece, como el seudónimo, tanto al nombre falso como al ocultamiento de una verdad.

El tratamiento que se haga de la angustia dependerá, es obvio, de la concepción que tengamos de ella y la popularidad de los nuevos nombres, como Mauricio Tarrab el panic attack, tiene su importancia. Aunque no tiene para mi ningún interés discutir si habrá que hablar de ataque de angustia más que ataque de pánico, hay que ver que lo que hoy se llama, a partir del DSM IV, ataque de pánico, está descripto por la nosología psiquiátrica de fin de siglo XIX, con una precisión impecable. Ese no es el problema, el problema no es de denominación, el problema es más general y es que la clínica cambia. Es un hecho que la clínica cambia y que la presentación de los pacientes cambia. Lo qué vemos como correlato del desfallecimiento del Padre y del fortalecimiento de los imperativos de aquello que los analistas llamamos Superyó, muestran un desvanecimiento de la responsabilidad del sujeto respecto de lo que le ocurre, de lo que padece y de lo que goza. Nuestra época padece de un desvanecimiento de la responsabilidad del sujeto respecto de las consecuencias de sus actos, en tantos que estos actos están determinados por sus modos de satisfacción.

Ese desfallecimiento del Padre, usteds pueden entender que me refiero al desvanecimiento justamente de las referencias más fuertes de la cultura, tiene como correlato clínico un arco que podríamos hacer extender entre la angustia en un extremo y la depresión en el otro.

Podemos enumerar:

la caída de la culpa como respuesta subjetiva. La ley – desde la vieja ley moral – hasta la ley del Padre, causa y razón de la culpabilidad están hoy en cuestión, es decir que su estatuto de ficción ha quedado en evidencia. La vieja alternativa que se le planteaba al personaje de Dostoyevsky frente a la muerte del Padre si el Padre ha muerto todo está permitido o todo está prohibido, está resuelta aquí a la vuelta de la esquina. El cinismo del goce de cada quien es la norma. La caída de los ideales denunciados como semblantes deja paso al ascenso de la angustia. El ascenso de la angustia al zenit de la civilización es una anticipación de J. Lacan respecto de nuestro tiempo. El ascenso de la angustia de la que venimos hablando y que irrumpe sin mediación, como un encuentro súbito que da todo un abanico en el que se incluyen los hoy tan populares ataques de pánico. Como lo decía hace un momento, el ataque de pánico tiene de actual el mismo estatuto de lo actual que tienen, a mi juicio, las neurosis actuales freudianas. Irrupción de angustia sin ligadura, sin “procesamiento psíquico” como lo denominaba Freud. El ascenso de la angustia encuentra sus respuestas en:
El empuje a la manía. Se puede decir que la manía es llevada a constituirse en estilo de vida del sujeto de la modernidad ¿el síntoma llamado del stress, no es acaso una de su consecuencias? A veces, más allá del peso de los Ideales, el sujeto va lanzado tras su objeto de goce – llamado vulgarmente objeto de de consumo – en una febrilidad maníaca que guarda en sí el riesgo de la consumición del sujeto mismo. Es lo que se realiza en la manía, cuando ésta está enlazada a la psicosis, y que en su actividad gozosa toca ese extremo que constituye el agotamiento del deseo. Este empuje a una forma maníaca de vivir es por cierto funcional a la modernidad y alcanza sin duda formas de idiotización en la acción.
• El ascenso de la angustia encuentra también una respuesta en la urgencia del no pensar, la urgencia de pasar al acto, que implica todas las formas del actuar en desmedro del decir, que van desde la toxicomanía a las variadas bulimias, anorexias, y que llamamos justamente patologías del acto. En especial en las toxicomanías podemos encontrar la misma relación a la angustia que nuestro amigo Pluma, aunque aparentemente Pluma no necesitaba meterse ninguna sustancia en el cuerpo.
• Tenemos también la increencia en el síntoma, la increencia en el viejo síntoma analítico. Eso significa que el sujeto no cree que su padecimiento quiera decir algo, y eso deja al síntoma intocable en su repetición de lo mismo, y anula su dimensión de mensaje y de lazo con el Otro.
• Y por último la inercia de la depresión que es el paradigma de una huelga, a veces por tiempo indeterminado, respecto del saber, del deseo y de lo vivo.

Los analistas vemos en estas nuevas formas clínicas un desafío y un límite. Todas ellas son formas en que los sujetos rechazan saber sobre aquello que los mueve en la vida. Pero los psicoanalistas también vemos la fisura por donde renovar nuestra apuesta. Pensamos que vale la pena lograr que el sujeto afronte lo que rechaza con mayor encarnizamiento, que descubra la ley a la que está sujeto y pueda hacer con eso otra cosa.

Para terminar, vuelvo a la angustia. Vuelvo a la angustia para señalar que ella es para el sujeto un índice mayor de particularidad. Un índice de esa condición en la que a todos nos igualan el desasosiego y la soledad que evoca nuestra posición frente a la muerte. Frente a ese índice, frente a esa señal – de lo que los psicoanalistas lacanianos llamamos lo Real – y que la angustia corporiza, podemos: construirnos un caballo como el pequeño paciente de Freud y aprender a montarlo es decir tratarlo en un psicoanálisis antes de dejarlo ir, antes de pasar a otra cosa; podemos empastarnos como el toxicómano que encuentra en el tóxico una pareja mortífera. Podemos tomar Prozac o psicofármacos recetados, lo que nos hará toxicómanos felices y legalizados; y también podemos, como Pluma, volvernos a dormir. O podemos intentar por la vía que encontremos, responsabilizarnos de eso que nos despierta, más allá del seudónimo que nos ofrece el discurso social y la época, para inventar un nombre digno y singular para esa certeza que nos angustia a cada uno.

 

 

* Após contatos com nossa Comissão Editorial, em uma de suas viagens ao Brasil, em 2004, o autor gentilmente nos enviou este texto, objeto de uma palestra proferida por ele na Biblioteca Nacional de Buenos Aires, em 25 de novembro de 2002.
** Analista-miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL), Secretario del Bureau de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP), practica el psicoanálisis en Buenos Aires.

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