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Revista Brasileira de Orientação Profissional

versión On-line ISSN 1984-7270

Rev. bras. orientac. prof v.5 n.2 São Paulo dic. 2004

 

ARTIGOS

 

 

Lo vocacional: una revisión crítica

 

Orientação vocacional: uma revisão crítica

 

Vocational guidance: a critical review

 

 

Sergio Rascovan1 *

Universidad Nacional de Lanús (UNLa), Argentina

 

 


RESUMEN

El artículo parte de reconocer la dimensión subjetiva y social del campo vocacional. Comienza por plantear la tensión y confrontación entre la modalidad clínica y modalidad psicotécnica como formas de abordaje de los problemas vocacionales. El objetivo que perseguimos es deconstruir uno de los conceptos más fuertes que instituyeron los discursos y las prácticas de Orientación Vocacional, desde una perspectiva clínica. Se trata de la autodenominada identidad vocacional / ocupacional. Partimos de la revisión del concepto de identidad personal y lo relacionamos con el de subjetividad. Más adelante cuestionamos la categoría vocación y proponemos una perspectiva transdisciplinaria que articule lo subjetivo-singular (dinámica del deseo y del goce) con las determinaciones del contexto (productoras ellas mismas de una subjetividad social) y las modalidades cambiantes de los objetos a elegir. Por último analizamos las características del nuevo escenario social y sus implicancias en la práctica de la Orientación Vocacional.

Palabras clave: Identidad vocacional, Subjetividad, Transdisciplinario, Reconstrucción.


RESUMO

Este artigo teórico parte do reconhecimento das dimensões subjetiva e social no campo vocacional. Inicialmente delineia a tensão entre a modalidade clínica e a psicotécnica como estratégias de abordagem aos problemas vocacionais. O objetivo a que pretendemos é desconstruir um dos conceitos que mais fortemente instituíram os discursos e as práticas de Orientação Vocacional, desde a perspectiva clínica. Trata-se da autodenominada identidade vocacional/ocupacional. Partimos da revisão do conceito de identidade pessoal e o relacionamos com o de subjetividade. Depois questionamos a categoria “vocação” e propomos uma perspectiva transdisciplinária que articule o subjetivo-singular (dinâmica do desejo e do prazer) com as influências do contexto (produtoras de uma subjetividade social) e as modalidades mutáveis dos objetos a escolher, isto é, um entrecruzamento inextricável entre sujeito, objeto e contexto. Analisamos as características do novo cenário social e suas implicações na Orientação Profissional.

Palavras-chave: Identidade vocacional, Subjetividade, Transdiciplinario, Reconstrução.


ABSTRACT

This theoretical paper takes for granted the subjective and social dimensions in the vocational field. It starts outlining the tension and confrontation between the clinical and psychotechnical approaches to the vocational issues. The objective is deconstruct one of the concepts that underpinned the discourses and practices in Vocational Guidance, from a clinical perspective, which is the so called vocational/occupational identity. We revise the concept of personal identity and relate it to subjectivity. Later on, we question the category “vocation” and propose a transdisciplinary perspective that links the subjective-unique (dynamics of wishes and pleasure) to the context influences (themselves producing a social subjectivity) and the changeable aspects of the objects to choose. This means an inextricable fabric between subject, object and context. We analyze the characteristics of the new social setting and its implications on Vocational Guidance.

Keywords: Vocational identity, Subjectivity, Transdisciplinary, Reconstruction.


 

 

La Orientación ha sido pensada de diferentes maneras a lo largo de un siglo de existencia, desde 1908 cuando Frank Parsons acuñó el término “Choosing a Vocation”. Bajo el mismo rótulo circularon discursos y prácticas tan variadas y disímiles que generaron -al menos para muchos de quienes trabajamos en este campo- la necesidad de promover un proceso de elucidación crítica. Esto es, pensar lo que hacemos y saber lo que pensamos (Castoriadis, 1989).

Empezaremos por diferenciar la noción de campo (lo vocacional) y de intervención (Orientación Vocacional). Lo vocacional es un campo de problemáticas vinculadas con el qué hacer humano. Podríamos decir que los problemas relacionados con la elección y realización de un hacer, básicamente el estudio y/o el trabajo, son problemas a los que genéricamente llamamos vocacionales. El campo vocacional está directamente asociado con las problemáticas ocupacionales tan dramáticamente instaladas en el escenario social mundial a partir de la década de 1980. Sostenemos lo vocacional como el entrecruzamiento de una dimensión social, propia de toda organización económico-productiva y una dimensión subjetiva asociada a las formas singulares en que los sujetos construyen sus trayectos o itinerarios de vida, principalmente en el área laboral y de la educación.

De modo que en el marco del conjunto de problemáticas humanas, podríamos establecer un cerco en aquellas a las que adjetivaríamos como “vocacionales”. Desde esta perspectiva, lo vocacional lejos quedó de ser pensado como un acto de mandato divino, de revelación religiosa o de llamado interior.

La Orientación Vocacional surge como respuesta - desde un campo disciplinar, la psicología - a las demandas sociales propias de una época histórico- social, capitalista e industrial. Es decir, es la particular formación económica social de época la condición de posibilidad para que surja una disciplina y una práctica social.

La Orientación Vocacional es un “invento” de la modernidad para asistir a las personas que se preguntan por su hacer, presente y futuro. Como intervención tiene diferentes particularidades, que devienen tanto del marco conceptual con el que se trabaja, como así también, del contexto en el que se ejerce la práctica.

La Orientación Vocacional, en un sentido estricto, es la intervención tendiente a facilitar el proceso de elección de los objetos vocacionales. En su sentido amplio, es una experiencia a través de la cual se procura dilucidar algo respecto de la forma singular que cada sujeto tiene de vincularse con los otros y con las cosas; de reconocer su propia posición subjetiva en tanto sujeto deseante a partir de lo cual poder proyectarse hacia el futuro (Rascovan, 1998).

En cada cultura circulan un variado número de objetos correspondientes tanto al mundo del trabajo -ocupaciones, profesiones, oficios – como al “universo” de los estudios - carreras, cursos, especialidades. Ambos circuitos constituyen la “oferta” propia de cada etapa histórica, entre los cuales los sujetos – fuertemente condicionados por sus condiciones materiales de existencia - intentan seleccionar, elegir y, finalmente, decidir sobre su/s objeto/s de preferencia.

La Orientación Vocacional en un siglo de existencia produjo diversos discursos y prácticas, desde las primeras pruebas estandarizadas hasta la llamada modalidad clínica, la intervención siempre estuvo determinada por coordenadas epocales, tanto en sus expresiones instituidas y dominantes, como en su vertiente crítica e instituyente.

En este derrotero, la modalidad clínica resultó ser una práctica subjetivante como forma de intelección y abordaje de los problemas vocacionales. La modalidad clínica fue y sigue siendo, desde su origen, una reacción - necesaria y saludable - para enfrentar al modo psicotécnico de operar en Orientación Vocacional que, amparándose en una cuestionable rigurosidad, terminó deshumanizando al consultante. Sin duda el principal aporte de la estrategia clínica fue su fuerza contracultural, su espíritu crítico, su carácter subversivo contra aquellas prácticas que se fueron convirtiendo en recursos refinados de control social.

Rodolfo Bohoslavsky (1971) como el autor más destacado de la modalidad clínica fue pionero al escribir un libro “Orientación Vocacional. La estrategia clínica”. Este escrito es la expresión más cabal de cómo se concibió la Orientación Vocacional en un contexto histórico particular. Fue un libro hecho para rivalizar. Un documento fundacional diseñado para confrontar con la rigidez y cientificidad de la estrategia psicotécnica.

A pesar de haber nacido como una modalidad rupturista, cierta estrategia clínica quedó encapsulada en categorías inspiradas en un psicoanálisis tan rígido y mecanicista como la práctica a la que pretendía combatir. Es el propio Bohoslavsky quién lo advierte. Por eso a los pocos años es pionero, también, al promover una profunda revisión de los conceptos que la modalidad clínica había instituido. Para la segunda edición de su primer libro escribió una addenda en la que realiza una severa autocrítica a su propia producción intelectual. En sólo tres páginas condensa su pensamiento crítico y abre nuevos horizontes de análisis e intervención.

Más tarde en el convulsionado año 1975, en una Argentina que presagiaba la inminencia de su período histórico más nefasto, compila un libro “Lo vocacional, teoría, técnica e ideología” del que pocos recuerdan su existencia. En esa producción recupera el espíritu de su primera obra, cuyo principal valor fue haber resistido a las formas adaptacionistas, mecánicas, sumisas de encarar la Orientación Vocacional, típicas del discurso y la práctica psicotécnica.

Al enunciar lo vocacional como encrucijada, Bohoslavsky nos advertía que la modalidad clínica podría perder su principal motivo de existencia, subvertir lo instituido. Podríamos decir que en algún sentido fue lo que ocurrió. Surgido como dispositivo alternativo, comenzó a naturalizarse. Se cristalizó y, en su versión más esquemática, perdió aquella fuerza de sus comienzos.

En esta breve reconstrucción de la Orientación Vocacional, quedó explicitada la ineludible asociación entre formación económico-social, discursos y prácticas. En esa relación de interdependencia se fueron acuñando ciertas categorías conceptuales que en la actualidad se siguen enseñando en las cátedras universitarias de la Argentina y repitiendo como si dicha relación se mantuviese estática, como si aún viviéramos en sociedades capitalistas de pleno empleo.

Por ello nos proponemos deconstruir uno de los conceptos más fuertes que instituyeron los discursos y las prácticas de Orientación Vocacional, desde una perspectiva clínica. Se trata de la autodenominada identidad vocacional/ocupacional. Entendemos por deconstrucción, siguiendo a Jaques Derrida (1989), el desmontar y problematizar la relación inmediata y “natural” del pensamiento unido a la verdad y el sentido. Deconstruir supone una rigurosa problematización de los supuestos hegemónicos que legitiman la búsqueda y garantía del origen como fundamento último de la razón.

En la mayor parte de la literatura especializada de nuestro país, se expresa que los autodenominados procesos de Orientación Vocacional tienen por objetivo desarrollar la identidad vocacional del sujeto que consulta. Hoy podríamos preguntarnos ¿Los procesos de Orientación Vocacional instituyen o, al menos, promueven el desarrollo o el fortalecimiento de la identidad vocacional? En caso que la respuesta fuese afirmativa, admitiría una segunda pregunta ¿Es saludable hoy, establecer un dispositivo para instituir una identidad vocacional? ¿Acaso los grandes y graves cambios en la vida social en general y en el mundo del trabajo en particular, no son una feroz interpelación a esas categorías conceptuales propias de otro contexto socio-histórico?

Procuraremos ir desmenuzando estos interrogantes. Tal vez sea oportuno aclarar que el concepto de identidad vocacional / ocupacional remite a otro concepto, el de identidad personal.

El concepto de identidad al igual que tantos otros se construyó desde un paradigma moderno sustancialista, esencialista. Desde esta lógica, el concepto de identidad, que surgió como intento de articulación entre lo individual y lo social, terminó – en gran parte de la producción teórica en psicología – explicándose en sí mismo, como una entidad cerrada, verdadera y única. El individuo fue considerado un ser autónomo, consciente, libre, capaz de determinarse a sí mismo.

Precisamente es la noción de sujeto – que aporta cierto psicoanálisis – la que viene a enfrentar esta concepción de individuo como indiviso, homogéneo y encapsulado en sus propios límites.

Es el psicoanálisis, precisamente, el motor de este cambio que ha provocado una verdadera revolución copernicana. La primera tópica freudiana es determinante al dividir el aparato psíquico en los sistemas consciente, preconsciente e inconsciente. De este modo, el aparato psíquico se presenta heterogéneo, escindido, dividido, disociado. Esta particularidad del aparato psíquico es estructural y, obviamente, no se restringe a sus formas patológicas.

En este sujeto escindido, el yo deja de ser un todo, lo uno congruente, coherente, quedando ligado directamente al fenómeno del narcisismo, vía defensas inconscientes. El yo tendría, entonces, una dimensión inconsciente a través de la cual pone en funcionamiento sus propias defensas, de manera que dicho mecanismo no es a voluntad. Es decir, las defensas inconscientes del yo no se eligen libremente, sino que, sencillamente se cumplen.

El registro de un yo, asiento de la identidad, sólo será posible desde la otredad. Hay yo porque hay otros. El proceso de identificación es justamente la operatoria psicológica por la cual el yo establece relaciones con los otros, hace lazo.

Para comprender la dinámica del psiquismo, sintéticamente podríamos decir que la identificación, desde una perspectiva psicoanalítica, se despliega en dos sentidos: un lugar en que se identifica, la imagen, y el lugar desde dónde se identifica, la posición social y cultural. El primero, de orden imaginario, está asociado con lo que se conoce como yo ideal. El segundo sentido corresponde al registro simbólico y se relaciona con el denominado ideal del yo.

La dialéctica de lo imaginario parte de un sujeto que establece una relación libidinal con su imagen ante la cual queda fascinado, resultando una primera unificación, libidinalmente investida. Este proceso se constituiría a partir de una primera inscripción de satisfacción, que a su vez, sería la matriz generativa de la fantasmática del sujeto. Y, justamente, lo fantasmático es la cualidad distintiva en la mediatización de la relación del sujeto con el mundo.

Ese yo ideal sería el molde de unidad primera del sujeto. A partir de allí, y sobre ese sostén, se van hilvanado las ulteriores identificaciones. Vale puntualizar que la identificación primaria produce alineación, enajenación. El sujeto se ve, se reconoce, allí donde no está, en esa imagen. El reconocimiento de esa imagen permitirá adquirir atributos de permanencia, de identidad, de sustancia. Sin embargo, ese logro tendrá su contracara en tanto condicionará al psiquismo a la fijeza, la inmovilidad. La tensión conflictiva del narcisismo en la que queda el sujeto es, por un lado, permanecer encerrado, cristalizado en una imagen de sí mismo y por otro, perder esa adquisición, perder esa unidad y correr el riesgo de volver a precipitarse en una fragmentación.

El segundo sentido es de orden simbólico y se relaciona con lo que se conoce como ideal del yo. El proceso de identificación primaria ocurre en un mundo cultural, simbólico. Es decir, el niño nace en un mundo de simbolizaciones, nace en una trama de significaciones que determina lugares sociales que, en la modernidad están asociados con la institución familia.

Como veníamos señalando la identidad tiene que ver los otros. No hay yo sin otros. Sin embargo en las conceptualizaciones iniciadas por J. Lacan se diferencia los otros, del Otro con mayúsculas, para indicar la diferencia existente entre los otros como pares, como congéneres, al Otro entendido como la alteridad del Inconsciente, lo radicalmente heterogéneo a la consciencia.

El Otro es todo el código inconsciente, es toda la red de articulaciones, de pensamientos inconscientes, la forma de operar del inconsciente. Esta distinción entre otro y Otro es decisiva. Tiene efectos en la dirección de la cura o, en el caso de la Orientación Vocacional, en el proceso de elección ya que, respecto de ese Otro del Inconsciente sólo se puede lograr acceder a cierta verdad, aún cuando quebrante la unidad narcisística en la que el sujeto se cree que es. El proceso de acceso a una verdad inconsciente siempre es doloroso y generalmente muy lesivo para el narcisismo. La construcción de la identidad podríamos entenderla como crédito otorgado por los otros, que a través de la conciencia habilita la construcción de una imagen sobre sí resguardada por los procesos psíquicos defensivos de desmentida y represión.

De este modo la identidad dependería de ese reconocimiento por la conciencia, regulado por las defensas del yo. En este sentido, las imágenes que construye intentan dejar afuera lo inconsciente, aunque nunca será posible hacerlo de manera absoluta. La identidad por lo tanto se conforma alrededor de un proceso de unión a los otros, es decir, de pertenencia, pero al mismo tiempo, también, de separación con los otros, o sea, de diferencia.

La identificación tendrá que ver, por un lado, con la pertenencia ligada a las primeras experiencias de satisfacción, mientas que la separación, la diferencia, estaría asociada al dolor. De ese modo podría postularse que la identidad – como proceso que se construye a partir de las identificaciones- se configuraría en torno de las experiencias de satisfacción por un lado y, del dolor por otro, que en conjunto, establecen marcas que edifican la subjetividad.

La identidad es, pues, la representación de sí como perteneciente a un conjunto, pero también como diferente al mismo. Su paradoja más evidente consiste en que siendo una referencia al sí mismo, sólo puede sostenerse con lo que está en otra parte.

Ana María Fernández (1996) en sus trabajos insiste en evitar todo psicologismo en el análisis de la subjetividad. Reconoce el valor del psicoanálisis desde lo disciplinario pero sostiene la necesidad de efectuar un abordaje de la subjetividad desde la complejidad y, por tanto, con un criterio transdisciplinario.

Por eso sostiene que pensar desde la diversidad los distintos modos de producción subjetiva, implica un proceso de des-sustancialización de los relatos de la interioridad psíquica estructurada básicamente en la infancia, el inconsciente, el deseo. Y agrega: “lo que hoy día está puesto en cuestión es la existencia de un mecanismo universal de estructuración del sujeto ¿Cuánto de lo que creímos estructura universal de la subjetividad será narrativa propia de la modernidad?” (Fernández, 1996, p.4).

Al pensar la subjetividad inevitablemente nos enfrentaremos, entonces, con los cruces, las intersecciones, las articulaciones entre dimensiones diversas: psíquicas, biológicas, sociales, culturales, ambientales, políticas. En esta propuesta de no invisibilizar los diferentes registros que intervienen en la producción de subjetividad, nos parece central recordar algunas posiciones que resultan esclarecedoras.

La primera forma de reconocimiento de la individualidad, de la separación y diferenciación del sujeto (de la modernidad) respecto del grupo, está ligada a la institución social de la propiedad y, a partir de ésta, la constitución de una esfera de lo privado. Esto es esencial para superar un nivel de generalización abstracta como la de ‘lo simbólico’ y visualizar la complejidad de las singularidades históricas reales (forma social, propiedad, rasgos de la cultura, etc. Para la experiencia moderna la individualidad no puede ser asumida sin esta referencia, ya que la propiedad y la privacidad caracterizan la cualidad que toma la individualidad en los procesos históricos. Y se trata, tanto en la propiedad como en la privacidad, de relaciones sociales, es decir, que sólo se sostienen con referencia a otros: tener lo que el otro no tiene o tener más, poder sustraer a la mirada del otro alguna parte de la vida personal (Galende, 1998)

Pareciera pues, que el concepto de subjetividad permitiría integrar lo idéntico y lo diferente, la estructura y el acontecimiento, lo individual y lo social, lo público y lo privado. Coincidiendo con esta perspectiva que propone Ana María Fernández, es que preferiríamos hablar de subjetividad, de producción de subjetividad, antes que de identidad. Si aceptamos esta premisa, la investigación de la subjetividad consistiría básicamente en la interrogación de los sentidos, las significaciones y los valores que produce una determinada cultura, su forma de apropiación por los sujetos y los efectos sobre sus acciones prácticas.

Volviendo a nuestro tema central, podríamos afirmar que la identidad vocacional supone, identidad por un lado, y vocacional por el otro. Habiendo planteado nuestra posición respecto de la identidad, queda ahora por responder ¿Qué es la vocación? ¿Qué es lo vocacional?

La vocación como categoría moderna expresa una certeza, un absoluto que en la vida subjetiva puede hallarse, vía revelación y/o hallazgo o, por el contrario, a través de un proceso de construcción más o menos racional a lo largo de la vida. Ambas perspectivas, en sus innegables diferencias, se encuadran en el mismo paradigma: lineal, certero y absoluto para pensar y operar en torno a la vocación. Si hay vocación, se la puede descubrir, se la puede construir, ya que, en este sentido, la vocación es una verdad.

La vocación así concebida aparece como portadora de una impronta de origen que la liga a un llamado interno, innato en un caso, o a una construcción asociada con el conjunto de experiencias desarrolladas en la vida social. Vocación que de esa manera se nutre de diversos vínculos que los sujetos establecen con variados objetos (otros sujetos, actividades, lugares, experiencias) de la realidad social.

Tanto desde una perspectiva como de la otra, la vocación es quién parece guiar al sujeto hacia una única actividad determinada (carrera-ocupación). Y, la Orientación Vocacional, desde esta concepción será la práctica psicológica que le asegure al sujeto descubrirla y/o encontrarla.

El principal aporte del paradigma crítico-nutrido de nociones como elucidación crítica (Castoriadis), deconstrucción, (Derrida), análisis genealógico (Foucault)1, deseo y goce (Lacan) - fue romper la noción absoluta, certera de la vocación. A partir de allí nos fuimos atreviendo a afirmar que la vocación no existe, si por ella entendemos una relación necesaria entre el sujeto y el objeto. Reforzamos la posición acerca de un sujeto no atado a un sólo objeto, postulando que entre uno y otro se abre la dimensión de la falta y con ella, la posibilidad de buscar, de explorar, de crear.

La vocación más que revelación o construcción de algo seguro, categórico será búsqueda. La metáfora del horizonte es la que mejor representa la dinámica de la vocación como búsqueda: “Caminando hasta encontrarlo, allí donde (no) está y seguir siendo, buscando, viviendo”.

El horizonte siempre presente, observable y escurridizo, en tanto producción imaginaria, le sirve al sujeto para movilizarse (caminante no hay camino, se hace camino al andar...), para activarlo, para ponerlo en marcha. La paradoja del horizonte y de la vocación es que al mismo tiempo, son y no son.

La vocación no es (si se la toma como proceso acabado), es un ser siendo como proceso abierto, indefinido, contingente. Entendida en este sentido, como algo que se va construyendo-deconstruyendo- reconstruyendo a lo largo de la vida, como algo que se mantiene pero que también cambia, la vocación sí existe, y podemos desarrollarla, enriquecerla, reorganizarla.

La vocación como búsqueda de un horizonte y como proceso de construcción-deconstrucciónreconstrucción, quedará necesariamente implicada en los procesos relativos al deseo y el goce, con la herida narcisística que inevitablemente producirá en la teoría y en la práctica de la Orientación Vocacional.

Desde una perspectiva psicoanalítica, sostenemos que la elección de un objeto vocacional quedará pegada a la dinámica del goce y el deseo en la que el primero constituirá la meta final en la búsqueda de satisfacción del sujeto pero que conllevará la amenaza de un peligro a su integridad, cuyas causas ignora. Por ello el sujeto se encuentra profundamente dividido ante el goce: buscará alcanzarlo y se protegerá de su proximidad.

Como experiencia subjetiva, el goce no se alcanza sino cuando se atraviesan las barreras de protección. De ahí que gozar esté acompañado del dolor que provoca un peligro consumado.

El goce tiene su contracara, la culpa que el sujeto siente por haber gozado, a través de la cual procura componer un envoltura de olvido al goce experimentado. Otras veces, la conciencia ignora que una situación dolorosa sea encubridora de un goce oculto. Ese es el aporte freudiano a la inteligibilidad de la estructura del síntoma neurótico: el sujeto sufre con su síntoma sin advertir que en el mismo acto, goza.

Por eso podrá afirmarse, siguiendo a J. Lacan, que el principio del placer mantiene un límite en relación al goce. El principio del placer indica que, si hay un temor, es el que corresponde al goce.

Sin embargo, es imposible definir el estatuto del goce, sin ubicarlo en relación con la estructura del deseo. El deseo se traduce subjetivamente como búsqueda y proyecto, referido a la experiencia sexual, amorosa pero también, a la vocacional. El deseo surge del sentimiento de que algo falta. Reconoce la experiencia de vacío e impulsa a la búsqueda de aquello que lo satisfaga. Por eso para desear es preciso que algo falte y, justamente, lo que falta al deseo remite a lo que podríamos denominar la “cosa del goce”, causa última de la estructura deseante. Lo paradojal es que el deseo se presenta como una defensa ante el goce.

Suele ocurrir que cuando un sujeto está por alcanzar la meta de su deseo, queda invadido por una particular inquietud y, a menudo, se envuelve en una parálisis que termina por anclarlo en la frustración, la derrota o el fracaso. En otros casos la conquista de lo deseado, en vez de aportarle al sujeto la felicidad prometida, termina generando un profundo derrumbe físico o psíquico.

El psicoanálisis lacaniano construyó un esquema conceptual en el que se distinguen diversas modalidades defensivas del sujeto en la preservación de su deseo como aquello incumplido. Esquema válido para todas las experiencias humanas, entre ellas, obviamente las sexuales, las amorosas y las vocacionales. Así, por ejemplo, en la histeria, la defensa reside en mantener el deseo insatisfecho, el neurótico obsesivo sitúa a su deseo como imposible y el fóbico lo conserva con técnicas evitativas.

Todos estos ejemplos ponen de manifiesto que el deseo encierra algún peligro para el sujeto. Sin embargo, si lo observamos detenidamente, advertiremos que el deseo como tal, no es necesariamente rechazado: la connotación de peligro solo está en relación con la posibilidad de cumplimiento del deseo. El eje de la cuestión no es el deseo sino, justamente, el goce.

La estructura del deseo se expresa como indócil a que “algo deje de faltar”. Y la función del principio del placer es la de mantener al sujeto a resguardo para que una dosis de insatisfacción sea preservada, que siempre haya un pedacito de goce que falte y que el deseo insaciable persista su inacabable búsqueda. Las satisfacciones permitidas por el principio del placer son de nunca acabar y, cuando el deseo alcanza su término, la dicha puede acarrear incómodas consecuencias (Rabinovich, 2002).

La vocación como proceso subjetivo bascula alrededor de la dinámica del deseo y el goce. Sin embargo, conviene reforzar nuestra posición al respecto. En primer lugar insistimos que lo subjetivo es una de las dimensiones de la problemática vocacional. Por eso preferimos hablar de lo vocacional antes que de vocación, ya que lo subjetivo no supone su único organizador.

En segundo lugar, sostenemos una perspectiva transdisciplinaria que articule lo subjetivo-singular (dinámica del deseo y el goce) con las determinaciones del contexto (productoras ellas mismas de una subjetividad social) y las modalidades cambiantes de los objetos a elegir. Es decir, un entramado inextricable entre sujeto, objeto y contexto.

Lo vocacional será esa complejidad que no podrá sustraerse a ninguna de las dimensiones que lo constituyen. Si hasta ahora hemos intentado ahondar en la dinámica subjetiva, ayudados por los aportes del psicoanálisis, restaría hacer lo propio con la dimensión social. Para ello tomaremos algunas categorías planteadas por Robert Castel (1997) en su obra Metamorfosis de la cuestión social.

La nueva cuestión social tiene como característica sobresaliente la conmoción que provocada por el desempleo masivo y la precarización de las situaciones de trabajo. Este proceso puso en evidencia la inadecuación de los sistemas clásicos de protección para cubrir estas dificultades. Se multiplicaron exponencialmente los sujetos que pasaron a ocupar una posición de supernumerarios en la sociedad, “inempleables”, desempleados o empleados de manera precaria, intermitente. De esta manera para muchos, el futuro empezó a tener a diferencia de los años de regular estabilidad laboral, el sello de lo aleatorio.

Robert Castel plantea que la asociación “trabajo estable/inserción relacional sólida” caracterizó una zona de integración. A la inversa, la ausencia de participación en alguna actividad productiva y el aislamiento relacional conjugan sus efectos negativos para producir exclusión, o mejor dicho, desafiliación.

Los procesos sociales llevan a las personas de una zona a otra. Así es posible pasar de la integración a la vulnerabilidad y de ésta a la “inexistencia social”. Ya no se trata de un fenómeno estrictamente de exclusión sino de desafiliación en tanto las personas han sido desligadas, pero se mantienen bajo la dependencia del centro. La exclusión no es una ausencia de relación social sino un conjunto de relaciones particulares con la sociedad como un todo. No hay nadie que esté fuera de la sociedad sino un conjunto de posiciones cuyas relaciones con su centro son más o menos laxas.

El drama que trae aparejado el derrumbe de la condición salarial es la pérdida del lugar del trabajo como principal ordenador de la vida social, como principal sostén de la identidad de las personas. El problema del empleo no se restringe a los sectores menos calificados, por el contrario se irradia al conjunto social. Es la llamada inempleabilidad de los calificados. De manera que el problema no es sólo el que plantea la constitución de una periferia precaria sino también el de la desestabilización de los estables. (Castel, 1997)

Insistiremos en que la sociedad salarial necesitó del Estado como principal sostén y protección de los individuos. A la inversa, actualmente en las sociedades reguladas principalmente por el mercado, la economía se autonomiza y la condición salarial se desmorona, perdiendo el Estado social su poder integrador.

¿En un escenario social así esbozado podemos seguir hablando de identidad vocacional / ocupacional?

Evidentemente, no.

La tarea específica en Orientación Vocacional, debería tender a facilitar la construcción de recorridos abiertos al cambio. Propiciar una construcción subjetiva que no se amolde estrictamente a las estructuras de títulos y carreras sino que se organice dinámicamente como una subjetividad dispuesta a enfrentar problemas.

Una práctica que promueva la construcción de una identidad vocacional/ocupacional tal como se describe en los tradicionales libros de Orientación Vocacional sería, en la actualidad y a nuestro entender, una intervención iatrogénica.

El objetivo de un proceso de Orientación Vocacional no será, pues, acceder a una identidad vocacional/ocupacional, sino el acompañamiento en determinado período de transición a construir una decisión, a partir de establecer un espacio y un tiempo en el que, ante todo, se pueda pensar, imaginar, soñar, como forma de elaborar un proyecto futuro. Para ello, en los distintos ámbitos y niveles de intervención deberá intentarse desentrañar dónde la elaboración del proyecto futuro hace nudo. La intervención consistirá, entonces, en la operatoria que permita desanudar aquello que se ha hecho nudo y que por tanto, obstaculiza el proceso de elección.

Seguramente no podremos seguir sosteniendo en la actualidad las mismas categorías conceptuales que en la época de apogeo de la sociedad salarial.

Recordemos lo que afirmaba Rodolfo Bohoslavsky en la década del’ 70:

“Podemos partir del producto que, en el caso de la Orientación Vocacional, es la identidad ocupacional, producto de algo que ha ocurrido en la persona que elige. Ese algo, que determina la identidad ocupacional, lo denominaré identidad vocacional. Diré que una persona tiene identidad ocupacional o, mejor, que ha adquirido su identidad ocupacional cuando ha integrado sus distintas identificaciones, y sabe qué es lo que quiere hacer, de qué manera y en qué contexto. La identidad ocupacional incluirá, por lo tanto, un cuándo, un a la manera de quién, un con qué, un cómo y un dónde. Defino en cambio la identidad vocacional como una respuesta al para qué y por qué de la asunción de esa identidad ocupacional” Bohoslavsky (1971, p. 63).

Es contundente la afirmación del maestro. Los que hoy estamos en contacto con jóvenes (y no tan jóvenes) acompañándolos en la construcción de sus proyectos de vida, no podríamos decir lo mismo. Creemos que la identidad vocacional en épocas de sociedad salarial se había transformado, indudablemente en un verdadero universal. Algo así como una esencia de la subjetividad, cuando en rigor – debemos insistir - no es otra cosa que una producción histórica de las significaciones imaginarias que instituyen formas de vivir la existencia humana ligadas al hacer, básicamente al trabajo y al estudio. Al constituirse la identidad vocacional/ocupacional en esencia y verdad, se dificulta la posibilidad de interrogar esa particularidad de la cultura.

Justamente lo que hoy nos estamos proponiendo es indagar la producción de subjetividad que promovieron las severas modificaciones en el mundo del trabajo. Por ello es que intentamos más que desarrollar una identidad vocacional, generar espacios en los que el sujeto se niegue a identificarse con un papel, con una función o una utilidad social. Lo ‘no idéntico’ pasaría a ser una dimensión de la experiencia individual opuesta a la racionalidad instrumental.

La preocupación por ser alguien, es decir la lucha por una identidad, le puede hacer el juego a las industrias culturales, con oferta de modelos para construir una imagen, una forma de ser, hacer y tener. En las sociedades hipermodernas no falta, entonces, identidad conforme a una imagen, sino sujetos de sus actos.

Así es como, en las llamadas “patologías del reconocimiento social”, los sujetos aparecen con dificultades de organización psíquica. Son quienes no pueden hacerse reconocer por lo que son, hacen, sienten y desean. Surge el conflicto entre la experiencia singular y las normas sociales en virtud de las cuales se puede ser reconocido y apreciado.

Esta idea nos lleva a pensar que la llamada integración social puede ser interpretada como el control ejercido por los centros de poder sobre actores sociales cada vez más manipulados. Frente a ello, los sujetos buscarán afirmarse defendiendo su libertad contra una sociedad demasiado organizada.

Lo vocacional como deseo de hacer puede quedar encapsulado en el trabajo-empleo, entendido como actividad obligatoria a cambio de una remuneración. Si así ocurre lo vocacional como forma de despliegue de la subjetividad queda atrapado en las formas que la sociedad ha generado, premoldeado. Lo vocacional así entendido se resume a ocupar los lugares prescriptos por la sociedad y no a construir o inventar lugares para habitar.

En nuestras sociedades tecnológicas y globalizadas, desiguales y excluyentes, cada vez resulta más difícil abrir nuevos surcos, nuevos recorridos. Sin embargo allí está la clave del proceso de construcción subjetiva, en el plus que los sujetos, los grupos y las comunidades pueden creativamente darse, para buscar en sus vidas otros horizontes que los socialmente instituidos por los poderes hegemónicos.

Observamos con preocupación formas de sobreadaptación en las que “ser alguien” o “tener éxito” está asociado a asumir una identidad personal tributaria de las expectativas de un sistema que privilegia la acumulación de riqueza a cualquier precio y de cualquier manera o, su contraparte, formas de autoexclusión, expresadas en jóvenes o adultos que desalentados por las escasez del empleo, se desaniman y desertan a encarar la búsqueda de un proyecto vital en los ámbitos educativos o laborales.

En síntesis, proponemos pensar la elección vocacional como un proceso y un acto de elección y realización de un hacer con un plus inevitablemente ligado a la búsqueda de satisfacción.

 

REFERÊNCIAS

Bohoslavsky, R. (1983). La orientación Vocacional. Una estrategia clínica. Buenos Aires: Nueva Visión.         [ Links ]

Bohoslavsky, R. (1975). Lo Vocacional. Teoría, técnica e ideología. Buenos Aires: Ediciones Búsqueda.         [ Links ]

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Recebido: 21/01/05
1ª revisão: 03/03/05
Aceite final: 10/03/05

 

 

1 Los tres autores mencionados nos aportan herramientas para operar críticamente respecto de la institución de regímenes de verdad en las teorías, desmontando las cristalizaciones propias de cada cuerpo teórico, devenido en doctrina, abriendo visibilidad a nuevas problemas que las teorías esconden o invisibilizan, e impidiendo que los problemas se cosifiquen en determinados sistemas. Dichas herramientas conceptuales colaboran a pensar con criterios multireferenciales y no unidisciplinarios, aunque no anulan los objetos disciplinarios, sino que relativizan los efectos de verdad que éstos instituyen.

 

 

1 Dirección para correspondencia: Lavalle 3940 3º “G” Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Código Postal 1190. Teléfono (011) 4864 7263. E-mail: srascovan@puntoseguido.com - www.puntoseguido.com

 

Acerca de los autores
* Sérgio Rascovan, Magister en Salud Mental Comunitaria, Universidad Nacional de Lanús (UNLa). Licenciado en Psicología, Universidad de Buenos Aires (UBA). Vicepresidente de APORA, Asociación de Profesionales de la Orientación de la República Argentina. Co-Director de PUNTo SEGUIDo, institución dedicada al estudio de las intersecciones entre salud y educación (www.puntoseguido.com). Autor del libro Los jóvenes y el futuro ¿Y después de la escuela ... qué ? Co-autor y compilador del libro Orientación Vocacional. Aportes para la formación de orientadores. Autor y co-editor de Imágenes Ocupacionales, set de fotografías para la realización de actividades en Orientación Vocacional. Profesor titular de la materia Orientación Vocacional en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad de Palermo. Profesor en el Módulo Orientación Vocacional y Educativa en el nuevo escenario social. Carrera de Especialización Orientación Vocacional y Educativa. Universidad de Tres de Febrero. UNTREF – APORA.

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