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Liberabit

versión impresa ISSN 1729-4827versión On-line ISSN 2233-7666

Liberabit v.12 n.12 Lima  2006

 

ARTÍCULOS

 

La psicología política: un enfoque heurístico y un programa de investigación sobre democracia

 

The political psychology:a heuristic approach and a program of investigation on the democracy

 

 

Alexandre Dorna*

Universidad de Caen - Francia

 

 


RESUMEN

Se efectúa un conjunto de reflexiones sobre la noción de psicología política. Para ello toma como base algunos estudios realizados por el autor y otros colegas en el Laboratorio de psicología social y política de la Universidad de Caen, en Francia. Formula la tesis de que la sociedad democrática contemporánea se halla en crisis y propone un esquema heurístico para la observación e interpretación de los procesos psico-políticos. Se afirma que la psicología política, como noción, se halla aún en proceso de consolidación y se exponen algunas consideraciones al respecto.

Palabras clave: Psicología política, Democracia, Método heurístico.


ABSTRACT

It does a group of reflections about political psychology notion. To do that, take as a basis some researches made by the author and another colleagues at the Caen University Psychology Social and Political Lab. He formulates the thesis that the democratic contemporary society is in crisis, and proposes a heuristic outline to observation and interpretation the psycho-political process. It states, that political psychology, as a notion, is still in consolidation process and it exposes some considerations about it.

Keywords: Political psychology, Democracy, Heuristic method.


 

 

En trabajos de reflexión y en experiencias recientes (Dorna 2003, 2004) hemos desarrollado la idea de una interpelación de la noción de democracia, desde el punto de vista de la psicología política. Esta preocupación, pensamos, se impone como una necesidad teórica y una urgencia práctica. En esta breve nota, tratamos de mostrar, a la vez, algunos de los antecedentes de la problemática de la psicología política y las pistas abiertas para un estudio de la democracia política dentro del «programa sobre democratismo» que dirigimos en el laboratorio de psicología social y política de la Universidad de Caen (Francia).

Digamos, en un comienzo, para situar la reflexión, que la crisis de la democracia contemporánea está ligada en gran medida, a la ambigüedad de los procesos políticos «democráticos» y al desencanto moral e intelectual de la sociedad moderna. Se trata de una extraña paradoja: los principios de racionalidad, de ciencia y de progreso inspirados en la el «siglo de las luces» se encuentran en franca contradicción con las practicas actuales de los gobernantes que se dicen herederos del pensamiento del humanismo republicano-democrático. Los adelantos técnicos surgidos con la utilización del método científico aumentan en proporción inversa a nuestra capacidad de comprensión global de la realidad en la cual vivimos. En otras palabras, la multiplicación de «micro-teorías» en ciencias humanas y sociales (CHS) que surgen de los experimentos de laboratorio y la utilización de las técnicas estadísticas, han transformado la realidad humana concreta en una nebulosa de hechos abstractos. La visión de conjunto y a largo alcance se ha vuelto borrosa e incierta. Todo pasa, metafóricamente, como si las ramas de los árboles del conocimiento cada vez mas numerosas impidieran percibir la extensión del mundo y la naturaleza de la cuestión del hombre en sociedad. Más aun, los antiguos puntos comunes de referencia se pierden en medio de una monotonía informativa, virtual y sin diálogo, donde los objetivos generales de la sociedad y del bien común pasan a un segundo plano bajo los imperativos del individualismo y los intereses particulares. Curiosamente, en un plano político, la psicología moderna se ha transformado en una fuente de justificación ideológica de las patologías de un mundo mercantil que obedece a las reglas de una concepción psico-liberal del «homo economicus» cuyas claves son: individualidad, racionalidad, especialización, eficiencia y rentabilidad. Y sobre la pretensión puramente metafísica que los hombres son libres y autónomos. En gran medida, los enfoques técnicos y sus lógicas han hecho de la problemática humana un objeto superfluo en la cual la preocupación y el estudio del hombre se hacen con objetivos utilitaristas.

Paradójicamente, la ausencia de un proyecto general de sociedad, refuerza y acelera un repliegue de los valores comunes y socava los pilares del saber político y de la praxis democrática antigua. En cierta medida podríamos decir que tanto los modelos científicos de adquisición del conocimiento y las estructuras sociales de gobierno han abandonado los ideales del cosmopolitismo, del humanismo y los principios de la tradición ciudadana de la «polis» griega.

La variedad de cuestiones (forzosamente reducidas en este texto) que atraviesan la psicología política y la democracia, muestran que las ciencias humanas y sociales se encuentran estranguladas metodológicamente por las pretensiones de formalización abstracta impuestas por el modelo de las ciencias naturales bajo los dictados del positivismo de mediados del siglo XIX, pero que aun perdura en las ciencias humanas y sociales. Las reflexiones de Feyerabend (1987), son un grito de alerta que lamentablemente pocos han entendido. Las CHS viven un momento de gran frustración bajo la tutela de los enfoques cuantitativos y la utilización desmesurada de los criterios estadísticos que reducen penosamente, en figuras y en curvas abstractas, la significación de los hechos humanos. La cultura ha pasado a un segundo plano, la creatividad al abandonar las esferas estéticas se ha vuelto técnica y puramente mercantil. Todo lo cual empobrece las posibilidades de (re)pensar los problemas concretos y paraliza la visión general sobre los avances de la humanidad y de sus obras.

Sin duda la ausencia alternativa de una teoría general sobre la evolución y el futuro de la sociedad contemporánea no hace más que agravar el sentimiento de malestar en el seno de las ciencias humanas y sociales. De allí, que la búsqueda de una nueva perspectiva pasa por una práctica teórica de rehabilitación y el estudio de las raíces mismas del alma de la «polis». La psicología política, a nuestro juicio, es portadora de un enfoque, a la vez, «arqueológico» de los conocimientos, anteriores a la implantación de la ideología del cientificismo en el seno de las CHS, que «prospectivo» como un proceso de re-encuentro y de clarificación conceptual.

En consecuencia, la breve reflexión que sometemos al lector interesado, tiende a interpretar localmente los síntomas que de manera global desfiguran el pensamiento psicológico y perturban la observación concreta del sistema democrático actual tanto como la evaluación ética de las necesidades humanas. Pensamos, en consecuencia, que retomar las cuestiones epistemológicas es indispensable e indisociable para impulsar una nueva forma heurística de comprensión de los procesos políticos y psicológicos. Un autor, tal vez mal comprendido, Leo Strauss (1983), sitúa el problema en términos lapidarios : « Una ciencia social que no puede hablar de tiranía con la misma seguridad que la medicina, por ejemplo, en relación al cáncer, no puede comprender los fenómenos sociales en su realidad propia, ni pretender ser científica».

Cuestión que nos conduce, sobre esta base diagnóstica, a un retorno al diálogo transversal, entre las CHS, urgente, deseable y posible. La interpelación de los fundamentos de las CHS nos parece grave. Pero, tal vez, la psicología política puede representar el eslabón perdido de un nuevo paradigma en tiempos de crisis.

I. Crisis de la sociedad democrática contemporánea

Comencemos por aquello que condiciona los comportamientos políticos en la sociedad moderna: la presencia de una profunda crisis de los valores democráticos y de los argumentos a favor de una democracia representativa, en cuyo telón de fondo podemos situar la fragmentación de los conocimientos y el desencanto de las ideologías.

Los principales rasgos de esta crisis general de sociedad y de sus efectos sobre la cultura humana son suficientemente conocidos como para discutir de sus características; basta, entonces, evocarlos de una manera sintética: la pérdida de mitos fundadores comunes, la demagogia de los gobernantes, la pasividad de los ciudadanos, la presencia de aparatos oligárquicos, la corrupción de las elites, la tecnocratización de la gestión de los bienes públicos, la hiperconcentración del poder financiero, la desconfianza en la justicia, la falta de crédito de las instituciones políticas, la crisis epistemológica de la ciencia, la amenaza de un «choque de civilizaciones», la influencia omnipresente de los medios de comunicación de masas, la ruptura de lazos de integración y cohesión social…

A todo ello se agregan varios síntomas psicológicos que ilustran un sentimiento de descontento generalizado: un temor al futuro, la generalización del egoísmo y del individualismo, la hipocresía de los políticos, la pérdida de las «virtudes» republicanas, la dislocación de las identidades nacionales, el retorno asolapado de creencias mágicas y religiosas, la búsqueda de emociones efímeras, la soledad de masas, la sensación de vivir en sociedades bloqueadas, la irrupción de conflictos comunitarios, la depreciación de las fuentes de socialización (familia, escuela, trabajo), la pérdida social de la autoestima.

En suma: estos numerosos indicadores de crisis forman un síndrome social, político y psicológico grave y contagioso que confirma, in toto, las penetrantes observaciones de Wilfredo Pareto (1968) sobre un bloqueo de la circulación de las élites; así como la pertinencia de la «ley de hierro de la oligarquía» postulada por Robert Michels (1911) sobre la transformación de las organizaciones democráticas (partidos políticos y sindicatos) en oligarquías autoritarias; los mecanismos de la sumisión a la autoridad puestos en evidencia por Milgram (1969) y Zimbardo ( 1973), al mismo tiempo que se actualizan los procesos de políticos de masas (nacionalismo, populismo, neofascismo) y las técnicas maquiavélicas de gobierno (Dorna 2003) y de propaganda política (Dorna y Quellien 2006).

En consecuencia, la democracia representativa, el «menos malo» de los sistemas de gobierno, acumula los signos de una enorme descomposición estructural y de una convulsión psicológica mayor.

Las diversas teorías de la política deben ser analizadas a la luz de los enfoques de la psicología política colectiva. Con mucha razón, Sartori (1979), uno de los raros pensadores politólogos actuales, pone en relieve la importancia fundadora de la dimensión psicológica en la práctica del pensamiento político. Su enfoque lo lleva a identificar, dentro de la esfera política, la presencia de esa noción antigua que los griegos denominaban «politeia ». Dicho en otras palabras la dimensión subjetiva y emocional, que funda las acciones políticas y el arte de gobernar dentro de una comunidad de intereses comunes: la (rés) pública, la cosa común es decir lo jurídico y lo simbólico, justamente, aquello sin lo cual la cohesión desaparece para dejar libre curso a la ley de la selva y a un mundo sin «alma».

Resulta inevitable constatar que la degradación progresiva de las sociedades democráticas son el producto de cambios veloces de perspectiva : desde un mundo fundado en una metafísica de lo absoluto, hacia un mundo sometido al dictado de un relativismo global, sin que la cuestión del sentido de esos cambios haya sido resuelta. De allí que la re-elaboración de una teoría psicológica de la política democrática moderna se encuentra una vez más a la orden del día. Empero los obstáculos son numerosos, tanto metodológicos como ideológicos, pues hay una enorme resistencia a romper con el statu quo político y los paradigmas epistemológico dominantes. En un libro sobre los fundamentos de la psicología política (Dorna 1998) hemos intentado exponer algunos de estos problemas al lector advertido.

Volvamos al propósito central de nuestra reflexión. Retomar la critica sobre el carácter «representativo» de la democracia puede sorprender a algunos y molestar a otros. Sin embargo, su funcionamiento, a la vista de sus principios y sus resultados prácticos dista mucho de ser convergente. Basta observar como el ideal del ciudadano activo y comprometido ha dejado su lugar a un ciudadano virtual, pasivo, engañado y decepcionado, fácilmente manipulado por los poderosos aparatos electorales, las máquinas políticas y los medios de comunicación de masas.

Si la República es un principio colectivo que supone la deliberación y el diálogo razonado, la democracia revela una pasión cívica y un método de decisión que exige recordar su significado y aplicar sus reglas. Pues desear la democracia precisa hacerlo total y moderadamente dentro del marco de bien público. Su reducción (moderna) como simple procedimiento de opción electiva es el resultado de la amputación de algunos de sus atributos metodológicos antiguos, quizás los más reveladores de su naturaleza ciudadana: voto por sorteo, rotación de puestos y respeto de las minorías. Esta concepción utilitaria y técnica de la democracia tiene como consecuencia la reproducción de caminos tortuosos de la práctica oligárquica y el debilitamiento del principio deliberativo de la República.

Regis Debray (1989), subraya, en un libro polémico, las contradicciones de los regímenes democráticos modernos, y se pregunta si no habría necesidad de contraponer las nociones de democracia y República, a pesar que en sus orígenes griegos la una y la otra se respaldaban mutualmente. Ambas lograron revitalizar la acción política (en el sentido noble del término) y reequilibrar los poderes del Estado-Nación con verdaderos contra-poderes que no se anulasen recíprocamente. De allí que la gramática de la práctica política debe comenzar necesariamente por reestablecer los principios de la psicología colectiva que la sustentan. En otras palabras, si la unidad de base de la democracia, es decir la Repúlica, se encuentra segmentada por intereses antagónicos y rivales, entonces su «mundo imago» integrador se destruye. Por esta razón los ciudadanos democráticos contemporáneos se descubren hoy sin una identidad clara y coherente, pues la visión de la República moderna se ha modificado profundamente. La percepción de las características identitarias, tanto psicológicas como sociales, jurídicas y políticas han dejado de vivirse como una unidad compleja para transformarse en parcelas comunitarias y corporatistas.

Los impactos de la revolución informática y bio-tecnológica refuerzan un modelo político individualista y paradójicamente comunitario que hace uso y abuso de un racionalismo liberal, calculador, mercantil y maquiavélico. En el plano psico-sociológico y político se agudizan la ruptura entre la objetividad y la subjetividad, la razón y la emoción. En efecto, los sentimientos individuales y colectivos destruyen insidiosamente las conductas integradoras y dejan paso a nuevas manifestaciones de intolerancia y de racismo. No es extraño que las nociones de respeto, de autoridad, de educación, de espiritualidad y de familia no jueguen sus papeles cívico-educativos ni entretejan los lazos necesarios para la protección de una comunidad libre y laica. Aún más: la presencia del divorcio entre las élites y la masa acentúa el desequilibrio creciente entre las estructuras organizacionales y el sentimiento de rápido deterioro de la cohesión social.

En otras palabras, los elementos diagnósticos de la democracia en crisis que hemos esbozado, permiten ser pensados como un síndrome psico-político y analizados dentro de un esquema heurístico abierto, capaz de identificar las diversas percepciones del fenómeno, sus antecedentes históricos y culturales, tanto como sus probables consecuencias dentro de condiciones estructurales de organización de la sociedad. He allí, la tarea que la psicología política pretende realizar.

II. La psicología política: Una visión integradora y transversal.

Vale la pena de recordar que de hecho, la política, en sus comienzos, fue una invención «psico-sociológica» que se manifiesta en el seno de la cultura griega en un momento excepcional de su evolución: la transición entre la vida rural y la construcción de la vida urbana (polis). La creación de la «polis» es una herramienta social de mediación sobre la violencia entre los hombres y los grupos. La formula política se cristaliza a través de un largo proceso de ensayos y errores colectivos. Las condiciones de existencia se transforman. Los conflictos generados por las nuevas interacciones introducen progresivamente la supremacía de la lógica racional (logos) y el retroceso de la lógica de los sentimientos y de las reacciones impulsivas de los hombres y sus afiliaciones sociológicas. La política es entonces una manera de dominar la violencia de la vida social y de fijar nuevas reglas de convivencia. Se trata de una verdadera «invención» (Finley 1985) en la medida que se trata un modo «civilizado» de funcionamiento humano que contrasta con las características rupestres del hombre, cuyos comportamientos se rigen por reglas en concordancia con la naturaleza de sus hábitos sociales primitivos. No es extraño que Aristóteles juzgara al hombre como un animal social, para luego acordarle un rasgo distintivo: un ser político, inventando de esta manera la idea de la «naturaleza humana», separada sensiblemente de sus raíces biológicas primarias «naturales»

En otras palabras: la política sintetiza la experiencia histórica, las vivencias sociales y psicológícas de los pueblos y las múltiples manifestaciones de las almas individuales, a fin de integran las reglas y los principios comunes que forman la base de la estructura jurídico-política de las relaciones inter-personales que la sociedad adopta bajo la forma de Constitución política. Toda «constitución», vale la pena recordarlo, es la transformación de las practicas socialmente aceptadas y aceptables, en normas morales (repertorio de conductas sociales deseables o indeseables) que aseguran el bienestar y la existencia misma de la sociedad. La política es en ese sentido un «zócalo» psico-socio-cultural, un contrato o acuerdo cuyo «espíritu» se encuentra simbolizado en sus «leyes», según la bella formula de Montesquieu. En suma: la política, es el espacio público en el que se manifiestan las interacciones ciudadanas y se delibera sobre los asuntos que afectan a todos sus miembros. Y en ultimo término, una constitución no es otra cosa que el producto de la psicología de los pueblos en un momento de su historia.

Hipótesis ésta verosímil y plausible si recordamos la significación remota de las palabras de Protágoras: « el hombre es la medida de todas las cosas». En ese sentido el hombre griego, en tanto ciudadano, es una construcción social y política, moldeada como una arcilla emocional y racional, hecha paso a paso y pensada como un todo.

Por cierto se trata de una cuestión, evidentemente abierta al debate contradictorio y a la cual se asocian las diversas interpretaciones de la «naturaleza» psicológica del hombre que se ubican en los orígenes de todas las ideologías políticas y de las metafísicas filosofico-religiosas.

La dinámica de esta proposición heurística reposa sobre la idea de la importancia de los procesos colectivos, históricos y culturales, como base de las organizaciones humanas, y en la necesidad de percibir la dialéctica de los fenómenos pasados y presentes como la obra de un proyecto de civilización perfectible y abierta.

Esta perspectiva integradora permite visualizar en toda su extensión pluralista los alcances del esquema heurístico que proponemos como enfoque de la psicología política (ver un poco mas adelante en la figura n° 1) en una perspectiva global, a fin de evitar la parcializacion del conocimiento y la proliferación de «micro-teorías» (Dorna 2006) que se construyen fuera del sus contextos y ocultan los efectos a largo plazo de la historia y la cultura, al mismo tiempo que reducen los análisis políticos a una simple observación y manipulación de variables in situ, a objeto de facilitar la gestión de los asuntos administrativos y económicos, sin asumir su principal misión rectora: conocer y preservar las obras de la humanidad, tanto como evitar y resolver los errores que provocan, aquí y allá, la falta de perspicacia y de talento de los gobernantes, tanto como los imponderables de las situaciones complejas.

 

 

Veamos, rápidamente, algunos de los elementos de inter-dependencia que estructuran nuestra perspectiva heurística:

1.- La realidad humana se presenta de manera ambigua. De allí que la percepción ocupa un lugar central en nuestro esquema, sabiendo que sus características más resaltantes son su carácter : selectivo, cultural, emocional, prospectivo. Se trata de una cuestión capital, pues detrás de cada hecho percibido hay previamente una construcción colectiva cuyos mecanismos sociales sobre determinan la aprehensión individual de la realidad.

2.- La cuestión de las obras humanas («hecho total» en los términos de Mauss) permite encontrar un nexo entre las subjetividades, puesto que son ellas las que justifican la existencia humana y sus acciones, y no sólo porque prueban su continuidad, sino porque forman una sólida estructura subjetiva de opiniones, creencias, vivencias, recuerdos y esperanzas colectivas.

La memoria posee rasgos similares a la percepción: se forma social y culturalmente y se transmite históricamente. El mundo social se hizo humanidad, en tanto obra colectiva, a través de procedimientos de actualización (desde el alfabeto a la computadora, pasando por la imprenta) que han permitido conservar y trasmitir la memoria de las acciones y los pensamientos. La historia y sus recuerdos autorizan a establecer algunas correspondencias del presente con los hechos pasados y a inferir las hipótesis de un futuro cercano.

3.- El hombre, contrariamente a otros animales, concede un enorme valor a una serie de actividades superfluas a la luz de la actividad fundamental común: la sobre vivencia. Una enorme energía se emplea para producir, conservar, transmitir la información, transformar la naturaleza y cambiar las conductas humanas. De allí han nacido: las artes, el derecho, las religiones, la práctica de la guerra, la ciencia, la especulación y evidentemente la política. Resulta provechoso entonces interrogarse cómo los seres humanos invierten tanto esfuerzo en proyectos colectivos de civilización que van más allá de la pura sobrevivencia.

4.- Lo humano se empapa en sus obras y viceversa. El mundo del hombre es el mundo de sus obras y la civilización es su obra magna. De allí que sea parcial querer comprender lo psicológico sin comprender la significación del conjunto de las obras humanas. La memoria cultural juega aquí un papel irremplazable. Otro rasgo del hombre civilizado: su preocupación por el devenir, más aún su tendencia a proyectarse en el futuro tanto en lo personal como en su dimensión social. Todas sus obras se hacen en relación a una percepción del y en el tiempo. Los proyectos colectivos que los hombres conciben (por ejemplo el proyecto de la modernidad) como trascendentes refuerzan una psicología y una percepción social de las expectativas.

5.- Los actos individuales precisan de una justificación colectiva. Hay una suerte de solidaridad de los hechos, probablemente debidos a una matriz recapitulativa de la historia vivida en sociedad: «unidas múltiplex ». De allí que los marcos culturales repercuten en las formaciones sociales y ofrecen al observador atento las claves para aprehender y comprender los significados de las acciones y los pensamiento de los hombres.

6.- La historia de la evolución de las ciencias humanas muestra que los estudios sobre el pensamiento no reproducen una consciencia individual, pero mas bien incontestablemente una pre-historia colectiva. La psicología de los pueblos ha permitido apreciar la evolución psíquica (recordemos el debate Levy- Brulh), pero es un error explicativo de asimilarla a una psicogénesis infantil.

7.- La humanidad se compone de pueblos y de naciones. Se trata de un concepto unitario al cual no todos los psicólogos (sociales) se refieren. Sin embargo es mas lo colectivo-cultural y no lo biológico-individual que permite hablar de una psicología de la humanidad. De hecho, los pueblos se apoyan en los conocimientos de la antropología, la etnología y la arqueología, lo cual permite de subrayar, de manera útil y profunda, la compleja y variada evolución espiritual del mundo de lo humano.

Estas reflexiones inspiradas en los trabajos de Ignace Meyerson (1948/1995) consolidan el zócalo heurístico de la psicología política, al mismo tiempo que nos ayudan a comprender la dinámica de la interacción social en términos societales, y evidentemente de redescubrir las fundamentos comunes de las diversas disciplinas de ciencias humanas y sociales. Sin olvidar los procesos de socialización que se producen al interior de las estructuras y organizaciones que componen la sociedad: la familia, la escuela, los oficios, los partidos, las iglesias, las fuerzas armadas, las empresas, etc. Esta temática que si bien escapa a los propósitos de esta exposición puede y debe integrarse al esquema heurístico aquí propuesto.

Avancemos prudentemente como conclusión un principio metodológico: la obra humana (colectiva por definición) no es susceptible de ser disecada en laboratorio ni reducida a modelos puramente individuales, aún menos ser reducida a ecuaciones matemáticas y modelos experimentales. He allí uno de los limites del abuso de la utilización del enfoque metodológico de las ciencias naturales a la problemática humana y social. Veamos, en su forma esquemática, nuestra proposición sobre los elementos a tomar en cuenta en la observación y la interpretación de los procesos psico-políticos y sus referentes histórico-culturales.

En acuerdo con numerosos politólogos actuales (Sartori, Manin, Dobry) podemos decir que lo que actualmente esta en crisis no solo apunta a la representación de la democracia, sino que aun mas a la legitimidad del sistema de democracia representativa. Los ciudadanos ignoran los mecanismos que regulan el proceso democrático y sus instituciones, tanto como su propio funcionamiento. Hay un «síndrome democrático». Lo hemos descrito y comentado en trabajos anteriores (Dorna 2004). Recordaremos brevemente algunas premisas:

a) En primer lugar: Todo el sistema democrático se ha vuelto borroso e incierto. Las masas de votantes han perdido confianza en el discurso retórico de las elites políticas. La razón es simple: las masas tienen una impresión negativa de los actos electorales y de la virtud de sus representantes. La falta de participación de las mayorías en la toma de decisiones permite la opacidad de las instituciones políticas y la transformación de la democracia representativa en oligarquía consultativa. La ambigüedad entre los principios y las prácticas políticas hace cada vez mas difícil de delimitar los alcances de los principios democráticos.

b) En segundo lugar: La negación de los principios democráticos se encuentra asociada a una transformación de las mentalidades. La ambivalencia de los comportamientos de los gobernantes y la presencia de múltiples formas de manipulación de las opiniones ciudadanas recuerdan los antiguos preceptos a-morales de Maquiavelo sobre la política de los príncipes. Las investigaciones experimentales de Christie y Geis (1979) y nuestras propias experiencias de laboratorio sobre el «maquiavelismo» (Dorna 1996) corroboran la ambigüedad de la democracia y sus efectos perversos. Una hipótesis experimental se abre paso para explicar las contradicciones entre los ideales y las practicas democráticas: ¿los comportamientos democráticos ocultan las actitudes maquiavélicas de los políticos?

c) En tercer lugar, la crisis actual parece reactivar algunos antiguos fenómenos de masa: populismo, nacionalismo e incluso ciertas formas de neo-fascismo. Ello se encuentra generalmente asociado a la emergencia de líderes carismáticos que acentúan la personalización de la vida política. En otras palabras, en tiempos de crisis, las emociones retoman sus derechos frente a los excesos de la razón política abstracta.

Bien entendido: Nos parece evidente que las reflexiones diagnósticas sobre la crisis de la democracia representativa tienen poca validez sin investigaciones empíricas y sin instrumentos de evaluación ad hoc. Esta constatación nos ha conducido ha desarrollar un programa de investigaciones en la Universidad de Caen sobre los alcances del «democratismo político». Se trata de ir mas allá del concepto de la personalidad democrática (individuo racional, autónomo y libre) y de reconstituir los criterios de naturaleza psicosociológica que estructuran las relaciones entre los individuos y las prácticas democráticas en grupos.

La ambigüedad conceptual de la democracia moderna y de sus comportamientos específicos, hace necesario remontar sus orígenes y analizar la evolución de sus contenidos discursivos. Al mismo tiempo, se requiere una confirmación empírica de las condiciones bajo las cuales las conductas democráticas se forman, se mantienen y cambian. A fin de elucidar esta problemática hemos puesto en marcha un programa de investigaciones teóricas y empíricas, en el seno del Laboratorio de psicología social y política de la Universidad de Caen (Francia), sobre la percepción y las conductas democráticas y la construcción de una escala de «democratismo» (Lebreuilly 2006) cuyas principales etapas se encuentran esquematizadas en la figura n° 2.

 

 

Las etapas previstas muestran que se trata de un proyecto complejo y de largo alcance. Los resultados teóricos alimentan los protocolos empíricos y a su vez las nuevas hipótesis conceptuales.

° La Primera etapa: Identificar en diversas culturas las definiciones y caracterizaciones de la democracia, sus elementos comunes y sus diferencias más sobresalientes para facilitar una comparación. Se trata de un estudio téorico pluri-cultural.

° La Segunda etapa: Análisis (a través de entrevistas) de las percepciones de la democracia según una muestra estudiantil. Se trata de una investigación empírica de tipo piloto.

° La Tercera etapa: definir operacionalmente las conductas democráticas en situación de laboratorio en dos tipos de situaciones: de crisis y de no crisis.

° La Cuarta etapa: construir una pre-escala de democratismo. sobre la base de un grupo experimental de sujetos a fin de probar la capacidad de discriminación de los ítems y evaluar el instrumento.

° La Quinta etapa: la aplicación de la escala de democratismo en una muestra representativa de la población.

° La Sexta etapa: la aplicación de la escala en tres países: Francia, México y España.

° La Séptima etapa: diseño de un estudio de la percepción y las conductas democráticas en contextos culturales diferentes.

En suma: la investigación se inspira no sólo de numerosos trabajos previos (análisis discursivos, experiencias sobre maquiavelismo, estudios sobre populismo y carisma) sino también de las urgencias de nuestro tiempo y de la actualización de la literatura clásica de la psicología política. En ese sentido, se trata, a nuestro juicio, de redescubre las raíces conceptuales y perfilar un paradigma explicativo abierto al dialogo en el seno de las ciencias humanas y sociales.

 

 

IV. Percepciones y comportamientos democráticos: Algunos resultados empíricos

Para facilitar la comprensión operativa del «programa sobre democratismo» en sus primeras etapas haremos una presentación sucinta de una serie de investigaciones exploratorias, a fin de informarnos sobre la significación concreta de dos preguntas:

a) ¿Cuáles son las percepciones de la democracia in situ?

b) ¿Cuáles son los comportamientos democráticos juzgados democráticos?

4.1.- Posicionamiento del problema. Sabemos que los opiniones son menos estables que lo que podríamos pensar, pues cambian según los contextos y el tiempo histórico. La propia historia de la noción de democracia nos informa de diversas variantes interpretativas. Sin embargo, tenemos buenas razones para pensar que en un momento dado los ciudadanos vehiculan nolens volens una cierta percepción común, incluso si no corresponde a la versión original establecida por los cánones doctrinarios.

4.2.- En varios estudios cualitativos (entrevistas semi-directivas), llevados a cabo hace tres años, fue evaluada la percepción de la democracia de una muestra de la población estudiantil de la Universidad de Caen. Las entrevistas (semi-directivas) incluyeron 42 estudiantes, durante las elecciones presidenciales de 2002 y tuvieron una duración aproximadamente de 45 minutos. Un análisis temático de contenido permite establecer cuatro grandes categorías de respuestas.

a) La primera categoría incluye los principios democráticos: ideal democrático, libertad de opinión y de pensamiento, legalidad, tolerancia.

b) La segunda categoría se refiere a ciertas «reglas» jurídicas: derechos y leyes, respeto de las minorías y las opiniones contrarias.

c) La tercera categoría corresponde a las «prácticas» sociales y políticas de la democracia: participación, expresión, voto.

d) La cuarta categoría implica la percepción de los limites de la democracia.

Los resultados se encuentran detallados en Berthelie, Dorna, Georget, Lebreuilly (2004), razón por la cual haremos una rápida síntesis de algunos de los estudios cualitativos realizados antes de la primera, después de la segunda y entre ambas vueltas de las elecciones presidenciales francesas de 2002.

Una lectura simple de estos resultados nos muestra que un análisis cualitativo de este tipo cumple dos objetivos: primero, introducir un método sensible para observar las variaciones de percepción de la democracia, y segundo, la elaboración de parámetros para un tratamiento cuantitativo de las opiniones. Podemos, además, mostrar otra cuestión de fondo: la existencia de un desplazamiento de las opiniones, según las variaciones del contexto, en la percepción de las prioridades de los temas democráticos. Las respuestas entre las dos vueltas se fragmentan en torno a los «principios», mientras que después de la segunda vuelta las percepciones se polarizan.

En otras palabras, la noción de democracia tendera a ser percibida según los contextos de diversas maneras: sea en términos difusos o centrada en algunos de sus núcleos referenciales. Y, en suma, vivida en forma ambivalente entre un ideal teórico y una realidad práctica.

4.3.- Implicaciones: La oscilación entre la autonomía y la heteronimia.

Podemos retener de esta breve síntesis que resulta arriesgado pretender pensar en la «democracia» como un objeto fácilmente identificable y estable. Al contrario dependiendo del contexto y el estado de un grupo o una sociedad, las categorías descriptivas utilizadas por los individuos son múltiples y en algunos casos divergentes.

En conclusión, nos parece más oportuno y heurístico trabajar la cuestión de la democracia a través de sus reglas, practicas y limites. En efecto, podemos extrapolar y decir que los sujetos entrevistados pasan de un estatus de autonomía a un estatus de heteronomia durante el proceso electoral indicado. Al mismo tiempo, en resumen, podemos pensar que un examen minucioso del estado de la sociedad en un momento dado (diagnóstico) resulta indispensable para validar la percepción, la presencia de diversos grados de democracia. De allí que la construcción (en curso de realización) de un instrumento (escala) para evaluar las formas de «democratismo» y los sentimientos que conducen a percibir la realidad como totalidad o fragmentación, y ha captar la sociedad en términos de orden o de ruptura

V.- Una última reflexión: Los rostros de la psicología política

La búsqueda de nuevas perspectivas de explicación en las ciencias sociales contemporáneas se traduce en la presencia de diversas posiciones y un debate interno estimulante. No en balde la psicología política, cual ave fénix, resucita de sus cenizas para desplegar sus alas nuevamente sobre las disciplinas que hace un siglo formaban las «humanidades».

La psicología política se encuentra aún en medio de un proceso de decantación teórica e ideológica, de tensiones y divergencias entre posiciones (epistemológicas y metodológicas), sin olvidar aquellas que tienen como telón de fondo la diferencia de realidades culturales, idéológicas y políticas, la psicología colectiva y de grupos humanos. Al mismo tiempo, de hecho, la psicología política puede ser vista como el estudio de los fenómenos de excepción: las crisis, la guerra, los cambios de mentalidades, las revoluciones, los actos de ruptura, las grandes «catástrofes» y las manipulaciones técnicas que afectan la sociedad.

 

 

Y si para algunos la psicología política consiste en aplicar las (micro) teorías construidas en laboratorios de psicología social (individual) dentro de un modelo de « neutralidad » científica, otros piensan, como M. Billig (1978), psicólogo británico, que «cuando se estudia la psicología del fascismo es imposible adoptar una posición neutra, distante, pues se trata de desenmascarar y de prevenir». En una perspectiva convergente, los trabajos de J. L. Beauvois (1994), en Francia, y también los nuestros, perfilan una psicología política capaz de sobrepasar los esquemas de un enfoque científico reductor, a fin de abordar las variables históricas, subjetivas, culturales y responder a los nuevos problemas que perturban la sociedad contemporánea.

En suma: una condición epistemológica se impone: abrir las ciencias humanas y sociales al dialogo y al cambio de paradigma científico. Debemos recordar que si la psicología política tiene sentido hoy, no será tanto en función de su hiper-especialización y su sofisticación metodológica, sino como disciplina científica en la acepción noble y antigua del concepto. La proposición de fondo consiste en reencontrar, bajo su forma generalista, una de «arqueología» del saber humano y político, en un nueva síntesis pluridisciplinaria.

 

REFERENCIAS

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Recibido: 20 de julio de 2006
Revisado: 28 de agosto de 2006
Aceptado: 6 octubre de 2006

 

 

*Correo electrónico: a.dorna@free.fr

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