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Liberabit

versión impresa ISSN 1729-4827versión On-line ISSN 2233-7666

Liberabit v.14 n.14 Lima  2008

 

ARTÍCULOS

 

La (dramática) realidad social y psíquica de muchos jóvenes latinoamericanos

 

The (critical) social and psychic reality of many latin american young people

 

 

Alejandro Klein*

Escuela de Psicología - Universidad Autónoma de Coahuila - México

 

 


RESUMEN

Este artículo busca ofrecer datos socio-demográficos de los jóvenes del Uruguay de hoy, tratando de establecer cómo los mismos revelan, tomando en cuenta la realidad latinoamericana, una serie de situaciones sociales dramáticas para la población joven, tanto en términos de exclusión de oportunidades educativas, laborales, como en su inserción social de chivos expiatorios. Una de sus consecuencias es un estado psico- social que denomino: “Adolescentes sin Adolescencia”.

Palabras clave: Neoliberalismo, Adolescentes, Exclusión social.


ABSTRACT

This article looks for to offer socio-demographic data of Uruguay’s young people of today, treating to establish how such data reveals, taking into account the Latin American reality, a series of dramatic social situations for the young population, such in terms of exclusion of educative and labor opportunities, such in its social insertion as scapegoats. One of its consequences is a social and subjective period that I denominated: “Adolescent without Adolescence”.

Keywords: Neoliberalism, Adolescens, Social exclusion.


 

 

I) Aquél Uruguay que fue

El Uruguay supo conocer días de gloria en los que la Modernidad Keynesiana se inscribía con letras mayúsculas en su cuerpo social y en su organización estatal. La modernidad era una forma de cultura que los uruguayos alentaban, reconociéndose (Margulis, 1997) (1) en esa matriz compartida.

Se verificaba así la concreción de un Estado ‘generoso’ y abarcador que se expresaba claramente en los hechos y en los discursos (2) que recorren al Uruguay batllista (3) y neo-batllista, desde principios de siglo veinte hasta fines de la década de los ’50. Ese batllismo -dentro de la mejor tradición keynesiana- constituyó (y expresó) un discurso de tipo integrador, que supuso: “la articulación de un sistema de relaciones diferenciales que pretendía integrar selectivamente las demandas populares a la hegemonía expansiva del bloque de poder”. (Panizza, 1990: 16).

Este discurso integrador impulsó (4) , un modelo de ciudadanía que condensó “una variedad de elementos políticos, sociales y económicos (...) identidades alternativas en términos de clase, religión, pertenencias regionales (...) fueron durante mucho tiempo un ‘impensable’ para la mayoría de la población” (ídem: 36).

De esta manera, y aún dentro del capitalismo periférico, la modernidad keynesiana supo ser parte de la identidad económica y social del Uruguay. Se configuró así una sociedad amplia e inclusiva, donde la identidad del sujeto se moldea de acuerdo al patrón de ciudadanía, potenciándose el par derechos- obligaciones como una situación que enriquecía el “cuerpo” social, tanto como el espacio individual. ”El orden social es presentado como siendo el producto de un proceso de absorción gradual de demandas populares en beneficio ‘de todos’ (incluido en ellos las clases populares) bajo la acción tutelar del Estado” (ídem: 99).

Es cierto que hasta cierto punto se podría hablar de ‘tutela’, tal como lo señala Panizza, pero analizando los discursos políticos de Luis Batlle (5) (y el neo-batllismo), se revela de forma clara el programa de la modernidad referida. Cito un fragmento de un discurso de Luis Batlle que ilustra esta situación: “El gobierno no puede olvidar a nadie, y menos a los que necesitan de él: las clases pobres, que son las que tienen su amparo en las leyes sociales y económicas (...) son las que esperan la tutela justa del Estado (ídem: 82).

La clase media, que sin duda recibió esa tutela justa, se consolida como sinónimo de trabajo, honradez, modelo de la sociedad uruguaya y meta posible a ser alcanzada:

El Estado Benefactor de principios de siglo XX configuró, dentro del proyecto modernizador, la extensión de una clase media gracias a la generación de una fuente de trabajo que, aunque no colmara la totalidad de las posiciones, sí homogeneizaba centralizando la imagen de solidez y orden sobre sí para la extensión de toda la sociedad.(....) Y es que la clase media uruguaya desborda toda identidad de clase, está instalada en el imaginario social como la forma misma del ser social, extendiéndose hacia arriba y hacia abajo en valores y normas de conducta en los cuales lo único compartido es el horizonte que enmarca a las subjetividades (Araujo,2002: 70-71).

Al mismo tiempo se consolidó una especie de curioso contrato entre la modernidad keynesiana y el adolescente, cosa que era especialmente evidente en el caso uruguayo (Klein, 2002). La modernidad “creaba “, sostenía y garantizaba la adolescencia como espacio social investido de futuro y a cambio ésta contraía conductas y funciones que aseguraban la perpetuidad y la renovación de la sociedad. No es casual que muchas de las metáforas con que se ha estudiado la adolescencia mencionan un “segundo nacimiento”, metamorfosis, “segunda oportunidad”, “renovación”, u otras, aludiendo a una sensación de esperanza y nostalgia (Klein, 2002). “Los jóvenes son nuestro futuro”, se decía, a través de una frase que se perpetuaba y recibía consenso social.

Sin embargo, como desarrollaré a continuación, esta situación se ha modificado substancialmente para amplias capas de la población joven uruguaya y Latinoamérica. Situación que permite revelar una dramática radiografía de los efectos sociales y subjetivos del neoliberalismo uruguayo y latinoamericano.

 

II- El Uruguay que es: Datos sociodemográficos actuales

A ) Datos generales del país

Según el Instituto Nacional de Estadística (2003) los datos poblacionales y demográficos de Uruguay son:

 

 

B) Estimaciones de pobreza

De acuerdo al mismo Instituto Nacional de Estadística (2004) se entiende que en general durante 2004 se ha frenado el crecimiento de la pobreza observado en años anteriores, aunque la incidencia de la pobreza extrema se ha incrementado ligeramente. No obstante, la incidencia de la pobreza de las personas creció puntualmente en el año 2004 alcanzando, en promedio, el 32,1% frente al 30,9% registrado en 2003.

La incidencia de la pobreza extrema en 2004 ha crecido más del doble respecto de 2000. Este efecto se ha observado en el total del país urbano y también en cada área (más del triple en Montevideo).

Como características de los hogares indigentes se observa mucho mayores tasas de desempleo que el conjunto de todos los hogares encuestados, con menor disponibilidad de recursos para sostener hogares más numerosos y con más inactivos (menores de 14 y pasivos), tanto en alimentación como en los otros rubros de gastos.

La brecha de pobreza es del orden de 33%. Esto es, el ingreso de los hogares pobres es alrededor de un tercio menor de lo necesario para que el hogar cubra todas sus necesidades sin experimentar privaciones, produciéndose un descenso en el ingreso real que se traduce en un incremento de la brecha de pobreza.

La pobreza afecta proporcionalmente a más niños y jóvenes que a adultos. En 2004, el 32% de las personas del país son pobres y promedian: el 57% de menos de 6 años, el 54% entre 6 y 12, el 45% entre 13 y 17, el 29% de adultos y el 11% de personas en la tercera edad. De las 108.200 personas indigentes del año 2004, se estiman en 47.700 los adultos (entre 41.900 y 53.600) y en 60.500 los menores de 18 años (entre 52.900 y 68.000).

Si bien estos datos son preocupantes, también es necesario indicar que en términos comparativos Uruguay se ubica, en un total de 177 países evaluados, en el puesto 46 a nivel mundial, con un desarrollo alto (PNUD, informe año 2005, http://www. undp.org.ar/informes_y_documentos.html)

C) Evolución de la pobreza en Montevideo. 1999-2004

 

 

De acuerdo a las distintas variables estudiadas se comprueba así un proceso sostenido de empobrecimiento en el departamento de Montevideo en el período 1999-2004.

D) Generalidades sobre Uruguay y su juventud

 

 

Según el CELADE (1995) Uruguay se caracteriza por tener un perfil diferente al de los demás países latinoamericanos: pirámide poblacional envejecida, baja tasa de nacimientos, escaso número de hijos por familia. Según el censo de 1985 la población de adolescentes llega casi a medio millón, lo que representa el 16,5 % del total.

Esta baja población juvenil se explica, en parte, por la fuerte corriente migratoria hacia diferentes países que se verifica desde los años sesenta y que afecta fundamentalmente a los varones. La mitad de los jóvenes residen en la capital del país: Montevideo.

E) Empleo Juvenil

El empleo es uno de los principales problemas que afecta a los jóvenes uruguayos (Ministerio de Educación y Cultura, 1998). El nivel de actividad en la población de 14 y más años en Uruguay es del 60.5% de la población en Montevideo, y del 55 .8% en el interior. La Población Económicamente Activa (PEA) de todo el país urbano es de 1.216.000. La fuerza de trabajo joven de Montevideo constituye un 32% de la PEA del Departamento; mientras que .en el interior del país representa un 33% de la PEA.

Los jóvenes de entre 14 y 29 años, según la Encuesta Continua de Hogares de 1994 constituyen el 63% de los desempleados del país. Estas cifras dan cuenta de una suerte de particular exclusión de los jóvenes del mercado laboral, particularmente de aquellos que tienen menor nivel de instrucción y provienen de familias de más bajos ingresos.

Si se analiza la actividad de los jóvenes por estratos de ingreso per cápita del hogar se pone de relieve la heterogeneidad del colectivo juventud en lo que a inserción se refiere. Mientras en el primer quintil más pobre, la actividad de los adolescentes (14 a 19 años) es del 45% en el 20% más rico la tasa desciende al 19%. Sin embargo, un 34% de desempleo en el 20% más pobre y un 16% en los hogares más ricos ponen de manifiesto que la búsqueda no implica, el mismo éxito para los distintos sectores.

 

 

Todos los estudios realizados en los últimos 10 años, coinciden prácticamente en señalar que uno de los grupos más afectados por la marginación y/o la inserción precaria en el mercado de trabajo nacional es el de los jóvenes. Aquellos jóvenes que están integrados al mundo laboral, están afectados por una mayor inestabilidad en sus puestos de trabajo, y reciben menores remuneraciones (por el desempeño de idénticas tareas que los adultos).

F- Adolescencia y educación

Los datos que se poseen (Torello: 2004) dan cuenta de la exclusión que opera sobre las poblaciones de menores ingresos del sistema educativo en el nivel del segundo ciclo de secundaria. Estudios realizados en el ámbito de la ANEP (Administración Nacional de Enseñanza) afirman que el proceso regular de abandono escolar se concentra en el Uruguay en la enseñanza media, fenómeno de alta selectividad asociada a una fuerte inequidad social. La deserción en el nivel secundario ocurre fundamentalmente en los jóvenes y adolescentes pertenecientes a los hogares de más bajos ingresos.

Estudios realizados (Torello: 2004), arrojaron que en 1996 y 1997, en el tramo de edad entre 19 y 24 años, un 78% de jóvenes provenientes de los dos quintiles de inferiores ingresos, no había culminado el ciclo secundario y no asistía a ningún centro de enseñanza.

En los jóvenes de entre 14 y 18 años de edad pertenecientes a estos quintiles, ya habían de dejado de asistir a un centro educativo, un 40% sin haber terminado el nivel secundario.

Comparado con otros países de América Latina, Uruguay se presenta como un país con baja deserción temprana (antes de completar el ciclo primario). Pero a medida que son tenidos en cuenta niveles superiores de educación, la deserción aumenta significativamente y el posicionamiento de Uruguay comparado con otros países de América Latina cae en forma abrupta. En Uruguay, el 44% de los varones de 15 años de edad y bajos ingresos (primer quintil) se encuentra fuera del sistema educativo, en cuanto esta cifra cae para Chile en 18,3% y en Argentina 21,5%, prácticamente la mitad que para Uruguay.

Se ha verificado asimismo en el período reciente, el crecimiento de la matrícula en el Bachillerato Secundario. En las edades entre 15 y 17 años la tasa bruta de escolarización pasó de 45,5% en 1985 a 74,1% en 2001. Si se incorpora la educación técnica, la tasa bruta de escolarización en estas edades alcanzó el 92% en 2001.

Del grupo de alumnos que ingresó a primer año a los centros público liceales en 1996, solamente el 19% está cursando 6to. año en el 2001. Un 58% salió de secundaria (posiblemente desertó) y un 23% está rezagado, principalmente en 5to. año.

G- Juventud como grupo de riesgo

Existen estudios (ANEP- Unidad Ejecutora de los Programas de Educación Media y Formación Docente, 2002) que permiten caracterizar al grupo de jóvenes en el Uruguay, como un grupo expuesto en forma particular a fenómenos tales como la precariedad y el riesgo, una situación que se ve reflejada a través de sus efectos sobre las dimensiones básicas de la estratificación social: empleo, ingresos y educación. En este sentido, son varias las investigaciones que señalan a la situación de los jóvenes como el grupo social más afectado por el desempleo, los bajos ingresos y la escasa incorporación de capital humano, aspecto éste que aparece de singular importancia en la comparación con otros países de la región y del mundo.

Entre los 12 y 27 años un 50% de los jóvenes ya experimentaron un proceso de abandono escolar (drop-out), cifra sin duda muy elevada que indica las dificultades de retención del sistema educativo uruguayo y explica el lento avance de los años de escolarización de la población uruguaya en las últimas décadas.

Adicionalmente, y a pesar de ser una categoría menos importante numéricamente, existe un volumen nada despreciable - equivalente a un 10.8% del total de los jóvenes de 12 a 27 años- que han quedado fuera de ambos ámbitos: no estudian y no trabajan y tampoco buscan trabajo.El porcentaje de jóvenes que no estudia ni trabaja pasa en 1999 de un 8,0% correspondiente a los jóvenes comprendidos entre los 12 y 15 años de edad, al 12,2 % que se observa entre los de 24 a 27 años. Una evolución similar se presenta para 1995 y 1991.

Se trata de una condición de exclusión de los jóvenes de cualquier ámbito público: en esta condición, los jóvenes pierden posiciones relevantes en la estructura social. Los resultados a nivel general, muestran un comportamiento que está en consonancia con lo esperado: la incidencia del grupo de jóvenes que no trabajan ni estudian ni buscan trabajo es mayor conforme se desciende en la escala de ingresos. En efecto, para 1991 el grupo de jóvenes que no estudia ni trabaja ni busca trabajo alcanza al 15,8% de los jóvenes de 12 a 27 años del primer quintil, en tanto que es del 3.6% entre sus pares del quinto quintil.

Esta situación evoluciona en forma negativa desde el punto de vista de la equidad, hacia 1999, puesto que entre los jóvenes del primer quintil la incidencia sube al 18,6% del total, en tanto entre los del quinto quintil resulta similar a la observada al principio del período.

H- Juventud y exclusión social

En la actualidad, los adolescentes y jóvenes de los estratos populares urbanos y rurales en particular, sufren un riesgo de exclusión social sin precedentes, derivado de una confluencia de determinaciones que &—desde el mercado, el Estado y la sociedad&— tienden a concentrar la pobreza entre ellos y a distanciarlos del “curso central” del sistema social (Informe CELADE, CEPAL, OIT, 2000).

Entre dichos factores se encuentran:

1. La creciente incapacidad del mercado de trabajo para absorber personas con escasas calificaciones y de garantizar la cobertura de prestaciones sociales tradicionalmente ligadas al desempeño de empleos estables; situación que afecta principalmente a los adolescentes y jóvenes populares urbanos.

2. Las dificultades de diversa índole que enfrenta el Estado para reformar la educación y los sistemas de capacitación.

3. Las transformaciones de la familia, que contribuyen a la pobreza de las nuevas generaciones, especialmente en el caso de los hogares populares.

4. Las determinaciones anteriores alimentan el efecto “empleo” sobre la pobreza, ya que tanto las insuficiencias formativas como las rigideces del mercado de trabajo tienden a marginar a adolescentes y jóvenes de las posiciones laborales mejor remuneradas.

5. También actúa un efecto “demográfico”, asociado a la emancipación temprana de jóvenes con niveles educativos relativamente bajos, lo que redunda en tasas de fecundidad más altas que las de sus pares con niveles educativos superiores; este “efecto demográfico” contribuye a concentrar la pobreza en las primeras etapas del ciclo de vida familiar.

Paralelamente a los mecanismos que favorecen el incremento de la pobreza, se activan otros que aumentan el aislamiento juvenil respecto de los demás estratos sociales, entre los que cabe destacar:

1. La segregación residencial, que consiste en una creciente concentración espacial de hogares con similares niveles de vida y cuyo resultado es una composición social homogénea de los vecindarios y las comunidades.

2. La separación de los espacios públicos de sociabilidad informal (fuera del mercado), lo que reduce la frecuencia de encuentros cara a cara entre personas de distinto origen socioeconómico.

3. La segmentación de los servicios básicos, en donde se destaca -por su importancia en la formación ciudadana- la segmentación de la educación.

A raíz de este aislamiento social &—y en un contexto de hueco normativo provocado por el deterioro de las instituciones primordiales de la educación y el trabajo- y al distanciamiento de los modelos de éxito que vinculan esfuerzos y logros, adolescentes y jóvenes populares urbanos quedan marginados de posibilidades institucionales y sociales que pudieran brindarles algún camino para construir una identidad y apuntalar su autoestima y sentido de pertenencia comunitaria.

 

I- Esta Latinoamérica que es: lo dramático de ser joven, pobre y latinoamericano

Los datos señalados &–que en muchos casos son generalizables a la situación de otros jóvenes latinoamericanos (Abramo, 2005) - dan cuenta de una situación dramática y preocupante. Una adolescente de un barrio de clase media empobrecida de Montevideo, comentaba en un grupo bajo mi coordinación: nosotros crecemos de golpe... A lo que yo, por dentro, agregaba para mí mismo: y a golpes. El golpe, a los golpes, las golpeaduras, creo que son una de las metáforas más desgraciadas, pero más atinadas, con que puedo caracterizar al vínculo del adolescente uruguayo- latinoamericano con su medio social hoy.

Es de destacar que esta metáfora del golpe, refleja cómo se ha “quebrado” el contrato implícito entre la adolescencia (de menores recursos socio-económicos) y la red social de la modernidad keynesiana (Klein, 2003). Entiendo que este contrato enunciaba de forma tácita, pero no por eso menos vigorosa, que esa sociedad era un espacio amplio y generoso, con capacidad de “albergar” a un nuevo miembro en ella a través de derechos y obligaciones, es decir con perspectivas laborales y/o de estudio: “Trabajo y educación fueron prácticas privilegiadas para dar sentido a la identidad en la modernidad. Sin embargo, el proceso histórico pone de manifiesto la crisis de estos modos de socialización” (Cohendoz,1999: 2).

A cambio se esperaba que el sujeto cumpliera ciertos requisitos imprescindibles en relación a crecimiento, madurez y experiencia, lo que lo habilitaría a ser nombrado y autonombrarse como un ser adulto-ciudadano (Klein, 2006). Es así como entiendo el concepto de moratoria de Erikson (Maier, 1980): un acuerdo entre partes, donde más allá de probables enfrentamientos, existía una reconciliación inquebrantable de fondo. El sujeto creaba una historia de vida y a cambio la sociedad recibía la “ilusión” de poder regenerarse, transformarse y solidificarse a través de sus jóvenes (Klein, 2002).

Sin embargo las cosas se han modificado. La sociedad ya no alberga sino que desampara (Antunes, 1999). La sociedad se “angosta” y ya no parece poder albergar, poder ayudar o “atender” a todos sus miembros (Klein, 2006).

De esta manera, entre los grupos sociales más afectados por el neoliberalismo se encuentra la juventud empobrecida: La mayoría de los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales es negada a ese segmento. La educación es poco adecuada a la realidad juvenil, el acceso al trabajo- y los medios legales de generación de empleo y renta- le es vedado ( Fraga,2003:10) .

Simultáneamente hace crisis la posibilidad un Estado “que requiere la cooperación y el auto-control en el ejercicio del poder privado” (Kymlicka, 1997:16). Es inevitable que bajo estas condiciones sociales, las situaciones sociales de confianza y reciprocidad sean substituidas por otras, de desconfianza y paranoia:

Interrogamo-nos sobre as relações de ódio (senão, de hostilidade) existentes na sociedade brasileira entre um segmento populacional jovem que (...) se sente “violentado” na sua condição de ser humano, e uma parte da sociedade que teme e repudia uma porção da infância e da juventude considerada “imprestável” socialmente e que atua no sentido de “eliminála” (Missae,2002: 28) .

De esta manera señalo que la moratoria eriksoniana ha entrado en moratoria, sugiriendo en cambio el término de pseudomoratoria como un descriptor más efectivo de esta realidad desamparante. Esta pseudo-moratoria ya no es ese dispositivo de antaño que retrasaba, tanto como preparaba la renovación del pacto social keynesiano (Klein, 2006). Hoy en día el joven si se prepara para algo, es para la inactividad, la emigración, la violencia, la exclusión o el desaliento:

con la gradual implantación de medidas neoliberales (...) asistimos a una vehemente producción de inseguridad, miedo, pánico articulados al crecimiento del desempleo, la exclusión, la pobreza y la miseria (...) los jóvenes pobres, cuando escapan del exterminio, son los ‘excluidos por excelencia’, pues ni siquiera consiguen llegar al mercado de trabajo formal (...)Para los que consiguen sobrevivir, están previstos diferentes tipos de encarcelamiento. Muchos jóvenes pobres mayores de 18 años están confinados en las prisiones (Fraga,2003: 27-28) .

Como señala Duschatzky (2002) eL nuevo orden neoliberal necesita de los integrados y de los expulsados, pero no en el sentido de una disfunción, sino como estructurante de lo social. Es un estar por fuera del orden social, produciendo un inexistente, “un “desaparecido” de los escenarios públicos y de intercambio. El expulsado perdió visibilidad, nombre (...) transitan por una sociedad que parece no esperar nada de ellos (idem: 18).

De esta manera no es sorprendente que las instituciones que antaño incluían e integraban sedimentando un “joven conductor de acción dirigido al futuro (Fraga, 2003: 46), se encargan hoy por el contrario, de eliminar las condiciones y posibilidades de integración:

(...) también la empresa fracasa en su función integradora de los jóvenes. Al elevar el nivel de las calificaciones exigidas para el ingreso, desvaloriza a una fuerza de trabajo incluso antes de que haya entrado en servicio. Jóvenes que hace veinte años se habrían integrado sin problemas en la producción, se encuentran condenados a errar de pasantía en pasantía, o de una pequeña tarea a otra (Castel, 1997: 408).

Aunque el joven consiga un trabajo es factible que, o quede rápidamente desempleado, o que ocupe cargos de rango netamente inferior (Tavares, 1999), (Fraga, 2003). Las investigaciones demuestran que se impone una educación para el desempleo (ídem) (6). De esta manera la situación de escepticismo que mantienen los jóvenes, en el fondo parece ser bastante realista si consideramos las denigrantes ofertas laborales que se ofrecen o los niveles de bajísimo salario y la inestabilidad crónica de los contratos de trabajo (O’Donnell,1997). Igualmente la educación se transforma en causa de exclusión (Abramovay, 2002).

Esta situación consolida un sentimiento de desencanto generalizado por lo que “El discurso de los jóvenes (...) está permeado, casi todo el tiempo, por el miedo al futuro” (Fraga, 2003: 259). El joven se educa cada vez más fuera de la escuela y no ‘dentro’ de ella: “cuanto mayor es la edad del joven (...) menor es la frecuencia a la escuela” (ídem: 244).

Un correlato que no se hace esperar es la criminalización del joven que lo sindica como violento. Tanto si se identifica con el agresor como si es víctima de él, la situación permite generar un rápido, antiguo (¿e hipócrita?) convencimiento: lo que pasa a los jóvenes es culpa de los jóvenes, incapaces de dejar de ser vulgares, salvajes, descontrolados... En otras palabras: si los jóvenes están tan mal es porque se lo buscan o se “lo merecen”.

Se habita pues la violencia tanto reflejando “situaciones de expulsión social” (Duschatzky, 2002: 97) que inciden en pobreza de experiencias simbólicas (Missae, 2002), como por imposición de un imaginario que “violenta” lo que de por sí ya es violento.

De esta manera y progresivamente, enormes grupos de jóvenes son marginados de los sistemas de enseñanza, del trabajo y en general de los derechos de ciudadanía. La experiencia social se empobrece impidiendo que “la construcción identitaria del joven de las clases populares sea alimentada por autónomas y divergentes configuraciones del sujeto” (Fraga, 2003: 50). Es una sociedad que necesita que algunos de sus integrantes estén en un no- lugar “por lo que parte de sus miembros y especialmente los jóvenes de las clases sociales más carentes, asumen un lugar de sobrantes” (Coutinho, 2000: 53). Coutinho enfatiza que los derechos de ciudadanía son sociales, resaltando la importancia de la “expectativa’ de poder recibirlos “(ídem: 54). Esta expectativa se relaciona a mi entender al cumplimento de una “promesa” que es, como indiqué, basamento fundamental de la modernidad clásica y keynesiana, se haya o no cumplido:

es preciso concebir la modernidad también desde el ángulo de la ampliación y de la universalización de la ciudadanía, o sea, concebirla como una época histórica marcada por la promesa de plena emancipación de los hombres (...) las generosas promesas de emancipación que ella creó, todavía no fueron realizadas (idem: 68-69).

Esta falta de expectativas y de “escasez” de derechos “naturales” implica en el caso de los jóvenes, la imposibilidad de seguir sosteniendo su “prometida” inserción social. En otras palabras, se trata quizás de la improbabilidad del acceso a los derechos y los deberes de ciudadanía, lo que se relaciona a sentimientos de inseguridad, desconcierto y desesperanza.

De esta manera se hacen presentes aspectos de un proceso de des-ciudadanización, que se agudiza obviamente entre los grupos sociales más pobres y desprotegidos, por lo cual el joven pierde marcos de referencia identitarios y de integración social, con extrema dificultad para que emerjan referentes sociales substitutivos. La promesa keynesiana se debilita en tanto la adolescencia ya no pasa a ser etapa de “integración” social, sino de “extrañamiento” social. Los derechos y las obligaciones ya no pueden establecerse “a priori”, debido a que las mismas se formulaban y ajustaban preferentemente a través del trabajo y la educación, los que están ahora cuestionados y relativizados. Es un sujeto que pierde calidad de individuo, si entendemos por “individuo” una construcción social- subjetiva inseparable del marco de ciudadanía keynesiana.

Dentro de esta situación cabe resituar el debate sobre la problemática de la “vulnerabilidad social” (Abramavoy, 2002). A mi entender él demarca una situación en la que, al contrario de lo que indica Hanna Arendt, que define ciudadanía como “reconocimiento al derecho a tener derechos” (idem: 23), tal operatoria de reconocimiento está imposibilitada para la gran mayoría de los segmentos excluidos de la población joven latinoamericana.

Por el contrario parece acentuarse lo que se denomina “proceso de identificación con el agresor” (Frankel, 2002) por el cual algunos adolescentes hacen “suya” la imagen marginal que la sociedad alienta sobre ellos. Probablemente en el entendido de que aunque desde la negatividad, es una manera ciertamente de recibir existencia social, generándose al menos un punto de certeza identitaria que aunque grave, permite cierto despliegue existencial en la cotidianeidad.

No obstante habría que estudiar más ampliamente cuáles son los impactos de las dificultades de integración social sobre la realidad psico-social adolescente y los efectos de una vulnerabilidad que pasa a ser triple: social, familiar y psíquica. Las investigaciones sobre apego llevadas adelante por Fonagy (2000), sugieren que una situación de maltrato puede inducir un ciclo de desarrollo severo y extremadamente perturbado. Maltrato social y maltrato familiar, en realidad, no pocas veces se realimentan dentro de un cuadro trágico:

Muchos de los jóvenes [que sufrieron violencia social] tuvieron contacto con la violencia de forma directa también en el ambiente familiar... muchos de los niños encontrados en las calles dejaron a sus familias por ser víctimas de malos tratos por sus propios padres” (Abramovay, 2002: 50) .

De esta manera estos jóvenes presentan dificultades para ser parte de la sociedad, de su familia y dato no menor - como desarrollaré más adelante -, de su propia adolescencia. Familia, adolescencia, sociedad, se le transforman en datos ajenos, externos a él mismo.

La continuidad generacional que implica la posibilidad de que a la prosperidad del padre le suceda la del hijo, se rompe indefectiblemente. Se eliminan las condiciones de seguridad básica (Giddens, 1997) y se fragilizan así memorias generacionales arquetípicas, consolidándose lo que llamo proceso de amnesia criptográfica (Klein, 2006). Lo amnésico del término remite a la dificultad de mantener la continuidad generacional, dentro de un marco de confianza e integración social, prevaleciendo tácticas de supervivencia que se centran en el presente y lo inmediato (ídem).

Simultáneamente se anula la obligación de investir el conjunto social como continuidad y reunión de semejantes (Kaës,1993) o se redobla tal exigencia. De esta manera creo que la gestión neoliberal inaugura dos fenómenos paradojales que creo, substituyen el contrato social-narcisista keynesiano. O se genera un proceso de pérdida, o ambigüedad, de derechos en forma de descontractualización generalizada (es decir que se debilita el contrato de la modernidad keynesiana como un todo) o, por el contrario, aspectos referidos a obligaciones y adaptación (ya no “integración”) social se radicalizan, con lo que se impone una versión abusiva y metonimizada del contrato social. En cualquiera de los dos casos, se acentúan aspectos instituidos del mismo que parece “expeler” a sus contratantes.

Desde la modernidad términos como “inquietud”, “vivacidad”, “curiosidad”, y “entusiasmo”, describen una forma de construcción de subjetividad adolescente, al mismo tiempo que consensúan la configuración de un espacio social adolescente.

De allí que cuando se menciona el impacto de la crisis social en el psiquismo adolescente, es necesario relacionar la misma a otra crisis fundamental: la del espacio social. No es solamente el mundo interno del adolescente lo que está en crisis, sino además y al mismo tiempo, el espacio hacia el cual él advenía.

Al fragilizarse el espacio social, el objeto, el otro, la cotidianeidad, no se pueden experimentar como crecimiento o júbilo, sino que se tornan invasores o inexistentes. Lo social pasa a estar demasiado presente o demasiado ausente, arruinándose una posibilidad intermediaria, con lo que las posibilidades de negociación con el objeto-social se vuelven inexistentes.

Desde una modernidad a partir de la cual el adolescente poseía un lugar y una función social relevante, se pasa a otra situación donde no existe proyecto social para la adolescencia. Al desaparecer el investimento previo de la sociedad, el adolescente pasa a estar situado en un presente atemporal (como el del mercado) que imprime cambios significativos en su subjetividad (Klein, 2006).

Si, siguiendo a Green (1994), sostenemos que el adolescente es un conquistador que vence y arrasa con su infancia, el adolescente del neoliberalismo es aquél que es colonizado por un objeto invasor, destacándose como elementos de su subjetividad la precariedad como destino; la destitución del futuro; junto a carencias y privaciones. Elementos de vulnerabilidad narcisista (Jeammet, 1996), que conllevan a un predominio de los sentimientos de desvalimiento y desamparo.

Se perfila un empobrecimiento del psiquismo, por el cual se reducen las fantasías a sus prototipos fisiológicos. Es decir que los encuentros con el otro ya no se tramitan a través de fantasías, vínculos y fantasmatización, sino a través de referentes regresivantes, relacionados a la necesidad, el consumo, la satisfacción. Esto explica cómo la vivencia de necesidad sea la única forma en cómo se tolera la presencia y el encuentro con el objeto, situación que se verifica más claramente desde los trastornos alimentarios y las adiciones.

Pero por otro lado no pocas veces el joven aparece como el culpable de la violencia cotidiana, de lo extraño y lo ominoso. La inexistencia de pre-investimentos sociales que garanticen la tolerancia de lo adolescente, junto a intentos pseudoreparadores que se practican socialmente frente a cambios catastróficos incentivados por la gestión neoliberal (Forrester, 2000)(Sader,1999), hace que se inserte a los jóvenes dentro de rituales de expiación y sacrificio:

A época moderna está assim vendo se disseminar uma nova forma sacrifical: o sacrifício ao quadrado. Trata-se de um gesto sacrifical novo que, ao se perpetrar, permite criar o ponto de apoio necessário, que faltava, para enfim viver, nem que seja por um instante, antes de desaparecer. Essa nova forma sacrifical começa com o sacrifício de vítimas precisamente escolhidas (...) Com certeza resta um apelo desesperado ao laço social (Dofour, 2005: 102).

Surgen así estructuras sociales y de pensamiento regresivas, en relación a las figuras del chivo expiatorio, chivo emisario, culpa colectiva. Es una forma -aunque fallida- de encontrarle sentido a las cosas inexplicables. Y ciertamente el mercado neoliberal, sus regulaciones y fenómenos imprimen un orden extraño e inexplicable...

El ritual del sacrificio impuesto a jóvenes que mueren así simbólica o violentamente, podría significar la expulsión de un exceso al que se responsabiliza por un estado de desequilibrio al que se anhela modificar (o se cree hacerlo) recuperando homeostasis con un procedimiento de expulsión compulsiva e irracional.

Los adolescentes retoman desde este contexto sacrificial, las figuras bíblicas de chivo emisario - chivo expiatorio (7) donde los sacrificios de expiación se realizaban con objetos (animales) destinados a desaparecer (Berenstein, 1981). Ritual que asegura la continuidad social, un ideal cohesivo y el restablecimiento de un colectivo que de esta manera se renueva sangrienta y circularmente.

Como sea, y desde diferentes ángulos, se consolida una adolescencia “tenue”, “frágil” indicando una construcción de subjetividad que llamo adolescentes sin adolescencia (Klein, 2006), en la cual entran otros factores sociales y subjetivos que me es imposible desarrollar aquí. ¿Ejemplos de esta adolescencia frágil?: el no-futuro, padres ominosos, agobio existencial, violencia. Historias que se anulan sin llegar a enhebrar biografía y desamparos que se cronifican dentro de una espiral repetitiva.

Al contrario que en la modernidad keynesiana, esta adolescencia ya no se funda o se tolera desde el conflicto y la confrontación generacional. El orden de lo precario substituye al del júbilo adolescente (Urribarri, 1990). Esta precariedad creo que aparece en tres registros: social, familiar y a nivel de la subjetividad. A nivel social implica la extrema fragilización de las condiciones de trabajo y estudio (transformados neoliberalmente en mercado laboral y de estudio), que pasan de representar condiciones de seguridad y continuidad a estar definido por lo amenazante. Esto amenazante implica una sensación de incertidumbre permanente donde situaciones inquebrantables se comienzan a quebrantar

La precariedad a nivel familiar implica el desmoronamiento de lugares diferenciados y roles complementarios a favor de estructuras de aglutinamiento donde lo paterno remite a lo inexplicable y lo materno a lo desconfiable, quebrándose un pacto de confianza imprescindible, al que se puedan ir sumando y articulando nuevos elementos. El espacio familiar se comienza a poblar de secretos, situaciones confusas, actitudes de exclusión.

Por último a nivel subjetivo lo precario implica (entre otros factores) que el crecimiento pasa a ser vivenciado como extrema responsabilidad y por tanto como una pesada tarea que se impone como una especie de maldición.

Desde aquí se comienzan a perfilar nuevas configuraciones sociales ligadas a objetos inquietantes y situaciones amenazantes que aparecen no pocas veces (permítaseme lo banal del término) como una “bomba de tiempo”. Desde la cotidianeidad, los vínculos, los entramados sociales, hay una sensación de que las cosas “explotan” en distintas formas de anomia, conductas graves, violencia extrema, drogadicción u otras, generando sentimientos de impotencia y desconcierto.

Me interesa especialmente señalar que por lo desarrollado hasta aquí el término “marginal” no es el apropiado para describir estas situaciones que atañen a estos jóvenes latinoamericanos, aunque en realidad tampoco lo es el término “exclusión”. En realidad ambos describen situaciones de adentro-afuera, centro-periferia, o exclusión-inclusión que revelan procesos de reversibilidad propios de la modernidad keynesiana. Por el contrario la lógica neoliberal impone situaciones de irreversibilidad máximas (Lewkowicz, 2004). En este sentido creo que estos términos describen situaciones adecuadas desde la modernidad, pero anacrónicas desde el neoliberalismo. Este trabajo busca ser un aporte a la comprensión de esta situación.-

 

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Recibido: 22 de febrero de 2008
Revisado: 26 de junio de 2008
Aceptado: 14 de julio de 2008

 

 

*alejandroklein@hotmail.com

1.- Margulis señala que la cultura implica : “(...) significaciones compartidas y el caudal simbólico que se manifiestan en los mensajes y en la acción, por medio de los cuales los miembros de un grupo social piensan y se representa a s(i)í mismos, su contexto social y el mundo que los rodea “(Margulis, 1997:12).
2.- Tomo lo discursivo estrictamente en el sentido de “formas de producción de consenso”, (Panizza, 1990:11), las que obviamente recubren contradicciones y conflictos varios. Tomando el modelo de Laclau-Mouffe, Panizza analiza cómo los discursos establecen sistemas de equivalencias, antagonismos y diferencias .Otra concepción que remarca lo homogéneo de la práctica discursiva señala que “La denominación “discursos sociales” se refiere a los resultados de un proceso no totalmente deliberado de construcción de sentidos, que algunos sectores intentan que sean compartidos por todos, y que brindan legitimidad y consenso a ciertos arreglos y prácticas “ (Burin, 1998: 166).
3.- Refiere a José Batlle y Ordoñez, presidente de Uruguay a comienzos del siglo XX (1901-1904 y 1912-1916) y fundador del “batllismo” fuerza política modernista y progresista.
4.- Es de hacer notar que esta situación es inseparable de la situación de los partidos políticos en Uruguay, lo que me es imposible profundizar por escapar al marco de este trabajo.
5.- Luis Batlle fue sobrino de José Batlle y Ordoñez, también presidente de Uruguay (1945-1949, 1954-1958) y padre de Jorge Batlle, presidente de Uruguay entre los años 2000 y 2004.
6.- Lo que contradice el argumento de los trabajos están pero lo que falta es gente calificada para ellos.
7.- La Biblia, Levítico 16,3 y 16,19.

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