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Vínculo

versão impressa ISSN 1806-2490

Vínculo v.2 n.2 São Paulo dez. 2005

 

ARTIGOS

 

Vacío, grupo analítico y funciones reparatorias

 

Vazio, grupo analítico e funções reparadoras

 

Emptiness, analythical group and reparator functions

 

 

Alejandro Tarragó Castellanos1; Jorge Sánchez Escárcega2

Asociación Mexicana de Psicoterapia Analítica de Grupo

Dirección para correspondencia

 

 


RESUMO

Os autores discutem neste trabalho as relações conflitivas entre pós-modernismo e identidade, enfatizando os estreitos vínculos que surgem da influência que o mundo circundante (social, cultural e afetivo) tem sobre a constituição do sujeito psíquico em três níveis ou eixos: esquizóide, narcisista e simbiótico. Em seguida se discute a função reparadora que o grupo terapêutico oferece ao paciente, ao restituir-lhe o contato com a intrincada rede de relações humanas e afetos normalmente negados, cindidos, etc.

Palavras-chave: Psicanálise, Psicoterapia de grupo, Pós-modernismo, Relações sociais, Vazio emocional.


RESUMEN

Los autores discuten en este trabajo las relaciones conflictivas entre posmodernismo e identidad, enfatizando los estrechos vínculos que surgen de la influencia que el mundo circundante (social, cultural y afectivo) tiene sobre la constitución del sujeto psíquico en tres niveles o ejes: esquizoide, narcisista y simbiótico. A continuación se discute la función reparadora que el grupo terapéutico ofrece al paciente al restituirle el contacto con la entramada red de relaciones humanas y afectos normalmente negados, escindidos, etc.

Palabras clave: Psicoanálisis, Psicoterapia de grupo, Posmodernismo, Relaciones sociales, Vacío emocional.


ABSTRACT

The authors discuss in this paper the struggles between postmodernism and identity, stressing the role played by the resulting tight bonds raised by the influence that the surrounding world (social, cultural and affective) has on the constitution of the psychic subject in three levels or axes: schizoid, narcissistic and symbiotic. Next, it is discussed the reparatory function that the therapeutic group offers to the patient, restoring him the contact with the intricate web of human relations and affects that normally are denied, spitted, etc.

Keywords: Psychoanalysis, Group Psychotherapy, Postmodernism, Social relations, Emotional emptiness.


 

 

1. Constitución del sujeto psíquico.

En última instancia, el conflicto intrapsíquico y el déficit estructural, cualquiera de los dos, tienen que ver con las relaciones del individuo con su entorno, tanto en sus relaciones directas como en sus representaciones emocionales, sean libidinales o agresivas, sean objetales, de tal forma que en lo interno aparece siempre una representación de lo propio, lo ajeno y las vinculaciones entre ambos (vínculos intrapsíquico, interpersonal, transubjetivo). En la medida en que la relación con el objeto implica una exigencia de represión, el sujeto tendrá que buscar formas desplazadas de descarga y reencuentro con el objeto; cuando el objeto se niega como objeto de la pulsión, el sujeto tendrá que regresar a sí mismo y renunciar a la realidad como fuente de gratificación. El problema no sólo se refiere al conflicto con la descarga o al déficit de estructura (ya que estos están interrelacionados: el déficit de objeto crea conflicto con la descarga y el conflicto con la descarga crea déficit estructural). El problema de fondo, entonces, es la funcionalidad o disfuncionalidad del entramado o tejido intrapsíquico formado por las relaciones internalizadas del propio sujeto, de los otros y del vínculo interpersonal.

No sólo el objeto es para el yo fuente de relación, modificación, transformación, satisfacción o vacío, sino que también, al ser el objeto siempre una presencia —aun en ausencia, porque la pulsión siempre está creando y recreando al objeto—, se puede decir igualmente que el sujeto le impone una existencia al objeto, lo modifica, lo recrea, lo reconstruye. Esto es en esencia el proceso de proyección-introyección. O sea, el objeto inventa al yo, tanto como el yo inventa al objeto.

Entonces, podemos hablar de diferentes niveles de representación y vinculación de lo externo en lo interno. Uno, el conformado por el mundo social y cultural con su representación interna directa o tamizada a través de los objetos. Dos, las relaciones interpersonales, vividas en el plano real y su representación interna; y tres, la representación de las pulsiones, los objetos y las fantasías originarias. Esta es la estructuración del aparato psíquico.

Cuando el objeto no puede ser introyectado y en consecuencia no conforma una estructura operativa, el sujeto queda condenado a buscar pero nunca encontrar; el mundo interno no representa un frente de tranquilidad y el sujeto se ve entrampado en una paradoja donde depende continuamente de un objeto externo al que no puede acabar de reconocer como objeto diferenciado, y en consecuencia, no puede vincularse con él.

Estos tres sistemas son interdependientes. No podemos pensar a un bebé sin una madre, no podemos pensar a una madre sin cultura, no podemos pensar en la interacción de un bebé con una madre que no esté sostenida en la cultura, no podemos pensar en la dinámica pulsional de un aparato psíquico sin una interacción sostenida por una cultura, o a una cultura sin sostén en los aparatos psíquicos de sus individuos.

¿Dónde reside lo cultural en el individuo? Tradicionalmente tendríamos que responder que en el superyó, pero nosotros pensamos que es en toda la estructura psíquica, tanto en el yo como en el ello. El yo, por ejemplo, surge de tres fuentes distintas: aparatos autónomos, conflicto e internalizaciones. En el caso de las identificaciones y el conflicto entre las pulsiones y la realidad externa frustrante, queda claro cómo están modelados por el vínculo con el medio, pero también en el caso de las funciones autónomas o aparatos autónomos del yo, aunque filogenéticamente asegurados, su desarrollo depende desde el inicio de la vida de las facilitaciones que proporciona el ambiente, más aun cuando secundariamente entran en el conflicto psíquico. En el caso del ello, que en última instancia es lo biológico representado en lo psíquico, nunca lo consideramos totalmente biológico e independiente del medio o la cultura en tanto que pensamos a las pulsiones como deseos y fantasías siempre vinculados a objetos inconscientes, incluso filogenéticamente, transmitidos por la herencia.

 

2. Soportes del psiquismo y mundo contemporáneo.

¿Pero cómo se juega lo transubjetivo, lo interpersonal y lo intrapsíquico en este momento de la historia? ¿Qué consecuencias se derivan de este entrecruzamiento para la estructuración del aparato psíquico?

Pensamos que la característica fundamental del mundo contemporáneo es la sobrevaloración del individuo, de su gratificación narcisista, de la inmediatez, y de lo efímero y desechable. Estos síntomas, entre muchos otros que caracterizan nuestra época, parecen tener causas más o menos identificables. En primer lugar, podemos mencionar la adquisición, durante el siglo XX, de un sentido de finitud hasta entonces inexistente en la cosmovisión del hombre; es decir, nunca antes se había planteado de manera más o menos formal el fin o el agotamiento del mundo. La idea de escasez de alimentos, espacios, territorio, ecología, bosques, aire, agua, etc. parece generalizarse a lo largo del siglo pasado, creando sensaciones de desamparo, desazón, y una urgencia de aferrarse al presente y a lo material, como lo único a lo que se puede asir de alguna manera:

“Vivir en el presente, sólo en el presente y no en función del pasado y del futuro, es esa ‘pérdida del sentido de la continuidad histórica’, esa erosión del sentido de pertenencia a una ‘sucesión de generaciones enraizadas en el pasado y que se prolonga en el futuro’ es la que (…) caracteriza y engendra a la sociedad narcisista. (…) Cuando el futuro se presenta amenazador e incierto, queda la retirada sobre el presente, al que no cesamos de proteger, arreglar y reciclar en una juventud infinita” (Lipovetsky, 1983, p. 51).

El aquí y el ahora se convierten en la única realidad valorada, con lo cual, se logra entronar las aspiraciones consumistas del neoliberalismo. El hombre contemporáneo se ve continuamente atrapado en una contradicción: por un lado, está siempre urgido por consumir, como una forma de adquirir seguridad, pero al mismo tiempo se ve condenado a la desilusión de comprobar que sus mismas posesiones, al momento de ser adquiridas, pierden enseguida su valor de seguridad. Aquí vemos cómo un sistema productivo basado en la idea del consumo se apuntala sobre una necesidad individual de completud en la que lo que se ofrece al sujeto irremediablemente lo conducirá a sentirse más vacío.

Este circuito de ansiedades orales donde el vacío conduce a la búsqueda desesperada de un objeto, que al no ser el más sintónico o adecuado a las necesidades de seguridad —una ilusión—, crea más vacío, más carencia, más anhelo de la completud, más búsqueda de objetos idealizados.

Lo mismo sucede con las relaciones humanas: se establecen relaciones para llenar una carencia, pero no con la vinculación con un objeto real, donde lo bueno y lo malo son reconocidos; sino desde la exigencia hacia el objeto de que éste complete sobre todo el vacío narcisista. Más que la complementariedad se busca la completud, y al no alcanzarse, se desecha al objeto como cualquier artículo de uso, ya que el reconocimiento de sus fallas abre más profundamente la herida narcisista.

El vínculo —de cualquier tipo— tiene que poder resolver tres “tareas” en diferentes niveles (como los vértices de un triángulo que sostienen la relación): a) sostenimiento narcisista, b) sostenimiento simbiótico y c) sostenimiento esquizoide.

El vértice narcisista hace referencia a un par de opuestos: idealizado-devaluado; el vértice esquizoide hace referencia a bueno-malo; y el vértice simbiótico al par fusión-separación. Estos tres vértices (o tres pares de opuestos) no son mutuamente excluyentes, sino que coexisten simultáneamente, se desarrollan vinculados, pero a la vez relativamente independientes.

Cada sujeto tiene que realizar diferentes “tareas” en relación a cada uno de estos vértices. Entendemos que cada uno de ellos tiene un dualismo o una polaridad, funcionando dialécticamente entre un polo que tiende a la progresión y otro que tiende a la regresión.

Del vértice esquizoide, encontramos la tendencia a la disociación en términos de bueno-malo versus la tendencia a la integración. De estos dos polos se derivan o se determinan todas las posibilidades de relación parcial o total con los objetos, también la relación de objeto y el manejo de los contenidos mentales en términos de proyección, identificación proyectiva, introyecciones e identificaciones, etc.

Del vértice simbiótico tenemos la polaridad que va de la fusión a la separación, e implica la capacidad del sujeto de tolerar su dependencia hacia el otro, así como la posibilidad de permitir la dependencia del otro hacia la propia persona. La tolerancia a esta dependencia, a su vez, se vincula con la aceptación de los límites personales, la necesidad del otro, la gratitud hacia los objetos y la tolerancia a la propia incompletud.

Del vértice narcisista podemos decir que su tarea es arribar al reconocimiento diferenciado del otro y la admiración por él (capacidad de admiración), junto con una representación narcisista estable del sí mismo (autoestima), por un lado, mientras que en el polo regresivo encontramos la distorsión de uno mismo o del objeto en términos de idealización o devaluación excesivas como soportes de la autoestima (por ejemplo: “En la medida en que tú eres insignificante, yo soy importante”; “dado que tú no vales, yo valgo”; “si reconozco que tú vales, asumo que yo no valgo”; o por el contrario: “si reconozco que vales, y te poseo, entonces yo valgo”).

Estos tres desarrollos constituyen anclajes psíquicos sobre los que se construye el sujeto, tanto en sus aspectos intra, inter y transubjetivos. Nos interesa profundizar y estudiar a continuación la dialéctica que se da entre la constitución del aparato psíquico y el momento histórico actual. Para esto tenemos que entender las implicaciones del movimiento denominado posmodernismo, que permea la vida contemporánea.

 

3. Posmodernismo y daño psíquico.

En este momento histórico aparece una situación paradójica, caracterizada por un hambre de estímulos debida a una hipersaturación del aparato sensorial, que se da en todos los niveles (desde la estimulación temprana que se le proporciona al bebé, hasta los noticieros que consumen los adultos), y con ello, una incapacidad para la sorpresa, una apatía ante el mundo, ante la novedad, la tecnología y el descubrimiento.

La saturación, la incertidumbre y el vacío empujan hacia el hedonismo y el culto a la persona como meta principal, pero este hedonismo no es erótico en la medida en que no va dirigido al objeto y carece de vínculos profundos. El objeto no importa, la gratificación es fundamentalmente narcisista. Los deseos que promueven la publicidad y la pornografía, son siempre parciales. En este sentido, podemos decir que el erotismo de esta época no es vital, por lo tanto deja de ser apuntalamiento de la identidad de los géneros.

En el posmodernismo, la identidad, sobre todo la relacionada con el ideal del yo, se mide en términos de la realización personal a través del hedonismo y la recuperación de la omnipotencia personal. Esta ideología propone por sobre todas las cosas una idea sobrevaluada de lo individual: el sujeto debe vivir y existir por sí y para sí mismo.

 

4. Posmodernismo y sus efectos en la subjetividad.

Consideramos que el posmodernismo, como todo momento histórico, ofrece una posibilidad enriquecedora, al mismo tiempo que conlleva un costo, que en términos de lo que nos interesa en este artículo, se traduce en el fomento de problemáticas de salud mental propias de nuestra época. Así como en el positivismo de la era victoriana, el racionalismo encontró a la neurosis obsesiva como una estructura de personalidad sintónica y favorable para sus fines, el posmodernismo encuentra en el narcisista y el limítrofe las máximas expresiones de su contradicción.

Retomando el triángulo de soportes del self al que párrafos arriba hicimos referencia, podemos decir que sobre cada uno de ellos el posmodernismo tiene efectos específicos:

a) Polo esquizoide: Una de las características principales de la cultura posmoderna es la sobrevaloración de los objetos y relaciones parciales. La sensación de inmediatez, la necesidad de gratificación instantánea, donde el placer y el hedonismo sean máximos (con un mínimo de dolor por la integración depresiva y la responsabilidad por el objeto), ocasionan que las relaciones objetales se conviertan en relaciones de uso, de deshecho, y en consecuencia en relaciones fragmentadas, vacías, con poca posibilidad de proporcionar tridimensionalidad. Las imágenes tan fragmentadas de los objetos introyectados no permiten una adecuada nucleización o cohesividad del self y sus relaciones con los objetos, repercutiendo en imágenes deficitarias y circunstanciales del propio self. Un self de esta naturaleza, por fuerza depende no sólo del “espejo” que le proporcionan los demás objetos, sino que al no poder pasar a formar parte de la estructura psíquica interna —como objetos integrados internalizados— condenan al sujeto a una permanente hambre de estímulos y objetos. El irritante vacío que se genera en estas situaciones es aprovechado por los medios masivos de comunicación y un sistema de consumo, para ofertar bienes que ofrecen calmarlo.

b) Polo simbiótico: En la medida en que el posmodernismo plantea el individualismo como un valor central, la intimidad y la dependencia quedan signadas negativamente, forzando al sujeto a una individuación en la que toda cercanía es fácilmente vivida como atrapamiento, y toda dependencia como debilidad. En este sentido, podemos decir que se generan ansiedades del tipo de temor a la intimidad y al atrapamiento, o por el contrario, una gran angustia de exclusión y abandono. El reconocimiento del otro —y sobre todo de la necesidad del otro— queda relativamente obstaculizado. El sujeto fluctúa entre lo que podemos considerar la toxicomanía y el aislamiento, entre la promiscuidad y la masturbación.

c) Polo narcisista: El posmodernismo es esencialmente una cultura del narcisismo, entendida como el culto a la propia persona, a la forma superficial y externa, y a la utilización de los otros como meros soportes de la autoidealización. En la medida en que el posmodernismo establece una renuncia o ruptura a los valores que trascienden al individuo, aquellas instancias como la religión, los ideales sociales, la familia, el Estado, etc. pierden su valor como “cinturones” continentes o receptores de la idealización narcisista del sujeto (es decir, como self-objects idealizados, o como elecciones narcisistas de objeto). El resultado es un repliegue defensivo al narcisismo del individuo ante el vacío. El objeto idealizado se busca en el propio cuerpo y sus posesiones. En cuanto a la capacidad de admiración —el otro polo de esta dualidad narcisista—, sufre también evidentes alteraciones derivadas de este asilamiento que tarde o temprano surge en aquel que ha descreído de todos los sistemas de valores que en otro tiempo dieron sustento a su sentimiento de confianza. En este sentido, paralelamente aparece, de manera defensiva, una tendencia contraria que implica la sobrevaloración de instancias, organizaciones, grandes corporativos empresariales, movimientos fundamentalistas, mercados de consumo, etc., donde el individuo apuntala sus necesidades narcisistas en lo que concibe como sus nuevos espacios de grandiosidad.

En resumen, el hombre posmodernista resulta un hombre centrado en sí mismo, con una visión maniquea del mundo, imposibilitado para la intimidad y el compromiso, lleno de dudas e incertidumbre (y por otro lado necesitado de creer en algo diferente), que encuentra, fundamentalmente, en los grandes sistemas de producción y consumo, un sentido inmediato, intenso y hedonista de realización.

 

5. El grupo y su función reparadora.

Podemos decir que el grupo pequeño y la necesidad de agrupamiento surgen en forma dialéctica a los valores individualistas del capitalismo, es decir, el grupo de trabajo, las uniones sindicales y otras formas de solidaridad gremial aparecen confrontando la idea del hombre individual, forjador exclusivo de su propio destino. En el posmodernismo, en donde los valores individuales se exacerban, la necesidad de agrupación, como lugar de apuntalamiento de la propia identidad, adquiere una dimensión quizás no vista nunca en la historia del hombre. El posmodernismo promueve la idea de que cada individuo debe diseñarse en base a su originalidad, su especificidad, sus características propias y esenciales, donde todo es válido en tanto representa el derecho de cada persona a ser único, diferente. Sin embargo, paradójicamente, es en el posmodernismo donde la gente busca más agruparse en base a esas diferencias; su punto de agrupación es precisamente eso que supuestamente los hace irrepetibles y únicos. Tal como sostiene Lipovetsky (1983), la última figura del individualismo no reside en una independencia soberana asocial sino en ramificaciones y conexiones en colectivos con intereses miniaturizados, hiperespecializados. Todo esto no se contradice con la hipótesis del narcisismo, sino que confirma su tendencia. La gente está ávida de pertenencia a grupos.... para apuntalar su individualidad.

A diferencia de estos grupos, donde la oferta al individuo es la de ordenar su vida a través de armar u hormar una imagen, un procedimiento, un sistema de certidumbres (o de incertidumbres calculadas y reguladas) que impartan un orden a su vida, que lo liberen del drama de vivir, y en donde el anclaje fundamental se realiza con la parte narcisista del sujeto, en el psicoanálisis —en particular el grupo psicoanalítico— se presenta una oportunidad para el reconocimiento de sí mismo y los propios deseos, de confrontación con las propias limitaciones y por lo tanto con las opciones, donde se presenta al individuo como sujeto histórico, con continuidad y mismidad (y aquí no podemos dejar de recordar que la definición más común de identidad es justamente la de “sentido de mismidad y continuidad a lo largo del tiempo y el espacio”), y en donde el sujeto se reconoce a sí mismo en la medida en que reconoce y se diferencia de los otros.

El psicoanálisis, como dispositivo terapéutico, utiliza dos herramientas principales de curación: la interpretación y la relación terapéutica. Ambas van dirigidas a la búsqueda de insight y modificación de la estructura psíquica, o cambio estructural. Esto se logra a través del establecimiento de un encuadre en el que se favorece la creación de un espacio relacional en el que se despliega el mundo interno del paciente a través del fenómeno de la transferencia. Gracias a este despliegue del mundo interno sobre el mundo externo, es posible mostrarle al paciente su estilo vincular, las distorsiones que hace de la realidad, ayudándolo a discriminar entre el adentro y el afuera, el yo y el no yo, entre sus pensamientos y percepciones, etc. Tal como decía Racker, el analista no sólo es intérprete sino sujeto de la transferencia, y en ese sentido mantiene una doble relación con el paciente, dirigida toda ella a la promoción o adquisición de insight que favorece la creación de nuevas formas de relación emocional. El agente del cambio, en la terapia psicoanalítica, no es la interpretación por sí sola, ni la relación afectiva aislada y únicamente vivenciada, sino el anudamiento de ambas, es decir, la interpretación de la vivencia afectiva, y la vivencia afectiva de la interpretación analítica. No concebimos el funcionamiento efectivo de una sin la otra.

En este sentido, el dispositivo psicoanalítico grupal facilita un espacio donde puede haber un despliegue de múltiples objetos internos a través de múltiples transferencias. Tanto el dispositivo analítico individual como el grupal promueven o activan formas diferentes y específicas de regresión, vínculo transferencial y fantasías particulares en la relación analítica, dado que cada uno de estos dispositivos, por su encuadre particular, activa zonas distintas del inconsciente. Pensamos que en el modelo individual, la relación asimétrica que es parte esencial de su encuadre, hace emerger como figura central el conflicto relacionado con los deseos, las prohibiciones, el ideal, la transgresión, el conflicto generacional, el Edipo, la castración, incluso en aquellos pacientes considerados preedípicos o preestructurales. En cambio, en el análisis grupal vemos que la ansiedad fundamental que es activada por el proceso analítico es aquella asociada principalmente al problema de la identidad, donde el grupo amenaza la representación del sí mismo, la diferenciación yo-no yo, y ubica al sujeto entre las ansiedades de masificación y de no asignación. Lo preedípico es aquí materia constante de revisión, incluso en los pacientes neuróticos.

En la situación psicoanalítica grupal, el análisis de la intersubjetividad se vuelve una situación fundamental ?adquiere un primer plano? donde los diferentes sujetos pueden experimentar a los demás no solamente como objetos de la pulsión, sino como sujetos con un self separado y equivalente. De acuerdo a esto, los fenómenos psicológicos se entienden no como el producto de procesos intrapsíquicos en una mente aislada, sino como el resultado de la recíproca interacción entre diferentes subjetividades. En este sentido, hay una notable y fundamental diferencia entre la experiencia del otro como un objeto subjetivamente concebido o como alguien externo al self. No se trata de dos experiencias inconciliables entre las que sea necesario escoger, sino que ambas son complementarias y condición necesaria para el conocimiento y pleno desarrollo, pese a que, para el mismo sujeto de la experiencia puedan presentarse a veces como opuestas entre sí. (Coderch, 2001).

El grupo psicoanalítico, en tanto da insight al sujeto acerca de su propia historia y proporciona comprensión sobre su mundo interno, sobre sus conflictos, deseos y prohibiciones, carencias y potencialidades —es decir, sobre todo aquello que lo constituye, que le da su calidad de ser—, permite un encuentro más humano, verdadero, significativo, donde se puede salir de lo diádico y unidimensional para acceder a un vínculo tridimensional y resonante, donde el otro es también reconocido en su especificidad, diferencias y similitudes, dando lugar a la integración del objeto, y por lo tanto a la gratitud, que es, hoy por hoy en el contexto del posmodernismo más acrecentado, el valor más en desuso.

 

REFERÊNCIAS BIBLIOGRÁFICAS

CODERCH, J. (1995) La interpretación en psicoanálisis. Barcelona: Herder.        [ Links ]

___________ (2001) La relación paciente-terapeuta. Barcelona: Paidós.        [ Links ]

LIPOVETSKY, G. (1983) La era del vacío. Barcelona: Anagrama, 2000.        [ Links ]

______________ (1992) El crepúsculo del deber. Barcelona: Anagrama, 2000.        [ Links ]

 

 

Dirección para correspondencia
E-mail: atarrago@progigy.net.mx / sanescar@avantel.net

 

 

1 Asociación Mexicana de Psicoterapia Analítica de Grupo, A. C.
2 Asociación Mexicana de Psicoterapia Analítica de Grupo, A. C.; Asociación Mexicana de Psicoterapia Psicoanalítica, A. C.

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