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Vínculo

versão impressa ISSN 1806-2490

Vínculo v.4 n.4 São Paulo dez. 2007

 

ARTIGOS

 

O corpo na velhice: usos, abusos, desusos do soma à fantasia

 

The body in old age: use, abuse,misuse from soma to fantasy

 

El cuerpo en la vejez, usos abusos desusos del soma a la fantasía

 

 

Diana Singer1

Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo

Endereço para correspondência

 

 


RESUMO

O corpo biológico está velado. No discurso manifesta-se sempre através do corpo erógeno ligado às experiências de prazer e desprazer, este último freqüentemente expressa-se através da dor. Sua presença cria um tal grau de perturbação na vida psíquica que põe em marcha conteúdos sepultados no mais profundo do inconsciente. Assim, se estabelece sobre um registro corporal, a unificação de todas as experiências prazerosas, constituindo o ego ideal, que marca uma mudança qualitativa na constituição do sujeito. Embora esta imagem do corpo seja subjetiva e pessoal, é tributária de representações sócio-culturais que vão constituindo o ideal do ego. As vicissitudes dessa passagem de um estágio a outro e os fatores determinantes dessa transformação são o objeto desta apresentação. O corpo acompanha as vicissitudes do projeto vital.

Palavras-chave: Corpo erógeno, Ego ideal, Ideal do ego, Ego horror, Fantasmática da morte.


ABSTRACT

The biological body is veiled. In the discourse its only manifestation happens through the erogenous body tied to experiences of pleasure and displeasure, the latter expressed often through pain. Its presence creates such a degree of disturbances in the psychic life as to bring forward contents deeply embedded in the unconscious. Thus, the unification of all pleasant experiences forming the ideal Ego occurs on a body register and this marks a qualitative change in the constitution of the subject. Though this body image is subjective and personal, it´s also part of socio-cultural representations that form the ideal of the Ego. The vicissitudes of this passage from one stage to the other, and the determinant factors of this transformation are the topics of this presentation. The body accompanies the vicissitudes of the vital project.

Keywords: Erogenous body, Ideal ego, Ideal of the ego, Horror ego, Phantoms of death.


RESUMEN

El cuerpo biológico está velado. En el discurso, se manifiesta siempre a través del cuerpo erógeno ligado a las experiencias de placer y displacer; este último expresándose a menudo en el dolor. Su presencia, crea un grado tal de perturbación en la vida psíquica que pone en marcha contenidos sepultados en lo más profundo del inconsciente. Se establece así sobre un registro corporal la unificación de todas las experiencias placenteras, constituyendo el yo ideal que marca un cambio cualitativo en la constitución del sujeto. Si bien esta imagen del cuerpo es subjetiva y personal, es tributaria de representaciones socioculturales que van constituyendo el ideal del yo. Las vicisitudes de este pasaje de uno a otro y los determinantes de ese devenir son el objeto de esta presentación. El cuerpo acompaña las vicisitudes del proyecto vital.

Palabras clave: Cuerpo erogeno, Yo ideal, Ideal del yo, Yo horror, Fantasmática de la muerte.


 

 

Hace un tiempo me invitaron a participar en un panel cuyo tema era “El cuerpo en la vejez”. Mi primera reacción fue declinar la invitación. Sin embargo tengo un sí fácil cuando de hablar de viejos se trata. Lo cierto es que me puse a pensar en él por qué de mi negativa y decidí aceptar. Ahí estaba, esperando el momento en que debía conferenciar, cuando comenzó un geriatra con una comunicación interesante, pero demasiado medica para concentrar todo el tiempo mi atención. Mire el reloj y empecé a contar. En 7 minutos se lo escucho decir 17 veces: “morir” o “muerte”. Y ahí se confirmo mi sospecha acerca del por que de mi negativa inicial. Un panel sobre el cuerpo en la vejez, donde van a hablar un profesor de educación física, un cirujano plástico, un geriatra y una psicóloga, me había metido de lleno en un imaginario social del cuerpo que termina, de un cuerpo que nos saca del compromiso que nos incumbe a todos, jóvenes y viejos: el compromiso de vivir.

Cuando este compromiso empieza a dificultarse, cualquiera de nosotros recibe una consulta.

Jaime: tiene 76 años; practica yoga media hora todos los días desde hace 30 años, esquía; tiene una prótesis en el pene que ha caído en desuso por falta de interés. “No quiero estar con viejos por que están todos oxidados”respondió frente a la indicación de ingresar a un grupo terapéutico. Su deseo es legar sus ideales a sus discípulos y a su joven amante, pero tiene obstáculos en legar su empresa a sus hijos.

Ofelia: tiene 72 años; bronceada, elegante y con muy buena figura. Tiene miedo de morir; fuma, se queja de un marido muy dominante; dice no disfrutar de la sexualidad, la siente como una carga; es ansiosa, está preocupada por un rollo en la panza que fue criticado por su marido, y comenzó un tratamiento en centro de estética corporal. Durante los primeros meses la saludaba dándole la mano hasta que un día “me equivoqué” y lo hice con un beso. “¡Al fin!”, Me dijo, con una sonrisa conmovedora, “no sabe cómo estaba esperando esto”.

Y así podríamos seguir hablando de vértebras soldadas, de columnas curvadas pero indoloras de gente que se ha adecuado vitalmente a las marcas del paso del tiempo. Cecilia de 71 años, necesita que la sesión sea antes de las 15 hs. porque después la calle se vuelve peligrosa para ella, que es una anciana –afirma- para que no me olvide cómo son las cosas.

Traje estas viñetas porque me parece que la clínica es contundente para mostrar con facilidad lo que en la teoría aparece mucho más complejo. El cuerpo biológico está velado. En el discurso, se manifiesta siempre a través del cuerpo erógeno ligado a las experiencias de placer y displacer; este último expresándose a menudo en el dolor2 . Su presencia, la del dolor, crea un grado tal de perturbación en la vida psíquica que pone en marcha contenidos sepultados en lo más profundo del inconsciente.

He señalado otras veces la importancia de este momento que Lacan llamó el estadio del espejo. Allí se puede apreciar de manera paradigmática ese momento en que el sujeto encuentra su imagen al lado de la de su mama a la que puede reconocer en el espejo. La alegría y conmoción que experimenta nos informa que se ha instituido como un yo, con un cuerpo integrado distinto de los otros, aunque constituido sobre su mismo modelo.

Este es un momento clave en la estructuración del sujeto. A partir de estas identificaciones primarias, comienza a reconocerse y toma paulatina conciencia de sí. En ese momento, palabras lo nombran e inviste su propia imagen de una manera positiva o negativa. Toda una historia personal, singular y las palabras familiares que no cesan de puntuarla, van a inclinar la relación de todos y cada uno, con esta imagen. O sea que investiduras que llamaremos narcisistas de vida, darán cohesión al yo y dejarán de lado experiencias negativas y atemorizantes. Representaciones que remiten a la inermidad, al desamparo o a la angustia catastrófica de desmoronamiento de las primeras etapas de la vida, amenazantes para su cohesión, son negativizadas, reprimidas, dejadas de lado.

Se establece así sobre un registro corporal la unificación de todas las experiencias placenteras, constituyendo el yo ideal que marca un cambio cualitativo en la constitución del sujeto. Si bien esta imagen del cuerpo es subjetiva y personal, es tributaria de representaciones socioculturales que van constituyendo el ideal del yo.

Pero acompañemos a Cronos. Muchos años después, la pérdida de un amor, una enfermedad3, el fracaso en un trabajo, el dolor, transforman una cana o una arruga en la flecha del tiempo que al clavarse en el espejo, hace crujir la imagen y tras su grieta aparece todo aquello que debió ser dejado de lado para constituir el yo ideal, bastión de la omnipotencia narcisista. Para ese yo ideal resulta insoportable la afrenta de la edad. Entonces abatido, cae el yo ideal y en su lugar aparece su negativo, el yo horror, como efecto del dolor producido por la falta de coincidencia entre la imagen que aparece y la que de sí mismo tiene. Sobrecoge por la semejanza con la de un progenitor viejo o a veces fallecido.

Si bien es la fantasía de inmortalidad la que al ser cuestionada desencadena este proceso, quedan en él involucradas todas aquellas de omnipotencia, de completitud y de perfección. En esta trampa óptica inconsciente se cristalizan la indefensión y las fantasías de cuerpo fragmentado y aniquilación que habían sido dejadas de lado para constituir el yo ideal.

Llamé a este momento que atraviesa la subjetividad, el síndrome de Dorian Gray, señalando el riesgo de la pérdida de la investidura sobre sí mismo y sobre la realidad exterior que conlleva. Probablemente haya sido esta experiencia la que llevó a Oscar Wilde a escribir su célebre “Retrato de Dorian Gray”, poniendo el cuadro en el lugar del espejo para ilustrar el drama del envejecimiento. “El drama no es envejecer sino permanecer joven” hace decir a uno de sus personajes, marcando las incongruencias entre lo percibido y lo vivido. El personaje mantiene una perfección intemporal mientras el retrato envejece con los estigmas de sus actos. Sólo la muerte lo libera del sortilegio y en ese instante muda su aspecto. Su rostro se surca de terribles marcas mientras el retrato recupera su belleza original.

La realidad devuelta por el espejo ubica al sujeto en un punto de no retorno. A partir de allí acechará con ansiedad cualquier cambio que modifique su aspecto corporal y altere la imagen que de sí mismo tiene. Podríamos decir que el envejecimiento se anuncia en términos de estética.

El culto al cuerpo y a la belleza, hoy, en nuestra cultura occidental, constituyen un mandato, una exigencia a la que hay que responder so pena de ser marginado. Y para ello contamos con todos los recursos de la tecnología médica. Si nos sometemos a la cirugía plástica, si disciplinadamente logramos mantener una dieta balanceada, si con rigor militar realizamos la actividad física indicada, el espejismo de la eterna juventud se hará realidad. Tendremos garantizada la pertenencia al cenáculo de los elegidos.

Pero el cuerpo no sabe de mandatos sociales y lentamente, a pesar del maquillaje y a despecho de la tecno-cosmetología, su aspecto exterior se modifica. Ese cuerpo, marcado por las canas, arrugas y calvicie, se convierte en una realidad insoslayable. Lugar de sufrimiento que enfrenta al sujeto con el paso del tiempo. “La crisis del envejecimiento” cuyo comienzo se ubica, según cada campo teórico, en distintos momentos cronológicos, se anuncia en un tiempo de carácter absolutamente subjetivo: el tiempo de la imagen.

Se asiste impotente al cambio de la imagen aunque no se sientan aún los efectos del envejecimiento. La ayuda de la presbicia no es suficiente para negarlo. El psiquismo se verá entonces ante la necesidad de poner en marcha una serie de mecanismos elaborativos destinados a incluir este cuerpo extraño, que golpea rudamente los ideales narcisistas.

El paso del tiempo ha generado desajustes en la identidad que parece fugarse por el espejo. La mirada que tan duramente juzga la imagen ya avejentada no sólo la dirige aquel joven de 25 años que ya no es; la impone también el entorno. Esa mirada que, apoyada en los modelos propuestos por los mass-media, sólo valora el cuerpo esbelto y elástico, la potencia para los deportes y la lozanía del rostro adolescente. Dura tarea la de sustraerse a la presión social, hacer caso omiso de la publicidad y permanecer indiferente a aquellos mensajes que indican que ya se está quedando fuera de circulación. Evidentemente estas representaciones sociales no contribuyen en nada a elaborar la crisis de la edad media de la vida.

Rabia e impotencia ante la injuria narcisista, temor ante lo que el futuro depara, dolor ante la juventud perdida. A esta gama de sentimiento debemos sumar circunstancias vitales particularmente complejas: padres viejos que requieren cuidados, hijos adolescentes que aún reclaman atención, necesidad de prever el futuro económico cercan los últimos años de vida productiva. Ante este panorama pocas parecieran ser las posibilidades de evitar el colapso. Sin embargo la observación cotidiana y el trabajo clínico indican lo contrato. Con mayor o menor éxito esta crisis se supera y, pasado un período depresivo de diferente intensidad en cada uno, el sujeto se moviliza en búsqueda de nuevos espacios donde encontrar coincidencias y obtener placer.

¿Cómo salir de la tensión generada entre el Yo y el Yo Ideal? La organización simbólica es lo que impide quedar atrapado en esa trampa óptica inconsciente ya que es este orden el que mediatiza la especularidad originada en la relación dual imaginaria con el semejante.

El Ideal del Yo instaurado a partir de su introyección limita los efectos aniquilantes de la desilusión narcisista. Esta instancia simbólica que propuso y desplazó metas a lo largo de la vida, capacitará al yo para resistir los embates del tiempo, de la imagen y también de los mandatos sociales. Además el sujeto no ha perdido su lugar en el mundo; las satisfacciones desiderativas que experimenta, las actividades que realiza y el reconocimiento de los otros, impiden que el “Yo Horror” se imponga sumiéndolo en la desesperación. Freud en su Autobiografía dice:

“... yo tenía entonces 53 años, la corta estadía en el nuevo mundo hizo ciertamente bien al sentimiento de mi propio valor. Allá me vi recibido por los mejores como un igual”.

Por la mediación simbólica y los apuntalamientos narcisistas, el deseo sigue su curso y el sujeto, capacitado para cumplir con el compromiso humano pactado con Eros, el compromiso de vivir.

Si por el contrario hubo falencias en la estructuración del aparato psíquico y por ende en el Ideal del Yo, el individuo sucumbe ante la herida narcisista. El desplazamiento del Ideal del Yo por el horror desata una violencia indominable que revierte sobre el Yo de distintas maneras. Señalaremos dos respuestas posibles, una de matices grotescos y la otra trágicos. Incluimos en la primera a aquellas personas que parecen una caricatura del joven que fueron. Intentan detener el tiempo inmovilizando rasgos que sienten como baluartes de juventud. Y entre las segundas, el estallido cardíaco de un hombre desgarrado por la tensión o el accidente automovilístico que hace real aquel despedazamiento del cuerpo del infans. Otra alternativa no menos radical la ofrece el suicidio.

Recapitulemos: esta tirantez creada entre el yo ideal y su negativo, el yo horror, va a marcar las vicisitudes de los re-posicionamientos subjetivos que acompañan al decurso temporal. La resolución dependerá en cada situación de la tensión entre la satisfacción del ideal del yo y la presencia del yo horror. Esta situación se resuelve con la complacencia obtenida pudiendo actualizar los ideales y acordando con ellos, con proyectos en curso y con un cuerpo que continúa siendo una fuente de placer. Se hace de esta manera retroceder lo indeseable que estremece. La cuestión que se plantea se centra en saber si la castración simbólica que ha jugado a lo largo de la vida con dificultades pero también con logros, tanto en el nivel narcisista como en el edípico, puede nuevamente permitir inscribir aquella omnipotencia (fuente de ilusión) que se juega en la relación entre el yo ideal y el ideal del yo, negativizando el horror del yo. La relación con los ideales del yo y los vínculos, tienen un papel protagónico para resolver si a la vida nos une el amor o sólo el espanto.

Se envejece como se ha vivido, deben ustedes estar cansados de escuchar este aforismo tan repetido como insustituible. Una madre que tempranamente invitó a investir objetos más allá de sí misma, no solo es la clave de la resiliencia, sino que también es el mejor antídoto a estas situaciones que no duran más que un período caracterizado por depresión, ansiedades hipocondríacas y miedos, donde subyacen posicionamientos de la fantasmática del horror. El “ya lo sé pero aún así” mantiene a raya la muerte y a despecho de ella, como en todas las etapas de la vida, se mantiene el compromiso de vivir. Para ello el hombre requiere una condición inscripta en los orígenes: sentirse sentido y pensado por el otro. Así se puede aceptar el ciclo de vida como único y como fragmento de la historia. El hombre se siente parte del conjunto y reconoce su límite. Se impone así la inclusión del legado y su inscripción en el proyecto vital. La relación con el ideal del yo será sostenida por quienes lo sucedan que albergan sus ideas, proyectos y lo van a sobrevivir. La vida sigue en la familia que él engendró, quiere seguir participando de alguna manera en el espectáculo que continúa y aunque no pueda ser su protagonista, encuentra gratificación en el hecho de acompañarlo. Ensueña que va a volver a estar con su madre o que lo espera estar muy cerca de Dios. Y aunque no crea en eso lo tranquiliza que otros crean; piensa que la muerte es sólo el fin de un desarrollo individual. Así el sujeto adquiere continuidad más allá de la vida. Así se consigue sentirse inmortal.

Para concluir escuchen este informe de un experimento:

La doctora Ellen Langer y sus colegas de la Universidad de Harvard, le propusieron a un grupo de personas mayores de 75 años en buen estado de salud: "Nos vamos una semana de campamento. El único requisito es que se imaginen, se sientan, y se comporten como si tuvieran 20 años menos; los tendremos monitoreados mediante exámenes físicos y mentales".

La experiencia fue única. Los psicólogos reprodujeron la vida tal y como era 20 años atrás, incluyendo retos y actividades. Para leer y escuchar, sólo había revistas y música de la época. Su conversación debía ser en tiempo presente sobre su trabajo (aunque ya estaban retirados) y sobre los temas y acontecimientos de ese momento.

Asimismo, debían hablar de su esposa o hijos como si ellos también tuvieran 20 años menos. Cada uno de los participantes portaba en el pecho una foto de cómo lucía a los 55 años, y todos aprendieron a identificarse por las fotos antes que por la cara.

El propósito de los psicólogos era cambiar la percepción que estos hombres tenían acerca de ellos mismos. La premisa del experimento era que sentirse y verse viejo o joven influye directamente en el proceso de envejecimiento en sí.

Al cabo de una semana, los médicos midieron a cada uno de los participantes su fuerza física, postura, percepción, cognición y memoria a corto plazo, junto con umbrales de audición, vista y gusto. Los resultados fueron notables, sobre todo cuando los compararon con otro grupo de la misma edad que hizo el retiro pero en tiempo real, normal y sin indicaciones especiales.

A diferencia de estos últimos, los del experimento se mostraron más activos, autosuficientes y hábiles. Mejoraron en fuerza muscular, oído y vista, así como su memoria y destreza manual. Sus articulaciones ya tiesas, ganaron flexibilidad en tan sólo ocho días, y su postura empezó a erguirse como en años más jóvenes.

El estudio de la doctora Langer marcó un hito y demostró algo que me parece maravilloso: la actitud sí puede revertir el envejecimiento.

Envejecer es normal; sin embargo, no todas las personas lo hacen igual.

¿La diferencia? La forma en que se perciben a sí mismos y la actitud que deciden asumir ante la vida. Cuando la actitud cambia, el cuerpo la sigue.

El cuerpo acompaña al proyecto.

 

REFERÊNCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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_______Modelos de salud y enfermedad en el envejecimiento.Psiquis, poder y tiempo. Cap 3 y 13. Comp. L. Salvarezza. Eudeba. Buenos Aires, 2001.        [ Links ]

 

Endereço para correspondência:
E-mail: dsinger@fibertel.com.ar

Recebido em: 18/01/2006
Aceito em: 27/03/2007

 

 

1 Licenciada en Psicología. Universidad de Buenos Aires. Miembro Titular de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo y Presidente en el período 1997-99. Co-autora de seis libros y autora de numerosos trabajos publicados en el país y en el extranjero sobre Vinculos, Grupos, Familia y Pareja, Configuraciones vinculares y Tercera Edad.
2 El dolor físico es un fenómeno mixto que surge en el límite entre el cuerpo y la psiquis. Para Freud, el dolor corporal es una brecha, una efracción del cuerpo provocada por un agente vivido como externo, por ejemplo una quemadura, una enfermedad. Tratemos de imaginar: tenemos un yo-cuerpo rodeado por una barrera de protección; cuando esta barrera falla, se produce una irrupción en el seno del yo, un aflujo repentino y masivo de energía. Este afecto entra como una tromba y va a inundar el psiquismo, llegando a su centro mismo, a lo que hoy llamamos inconciente, provocando numerosas perturbaciones y reacciones en él. El yo entra en estado de shock y se paraliza; está traumatizado. ¿Cómo va a defenderse? Va a practicar una suerte de autovendaje, mandando la poca energía que le resta disponible alrededor de la herida, para evitar que drene. Se trate de la herida misma o de la conmoción que provoca, el dolor es siempre producido por una perturbación del psiquismo que hoy llamamos herida narcisista. Por eso podemos trabajar sobre él, por eso nos importa siempre la compleja situación en que aparece.
3 Beliveau O..; Singer D. Tiempo de vivir. Subjetividad y envejecimiento. Revista del Ateneo Psicoanalítico. Nº1, 1997

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