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Vínculo

versão impressa ISSN 1806-2490

Vínculo vol.18 no.1 São Paulo jan./abr. 2021

http://dx.doi.org/10.32467/issn.19982-1492v18nesp.p1-12 

COLOQUIO

 

Vínculos en tiempos de desamparo

 

 

Claudine Vivier Vacheret

Univerisdade de Lumière Lyon, France

 

 

El tema que ustedes han elegido para este Congreso: Los vínculos en tiempo de desamparo, tiene una gran importancia y resonancia en muchos países de América Latina y también en Europa. Realmente es un problema general y actual. Yo pienso que dos aspectos de los vínculos en tiempos de desamparo son: la depresión compartida y la violencia.

La violencia será el tema principal de mi conferencia. La violencia tiene muchas dimensiones diferentes: la violencia de los estados, de los gobiernos, la negligencia de las políticas y de nuestros comportamientos sobre el clima, la violencia de las grandes empresas internacionales, de las instituciones, de las familias, de las parejas, la violencia en el vínculo fraterno, etc. Yo voy a hablar de la violencia fundamental de los vínculos entre los padres y los chicos. Más adelante hay que ver las diversas formas que toma la violencia: la violencia verbal, la violencia física, la violencia silenciosa del perverso narcisista, la violencia del hostigamiento, la violencia de la institución como el hospital psiquiátrico, etc.

Hay muchos ejemplos de violencia en los vínculos en tiempo de desamparo que ustedes van a presentar y a explorar en este congreso, durante estos días de trabajo.

Lo que me parece es que la violencia siempre estuvo presente en la historia de la humanidad, en todas las épocas : los Hebreos fueron esclavos de los Egipcios, Grecia en el siglo de Pericles , la época medieval cuando no era posible viajar sin ser robado o muerto en el camino, la revolución francesa cuando el pueblo mata al rey, la reina y su pequeño hijo, el transporte de los negros desde África hasta Luisiana, el Caribe y Brasil, el genocidio de los Armenios, el genocidio de 6 millones de Judíos durante la segunda guerra mundial, la revolución cultural de Mao en China, el genocidio de los Tutsi por los Hutus en Ruanda hace veinte años, y de los Rohingya en Birmania, más recientemente, la guerra en Irak, en Siria y los atentados en París o en Sri Lanka hace pocos días... El hombre es un lobo para el hombre, que ya decía Freud.

Esa es la razón por la que yo voy a explorar una teoría que habla de la violencia como un componente común a toda la humanidad que dicho autor llama «la violencia fundamental».

Este autor es un psicoanalista francés que fue uno de mis profesores en la Universidad de Lyon, se llama Jean Bergeret. Su teoría es poco conocida, y me ha ayudado mucho durante mi practica como psicoanalista, tanto en el trabajo individual como en el trabajo de grupo. Pienso que es solo una ventana abierta sobre el tema de la violencia que es un tema muy complejo con una implicación individual, grupal, social y política. Tenemos que buscar cuales son las teorías que pueden aclarar un poco las crisis que encontramos en nuestro trabajo de analista.

 

La teoría de la violencia fundamental al servicio de los profesionales

Hablar acerca de una teoría de la relación dual que pueda aplicarse a lo grupal es un desafío tan atrevido como peligroso, pero deseaba sostener esta idea y asumir el reto, por el hecho que esta teoría fue para mi, en mi práctica con grupos, un aporte importante y muy valioso.

Ahora bien, ¿Cómo utilizar como referencia una teoría del vínculo y del conflicto entre dos cuando se trabaja con varios? ¿Cómo basarse en una teoría que no encontró demasiado eco en el mundo de los investigadores y los clínicos, a veces por desconocimiento, y a veces por indiferencia, o por miedo de lo que revela de incómodo para nuestro propio funcionamiento psíquico? Esto constituye todo el desafío de mi propuesta y de mi presentación sabiendo que desde un punto de vista epistemológico no es cosa fácil considerar tal acercamiento.

Jean Bergeret fue nuestro maestro en la universidad Lyon 2, dónde enseñaba la psicopatología con claridad y entusiasmo y formó generaciones de psicólogos clínicos que quedaron marcados por su talento de pedagogo. Teorizó acerca de los estados límites y la violencia fundamental, otro de sus hallazgos que decía deberíamos llamar BIOlencia, de Bios la vida en greco, como manera de significar que esta violencia estaba definitivamente del lado vital. Tenía una intuición clínica excepcional, la cual pude comprobar en mis supervisiones con él. Ahora, ¿qué es lo que nos dice?

 

El aporte de la teoría de la violencia fundamental

En un primer tiempo, me voy a dedicar a lo esencial que nos enseñó el concepto de la violencia fundamental, luego veremos lo que este aporte tiene de novedoso y esclarecedor para lo grupal, en particular los grupos en los cuales recibimos el sufrimiento contemporáneo y los movimientos violentos de ciertos pacientes.

A partir de su práctica inicial de pediatra, Jean Bergeret observa movimientos naturales violentos a partir del nacimiento de un niño en el grupo familiar. Parecería que la violencia se manifestara de un modo binario, tu o yo, el niño o la madre, o el padre, el pequeño o el grande: no hay lugar para dos, es el o yo.

Estos movimientos le parecen universales y siempre psíquicamente presentes, mientras que raras veces se expresa la violencia actuada del progenitor sobre el niño, por más que estos casos no estén excluidos de la actualidad social: en radio, televisión o prensa, aparecen de manera casi hebdomadaria.

Claro que el nacimiento es un acontecimiento, traer un niño al mundo es una alegría que da cuenta de los movimientos vitales individuales de parte de los miembros de la pareja, pero como predice el Oráculo de Delfos a Yocasta y a Layo; " si tienen hijos ellos los matarán". Es en relación a esta primera etapa del mito de Edipo que Jean Bergeret nos invita a detenernos. De hecho, la etapa del asesinato del padre y del incesto con la madre se conocen más y han tenido desde hace mucho una aceptación mucho más acogedora y atenta en cada uno. El abandono de Edipo en el Monte Cithéron lo destina a una muerte certera ya que, atado a un árbol, queda librado a las bestias salvajes y no tiene ninguna chance de salvarse. De esta forma los dos padres piensan haber escapado a los impulsos mortíferos de su propio hijo y están seguros de haberse anticipado a las intenciones de muerte sobre ellos. Una vez eliminado, el niño ya no es más una amenaza. ¿Cómo pensar más allá de este relato mítico lo que representa la amenaza por parte del niño? ¿Cómo un pequeño puede amenazar a un adulto? El niño muy pequeño primero, luego el niño de más o menos dos años y el adolescente, son edades particularmente sensibles en las cuales aparece la violencia. No se trata de violencia actuada y realizada sobre el niño, sino de violencia psíquica que necesita una respuesta del adulto. En primer lugar el pequeñito. Todas las madres y a veces los padres también, es cierto, han hecho la experiencia de la obligación que se impone frente al recién nacido, imposición de una presencia casi permanente, no fuera más que para las mamaderas o el amamantamiento, de día como de noche. Los dos primeros meses son agotadores físicamente por la falta de experiencia del primer bebe, pero también por el hecho de una necesidad imperiosa de estar presente para cada niño, para adivinar lo que necesita, porque de eso depende su supervivencia. El cachorro humano depende enteramente de la capacidad de su entorno de suplir las carencias ligadas a su inmadurez fisiológica y psíquica. Una madre normalmente estructurada encuentra este período tanto maravilloso como terriblemente exigente. Las otras mujeres del grupo familiar se encargan de explicarle que esto no dura, o que podría hacer de otro modo, o logran en el mejor de los casos contenerla y tranquilizarla en cuanto a sus preocupaciones y angustias. Este período es exigente, tanto anímica como físicamente por la falta de experiencia, a veces por la falta de acompañamiento y siempre por la falta de sueño. Esta pequeña cosa ocupa decididamente mucho lugar, es bastante exigente, esto lo piensa el padre bastante rápidamente y la madre también, aunque no se anime a expresarlo, ni siquiera se autorice a pensarlo.

La vida está regida ahora por "su majestad él bebe". Es una conmoción en la vida de la joven pareja y además es bien difícil en un momento en donde todos los miembros del grupo familiar se alegran por la llegada del recién llegado, expresar sus propias dificultades y sus propios movimientos internos de rechazo, de negación, de intento de distanciamiento, de alejamiento, de apartamiento, para respirar un poco y encontrarse algo liberado. La supervivencia física del niño necesita una gran disponibilidad tanto de presencia física como psíquica. El niño moviliza todas las energías y amenaza con borrar al adulto exigiendo mucha abnegación, a un punto tal que éste se pregunta cómo seguir aun existiendo frente a este pequeño ser tan acaparador. El padre siempre tiene también cierta dificultad a retomar su lugar de amante de la madre que se dedica enteramente a su bebe. Si, de alguna manera, la pequeña amenaza al grande. ¿Entonces, cómo pensar las situaciones donde todo se complica con trastornos de la alimentación, llantos continuos, trastornos del sueño más o menos graves, o la aparición de una anomalía, una enfermedad o un hándicap?

¿Cómo pensar también la capacidad de las madres enfermas, depresivas, con depresión post-partum o con depresión de larga data, de las madres psicóticas, las madres abandonadas por su compañero, de aquellas que se encuentran desprovistas mental, económica o psíquicamente? Los servicios de salud de la niñez conocen bien estas situaciones. Es lo que lleva a veces a internar juntos a la madre y al bebe como lo hacemos en Francia cuando aquella está demasiada desbordada y el bebe demasiado en peligro.

Si, el niño violento a los padres por el hecho mismo de su propia existencia, de su presencia y de sus exigencias de supervivencia. La vida de uno, el niño, se paga a muy alto precio por el otro, el adulto.

Esta violencia es inherente a la vida misma, la vida de otro se paga a veces para algunas familias con la muerte de algún otro, como la de un anciano. Para cada nacimiento, hubo una muerte, se dice. Para que el niño viva, hay que sacrificar otro, un bisabuelo o un abuelo, la mayoría de las veces.

Una vez superada esta etapa, cuando todo ocurre lo mejor posible, desde el punto de vista del niño y de los padres ocurre que de nuevo asoma una nueva fase característica y crítica. El pequeño de 20, 22, 24 meses, sabe desplazarse solo desde hace varios meses ya, y empieza a decir algunas palabras. La marcha en primer lugar, y el habla luego, lo vuelven más audaz, más autónomo, y ahí está, afirmando su personalidad, como dicen en su entorno. Dice todo el tiempo: NO. Cualquier cosa que se le diga o proponga es no. Se opone, se niega, se obstina y de nuevo ahí está el adulto, en dificultad frente al pequeño. Uno tan chiquito que te hace frente, que es capaz de hacerte fracasar frente a los demás, en una reunión familiar, una salida con amigos, una compra en un negocio te expone públicamente con tu derrota y te obliga a múltiples estrategias acrobáticas para intentar salir del paso.

¿Está diciendo no a lo que se le está proponiendo hacer juntos o a lo que se le preparó para comer o a una actividad, o es a otra cosa que el adulto no ve y a la cual va dirigida la oposición? En realidad, ¿esta nueva ofensiva de la violencia fundamental, de qué se trata y hacía quién se dirige? Usted que supo identificarse con él, a sus necesidades desde su nacimiento, usted que imaginó lo que era bueno para él, usted que se ha, algunos dirían sacrificado, día y noche para satisfacerle prestándole su "capacidad de ensueño" es decir su imaginario, su aparato de pensamiento, ahí está él que le expresa su negación a que otro piense y desee por él. Pero, ese otro es usted, el adulto. Si pudiese lograr formularlo diría sin dudas algo así como: no quiero que sigas pensando por mí, van dos años que dura, esto ahora me hace violencia, déjame pensar y desear solito, quiero existir por mi mismo.

Mato tu pensamiento en mí y el único modo de hacerlo que tengo a disposición es decirte "no".

Frente a esta oposición sistemática, repetitiva y alienante, el adulto busca soluciones posibles:

Sea, capitula, baja los brazos, deja de lado al niño, le da la espalda, se aleja de él y se muestra indiferente, o sea se derrumbe y se deprime. El niño se siente totalmente abandonado.

Sea se pone nervioso, se enoja, se pone rígido y corrige, sanciona. El niño siente que no le comprenden.

Sea golpea ya que está harto y no se controla. El niño es golpeado, maltratado.

Sea el adulto logra cambiar de registro y sale de estas situaciones la mayoría de las veces con el humor, desviando la atención del niño sobre nuevos temas de interés, pero respectando sus elecciones, sus gustos, sus capacidades, basándose en sus competencias. Es el juego el que triunfa, el método es el juego, y una de sus características, es de ser una fuente de placer común y compartido.

Jugar no es matar, jugar permite salir del peso de la realidad, por el pensamiento metafórico, jugar es crear una neo-realidad. Entonces el grande y el pequeño accedan al hacer como, al imaginario y matar al otro puede hacerse en el imaginario con un juguete, un pedazo de madera, y no en la realidad, como esos niños aún muy jóvenes que agreden a su maestro, a sus compañeros en la escuela con una arma real o ficticia, o si no a cuchilladas. Estas violencias tienen su origen en la violencia recibida por estos niños, por parte de adultos incapaces de transformarla en JUEGO. Lo que no puede decirse en el juego y no puede hacerse en el vínculo y en el imaginario termina por expresarse en la realidad, con actos y con actuación.

Finalmente, no creo necesario recordar lo que se vuelve a dar en la adolescencia en términos de violencia dirigida a los adultos y realmente en términos de violencia fundamental. En efecto, no se trata de un gozo a hacer sufrir, en la gran mayoría de los casos. El joven recuerda a los padres su propia adolescencia y búsqueda de autonomía psíquica antes que cualquier otra, y esto a través de la búsqueda de nuevas identificaciones. Los padres son asesinados en tanto polo identificatorio y son el pensamiento, los valores, los ideales del adulto que son atacados en primer lugar. El grupo de los pares, los amigos, toman el mando y proponen nuevas identificaciones bajo una modalidad más o menos mimética, las modas, acompañando nuevos ídolos (cantantes o deportistas, por ejemplo). Los padres son imaginariamente asesinados para ser reemplazados. Luego el joven deja la casa para inscribirse definitivamente en una nueva historia, una nueva trayectoria, una nueva pareja...

 

Los devenires de la violencia fundamental

En todos los casos, los adultos y en particular los padres, tienen por misión transformar la violencia fundamental, de tal manera que encuentre una salida la más feliz posible, en el imaginario y no en la vía comportamental, se trate de conductas alimenticias desviantes, de adicciones, de toxicomanías o de conductas psicóticas. La violencia fundamental tiene como devenir normal, el más favorable, el más benéfico, una buena integración en el aparato psíquico, apta a acogerla, a contenerla y a volverla una fuente permanente de energía, una energía creadora, como en la competitividad y la competencia, la superación, el afán en el trabajo, el juego, la producción, la creación e incluso en transmitir la vida biológica. Esta violencia fundamental está también al servicio de la conservación de la especie. Es el instinto de autoconservación, la legítima defensa psíquica de carácter vital, que se impone y que nos dice que el sujeto no tiene elección si quiere salvarse, es decir si quiere vivir y sentir que existe. Estamos de lleno del lado de la pulsión de vida.

El otro destino de la violencia fundamental es más funesto: se pasa a una alianza nefasta entre libido y pulsión. La violencia se vuelve perversa, se deforma y se une al goce del sufrimiento del otro, a tenerlo bajo dominio, a imponerle un vínculo sadomasoquista. El sujeto se abandona a la destrucción del otro. Goza de atacarlo, llenarlo de reproches, disminuirlo, reducirlo a la nada, acosarlo, aplastarlo para matarlo. Estamos del lado de las perversiones reales, de la destructividad radical o total, del vínculo que mata, claramente del lado de lo que René Kaes llama la negatividad radical, en suma, del lado de la pulsión de muerte. Es el motivo por el cual, Jean Bergeret publicó un artículo en la RFP que se intitula: "Una pulsión que no termina nunca de morir". Desarrolla ahí la facilidad con la cual tenemos tendencia a tomar por pulsión de muerte todo aquello violento, del mismo modo que hablamos de agresividad como de un mal menor mientras nos invita a dejar este término de lado, siempre y cuando se trate de legítima defensa psíquica. No paramos de nombrar pulsión de muerte toda expresión de violencia mientras se trata en realidad de un formidable empuje de la pulsión de vida.

Si, la pulsión de vida no termina nunca de morir. Queda entonces un problema mayor que consiste en ubicar lo que efectivamente moviliza el goce de destruir al otro, eso que sigue siendo la prerrogativa de las perversiones. Se trata entonces de otra clínica totalmente distinta. Parecería que numerosos casos en los jóvenes delincuentes en particular no pertenecen a este registro, aunque debemos contar con dispositivos que nos permitan ubicarlo y tratar esta violencia. En suma, podríamos decir a un joven preso de la violencia fundamental que no es malo, sino que simplemente está buscando una manera de sentirse existir. Sin embargo, no es posible pensarlo o decirlo de un perverso que goza no sólo con la maldad si no también con la crueldad en hacer sufrir al otro.

Curiosamente observamos que todos los pacientes que nos llevan del lado del conflicto de a dos, en su modo de abordar al otro en la institución, corresponden de hecho más al abordaje clínico grupal. Es la única manera de escapar un poco al modo violento de movilizar la transferencia. Escuchamos cada semana jóvenes en grupos, y en particular en grupos de mediación y grupos de psicodrama en instituciones, expresar un imaginario violento.

 

La cuestión de la grupalidad

Lo que hace pertinente a la teoría de la violencia fundamental no es tanto su claridad en cuanto a los verdaderos retos psíquicos de estos movimientos pulsionales y su nivel de conflicto sino también el tema de la transferencia. En individual, un terapeuta avisado que percibe de manera segura que se trata efectivamente de legítima defensa, no tendrá miedo de tranquilizar al paciente en cuanto a su destructividad, haciéndole notar que lo que dice no lo muestra como un individuo malo sino como un ser que se está defendiendo en pro de sentirse existir, lo que al fin y al cabo es bien natural y legítimo. La cuestión subsiste en cuanto a qué medios y qué capacidad tiene el sujeto para poner en marcha estrategias que le permitan restaurar su narcisismo. El grupo y su capacidad de hacer de espejo, el mirroring que nombra Foulkes, devuelve al sujeto aspectos de su historia y facetas de su vida psíquica, a los cuales tiene que enfrentarse y muchas veces de modo cruel. El grupo se confronta al conflicto narcisista de las patologías más graves que se vuelcan hacia lo dual, el cara a cara, pero el grupo, nos dice René Kaes, es un cara a cara de a varios. El pasaje del 2 a 3 es el pasaje de la pareja al grupo, y se beneficia del trabajo grupal. Es mejor hacer una entrevista a varios profesionales. Son sujetos en sufrimiento, en mal de grupalidad, es decir en búsqueda de identificaciones, tienen la marca de un imaginario violento de una escena primitiva en el origen de su propia existencia, escena en la cual la cuestión no es quién seduce a quién, ¿quién desea a quién? Si no quién mata a quién, ¿quién viola a quién? Es lo que caracteriza su imaginario en cuanto a su origen.

Se quedan en identificaciones primarias en modo binario: tú o yo/ todo o nada/ todo bueno/ todo malo.

La grupalidad del psiquismo es la forma más acabada de la realidad psíquica, y los psicóticos, los estados límites o las patologías narcisistas sufren de una falta de organizadores grupales de su vida psíquica. Se benefician de vivir intercambios en el grupo externo, el cual viene a solicitar su falta de grupos internos que puedan movilizarse, ya que su grupo interno es una familia fracasada, desamparada, desorganizada, inadaptada, violenta en lo intrafamiliar, pero también con la escuela, con la institución, con los equipos.

Las experiencias traumáticas han dañado sus grupos internos, su grupo familiar diacrónico, es decir la transmisión. En estas familias las grandes prohibiciones al origen de toda civilización, prohibición del incesto y prohibición del asesinato pueden ser afectados por las generaciones que lo precedieron, como bien lo mostró PC Racamier entre otros, con la noción de incestual, a no ser que sean los incestuosos actuados. Puede tratarse también de duelos imposibles, por demasiado dolorosos, como la muerte de un hijo, que hayan marcado para siempre las generaciones precedentes y el imaginario de un grupo familiar.

Por el contrario, la violencia fundamental es uno de los componentes de la vida psíquica lograda, al nivel precisamente de sus fundamentos de carácter narcisista. Los sufrimientos narcisistas que afectan a la identidad profunda no logran un modo de organización psíquica que pueda integrar la grupalidad psíquica que se basa sobre una vivencia de grupalidad familiar lo suficientemente buena, como diría Winnicott.

Mi propuesta sería que la integración de la violencia fundamental narcisista primaria es una de las condiciones de acceso a un modo de funcionamiento psíquico grupal. Ahí está el lazo esencial entre esta teoría y el grupo desde mi punto de vista. Los padres que favorecen la integración de la violencia fundamental son adultos que acceden al juego y esto por intermediario de la movilización de un imaginario a identificaciones múltiples a varios roles, capaces de ocupar varios lugares en la fantasía, un singular plural dice René Kaes, un personaje múltiple, el mismo habitado por sus propios grupos internos, movilizables y movilizados en el modo que responde al niño violento. Es el grupo que enfrenta, los grupos internos de cada uno. Es cuando el adulto es grupo él solito, debido a sus identificaciones plurales a todos los personajes de su historia, arlequino, artista, actor, cuentista, cantante de canciones de cuna, jugador, personaje a múltiples facetas, en lo más cercano de las identificaciones del bebe, el niño, el adolescente, que se encuentra apto a acompañar al otro en su construcción psíquica. Esta pluralidad del psiquismo constituye nuestro teatro interior múltiple, que nos permite en la vida poder identificarnos a los otros. Cuando el sujeto no puede identificarse a los otros, no teme hacerlos sufrir.

 

Conclusión

Se entiende mejor la importancia del dispositivo grupal frente a las violencias que se expresan en los adolescentes difíciles o los pacientes psicóticos y los estados límites. Frente a esta carencia de grupalidad psíquica que padecen, y frente a los movimientos pulsionales primitivos violentos, que expresan su deseo de sentirse existir en una suerte de legítima defensa psíquica, vemos que el grupo constituye el dispositivo más fuerte, y más adecuado para este tipo de puesta en marcha del trabajo psíquico. En suma, no trabajar solo sino siempre de a varios y en red, es una de las claves del trabajo en general con estos sujetos violentos. Claro, no es mágico y requiere paciencia ya que es una tarea de largo aliento. El profesional está aquí para mantener el encuadre, cuidar el respecto a los dispositivos y a las reglas de juego. Finalmente, apuntalarse sobre los intercambios identificatorios, que se vuelven posibles en grupo gracias al descubrimiento de nuevos imaginarios, puede ayudar a avanzar bajo la luz de la teoría de la violencia fundamental.

 

Referencias

Bergeret, J. (2010). La Violence fondamentale - L'inépuisable. Œdipe. Paris: Dunod.

Kaës, R. (2009). Les Alliances Inconscientes. Paris: Dunod.         [ Links ]

Kaës, R. (2007). Un Singulier Pluriel La psychanalyse à l'épreuve du groupe. Paris: Dunod.         [ Links ]

Racamier P.-C. (1995). L'inceste et l'incestuel. Paris: Les Éditions du Collège.         [ Links ]

Winnicott, D. (2006). La mère suffisamment bonne. Paris: Payot.         [ Links ]

 

 

Claudine Vivier Vacheret: Psicóloga, psicanalista membro da IPA, membro da SFPPG (Sociedade Francesa de Psicoterapia Analítica de Grupo), Secretária científica da EATGA (Associação Europeia de grupanálise transcultural), Professora na Univerisdade de Lumière Lyon (2004) e Professora emérita desde 2014.

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