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Psicologia para América Latina

versión On-line ISSN 1870-350X

Psicol. Am. Lat.  n.1 México feb. 2004

 

ENSAYO

 

¿Existe el destino? (Apuntes mu-psicológicos)

 

 

Manuel Calviño*

Facultad de Psicología. Universidad de La Habana

Dirección para correspondencia

 

 


 

 

Silvio Rodríguez Domínguez es el culpable. Estábamos allí, en el Teatro Fausto, en algo que nos dijeron sería la filmación de la película de Silvio. Esperábamos que Ripstein nos volviera a no explicar lo que teníamos que hacer. “Solo los actores necesitan explicación, - nos dijo el talentoso director de cine mexicano - porque ellos no entienden nada”. La nostalgia, invitada por unos tragos de añejo, convocó a las preguntas. ¿Por qué está cada uno de nosotros aquí?. No están todos los que son, pero todos los que están son. Entonces fue Azúa quien cambiando el tema dijo: “Me equivoqué, me equivoqué totalmente. Menos mal que no me hizo caso. Yo le dije a este - refiriéndose al flaco, como cariñosamente muchos le dicen a Silvio - que fuera periodista, que él prometía como periodista, que si se empeñaba, ahí estaba su futuro”. Mi escucha me reveló una queja, a la que yo, con mi manía de terapeuta del cotidiano, para aplacar lo que parecía un discurso culposo le di mi convicción. “No te equivocaste. Le dijiste exactamente lo que le hubiéramos dicho todos. Ahí esta tu futuro. Yo estoy convencido que dónde quiera que él se buscara a sí mismo, iba a llegar al mismo lugar. Fuera como fuera su destino era ser Silvio Rodríguez Domínguez”. Silvio quedó en ese su silencio que todos sabemos distinguir del tímido y del de la molestia. Un silencio distinto al de la canción que le llega sin que él la llame, la que se le entrega feliz cuando lo viola, y entonces hay que conversar con ella al menos de labios para adentro. Su silencio era el de valorar, el de decidir, ¿concuerdo o no?: “…yo no se lo que es el destino…,hombre de buen destino…vete al destino, al punto que será final ”.

“Ahora si me tumbaste, científico - me dijo el hombre canoso en uniforme verde olivo. Nadie diría que vive con un corazón trasplantado que él mismo se encargó de educar en sus sentimientos y convicciones de toda la vida. “¿Tú, un profesional, científico, me estas diciendo que el destino existe?. Sin tenerlo que pensar ni un segundo en ese momento, porque como Florentino Ariza “tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches” (en realidad mi respuesta sólo tenía cuarenta y cinco años, cinco meses y doce días también con la mayoría de las noches), le respondía: “Sí”. La voz de Silvio, apuntando al techo del Teatro y más allá al cielo, me secundó con un rotundo - “definitivamente yo creo que sí, que el destino existe”.

“¡Seguimos con la filmación !”, sonó la voz de la productora. Oportuna e inoportuna. Entonces Fabelo se fue a la tercera fila y en el rostro le vi dibujado un contrahecho duende con pies de pavo. Amaury no dijo palabra, seguramente porque “para tanto duelo no le bastaría”. Feliu, el menos joven, Vicente, se fue a violar su trato con Geidy, la psicóloga que tomó de rehén en su batalla contra el cigarro. Julito, a quien el destino le estaba jugando una mala pasada, se retiró pensando en hacer una propuesta a la OPS sobre el tema. Frank ya se había ido porque de lo contrario sus piedras vikingas hubieran saltado en mi ayuda. Alipio estaba sambando muy cerca del puesto fijo que le habían asignado. No recuerdo si Roque dejó constancia gráfica del momento. Maria, la que se parece al viento, sentada junto a Violeta, acompañaba la retirada desde la distancia con alguna fantasía que no verbalizó. Wichy y el Che estaban en su inconfundible lugar de siempre.

Al menos formalmente, aquello “quedó allí” (¿..?). Pero desde entonces, y de esto hace ya bastante tiempo, a veces me voy a dormir imaginando que estoy hablando del asunto con Silvio, con Azúa, con Amaury, con Frank, con todos los amigos que el destino, con sus causas y sus azares, quiso juntar allí, en el Teatro Fausto, el día 22 de Enero de 1997 para hacer “la película de Silvio”.

¿Existe el destino?. Me resulta difícil precisar cuantas veces me han hecho esta pregunta en los últimos once años, desde que el destino quiso que me convirtiera en una figura pública. A los comunicadores sociales científicos1, esta pregunta nos asecha a veces como “reto a la inteligencia”, otras como “comprobación de la flexibilidad”, incluso como evaluación de nuestra “actualidad cosmovisiva”. A mi me han formulado esta pregunta también “buscando una esperanza”. Casi nunca me detengo a responderla. Prefiero devolverla a la manera de una indagación socrática.

Los más de treinta años vinculado directamente a las prácticas de comunicación me han dado múltiples evidencias de que casi siempre la persona que nos pregunta algo es porque tiene una respuesta. Le parece bien lo que decimos si coincide con lo que el piensa. Si no, entonces las cosas no van a marchar muy bien. Una vez caminando por una céntrica calle de la ciudad una persona me dijo: “Me gusta muchísimo su programa. Ud. siempre dice lo mismo que pienso yo”. A lo que yo agregué: “Muchas gracias. Aunque en realidad me agradaría saber que también le gustará mi programa cuando lo que yo diga no coincida con lo que usted piensa”: Otra vez, saliendo de los estudios de Mazón y San Miguel, donde se realizaba el programa “Contacto”, una televidente, que minutos antes me había escuchado negar la existencia de una confirmación científica de la determinación de las peculiaridades personológicas por la pertenencia a un signo zodiacal. Quizás ha llegado el momento de hacerlo más a mi manera.

Para no traicionar mi tradición y formación científica comienzo con una cita significativa. Los científicos, aunque muy pocos lo dicen y menos aún lo aceptan, somos pensadores mágico-fenomenistas que disfrazamos nuestras creencias con la objetividad. Creemos, o al menos hacemos creer, que citar a un tipo que camina y duerme como los demás, que se ha hecho famoso dedicando buena parte de su vida a una cosa tan habitual y natural como pensar, es una razón suficiente para que se nos haga caso. En realidad es algo que aprendimos de niño en alguna discusión traumática por el poder del barrio: “¡ Eso es así que me lo dijo mi papá !”.

Insisto con mi cita: "Hay mitos, hay dogmas de teología, hay metafísica y muchas otras maneras de elaborar una cosmovisión… Una conveniente interacción entre la ciencia y esas cosmovisiones “no científicas”… no es solo posible, sino necesaria, tanto para el progreso de la ciencia como para el desarrollo de nuestra cultura como un todo”. (Feyerabend P. 1982.p.447). Claro que junto a ésta, que de entrada me daría una razón contundente para pensar en alta voz sobre el destino, podría poner otra que duda del origen ideológico de las elaboraciones teóricas sobre el tema: “Adoptar una actitud escéptica es sin duda lo más correcto cuando una doctrina acerca… del hombre aflora en una sociedad que glorifica el espíritu de competencia, en una civilización que se ha distinguido por la brutalidad…Es justo preguntarse en qué medida el interés suscitado…debe atribuirse a la observación de los hechos y al ejercicio del pensamiento…” (Chomsky N. 1971.p. 153). ¿Creer o no creer?, esta sigue siendo la cuestión.

Ser un psicólogo de la vida cotidiana me da, y si no me las da me las tomo, ciertas licencias para usar la metáfora y la metonímia en calidad de instrumentos científicos. ¿Qué pasa si en lugar de decir destino digo misión?. El asunto ahora puede resultar más digerible. Estoy diciendo que el ser humano, sea Silvio o cualquiera de nosotros, o mejor aún, todos nosotros tenemos una misión. Cito a Larousse: “Misión…Acción de enviar. Poder que se da a un enviado para que haga alguna cosa”. El destino es una misión, y la misión es un mandato. Ahora llamo la atención sobre la diferencia del mandato entendido como orden, y de este el amigo Azúa seguramente no tiene la más mínima duda, y el mandato como destino. La orden es consciente y voluntariamente definida, aceptada y realizada. El gran misterio del destino está en que teniendo el atributo de lo cognoscible, lo susceptible de hacerse, una buena parte de su existencia no pasa por el darnos cuenta, no se define en nuestras elaboraciones conscientes. Esto último valida la idea de que nadie sabe que cosa es el… destino, y esto puede ser pasto de la censura. Nadie sabe que cosa es el… destino, y eso puede ser pasto de la aventura.

Al destino le temen algunos científicos por parecer un concepto indeterminista y por ende imposible de atrapar. Otros le temen por peligroso. Sin embargo, ni científicos ni alquimistas, ni clérigos ni laicos, ni puritanos ni escépticos, dejan de hablar el lenguaje del destino. En la ciencia él tiene muchos espacios de existencia. Una de las formas en la que el quehacer científico, el mundo de los datos, habla de destino, de mandato, se refugia en la noción de determinismo.

El sentido del determinismo es abarcador y recoge no solo la experiencia metafísica o dialéctica del pensamiento, sino también la pluralidad de hechos concretos que llamamos la existencia humana. Desde aquí es posible pensar la existencia del destino. El determinismo, por cierto, parece que no es una buena compañía. Determinista fue Darwin, y en su tiempo no le sirvió de mucho. Determinista fue Freud, y fue tan repudiado y criticado como adorado. Determinista fue Marx, y luego determinaron que sus determinaciones fueran las determinantes, con lo que lo desmarxizaron. Siempre que hay determinismo hay incomprensión, pero cuando no lo hay la incomprensión es todavía mayor. Claro que el problema nunca fue el determinismo. El problema fue siempre el prejuicio, la incomprensión, el dogmatismo.

El determinismo, a pesar de todos los pesares, no es más que “una doctrina filosófica según la cual todos los acontecimientos del universo, y en particular las acciones humanas, están ligados de manera tal que siendo las cosas lo que son en un momento cualquiera del tiempo, no haya para cada uno de los momentos anteriores o ulteriores, más que un estado y solo uno que sea compatible con el primero” (Lalande A. 1953.p.298). Obsérvese que se habla de estados anteriores y ulteriores. La precedencia y la consecuencia. Esto supone el reconocimiento de las relaciones causa-efecto. Todo lo que acontece tiene una causa, nada ocurre fuera del sistema de determinaciones múltiples en que existe. Siempre he pensado que la diferencia fundamental entre causalidad y casualidad reside en el lugar de la “u”. Lo casual no esta carente de causa. Las causas de algo no pocas veces son casuales.

En la aceptación de las relaciones causa-efecto se establece como forma de conocimiento y como necesidad de toda práctica humana la predicción, la posibilidad de establecer predicciones. No hay ciencia sin predicción. La ciencia es, en gran medida, el establecimiento y la corroboración de predicciones. La predicción es solo posible porque existe una probabilidad máxima de que algo suceda a partir del suceder de otra cosa. En este sentido es claro que la predicción es una cara del destino, la cara dibujada con los artefactos del pensamiento, por cierto que no solo del pensamiento científico, sino también del pensamiento natural y del pseudocientífico. Por eso afirmo con naturalidad que el destino pertenece como noción a la ciencia, como prenoción, al decir de Durkheim y Bacon, al pensamiento espontáneo y natural del ser humano, y como artificio a la pseudociencia. El es objeto del conocimiento, de la creencia, y del mercado de las ilusiones.

Otro asunto, sin embargo, es lo que nos pasa a los humanos con las predicciones. Ayer la pitonisa Casandra fue tildada de loca por el don de la predicción, hoy los médicos le ocultan a los pacientes terminales la luctuosa predicción, la cercanía de la inevitable muerte. Nos molesta no saber lo que va a pasar. Nos aburre saberlo. La incertidumbre genera miedos, ansiedades, neurosis. Las certezas generan sobreadaptaciones, crisis existenciales, excesos de confianza. Predecir, decir antes, anticipar, es algo que a los seres humanos nos causa, con una frecuencia que no nos permite culpar al azar, al menos resistencia, y la resistencia es siempre temor - temor a la pérdida, temor al ataque, diría Pichón-Riviere (1980). Quizás por eso es que decimos que nadie es profeta en su tierra, y deberíamos agregar que casi nadie lo es en su tiempo, en el mejor de los casos logra serlo un poco después. Cosa rara esta del no gusto por el saber anticipatorio. El gran sentido de la previsión es la prevención: si prevemos podemos prevenir, o al menos podemos llegar al mismo lugar de un mejor modo, y sin embargo casi siempre se opta por chocar, por curar, por el último momento.

Siendo que el destino goza de algo así como la fascinación del horror, instituida desde el doble vínculo contradictorio de los seres humanos con la predicción, su lado negativo se asocia a una cierta visión determinista vergonzante: el fatalismo.

Parece que para muchos la desinencia hace a los sinónimos. Quizás por eso es que hay quienes están convencidos de que la contradic-ción es oposi-ción y contraven-ción y por lo tanto supone san-ción, elimina-ción. Entonces sucede que, así como hay quienes viven en una sinonímia existencial desinente que identifica social-ismo con capital-ismo, hay también una tendencia a equiparar determin-ismo con fatal-ismo en el modo de pensar el destino. Voltaire, en carta escrita el 24 de Agosto de 1750 a la Sra. Denis, dice quejumbrosamente: “Mi destino me sigue por todas partes”. Murphy, con su cinismo constructivo nos dice “Si algo puede salir mal, saldrá mal ”. Me resisto a tal lectura del destino, a esa que reafirma la ineluctabilidad, la que nos cree seres indefensos y pasivos ante el devenir de los acontecimientos. No es ese el destino en el que creo, no es ese el destino que conozco.

En 1993 participé, aquí en la Habana, en un Congreso Internacional de Parapsicología. Cuando digo esto, muchas personas no me creen. - “¿En Cuba?, - me dicen - ¿un Congreso de Parapsicología?”. También es cierto que otros me miran semiestupefactos, y que la gran mayoría me devuelve una sana envidia: Lo real maravilloso no solo está en las calles de la ciudad. Lo real maravilloso puebla el pensamiento cubano, su idiosincrasia. Empiriocriticismo-mágico, es esta la formulación científica de la denominación carpentiana. Creer es algo muy cubano, creer con la multiplicidad propia de la identidad nacional, con la pragmática típica del accionar cotidiano del cubano, con nuestra afición pasional en la palabra y el hedonismo concreto en el cuerpo: “Si no creyera…qué cosa fuera”.

Vuelvo al Congreso. La Parapsicología “no es mi fuerte”, pero me pareció que podía ser interesante codearme con energetólogos, hipnotizadores, clarividentes, iluminados, astrólogos, cartománticos, quirománticos, babalaos, curanderos, etc. Fue precisamente una cartomántica chilena quien en su exposición dijo: “El futuro es lo que sepamos hacer con lo que sabemos que podría suceder. Mi predicción no es para lamentarse por anticipado. Mi predicción es para prevenir, para que la persona pueda modificar el rumbo. Se trata de participar en la construcción de nuestro destino”. A mi me recordó mucho a Sartre cuando decía que nosotros somos lo que sepamos hacer con lo que la gente hace de nosotros. Claro que es una nueva visión de la cartomancia. Es una nueva visión del destino. Es esencialmente una visión más humanista y realista del destino. Se trata de que el destino tiene una parte de construcción. El destino no se recibe, se labra. Solo se realiza construyéndolo. “Andar - decía Martí - es el único modo de llegar”.

Y cómo saber si llegamos sí no sabemos a donde queremos llegar. Repito con Montaigne que no hay viento a favor para el que no tiene puerto de destino. ¿Cómo saber si el viento está a favor si no se sabe a dónde se quiere llegar?. El destino es un lugar al que se quiere llegar y un modo de construir el camino de llegada. Es este el lado determinista activo del destino, su rostro iluminado por la decisión, la convicción, la voluntad.

Interesante que cuando se habla de voluntad, de convicción, de decisión se piensa en lo fundamental en lo que alguien quiere lograr, y se queda, como en punto ciego, lo que alguien no quiere aceptar, a pesar de que esto último usualmente requiere más decisión, más convicción, más esfuerzo volitivo. Un “no me impondrán” define una estructura determinista, y por ende formadora de destino, impresionantemente fuerte. Cuando la voluntad de un niño contradice la posición de poder (de los padres, de los maestros, etc.) se le evalúa de “cabeza dura”, cuando la afirma, entonces es “voluntarioso y bueno”. Lo mismo ocurre en el mundo de los adultos. La realidad es otra: la resistencia es también voluntad, la negativa es también una decisión, la convicción siempre es más que una alternativa. “Me quieren enterrar donde adivino - siempre quisieron ocultarme lejos -. Objeto de los fúnebres cortejos, ayer u hoy. Parece mi destino…Solavaya, aves de mal agüero. Mundo feroz, lo digo en juramento: enterrarme le va a roncar el cuero”. Y más aún, el destino es también las consecuencias de las decisiones que no asumimos, de las no-decisiones:”Nadie se salva del pie forzado: hay que crecer bailando con sinsabores”.

Pero el camino y el lugar de llegada es originariamente diverso y difuso, y es sólo en su devenir que adquiere contornos más precisos. ¿Por qué se toma un camino y no otro?. Una vez más el determinismo, el de las causas que van cercando y el azar que se va complicando. La historia es aquí compleja, pero intentaré reducirla lo más posible.

Un primer accidente en la no linealidad que es la vida, esta contenido en la preexistencia, las determinaciones desde antes de la vida. Partiré de una sentencia lacaniana que no por considerar excesiva debemos dejar de prestarle atención. “El deseo del hombre – dice Lacan, - encuentra su sentido en el deseo del otro, no tanto porque el otro detenta las llaves del objeto deseado, sino porque su primer objeto es ser reconocido por el otro” (Lacan J. 1985.p.257). Desde el vientre materno, y desde antes, todos somos depositarios de expectativas – expectativas familiares, sociales, políticas. El acto de adjudicación de un nombre a nuestros hijos, por sólo tomar un ejemplo, es una de las primeras piedras en la construcción de un monumento: “Te llamarás José Manuel, como tu abuelo, para que seas como él ”. “Te llamarás Manuel Ernesto, porque nacer un ocho de octubre debe ser algo más que una casualidad”. La asunción de nuestro nombre con todas sus implicaciones es un proceso de inclusión y exclusión de determinaciones que en los primeros estadios de la vida actúan bordeando nuestra voluntad, aunque en cierto momento de la vida las asumimos cuando menos: con generosidad y agradecimiento - “A mi madre y a mis Domínguez de la Loma, por la música”, como un imperativo innegable de la existencia - “Un hombre sabe cuando empieza a envejecer porque empieza a parecerse a su padre”, o más teóricamente como sentencia de profundo carácter filosófico - ”Somos nosotros mismos quiénes hacemos nuestra historia, pero la hacemos, en primer lugar, con arreglo a premisas y condiciones muy concretas” (Marx.C., Engels F. 1975.p.514). El destino es también un “encargo familiar”. Así lo reconoce Borges: “Mi padre era anarquista individualista, lector de Spencer, profesor de psicología, poeta romántico que dejó algunos buenos sonetos, pero él quiso que se cumpliera en mí el destino de escritor (que no pudo cumplirse en él). Ya mayor habría yo de entender que desde niño se me había trazado el destino de las letras...” (Peicovich E. 1980.p.71)

Lo que llamamos nuestra vida es primero la vida de otros, y en alguna medida no deja de serlo nunca, porque los objetos de nuestra vida, los contextos reales de nuestra vida son siempre exteriorizaciones, realizaciones de la vida de otros. No hay duda que para cada uno de nosotros se va construyendo un destino en el deseo del otro: nuestros padres, hermanos, maestros, amistades, y también nuestros congéneres, aunque no sepamos sus nombres ni los conozcamos. El mundo humano que determina la vida humana no es solo mundo de seres humanos, sino también y sobre todo mundo de las creaciones humanas. El destino es también aquello que queda escrito como condiciones facilitadoras o entorpecedoras y que se dibuja como oportunidades y retos en las condiciones reales de nuestra vida, desde el nacimiento, desde antes, hasta después de la muerte. Lo que quede de nosotros es parte de la historia que escriban los que nos sucedan, una historia que será también escrita con arreglo a sus necesidades, a sus condiciones.

No quisiera dejar el tema de las determinaciones extrapersonales subjetivas que conforman nuestro destino sin intentar un poco más de justicia a ciertas valoraciones que han sido tratadas con una dureza comprensible. Me refiero al tema de las predisposiciones biológicas. Parto de una tesis central que mi acervo marxista siempre impuso como racionalidad a mi psicologismo pasional subjetivista: la biología humana es también social. De modo que la biología humana anda por el camino de las determinaciones condicionales, de los elementos instituyentes de nuestro destino.

En un extremo podemos ubicar las condiciones socioeconómicas de nuestra sociobiología: “Por lo demás, lo que y cuanto le sea dable ver – dicen los clásicos, refiriéndose a un ser humano, - no depende solamente del estado real del mundo, sino también de su bolsa y de la actuación que en la vida le asigne la división del trabajo, situación que tal vez se le cierre demasiado, aunque tenga ojos y oídos muy acaparadores” (Marx C., Engels F. 1982.p.326). De otro lado podemos ubicar las peculiaridades anatomo físicas y funcionales. En el centro la amplia gama de sucesos facilitadores o entorpecedores. Creo que nadie duda que el compartir con Mozart un notorio oído tonal no hace a un recién nacido un genio precoz en la música. Del mismo modo un notorio oído tonal facilita las cosas, tanto o más que las entorpece el no tenerlo. “No hay donde perderse. – me dijo una vez el Angel Parra – Hay quien nace para músico, y aunque nunca en su vida se decida a serlo por algún lugar le saldrá. Pero el que no nace para músico a lo que más puede aspirar es a parecerlo”. La biología forma parte del destino.

Si bien la predicción, como antes señalé, es un lado del destino que evidencia un vínculo muy especial y más probable con la racionalidad, con toda la vocación humanista de una buena parte del pensamiento humano, y en este sentido pudiera generar menos rechazo de los incrédulos, de los objetivos, y quien sabe si hasta de los perseguidores de cualquier nacimiento, el destino se asocia también a un rostro más oculto, más sujeto a la dinámica trascendente de las fuerzas esotéricas, a las predeterminaciones teleológicas de la existencia. Por eso tiene entre sus figuras arquetípicas a la profecía.

A pesar de ser dos caras de la misma moneda, los nombres del determinismo son distintos a los de la profecía. Los primeros son Darwin, Freud, Marx, ellos suenan claro a pesar de las vicisitudes de su vida y de su obra. Los otros suenan distinto y están envueltos en una nebulosa de misterio o divinidad, que no es lo mismo pero es igual :Nostradamus, Jonás. Desde tiempos que se pierden en el recuerdo la profecía se asocia a un don sobrenatural de ciertos individuos que traen al presente la ocurrencia del futuro. Es, como decía, la cara sobrenatural de la predicción. Solo que la predicción se ejerce sobre el criterio de la factibilidad, de la posibilidad, mientras que la profecía se ha presentado acompañada de la certeza, del “ya veras”.

Una mirada algo más profunda sobre el tema nos deja ver que en realidad el asunto crítico no parece ser la profecía, sino el don sobrenatural. ¿Qué pasa con los dones sobrenaturales?. Primero incluso: ¿Qué son los dones?, ¿Qué son los dones sobrenaturales?. La pregunta puede ser una trampa para muchos que preferirían desde el inicio rechazar la suposición convertida en afirmación según la cual los dones existen. Porque el concepto de don se relaciona con lo innato, con lo que esta presente en el momento del nacimiento y que además se le valora como algo especial. Pero si se relaciona con lo innato, entonces la profecía, la visión profética, no parece ser un don de nadie. ¿Se conoce, está registrado algún profeta menor de un año de edad?. Se dirá quizás como aquél payaso del Circo INIT que aseguraba a un amigo que su caballo sabía leer. Ante la duda del amigo, el payaso tomaba un periódico y lo mostraba al caballo quien comenzaba a mover la cabeza de un lado a otro “mirando” las hojas mostradas. “Ya ves” – decía el payaso, -“mira como lee”. A lo que el amigo le repostaba: “pero que me diga al menos que es lo que dice la prensa para yo saber si es verdaderamente un caballo alfabetizado o si es que tu eres un mentiroso”. Entonces el payaso indignado decía: “Yo he dicho que sabe leer. No que sabe hablar”.

Una vez más narro una experiencia personal. Vivía yo en el cuarto piso de la “Zona E” del gigantesco edificio central de la Universidad Estatal de Moscú, más conocida como “La Lomonosov” cuando conocí personalmente a un niño afgano de nueve años de edad. El pequeño vivía con su padre en la misma zona que yo, solo que en el piso nueve. Pero estaba enamorando de mi vecina. Una tártara de 28 años, un metro noventa y doscientas cuarenta libras. Podría parecer esto lo más sorprendente pero no lo es. ¿Qué hacía aquél niño en la Universidad?, ¿Acompañaba a su padre?. No. El pequeño estaba terminando sus estudios en la Facultad de Físico-Matemática. Un pequeño genio. Su madre era analfabeta. Su padre, creo que del área de las ciencias sociales, se dio cuenta un buen día de que con apenas dos años su hijo había aprendido a sumar y a restar, y por sí mismo dedujo que era y como se calculaba una multiplicación y una división. Habían estado ambos en los Estados Unidos de Norteamérica, pero el niño había pedido irse pues no soportaba que las mujeres asediaran a su padre para que les hiciera un hijo. A nosotros los adultos, aprender el idioma ruso nos costó años, y aún lo aprendimos mal. A los tres días de estar en Moscú, el pequeño superdotado hablaba perfectamente el idioma de los zares.

Podría parecer todo esto lo más sorprendente pero tampoco lo es. Un día me encontré al padre en un pasillo del albergue. Lo noté entre triste y preocupado y le pregunté qué le pasaba. “Acabo de hablar por teléfono con mi hija de cinco años, - me dijo el progenitor del pequeño gran afgano - y estoy preocupado”. “¿Pasó algo? – pregunté verdaderamente interesado. “No.- me contestó aquél -. Ya la niña hizo todos los exámenes de ingreso a la Universidad y obtuvo evaluaciones brillantes”. La pequeña tenía entonces 6 años. Mis oídos no querían dar crédito a lo que escuchaba. Pero solo creyendo podía entender la preocupación del padre. De modo que le dije: “No es para menos tu preocupación”. Pero aquél, como ayudándome a entender la situación me aclaró: “El asunto es que cuando le pregunté si ya tenía decidido que carrera escoger me respondió: Papá, ¿las mujeres antes de entrar en la Universidad no tienen que pensar en casarse?”. Créalo o no lo crea. Es la pura verdad.

Dones especiales. Dones sobrenaturales. Si por “natural” estamos entendiendo lo típico, lo más común, lo que usualmente se da, entonces no hay duda de que existen los dones sobrenaturales,o para ser menos hiriente, dones excepcionales. Y la excepcionalidad no tiene porque preocuparnos, molestarnos, ni producirnos miedo. Definitivamente si pienso en esa familia afgana, que ya tenía otra nenita en cuna, si pienso una vez más en Mozart, y en muchos casos más, lo que no cabe duda es que lo que no hace sentido es la denominación de sobrenatural. Se trata de capacidades excepcionales, sí, pero también naturales. Sus portadores son tan naturales como cualquiera de los que pertenecemos a la tipicidad. Son dones. Para ellos reservamos la denominación de don. Y es mi esperanza que así como nos acostumbramos al don de la belleza, que tampoco tiene una explicación absolutamente precisa, veámos con naturalidad, que no significa sin asombro, los dones de las capacidades especiales. Estos son dones actuales, verificables en el comportamiento, dones en la acción misma, en la vida concreta y real de las personas.

Más aún, de estos dones tenemos algunas hipótesis funcionales, toda vez que ellos suponen comportamientos más o menos típicos, solo que en periodos de la vida, o de tiempo, atípicos. Claro que existen miles de graduados en la Facultad de Físico-matemática de la “Lomonosov”, pero con nueve años, posiblemente uno solo. En cualquier caso digo que lo que nos sorprende en un don usualmente es la facilidad relativa, la dimensión temporal (incluida la etarea), lo poco común, pero casi nunca la capacidad misma. Yo puedo saber que día de la semana caerá el 10 de Agosto de año 2009, pero me cuesta mucho trabajo, tengo que dedicarle tiempo. Lo que sorprendía de un niño autista que conocí, es que podía decirlo instantáneamente.

Volvamos ahora a la profecía. En primer lugar, la capacidad de profecía de ser un don, sería un don potencial. No hay mucho que aclarar en esto. Es un don potencial en tanto ella, la cosa profetizada, se realiza solo en el cumplimiento de la predicción. Por la particularidad temporal distante de su efecto confirmativo, el supuesto don de la profecía, es algo en lo que tendríamos inicialmente que creer. En ocasiones incluso hay que vivir creyendo en él, pues su verificación es ubicada en un más allá de la vida promedio de un ser humano. Y aquí entonces entra una realidad subjetiva que no soporta la verificación, que no resiste la mínima exigencia de la ciencia racional contemporánea. Obsérvese que digo racional y no racionalista. No es lo mismo, ni da igual.

En segundo lugar, la profecía es algo que se especifica como capacidad diferencial por su existencia misma. Pensemos en los intérpretes de sueños del mundo antiguo. Tomemos a Josué de referente. Freud escribió a fines de siglo antepasado “La interpretación de los sueños”. Tras él, muchos especialistas “psi” hemos dominado e incluso diversificado las técnicas de intepretación de los sueños. Pero ninguno, ni el mismo Freud puede equiparar su trabajo con los sueños, con lo que se dice realizaba Josue. Precisamente porque la interpretación de los sueños de este último tenía un sentido profético, el contenido de los sueños era premonitorio, en ellos se decía lo que ocurriría. Freud, por el contrario dijo “Si en tal caso surge la impresión de que una premonición onírica ha llegado a cumplirse, ello solo significa la reactivación de su recuerdo de aquella escena en la cual se había anhelado...”.(Freud 1981.I: 754)

La profecía es premonición. Por tanto, su sentencia no es del tiempo en que ocurre, sino del futuro y por cierto de un futuro lejano. “No te acuestes tan tarde que mañana te vas a quedar dormido y llegarás tarde a la Escuela”, “Si sigue siendo tan buen estudiante, cuando crezca va a ser un excelente científico”. Estas no son sentencia de profecía, sino de la lógica común que más que vaticinar pretende favorecer condiciones hoy, para aumentar la probabilidad de que mañana ocurran ciertas cosas y no otras. Pero más aún, el contenido de la profecía no esta basado en la comprensión del hoy, sino en ese supuesto don, ahora sí, sobrenatural. Entonces, como decía antes, el rechazo a la profecía del destino no esta en la capacidad, en el don propiamente dicho, sino en su modo de ser planteado como carácter sobrenatural.

¿Y es que hay alguna profecía que pueda ser librada de esta sobrenaturalidad?. Los psicólogos utilizamos la denominación de profecía para llamar la atención sobre un hecho sin duda interesante pero distante del sentido anteriormente señalado del término. Nosotros llamamos la atención sobre un cierto circuito irracional que hace que la expectativa de ocurrencia de un fenómeno intra o interpersonal asociado a una imagen categorial del mismo, se convierte en un acicate para su realización. Bleichmar, en su interesante estudio sobre el narcicsimo, lo fundamenta con la idea de la transposición categorial: “la creencia o premisa que actúa como punto de partida organiza, moldea, transforma los datos de modo que pasen a ser miembros de su clase” (Bleichmar 1983:97). De este modo lo que fue profesado encuentra a los datos como confirmatorios. Los padres dicen de su hijo más pequeño: “esta va a ser un desastre”. Cualquier elemental fracaso del niño será valorado como índice confirmatorio, incluso el éxito será devaluado para acercarlo al fracaso. Siendo entonces que se cumple la profecía.

Interesante. Aquí volvemos ahora desde la dialéctica subjetiva a la tésis de la construcción del destino. La profecía es una construcción prevalidada que solo espera la aparición de un dato coherente para sentenciar su realización. Los designios del destino son sobre todo actos de pensamiento, decisiones que avanzan en una dirección y que encuentran en el camino razones que la justifican, hasta tanto se pruebe lo contrario. Digamos que puede ser desde una suerte de construcción “ab absurdo” (el destino fatal) a una construcción narcicista (el destino mesiánico), pasando por los vericuetos de “la normalidad”: “hombre de buen destino...hay luces puestas en el camino”. Certeza tenía Stephen Crane cuando afirmó que “el que puede cambiar sus pensamientos puede cambiar su destino”. Quien no piensa en su porvenir, no lo tendrá.

Podríamos seguir hurgando en otros espacios reflexivos. Pero todos los caminos nos conducen a los mismos lugares. Todos significan que nada humano es sino obra de los seres humanos. Incluso su destino.

Ando de un lado para otro. No se que es lo que quiero escribir ahora. Pero se que tengo que escribir. O hablar. No puedo dejar de hacerlo. Quizás porque tengo que dar un fin a este pequeño “ensayo” (¿...?) sobre el destino. Pensaré entonces que la tarea esta terminada. Pero mañana me volveré a sentar delante de la máquina y escribiré algo relacionado con la psicología. De lo contrario me iré a la Facultad donde inevitablemente me espera un diálogo con mis estudiantes de psicología. O puede que me quede en la casa echando agua a las plantas, pero se que alguien pasará y llamándome “vale la pena” me hará una pregunta de psicología. Mi hijo Manuel Ernesto le dirá: “Mi papá es el profesor Calviño, y es psicóloco”.

Estoy atrapado y sin salida en una red que con placer me construí y me construyeron. Y todo empezó por no saber que quería estudiar en la Universidad cuando terminaba mi preuniversitario. Antes, cuando mi padre queriendo ser psiquiátra llenó la biblioteca de la casa de psicoanalistas (Freud, Horney, Kardiner y muchos otros). Incluso cuando alguna angustia mal manejada me hacía abrir y cerrar los ojos incesantemente con el fondo musical de Esther Borja, Barbarito Diez, Ñico Menbiela, los Luisitos - Aguile y Bravo -, Elvis Presley, Paul Anka, y tantos otros. En realidad no comenzó nunca en algo particular. Comenzó siempre en todo.

Un día tal vez me aburra de ser psicólogo, pero por suerte ya no tendré marcha atrás y me deleitaré con las determinaciones y compromisos que me obligan, los deseos y gustos que me instigan, las profecías que me he construido, el modo de pensar y las razones congnoscitivas que se activan unas tras otras en mi cabeza, las depositaciones que tanta gente me hace, y seré desde y para siempre, por obra y gracia del destino, psicólogo.

 

Referencias Bibliográficas:

Bleichmar H. (1983) El narcicismo. Estudio sobre la enunciación y la gramática inconsciente. Ediciones Nueva visión. Buenos Aires.        [ Links ]

Chomsky N. (1971) El Lenguaje y el Entendimiento. Barcelona. Biblioteca Breve Editorial Seix Barral S.A.        [ Links ]

Feyerabend P (1982) La ciencia en una sociedad libre. Siglo Veintiuno Editores. México.        [ Links ]

Freud S. (1981) Obras completas. 4ta.ed. Biblioteca Nueva. Madrid.        [ Links ]

Lacan J. (1985) Escritos 1. Siglo Veintiuno Editores. Argentina.        [ Links ]

Lalande A. (1953) Vocabulario técnico y crítico de la Filosofía. Editorial El Ateneo. Buenos Aires.        [ Links ]

Marx C., Engels F. (1975) Contribución a la crítica de la Economía Política. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana.        [ Links ]

Marx C., Engels F. (1982) La Ideología Alemana. La Habana.Ed. Pueblo y Educación.        [ Links ]

Peicovich, Esteban. Borges, el palabrista. Madrid, Letra viva, 1980, p. 71.        [ Links ]

Pichón-Riviére. (1980) Del psicoanálisis a la Psicología Social. 2t. Nueva Visión. Buenos Aires.        [ Links ]

 

 

calvino@infomed.sld.cu

* Profesor de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana. Miembro del Equipo docente y colaborador extranjero del Instituto Internacional de Psicología Social Analítica de Venecia. Comunicador Social.

 

Notas

1 Desde hace 13 años el autor hace un programa semanal de televisión, “Vale la pena” que goza de alta teleaudiencia y preferencia en su país. Se trata de un programa de orientación y análisis de la vida cotidiana y las relaciones entre las personas en sus escenarios de vida.

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