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Psicologia para América Latina

On-line version ISSN 1870-350X

Psicol. Am. Lat.  no.13 México July 2008

 

IN MEMORIAN

 

“Desde la isla de tus ilusiones”. Homenaje muy personal a un amigo

 

 

Manolo Calviño

Universidad de La Habana, Cuba.

 

 

 

La última vez que lo vi fue en Madrid. Estaba conspirando. Habíamos salido de una larga jornada de trabajo en un excelente encuentro organizado por Federico, Emilio y la tropa de Area3 en el barrio de Lavapies. El Congreso Internacional "Actualidad del Grupo Operativo" estaba siendo muy movido y reflexivo. Era entusiastamente agotador. Nos reuniríamos en un pequeño restaurante en el que decía que se comía una excelente carne argentina.

Pero claro, había que desprenderse de los intrusos. Los que no entienden que hay momentos en que uno quiere estar solamente con amigos muy cercanos. Llegamos “los elegidos”. Todos se organizaron para compartir entre dos la ración. “Si le ponés patas puede salir caminando”- dijo el mozo con acento porteño cuando le preguntamos si era grande el pedazo. Tenía razón. Era casi la vaca entera. Pero él y yo no compartimos con nadie. Que es eso de comer como señoritas. Pasamos una linda noche. Entre amigos. Me preguntaba, como siempre, de Cuba. Quería saber cómo andaban las cosas por su isla de corazón. “¿Cuándo vas a venir?”. “Pronto &– me respondió,- muy pronto estaré por allá. Tengo muchas ganas”.

Dos meses antes el teléfono de mi casa empezó a sonar en plena madrugada. “Manolo. Soy yo Armando. ¿Cómo andás?” Yo no podía creerlo. Después de varios años sin contacto, “apareció por teléfono”. Pero todavía era mayor el disparate que me deparaba el encuentro. “Oíme, Manolo. Necesito que me busqués un ginecólogo”. La invitación a la jarana era irrenunciable. “¿Te vas a operar, gordo? ¿Qué será de la Marty?” Ahora tuve que separarme del auricular a varios metros. Las risotadas se escucharon seguramente en toda Italia y en la Habana vía satélite. “No me jodás. Ayúdame con eso….Y tiene que ser un ginecólogo que sepa de huesos”. Yo ya no podía más. “Este cabrón me quiere joder”- pensé no sin razón. Cuando me volvió a llamar unas horas después ya estábamos “en tarea”.

 

 

Pocas personas saben que la primera llegada de Bauleo a Cuba fue silenciosa. “Llegué como “aspirante a guerrillero, para entrenarme” me contó una tarde caminando por la Rampa en busca de un lugar donde comer bien y barato. Vino clandestino a prepararse para el combate con armas. Su sueño de libertad latinoamericana no era una metáfora interpretativa. La segunda llegada, sin embargo (digo con “embargo” pero de parte de los filibusteros del norte), fue estrepitosa. En los bajos de la Biblioteca Central de la Universidad de La Habana intentábamos hacer la acreditación para el Encuentro entre Psicoanalistas y Psicólogos Marxistas. Todo estaba tranquilo hasta que él llegó (lástima que este texto no tenga sonido para que pudiera escucharse la eterna risotada que repetía una y otra vez con la espontaneidad de un escolar). La inmensa fama que le precedía como grupólogo, el respeto que se le concedía por toda aquella historia de “Plataforma”, eran nada en comparación con la que se ganó, en unos segundos, de tipo simpático, agradable, jaranero.

Armo y desarmó aquél Encuentro con su irreverencia cultivada desde el combate político y el epistemológico. Hacía perder la paciencia a los más aguantados. Éramos incapaces de comenzar una reunión de lo que él mismo llamó “El Comité Internacional” sin que llegara. Lo queríamos allí. Por su saber que desprendidamente dejó en cada rincón de la Facultad de Psicología, por la experiencia vital que hacía circular entre anécdota y rememoración, porque nos traía como personas a quienes para nosotros eran nombres: Bleger, Pichón sobre todo. Una cosa era con Armando. Otra cosa sin Armando.

 

 

Cuando estuvimos juntos en Italia me desquité. Todo lo que armaba yo se lo desarmaba. Su Italiano era tan castellano que nunca me percaté en que idioma hablaba. Una noche conversábamos con Leonardo Montecchi, anfitrión del Centro José Bleger, en Rimini. A cada rato Armando me miraba y me decía: “¿Y este qué dice que no lo entiendo?”. “Carajo Armando, el que vive en Italia eres tú”. Pero era un maestro construyendo “ECROs” más allá de lenguas. Lo había demostrado en una escalera del Hotel “Rosía” en Moscú cuando, junto a un grupo de entusiastas, se fue a buscar a Bassin con la esperanza de legitimar la posibilidad de aunar en un esfuerzo común al marxismo, el inconsciente, los grupos operativos y el socialismo. Eran estos los idiomas que el dominaba, en los que hablaba fluida y creativamente. Siempre esperan-do que nos sumáramos más y más a la construcción de un “esperan-to” institucional de todas sus vocaciones y convicciones filosóficas, teóricas, praxológicas, políticas.

Hizo grupos en La Habana. La “crema y nata” de la Psicología participó con la autenticidad del aprendiz. Nunca entendí como logró mantener “el setting” en condiciones tan adversas. Pero allí estábamos todos, a tiempo, en tiempo y con tiempo. Creo que nunca nadie lo ha logrado otra vez. Armando disfrutaba de los grupos. Disfrutaba en realidad de todo. Era un “hedonista racional”. Combatiente por la felicidad y el bienestar humano. Me decía que estar en un grupo era algo divertido, que tenía mucho de lúdico. Con aquella cara que costaba descifrar si hablaba en serio o en broma me dijo: “Lo más jodido es ser coordinador”. Y otra vez la risotada constante, perenne, efusiva, contagiosa, con la que cantaba a su manera aquella copla de la Violeta Parra: “Gracias a la vida que me ha dado tanto”.

Siempre estuvo al lado de Cuba. Nunca hubo en esto el más mínimo titubeo. Quizás porque en los noventa era el único país de América latina al que no le podía aplicar el “Síndrome de Argentina”: "En la Argentina &– comentó en una entrevista que le hicieron en 1998 - falta memoria y se acabó la curiosidad". O también porque en los sesenta la llama de la esperanza se encendió en Cuba y él la guardó para siempre como brújula inequívoca.”Cagaron los rusos &– me dijo después de la hecatombe soviética - Pero tenemos Cuba. La única revolución victoriosa es como nuestro didacta político”.

Ahora me llega la noticia de que el cuerpo del gordo no volverá a aparecer, que la inescrupulosa muerte se lo llevó, que el Pancreofla en compañía de la grapa no le dará una mejor digestión. Impactado y conmovido emocionalmente por la gravedad de una noticia que todavía no logro digerir (ni con la combinación que él mismo me enseñó en “El Diógenes” en la ribera de un canal veneciano), supongo que estoy en pretarea. Me falta mucha elaboración para lograr armar un recuerdo de Bauleo que contenga la apropiación contundente del significado de su vida, de su obra, de los centenares de páginas, diagramas (él mismo guardaba con recelo uno de Pichón) e ideas que nos dejó en estos años de enseñanza, de amistad, de solidaridad. Y llegado este punto se me pierden las palabras porque los afectos brotan a borbotones y me empañan la vista. Entonces a falta de palabras (más bien de aire, porque entrecortada mi respiración me reclama desahogo), busco en mi archivo las que escribí para la presentación del número especial de la Revista Cubana de Psicología dedicada a los “Encuentros” entre psicoanalistas latinoamericanos y psicólogos cubanos: Armando no se ha ido, y aunque quisiera irse no puede, porque ya dejó aquí suficiente como para que se le reclame y no se le olvide, y porque Cuba sigue siendo para él, como me dijo un día, “La capital de las ilusiones”.

Abril 20/ 2008

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