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Psicologia para América Latina

versão On-line ISSN 1870-350X

Psicol. Am. Lat.  n.13 México jul. 2008

 

PSICOLOGÍA, IDEOLOGÍA Y HUMANISMO

 

Discierno luego existo

 

 

Sergio Trujillo García

Pontificia Universidad Javeriana (Colombia)

Dirección para correspondencia

 

 


ABSTRACT

This theoretical article pick-up some questions about the psychology epistemological status, in particular related with polarities between subjectivity -objectivity and about comprehension - explanation, in order to lead an option about complexity paradigm due to the fact that it is proposed integration among semiotic and hermeneutic as a priority work for psychology.

Keywords: Discernment, Subjectivity (SC 50450), Hermeneutics (SX 22805).


RESUMEN

Este artículo teórico recoge algunas inquietudes en torno al estatuto epistemológico de la psicología, particularmente respecto de polaridades como sujetualidad - objetividad y comprender - explicar, para desembocar en una opción por el paradigma de la complejidad al proponer que la integración entre la semiótica y la hermenéutica es una tarea prioritaria para la psicología.

Palabras clave: Discernimiento, Sujetualidad (SC 50450), Hermenéutica (SC 22805).


 

 

1. Objetividad y sujetualidad.

“Por supuesto, es imposible ser completamente objetivo en estas cuestiones. Todo lo
que vale la pena es en cierto modo subjetivo...”

Vladimir Nabokov

“En la práctica recurrimos a los esquemas formales porque son cómodos y dan la
ilusión de objetividad. Cuando se trata con el hombre concreto, todo intento de objetividad
debe pasar por la comprensión real de su subjetividad y de su historia. ”

Javier Garrido

Desde cuando Descartes, heredero de los grandes filósofos griegos, formuló que a la filosofía le correspondería por derecho propio el estudio del alma y a la ciencia, por su parte, el estudio del cuerpo, se establece en Occidente un paradigma que atraviesa toda nuestra vida, que impregna todas nuestras comprensiones y que determina tácitamente todas nuestras decisiones y acciones.

Al leer como texto nuestra cultura occidental - tejido cuya urdimbre de prácticas, discursos, imaginarios y objetos, nos permite entrever las tensiones entre tradición y libertad -, particularmente a partir de la Modernidad, es posible identificar el privilegio que se ha venido dando a la objetividad como característica por excelencia de los conocimientos “verdaderos”, en tanto son la expresión de la búsqueda del fiel reflejo de “la realidad”. Sin embargo, todo conocimiento es subjetivo, o mejor, sujetual, pues el conocimiento es algo que ocurre en los sujetos.

Simultáneamente, mientras que se dedican ingentes esfuerzos a garantizar la pretendida objetividad, se descuida el otro polo que hace parte integral de toda relación que implique la constitución de conocimientos: se descuida al sujeto. Este descuido ha implicado no sólo el desconocimiento del papel del sujeto en la construcción de los conocimientos, sino su exclusión sistemática, como se verá en breve.

Tratándose de un fenómeno paradigmático - como Thomas Kuhn lo señalara en “La Estructura de las Revoluciones Científicas” -, la supremacía de los criterios objetivos respecto de los subjetivos, resulta especialmente imperceptible para quienes hacemos parte de la cultura occidental. Hemos sido criados con la leche de la separación entre objeto y sujeto1 y se nos ha nutrido desde pequeños en la escisión entre lo objetivo y lo subjetivo; y también entre ciencia y otros tipos de conocimiento o formas de la experiencia de los seres humanos en el mundo - magia, mito, arte, religión, filosofía - considerados mucho menos importantes; cuando no errores u obsolescencias superadas con creces por el prestigioso conocimiento científico. (Gadamer, et Al. 2004) También hay abismales distancias entre la anhelada simplicidad y la temible complejidad que guarda en su seno remembranzas del caos originario, de la confusión primigenia, de la nebulosa indivisa propia de nuestra génesis (Trujillo, 2002, 2005)

El esfuerzo por ser objetivos es de tal magnitud, que sus repercusiones tienen un tremendo impacto en la misma constitución de quienes construimos los conocimientos. Hemos crecido sufriendo de una deformación macrocefálica que sacrifica algunas de nuestras dimensiones constitutivas, en especial nuestros afectos, en aras del valor que otorgamos al crecimiento desmedido de nuestra dimensión racional, la cual consume casi todas nuestras energías y abarca las principales bases de la antropología occidental moderna.

No es posible pretender ser objetivo sin sacrificar, de paso, algo del sujeto. Quizás se pierda con el corte, con la escisión - anestesiados por la presión que ejercen las costumbres de la mayoría de quienes hacemos parte de la cultura occidental -, precisamente la integralidad del ser sujeto, la sujetualidad. No es posible aproximarse a la ilusión de la objetividad, sin negar el barro mal cocido de nuestra humana sujetualidad.

“El peso de esta tradición de siglos, nos ha mantenido tributarios de una razón magnificada - universalizante y objetivizante - que desecha lo emocional por considerarlo obstáculo para el pensar correcto y para el “buen vivir”. Situadas del lado del cuerpo - que no es más que un accesorio - dentro de la concepción dualista, las emociones son tenidas como elementos irracionales que particularizan y subjetivizan el pensar, que ha de ser - si se quiere ser científico verdadero - universal y necesario como lo es la realidad; (...) y el hacer, que para ser correcto depende del conocimiento de la verdad, definida como adecuación a una realidad objetiva.” (Sornoza y Pérez, 2002, Pág. 19)

Absolutizar en forma reduccionista los conocimientos universales, las leyes científicas, el método científico, el pensamiento hipotético deductivo, e infravalorar otras formas de pensamiento, subvalorando los sentimientos y menospreciando las acciones singulares, supone implícita o explícitamente, asumir primero, antes de entrar a considerar las opciones epistemológicas, una postura ontológica objetivista, que obliga a admitir que existe una sola verdad, un solo universo, una única realidad. (Maturana 1997, Pérez 2001, Trujillo 2008)

Volver al sujeto, es decir, redireccionar la historia, supone por tanto admitir su integralidad biopsicosocial y, reconocer que su dimensión psicológica está imbricada por afectos y voliciones, además de cogniciones. Supone también abrirse a la posibilidad de admitir que los conocimientos no solamente son científicos y que dentro de la categoría “ciencia” no sólo tienen cabida las ciencias naturales, y además que todas ellas pueden practicarse con intereses hermenéuticos y también emancipatorios, y no sólo a partir del prestigioso interés empírico analítico de predicción y control (Vasco 1990)

“Sólo podremos pretender comprender aquello de lo que somos capaces de formar parte, aquello con lo cual somos capaces de integrarnos, aquello que somos capaces de penetrar en profundidad, de ahí que, entonces difícilmente podremos comprender un mundo del que, para estudiarlo, nos hemos separado a propósito. Entonces es un mundo sobre el cual sólo podremos acumular conocimientos, pero que no podremos comprender.” Manfred Max Neef, (sin datos bibliográficos)

Aceptar la complejidad, los multiversos, los distintos intereses extrateóricos e intrateóricos (Vasco 1990) con que pueden ejercerse las disciplinas, reconocer la riqueza y profundidad de las vivencias, más allá de las experiencias y mucho más allá de las experimentaciones, parte de una actitud humilde, holista, gestáltica. Parte de una ontología constitutiva.

“Pero si nos retraemos del mundo de los objetos, si toda nuestra atención no queda absorbida por ellos, entonces junto con el espectáculo podemos advertir al espectador, junto con los sonidos podemos encontrarnos a nosotros mismos conscientes de nuestro propio oír. (...) Y con todo, más allá de todo esto y del sujeto en cuanto que experimenta, en cuanto inteligente y razonable en sus juicios, en cuanto libre y responsable en sus decisiones; está el sujeto enamorado. En este último nivel podemos aprender a decir con Agustín, “amor meus mondos meus”, mi estar enamorado es el campo gravitacional en el que soy llevado todo el tiempo.” (Bernard Lonergan, 1998, extracto de “Método”. Pág. 3)

Volver al sujeto es asumirlo en la totalidad de sus dimensiones y al interior de cada una de ellas, así como en el interjuego entre la totalidad y la riqueza de sus diversas dimensiones. Volver al sujeto exige de una hermenéutica compleja.

“La vuelta al sujeto es, pues, una vuelta política y a la política; es la recuperación de un discurso y una práctica que no queden atrapados en el racionalismo formalizante de nuestra época.” (Follari, 1995)

Volver al sujeto es reconocer que las personas podemos ser centro de iniciativas, que podemos tener y desarrollar un proyecto histórico concreto individual y colectivo, que podemos vivir integrados alrededor de afectos perdurables y significativos. En fin, que podemos discernir nuestros afectos, pensar nuestras posibilidades, decidir nuestros actos y obrar coherentemente con nuestros valores.

 

2. Más allá del oliscar se encuentra el barruntar

“La dialéctica explicar-interpretar es, en últimas, la tarea total de la Semiótica de hoy
(...)
Es imposible, por lo mismo, encontrar sentidos fuera, si no los hay primero dentro de nosotros.”

Fernando Vásquez Rodríguez

A la psicología le ha correspondido, más que a ninguna otra disciplina, asumir la tensión y la dinámica dialéctica que se generan en quien conoce, cuando se halla entre el buscar explicaciones y el alcanzar comprensiones. Por ello es posible afirmar que la psicología es, por excelencia, una disciplina semiótica y a la vez hermenéutica.

Ubicada entre las ciencias naturales y las ciencias sociales, a la psicología le corresponde el incómodo pero privilegiado lugar, de quien puede, por una parte, alinearse con las ciencias naturales, cuando busca relaciones causa-efecto, es decir relaciones explicativas. Cuando pretende controlar y predecir variables, cuando procura el dominio de la técnica. Cuando deconstruye y realiza análisis semióticos que privilegian la objetividad, diluyendo al sujeto. (Barrera, 2001)

Pero también puede la psicología alinearse, por otra parte, con las ciencias sociales cuando busca comprender los fenómenos complejos, cuando indaga para ubicar y resolver problemas prácticos, o cuando pretende desentrañar las ataduras de la opresión, develándolas y desatándolas para liberar a los cautivos. (Vasco 1996, Barrera 2001).

Sí, por vocación, a la psicología le corresponde el reto de liberar rehenes a través del ejercicio hermenéutico y emancipatorio. Estas son tareas de la psicología cuando privilegia la sujetualidad.

Parece entonces ser que la Semiótica, en su afán científico, quisiera parecerse en su método a las ciencias naturales cuando buscan explicaciones, tal como lo enuncia Inés de Santa Cruz:

“(...) la Semiótica se impugna a sí misma y propone un modelo deconstructivo en donde explota el código, se pulveriza el sujeto y desaparece la referencia en búsqueda de posibles nuevos modelos, (...)”.(Citada en Vásquez 2001, Pág. 33)

Mientras tanto la Hermenéutica, en el ejercicio de la comprensión, restituye al sujeto su papel primordial en la construcción del sentido, recordando a cada paso la sujetualidad presente en todo conocimiento, incluso en aquellos llamados “objetivos”. La autora citada lo dice así:

“(...) la Hermenéutica revisa críticamente su perspectiva de análisis y creación, pero recuperando al sujeto, al sistema y al mundo como elementos interactuantes y dinámicos, en un proyecto de significación.” (...)”.(Citada en Vásquez 2001, Pág. 33)

La psicología avanza como sugiere Paul Ricoeur (1976, 1983) para las ciencias, al ritmo de la escucha y la sospecha. En la práctica de la confianza, la psicología escucha: identifica, señala, describe, relaciona. En la práctica de la sospecha, la psicología cuestiona, interpreta, encuentra el sentido, la dirección oculta más allá de lo evidente, detrás de aquello que previamente escuchó. En la práctica de la confianza busca la verdad, en la práctica de la sospecha supone muchas posibles verdades. En el ejercicio de la confianza cree, acepta, acata. En el ejercicio de la sospecha, duda, inquiere, indaga, busca pesquisas, sigue vestigios. En el ejercicio de la escucha confiada percibe los perfumes y los aromas agradables que nos hablan de la mejor faceta de quien los emana. En el ejercicio de la sospecha, desconfía y barrunta que detrás de lo evidente hay mucho más que olores agradables. Supone entonces que bajo lo evidente se esconde un mundo escondido aún para quien se muestra como recién bañado.

Da un salto que produce vértigo quien pasa de lo evidente a lo latente, quien ve lo implícito más allá de lo explícito, quien quiere hacer manifiesto lo que ha estado oculto. Quien no se contenta con el describir y quiere llegar al explicar y quien quiere superar la explicación para dar lugar, por fin, a la comprensión. Vértigo aun mayor experimenta quien quiere pasar de la comprensión a la acción liberadora.

Volvamos un poco más sobre las imbricaciones entre explicación y comprensión. Explicación e interpretación son necesarias y se implican mutuamente en psicología, tanto como Paul Ricoeur resalta que son necesarias y complementarias entre sí, para la lectura de textos.

“(...) la lectura de un texto supone un movimiento peculiar de interacción dialéctica entre la explicación morfológica (análisis estructural de las relaciones internas del texto) y la interpretación semántica (exposición de los sentidos y los significados del discurso que caracteriza al texto en su relación con el circuito intencional de la comunicación histórica)”. (Ricoeur 1976)

Ubicada como discurso científico que tiene por objetos de estudio hechos que se encuentran entre lo biótico preantrópico y lo biótico antrópico (Vasco 1996 con base en la clasificación de las ciencias sugerida en sus diálogos por el Profesor Carlo Federici Casa), la psicología utiliza metodologías explicativas y metodologías comprensivas. En otras palabras, en el ejercicio riguroso de sus tareas, la psicología se mueve entre las tensiones que producen los modelos estructural-funcionalistas y los modelos dialécticos de “lo psicológico”. (Barrera 2001)

Cambiar de modelos exige para quien estudia, no sólo cambiar de nivel de resolución en su mirada, sino también asumir la complejización, la dinamización, la conflictualización que este cambio conlleva. De manera analógica:

“Con la Hermenéutica damos un salto del sistema al discurso, del código al mensaje, de las referencias internas a las referencias externas, del finito repertorio a la infinita producción de nuevas combinaciones; con la Hermenéutica pasamos de lo estático y cerrado a lo dinámico y abierto de los signos.” (Vásquez, 2001, Aludiendo a Beatriz Melano Couch, Página 31)

A simple vista parecería que para la psicología dar este paso, dar este salto, es muy sencillo. Al quedar descrito en las líneas precedentes como un proceso lógico, puede pensarse que pasar del paradigma de la explicación al de la comprensión, de la semiótica a la hermenéutica, es fácil y resulta natural. No es ésta sino una primera impresión, bastante alejada de las exigencias y rigores que supone. No es sino la parte del iceberg por encima de la superficie, como dijera Sigmund Freud para referirse a las dimensiones visibles e invisibles del aparato psíquico.

Baste para señalar la delicada labor y la honda responsabilidad de quien asume la psicología como dialéctica, su semejanza con el famoso cuadro del pintor holandés Rembrandt (1606 - 1669) “La lección de anatomía del Doctor Tulp”, quien inmortalizó el claroscuro con su maestría en el manejo de los efectos de la luz. Voy a trazar una analogía entre este cuadro, que podría titularse “La lección de psicología” según Fernando Vásquez Rodríguez y mi interpretación del mismo. (Vásquez 2001, Pág. 117).

En paralelo, el cuadro de Rembrandt, es un precioso ejemplo de la acción de la psicología. Alguien desprevenido puede afirmar que, en efecto, en este lienzo ve una lección de anatomía: ya incluso se inició el proceso de disección del brazo izquierdo de Arís, y el profesor explica a sus alumnos la morfología de aquello que va encontrando, después de abrir la piel y descorrer los velos de tendones y de músculos.

Iniciemos con nuestra analogía: también en la psicología encontramos aproximaciones a la morfología y a la fisiología de la dimensión biológica de los seres humanos. Si nos asumimos como unidades biopsicosociales, los seres humanos no podemos desprendernos de nuestra naturaleza biológica para pretender explicarnos. Así han sido posibles en la historia de la psicología miradas parciales al comportamiento observable o a la estructura y funcionamiento del sistema nervioso. Pero si nos quedamos en estas explicaciones neuroanatómicas y neurofisiológicas, e incluso psicofisiológicas o comportamentales, caemos en un reduccionismo que desconoce las otras dimensiones constitutivas del ser humano, sus interacciones y la totalidad integral que somos.

Que Arís Klindt hubiera sido juzgado y sentenciado a muerte. Que ahora tengan derechos sobre sus despojos mortales ocho extraños, vestidos como si fueran a una fiesta de gala de la época. Que los personajes se distribuyan en forma de pirámide. Que el instante quede inmortalizado a la luz de la mirada del pintor. Todo ello y mucho más, sin duda, nos habla de la cultura del momento histórico en que acontece esta lección de anatomía. Otra dimensión de lo humano. Pero si solamente interpreto las costumbres y los roles, las creencias y las relaciones sociales, los modos de producción, de comercio y consumo, la estética y las posibilidades técnicas del arte pictórico del siglo XVII, también puedo caer en cierto socio-reduccionismo, que me impide acceder a la integralidad humana.

Es hermoso encontrar en la lectura del cuadro de Rembrandt que hace Fernando Vásquez Rodríguez, cómo él encuentra en la atmósfera del claroscuro, la presencia de una dimensión diferente, que va más allá de lo evidente, que va, digo yo, más allá de lo biológico y de lo social. A pesar de sus conocimientos, el profesor Tulp - cuyo gesto precede a la palabra - también, como sus discípulos y como Aris, se encuentra con la muerte, con todo aquello que hay “más allá” de la vida. Con una realidad ineludible que cuestiona el sentido de todo lo que hacemos. Con un acontecimiento que, en su complejidad y con todas sus implicaciones, es inexplicable, y por ello mismo, que exige ser interpretado para poder comprenderse. Allí, entre la vida como hecho biológico y como hecho social, se encuentra la vida como acto con sentido. La vida como acto que le confiere sentido también a la muerte. Y allí, precisamente, está la posibilidad del ejercicio de la psicología que, más allá de la semiótica, puede practicarse como disciplina hermenéutica y emancipatoria.

Así como “El salto de la vista a la mirada es un acto simbólico.” (Vásquez, 2001), el salto del oler al barruntar es un acto de la voluntad, de la voluntad de sentido. De modo que, así como la semiótica, al definir sus unidades de análisis, las unidades culturales, aspira a un estatuto científico y de paso organiza un sistema de ideas, para saltar desde allí a la hermenéutica, así también la psicología aspira a un estatuto epistemológico en tanto sus unidades de análisis se organizan en sistemas, para saltar desde allí al multiverso de los sentidos posibles.

Digámoslo de otro modo: pueden entonces pasar - semiótica y psicología - de la descripción espacial a la narración temporal, y podrían también acceder desde la conciencia ingenua a la conciencia crítica acerca de tales descripciones y narraciones. Distinguir, ubicar, relacionar, integrar, dinamizar, confrontar, teorizar... para volver a empezar. Camino difícil y tortuoso por medio del cual podemos llegar a conocernos, al menos parcialmente, quizás para querer y para poder transformarnos.

Se trata entonces de llegar a nuestra propia interioridad a través de y a pesar de nosotros mismos, por “el recorrido oblicuo, transversal, de llegar a nuestro interior.” (Vásquez 2001) gracias a un tercero, a un psicólogo-espejo semiótico-hermenéutico-liberador. El reconocimiento de sí es entonces iluminador.

 

3. Entre el escuchar y el sospechar: la hermenéutica como tarea del sujeto

“Sin embargo ningún texto ni ningún libro puede decir nada si no habla un lenguaje
que alcance al otro.”

Hans-Georg Gadamer.

“Somos hoy esos hombres que no han concluido de hacer morir los ídolos y que apenas
comienzan a entender los símbolos.”

Paul Ricoeur

Hermenéutica es el camino que recorre un sujeto en el ejercicio de su libertad.

Precisamente es el sujeto quien, para comprender el mensaje o la proclama, puede obedecer al Espíritu que se manifiesta, o puede ponerlo en duda, sospechando.

Al fin y al cabo es el sujeto quien deviene, mientras los textos se cristalizan en la tradición. Él puede practicar su voluntad de escucha y seguimiento, o desmitificar y reducir las ilusiones haciendo caso al rigor de su voluntad de sospecha.

El camino que recorre el sujeto inmerso en la tensión de sus dos alas, buscando acucioso sus respuestas, es su vida misma. Por ello cada uno de los polos de la tensión descrita, al jugarse en el riesgo de su contrario, dinamiza hasta el vértigo la vida del sujeto.

“Sujeto” es un ser humano íntegro, respecto del cual enunciar “pienso luego existo” es un reduccionismo cognoscitivo, útil filosóficamente, pero que desconoce el “siento luego existo” y el “actúo luego existo”, además de otras dimensiones constitutivas de orden biológico y social. “Amo luego existo”, proclamó en uno de sus cuadros el pintor austriaco residente en Colombia Hans Heinz Göll. “Volo ergo sum” había sentenciado Agustín de Hipona: quiero luego existo.

“Discierno luego existo” es la propuesta que aquí se presenta: considero mis afectos, mis pensamientos, mis actos, para elegir, para decidir y obrar en consecuencia. Discierno luego estoy viviendo consciente y deliberadamente mi presente, a partir del pasado y de la prospectiva de futuro. Solo pensar no constituye existencia, como tampoco solo sentir u obrar. (Trujillo 2008)

Ricoeur, aludiendo a Descartes y al debate que posteriormente introdujo Malebranche, indica cómo la apercepción inmediata de quien pronuncia el “pienso luego existo” es un sentimiento y no un pensamiento (Trujillo 2008):

“(...) esa captación inmediata es solamente un sentimiento y no una idea. Si la idea es luz y visión, no hay ni visión del Ego ni luz de la apercepción; solamente siento que existo y que pienso; siento que estoy despierto, tal es la apercepción” (Ricoeur, 1983, Página 42)

Es precisamente ese flujo afectivo, ese sentir básico, aquello que da inicio a la identidad del sujeto en el devenir de su conciencia. A partir de la conciencia inmediata, volviendo sobre ella, puede acceder a la conciencia de sí y por la reflexión, puede volver una y otra vez en un eterno proceso meta-cognitivo, a interpretar cómo interpreta y a comprender cómo comprende. (Trujillo, 2008)

El núcleo del sujeto es su afectividad, en torno a la cual se puede desarrollar la conciencia en sus distintas dimensiones complejas. Hegel, como si hubiera querido responder a Nietzsche y a su “voluntad de poder”, formuló que es la conciencia quien experimenta el devenir “(...) en cuanto la misma se capta como identidad que permanece a través del flujo de la vida y logra así unificar el torrente desordenado de nuestras percepciones.” (Díaz, 1998, Página 192) Por ello Hegel ubica “(...) la verdad de los objetos en la certeza del sujeto que se sabe idéntico a través del flujo de sus impresiones sensibles, es decir, en su autoconciencia.” (Díaz, 1998, Página 192, Trujillo 2008)

Desde allí, resulta menos paradójico que en los textos no pueda encontrarse la subjetividad de su autor, y, por tanto, se comprende porque tampoco debería buscarse el sentido del texto en la subjetividad de su autor. Pero, quizás no sería posible comprender el sentido de la subjetividad del autor sin considerar los textos - las obras - que ha producido a lo largo de su historia.

La lingüisticidad es determinación - ser del objeto hermenéutico y de la realización hermenéutica - , en tanto la subjetividad es devenir. Para el sujeto que deviene, la libertad - la infinitud - no es la ausencia de determinaciones, sino la posibilidad de autodeterminarse, como dijera Hegel, en medio de las determinaciones naturales y sociales. (Trujillo 2008)

Puede el sujeto escribir autodeterminado y puede el sujeto leer autodeterminado. Quien así se determina es libre, en tanto puede colocarse por encima de sus determinaciones. En el primer momento, la escritura, el sujeto se realiza en el texto que le determina y en el segundo, la lectura, el texto se realiza en el sujeto que se autodetermina leyéndolo.

Quien lee, traduce, interpreta, comprende y vive a su manera el texto, con mayor o menor fidelidad, poniéndose de acuerdo con el autor respecto de un asunto común en un plano objetivo, o poniéndose en el lugar del autor, comprometiéndose subjetivamente. Para todo ello se requiere del lenguaje, pero primero, se requiere del sujeto que siente, que piensa y que actúa, algunas veces lingüísticamente.

“Los textos no quieren ser entendidos como expresión vital de la subjetividad de su autor. En consecuencia no es desde ahí desde donde deben trazarse los límites de su sentido. (...) Lo que se fija por escrito queda absuelto de la contingencia de su origen y de su autor, y libre positivamente para nuevas referencias.” (Gadamer, 1877, Páginas 474 y 475)

Si bien en la escritura el texto se libera de los afectos expresivos, no por ello se libera de la humanidad del mensaje que proclama. El lector, en contacto con la abstracción en el lenguaje, participa de la obra del autor en la medida en que la comprende, aunque no pueda acceder a la presencia viva del autor.

El sujeto que escribe y el que lee, pueden privarse quizás de muchas cosas, pero no pueden privarse mientras sigan leyendo y escribiendo, de seguir siendo sujetos que viven para contarlo y para escucharlo. En este sentido, el “cogito ergo sum” cartesiano cobra especial significado al ser “remitificado”: puede el sujeto extrañarse de todo, menos de sí mismo, puede decir confiado escribo luego existo, leo luego existo, y puede discernir - comprender, interpretar - con su corazón, su cerebro, sus manos y todo su ser, el kerygma que le habla de la Palabra que era en el principio y del riesgo que se corre en el dogma.

Puede el sujeto extrañarse de los objetos, pero no de sí mismo, en tanto el sujeto es quien legitima el valor de los objetos.

Puede el sujeto entonces decir confiadamente: discierno luego existo.

 

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Dirección para correspondencia:
Sergio Trujillo García
E-mail: sergio.trujillo@javeriana.edu.co

 

 

Notas

1“El hombre es ante todo un animal que juzga: en el juicio se halla escondida nuestra fe más antigua y persistente (...) que tenemos derecho a distinguir entre sujeto y predicado, entre causa y efecto - esto es nuestra fe más fuerte...” Nietzsche, citado por Conill, Pág. 133

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