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Metaphora

Print version ISSN 2072-0696

Metaphora (Guatem.)  no.3 Guatemala Nov. 2004

 

PSICOANÁLISIS + GUATEMALA= ...

 

Contingencia y elección: un ensayo sobre el encuentro temprano con lo real del sexo y la decisión del ser

 

 

Susana Dicker

Grupo de Estudios Psicoanalíticos de Guatemala

 

 

"Como es sabido, la perversión infantil puede convertirse en el fundamento para el despliegue de una perversión de igual sentido, que subsista toda la vida y consuma toda la sexualidad de la persona, o puede ser interrumpida y conservarse en el trasfondo de un desarrollo sexual normal al que en lo sucesivo, empero, sustraerá siempre cierto monto de energía" (Freud -"Pegan a un niño")

 

La contingencia de cierto encuentro con lo real de la sexualidad en la infancia deja una marca, de incidencia diferente en hombres y mujeres. En los primeros, más allá de la posición en la estructura, pareciera trazar, por un lado, un vector en dirección a la homosexualidad, un goce inaugural que ancla en la relación con el mismo sexo y que, más allá de las vicisitudes y actuaciones homo y heterosexuales, instalan una fantasmática particular, relacionada a la procura del goce sexual. Y, por otro lado, hace lugar a otra vertiente con la que parece dar fuerza al argumento de la condición fetichista de la elección de objeto.

Por el lado de las mujeres, el curso posterior se inclina más por el lado de la posición histérica, en la orientación de sus síntomas y en la oscilación pendular entre la reivindicación y la deriva en la insatisfacción; entre la decepción amorosa y el refuerzo del reproche a la madre, en tanto "no la cuidó lo suficiente". Azar de un encuentro pero también "elección forzada" y repetición del goce pulsional en tanto escamotea al significante.

"El abridor no es una respuesta universal para la especie humana y esa respuesta última será diferente en la sexuación femenina y en la masculina. No podemos hacer una teoría del inconciente válida para las dos suplencias. En psicoanálisis no hay una sola noción que se ajuste exactamente igual para la condición de goce masculino o de goce femenino" (Indart 2003, p. 176). Ya el mismo Freud resigna toda expectativa de hallar un paralelismo uniforme entre el desarrollo sexual femenino y el masculino, entre las posiciones masculina y femenina ante el goce sexual (1931). Diferencias que Lacan sostendrá en su enseñanza como diferencias de posición ante la no-relación sexual, pero que también lo llevarán más allá de Freud cuando teorice dos tipos de goce: el fálico y el goce Otro.

Esto justifica un paréntesis para retomar los desarrollos de psicoanalistas de la Diagonal Hispanohablante de la Nueva Red Cereda (Carretel 5), cuando se preguntan "¿Cómo adviene el sexo a los niños?". Son tres las referencias que encuentran en la teoría psicoanalítica:

1-La vía de la identificación: "El sexo viene al niño por medio de la identificación que, a su vez, reunifica las pulsiones polimorfas". Para la niña, el camino a ser mujer se hace por identificación a la madre. Para el niño, a ser un hombre, por identificación al padre.

2-La segunda vía, la del falo, en tanto significante que nombra el sexo: "Sexualizarse tiene que ver con asumir la incidencia del falo según dos modos: dejar de serlo para tenerlo y poder servirse de él en el caso del niño; dejar de serlo para recibirlo, en el caso de la niña".

3-Esta tercera opción ya no se hace a partir del Otro como simbólico sino a partir de una elección de goce que, tal como lo mencionamos más arriba, será goce fálico o goce del Uno para el lado masculino y Otro goce- que Lacan ubicará como suplementario- para el lado femenino. "Otro goce para aquél que no está tomado totalmente en la función fálica".

Las dos primeras vías se constituyen en referencias fundamentales en la constitución del niño como sujeto de deseo. Pero no son suficientes para el reconocimiento de la existencia del Otro sexo en tanto tal. "Por otro lado, se verifica en la clínica, que la vertiente del goce introduce en un cierto momento un Otro absolutamente heterogéneo, no especular e, incluso, inasimilable pero determinante en la vida sexual de todo sujeto"(p. 33).

La tercera vía, la de la elección de goce, introduce también la problemática del pasaje de acceso al Otro- a lo héteros de la sexualidad- cuando la sexualidad infantil tiene el sello del autoerotismo. Esta cuestión es la que se pone en juego con el reconocimiento de esta tercera opción, puesto que para el niño o la niña el goce no es desconocido en tanto autoerótico. Lo que instala la incidencia traumática es el encuentro con un goce que viene del delOtro porque "es el encuentro con la extrañeza del goce, que se presenta como un acontecimiento nuevo en el cuerpo que lo hace extraño para el sujeto y que, a la vez, convierte al Otro en un extraño".

Estos son los tres caminos posibles en el encuentro del ser hablante con el sexo. Pero los tres no tienen la misma incidencia respecto a la sexuación. Desde la teoría freudiana pero, en particular, con las puntualizaciones que hará Lacan, podemos reconocer los efectos que determina, a nivel de la estructura, la alienación a los significantes del Otro. Es lo que está de entrada para el sujeto. Pero, por el lado de la sexuación, estamos en la dimensión del encuentro, de lo contingente, de la relación con el Otro sexo.

La práctica psicoanalítica en Guatemala se encuentra- con una frecuencia que muchas veces parece inusitada- con la actualidad de los primeros desarrollos de Freud acerca de las tempranas experiencias infantiles con lo real del sexo. La primera teoría del trauma- con la creencia freudiana en la realidad de la escena de seducción por el adulto- y el posterior desplazamiento del acento en la teoría del fantasma, dan cuenta de su vigencia en una clínica del sujeto que lo rescata en sus vicisitudes respecto a su elección de goce.

Tanto del lado del sujeto masculino como del femenino, la historización del síntoma se anuda a un antes y un después de una escena o de una serie, que es reconocida como causa de todos los avatares por venir. Más aún, es refugio y localización del ser. Espacio donde el deseo del Otro es invitación al goce, consentido éste desde la posición de objeto de deseo. Niño o niña, más allá de que el psicoanálisis reconozca que no hay simetría en la sexualidad, son tomados por el impacto de la contingencia, más aún cuando el acontecimiento contingente se añade fortuitamente a una demanda de amor.

Desde los primeros escritos sobre la histeria y las neuropsicosis de defensa, Freud insiste en los dos tiempos de la sexualidad humana y en la importancia del intervalo que enmarca la latencia como preparación del "aprés-coup", efecto retroactivo que instala la neurosis. "Aprés-coup traumático", más bien, desde donde se delinea una "elección forzada" por la repetición del goce pulsional. Elección que, en la historización que hace el sujeto en su relato, parece determinada por la sorpresa de la experiencia vivida y que, sin embargo, "se inscribe en una repetición funesta". Para el creador del psicoanálisis la noción de trauma exige, por un lado, la intervención de "un adulto impotente" y, por otro, de "un niño sin recursos". No equivale a los encuentros sexuales entre niños de la misma edad. Y aunque podamos aceptar la crítica de que esta posición es más conceptual que realista, la clínica da testimonio de efectos diferentes según se trate de un caso u otro. Efectos a nivel de la aceptación del sujeto, en quien el recuerdo rehusado, del cual siente vergüenza, no tiene el mismo peso de censura cuando se trata de juegos sexuales entre niños que cuando lo que está en cuestión es la "seducción por un adulto" y la propia complacencia, en tanto "niño sin recursos".

Tanto la niña, objeto de deseo del padre, del abuelo, del tío, del jardinero o del chofer, como el niño que es invitado por un adulto del sexo femenino o masculino, en la iniciación de un goce desconocido hasta entonces, saben, como lo señala Serge Cottet (2002, p.105) que "...el consentimiento a un goce hacia el que el sujeto se siente atraído, tampoco es del orden de la elección existencial, sino como decíamos, una elección forzada por el Otro y que amputa al sujeto de una parte de su vida" (la cursiva es nuestra). De ello dan cuenta los testimonios en la clínica, tanto del lado masculino como del femenino, donde el reconocimiento de la complicidad infantil, del lugar de "partenaire" en la escena de seducción, conjuga el consentimiento de ser "elegido" con un goce inaugural: "Las sensaciones que yo experimentaba me hacían vivir cuestiones físicas que no había vivido antes. Y estaba el "rollo" de lo oculto, con la ingenuidad en que uno anda ahí, y la forma de emociones que lo hacía algo agradable. Los hombres, las mucamas. ¡Era tan intenso!... que las besara, que las tocara...No se por qué se detuvieron. Empezaron alrededor de los siete u ocho años. Esas personas se encargaban de hacerme a la mente estas situaciones y que me queden rondando. El resto del día era como cualquier otro niño. Luego venían esos momentos oscuros. En varias ocasiones yo iba a buscarlos, a preguntarles: "Bueno ¿Y entonces?". Yo sabía que había algo mal pero no sabía por qué. Que había que hablarlo calladito...".

No es un relato novedoso, éste. Es uno más que da cuenta de un compromiso temprano de "los motivos más fuertes del alma infantil", donde la contingencia de un encuentro con el goce sexual se anuda a una decisión del ser, a un consentimiento del "ser-para-el-sexo" freudiano. No hay relación directa causa-efecto entre experiencia vivida y elección subjetiva; hay un desgarro que instala un incalculable. Si lo que está enjuego es la castración, parapetada en el "¿Che-vuoi?" que dispara el deseo del Otro, la respuesta del sujeto será la de un compromiso que distinga su estilo de gozar, de amar, de enfermar y, ¿por qué no?, de encontrar refugio en vaya a saber qué identificación. Una respuesta que le permita nombrarse como "fui un abusado" allí donde queda reprimida la omnipotencia del "fui un elegido". O que sea ocasión de conjugar ese encuentro con la sexualidad, con su novela neurótica, con las vicisitudes del Edipo y, en el discurso en transferencia, exculpar su elección de goce, en la creencia de un destino inexorable que lo alcanza y que lo pone en el camino de la repetición, tras las huellas de un padre infiel, de vida paralela. Repetición en que es capturado en el circuito de la rivalidad con otros hombres, siempre más potentes que él- o el padre o sustitutos- donde hay una madre que es abandonada pero que revela un deseo hacia esos hombres, allí donde tenía que haberse dirigido hacia él... "Qué cosa estaban pensando cuando me dejaban ahí! Hay una responsabilidad de un padre de cuidar a un hijo... El mío imponía autoridad cuando no tenía el peso moral para hacerlo, desde que no estuvo cuando lo necesité. El gran resentimiento por haberme dejado viviendo situaciones de niño con las que no podía. Para mí eran travesuras, siento que no me han afectado tanto, pero han sido cosas feas que me tocó vivir".

En los encuentros tempranos con la sexualidad, lo perturbador no es el desencadenamiento sexual en sí mismo, sino el hecho de que éste ocurra- tal como Freud insiste desde el comienzo- prematuramente. Donde la imposibilidad de articular la experiencia, lo deje prisionero del sin-sentido. Eso que Lacan nombra "troumatismo", agujero en lo real, tiene una otra cara que rescata la etimología: truco del sujeto, recurso que, por la vía del inconciente, tomará forma de síntoma encargado de velar lo traumático del encuentro pero, a la vez, lo fijará como inolvidable. De allí la apertura a la repetición, aferrada a una huella que dará dirección a los próximos encuentros, soportados siempre por el fantasma. Reedición y actualización, cada vez, de una escena fantasmática que permite la articulación entre significante y goce. Argumento que permite que lo elaborable del goce- ese objeto, pequeño a- se aloje en el compañero sexual. El fantasma pone velo a la castración y, como tal, es sostén de la sexualidad infantil, autoerótica, inserta siempre en la sexualidad adulta. Pero también es ocasión para incluir al partenaire sexuado, por la vía del argumento y la escenificación.

Por el lado de la mujer, la inocencia y la "belle indiference" en la histeria dan cuenta de una experiencia vivida con pasividad, pero donde el recuerdo de ser elegida como partenaire por un adulto sirve de refuerzo al reproche hacia una madre que no la cuidó lo suficiente. Prehistoria de la mujer en la hipótesis freudiana (1931) y que, en la realidad de una práctica psicoanalítica en Guatemala, aparece como argumento y soporte de una "elección forzada", pero también del superyó femenino que, en palabras de J. A. Miller, es la "máscara del problema esencial del goce femenino". Vicisitudes de la sexualidad femenina que la mantienen a la deriva entre el deseo insatisfecho y los estragos del amor, en los desfiladeros de un goce más allá del goce fálico.

Desde el comienzo y hasta el final de su obra, está presente la insistencia freudiana en un inconciente sexual y en una sexualidad que es traumática. Allí es donde busca- cuando abandona la teoría del trauma- la causa necesaria del malestar en la sexualidad y no en la contingencia. El erotismo es, para el ser hablante, el problema. Por ello, cuando Freud escribe sus "Contribuciones a la Psicología del Amor" (1910) y desarrolla las condiciones de la vida erótica, sólo puede pensar la relación sexual a partir de sus dificultades; de cómo se combinan y se bifurcan el amor y el goce sexual; de cómo se eligen y se relacionan hombres y mujeres. "La prohibición del incesto obliga a la libido a permanecer en lo inconciente, a extrañarse de la realidad y a quedar relegada al mundo de la fantasía. Eso refuerza las imágenes de los primeros objetos sexuales, se fija a ellos al mismo tiempo que refuerza la masturbación que la acompaña (...) Pero en nada modifica la situación el hecho de que se consuma en la fantasía lo que fracasa en la realidad" (1910). El sujeto ya no es una víctima de la perversión de un padre, como en la teoría del trauma. Se trata, ahora, de una elección, allí donde inconcientemente debe asumir una decisión sobre su comportamiento sexual. "El fantasma es para el neurótico ese montaje donde el sujeto dividido, el sujeto de la castración, puede concordar, desacordándose, con el objeto de goce (...) El fantasma une y separa el sujeto del inconciente del objeto de la pulsión. Este fantasma es inconciente en la neurosis"( Leguil, 1990, p. 11) pero también es el terreno que se presta al sostén de una fijación, de un rasgo de perversión como respuesta a la inconsistencia del Otro. Allí donde el neurótico se enfrenta a la pregunta sobre el deseo del Otro y la consiguiente angustia de castración, la defensa vendrá del lado del fantasma o del rasgo de perversión. "El rasgo perverso en la neurosis saca las consecuencias pero bajo el modo de rechazo del saber de qué se trata. Es en el corte entre los sexos que se instala el rasgo de perversión que pretende servir de cópula entre el sujeto y su compañero, que pretende, en la neurosis, que la unión es posible porque los goces podrían equivalerse" (Leguil, 1990, p. 19). "Lo que funciona es esto (...) Estoy totalmente esclavizado. Esta situación de la lujuria me consume el pensamiento. Empiezo a jugar una obra de teatro yo solo, empiezo a manejar emociones... es una obra de teatro. Yo le encuentro una propia interpretación a cada cosa, conforme me convenga más o menos. Y me paso todo el tiempo en eso. (...) No me interesa sólo que sea lujurioso. Quiero conseguirlo. Tener a alguien más y totalmente enamorada". Pero la castración acecha al neurótico y el mismo montaje del fantasma funciona como interdicción. Por ello es posible que, a la escena tan lograda ("lo que funciona es esto") le siga un segundo tiempo donde "empiezo a empujar las ideas y cuando más velocidad agarran, más enojo agarro, más vivo y más fuerte. Hago aparecer al otro y me imagino en desventaja. Hasta le pongo a ella una expresión de agrado mirando al otro. En esas escenas me siento abandonado. La persona me abandona y me abandona por caliente.. .sólo por eso no me prefiere a mi."

"En el síntoma, el complejo de castración funciona como amenaza, y en el rasgo de perversión como pretexto, como ocasión para gozar" (Leguil, 1990, p.26). Dos posiciones subjetivas coexistiendo en un mismo sujeto, dos posiciones en relación al Otro, consecuencias de que el goce está prohibido para el ser hablante. Jugarreta del rasgo de perversión que procura placer donde debería estar el temor. Pero vigencia de la castración y de la división del sujeto en tanto el deseo sólo es reconocible como deseo del Otro.

"La relación sexual no cesa de no escribirse", es imposible, dice Lacan. Pero la función fálica, como contingente, da ocasión al encuentro. De la contingencia a necesidad, "este es el punto de suspensión del que se ata todo amor" (Tendlarz, 2002, p. 87). Función de suplencia a la "no-relación sexual", para la ilusión amorosa y para el falo como significante del deseo. Silvia Tendlarz retoma la angustia freudiana ante el malestar en la civilización, en la "misión imposible" de domesticar, ordenar, limitar y legitimar el goce a través de la prohibición del incesto. Fracaso del sistema simbólico, testimoniado en el síntoma y en la "psicología de la vida amorosa", en el malestar intrínseco a la relación entre los sexos. "Entre el hombre y la mujer existe un muro que los separa (castración para Freud, muro del lenguaje para Lacan). El amor es la ilusión que oculta y metaboliza este desencuentro que vuelve un tanto descortés el encuentro entre los amantes".

 

Bibliografía

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