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Metaphora

Print version ISSN 2072-0696

Metaphora (Guatem.)  no.3 Guatemala Nov. 2004

 

LA LETRA (Columna mensual del GEPG en "El Periódico")

 

Cuando desfallece la ley paterna...

 

 

Susana Dicker

Grupo de Estudios Psicoanalíticos de Guatemala

 

 

La violencia y los diferentes rostros del horror acompañan a la humanidad desde sus inicios, tanto en lo social como en lo más singular de la historia de hombres y mujeres. En sus formas más sutiles, nos atraviesa a todos y a cada uno, y no sólo en las actuaciones violentas sino en su dimensión de violencia simbólica, la que convive a nuestro lado, invisibilizada, naturalizada. Esto es lo que refuerza su peligrosidad: el hecho de que se vuelva habitual, cotidiana y hasta insignificante.

Es la forma de violencia enseñoreada en Guatemala, la que desborda los cauces simbólicos y desequilibra el cuerpo social, la que se materializa cada vez con mayor facilidad y frecuencia en el secuestro rápido, en el robo en la calle, en el semáforo o en la gasolinera, en los asesinatos por encargo, en la enorme cantidad de mujeres violadas, torturadas y asesinadas. Más allá del peso de la realidad en cada acontecimiento, de lo que se trata es de la falta de garantías, factor crucial que produce efectos patógenos en hombres, mujeres y niños. La incertidumbre y la desprotección se actualizan en la pregunta: "Ante el desvanecimiento de la ley ¿a quién recurrir?, ¿quién la hará respetar si la violencia retorna del lugar de donde se espera que venga la garantía contra ella?". ¿En qué se diferencia la situación a nivel social de aquella que padecen el niño o la niña pequeña que son abusados en el seno mismo de su hogar, justamente por parte del adulto en el que creen y que tendría que protegerlos de la adversidad de la realidad? Eficacia de una realidad construida en la impunidad y la violencia pues confirma que el temor de sueños y fantasías puede cumplirse.

Es verdad que el ser humano recurre a la negación para seguir viviendo. Las grandes masacres colectivas, las guerras, los efectos del despotismo y la tiranía en los pueblos- actualizados hoy en el terror del "11 de septiembre", el del sur de Rusia, el del 11 de marzo en Madrid, el que viven a diario los israelíes, el de Irak, el de los africanos - pero también la violencia del abuso intrafamiliar y la que padece la sociedad en general, todo ello hace que no sea posible para el hombre y la mujer, para el niño o la niña seguir viviendo si no olvida, por momentos, los horrores de una realidad construida por seres humanos movidos por impulsos de vida pero también por los de agresividad y muerte. Por una agresividad constitutiva pero cuyo freno tendría que venir de las instituciones, tanto familiares como colectivas. La rivalidad en la convivencia entre los hombres tiene que ser neutralizada por el contrato social porque, fuera de las organizaciones colectivas, la vida humana no puede mantenerse por mucho tiempo. Se sobrevive en comunidad, en tanto es posible unir a unos y a otros en torno de un Ideal y de lazos amorosos; pero siempre quedan otros afuera y hacia ellos se dirige la agresión.

Esa es la gran paradoja de la sociedad y la cultura: al mismo tiempo que unifica, segrega. La tendencia de hacer Uno con el otro -base de la formación colectiva- fracasa y retorna lo más oscuro de la condición humana. Y queda al descubierto que es en la Civilización misma donde se viene a alojar la Barbarie. Paradoja trágica pues para huir de ella es que se gesta el Ideal de un orden social universal.

En la actualidad, los que fueron sostenes simbólicos de la modernidad ya no tienen el prestigio necesario para imponerse. Esto acarrea consecuencias y entre ellas el debilitamiento de la figura paterna y los inevitables efectos a nivel de la subjetividad. Si hay algo inmanente a la función del padre es representar la ley en el núcleo familiar y en la herencia generacional. Y no una ley autoritaria sino la que orienta en el curso de la vida. La que permite reconocernos en lo posible y en lo permitido. La que sirve de sostén simbólico para vivir con el prójimo, en familia y en sociedad.

Esa representación de la ley ha ido cediendo en la función paterna y se refleja a nivel colectivo, en los responsables del liderazgo social. Si no hay ídolos y no hay tabúes, sólo queda la impunidad y la indefensión.

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