SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
 issue3Notas sobre el cuerpoLos principios de la práctica analítica author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Metaphora

Print version ISSN 2072-0696

Metaphora (Guatem.)  no.3 Guatemala Nov. 2004

 

PSICOANÁLISIS + (miembros de la AMP)=...

 

El consumo del hombre y de la mujer globalizados34

 

 

Ernesto S. Sinatra

Escuela de la Orientación Lacaniana

 

 

"Nuestro porvenir de mercados comunes será balanceado por
la extensión cada vez más dura de los procesos de segregación"
Jacques LACAN. Proposición del 9 de octubre de 1967...

 

 

1. La soledad globalizada

En la perspectiva actual de los procesos denominados de <globalización>, a lo largo y a lo ancho de nuestro mundo &— especialmente del occidental, pero ya no sólo&— se producen todo tipo de modificaciones del lazo social a un ritmo de vértigo que afectan el corazón mismo de hombres y mujeres.

Ya no existe ciudad que no sea interpelada en los valores que regían &—hasta no hace mucho tiempo&— la estructura de la sociedad y de la familia (para mencionar sólo las instituciones más arraigadas). Se han fracturado los dispositivos tradicionales que regulaban las relaciones de los sujetos con el Estado &—otrora protector&—, pero no menos las de los hombres y mujeres entre sí. El poder y el desamparo ocupan un lugar central en este nuevo panorama.

Asimismo las garantías &—paradójicas, por cierto&— que el Dios judeo-cristiano prometía han resultado ser inexistentes. El silencio de los espacios infinitos que aterraba al sabio35(cuando los dioses desde los cielos dejaron de ofrecer signos a los humanos para que éstos guiaran sus actos) ha sido ocupado por la multiplicación de los objetos de la tecnología. La ciencia ha planetarizado al mundo sonorizando la soledad y el vacío del Dios-Uno, reemplazándolo porgadgets &—dispositivos tecnológicos comercializados a escala planetaria&— , produciendo el espectáculo de las diversas calles de ciudades cada vez más parecidas entre sí, las que ofrecen los mismos productos de las mismas marcas a los que aún puedan comprarlos.

En la civilización occidental, el buen Dios ha caído del cielo, su apelación ha quedado casi reducida a aplicaciones rituales, o a un uso cínico-canallesco de su nombre por los gobernantes de turno, frecuentemente con motivaciones de mercado o, aún más grave, de expansión bélica, 'Bush dixit'.

Valga el recuerdo de una publicidad de electrodomésticos, en la que una mujer, prototipo del ama de casa, lucía sobre su cabeza un halo que la santificaba: debía agradecerse tal gracia al empleo del producto que se correspondía con la marca del comercial: ¡¡ San­yo !!. En la banalidad del "yo mismo" de San-Yo, se prometía el acceso a la deidad..por vías del consumo de un producto del mercado. Pero no sólo el viejo Dios ha sufrido los embates de los tiempos, también los proceres cayeron en desgracia: en otra publicidad pudo verse guiñar los ojos a Manuel Belgrano36, en un billete (o a San Martín37 lo mismo da), para mostrar que un Banco ofrecería a sus usuarios mejores beneficios que el resto.

El escepticismo generalizado del hombre occidental, la caída de los ideales que otrora sostuvieron el proyecto de vida de generaciones de jóvenes ha colapsado (aunque no desaparecido). Se ha denominado este estado de cosas como pos-modernidad, al suponer que los meta-relatos que organizaban de un modo sistemático la existencia de los individuos (marxismo y freudismo entre ellos) habrían dejado de ser eficaces, y que en su lugar sólo quedaría un vacío rodeado de escepticismo y anclado en el pragmatismo cotidiano.

La "depresión" contemporánea y psicofarmacológica promovida por los laboratorios internacionales encubre la soledad real que el imperio del amo moderno induce por medio del mercado consumista. El imperio del tener acrecienta su figura; el otrora famoso: tanto tienes, tanto vales adquiere un protagonismo dramático en el delirio consumista de los países de europa occidental. Días atrás en <E1 País> de Madrid aparecía este chiste :

"Un hombre sale a la calle acompañado por otro, portando una enorme bolsa que casi no puede acarrear, mientras comenta: &— ¡Joder con el consumo que hay aquí en España! Su acompañante replica: &— ¡Lástima que de ello sólo te acuerdes cuando tienes que sacar la basura!"

En primer lugar, es evidente que este chiste &—en su opulencia&— es ofensivo para los países <sub-desarrollados>; pero analicémoslo, ya que sintetiza muy bien el estado actual del consumo. Por empezar, queda establecido que el exceso de consumo afecta la memoria; que además deja un resto y que &—finalmente&— nadie sabe qué hacer con ese residuo, eso que queda en la bolsa luego de la satisfacción de los usuarios; nadie sabe qué hacer con ese plus de gozar&—ahora desecho del mercado&— y tampoco nadie sabe dónde colocarlo. Abordaremos ahora este problema, no desde la perspectiva sociológica de los basureros nucleares que se trasladan diariamente a los países pobres (lo que merecería otra disquisición suplementaria), sino desde una hipótesis psicoanalítica.

Formulémosla: Hoy , el verdadero residuo del consumo está constituido, en verdad, por los mismos individuos caídos del mercado, por aquellos otrora proletarios &—hoy, cada día más, excluidos, marginados del consumo&— que no tienen ya más acceso a él (o que poseen un acceso muy restringido: hombres y mujeres arrojados a las calles, viviendo &—precisamente&— de la recolección y venta de residuos para ganar su sustento diario) y que conforman lo que se ha dado en llamar tercer mundo, un tercer mundo cada vez más amplio, más extendido. Es decir: más globalizado.

Pero esto no acontece tan sólo en el "tercer mundo": surgen también bolsones de pobreza que pululan en el interior de los países más poderosos, con más alto nivel de consumo, aislados en el interior de su mismo centro, exhibidos como indicadores éxtimos del modo de gozar contemporáneo. La sociología moderna y los mass media ya tienen nombre para ellos, se los llama el cuarto mundo.

Por ello, creo que a la hipótesis del <Todos consumidores> lanzada por Jacques-Alain Miller hace algunos años, habría que suplementaria hoy con esta otra : <Todos los individuos son objeto de consumo> . Ya que son los sujetos arrojados por el mercado en el capitalismo salvaje que domina en los Estados occidentales (aunque ya no sólo) &—son esos individuos&— el resto de la operación del pseudo-discurso capitalista: esos individuos son el verdadero objeto de goce del mercado.

La caída real de los cuerpos muertos o empobrecidos bajo el imperio del hambre, la miseria y la desocupación es la contracara de la opulencia festiva del mercado en la civilización actual. Se hace crudamente realidad la afirmación lanzada por el doctor Lacan hace más de treinta años: las segregaciones renovadas como efecto del avance del discurso de la tecno-ciencia constituirán el envés real de la integración de los mercados.

Comprobamos hoy que la revolución tecnológica de última generación ofrece infinidad de gadgets que se introducen en el punto exacto de la falla estructural del sexo para ofrecer renovados modos de gozar, cada vez más próximos a la realización de una sexualidad virtual, pero, además, cada vez más cerca del autoerotismo. Con el sexo virtual, por el simple empleo de un casco conectado a una máquina, hombres y mujeres pueden conseguir un partener a su medida &—incluso, si es que así lo prefieren&— sin que el cuerpo biológico sea de la partida.

La soledad, nombre de la dispersión del lazo asociativo, empujada por el mercado y banalizada por el DSM con el nombre de depresión, localiza el límite real a los semblantes del progreso universal, los que inundan con su propaganda todas las regiones del planeta.

La marginalidad y el desempleo crecen geométricamente al par que cayó un ideal: el fin del trabajo no condujo a la <sociedad del ocio> que los especialistas vaticinaban, sólo llevó a la destrucción del tejido social &—especialmente en los países más desprotegidos por las leyes del mercado&— y arrojó a los individuos (cada vez más y de un modo más acuciante) a &—lo que llamaré&— una soledad globalizada, el núcleo real, la cara que ya no puede permanecer oculta del "progreso" tecnológico del capitalismo tardío. Por eso, la soledad globalizada, efecto de las políticas del imperio del mercado, afecta el rincón más íntimo de la subjetividad de cada uno: las condiciones de satisfacción de hombres y mujeres.

Estos hombres y mujeres son los verdaderos objetos del consumo: son consumidos por el mismo mercado, aquél que &—se suponía&— habría de alimentarlos, educarlos, velar por su salud con la salvaguarda del Estado protector.

 

2. La televisión es omnivoyeur y sus hijos tele-gozan

"...somos seres mirados por el espectáculo del mundo...¿No hay satisfacción en el estar bajo esa mirada..., esa mirada que nos cerca, y que nos convierte en primer lugar en seres mirados, pero sin que nos lo muestren? El espectáculo del mundo, en este sentido, nos aparece como ommivoyeur. Tal la fantasía que encontramos el efecto en la perspectiva platónica, la de un ser absoluto al que se le transfiere la calidad de omnividente "
Jacques Lacan 19-2-64

El espectáculo del mundo ha virado su ángulo de visión; hoy se ha encarnado en un gadget privilegiado: La televisión global mira en cada hogar la forma de vida que promueve con su modo uniforme de goce, como asimismo los efectos identificatorios que produce. Por ello, tal vez valga la pena &—literalmente&— detenerse en esta función de la televisión, ya que muestra en la "época del Otro que no existe"38 lo que Jacques Lacan afirmó respecto del mundo: su condición de omnivoyeur, es decir, al igual que el pretendido Dios-Uno, su presencia de todo-mirada, eso que todo &—y a todos&— mira.

El protagonista del film "The Truman Show" demostró la incómoda satisfacción que produce el estar bajo la mirada del Otro: él no sabía que era mirado, él creía que vivía en el mundo real; encontrándose en este mismo punto con el protagonista de otro film, "Matrix", cuando despierta "al desierto de lo real", luego de su elección de querer saber de verdad qué es lo que encubrían los semblantes del mundo.

La televisión es omnivoyeur, penetra en vuestros hogares forzando la puerta de la realidad para disfrazar cada vez más lo real: ella induce en ustedes y &—sobre todo&— en vuestros hijos, identificaciones, rasgos, formas de vida a los que adherirse: con sólo mirarlos les impone la uniformidad de un modo de gozar. Tal vez no se ha puesto el debido énfasis en que los hijos de la televisión &—y esto va más allá de los países, inclusive hasta más allá de las variantes culturales&— no toman tanto de los padres, como otrora, los rasgos de identificación, sino que muchas veces los adquieren de personajes de la televisión, a partir &—por ejemplo&— de modos de hablar que, habitualmente, nada tienen que ver con las desinencias de las lenguas maternas de cada ciudad: responden al monolingüismo de la globalización. Uno los escucha: los niños hablan (es decir, gozan del lenguaje) según las desinencias fónicas de eso que los mira todo el día &—y que ellos no quieren dejar bajo ningún concepto&— que es la televisión. Ella los hace tele-gozar desde dibujos animados, telenovelas, series y películas ready-made en las que sus guionistas se enfrentan para ver quién se destaca en ofrecer más lugares comunes, siempre de un modo convencional &—es decir, adaptativo&—, pero en los que nunca falta una pizca (a menudo, varias) de violencia ni de realismo sexual. Sobredosis de sexo y de violencia son introducidos por su mirada, para llegar también al segmento adolescente, intentando seducir hasta a los "rebeldes", hijos del piercing, aquellos que marcan sus cuerpos erigiendo nuevas zonas erógenas a partir del dolor (o resaltando zonas tradicionales), exhibiendo lo que han perforado allí, en el cuerpo, donde la impotente función del semblante paterno dejó su lugar vacío.

Y de los adultos, ni hablar: todo para ver39. La máquina de tele-gozar se ha metido en los hogares, especialmente, con la invención de los reality-shows, ellos dan la medida más exacta de la función omnivoyeur de la "tele". En ellos se muestran seres perfectamente anónimos, tanto como cualquier espectador, que sólo sueña con estar ahí, del otro lado de la pantalla, siendo mirado por todos &—mientras en verdad desconoce que con sólo ver eso ya está siendo mirado del mismo modo que ellos; individuos cualesquiera mirados en su intimidad, mientras hacen de todo lo que saben hacer: es decir, una normalidad pletórica de nada.

Mientras el tele-adicto sólo mira y mira, esperando (una vez más) que el sexo explicite su goce y que la violencia estalle entre los anodinos concursantes, nada acontece, y cuando algo sucede es sólo el cebo colocado para levantar a la audiencia y ganar algunos puntos del rating.

Este invento tan rentable y de bajísimo costo, usa (es decir, se abusa) de la identificación del tele-adicto con el (y/o la) protagonista, pero &—especialmente&— del goce que produce el mirar; con un agregado: el peeping se encuentra en los reality shows autorizado para consumo masivo de jefes y jefas de hogar, sin necesidad de tener que salir de sus casas para satisfacerse: el porno show está en el dormitorio &—o en el living&— y ellos siguen siendo perfectamente normales, no son de esos "degenerados-que-pagan-para-ver" (como decía una mujer cualquiera defendiendo su goce televisivo).

Pero mientras el individuo queda capturado por la escena ofrecida, desconoce que también es mirado por la misma máquina de gozar, al igual que lo son los protagonistas en el show de su realidad cotidiana.

También están los talk shows, parientes cercanos de los reality shows, instrumentos de tele-gozar mediante el escándalo, a decir verdad, débil variante de los reality shows ya que &—al menos, aparentemente&— es el animador en este caso quien los mira.

Para muestra basta un botón, suele decirse, ya que hace poco tiempo tuve la suerte (la tyché, por la contingencia, por lo inesperado del encuentro) de ver uno de estos programas, un talk show con excelente rating &—es decir, con muchos objetos de consumo escópico asegurado&—. Había escuchado varios comentarios de ese programa sobre el protagonismo circense de sus personajes, la disparatada participación de la audiencia, la exuberancia de la animadora y &— fundamentalmente&— acerca de los excesos de los participantes y el histrionismo de todos. Pero debo confesar que ninguno de esos comentarios pudieron aproximarse a lo realmente acontecido aquella tarde. Al encender el televisor, ella ya estaba ahí frente a mí, mirándome mirarla, como reprochándome mis quince minutos de tardanza en tele-mirarla, mostrándome lo que tenía que ver. A partir de ese primer segundo quedé capturado por la máquina de gozar, como quien diría me dejé llevar hasta ser tomado como un objeto más, es decir, como un perfecto individuo, un tele-adicto normal.

La escena era imponente: la animadora, con su opulencia corporal decadente, estaba entre una mujer y un hombre que peleaban, intentando juntar-separarlos. Ellos tenían un hijo del cual el hombre demandaba la tenencia, pero la mujer se la negaba, ni siquiera permitía que lo viera.

Hasta este punto, podríamos decir, se trataba de una situación normal. Pero de repente, todo cambió, pues apareció en la escena una tercera persona quien se abalanzó inmediatemente sobre el hombre y lo comenzó a golpear mientras éste (¿aparentaba?) no salía de su asombro. ¿Quién era esa mujer, ese nuevo personaje?: era &—ni más ni menos&— la amante de ella, de la mujer, y mientras golpeaba a ese hombre, ella daba sus razones: "vos sos un infeliz, ni siquiera tenes donde caerte muerto, ni tenes trabajo; la que mantiene al hijo soy yo, vos no lo podes hacer porque sos un vago y un inútil". El hombre en cuestión (nunca mejor empleado el término) se defendió, un poco, como pudo, mientras la animadora (ibid paréntesis anterior) hacía como que quería separarlos &—ya que, como se sabe, el rating sube cuando los cuerpos no se separan, lo que los conductores de los Talk Shows conocen perfectamente, ellos saben lo que están haciendo cuando permiten que eso pase, es decir que son co-responsables de que la obscenidad de la escena, de la imagen, capture, mire a los televidentes.

Por eso, en este caso, todo anduvo de parabienes, encaminán­dose hacia el paroxismo del goce escópico, cuando la dritte person, la amante de la mujer, poseída por su ser-pleno-en-maldad le gritó al hombre-en-cuestión "sos tan tarado, que no te diste cuenta (de) que ella se hizo embarazar por vos, aunque te tenía asco". En ese momento el hombre-en-cuestión, con la boca abierta (porque ya el maxilar se le había ablandado como efecto del espectáculo que presenciaba) se dio vuelta, miró a su (ex) mujer, mientras ella le decía, simplemente, sin alterarse : "es cierto, siempre me diste asco".

La tragicomedia se había desencadenado, dejando en el centro de la escena un breve silencio que hizo &—por primera vez&— su presentación; silencio al que nuestra animadora interrumpió prontamente, para mostrar a la televidencia el saldo de saber depositado : que todo había sido un artilugio armado entre esas dos mujeres porque querían tener un hijo, y ya que no lo podían tener entre ellas por razones biológicas, decidieron que una de ellas se prestase para que se lo hiciera el "tarado" (nombre de goce, que como ya ustedes dedujeron, propinaron al hombre-en-cuestión).

A partir de ese momento, cuando supuse que no habría ya más nada que mostrar, comenzó un alegato del personaje masculino, quien, pretendiendo contrariar el nombre-insulto que le había sido propinado, confirmó su condición de goce de múltiples maneras. El tarado no sólo musitaba que no se reconocía tal, sino que pretextó haber sido engañado en su mejor fe &—mientras continuaba siendo vapuleado, ahora, por las dos mujeres frente a la mirada cómplice de la animadora&—.

A continuación, para rubricar definitivamente la pertinencia del nombre elegido, entró en escena un nuevo personaje: la madre del muchacho... para defenderlo, ya que el tarado, compungido, sólo lloraba. La pelea verbal entre las tres mujeres no tuvo desperdicio, ni ahorró a la mirada del espectador ningún exceso, ningún detalle. Verdaderamente fue una escena pantagruélica, era un festín en el que se trataba de quién se comía a quién: el estrago generalizado se escenificaba, simplemente. Para colmo de males, luego entró en escena otro personaje, otro "hombre": ahora el padre de ella, de la mujer, quien se oponía (aunque tímidamente, es preciso notarlo) a lo que su propia hija habría hecho, cuestionándola; mientras la dama en cuestión le rebatía de un modo tan absurdo como reñido con la más elemental lógica argumentativa, al par que agitaba su brazo izquierdo repetidamente, hacia atrás y hacia delante, dirigiéndose de ese modo a su padre, mientras lo azuzaba reprochándole: "¡vos callate, que tampoco tenés autoridad moral para hablar, si vos también sos un borracho y un vago!"

Si &—como trataremos a continuación&— la caída del padre es un signo de los tiempos, este programa empleó un acelerador de partículas para desintegrar la función paterna hasta pulverizarla.

En otro sector del escenario permanecía sola la amante, pero les aseguro que su momento de soledad no parecía importunarla, ya que se bastaba perfectamente: continuaba saltando y gritando, mientras hacía gestos de golpear al tarado a la distancia.

Allí estaban una mujer y su ex-pareja, su amante, su padre, el padre de ella y la madre de él, con la animadora como ¿justo? medio.

A esta altura del espectáculo pensé, "esto no puede ser verdad", e inmediatamente después me interrogué "¿acaso importa preguntarse por la veracidad del hecho &—en la realidad cotidiana, sobre esas personas&—? ¿o lo que sólo importa es lo que se está mostrando en ese momento, en ese programa, a toda esa multitud que lo ve? Pero el pensamiento insistía, ¿habrá sido o no verdad?, en ese momento capté que &—a decir verdad&— la substancia con la que se produce esta pregunta es con el gusto morboso de cada cuál, ya que &—como siempre&— uno quiere saber acerca del goce del Otro... para desconocer el propio y sus consecuencias.

Entonces recordé lo que ya sabía, que lo verdadero y lo falso son semblantes que no cuentan en ese ámbito, y que lo único que tiene relevancia para esta máquina es producir un plus de gozar que se sintonice con el fantasma de cada individuo que mira, para &— entonces, en ese mismo momento&— atraparlo como objeto de goce.

También se suele decir que sólo lo que ocurre en la televisión existe, o su equivalente, que es verdadero. Baudrillard tomó ese aserto al pie de la letra para problematizar los hechos de la realidad, cuando escribió que la guerra del golfo podría no haber existido, que tan sólo la habríamos visto por televisión. Pero, a diferencia de Baudrillard, puedo afirmar que el espectáculo que les he narrado &—la pantomima del lazo entre hombres y mujeres a la que he asistido y que fue transmitida de ese modo, por esa conductora, en ese programa, en ese momento y por ese canal&— (puedo asegurar que) sí existió.

Si la verdad, calificando a los hechos de la realidad, no alcanza para justipreciar lo que allí aconteció, no es por la sanción de falso que recaería sobre las proposiciones formuladas (ya que no importa si los protagonistas simulaban o sufrían de verdad tales humillaciones), es porque ese acontecimiento ofrecido por la mirada es goce: lo que de verdad aconteció es eso dado a ver, ofrecido como cebo del consumo para consumir al teleadicto. Y esto vale, además, para la guerra del golfo, más allá de los cuerpos reales caídos, cuyas imágenes fueron sustraídas en aquella ocasión.

En este punto podemos interrogar: ¿Qué hace cada uno con lo que consume?, ¿se presta o no a ser consumido por los gadgets &—entre ellos, por ejemplo&— por la máquina omni-voyeur de gozar, esa que produce tele-adictos entre hombres y mujeres? ¿se deja mucho, poco, poquito, nada...?

Por ello, y para no dejar el análisis en una fácil posición de escepticismo, es preciso localizar &—al menos una&— salida que permita reintroducir la subjetividad en el individuo de las multitudes, un instrumento cuestionador del consumo. Esta perspectiva, que va en la dirección contraria al modo de gozar contemporáneo, se llama psicoanálisis. En las siguientes páginas nos ocuparemos desde el psicoanálisis de cuestiones &—en muchos casos prosaicas&— que circulan entre hombres y mujeres, para intentar extraer de ellas la causa del malentendido entre los sexos.

Es evidente que también la clínica psicoanalítica registra estos desplazamientos, los que se presentan en muchas oportunidades de un modo dramático: los efectos en la subjetividad que afectan a los ciudadanos conmueven al psicoanalista y le plantean nuevos problemas. Los casos que llegan al consultorio no tienen ya la <pureza clínica> de un siglo atrás. Las obsesiones ya no son el compendio de rituales sistematizados descritos por Sigmund Freud en el inicio de su investigación, ni las histerias esos casos "puros" que culminaban en ataques y conversiones, pero finalmente dóciles a la interpretación. Hoy, las drogas y los trastornos alimentarios se mezclan con las estructuras clínicas y dificultan no sólo el diagnóstico diferencial sino que cuestionan la eficacia de la práctica analítica.

Éste es el marco actual en el que hombres y mujeres tienen que vérselas para encontrar un lugar en el mundo.

La así llamada <pos-modernidad> oficia de marco para que hombres y mujeres confluyan en el mercado del consumo, siempre dispuestos a dar batalla en asuntos de amor, deseo y goce.

Pero esta vez serán los hombres&—especialmente&— nuestros convidados a comparecer en el banquillo de los acusados y las mujeres, por supuesto, harán sentir su presencia.

 

 

34 Este artículo constituye la primera parte del libro "Nosotros los hombres - un estudio psicoanalítico"; Editorial Tres Haches, Buenos Aires, diciembre - 2003.
35 Frase atribuida a Pascal: "El silencio de los espacios infinitos me aterra"
36 Prócer de la gesta libertaria
37 Libertador de los Andes
38 MILLER, J-A. - LAURENTE, E.: L'Autre qui n'existe pas et ses Comités d'Éthique, Curso de la Orientación Lacaniana 1997 (inédito)
39 Pero el hombre pos-moderno no es sólo "tele-adicto", también es "tara-cinéfilo": Un exitoso cineasta - oriundo del shopping de la globalización del consumo - afirmó que no hay que esperar del actual cine norteamericano, ya que el espectador construído por el mercado cinéfilo tiene... 12 años de edad mental; Woody Allen proponía, por ende, buscar gurúes, nuevos signos de creación cinematográfica en Europa, en latinoamerica o en Irán, pero ya no en los EEUU.

Creative Commons License