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Revista de Psicología Universidad de Antioquia

versão On-line ISSN 2145-4892

rev. psicol. univ. antioquia vol.2 no.1 Medelin jun. 2010

 

RESEÑA

 

Primates y filósofos.
La evolución de la moral del simio al hombre.
Frans de Waal
(2007)

 

Jonathan Echeverry Álvarez1

 

1. Octavo semestre del programa de Psicología (U. de A.)

 

Traducción: Vanesa Casanova Fernández

 

 

Es un error habitual ubicar un matiz del comportamiento en una cúspide conceptual desconociendo sus antecedentes evolutivos más sencillos. Diversas disciplinas suelen ofrecer explicaciones sobre el comportamiento humano, en el marco de una discontinuidad evolutiva respecto a las demás especies animales. A pesar de la convergencia teórica entre las ciencias cognitivas y la teoría evolutiva por selección natural, los psicólogos evolucionistas son acusados por plantear simples explicaciones adaptacionistas que se tornan tendenciosas y predecibles por la ausencia de evidencia empírica.

De Waal contribuye a la discusión ocupándose de una teoría naturalista sobre la moralidad; un intento valioso y justo por reconocer la discontinuidad en el trasfondo de una continuidad evolutiva compartida. El presente libro da cuenta de un debate entre un primatólogo (Frans de Waal), tres filósofos (Christine M. Korsgaard, Philip Kitcher y Peter Singer) y un conocedor de la psicología evolucionista (Robert Wright), sobre la pregunta ''¿por qué pensamos que no está bien ser malos?''.

El autor principal inicia la discusión aseverando que las teorías tradicionales sobre la moral son erróneas, puesto que defienden la clásica postura de una teoría de razones para considerar el egoísmo como un mecanismo primario de la selección natural pero no puede generalizarse esta característica como una condición sine qua non de todo comportamiento. Éste entonces da la vuelta a la premisa y considera que los humanos son una especie bondadosa por naturaleza, rasgo compartido con otros parientes cercanos como los primates. Entiéndase bien, la primera postura propone una transición evolutiva de animal moral a humano moral, la segunda, una transición de animal social a animal moral.

En defensa de la evolución de la ética De Waal expone diversas experiencias empíricas con primates que permiten dilucidar un comportamiento moral, no obstante, en primera instancia, concibe la moralidad como una serie de comportamientos destinados a procurar beneficios recíprocos al interior de la comunidad animal, no existe entonces una preocupación explicita por definir en términos esenciales un ''sentido del bien o del mal''.

Al ofrecer una aproximación empírica sobre la moralidad, el autor propone el ''modelo de la muñeca rusa'', cuyo núcleo es el contagio emocional o impacto emocional automático en el mecanismo percepción-acción, la siguiente capa o recubrimiento es la empatía cognitiva, donde se evalúa la situación y las razones de las emociones ajenas; finalmente, se encuentra la capa de la atribución donde se adopta plenamente la perspectiva del prójimo. Este modelo asocia en relaciones de continuidad las emociones con los juicios morales, sobre el cual es posible clasificar las especies de acuerdo a sus atributos y capacidades cognitivas; por ejemplo, animales que carecen de autoconciencia no podrán hacer uso de una empatía cognitiva, aunque evolutivamente diversas especies comparten el contagio emocional posible por el mecanismo percepción- acción, de Waal percibe la moralidad como una consecuencia directa de tendencias cooperativas que fueron inevitables en muchas especies animales como una estrategia de supervivencia.

Los comentaristas de la teoría expuesta por De Waal (Robert Wright, Christine M. Korsgaard, Philip Kitcher y Peter Singer), coinciden en que los juicios morales requieren capacidades cognitivas no disponibles en las demás especies animales, son de uso exclusivo de los seres humanos. En palabras de Darwin, ''un ser moral es un ser capaz de comparar sus acciones o motivaciones pasadas o futuras, así como de rechazarlas o aprobarlas. No existen razones para pensar que alguno de los animales inferiores posea esta capacidad'' (De Waal, 2007, p. 131). Definición que refiere a un autogobierno normativo, altruismo psicológico y capacidad de raciocinio; elementos subestimados por De Waal. Kitcher opina, por ejemplo, que el principal error de las conferencias pronunciadas por De Waal consiste en ''como un lenguaje vago ('componentes esenciales', 'consecuencia directa') actúa como sustituto de cualquier sugerencia específica sobre qué es lo que ha 'descendido' y 'que ha sido modificado''' (De Waal, 2007, p. 159). En otras palabras, De Waal sacrifica la consistencia de sus propios argumentos en beneficio de un optimismo antropomórfico.

De Waal intenta ofrecer una respuesta a los comentaristas identificando, a su juicio, las continuidades y discontinuidades de la moralidad compartidas entre los seres humanos y las demás especies animales. En un principio define el dominio de la moralidad como la acción de ''ayudar o (no) dañar a los demás'', cualquier acción distinta que violen la premisa y que aparentemente sea moral no es más que la manifestación de un lenguaje moral que recubre una convención social, mientras las normas morales son constantes (referidas al impacto sobre el bienestar de los demás), las convenciones varían enormemente de una cultura a otra. Desde esta perspectiva la moralidad predispone a una comunidad a favorecer la visión intragrupal, ésta ''evolucionó para tratar con la comunidad en primer lugar, y solo recientemente ha empezado a incluir a miembros de otros grupos, a la humanidad en general y a los animales no humanos'' (De Waal, 2007, p. 204).

Ahora bien, a diferencia de Wright, De Waal opina que no nacemos con una prescripción moral en mente o que disponemos de una moralidad inscrita en los genes, poseemos más bien, al igual que los fundamentos biológicos del lenguaje, de una agenda para el aprendizaje que indica qué información debe absorberse; es decir, disponemos de un dispositivo innato y flexible que permite considerar y validar normas u opciones morales.

Este dispositivo se compone de tres niveles: primero, componentes básicos o sentimientos morales como la empatía y la reciprocidad, la retribución, la resolución de conflictos y el sentido de la justicia; segunda, la presión social de todos los miembros para adecuar los comportamientos a las expectativas de la comunidad; tercero, el juicio y razonamiento que involucra la interiorización de necesidades y objetivos de los demás sobre los cuales se realizan juicios morales autorreflexivos, con frecuencia razonados lógicamente. Con los demás primates compartimos similitudes en los dos primeros niveles pero no se ha documentado ejemplos sobre el tercer nivel. De Waal finaliza ''¿son los animales seres morales? Concluyamos, más bien, que ocupan varios pisos en la torre de la moralidad. El rechazar incluso esta modesta propuesta únicamente puede dar lugar a una visión muy pobre de todo el conjunto'' (De Waal, 2007, p. 224).

A pesar de las diferencias entre los diversos autores sobre una posible teoría naturalista de la moralidad, señalan en común el no olvidarse de la famosa sugerencia de Stephen Jay Gould con la cual inicia De Waal sus conferencias: cualquier evaluación de nuestra historia evolutiva puede servir para enfatizar bien nuestras continuidades, bien nuestras discontinuidades. No se trata de tirar para un lado u otro, ''resulta más adecuado determinar qué es lo que ha pervivido y qué lo ha sido alterado'' (De Waal, 2007, p. 175)

Una reconstrucción evolutiva del comportamiento moral es una narración ineludiblemente histórica que incluye y relaciona la ''función'' o ''adaptación'' con las contingencias a las cuales la mente se ha visto sometida. Borges en su relato ''el Zahir'', en ''el Aleph'' (1949), en una opinión sobre Tennyson refiere ''que si pudiéramos comprender una sola flor sabríamos quiénes somos y qué es el mundo. Tal vez quiso decir que no hay hecho, por humilde que sea, que no implique la historia universal y su infinita concatenación de efectos y causas''. Es posible inferir que tal reconstrucción evolutiva, como los hechos universales que menciona Borges, requiere una historia y una concatenación de efectos, causas y azarosas contingencias; ¿quién iba a pensarlo?, los simios y los monos, al igual que el infante humano, constituyen la ventanita, a través de la cual, podemos observar los inicios evolutivos de nuestras más queridas prescripciones morales.