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Trivium - Estudos Interdisciplinares
versión On-line ISSN 2176-4891
Trivium vol.9 no.1 Rio de Janeiro enero/un. 2017
https://doi.org/10.18379/2176-4891.2017v1p.103
ARTIGOS LIVRES
De un analista a otro. Las memorias de los analizantes
From one analyst to another
Nestor Brounstein
Doutor em Medicina e Psicanalista. Professor aposentado Universidade Nacional do México. Autor de inúmeros livros e ensaios sobre Psicanálise traduzidos para o Inglês, Francês e Espanhol. Sua obra O Gozo foi traduzida e editada no Brasil pela editora Escuta, São Paulo. 2005 Endereço: Mallorca 305- 2 piso. Barcelona. Espanha Telefone: (34) 639267856
RESUMO
Abundan y son muy conocidos los relatos de experiencias, viñetas y casos de psicoanálisis escritos por los analistas. Menos frecuentes son los relatos de las sesiones o tratamientos analíticos cuyos autores son los propios "pacientes" (psicoanálisis clásico) o "analizantes" (terminología lacaniana). El artículo se centra en estos últimos y en las descripciones del trabajo de los analistas que ellos escribieron. Se refieren casos vistos por Freud, Jung, Winnicott y Lacan. Se señala el carácter ficcional que tienen estos "testimonios" que resultan ser verdaderas novelas sobre lo sucedido en el análisis... del mismo modo que los casos clínicos que pululan en las revistas y colecciones de libros de psicoanálisis. Las "memorias" de unos y otros no podrían decir "la verdad" de lo sucedido pues siempre son construcciones interesadas que llevan a preguntarse por el deseo del narrador. "No es la memoria la que da cuenta del inconsciente sino que es el inconsciente el que da cuenta de la memoria". El dispositivo lacaniano de la pase es una tentativa de liberar al psicoanálisis de las deformaciones del recuerdo de lo sucedido en cada caso sacándolo de la subjetividad de los integrantes de la pareja analista/analizante.
Palabras clave: ANALIZANTE; PSICOANALISTA; HISTORIAL CLINICO.
ABSTRACT
We can easily find well-known narratives of experiences, vignettes and case stories of psychoanalysis written by the analysts; they constitute a great part of which what we call our "literature". Much less frequent are the texts of sessions and of cures in which the authors are the "patients" (classical psychoanalysis) or the "analysands" (Lacanian vocabulary) themselves. This paper deals on just these and in the descriptions they give and wrote about. We quote cases seen by Freud, Jung, Winnicott and Lacan. It is noteworthy to see the fictitious characteristics of these testimonies that end up being true novels of what happened during the analysis... very like what happens with the clinical cases that swarm in magazines and book collections specialized in psychoanalysis. The "memories" of the analysts and analysands do not tell the "truth" of what happened because they are constructions that make us ask ourselves about the desire of the narrator in telling them. "It is not the memory which accounts for the unconscious but the unconscious which accounts for the memory". The Lacanian dispositive of "la passe" is an attempt to free psychoanalysis from the distortions of the memories of what really happened in a cure by taking it out of the subjectivity of the couple: analyst/analysand.
Keywords: ANALISAND; PSYCHOANALIST; CURE NARRATIVE.
Todos cuantos nos dedicamos a este benemérito métier del psicoanálisis --y no somos analfabetos, como a veces se da el caso-- recordamos haber leído, una vez por lo menos, los cinco historiales de Freud, y muchas o todas sus viñetas clínicas que se eslabonan desde 1893 hasta 1937. Inútil hacer el catálogo. Más escasas son nuestras lecturas de los testimonios escritos por los analizantes de Freud que publicaron los diarios, memorias y recuerdos de sus análisis y a los que casi nunca citamos o discutimos. Los diarios y relatos de Abram Kardiner, Smiley Blanton, Joseph Wortis, Anna G. y H. D. (Hilda Doolittle) y, en particular, las cartas que ésta última escribía día por día de su análisis con Freud, documentos vivientes de la práctica freudiana, son verdaderas curiosidades editoriales carentes (casi) de una bibliografía secundaria.1 Menos aun nos acordamos de los demás analizados (así llamados antes que Lacan los bautizara como "analizantes") con las excepciones, quizás, de El Hombre de los Lobos por el Hombre de los Lobos, las Memorias de Schreber (que no fue analizado), y el relato de Margaret Little sobre su análisis con Winnicott. En abierto contraste, se pueden reunir volúmenes enteros de comentarios psicoanalíticos a cada uno de los cinco casos transmitidos por el fundador de la disciplina incluyendo al sexto, "la joven homosexual".
"Dora" (Ida Bauer), "Juanito" (Herbert Graf) y, especialmente, Serguéi Pankéyev recordaron aspectos de sus análisis que son bastante poco halagüeñas para nuestra imagen de Sigmund Freud. Las expresiones de Kardiner, analizado en 1921-1922, nos llevan a preocuparnos por las consecuencias concretas para la práctica, a partir de la genealogía de todos los analistas que remiten su formación a esos análisis pedagógicos más que didácticos conducidos por Freud; esos análisis de los que todos o casi todos procedemos o debiéramos derivar a partir de la institucionalización del "didáctico". La opinión general es que el fundador llevaba a cabo, a partir de 1920, por lo menos, una práctica que bien podría llamarse salvaje y transgresiva de sus propios "consejos al médico". Cuenta Kardiner:
En cuanto a mi evaluación de Freud como analista, en esa época estaba muy cercana la experiencia para valorar lo que había ocurrido. En una ocasión le pregunté a Freud qué pensaba de él mismo como analista. "Me da gusto que me lo pregunte, porque francamente no tengo gran interés en problemas terapéuticos. En la actualidad soy muy impaciente. Tengo muchas cosas que me descalifican como gran analista. Una de ellas es que soy mucho „el padre". Segundo, estoy muy ocupado todo el tiempo con problemas teóricos, de modo que cuando tengo la oportunidad trabajo en ellos [...]. Tercero, no tengo la paciencia para trabajar con la gente por largo tiempo. Me canso de ellos y quiero extender mi influencia"; tal vez por eso sólo trabajaba con la gente por períodos cortos. (Kardiner, 1979, p. 70-71.)
Sea por las razones que fueren, todos los testimonios sobre la práctica analítica de Freud a partir de la llegada de los discípulos de Estados Unidos, terminada la primera guerra mundial, coinciden en señalarlo como muy reacio a recorrer los caminos que indicaba a sus seguidores. La actitud de fría objetividad con relación al deseo del analizante le era ajena. No tenía como modelo ni al cirujano ni al frío espejo; manifestaba sin ambages su curiosidad, se entremetía en las vidas de sus pacientes, era directivo, platicador, le daba de comer al Hombre de las Ratas si tenía hambre, publicaba el caso del Hombre de los Lobos, y le dedicaba un ejemplar del libro que había escrito sobre él, opinaba de todo y de todos, chismorreaba incluso, discutía con Havelock Ellis a través de sus pacientes que conocían al sexólogo inglés (Wortis y H. D.), hacía de Yofi, su perra, un personaje importante del gabinete de consultas en los años treinta, exhibía su colección de antigüedades, mostraba ansiedad por las noticias del día, se inmiscuía en la vida de los familiares de sus pacientes, se molestaba cuando --como sucedió, por ejemplo, con Wortis-- manifestaba opiniones sobre la homosexualidad que diferían de las suyas, etcétera. Su propia familia (incluyendo a Dorothy Burlingham, la inglesa amiga o, según dicen, amante de su hija Anna que vivía en el segundo piso de Berggase 19) estaba de una u otra manera presente ante los analizantes.2
Jung, a diferencia del fundador, nunca escribió un historial clínico describiendo a sus pacientes y lo que hacía con ellos. Tampoco lo hizo Lacan. Los psicoanalistas de niños (pregunta reiterada: ¿Existe el psicoanálisis de niños?) se han mostrado un poco más dispuestos a hablar de sus casos, quizás porque es más fácil mantener el anonimato de sus pacientes. De todos modos, si uno busca y rebusca en los anales de la bibliografía internacional, encuentra desde pequeñas ilustraciones clínicas hasta gruesos volúmenes de informes de casos tratados por nuestros colegas de todas las tendencias. Alguna paciente de Jung (Catherine Rush Cabot),3 dejó a su hija, al morir, un grueso expediente de apuntes y cartas escritas durante su prolongado análisis con el suizo disidente. Ciertos pacientes de Lacan han publicado libros, en su momento exitosos, sobre el análisis con el maestro y no faltan las compilaciones colectivas en donde se discuten las infinitas variantes de su práctica de la cura.4 Abundan y hasta sobreabundan las anécdotas descontextualizadas a las que se pretende dar valor ejemplar.5 Volúmenes enteros de obras de diferentes autores están dedicados a narrar incidencias y a comentar los sorprendentes, cuando no extravagantes, modos de proceder de Lacan.6
Entre los múltiples testigos, verdaderos "pacientes" del proceso, hay quienes escriben para mostrar su veneración al analista y también quienes lo hacen para denigrarlo y exhibir su incompetencia o el trato arbitrario al que fueron sometidos. Es frecuente que estos testimonios provengan de analistas practicantes que pasaron "de un analista a otro" y discurren sobre las discrepancias entre los estilos de abordar el inconsciente por cada uno de ellos, y cómo la experiencia influyó en sus opciones clínicas y teóricas en el momento de recordar la historia de su didáctico. En las conversaciones entre psicoanalistas es frecuente el intercambio sobre las distintas modalidades e, incluso, el fantasma expresado como pregunta: "¿Cómo me hubiese ido si en vez de hacer mi análisis de formación con X lo hubiese hecho con Y?". O, como es frecuente y es el caso de este autor, que se comparen los análisis habidos con diferentes analistas en diferentes momentos de la vida: el freudiano "ortodoxo", el kleiniano, el de Winnicott, el lacaniano. En todos los casos se trata de recreaciones après coup como no podría ser de otra manera, pero persiste y es relevante, de todos modos, una diferencia entre el relato escrito años después y el journal redactado al calor del momento. Los informes de los analizantes son siempre recusables pues, como todo testimonio, dependen del público al que se dirigen y están marcados tanto por la transferencia hacia el analista como hacia el auditor o lector imaginarios. El relato del análisis de cada uno forma parte, más que de su autobiografía, de su "heterotanatofonía" (Braunstein, 2008, p. 259) y no puede entenderse sin comenzar por analizar la escena misma de la transmisión y la coyuntura histórica y transubjetiva que enmarca al hecho mismo de "dar testimonio", incluso con sus connotaciones jurídicas, puesto que el lector es llamado a intervenir como juez que escucha a un testigo de cargo o de la defensa. La exposición del propio caso es una respuesta al enigmático "deseo del Otro", que funda tanto la emisión como la recepción del testimonio. "Esto pasó en mi análisis". ¿A quién se le dice y para qué, quién es el lector potencial de esos relatos?
No podemos menos que coincidir con Elisabeth Roudinesco (o ella con nuestra lectura del caso de Serguéi Pankéiev) cuando, en un texto poco difundido, escribe:
Al retrazar el itinerario de Margarite Anzieu [el caso Aimée], comprendí que Lacan había recorrido nuevamente el camino de Freud, de Breuer, de Janet. Todos los informes de casos son construidos como ficciones necesarias para la validación de las hipótesis del sabio. El caso sólo tiene valor de verdad por cuanto está redactado como una ficción. En general, se adecua a la nosografía de la época en la que fue escrito. Dicho de otro modo, Anna O., caso princeps de la histeria vienesa de fin de siglo [XIX], no sería en nuestros tiempos considerada como una histérica por lo mucho que ha cambiado la concepción de la histeria con la emergencia del saber freudiano. Pero, sobre todo, cada vez que el paciente real comenta retrospectivamente su propio caso --como lo hizo el "Hombre de los lobos"-- cuenta una historia muy diferente de la del médico. ¡No, él no se curó; no, él no es quien la ciencia ha hecho de él! Nada quiere saber de su doble y rehúsa los oropeles de la ficción. En síntesis, él ha sido la víctima de un discurso que no es el suyo: fantasma errante y privado de su identidad. (Roudinesco, 1994, p. 117).
Pocas veces se ha dado el caso de escuchar a la vez el testimonio del analista y el del analizante. Es, en ese sentido y en muchos otros, tan excepcional como ejemplar el mentado caso del Hombre de los Lobos, pese a los muchos elementos de distorsión que intervienen tanto en el historial de Freud ("de una neurosis infantil") como en la "autobiografía" del paciente escrita para satisfacer un pedido de la Asociación Internacional de Psicoanálisis (IPA, por sus siglas en inglés) que lo mantenía y sostenía como emblema de los tiempos idos. Las discrepancias entre su narración en el texto "autobiográfico" y las entrevistas concedidas a periodistas y curiosos que se acercaron a él son flagrantes (Braunstein, 2008, p. 170-207). Otro caso interesante pero del que tenemos solo vislumbres muy fragmentarios es el de las varias viñetas escritas por Jean-Bertrand Pontalis sobre el caso de Georges Perec, y las notas dejadas por el gran escritor acerca de su análisis, muchas veces, como en su "autobiografía" W o el recuerdo de infancia, redactadas de un modo descaradamente ficcional que, por eso mismo, revelan la verdad de la estructura (Braunstein, 2008, p.173-176). Se ha llegado incluso a arriesgar la hipótesis7 de que su obra magna, La vie, mode d'emploi, ese inmenso laberinto literario basado en la técnica de hacer y de armar rompecabezas, es un compte-rendu, un acta velada, de la marcha de su análisis con Pontalis, sesión por sesión. La clave y el proyecto de la genial novela de Perec serían la venganza criptográfica y su puzzle no sería sino una velada manera de recriminar los defectos de su analista dando así libre curso a oscuras reivindicaciones.
Supongamos que los dos participantes en la escena, el analista y el paciente, tuviesen que escribir por separado un relato de lo que pasó en el análisis o incluso en una sesión. ¿Coincidirían? ¿Cuál sería el relato más digno de fe? ¿Los dos juntos? ¿Ninguno de los dos? Recurramos a la analogía con la fotografía: ¿Utilizarían ambos el mismo ángulo, iluminarían de la misma manera, encuadrarían los mismos objetos en el espacio y en el tiempo, realzarían o suprimirían (reprimirían) lo mismo? ¿Considerarían valiosos y dignos de ser transmitidos los mismos momentos? Nadie discutiría que el valor heurístico de esa experiencia imaginaria sería fabuloso, pues se pondrían de manifiesto las diferencias entre los dos relatos que resultarían elevadas a la dignidad del síntoma. El síntoma de ambos. Asistiríamos sin duda al elocuente desfasaje, a la palmaria contradicción, más que a la sospechosa coincidencia. Rashomon en el diván.
¿Cómo transmitir esa experiencia inefable en tanto que todas las palabras no hacen más que medio-decir la verdad y que la verdad no puede decirse toda, pues las palabras faltan para ello? Lacan consideró que el psicoanálisis estaba amenazado de muerte si no se conseguía develar y hacer público, al menos en el nivel institucional, lo que sucedía en la intimidad del encuentro secreto en el gabinete de psicoanálisis. Es el fundamento de su propuesta "del" (de la) pase. El procedimiento de la pase8 va calladamente contra la tradición de las asociaciones bien o mal llamadas "freudianas", que privilegia la voz del médico por encima de la palabra, generalmente, considerada no fiable, no preparada, ¿naïf?, no instruida, del candidato, del enfermo, pasivo, paciente.
Consideremos como dato esencial y diferencial con el juicio sobre el final del análisis entre la propuesta de Lacan y la vigente en la IPA el hecho de que mientras que en la opción lacaniana se considera secundaria la opinión del analista, es sólo esta última la que se escucha en el informe que el didacta rinde a la Asociación, y que permite el pasaje de la condición de candidato a la de miembro adherente y después titular. El pasante lacaniano es un no analista que se dirige a otros no analistas para que controlen el acto analítico sucedido en su psicoanálisis, y entre ellos hagan un aporte teórico que enriquezca el saber de todos. Por eso, este artículo bien podría -lacanianamente- titularse: De un NO analista al Otro. En la IPA hay un analista y una institución que juzgan a un aspirante y emiten un dictamen que es una sentencia jurídica.
Lacan es muy preciso, sin embargo, al aclarar que el hecho de ser no analistas es todo lo contrario de suponer que sean no analizados. Sólo el testimonio de un no analista a otros no analistas (pasadores), y de éstos a los analistas miembros de la Escuela que integran el jurado de confirmación (jury d'agrément, escogidos por sorteo entre los analistas que manifiesten su voluntad de integrarlo, no por sus antecedentes o su prestigio) puede autentificar la experiencia de la pase (Lacan, 2001, p. 270-271).9 En cuanto a los "analistas" mismos, Lacan no esconde su desprecio: "Tienen una producción estancada -sin salidas teóricas fuera de mis esfuerzos por reanimarlas-, de la que habría que medir la regresión conceptual, incluso la involución imaginaria a concebir en su sentido orgánico" (Lacan, 2001, p. 270-271). Esos, los "didactas" de una Asociación (IPA), son los únicos habilitados para conferir los grados que equivalen a jerarquías tal como Lacan lo denuncia en "Situación del psicoanálisis en 1956" (Lacan, 1966/2009, p. 459-492).
La verdad de un análisis no reside en el testimonio de uno u otro, del personaje en el sillón o del personaje en el diván, sino en la inaudita (literalmente así: nunca escuchada) divergencia entre los dos relatos, ninguno de los cuales es más confiable que el otro. La verdad de un análisis no se lee en el discurso que lo narra, por detallado que sea, sino en el cambio de la posición subjetiva del analizante en el momento en que opera la destitución del sujeto supuesto saber representado por su analista. En la perspectiva lacaniana, la imposible objetividad de lo sucedido -lo avanzado o no- en el análisis se aborda mediante el trabajo de elaboración, verdadero momento del working through, de los pasadores y los testigos del proceso que acabamos por serlo todos (a partir de los efectos). Para que eso suceda hace falta prescindir de los prejuicios sobre la alternancia imaginaria entre la transferencia y la contratransferencia de analista y analizante. Hay un privilegio que subyace a la propuesta de la pase, ciertamente, y es el de la palabra del analizante. Quizás por eso Lacan fue tan parco en exponer anécdotas de su práctica y tan explícito en señalar eso que el psicoanálisis no era. Exactamente lo contrario del clásico informe médico de un caso, el historial, equivalente "clínico" del protocolo de una experiencia científica. Quien ostenta y detenta la verdad del análisis realizado es el analizante, mucho más que el analista.
Normalmente, en la vasta literatura del psicoanálisis ("esos establos de Augias"), si algo escuchamos de lo que dicen y opinan los pacientes es a través de lo que se dignan comunicarnos sus "terapeutas" que encuentran siempre en esas palabras la confirmación de sus a priori y de sus propuestas teóricas.10 Freud con el Hombre de los Lobos no es el menor de los ejemplos. ¡Como si la idealizada "objetividad" pudiese estar más cerca del diván que del sillón! Conviene recordar que tanto Freud (con H. D.) como Jung (con Mary Briner Ramsey) se opusieron a que sus pacientes escribiesen registros de las sesiones con ellos, y esa oposición se magnificó cuando supieron de la posibilidad de que esos testimonios fuesen publicados como "diarios de mi análisis con..." Jung alegaba que el deber de confidencialidad debía regir tanto para el analista como para su paciente, lo que no le impidió romper escandalosamente con ese deber al hacer públicos los datos del caso y las pinturas de su paciente Christiana Morgan. Mary Briner quería dar testimonio "del material que surgía en su análisis y cómo ese material era tratado de un modo diferente del usado en el psicoanálisis freudiano, así como de los cambios que se registraban por el tratamiento tanto en la conciencia como en el inconsciente del analizante". Se nos cuenta, en la biografía más documentada y autorizada de Jung, que cuando el zuriqués supo del plan de la paciente estadounidense y vio una copia del diario, su afrenta (outrage) fue monumental. Dijo que la descripción de su manera de ejercer la profesión le produjo un dolor de cabeza tan brutal que no pudo acabar de leerlo: "Estaba tan hondamente impresionado por la estupidez abismal de mi método que hubiese sido suicida el darle un placet a su publicación" (Bair, 2002, p. 382.). Es fácil criticar al rebelde discípulo de Freud tachándolo de "censor", pero el nuestro sería un juicio superficial. La estupidez no estaba en Jung sino en la pretensión de raigambre periodística de registrar en un diario o con un magnetófono lo que se dice en un análisis. Y eso es tan válido si el informe procede del psicoanalista como si viene del analizante. Estaba Jung en lo cierto cuando le explicó a su paciente de dónde procedía la ofensa:
Es absolutamente imposible que usted conozca el trasfondo y las motivaciones de las cosas que yo digo sin que importe lo más mínimo la exactitud de su informe. Los énfasis y los matices y las insinuaciones faltarán inevitablemente. [...] Se requeriría de un genio casi sobrehumano para pintar el cuadro de lo que yo hago. [...] En su representación yo estoy totalmente ausente, dicho de otro modo, hay una insípida nube verbal que remplaza el hecho psicológico: Yo soy. Si esa nube no representa ni siquiera su propia y total experiencia mucho menos lo hace con mi participación en el juego. Puedo equivocarme, pero no percibo [en su diario] ni el menor indicio de todos los matices y sutilezas de la entonación y el gesto, para no hablar del trasfondo inconsciente que es capital y está siempre presente. (Bair, 2002, p. 382.)
Verdad es que lo esencial del proceso psicoanalítico no reside en el detalle "material" de las experiencias concientemente registradas por los participantes en la escena; tampoco en las palabras intercambiadas por fiel que sea su reproducción. De todos modos, tampoco podría negarse que el conjunto de los testimonios sobre un practicante del psicoanálisis presentan una visión estereoscópica de lo más importante: el estilo que es lo esencial de lo que el analista puede transmitir en la cura. Las historias de casos, así como los relatos de los análisis, son ficciones que manifiestan y ponen de relieve la verdad de la estructura. De ahí el interés del testimonio para el psicoanálisis. Cada autor que cuenta su experiencia es un pasante. A veces, como en el caso de Haddad con su analista Lacan, el "paciente" se ve impulsado a contar las incidencias de su cura por el fracaso de la aspiración a ser designado Analista de la Escuela (AE) después de haberse sometido al procedimiento de la pase. En todos estos textos, el relato por parte del analizante habrá de ser siempre tomado, ni más ni menos, como una pase salvaje. Los ejemplos abundan y tal vez el ejemplo más fulgurante se encuentre en el Diario clínico de Sandor Ferenczi.11
Los testimonios de los analizantes revelan, quiérase o no, algo de lo fundamental: la idea que el analista tiene del inconsciente y, por ende, de su labor, en el momento de analizar. Hasta en las más ínfimas modulaciones en la manera de pedir al paciente que se someta al método de las asociaciones libres, como recordaba Lacan, se transmite esa concepción. ¿Qué lugar ocupa, entonces, la memoria del analizante en la marcha y en el resultado del proceso cuando quiere contarnos lo que pasó en la relación analítica? Seamos terminantes: no es la memoria la que da cuenta del inconsciente sino que es el inconsciente el que da cuenta de la memoria. Es el deseo del analista el que actúa de modo invisible, como, en el caso que ya evocamos, lo hace el fotógrafo que define lo que nos da a ver y llamamos fotografía: el encuadre, lo incluido y lo excluido, la iluminación que resalta o deja en la sombra, los retoques de la imagen, las veladuras y difuminaciones. Todo ello proviene de un designio del que nada sospechamos cuando miramos las fotos. Ese trabajo es el parergon, el conjunto de elementos que enmarcan la obra y parecen no formar parte de ella: el título, las dedicatorias, los pies de imprenta, la tipografía que destaca o esconde elementos constitutivos, el hecho mismo de indicar un "género": "fotografía", "novela", "memorias" o la leyenda al pie que acompaña a una fotografía y que pretende pasar como la puesta en palabras del objeto retratado. Como el título de un cuadro o el apodo de una sinfonía o, incluso, el número de opus, el año de redacción o composición, las fechas del © (copyright) o del nacimiento y muerte del autor. El analizante o el analizado llevan en sí, cuando hubo efectivamente análisis, la marca del deseo de su analista como parergon. Inefable e indeleble.
La memoria hablada y escrita de las sesiones, o del proceso en su conjunto, es un efecto de la conocida elaboración secundaria, ese elemento infaltable y variable que fija en una forma coherente al contenido manifiesto de los sueños, permitiendo la intromisión de los procesos secundarios y las aspiraciones y demandas del yo. Tanto en el caso de las memorias de los analistas como de los analizantes. Ninguna "memoria" podrá transmitir lo esencial de la cura. Bien sabemos que los sueños no son descalificados como formaciones del inconsciente de un sujeto debido a que están deformados por el trabajo del yo oficial. Todo lo contrario. También en la deformación, en la distorsión y en la mentira, en toda Entstellung, se manifiesta la presencia del fantasma. En eso tenía razón Jung contra Freud, nos guste o no. La escena originaria del Hombre de los Lobos no es un recuerdo sino una fantasía elaborada entre él y su analista que fue proyectada retroactivamente al pasado y transformada en memoria de algo que nunca sucedió, o que tuvo la prosaica y magra realidad de haber visto alguna vez la cópula de unos perros. Es el propio Freud el que acaba por reconocerlo en su informe y decide remitir esa macarrónica Urszene --tan laboriosamente reconstruida-- a fantasmas inconscientes propios de la humanidad, recibidos por transmisión hereditaria y transformados en patrimonio filogenético. ¿Valía la pena tanta discusión contra su hereje discípulo de Zurich para terminar diciendo, con otras palabras, lo mismo que él (símbolos universales e inconsciente colectivo presentados como "fantasías de transmisión filogenética")? Claro que, si el criterio de la verdad es la creencia convencida del paciente en la verdad de la construcción, la cuestión entera de lo "que en realidad pasó", fantasma de los historiadores desde antes de Freud (Ranke), pasa a un segundo plano, se hace accesoria. En tal caso no importa mucho la eventual objetividad o deformación subjetiva de lo que trasmiten los dos personajes implicados en un psicoanálisis. Lo decisivo pasa a ser la calidad poética del relato. En el plano literario, definitivamente, Freud es en todo superior a sus analizantes... y por eso mismo es que nos inclinamos a escucharlos también a ellos con sus debilidades narrativas.
Lo real de lo sucedido está irremisiblemente perdido. De un análisis sólo tenemos estos restos, huellas, bribes, guardados en la memoria que se construyen en el momento de transmitirlos, en función del oyente-receptor... como en la experiencia de la pase. ¿Qué se transmite? Palabras, representaciones, fantasías, productos de la imaginación. Como en un sueño. Como a través de un cristal oscuro. Darkly. Si el deseo del fotógrafo es lo que no se ve en la fotografía, es el deseo del analista lo que falta --y se trasluce-- en el relato de un análisis. A reconstruir.
¿Nada de real pasa al relato? No exageremos: el uso del tiempo y las regulaciones sobre el espacio y el dinero sí se pueden transmitir. Precisamente porque son los elementos de lo real que entran en un análisis al igual que lo que se hace con el cuerpo. La presencia de sus perros en la escena de los análisis realizados por Freud y por Jung, la arquitectura y los elementos decorativos de los consultorios, la presencia de terceros, el hojear de las páginas de Le Figaro por Lacan mientras sus analizantes le hablan, el caminar nervioso de Jung, las interrupciones para dar lugar a evocaciones personales de los analistas, la decisión de imponer un plazo por anticipado al análisis que el propio Freud define como un chantaje, los cortes lacanianos de la sesión considerados como escansiones antes aun de que el sujeto diga una palabra, la indicación winnicottiana de internación de una paciente antes de salir de vacaciones, la derivación junguiana de un paciente a su amante, la amenaza reiterada en el lacanismo de trabar la pase o de incitar al sujeto a que la realice, el supuesto informe del didacta a las autoridades de la asociación, el pasaje al acto (sexual), la decisión de psicoanalizar a la propia hija, la orden de Freeman Sharpe impartida a Margaret Little para que presente su testimonio a la institución en calidad de pasante mientras está en pleno duelo por la muerte de su padre, el engañoso informe transmitido a la comunidad con el disfraz de que esa analizante debía pronunciar una conferencia radiofónica sobre un tema que interesaba a la analista, las frecuentes pretensiones de posar como modelo vital para el paciente o el deseo manifiesto de ser imitado o reconocido como autoridad, los ofrecimientos y los pedidos de regalos y favores a los analizantes, en fin, todo aquello que no son las "vacilaciones calculadas de la neutralidad", esas que todo análisis requiere en un momento u otro del proceso. Todo esto son más que errores técnicos: son manifestaciones de lo real del análisis en tanto que la experiencia se pervierte. Cada sesión tiene algo de magia, algo de sueño, algo de traumatismo, algo de invocación a las divinidades del Averno y de los ríos que a él conducen (Acheronta, Styx), algo de inefable. Toda sesión es una formación del inconsciente. El intento de transmitir lo que sucede en ese escenario está destinado al fracaso si se pretende que sea "integral" u "objetivo". Es siempre valioso si se reconoce la presencia del fantasma que preside ese transporte de lo real diurno del diálogo en el gabinete analítico a la escena nocturna de la escritura del "caso" o la viñeta que se da a leer a otros.
Aparecen, entonces, las dimensiones imaginarias y simbólicas de lo que el analista representa para su analizante más allá de lo real, inaprehensible a la percepción conciente. El analista como voluntad y representación. Las palabras y fantasías son evocaciones y distorsiones de ese núcleo real. ¿Qué representa el analista? No se podría encontrar una respuesta nítida para una pregunta endeble pues "El" analista no existe... así como no existe "La" mujer. ¿Qué representa --equivalente de ¿qué quiere?-- un analista, este analista, no para "un" analizante sino para "este" analizante; sobra repetir que el psicoanálisis funciona siempre de modo singularizado en el uno por uno. Seguramente cada analizante tiene representaciones de su analista, variables, inestables, lábiles, formadas en cada momento y reformadas en el après coup de la cura. ¡Cuántas representaciones no se habrá hecho el Hombre de los Lobos de Freud a lo largo de los setenta años en que pudo conocerlo primero y recordarlo después! ¿Qué representó en lo real el analista para él? Ciertamente no era Serguéi Pankéyev quien podía decirlo. Tal vez sí pudieron tener algunos indicios para responder a esa pregunta los analistas que lo analizaron después, Ruth Mack Bruswick, Judd Marmor, comentaristas como Serge Leclaire, nosotros inclusive (Braunstein, 2008, p. 170-207). En lo simbólico, este paciente tenía un paquete de palabras, un texto con la dedicatoria del autor, un heterónimo inventado por la comunidad analítica a partir del informe de su médico (inventor del personaje que él llegó a encarnar: "Hombre de los Lobos"), un relato novelesco de su pasado, un lugar en la historia y en la genealogía del psicoanálisis y de sus instituciones, etcétera. En lo imaginario, podía enorgullecerse de ser un "discípulo" privilegiado del fundador, un hijo dilecto, el beneficiario de una deuda que este padre imaginario le pagaba en especie, la víctima de un episodio paranoide hipocondríaco en el que podía acusar la impotencia de su padre que, de todos modos, seguía en su fantasma penetrándolo por detrás al mismo tiempo que, como en la primera sesión, él se cagaba encima de la cabeza de este "judío estafador". Nunca se terminaría de confeccionar el catálogo de lo que el analista representa en la cura para el analizante. Y, especialmente, después de acabado el "tratamiento", una vez que se alcanza esa liquidación de la transferencia anhelada por Freud y que tropieza con la roca viva de la castración, o una vez destituido el sujeto supuesto saber en el fin del análisis de Lacan (valga el genitivo en su doble sentido, Löwenstein incluido).
¿Qué representa el analista, qué representa él (o ella) en lo real? Para contestar a esta pregunta debemos repetir la insoslayable respuesta de Lacan en su forma más condensada: "El analista funciona en el análisis como representante del objeto a". (Lacan, 1975/1981, p. 35) El lector avezado de los textos lacanianos podría pensar que la expresión, a pesar de repetirse tanto (o quizás por eso mismo) no es muy clara y escapa a la comprensión. Si eso le (nos) sucede podrá consolarse de inmediato leyendo que "a fin de cuentas no es seguro que yo mismo capte incluso todo el sentido de esta fórmula, pero estoy convencido de que tal es, efectivamente, la manera en que eso tiene que escribirse, y esto es lo que expresan exactamente los cuatrípodos que designan el discurso del amo y el discurso analítico". (Lacan, 1975/1981, p. 35)
Es decir, que el analista se hace agente de un discurso y trueca su lugar con el significante uno, enviando a ese significante al lugar de la producción que antes ocupaba el objeto a. El analista representa, según su inventor, Lacan, al objeto a. Él no es a sino que, como el agente en cualquiera de los discursos, es semblante de a.12 Vistos los testimonios que hemos evocado a lo largo de este artículo, los de analistas y analizantes, ¿podemos decir que los analistas hemos estado a la altura de lo que se espera de nosotros dado el lugar que ocupamos en la estructura? ¿Es que --a la vista de lo que aprendemos en nuestros análisis y en las lecturas y relatos de los análisis ajenos-- esta fórmula es válida? ¿Hemos de seguir analizando como todos parecen haberlo hecho, como sujetos, no como semblantes de a... y en ese caso tendremos que cambiar la fórmula o hemos, por fin, de validar esa fórmula? Dan ganas de exclamar: "¡Analistas, encore un effort!"
Quiero terminar con una viñeta clínica, recurriendo al sueño que figura en la última página del libro de Gérard Haddad en donde él relata su análisis con Lacan, el sueño que da título a su libro autobiográfico. En ese final del texto da a ver, después de haber sido rechazado en su demanda de pase en la Escuela Freudiana de París, lo que todavía puede esperarse del psicoanalista:
"¡Qué cosa extraña es el psicoanálisis! En cada una de las crisis que habría de conocer después, Lacan se me aparecería en sueños y esa llamada nostálgica a su recuerdo me ayudaba a superarlas. Tuve así, aquella noche, un sueño asombroso.
"Lacan --esa era la primera vez que lo soñaba después de su muerte-- estaba sentado en el borde del gran sofá cama que nos servía de lecho conyugal, un mueble impresionante, sobreelevado, de estilo Luis XV, que nos servía de lecho conyugal. Se lo veía muy viejo y sus pies no tocaban el suelo. Gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas. Le pregunté por la causa de su pesar.
"Es por no haber resuelto (réglé) todos sus problemas", me dijo.
"Yo lo tranquilicé y le reafirmé mi afecto y mi gratitud.
"¡Oh! Usted ha resuelto muchos (réglé beacoup-pagado mucho)".
"Y, entonces, dijo esta frase perturbadora.
"Usted es mi hijo adoptivo".
Notas
(1) Kardiner, A. (1979) Mi análisis con Freud. México: Joaquín Mortiz; Blanton, S. (1974) Diario de mi análisis con Freud. Buenos Aires: Corregidor; Wortis, J. (1954) Fragments of an analysis with Freud. Nueva York: Simon and Schuster; Doolittle, H. (1974) Tribute to Freud. Boston: Godine; y Friedman, S.S. (ed.) (2002) Analysing Freud. Letters of H. D., Bryher, and their Circle. Nueva York: New Directions. A esta reducida lista se agregó últimamente ¿Cómo se comporta exactamente ese Profesor Freud?, en alemán Wie benimmt sich der Prof. Freud eigentlich?, editada en francés con un título sin filo: Koellreuter, A. (2010) Mon analyse avec le Prof. Freud. París: Flammarion-Aubier.
(2) Kardiner cuenta cómo se pasó de la tradición de seis sesiones semanales a cinco después de "discutír este asunto con mi mujer y mi hija Anna. Yo estoy dispuesto a tomar una hora extra de trabajo, pero ellas no quieren escuchar, ni lo aceptarían". (Kardiner, 1979, p. 22)
(3) Reid, J.C. (2001). Jung, my mother and I. Munich: Daimon.
(4) Cf. Rey, P. (1989). Une saison chez Lacan. París : Laffont y Godin, J. (1990) Jacques Lacan, 5 rue de Lille. París: Seuil. Historias fragmentarias de análisis con Lacan se encuentran en Perrier, F. (1985). Voyages extraordinaires en Translacanie. París: Lieu Commun; Schneiderman, S. (1983). Jacques Lacan.The death of an intellectual hero. Cambridge, Massachusetts: Harvard University Press; Haddad, G. (2002). Le jour où Lacan m'a adopté. París: Grasset. En forma de novela véase Milan, B. (1997). Le perroquet et le docteur. París: L"aube.
(5) Allouch, A. (1992). 213 ocurrencias con Jacques Lacan. México: Sitesa. Sobre Lacan como analista, maestro y supervisor, véase Didier-Weill, A. y Safouan, M. (comp.) (2007). Travailler avec Lacan. París: Aubier.
(6) Brissac, M. et. al. (1992). Connaissez-vous Lacan?. París: Seuil y Didier-Weill, A. (ed.) (2001), Quartier Lacan. París: Denoël.
(7) Burgelin, C. (1993) Autoportrait d"une âme, Magazine Literaire, 316, 50.
(8) ¿Por qué no dar a la palabra "pase" su especificidad psicoanalítica lacaniana tomando en cuenta que en francés passe es sustantivo femenino mientras que en español es masculino? ¿Por qué no hablar de la pase, del mismo modo que decimos "la base" o "la fase", "la frase" y "la clase"? Es una sugestión que estaría de acuerdo con nuestro uso de la palabra "forclusión", específicamente lacaniana, como concepto distante de su significación jurídica. Y sin que nos preocupe mucho que, en español, se trate de un nuevo sintagma. No se me escapan las otras connotaciones implicadas en esta feminización (gramatical) de la pase.
(9) Es desafiante el tono de Lacan cuando allí anota: "Es que, cuando se llega incluso a escribir que mi proposición (del 9 de octubre de 1967) tendría como objetivo entregar el control de la escuela a los no-analistas, yo no me privaré de coger el guante. Y hasta diré que ese es, en efecto, el sentido: pretendo dar a los no-analistas el control del acto analítico, si de tal modo hay que entender que, en el estado actual, el estatuto del psicoanalista no sólo lo lleva a eludir ese acto, sino que degrada la producción que dependería de él para la ciencia". Véase también Lacan, J. (1970). Principes concernant l"accéssion au titre de psychanalyste dans l"École Freudienne de Paris, en Scilicet, núm. 2/3, p. 31.
(10) Agendas es el neologismo que se utiliza en el inglés de nuestros días. Palabra latina y de reconocimiento castellano que puede incorporarse a nuestra lengua sin violentarla con esta nueva acepción: "programa de acción prefijado; preconcepción actuante".
(11) Ferenczi, S. (1988) Diario clínico. Buenos Aires: Conjetural.
(12) Según la rectificación de los nombres de los lugares en las estructuras discursivas: en el lugar del "agente" aparece el "semblante". Lacan, J. (2006) El Seminario. Libro 17. De un discurso que no sería semblante. Buenos Aires: Paidós.
Referências
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Freud, S. (1986). Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico. En Obras completas: Sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente (caso Schreber), Trabajos sobre técnica psicoanalítica, y otras obras. Buenos Aires: Amorrortu. v. XII. [ Links ]
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Roudinesco, E. (1994). Généalogies. París: Fayard. [ Links ]
Recebido em: 11/12/2016
Aprovado em: 14/03/2017