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Revista Polis e Psique

On-line version ISSN 2238-152X

Rev. Polis Psique vol.8 no.1 Porto Alegre Jan./Apr. 2018

http://dx.doi.org/10.22456/2238-152X.80425 

ARTIGOS

 

E se nós fossemos Jacques Rivière?

 

What if we were Jacques Rivière?

 

¿Y si fuésemos Jacques Rivière?

 

 

Martin Correa-UrquizaI

I Universidad Rovira i Virgili (URV), Tarragona, CT, Espanha.

 

 


RESUMO

A relação epistolar entre Antonin Artaud e seu editor, Jacques Rivière, sugere neste artigo a possibilidade de uma outra maneira de se relacionar com a chamada loucura. Propõe uma visão que permite um freio para a patologização constante das identidades sociais no campo da saúde mental. Para Rivière, Artaud era antes poeta do que louco; escritor antes que sujeito da loucura, e a partir daí o interpela, o acompanha. O editor aparece, então, como um tipo de gentil provocador, um hipocrático literário, um gerador de novos contextos de possibilidades, de canais para o fluir criativo de Artaud. E foi precisamente esse fluir acompanhado, o que mais tarde permitiria ao poeta francés, conseguir uma relativa recuperação. O artigo é apresentado como um breve ensaio teórico a partir do qual propõe a possível exploração de outras formas de se relacionar com a questão do sofrimento psíquico e da saúde mental.

Palavras-chave: Loucura; Artaud; Despatologização; Identidade; Saúde Mental.


ABSTRACT

We posit in this article that the epistolary relationship between Antonin Artaud and his publisher, Jacques Rivière, suggests the possibility of another way of relating to so-called madness. It proposes a view that enables a halt to the ceaseless pathologization of social identities in the field of mental health. For Rivière, Artaud was a poet rather than a madman, a writer rather than a subject of madness, and with that outlook he challenges him and attends to him. The publisher emerges as a gentle provocateur, a literary Hippocrates, an instigator of new contexts of possibilities for Artaud’s creative flow. And it is precisely this ministered attention to flow which would later allow the poet to effectuate a certain recovery. The article is a brief theoretical essay which seeks to propose the possibilities of exploring other ways of linking with and relating to the question of psychic suffering and mental health.

Keywords: Madness; Artaud; Depathologisation; Identity; Mental Health.


RESUMEN

La relación epistolar entre Antonin Artaud y quien fuera su editor, Jacques Rivière, nos sugiere en este artículo la posibilidad de una otra manera de vincularse con la denominada locura. Nos propone una mirada que habilita un freno a la constante patologización de las identidades sociales en el campo de la salud mental. Para Rivière, Artaud era antes poeta que loco; escritor que sujeto del trastorno, y desde allí lo interpela, lo acompaña. El editor aparece como una suerte de amable provocador, un hipocrático literario, generador de nuevos contextos de posibilidades para el fluir creativo de Artaud. Y fue precisamente ese fluir acompañado lo que le permitiría más tarde al poeta alcanzar una cierta recuperación. El artículo se presenta como un breve ensayo teórico desde donde proponer la exploración posible de otras maneras de relacionarse con la cuestión del sufrimiento psíquico y la salud mental.

Palabras-clave: Locura; Artaud; Despatologización; Identidad; Salud Mental.


 

 

No hay solución para el enigma de la condición humana, el misterio de la existencia no es desvelable. Las preguntas del porqué del para qué, insisten. Hay que permitir que la vida se instale en nosotros [...] Hay que seguir. Desconfía de los apóstoles del absoluto. (Abraham, 2004)

Para Antonin Artaud la noción de cura era como mínimo, relativa. La razón “dolía” mientras él se atrincheraba detrás del cuerpo de las palabras. Desconfiguraba sentidos para descubrir nuevos puzzles desligados de lo que su entorno naturalizaba como “real”. No sé qué hubiese significado Artaud “curado”, qué hubiese sido de su literatura sin esa encarnizada relación con el propio sufrimiento ¿Qué implica en estos casos curarse?, ¿eliminar los síntomas?, ¿detener la aflicción?  ¿Habría consumado Artaud aquello que escribió de no haber existido el tormento? Si hay cura no hay su literatura. Sin su literatura no hay Artaud. Él mismo afirmó siempre que no “era” sin su creación, sin su obra. ¿La cura hubiese eliminado al poeta?, ¿lo hubiera neutralizado? Artaud, excluido de la posibilidad de la duda y el dolor, ¿se habría percibido a sí mismo como sano? Sin el antifaz que hemos aprendido a improvisar los cuerdos la realidad duele quizás de otras formas. El loco no es “capaz de disimular el arañazo” pero es quizás allí donde residan algunas partes desencajadas de su posibilidad creativa. Al poeta francés bien podría adjudicársele la pregunta que un nikosiano1 se planteaba a sí mismo durante un programa radiofónico en marzo del 2005: “¿Puede curarse el sufrimiento que da la existencia si el mundo se empeña en el absurdo? ¿Debe intentar curarse si es de eso de lo que se alimenta lo que escribo?” Y más adelante continuaba:

Prefiero sentir el dolor y el sufrimiento a la invalidez emocional de las pastillas. Prefiero el dolor, el placer, el reír y volver a llorar, antes que la muerte emocional de las pastillas. Frente a la vida petrificada, aunque me cueste la vida, prefiero poder correr, amar y sentir. (Correa-Urquiza, 2015, p.154)

Para algunos sectores de la biomedicina la locura o problemática mental2 es crónica en términos clínicos. ¿Pero cómo puede hablarse de la imposibilidad de una cura si no existe aún un claro consenso alrededor de lo que la misma cura significa o implica? Existe, sí, un mejor estar dicen, ¿pero se puede pensar en un mejor estar neutralizando al sujeto y a sus capacidades de acción y de percepción del entorno?, ¿eliminando, en definitiva, sus posibilidades de obra?

Tomas Abraham, filósofo, analiza la relación del poeta francés con su editor Jaques Rivière y, según cuenta, sólo algunas de estas preguntas tienen su respuesta. Rivière, dice Abraham (2004), era en el París de principios del siglo XX el editor, y más tarde director, de una de las más prestigiosas revistas literarias de Francia, la Nouvelle Revue Française3. Fue a él a quien Artaud le envió sus primeros poemas con la intención de que fuesen publicados. La contestación de Rivière, en una carta amablemente implacable - una suerte de respuesta institucional ligada a las formas de un protocolo sutil -, fue negativa. Era una carta que instaba al poeta a continuar escribiendo, pero que le reprochaba “cierta falta de cohesión, de cuerpo”, en la escritura. Artaud asumió esa réplica como un cuestionamiento y volvió a insistir “argumentando una terrible enfermedad del espíritu que hacía vacilar su pensamiento” (Abraham, 2004, p. 179), vino a decir algo así como que él era sin estructura, era el no cuerpo, la imposibilidad de la cohesión, la erosión, un abismo de palabras robadas, no-propias. Para el poeta existía una cierta “imposibilidad de sentir el ritmo del propio pensamiento - en su lugar yace algo trizado desde siempre - y (la) imposibilidad de sentir vivo el lenguaje humano” (Pizarnik, 1990, p. 11). En uno de sus auto-retratos literarios titulado “Antonin Artaud” decía:

Quién soy? / ¿De dónde vengo? / Soy Antonin Artaud / y apenas yo lo diga / como sé decirlo / inmediatamente / verán mi cuerpo actual / estallar / y recogerse / bajo diez mil aspectos notorios / un cuerpo nuevo / en el que ustedes no podrán / nunca jamás / olvidarme. (Artaud, 1970, p. 17)

Antes del inicio de sus insistencias a Rivière, Artaud ya quebraba y de-construía el lenguaje como en una búsqueda constante o como la única forma posible de relacionarse con el fonema. “Todos los términos que elijo para pensar son para mí TÉRMINOS en el sentido propio de la palabra, verdaderas terminaciones” diría más tarde en Le Pése-Nerfs (Artaud, 1970, p.18). Lejos de aceptar la negativa a sus intentos por parte de Rivière, se afirmó en sus argumentos y articuló una defensa. A partir de entonces, entablaron ambos un diálogo a través del papel en el que Artaud se extendía deshilando las razones que justificaban esos “agujeros, esa falta de cohesión”, afirmando, entre otras cosas, que producir o escribir de una manera otra era traicionarse a sí mismo. Luego exigía, instaba a que sus poemas fuesen publicados. Artaud llegó a insultar a Rivière a lo que este último contestaba cortés y puntualmente, concluyendo con la misma frase: “No publicaré esos poemas”.  Tras varios meses de correspondencia, Rivière materializó una propuesta: “Usted me dice que las cohesiones lo exceden, que nunca podrá desarrollar un texto ajeno a las “fisuras”, sin “abismos” y, por lo tanto, que cuente, a mi entender, con un cierto tipo de coherencia necesaria para ser publicado. Usted me dice que las palabras le son robadas, que no puede articularlas; sin embargo, he percibido que en sus cartas, en la manera de argumentar sus fundamentos para mi supuesto “deber” de publicar sus poemas, mantiene una sutil coherencia estructural y una notable calidad de escritura. Continúo con mi negativa a hacerlo con sus poemas, pero sin embargo le propongo publicar sí, esta serie de cartas que hemos intercambiado en los últimos tiempos.” Artaud aceptó. Complicaciones económicas y la necesidad de darle salida a su obra lo llevaron a dar una respuesta afirmativa a la invitación.

Rivière finalmente publicó las cartas y no en principio los poemas - aunque más tarde lo terminaría haciendo. De alguna manera podría pensarse que él fue la materialización de una suerte de “refugio activo” para las ideas de Artaud, alguien que supo acoger e interpelar al poeta para que se apartara de las significaciones patológicas con las que se auto-exculpaba, y ahondase en su propia condición creativa. Rivière suscitó una instancia en la que ese justificarse en la propia locura como obstáculo o como generadora de “agujeros” pudo transformarse en el germen para una nueva serie de articulaciones literarias. Llevó a Artaud a otro territorio - quizás editorial - con otras significaciones. En aquel momento, Rivière consigue que Artaud se sumerja como autor en los límites de sus posibilidades retóricas, desestima su auto-indulgencia y lo interpela en sus coherencias posibles, se las recuerda. A través de esas cartas de intercambio “dialoga” con él, lo re-ubica en la circunstancia del escritor, del artista posible y construye un espacio simbólico para la reciprocidad entre partes en tanto conocedores del juego de la poesía que más tarde definiría la suerte del escritor. Dice Abraham: “Lo que hace Rivière es trasladar la desesperación de Artaud a un sitio transmisible, razonable, explícito, corregible.” Y continúa: “Quizás no pueda curarse a Artaud, pero sí salvarlo. Es decir, sacarlo de la esterilidad, permitir que el loco tenga nombre y obra. Esa fue la gran obra de Rivière” (Abraham, 2004, p. 176). Y eso fue lo que, en definitiva, rescató a Artaud. Quizás hoy pueda pensarse que:

Rivière (fue) el único médico literario, un hipocrático a pesar de sí mismo, con una conciencia de sí excedida, que le permitía zambullirse en la víctima, Artaud, y arrojarle un salvavidas. Para Artaud fue así; expresarse era salvarse. El derecho a la existencia que reclama debía tener la realidad de una obra. No existe sin obra, así lo dice. (Abraham, 2004, p. 189)

“Cuenta Deleuze - recuerda también Abraham - que de no haber sido filósofo habría querido encarnarse en una llorona. Lloraría vocacionalmente y profesionalmente por todos aquellos que se sacrificaron por su expresión, por romperse al decir su palabra. Como Artaud” (Abraham, 2004, p. 189). Para Alejandra Pizarnik la poesía artaudiana “no tiene casi nada en común con la poesía clasificada y definida. La vida y la muerte de Artaud son inseparables de su obra en un grado único en la historia de la literatura” (Pizarnik, 1990, p 11). El sentido y sin sentido de las cosas pasaban a través de él; el opio lo calmaba y contenía para poder alcanzar una relativa estructura desde donde estar socialmente. El opio y el láudano - una suerte de vino a base de adormidera - mitigaban, sobre todo, el malestar de un cuerpo que dolía en su expresarse. “Nosotros, a quienes el dolor ha hecho viajar en nuestra alma en busca de un lugar de calma donde asirse” dice el poeta en el final de “Los Cabrestantes de la sangre” (Artaud, 1970, p. 18).

“Rivière se enfrentó a Artaud y lo salvó, no lo curó, pero lo hizo ser. De eso se trataba” (Abraham, 2004, p. 202). De alguna manera logró des-enfermar4 al poeta, sacarlo de la esterilidad impulsándolo a una re-conexión con sus abismos que lo alejaran de la hibridizante condición de enfermo de la mente. Y des-enfermar no es aquí curar, sino permitir o facilitar la construcción de una identidad fuera de la noción de dificultad, de “rompimiento”, de incapacidad, que habilite otro tipo de posibilidades. Una identidad asociada quizás aquí a la idea de autor y a la oportunidad de producir obra en tanto lugar “adonde asirse”. En el que encontrarse con un tipo de yo proyectado, generando una acción que dialogue con los otros y promueva la constitución de ser otro que en tanto loco, enfermo.

La fragilidad del espíritu consiste en que necesita obstáculos -continúa Abraham- Sólo se pierde, se destruye. La erosión mental de Artaud se debe a la gran libertad que le da a su mente. Es el absoluto lo que lo destruye. El espíritu necesita un límite, encontrar en su camino la feliz opacidad de la experiencia. El único remedio a la locura es la inocencia de los hechos (Abraham, 2004, p 207).

La idea de obra es para Artaud un algo que hacer que deriva en un algo que ser, y Rivière es quien aquí facilita un contexto de posibles en el que estos fenómenos sucedan. El loco precisa del cauce, de diques que frenen el flujo disperso y permitan producir obra. Necesita de instancias, “condiciones de posibilidad”, nuevos territorios desde donde pensarse no-enfermo, quizás no-loco, para volver a ser. El loco necesita obra para no perderse. Para Alejandra Pizarnik:

Hay una palabra que Artaud reitera a lo largo de sus escritos: eficacia. Ella se relaciona estrechamente con su necesidad de metafísica en actividad, y usada por Artaud quiere decir que el arte - o la cultura­­ en general - ha de ser eficaz, de la misma manera que nos es eficaz el aparato respiratorio: no me parece que lo más urgente sea defender una cultura cuya existencia nunca ha liberado a un hombre de la preocupación de vivir mejor y de tener hambre, sino extraer de aquello que se llama cultura ideas cuya fuerza viviente es idéntica a la del hambre. (1990, p. 12).

La consolidación de obra puede mitigar ese “hambre”. La obra es eficaz en tanto calma o colma necesidades “viscerales” del individuo y contribuye en una cierta puesta en activo, pero la locura exige siempre el cauce y quienes asistan en su construcción. El cauce es el que forma el río y desemboca en los otros, el que genera la comunicabilidad que cierra y abre el círculo y ayuda a consolidar la obra y a articular una identidad distinta; somos lo que esculpimos de nosotros, pero también lo que miran los otros, lo que tejen los otros sobre nosotros. Artaud fue poeta, comunicó, gracias a la interlocución y a la receptividad literaria de Rivière, gracias al contexto simbólico que crearon ambos. Ésa fue, de alguna manera, la topografía de su rescate. La que lo trajo en definitiva hasta nosotros.

La locura en la actualidad, que nos toca aún, es una realidad sin cauce; el sujeto de esa locura es el de la identidad desmembrada, desanimada, sin contextos en donde expresarse y/o recuperar la posibilidad de ser y generar obra. La locura es hoy “enfermedad absoluta”, “errores del espíritu”, “desajustes neuroquímicos”, “equivocaciones dopaminérgicas”, “hiperactivaciones”, “hipoactivaciones”; “sinécdoques organicistas”. No hay grietas por donde escapar al afán clasificatorio, normativizador. La locura es error sin palabras en primera persona, sin subjetividad legítima, sin autoridad ni coherencia aparente. No es más que aquello sobre lo cual corresponde intervenir a fin de enmendar lo que el desvío produce, re-direccionar pulsiones y aflicciones hacia una determinada corrección socialmente estipulada. Ante esto es quizás necesario preguntarse: ¿qué podría suceder si se invierten circunstancias, si habilitamos la posibilidad de una otredad legítima y generamos contextos para el emerger allí de un mejor estar? ¿Si, como podría afirmar Fernand Deligny (2009), recuperáramos a la locura como parte de las formas de ser de lo humano y buscásemos, desde lo colectivo, acompañar un mejor estar en y para cada singularidad? ¿si todos los que de alguna manera constituimos el entorno de esa locura deviniéramos un poco en hipocráticos literarios, generadores de entornos de posibilidades en donde germinen determinados procesos de recuperación desde donde “salvarse”?, ¿provocadores de instancias en donde se logre des-enfermar, des-nombrar de enfermedad la identidad del loco?, ¿en donde, en definitiva, pueda pensarse la alteridad social y episódica de la locura como generadora de obra? ¿Y si fuésemos un poco Jacques Rivière?

 

 

Agradecimentos

Agradecemos a parceria com as Secretaria Estadual de Saúde de Sergipe, Secretaria Municipal de Saúde de Aracaju e a Secretaria de Estado da Inclusão, Desenvolvimento e Assistência Social e a possibilidade de encontro com estudantes, gestores, trabalhadores e usuários, problematizando práticas de formação, pesquisa e cuidado em saúde.

 

 

Referências

Abraham, T. (2004). Una mirada sobre Michel Foucault. El positivista feliz. Revista Debate. Buenos Aires, 69.         [ Links ]

Abraham, T. (2004). Fricciones. Buenos Aires, Sudamericana.         [ Links ]

Artaud, A. (1970). El Teatro y su doble Barcelona, Anagrama.         [ Links ]

Correa-Urquiza, M. (2015). Radio Nikosia, la rebelión de los saberes profanos. Otras semánticas, otros territorios para la locura. Madrid, Editorial Grupo 5.         [ Links ]

Deligny, F. (2009). Permitir, trazar, ver. Barcelona. Ed. Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona.         [ Links ]

Pizarnik, A. (1990). Prólogo en Van Gogh, el suicidado de la sociedad. Artaud, A. Madrid, Plaza Janes & Editores.         [ Links ]

 

 

Data de submissão: 25/08/2017
Data de aceite: 27/10/2017

 

 

1 Redactor, locutor, miembro de Radio Nikosia. Una de las primeras emisoras en España realizadas por personas diagnosticadas de problemas de salud mental.

2 La utilizaré como genérico para nombrar lo que la psiquiatría define como Trastornos Mentales Severos (TMS)

3 Esto ha sido comentado brevemente también en el prólogo de “El libro de Radio Nikosia. Voces que hablan desde la locura”. (Autores Varios. Ed. Gedisa. Barcelona.2004).

4 Aquí me refiero a la posibilidad de apartarse de una identidad de enfermo para acercarse más a una reflexión alrededor del dolor sin la necesidad de asumir una incapacidad.

 

 

I Martin Correa-Urquiza: Doctor en Antropología Médica y Salud Internacional por la Universidad Rovira i Virgili (URV), Master en Antropología Social (Universidad Autónoma de Barcelona) y Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Buenos Aires. Es profesor/investigador en la Universidad Rovira i Virgili y profesor en la Universidad Oberta de Catalunya. E-mail: marthuc@yahoo.com

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